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Ensayos sobre Fútbol y Filosofía

Por Nicolás González Varela


(fliegecojonera@gmail.com)

Filosofía como Fútbol: el Ser es redondo

Sabemos que el cardenal, teólogo y filósofo Nicolás


de Cusa fue el primer pensador en reflexionar sobre
ese ejercicio lúdico practicado entre dos equipos de
once jugadores, que disputan un balón con los pies y
tratan de introducirlo en la portería contraria.
Escribió un tratado sobre el antepasado del fútbol
moderno, el libro se llamaba De Ludo Globi (El juego
de la pelota), se imprimió en Roma en 1463. Cusa,
que se refería al Calcio in livrea o Calcio in costume
nacido en la Florencia de los Borgia, decía que en el
juego desplegado “los movimientos físicos son
imágenes del ascenso espiritual.” El balón esférico
era el símbolo de la divinidad, de la perfección
matemática. El dispositivo del juego recreaba el
principio de la oportunidad, la intervención de la diosa Fortuna y la vuelta a un
nuevo inicio. En la pelota además coinciden, dirá Cusa, principios ontológicos
divinos: el caos y el orden, razón y locura, la belleza y la fealdad, el descanso y el
ejercicio. Este notable (y casi único) documento filosófico fue creado a partir de
largas charlas educativas con los hijos del duque de Baviera. Pero su conclusión
no dejaba dudas: Dios podía ser redondo. Sabemos que a Kafka le apasionaba el
fútbol, igual que a Jean Paul Sartre y Albert Camus. En el mundo de lengua
alemana la cosa ya cambia. El escritor Martin Walter sostenía que Sinnloser als
Fußball, pensar en el fútbol es un simple sin sentido. Un intelectual del fútbol es
una contradicción en los términos. Pero muchos intelectuales ven en el fútbol
algo más que el momento grotesco de veintidós voluntades persiguiendo una
pelota llena de aire. Algo más que ese momento arcaico-tribal donde la
complejidad del mundo burgués se transforma en un mecánico e infantil
“amigo-enemigo”. Además el fútbol es estéticamente inaceptable del que se
horrorizarían los griegos clásicos. Y entre estos raros intelectuales se destaca por
luz propia uno de los pensadores de mayor estatura en la historia de la filosofía.
El nombre del filósofo alemán Martín Heidegger, el llamado deutsche Meister,
evoca con unanimidad el capítulo más excitante, polémico y profundo del
pensamiento del siglo XX. Nuestra cultura desde 1945 no podría darse sentido,
ni explicarse sin su influencia duradera, desde el existencialismo de Sartre,
pasando por al hermenéutica de Gadamer, hasta el estructuralismo y la
deconstrucción posmoderna de Derrida. Su sombra perversa, fue aliado
intelectual del régimen de Adolf Hitler, permanece nítida y destacada en el
panteón de la cultura de Occidente. Pero Heidegger, que eleva a la Vida como
concepto central filosófico y que definía la existencia humana como “práctica en
el mundo” era un verdadero Fußballfan, un fanático del pedestre fútbol. Se
destacaba entre el mojigato mandarinado académico alemán por sus gestos
plebeyos: despreciaba el uso de la levita y toga, muchas veces se presentaba a
dar clases vestido con un style de amante de la actividad física. Sabemos que
vivía distanciado en su cabaña en plena montaña, que practicaba el senderismo
y escalaba cumbres, que era eximio esquiador pero en especial era un temible
delantero izquierdo, único en su puesto por su rapidez y “gambeta”. Era un wing
endiablado, que desbordaba, y ya era titular en el equipo de fútbol local de su
pueblo natal, Messkirch, y luego siguió jugando con bastante efectividad hasta
sus días de catedrático en Marburg (1924). El fútbol para Heidegger podía ser
situado dentro de su propia analítica del Ser como parte de la Sorge, un término
que en alemán significa “cura”, el cuidado del hombre arrojado al mundo. El Ser
(Sein) era redondo por unos instantes. Además el fútbol era un momento,
un Kairós, en el cual se vivía una verdadera comunidad de destino,
una Gemeinschaftconcreta y vital, que generaba una verdadera praxis, líderes y
seguidores, héroes y sacrificio de la voluntad en pos de un interés colectivo. El
fútbol bien jugado era la demostración práctica que el destino es siempre
colectivo, cooperativo. Dentro de la misma filosofía de Heidegger la sabiduría
práctica era siempre superior a la mera técnica, y esta dimensión de la praxis
del Dasein (Ser-ahí) también puede observarse y desplegarse en el mismo
campo de fútbol. El fútbol era, de alguna manera, la épica del Dasein:
camaradería, disposición, honor, estado de resolución, fidelidad y servicio. El
espíritu de una verdadera comunidad. Y no se trata de mera teoría: Heidegger
trató de llevar a la práctica esta dimensión práctica de su filosofía. Siendo rector
de la Universidad de Freiburg, que asumió después del ascenso de Hitler al
poder, introdujo la práctica obligatoria de gimnasia marcial entre los
estudiantes universitarios además de crear un centro experimental de
entrenamiento deportivo (que incluía el fútbol) en Todtnauberg. Heidegger
mismo se colocó a la cabeza de este “Campo de trabajo científico” en
Todtnauberg, tomando como modelo uno administrado por las S.A. en
Bebenhausen. La experiencia duró del 4 al 10 de octubre de 1933.

