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JUAN MONTALVO 1 Hts) CATILINARIAS El Cosmopolita-El iain PROLOGO LOS ESTADOS UNIDOS: EL PRETORIANISMO Despurs pe Ayacucho, los lugartenientes de Bolivar reclamaron la soldada por su participacién en Ia Guerra Magna, en forma de estados desunidos, de “insulas baratarias” que gobernar, a su guisa, cada uno de ellos. La potencia congregadora del genio se debilité con su enfermedad y su muerte. Lo que debié ser uno, cada vez mds grande, mds unificado, mas totaliza- do, —la Gran Colombia-— se dividié cn varias parcialidades menores. Sin de- limitaciones geogréficas precisas que habian de convertitse en los limites na- cionales del futuro. Cuya panacea, cuyo remedio universal se pensé seria el famoso uti posidetis juris, que contribuyé —y contribuye atin— a embrollarlo todo. ¥ fos pueblos tenfan més motives de discrepancia y controversia, en Ja medida en que mds vecinos eran. Paez, el Manero Péez —no olvidar 1a “cosiata”—, renivo para si a Vene- zuela. Era “el centauro de les Hanos”, el soldado invencible. Gran figura de toda la historia latinoamericana. Pero ét inauguré el pretorianismo venezola- no, uno de los mds fuertes y pertinaces de la historia continental. Santander, “el hombre de las leyes”, no olvidar la noche septembrina— era de Nueva Granada. El la retuvo, él es el fundador. Colombia, fundada por Santander, tiene en su historia la “Guerra de los mil dias’’ y los “Dos mil dfas de violencia”, inaugurados el 9 de julio de 1948, con el disparo que ase- sind a Gaitdn... De norte a sur: en el vieja Reino de Quito de los Shyris, departamento del sur de la Gran Colombia, un venezclano, Juan José Flores, con el prdlogo trdgico del asesinato de Sucre en las brefias de Berruecos, mauguté la Repti- blica del Ecuador actual. El favorecido con el imperio de los incas, el Tahuantinsuyo de Huayna- C4pac y Ataluailpa, fue ecuatoriano, nacido en Cuenca: el mariscal José de ta Mar, héroe de Junin y Ayacucho. Ix Casi siempre con un soldado o varios soldados en Ja iniciacién. Con el gusano dei pretorianismo en la entratia recién nacida, joven, se inicié fa construccién lenta y penosa, de cerca de veinte estados, en un yasto tetritorio que, como las eolonias inglesas del norte o las portuguesas del centro de América del Sur, debid aspirar a la unidad por lo menos federativa, Ya que todo invitaba a esa unidad: Las formaciones étnicas —varias internamente, de acuerdo con la medida dada por el mestizaje—;: Ia unidad idiomética, que se mantiene, a pesar de las pintorescas variantes regionalistas; la unidad —tibia, si se quie- re— de creencias religiosas, fieles todas al catolicismo romano; la unidad del esfuerzo por la emancipacién, que tuvo y mantuvo su coincidencia histérica, desde el Rio Bravo hasta fa tierra del Fuego. Asi, cada estado nacional, crea su propio drama. Casi siempre con sangre y con un sefialado proceso de disgregacién. Y lo que es mds lamentable ——¢pa- ra qué ocultarlo>— con marcados signos de distanciamiento, de enemistad entre pueblos vecinos, que han traido consigo numerosos, frecuentes, casi permanenies enfrentamientos armados entre paises de comtin historia y de comtn futuro, y una permanente situacién de desconfianza, que cava cada vez mds hondo las zanjas fronterizas y hace cada vez més diffeil la conviven- cia fraternal entre estos pueblos que, mientras més divididos, son més fAci- les presas del imperialismo, Fruto inevitable de fa dispersién, del debiliramiento y de su expresién, —inevitable también— el dominic pretoriano, castrense, es la dictadura. Dic- tadura pocas veces de apariencia civil; las mds veces desembozadamente mili- tar. Basado en el dogma de que, en nuestros pueblos, lo unico disciplinado, organizado, es la “clase” militar, éQué rol Ie corresponde en este caso a Ia cultura, a la intelisencia? O ren- dirse u oponerse. Pocas veces se ha rendido. La oposicién de Ja inteligencia se ha expresado en el panfleto politico, en forma, calidad y volumen de ensayo: Satmiento, Montalvo, Alamén, Bulnes; fos