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CHRISTOPHER ISHERWOOD ADIS A BERLN - 1 En lo hondo la calle, pesada y pomposa, bajo mi ventana.

. Tiendas en semistanos donde las luces estn todo el da encendidas, a la sombra de fachadas cargadas de balcones, frontis de estuco sucios, realzados con volutas y emblemas herldicos. El barrio entero es as; calles y ms calles flanqueadas de casas destartaladas y monumentales como cajas fuertes, atestadas con las deslustradas joyas y el mobiliario de segunda mano de una clase media en bancarrota. Yo soy como una cmara con el obturador abierto, pasiva, minuciosa, incapaz de pensar. Capto la imagen del hombre que se afeita en la ventana de enfrente y la de la mujer en quimono, lavndose la cabeza. Habr que revelarlas algn da, fijarlas cuidadosamente en el papel. A las ocho en punto de la noche cerrarn tiendas y portales. Los nios cenan. En el pequeo hotel de la esquina, donde alquilan cuartos por horas, se enciende una luz sobre el timbre de la puerta. Y en seguida empiezan los silbidos de los golfos, que llaman a sus chicas. Plantados en el fro de la calle, silban a las ventanas encendidas de los cuartos tibios, en donde las camas ya estn preparadas para la noche. Quieren entrar. Sus llamadas resuenan en la hundida oquedad de la calle, voluptuosas, ntimas y tristes. Por eso no me gusta quedarme aqu a esas horas: los silbidos me recuerdan que estoy en una ciudad extraa, lejos de casa, solo. A menudo me he propuesto no escucharlos, he cogido un libro y he intentado leer. Pero es seguro que muy pronto se oir una llamada tan penetrante, tan reiterada, tan desesperanzadoramente humana, que no tendr ms remedio que levantarme y atisbar, a travs de la persiana, para convencerme de que no es y estoy convencido de que no puede ser para m.

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