Hay dos anécdotas que ilustra bien este fanatismo hacia el fútbol de Heidegger,
fanatismo fundado con rigurosidad en su propia filosofía. Hacia 1959 Heidegger
era un filósofo respetable, un anciano que había logrado suavizar su
autoritarismo, soberbia y rigurosidad. Había logrado sortear con habilidad y
picardía su pasado nazi y su devoción incondicional por Adolf Hitler. Coherente
con su propiaWeltanschauung, su visión del mundo reaccionaria enfrentada al
dominio de la Técnica y el Amerikanismus, vivía en su comarca natal de
Messkirch. No tenía ni radio ni televisión. En abril de 1955 la UEFA aprobó una
competición entre clubes europeos, la Copa de Campeones de Europa, más
conocida como la “Copa de Europa”. Fue una sensación a nivel popular. En la
temporada 1960-61 el CF Barcelona eliminó al Real Madrid, que había ganado
todas las ediciones anteriores, se enfrentaba para llegar a la final, al Hamburg
SV, el campeón alemán. Se necesitó un tercer partido de desempate en territorio
neutral. Fue un match de leyenda jugado en el estadio Heyssel de Bruselas el 3
de mayo de 1961. Y fue una de las primeras transmisiones en directo para la
televisión. Heidegger no se podía contener: se cruzaba a la casa de los vecinos,
que tenían una flamante televisión Telefunken, para ver todas las transmisiones
de la Copa de Europa que podía. En el legendario partido de Bruselas no podía
mantenerse sentado y con la excitación del juego se volcó una taza de té caliente
cuando el Barcelona convirtió el único gol del encuentro, gracias a Evaristo, que
le daría la victoria.
Hacia principios de los años ’60 el director artístico del decano teatro de
Freiburg, Hans-Reinhard Müller, fundado en 1866, se encontró de casualidad
con Heidegger en un tren que venía de Karlsruhe. Al reconocerlo emocionado,
Heidegger, ya era una estrella intelectual a nivel mundial, pretendió desarrollar
un charla profunda sobre literatura y arte, cosa que no logró. Heidegger, que
venía de dar unas conferencias en la Academia de Ciencias de Heildelberg, como
un zorro-zen, esquivaba el bulto, ya sea con silencios o con monosílabos. De
repente el filósofo, todavía bajo la impresión de un partido regional de fútbol, le
habló todo el tiempo de un jugador maravilloso, un tal Franz Beckenbauer, que
jugaba en un equipo mediocre, el FC Bayern Munich. Se deshizo en elogios por
su estilo de juego, admirado relató la precisión y la delicadeza con la que trataba
al balón, incluso con lenguaje corporal le visualizó al estupefacto director las
fintas de su juego. Heidegger calificó a Beckenbauer, de tan sólo veinte años,
de großartiger Spieler, jugador genial, además de subrayar su invulnerabilidad
en al marca o lucha cuerpo a cuerpo. Müller además concluyó acertadamente
que a Heidegger no le interesaba en absoluto el teatro.