hombres de Ia Reforma: Altami- rano, Zarco, Lerdo de Tejada, Prieto; los que enfrentaron fas dictaduras ve- nezolanas; los que combatieron y fueron exilados en el sur: Alberdi, Las- tarria. Usé la inteligencia, en escala menor por la escasez de medics, pero a ve- ces con eficacia tremenda, el petiodismo. Ya el tipo de hoja clandestina o semiclandestina —hoja volante— ya el de panfleto mayor, impreso con mil dificultades 0, como en ciertos casos, manuscrito y repartido de la mano a la mano. También Ia poesfa satirica, la copla, algunas veces cantada por el pueblo, En menor escala, utilizd la narrativa: novela, leyenda, cuente. Avatia de José Marmol —poeta, panfletario, periodista a la vea— es el paradigma de la novela contra una dictadura: la de Juan Manue! de Rosas, en la Argenti- na. Es tal fa virulencia, el odio, el furor de lucha, que la trama relatistica se ve la mayor parte del tiempo ahogada por Ja violencia insultativa y la de- nancia tremenda contra la dictadura y sus implicaciones. x Cuando las luchas emancipadoras de Cuba y Puerto Rico abren dentro de la historia latinoamericana el periodo, que ain contintia y que, desde ha- ce mucho tiempo, hemos llamado de la “Segunda Independencia”, también la lucha de la inteligencia contra la dictadura se reinicia con caracteristicas m4s agudas. Y las dictaduras, como era de esperarse, se defienden més, Les ha surgido un poderoso aliado, con caracteristicas mas definitivas, mas vio- lentas, mds rapaces: el imperialismo norteamericano. La figura inicial —no necesitamos acaso insistir en ello— es la de José Marti, el hérce claro y Juminoso de la América en trance de despertar y comprender. E] siglo xx se abria con el triunfo y la tragedia del gran com- baciente de la inteligencia y el fusil, expresién suma del presente y del fu- turo de nuestra América. Es, a lo largo y lo ancho de América Latina, la hora del ensayo pantle- tario. Se empezaba a masticar, a deglutir, en las entrafias populares, la ver- dad inserita en el distico famoso inscrito en los muros de Quito al dia si- guiente de saberse el triunfo de Ayacucho: Ultimo dia del despotismo y primero de lo misnto. Solamente que la dominacién colonial, la dictadura peninsular, [egaba sin tabia, casi sin violencia. Solamente con rapacidad, con avidez, con im- petu de lucro. Ya ni siquiera se hallaban cn vigencia, o habian perdido acer- bitud, las atrocidades jniciales. El mestizaje en marcha habia emparentado mucho colonizadores con colonizados. Pero habfan engendrado la descon- fianza, el odio entre ellos. Es ante ese estado de cosas posterior a la eman- cipacién, que Martinez Estrada afirma: ‘“Habia que independizarlos de la independencia”. Desde luego, el maesiro rioplatense, cuya Radiografia de la Pampa, es, coma los Siete Ensayos de José Carlos Mariategui, una especie de Biblia de mestros origenes vy una irrebatible interrogacién con tespuestas sobre nues- tra verdad originaria, trabaja con elementos acaso menos complcjos que los que ofrecen los paises del Pacifico y del Norte —México, casi toda Centro América, Colombia, Ecuador, Pera y Bolivia— en los cuales Ja participa. cién indigena en el mestizaje es notablemente superior. Es, sinembargo —en los paises enumerados— tan intenso el deseo de blanqueatse, que Angel Rosenblat al tratar el tema afirma: “Alguien lo ha expresado con una for mula, que resume ademas una actitud: en Estados Unidos es negro el guc licne una gota de sangre negra; en la América Latina es blanco el gue tiene una gota de sangre blanca’. Pero Ja verdad es que Ja influencia étnica, racial, en Ia conformacién de las futuras clases sociales en América Latina, fue decisiva en las primeras épocas, No desaparece atin, Y Ja discriminacién por esa causa, si no tan bru- tal y tragica como en los Estados Unidos con los negros, persiste atin y se extiende a casi todos los niveles de la convivencia, aun los educacionales. XI Las artes, singularmente la literatura, la plastica y aun Ia musica, estén in- mersas en ef agudo —y la mayor parte de