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EL CIRCO QUE LLEGÓ DE MARTE

Texto: Alfredo Cardona Peña


(Lectura sugerida como “Cuenta Cuentos “, leída por parte del maestro
a los alumnos)

El circo que llegó de Marte causó tal emoción que las clases se suspendieron y
todo el mundo hablaba de él como de algo jamás visto.
Y en verdad era algo de otro mundo. Como era demasiado grande y pesado no
pudo aterrizar, y para entrar en su inmenso toldo había que subir en la canastilla de un
globo a más de 2 000 metros de altura.
Las funciones se daban gratis y todos los niños de la tierra lo vieron. La noche
del debut estaba lleno a reventar: no cabía un alfiler… bueno, sí cabía, porque de los
millones de asientos sólo dos localidades se encontraban inexplicablemente vacías.
El espectáculo se inició con música de esferas de diferentes colores, y con una
catarata de helados de chocolate y fresa que caía en el centro de la pista, y de ahí
formaba riachuelos que terminaban en las bocas golosas de los espectadores.
El primer acto fue el de los dragones amaestrados que echaban fuego por la
nariz, pero el fuego no quemaba, sino que salían en forma de luceros,
desparramándose como lluvia de confeti.
Luego admiraron al águila de tres cabezas, que cantaba con tres voces
diferentes.
Se asombraron con los elefantes enanos, del tamaño de un perrito de
Chihuahua, y se rieron con los microbios disfrazados de espantapájaros, que patinaban
sobre hielo y eran divertidísimos. Uno de ellos recordaba a los cacahuates y tenía por
manos dos ganchos para colgar las enfermedades; otro parecía un ocho acostado y otro
más, una lagartija con orejas.
Los microbios de Marte son grandes, no producen enfermedades como los de
aquí, y se puede jugar con ellos y tocarlos. Estos microbios eran los payasos del circo
que llegó de Marte, y los niños se carcajearon con sus chistes.
De las selvas más lejanas del planeta amigo trajeron árboles que hablaban,
pájaros de hule que podían alargarse como melcochas, y dos equilibristas que tenían la
cara en el estómago y caminaban sobre un hilo tan delgado como un cabello.
De pronto la voz del director anunció el acto más sensacional: el gigante Argos,
que tenía cien ojos y adivinaba el pensamiento.
Se hizo el silencio, se apagaron las luces y el circo se iluminó con cien llamas
redondas que se movían suspendidas en el aire: eran los ojos del gigante, como si
hubieran descendido cien estrellas.
Se encendieron las luces y entonces vieron a Argos, sentado sobre una montaña
de plástico. De la cabeza a los pies medía cincuenta metros, y su rostro daba vueltas
lentamente sobre los hombros, lanzando los rayos verdes de sus ojos, como un faro.
Fue recibido con una ovación.
-Querido niños- dijo el gigante-, gracias por su aplauso. Estoy muy contento de
visitar la Tierra por primera vez, y de tener la oportunidad de adivinarles el
pensamiento. A ver, piensen en algo, díganme sin mover los labios qué desean. Yo
escogeré el pensamiento más puro, más noble y más desinteresado. No se muevan,
cierren los ojos y mándenme ese pensamiento que estoy esperando.

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Se produjo un silencio lleno de palpitaciones, mientras la cabeza de Argos daba
vueltas.
De los corazones de los niños partieron las ilusiones como palomas mensajeras.
Muchos pensaron en juguetes, muchos no olvidaron las buenas calificaciones en los
exámenes, y una gran mayoría pensó en los cohetes con los que se pueden conocer los
anillos de Saturno y los escarabajos de Mercurio.
Sin embargo, hubo un pensamiento que conmovió al gigante y lo hizo derramar
lágrimas que estuvieron a punto de convertir la pista en una piscina; pero el director
ordenó a los robots que secaran el piso con aserrín.
-He recibido tu pensamiento, niño generoso- dijo el gigante-. Tu hermana viene
en estos momentos con tu mamá. No tardarán en llegar al circo. Lo sé, las estoy
viendo.
Todos los niños estaban excitadísimos, mirándose unos a otros, preguntándose
cuál habría sido el pensamiento triunfador.
Un muchachito que había estado mordiéndose los labios, tenso de emoción, se
levantó y dijo:
-Te creo, amigo gigante, y te doy las gracias por haber invitado a mi hermanita.-
Minutos después apareció una niña con su mamá; los reflectores iluminaron los ojos de
la niña, llenos de vida.
-¡Tomasito!- gritó -, ¿en dónde estás? ¡Ya puedo ver, ya estoy curada!
-¡Aquí estoy, al lado de estas sillas vacías! – le contestó Tomás.
Su hermana se llamaba Carmela, y se había quedado en su casa porque estaba
ciega. Su mamá, para distraerla, le estaba leyendo un libro de cuentos, pero Carmela
no escuchaba los cuentos, porque su atención se encontraba a 2 000 metros de altura,
allá en el circo que no podía ver.
De pronto la niña comenzó a gritar: - ¡Mamá, ya puedo ver! ¡Llévame al circo,
pronto! –
Y ambas, asombradas y locas de alegría, corrieron al circo, localizaron a Tomás y
los tres se abrazaron en el colmo de la felicidad.
El público, puesto de pie, los vitoreó. ¿Y el gigante?
Quisieron levantarlo en hombros, pero como pesaba tanto no pudieron; entonces
se subieron en él, como se sube a un monumento, y lo cubrieron de rosas y de besos.
El Gobierno de la Tierra lo nombró “Héroe de los Niños” y le dio una medalla de
oro del tamaño de una rueda de carreta.
Fue un éxito la temporada del circo que llegó de Marte.
Una mañana, la inmensa plataforma circular se elevó, produciendo un ruido
ensordecedor. Se elevó majestuosamente con sus dragones amaestrados, sus cómicos
microbios, sus elefantes enanos y Argos, el gigante que adivinaba el pensamiento.
Pero en la tierra nunca se supo que ya no tenía cien ojos, sino noventa y ocho
nada más.
El gigante no quiso que se divulgara este secreto, y se mandó a hacer dos ojos
de vidrio, tan bien hechos, que se confundían con los demás.

Primer Concurso de Ortografía de Mexicali. ¡Viv e s in falta s… !


Para alumnos de 4º. De Primaria. Ciclo Escolar 2009-2010
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