Seguramente su locura por el fútbol se relaciona secretamente con su propia


idea de lo que es el hombre en el mundo, de lo que debe entenderse por
filosofía: una inquietud cultivada metódicamente y cuyo objetivo es abrir el
mundo por medio de una praxis auténtica. ElFussball sería simplemente “la
iluminación de los comportamientos que contemporaliza la Vida en su propio
ser…”. El fútbol, como dispositivo de juego, es para Heidegger una
verdadera Gesamtkunstwerk, una obra de arte total. El Ser es redondo, en
suma.

El arte de saber ver fútbol

Es sabido que Leonardo Da Vinci tenía un


motto para definir toda fuente de sabiduría,
tanto en el excelso arte como en la ciencia
dura: sapere vedere! Saber ver bien, no
“ver” a secas, era el fundamento casi
intuitivo de una pintura compositivamente
bella o el reconocimiento correcto de un
cuerpo dolido. Da Vinci unía en esa visión
tanto la belleza como la razón, tanto la
intuición espaciotemporal como la captación de las formas sublimes. Una
máxima que podemos trasladar, vis-à-vis, al deporte en general y de manera
especial al fútbol. Sin lugar a dudas en él tanto desde el punto de vista del
espectador como del jugador, “saber-es-ver”. Si el espectáculo futbolero de
enfrentamiento, táctica y estrategia detrás de un balón es de alguna manera,
como decía Osvaldo Soriano “una guerra sin muertos, pero con conflicto”, la
falta de visión “artística” es fatal a la hora de la contienda, de resolver el drama
deportivo. ¿Qué sería de un líder en la víspera de la batalla decisiva si no
contuviera en su mirada el campo de batalla y el más allá? ¿Qué sería de un
habilidoso jugador o del cerebro de un equipo si le faltara la facultad de
demostración, de mostrar, de hacer ver su intuición especial sobre el espacio y el
tiempo del juego? ¿Qué sería del deporte y su evolución artística si sus
espectadores no poseyeran el arte de sapere vedere? Quedaría el simulacro
atroz, la pura teatralidad, la estadística contable burguesa. En el caso del fútbol
no puede hablarse que exista una manera unívoca de ver un partido como
reconocía Panzeri. Es imposible: entre el máximo y el mínimo en este arte
intuitivo hay una serie de degradaciones, por lo que se puede hablar de una
herradura entre un “ver-ganar” y un “ver-jugar”. Y en el arco entre los dos
extremos una pléyade de posiciones intermedias, que incluyen desde el “ver-no-
perder”, a el “ver-un-jugador” hasta el “ver-por-tradición”. Muchos
automáticamente dirán de gustibus non disputandum, sobre gustos no hay
disputas, todo vale al mirar fútbol y listo. Todo es interpretación. Pero como nos
disgustamos con el posmodernismo aplicado al deporte queremos profundizar
más en esta vía iluminista de indagación. Básicamente coexisten dos
paradigmas en este sentido: ver el fútbol es una oposición que nunca se cancela.
Como decía Ernesto Lazzatti “el que acude a ver un equipo, va a verlo ‘ganar’. El
que va a seguir un partido va a ver ‘jugar’”. ¿El saber ver en el fútbol se hace o es
instintivo? ¿Hay una paideia básica para conformar el gusto del hincha o la
infancia en el futuro espectador de fútbol es destino?

