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POEMAS DE EUGENIO MONTEJO CABALLO REAL Aquel caballo que mi padre era y que despus no fue, por dnde

se halla? Aquellas altas crines de batalla en donde galop la tierra entera. Aquel silencio puesto dondequiera en sus flancos con tactos de muralla; la silla en que me trajo, donde calla la filiacin fatal de su quimera. S que vine en el trecho de su vida al espoleado trote de la suerte con sus alas de noche ya cada, y aqu me desmont de un salto fuerte, hzose sombras y me dio la brida para que llegue solo hasta la muerte. LA TERREDAD DE UN PJARO La terredad de un pjaro es su canto, lo que en su pecho vuelve al mundo con los ecos de un coro invisible desde un bosque ya muerto. Su terredad es el sueo de encontrarse en los ausentes, de repetir hasta el final la meloda mientras crucen abiertas los aires sus alas pasajeras, aunque no sepa a quin le canta ni por qu, ni si podr escucharse en otros algn da como cada minuto quiso ser: ms inocente. Desde que nace nada ya lo aparta de su deber terrestre, trabaja al sol, procrea, busca sus migas y es slo su voz lo que defiende porque en el tiempo no es un pjaro sino un rayo en la noche de su especie, una persecucin sin tregua de la vida para que el canto permanezca. EL CANTO DEL GALLO El canto est fuera del gallo; est cayendo gota a gota entre su cuerpo, ahora que duerme en el rbol. Bajo la noche cae, no cesa de caer desde la sombra entre sus venas y sus alas. El canto est llenando, incontenible, al gallo como un cntaro; llena sus plumas, su cresta, sus espuelas, hasta que lo desborda y suena inmenso el grito que a lo largo del mundo sin tregua se derrama. Despus el aleteo retorna a su reposo y el silencio se vuelve compacto. El canto de nuevo queda fuera esparcido a la sombra del aire. Dentro del gallo slo hay vsceras y sueo y una gota que cae en la noche profunda, silenciosamente, al tic-tac de los astros. EL BUEY El buey que lleva mis huesos por el mundo, el que arrastra mi sombra, uncido a las estrellas, a yugos siderales, va arando el tiempo, no la tierra, por eso es sabio, profundo, demorado, al tardo paso de las nubes. Es mi buey, mi maestro cuadrpedo, por quien he conocido en la quietud el habla porosa de las piedras y cierta obediencia prctica a las cosas, casi taosta. Es mi buey, la parte mvil de mi estatua, lento de sol a sol sobre las horas; el que ara el tiempo, no los campos, el que graba con surcos en mi rostro las semanas, los meses y los aos.

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