nuestros paises, no resuelto— pro- blema indigena. No propiamente indigenista. Fue, pues, muy ardua la herencia de los héroes y sus guerras heroicas. La primera determinacién, tomada casi siempre a ciegas: imitar a los es tados democratizados de Europa después de Ja revolucién francesa, copiar- les sus estatutas constitucionales, sus leyes fundamentales, sin previo examen de si nuestra situaci6n —la situacién de todos los nuevos estados en pene- tal y de cada uno en particular— ofrecia las condiciones més _elementales para la adopcién de instituciones probadas en siglos de guerras, de fracasos, de sangre, Ademds de Europa, nos deslumbraron Jos Estados Unidos, [a colonia in- glesa que habia tomado la delantera en su proceso de separacidn de su me- trépoli. Delantera_cronoldégica que coloca a la revolucién estadounidense come antecesora de la propia revohacién francesa. No olvidemos que Lafa- yette vino a ponerse a las érdenes de Washington y que, de regreso, inter- vino en Jos primeros pasos, tan maderados, de la revolucién de su pats. Esas constituciones copiadas de paises altamente civilizados, de centena- tias y trégicas historias ——Inglatetra, Francia, acaso Espafia misma— cafan en manos de militares ignorantes, valentones, heroicos muchas veces. A los que sus contempordneos —y luego Jo que ha dado en flamarse la bistoria —llamaban “Padres de Ja Patria”. A la que trataban como buenos padres a sus hijos, a coscorrones y latigazos... Al Ecuador le tocé como “padre” el general venezolano Juan José Flores, previa la ctrégica eliminacién mediante el brutal asesinato en Berruecos —cuando le faltaban horas de a caballo para entrar al Ecyador, donde resi- dfa su esposa y donde el pueblo lo esperaba, porque lo amaba mucho— del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Nunca le perdoné el Ecuador —no le perdona atin— al general Juan Jo- sé Flores, el haberle privado de tener como su primer presidente a Sucre, el libertador de su territorio en Ja batalla del Pichincha, el 24 de Mayo de 1822; y esta clara falta de aceptacién y de afecto cred la primera causa de guerra civil entre los ecuatorianos, que termind en Miflatica con el triunfo mill. tar de Flores. ¥ Sucte, el esperado, el que debid ser, se convirtid, a pesar de no haber nacido en su territorio, en el héroe maximo del Ecuader, pais don- de todo lo importante y vatioso, Neva ef nombre del héroe de Pichincha y Ayacucho. Se veneta, se respeta a Bolivar, tespecto del cual ef Ecuador os- tenta “el procerato de la lealtad”, peto se ama a Sucre y se detesta a Flo- res, “el padre de Ja Patria”, Es un caso bien claro de patetnidad repudiada, En Ia lucha armada —primera guerra civil a la sombra y casi con los mis- mos clarines de Ia independencia— triunf3, como era de esperarse, el solda- do, Flores, en la sangrienta y lamentable batalla de Mifarica, que ya hemos mentado. Después de ella se cumplié a la letra, lo que afirma Martinez Es- trada sobre Ja Argentina: “Los triunfos de los ejétcitos, encendieron el es- pirim de rapifia de los soldados, Una ambicién de poseer, de dominar los XII lev6 a la formacién de partidos, que se lanzarfan, con pretexto de defender ia libertad, contra los que verdaderamente Ia promovieron”. Y contintia: “Los ejércitos suramericanes se formaron antes que el pueblo suramerica- no”. Y mds adelante: ‘‘Peores fueron los males de Ia paz que los de las lu- chas, porque fueron ia oxidacién de fas armas en ocio”. Es de entonces el feo y degradante episodio llamado de la “Reconquista”, que consistié en la oferta que el “Padre de la Patria”, general Juan Flores, hizo a la reina Cristina de Espaiia de devolverle —comenzando por el Ecua- der— su dominio colonial perdido por la gloriosa e invencible campafa de Bolivar, su jefe, su “patrdn”. Flores, que se crela amo a petpetuidad de esta parcela que él habia elegi- do, disputdndosela a Sucte, cayé vencido por los patrioctas de Guayaquil el 6 de marzo de 1845, en fa accién libertaria y nacionalista més noble de la historia nacional. Después de tratados