Generalmente el “saber-ver”, como otras hipotecas genéticas, se hereda en su


mayor parte: casi siempre en Occidente nuestro alter ego, nuestra imago
masculina (en general nuestro padre, pero puede ser un tío simpático o un
hermano mayor admirable) nos marca con su club de preferencia. El imperio
del Edipo en este caso tiene un efecto devastador en la agregación de nuestras
preferencias. Y nos marca para siempre en una especie de pacto fáustico que
jamás firmamos. Por lo que el fan-espectador de fútbol puede elegir su forma de
ver un partido de fútbol, pero bajo circunstancias que no ha elegido y que
desconoce. A la fatalidad de la no-elección sartreana de nuestro equipo favorito
(ya nos han comprado hasta la equipación de marras antes de que nos corten el
cordón umbilical) se le suma las diferencias en nuestro propio desarrollo
estético, en nuestra primera educación sentimental. Aquí ya prima el
principium individuatonis, el principio de individuación en el que la sola
presencia en dos lugares diferentes del tiempo y el espacio basta para dar la
razón de la diferencia entre los seres humanos. Cada espectador de fútbol es una
historia peculiar en sí mismo. Y como tercer factor de la genealogía del
espectador de fútbol, último en la evolución del espectador de fútbol pero no
menos importante en su fenomenología, está la nuda experiencia infantil. Es
decisivo en el desarrollo y maduración de la estética trascendental del “saber-
ver” fútbol si el sujeto tuvo o no un praxis vigorosa con el balón antes de la
pubertad. Si transpiró detrás de una pelota, si sufrió frente a un marcador
adverso, si soportó el stress de un equipo superior, si mancilló su honor barrial
alguna derrota ignominiosa. Un espectador que nunca jugó al fútbol es un
espectador bizco, un fan debilitado y mutilado, un hincha a medias, un
concurrente poco calificado. A partir de estos tres elementos se despliega la
Bildung formativa del futuro fan. El primer sentimiento desgarrador es
entregarse al Fatum que somos hinchas del club X sin nuestro consentimiento,
lo que, por disonancia cognitiva, nos lleva a corregir la sensibilidad y adaptarla a
la Realpolitik e historia de juego de ese equipo en particular. Se nos impondrá
como imperativo categórico una tendencia a cómo veremos, a con qué prisma
miraremos un partido de fútbol. Si por los caprichos de las Moiras nos toca un
equipo a la italiana, con tradición resultadista, que juega al contra-ataque,
embanderado del catenaccio de Nereo Rocco, la inconsciente estrategia
evolutiva de la Humanidad nos empujará inexorablemente hacia el polo de “ver-
ganar”. La marca hombre a hombre y el empleo sistemático-terrorista del líbero,
escondido detrás de la línea de los defensores, nos parecerá el verdadero Olimpo
del fútbol. El resultado lo es todo, la estadística es la piedra de toque, el
utilitarismo el motor inmóvil. El “ver-ganar” es el pathos oficial de un deporte
transformado en razón de estado y producción de plusvalor, el estandarte del
maquiavelismo y la doble moral. Borges ya había caracterizado a la encarnación
de este paradigma: “El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice
‘qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi, claro que perdió mi equipo’. No lo
dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego.” Si
nos toca amarrar nuestro destino deportivo a un equipo a la brasileña o a la
argentina, de jogo bonito, la dinámica del drible, caños, gambetas y amagues,
jogo de cintura, malandragem, espectáculo en forma y contenido,
características que no se aprenden en las escuelas ni enseñan los DT pero sí en
los campos de pelada, en el fútbol de calle y potrero, nuestra tendencia será
oscilar hacia el polo de “ver-jugar”. Lo importante emotivamente ahora es la
diversión renacentista, el juego en sí, la belleza estilística, el predominio del
medio sobre el fin. Indudablemente la mezcla de estas perspectivas absolutas de
ver fútbol son las que sobrecargan de emotividad, religiosidad y fanatismo los
estadios y los momentos cumbres del espectáculo. Y no hay duda que además
son dos formas de “sentir” el fútbol, dos Weltanschauung, visiones del mundo
como diría Dilthey: una hiperracional basada en el cálculo instrumental y otra
tardoromántica que añora cuando el fútbol era puro placer lúdico. ¿Recuperará
el espectáculo el sabio Sapere vedere? Seguramente la decadencia centenaria
del “saber-ver” fútbol es funcional al crecimiento geométrico del
profesionalismo y de la nacionalización populistas de las masas en el deporte.
Nuestra conclusión no puede ser más que pesimista: es inútil persuadir a un
fanático que ve fútbol para “ver-ganar” que lo haga para “ver-jugar” en un
mundo donde el número y la ganancia contable son la segunda naturaleza del
hombre.

Pier-Paolo Pasolini y el fútbol-poesía

“–Senza cinema, senza scrivere, che cosa le sarebbe


piaciuto diventare?

–Un bravo calciatore. Dopo la letteratura e l’eros, per me


il football è uno dei grandi piaceri.”

