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Hay dos anécdotas que ilustra bien este fanatismo hacia el fútbol de Heidegger,
fanatismo fundado con rigurosidad en su propia filosofía. Hacia 1959 Heidegger
era un filósofo respetable, un anciano que había logrado suavizar su
autoritarismo, soberbia y rigurosidad. Había logrado sortear con habilidad y
picardía su pasado nazi y su devoción incondicional por Adolf Hitler. Coherente
con su propiaWeltanschauung, su visión del mundo reaccionaria enfrentada al
dominio de la Técnica y el Amerikanismus, vivía en su comarca natal de
Messkirch. No tenía ni radio ni televisión. En abril de 1955 la UEFA aprobó una
competición entre clubes europeos, la Copa de Campeones de Europa, más
conocida como la “Copa de Europa”. Fue una sensación a nivel popular. En la
temporada 1960-61 el CF Barcelona eliminó al Real Madrid, que había ganado
todas las ediciones anteriores, se enfrentaba para llegar a la final, al Hamburg
SV, el campeón alemán. Se necesitó un tercer partido de desempate en territorio
neutral. Fue un match de leyenda jugado en el estadio Heyssel de Bruselas el 3
de mayo de 1961. Y fue una de las primeras transmisiones en directo para la
televisión. Heidegger no se podía contener: se cruzaba a la casa de los vecinos,
que tenían una flamante televisión Telefunken, para ver todas las transmisiones
de la Copa de Europa que podía. En el legendario partido de Bruselas no podía
mantenerse sentado y con la excitación del juego se volcó una taza de té caliente
cuando el Barcelona convirtió el único gol del encuentro, gracias a Evaristo, que
le daría la victoria.
Hacia principios de los años ’60 el director artístico del decano teatro de
Freiburg, Hans-Reinhard Müller, fundado en 1866, se encontró de casualidad
con Heidegger en un tren que venía de Karlsruhe. Al reconocerlo emocionado,
Heidegger, ya era una estrella intelectual a nivel mundial, pretendió desarrollar
un charla profunda sobre literatura y arte, cosa que no logró. Heidegger, que
venía de dar unas conferencias en la Academia de Ciencias de Heildelberg, como
un zorro-zen, esquivaba el bulto, ya sea con silencios o con monosílabos. De
repente el filósofo, todavía bajo la impresión de un partido regional de fútbol, le
habló todo el tiempo de un jugador maravilloso, un tal Franz Beckenbauer, que
jugaba en un equipo mediocre, el FC Bayern Munich. Se deshizo en elogios por
su estilo de juego, admirado relató la precisión y la delicadeza con la que trataba
al balón, incluso con lenguaje corporal le visualizó al estupefacto director las
fintas de su juego. Heidegger calificó a Beckenbauer, de tan sólo veinte años,
de großartiger Spieler, jugador genial, además de subrayar su invulnerabilidad
en al marca o lucha cuerpo a cuerpo. Müller además concluyó acertadamente
que a Heidegger no le interesaba en absoluto el teatro.
A pesar de ser fanático del Bologna, todos los domingos que podía se iba al
estadio Olimpico de Roma. Una especie de sucedáneo. Cuando estaba en otra
ciudad no se perdía la ocasión de ver fútbol en directo, lo acuciaba la febbre del
calcio. Su última convivencia apasionada con el fútbol fue un curioso partido
intraregidores, que llamó con ironía una partita di dilettanti. Durante un
primaveral 16 de marzo de 1975 se enfrentaron en Parma los equipos de rodaje
de Novecento, de Bernardo Bertolucci, y Saló o los 120 días de Sodoma, la
última película de Pasolini. Dos films que hablan sobre el Mal y sobre el
principio esperanza desde ópticas disímiles pero con un mismo objetivo. Es
además el aniversario de cumpleaños de Bertolucci, El partido de fútbol es el
punto cúlmine y además debía servir para restablecer la paz entre ambos, una
incomprensión a causa de críticas formales de Pasolini y mal acogidas por su
antiguo ayudante de dirección. El campo de fútbol es el de Citadilla, no lejos de
Tardini, allí incluso juega el Parma-B. Pasolini por supuesto juega de extremo y
luce el brazalete de capitán. Su squadra lleva camisetas de su amado Bologna.
El resultado (Novecento, 5 - Saló, 2), así apareció en las noticias de La Gazzetta
di Parma, aunque Bertolucci dirá que ganó su equipo 19 a 13 y que Pasolini
había abandonado el campo enfurecido al sentirse ignorado por los jugadores
más talentosos de su equipo. Tan solo siete meses después de la derrota en
Citadilla y del descenso a los infiernos de la República fascista de Saló, Pasolini
moría asesinado en Ostia. Nos queda su utopía deportiva, volver al idealismo
liceísta cuando jugar al fútbol-poesía era la cosa più bella del Mondo.