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LA ORDEN DEL REY

Llega la noche y Cielo, sumida en llanto le pide a DIOS un sueño de


esperanza. Solloza fuertemente sin hallar consuelo en sus oraciones y así, se queda
dormida, por fin. Se ve caminando en una avenida ancha, algo así como una carretera;
junto a muchas personas y en la misma dirección; no sabe a dónde se dirige, sólo camina
y mira alrededor, a la izquierda del camino se pueden ver casas.
Una voz grave a su derecha, como de una persona mayor de 60 años, le
indica que debe seguir el camino que se abre a la izquierda. Ella dirige su rostro hacia la
ruta señalada y no ve persona ni animal alguno por allí. Es un camino angosto que tiene
un muro gris al lado derecho de la acera, la altura era como de tres metros
aproximadamente, y al lado izquierdo un área de grass muy verde de poca altura, algo
de diez centímetros.
Intenta mirar a la persona que le habla pero algo le impide girar la cabeza,
sólo logra ver de reojo la ropa que consiste de una túnica blanca, y la apariencia era de
una persona algo alta y robusta, pero no puede ver su rostro. Su forma de hablar inspira
autoridad, como de un Rey. El señor levanta su brazo y le indica el camino. Se sorprende
que esa persona le envíe por aquél camino. ¿Quién es él? ¿Por qué le habla como si
tuviera autoridad sobre ella? ¿Por qué le ordena que siga un camino solitario?¡Más aún, si
no se aprecia nada al final del camino!
Aquel hombre le dice: “Al final del camino encontrarás un castillo y en él, un
príncipe. Toma este anillo (era un precioso anillo de oro), entrégaselo y dile así: ¡Él te
envía este anillo y te ordena que te cases conmigo!” Cielo frunce el ceño y responde con
ironía: ¡Sí, cómo no!, ¡yo le entrego el mensaje al príncipe que no me conoce, él me cree
inmediatamente y luego se casa conmigo!. ¡No iré!, ¡Creerá que estoy loca!, me
preguntará ¿quién es Él? ¡Me matará!.
El hombre insiste, señala el camino que debe seguir, le dice ¡ve! Ella resiste a
la indicación dada ¡No quiero ir por allí … no hay nadie!. Con mayor energía, el hombre le
repite: ¡ve por ese camino! Ella siente que no tiene otra opción, y sin saber porqué,
decide obedecer.
Ingresa en el camino algo temerosa y a regañadientes, refunfuñando: ¿porqué
siempre tengo qué obedecer?, ¿qué hay en este camino?, ¡nada!, ¡nada!, ¡mejor hubiera
seguido por el otro camino!…Estuvo renegando un buen rato y decide mirar hacia atrás
percatándose que ya había avanzado un buen trecho, así que piensa que es mejor
avanzar por esa ruta. Ya no tiene sentido estar renegando sola.
Continúa caminando, siempre atenta, mirando al muro por si alguien trepara
por allí; mirando hacia atrás, tal vez le siguen; mirando al grass por si aparece alguien
para agredirla; son tantos los temores y se encuentra sola. Algo cansada, Cielo mira al
final del camino y por fin aprecia el supuesto castillo. Sólo eran tiendas de apariencia
árabe pues estaba rodeada de telas o túnicas enormes y en la entrada resguardada por
dos soldados con lanzas entrecruzadas, se puede leer un nombre.
Se acerca para ingresar al lugar y los soldados se lo impiden. Ella refiere que
debe entregar un mensaje al príncipe y le preguntan quién es el remitente y cuál es el
mensaje, pero no sabe qué responder. Los soldados la cogen de los brazos e intentan
sacarla a la fuerza. Cielo grita: y una voz desde el interior ordena: ¡déjenla entrar! Ella
ingresa y detrás de ella, los soldados. Se ve un hombre joven, de rostro agradable y
buena figura, vestido de saco y pantalón blanco, era el príncipe. No tenía corona, ni traje
espectacular de príncipe, pero era el príncipe. Alrededor de la sala se hallaban ubicados
muchas personas elegantes, todas de pie, en silencio.
El príncipe pregunta qué sucede y Cielo responde: Un hombre me encontró en
el camino y me dio un mensaje para usted. ¿Cuál es el mensaje? Pregunta el príncipe.
Cielo duda pero finalmente se decide a hablar: ¡Él te envía este anillo y te ordena que te
cases conmigo!” ¿Él? Y ¿quién es Él? No sé, responde ella.
Tal como Cielo lo presintió, el príncipe se ríe a carcajadas y junto con él toda
la gente que se encontraba al interior de la tienda. El príncipe guarda el anillo en el bolsillo
de su saco blanco, sigue riendo. Ella, sumida en sus pensamientos, se repetía: ¡Si Él me
envió para entregarle el anillo y para que se case conmigo entonces sucederá! Ni ella
entiende la seguridad que posee de cumplirse la orden dada en el mensaje.
Pasaban los minutos e ingresa a la sala una mujer joven, coqueta, quien
abraza, acaricia y besa al príncipe sin darle tiempo de reaccionar. Éste se queda quieto,
parecía turbado, tal vez piensa en algo, no sabía qué. Cielo sigue pensando lo mismo: ¡Si
Él me envió para entregarle el anillo y para que se case conmigo entonces sucederá!
Mientras tanto los soldados al ver al príncipe ocupado, intentan sacar a Cielo fuera de la
tienda. De repente el príncipe separa de sí, a la mujer que lo abrazaba y besaba sin
descanso, y mira a las personas que le rodean, todos dejan de reír; se acerca a Cielo, los
soldados la sueltan. El príncipe extrae del bolsillo el anillo que guardó y lo coloca en su
dedo anular. Luego coge a Cielo de las manos y le dice: ¡Sí, me caso contigo!
Cielo, piensa: ¡Si Él lo dijo, tenía que cumplirse!. Ahora es su turno, debe
decidir si acepta casarse con el príncipe, pues no lo conoce y la orden fue dada para el
príncipe, no para ella. O ¿tal vez se equivoca?
Cielo despierta recordando el sueño.

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