Enzo Biagi intervista Pier Paolo Pasolini,


”La Stampa”, enero de 1973
El modelo de intelectual comprometido Albert Camus afirmaba que “después
de muchos años durante los cuales el mundo me ha permitido vivir experiencias
variadas, lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo
debo al fútbol”. “El fútbol es una metáfora de la vida” sentenciaba su compañero
de ruta el filósofo existencialista Jean Paul Sartre. “La vida es una metáfora del
fútbol”, le corregía el filósofo italiano Sergio Givone. Parece que la relación arte-
fútbol es en Italia menos problemática que en la Francia jacobina. Italia tiene
una noble herencia en la relación entre poesía, literatura y fútbol como decía
Adriano Sofri. Para un italiano el calcio no es un juego más, ni siquiera es el
deporte-rey. Esos calificativos no los conforman. Para ellos es un paradigma
platónico, un verdadero ideón, que se degrada al contacto con la experiencia, y
en el cual la vida misma no es más que copia y pálido reflejo. Se puede ser un
intelectual comprometido de izquierdas y abrazar con pasión y fanatismo al
calcio, una síntesis prohibida o degenerada en la mayoría de las culturas
modernas. Quizá una tradición que se remonta a que el antepasado del fútbol
moderno nació como Calcio "storico" florentino en el Carnaval de Firenze del
Quattrocento; quizá a la ambigua herencia populista de Antonio Gramsci, el
gran teórico marxista, que permite eliminar sin culpa la distinción clasista entre
eventos de masas, cultura popular y gran teoría. Gramsci había afirmado, a
pesar de reconocer que la esencia del calcio estaba permanentemente pervertida
por la lógica del capitalismo, que “El fútbol es un reino de la libertad humana
ejercido al aire libre.” El ensayista y poeta, premio Nobel de Literatura de 1975,
Eugenio Montale soñó una utopía feliz, un campeonato mundial sin redes en los
arcos, donde el resultado ya no fuera una falsa necesidad estadística: Sogno che
un giorno nessuno farà più gol in tutto il mondo, Sueño que un día nadie hará
más goles en todo el Mundo... El nietzscheano Umberto Saba, gran poeta del
neohermetismo de la posguerra, apasionado por la experimentación con las
formas y las palabras, escribió muchos poemas sobre fútbol, entre ellos su 5
poesie sul gioco del calcio. Su poema más futbolero, titulado Goal (Gol) describe
las emociones discordantes y extremas de dos porteros en el momento decisivo
del gol y que sintetiza el momento mágico en el juego, en el que se puede ver
cómo se consume, bajo el mismo cielo, tanto el amor extremo como el odio
acérrimo: Pochi momenti come questo belli/ a quanti l'odio consuma e
l'amore/ è dato, sotto il cielo/ di vedere, Pocos momentos como éste tan bello,
en el cual el odio consuma el amor, nos es dado, bajo el cielo, de poder ver…

Para el enorme e inabarcable Pier Paolo Pasolini, poeta urbano, ensayista,


guionista, actor secundario y director de cine, la cuestión estaba clara. Y no era
inconveniente su pertenencia a un marxismo herético, inconformista, por el
contrario. Tan clara como para que declarara, en una entrevista a un periodista,
que en una hipotética inmortalidad del alma quisiera re-encarnarse en un
pedestre valiente futbolista, en un plebeyo bravo calciatore. Pasolini como el
filósofo alemán Heidegger era un jugador experimentado, cumplía la condición
de haber practicado fútbol de pequeño en la periferia de Roma. En su libro
Ragazzi di vita (1955) están reflejadas sus propias memorias futboleras,
pateando el balón sobre un terreno negro de carbón fósil… No desapareció esta
pasión ilimitada en su pubertad. En su vida universitaria fue nombrado capitán
del equipo de fútbol de la Facultad de Filosofía y Letras de Bologna. Como
Heidegger también era un Wing habilidoso con la zurda, algunos que vieron su
juego lo calificaron sin dudar de una fantasiosa ala destra. Ahí están las vívidas
fotos tomadas en los ‘1950’ por Ivo Barnabò, una ilustra este artículo, fechadas
en la década de los ’50. Pasolini, ya con más de treinta y pico de años, aparece
con furiosa actitud, reconcentrado, intentando fintas imposibles, dribbleando
con su izquierda, dirigiendo la squadra. En algún aspecto Pasolini superó al
mismo Heidegger, no sólo en honestidad intelectual sino en rigor analítico.
Tifoso del Bologna FC, apasionado rossoblù de niño, Pasolini no se conformó
con la mera práctica y quiso escribir una verdadera ontología existencial del
fútbol. Intentó un verdadero trabajo de Sísifo: teorizar sobre el fútbol, intentó
pensar esa enorme banalidad lúdica, reflexionar sobre ese imposible sueño de
un juego eterno sin ganadores ni perdedores. En sus primeras reflexiones,
paralelas a su rescate simbólico de la cultura del lumpenproletariado romano,
define al fútbol como “la última representación sagrada que nos queda en
nuestros tiempos”, en el fondo el calcio es esencialmente un rito con
mecanismos de evasión, y mientras que la misa litúrgica está en declinación, el
fútbol la ha reemplazado, e incluso ha invadido y conquistado antiguos
espectáculos de masa como la ópera y el teatro.

