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“No te fíes de la calidad. Aquí todo el mundo presume de lo mismo: de cristiano viejo,
de hijodalgo y de caballero. Ayer tuve que despedir a mi barbero, que pretendía
afeitarme con su espada colgada al cinto. Hasta los lacayos la llevan. Y como el trabajo
es mengua de la honra, no trabaja ni Cristo” El conde de Guadalmina
“Sólo tres días antes, en plena rúa del Prado, un cochero del marqués de Novoa había
dado seis puñaladas a su amo por llamarle villano; y tales lances por un quítame allá
esas pajas eran corrientes en la capital” Íñigo de Balboa, el narrador
Para que vean vuestras mercedes lo que son las cosas y somos los españoles (…) si
Felipe IV se hubiese puesto al frente de los viejos y gloriosos Tercios y hubiera
recobrado Holanda, vencido a Luis XIII de Francia y a su ministro Richelieu, limpiado
el Atlántico de piratas y el Mediterráneo de turcos, invadido Inglaterra, izado la Cruz de
San Andrés en la Torre de Londres y en la Sublime Puerta, no habría despertado tanto
entusiasmo entre sus súbditos como el hecho de matar un toro con personal donaire (…)
Cuán distinto de aquel otro Felipe IV que yo mismo habría de escoltar treinta años
después, viudo y con hijos muertos o enclenques y degenerados, en lenta comitiva a
través de una España desierta, devastada por las guerras, el hambre y la miseria (…)
rumbo a la frontera del Bidasoa para consumar la humillación de entregar a su hija en
matrimonio a un rey francés, y firmar así el acta de defunción de aquella infeliz España
a la que había llevado al desastre, gastando el oro y la plata de América en festejos
vanos, en enriquecer a funcionarios, clérigos, nobles y validos corruptos, y en llenar con
tumbas de hombres valientes los campos de batalla de media Europa” el narrador
“En un tiempo en el que el odio a los judíos y a los herejes se consideraba complemento
imprescindible de la fe – el mismísimo Lope y el bueno de Miguel de Cervantes se
habían felicitado, años atrás, de la expulsión de los moriscos- don Francisco de
Quevedo, que tenía muy a gala su estirpe santanderina de cristiano viejo, no se
caracterizaba precisamente por la tolerancia hacia gentes dudosas en materia de
limpieza de sangre” el narrador
Ese año, de modo excepcional, nuestro señor don Felipe IV se disponía a celebrar con
su augusta presencia la llegada de la flota de Indias, cuyo arribo suponía un caudal de
oro y plata que desde allí se distribuía – más por nuestra desgracia que por nuestra
ventura- al resto de la Europa y del mundo. El imperio ultramarino creado un siglo antes
por Cortés, Pizarro y otros aventureros de pocos escrúpulos y muchos hígados, sin nada
que perder salvo la vida y con todo por ganar, era ahora un flujo de riquezas que
permitía a España sostener la sguerras que, por defender su hegemonía militar y la
verdadera religión, la empeñaban contra medio orbe; dinero más que necesario en una
tierra como la nuestra donde todo cristo se daba aires, el trabajo estaba mal visto, el
comercio carecía de buena fama, y el sueño del último villano era conseguir una
ejecutoria de hidalgo, vivir sin pagar impuestos y no trabajar nunca; de modo que
muchos jóvenes preferían probar fortuna en las Indias o Flandes a languidecer en
campos yermos a merced de un clero ocioso, de una aristocracia ignorante y envilecida,
y de unos funcionarios corruptos que chupaban la sangre y la vida.
Así, gracias a los ricos yacimientos americanos, España mantuvo durante mucho tiempo
un imperio basado en la abundancia de oro y plata, y en la calidad de su moneda, que
servía lo mismo para pagar ejércitos – cuando se les pagaba- que para importar
mercancías y manufacturas ajenas (…) pero lo cierto es que aquella riqueza terminó
aprovechando a todo el mundo menos a los españoles: con una Corona siempre
endeudada, se gastaba antes de llegar” el narrador
(La inquisición) lo cierto es que no fue aquí peor que en otros países de Europea,
aunque holandeses, ingleses, franceses y luteranos, que eran entonces nuestros
enemigos, la incluyeran en esa infame Leyenda negra con la que justificaron el saqueo
del imperio español en la hora de su decadencia (…) De cualquier modo, la verdade s
que a menudo la Inquisición fue un arma de gobierno en poder de reyes como nuestro
cuarto Felipe, que dejó en sus manos el control de cristianos nuevos y judaizantes, la
persecución de brujos, bígamos y sodomitas, e incluso la potestad de censurar libros y
combatir el contrabando de armas y caballos. Esto, con el argumento de que
contrabandistas y monederos falsos perjudicaban gravemente los intereses de la
monarquía; y quien era enemiga de esta, defensora de la fe, lo era también de Dios”
El narrador
Y, sin embargo, la inquisición, como todo poder excesivo en manos de los hombres,
resultó nefasta (…) la decadencia que sufrimos los españoles tiene mucho que ver con
la supresión de la libertad, el aislamiento cultural, la desconfianza y el oscurantismo
religioso creados por el Santo oficio. Era tan grande el horror que esparcía, que hasta
sus llamados familiares, agentes colaboradores de la Inquisición, gozaban de completa
inmunidad. Decir familiar del Santo oficio equivalía a decir espía o delator (…) y la
cuestión ya no era ser buen católico y cristiano viejo, sino parecerlo. El narrador
De modo que, de creer a sus cronistas (se refiere a los ingleses), los españoles
guerreábamos y esclavizábamos por soberbia, codicia y fanatismo, mientras que todos
los demás que nos roían los zancajos, ésos saqueaban, traficaban y exterminaban en
nombre de la libertad, la justicia y el progreso” Narrador