Pero no quedó aquí su análisis y síntesis. Volvió a pensar al fútbol, influenciado


por el estructuralismo de los años ’50, haciendo una parodia de la lingüística
semiótica de moda en la universidad. Definió entonces al calcio como “un
sistema de signos, o sea, un auténtico lenguaje. En un famoso artículo sobre el
tema, Il calcio “è” un linguaggio con i suoi poeti e prosatori (“El fútbol ‘es’ un
lenguaje con sus prosistas y sus poetas”) en Il Giorno, del 3 de enero de 1971, le
pregunta al intelectual académico: “¿Qué es una lengua? ‘Un sistema de signos’
responde hoy, con toda exactitud, el semiólogo. Pero ese ‘sistema de signos’ no
es sólo ni necesariamente una lengua escrita-hablada (ésta que usamos aquí y
ahora, yo escribiendo y tú, lector, leyendo). Los “sistemas de signos” pueden ser
muchos… Otro sistema de signos no verbal es el de la pintura; o el del cine; o el
de la moda (objeto de estudios de un maestro en este campo, Roland Barthes),
etc. El juego del fútbol es un “sistema de signos”, una lengua no verbal… Tiene
todas las características fundamentales del lenguaje por excelencia, al que
nosotros nos hemos remitido como término de comparación, esto es, el lenguaje
escrito-hablado… Los ‘fonemas’, por tanto, son las ‘unidades mínimas’ de la
lengua escrito-hablada. ¿Queremos divertirnos definiendo la unidad mínima de
la lengua del fútbol? Veamos: ‘Un hombre que usa los pies para chutar un
balón” es la unidad mínima: el ‘podema’ (por continuar la broma). Las infinitas
posibilidades de combinación de los ‘podemas’ forman las ‘palabras
futbolísticas’ y el conjunto de las ‘palabras futbolísticas’ forma un discurso,
regulado por auténticas normas sintácticas. Los ‘podemas’ son veintidós (casi
igual que los fonemas): las ‘palabras futbolísticas’ son potencialmente infinitas,
porque infinitas son las posibilidades de combinación de los ‘podemas’ (en la
práctica, los pases de balón entre jugador y jugador); la sintaxis se expresa en el
“partido”, que es un auténtico discurso dramático. Los codificadores de este
lenguaje son los jugadores, nosotros, en las gradas, somos los descodificadores
y, por lo tanto, compartimos un mismo código.” La conclusión no podía ser más
radical: “Quien no conoce el código del fútbol no entiende el “significado” de sus
palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases).” Contra
el despectivo mundo de la lata cultura, Pasolini es capaz de disecar la
complejidad de un juego que en apariencia es una esgrima tosca y simplista. Y si
el fútbol es lenguaje y si toda lengua se articula en varias sottolingue,
sublenguas, cada una de las cuales posee un subcódigo, sottocodice. Pues bien,
en el sistema-lengua del fútbol se pueden hacer también distinciones de este
tipo, dirá Pasolini: el fútbol puede y adquiere subcódigos desde el momento en
que deja de ser puramente instrumental y se hace, espressivo, “expresivo”.
Entonces la conclusión final es binaria, excluyente: “Puede haber un fútbol
como lenguaje fundamentalmente prosístico y un fútbol como lenguaje
fundamentalmente poético.” Por razones de determinismo materialista, historia
social y cultura, hay pueblos que juegan un fútbol esencialmente prosaico,
prosístico (el exemplaria maiorum era Italia), una prosa realista o prosa
estetizante. Pasolini define, como en una reducción teórica, el elemento básico
del calcio in prosa: “El catenaccio y la triangulación (que Brera llama
geometría) es un fútbol de prosa: se basa en la sintaxis, en el juego colectivo y
organizado, esto es, en la ejecución razonada del código.” El esquema imaginado
por Pasolini para el fútbol-prosa era una secuencia mecánica: “Catenaccio-
Triangolazioni-Conclusioni”, o sea: Catenaccio-triangulación-conclusión. Otros
pueblos (Pasolini lo ejemplifica con la mayoría del fútbol de Latinoamérica)
practican la poética, Il calcio in poesia. En este caso su núcleo es el regate puro y
el gol: “¿Quiénes son los mejores regateadores del mundo y los mejores
goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su fútbol es un fútbol poético: de
hecho, en él todo está basado en el regate y en el gol… El regate y el gol son los
momentos individualistas-poéticos del fútbol; por eso el fútbol brasileño es un
fútbol de poesía. Sin hacer juicios de valor, en un sentido puramente técnico, en
México la poesía brasileña ha ganado a la prosa estetizante italiana.” El
esquema imaginado por Pasolini para el fútbol-poesía era una secuencia
dialéctica: “Discese Concentriche-Conclusioni”, o sea: “Descensos concéntricos-
conclusión”. Pasolini resume: “Esquema que para ser realizado debe requerir
una capacidad monstruosa de driblar (cosa que en Europa es repudiada en
nombre de la ‘prosa colectiva’).” Su indagación no concluyó allí. Escribió otro
artículo, “Una semiologia per il goal” en Una vita futura, donde Pasolini
analizará por qué Brasil, fútbol de poesía, derrota al prosaico fútbol italiano en
la final del Mundial de México 1970. Y nos intentará de convencer de porqué,
aunque hubiera perdido ese mítico Match por los caprichos de la diosa Fortuna,
siempre el fútbol-poesía será superior.

A pesar de ser fanático del Bologna, todos los domingos que podía se iba al
estadio Olimpico de Roma. Una especie de sucedáneo. Cuando estaba en otra
ciudad no se perdía la ocasión de ver fútbol en directo, lo acuciaba la febbre del
calcio. Su última convivencia apasionada con el fútbol fue un curioso partido
intraregidores, que llamó con ironía una partita di dilettanti. Durante un
primaveral 16 de marzo de 1975 se enfrentaron en Parma los equipos de rodaje
de Novecento, de Bernardo Bertolucci, y Saló o los 120 días de Sodoma, la
última película de Pasolini. Dos films que hablan sobre el Mal y sobre el
principio esperanza desde ópticas disímiles pero con un mismo objetivo. Es
además el aniversario de cumpleaños de Bertolucci, El partido de fútbol es el
punto cúlmine y además debía servir para restablecer la paz entre ambos, una
incomprensión a causa de críticas formales de Pasolini y mal acogidas por su
antiguo ayudante de dirección. El campo de fútbol es el de Citadilla, no lejos de
Tardini, allí incluso juega el Parma-B. Pasolini por supuesto juega de extremo y
luce el brazalete de capitán. Su squadra lleva camisetas de su amado Bologna.
El resultado (Novecento, 5 - Saló, 2), así apareció en las noticias de La Gazzetta
di Parma, aunque Bertolucci dirá que ganó su equipo 19 a 13 y que Pasolini
había abandonado el campo enfurecido al sentirse ignorado por los jugadores
más talentosos de su equipo. Tan solo siete meses después de la derrota en
Citadilla y del descenso a los infiernos de la República fascista de Saló, Pasolini
moría asesinado en Ostia. Nos queda su utopía deportiva, volver al idealismo
liceísta cuando jugar al fútbol-poesía era la cosa più bella del Mondo.

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