y convenios que le garantizaban una situacién de tey en el exilio, con rentas, titulos y honores, el dictador odiado se embarcé pa- ra Europa. “En Madrid, dice Pedro Moncayo— Flores comenzé su cam- pafia con el cinismo propio de un saltimbanqui que, sin detenerse ante nin- guna consideracidn, ni ante el respeto del trono, ni ante el anatema de la opinién publica, marcha adelante por el sistema tortuosa de su desenfrena- da ambicién, Para demostrar su resultado, dejamos la palabra a testigos pre- senciales. Wenceslao Ayguals de Izco, en un libro titulado Historie de los verdugos de la bumanidad, (Madrid, 1855) copia un extenso memorial: “Maria Cristina, vuelta a Espafia por acontecimientos que no se necesita referir, es por desgracia cierto que, en obsequio de intereses de familia, com- prometié al gobierno de tal suerte que pudo ser causa de graves conflictos. La famosa expedicién del general Flores con la Republica del Ecuador, fue efectivamente, acogida y apadrinada por ef gobierno, con el objeto de colo- car en un trono del continente americano, con ef nombre de Don Juan FI, a uno de los hijos de los Duques de Rianzares.' Esta agresién justificaba cuan- tos disgustos hubiera trafdo a Espafia, poniéndola en el choque con las po- tencias eutopeas y con las reptiblicas de América, que tan cercaho tienen el cereano punto donde vulnetarnes”. Este abominable episodio de “la Reconquista”, ensucia la histotia nacio- nal. Es el antecedente, abortado por fertuna i# ove, la gran traicién de los conservadores mexicanos que capitaneados por obispos, politicos, escrito- res, pseudoaristocracia y criollerfa enriquecida, se humillaron vergonzosamente ante Napoledn IIT y protagonizaron el drama que culminé en el] Cerro de las Campanas de Querétero, con el fusilamiento del desgraciado y bobalicén archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo. De donde —antes y des- pués— surgid la figura gigantesca del indio de Guelatao, indio puro, autén- tico, sin meacla alguna, Benito Judrez que, con la figuta del hispano autén- 1B] chico, Hamado Juan I, era el hijo de Ja reina Marfa Cristina, con su caballerizo mayor, titulado duque de Rianzares, con quien habia contraido matrimonio morganitica. XII tico, nacido en el Caribe, José Marti, inauguran esta lucha de Ja segunda in- dependencia en que esté empefiada América Latina. Este abominable episodio de [a reconquista que en 1846 y 1847 se in- tenté y fracasd, por Ja vanidad fachendosa del mulato de Puerto Cabello y por fa rivalidad implacable del poderio britdnico en ascenso contra el po- derfo espafiol en decadencia, fue también el antecedente para la imitacién caticaturesca y bochornosa realizada por Garcia Moreno en sus vergonzosas Cartas a Trinité, quien era representante diplomdtico de Francia en el Ecua- dor, con cardcter de Encargado de Negocios. A él se dirigié el tirano ecua- toriano suplicdndole, humildemente, que cransmitiera a su amo el pedido que en nombre del pueblo del Ecuador le formulaba para que se hiciera car- go en calidad de colonia francesa, de “esta valiosa comarca’. He aquf un parrafo de la tercera carta de insistencia humilde y rogatoria que ef dictador ecuatoriano ditige al representante diplomatico del usurpa- dor francés, que no se habia dignado dar respuesta alguna a las proposicio- nes anteriores: “...y he pteferido hoy escribirle en francés, porque temo no haber conse- guido hacerme comprender enteramente en espafiol. En efecto, yo no me propongo un protectorado honoratio, que setia sin duda gtavoso a la Fran- cia. No se trata dnicamente de una garantia para fa conservacién de un hom- bre en el poder, garantia que, es necesario decirlo, han exigido muchas ve- ces los jefes ambiciosos de estas desgraciadas reptiblicas. Se trata al presen- te, no sdlo de los incereses del gobierno de que soy miembro, sino también del interés de este pais que quiere librarse del azote de las revoluciones per- petuas, asocidndose a una gtan potencia de cuya paz y civilizacién pueda par- lictpar. Se trata también del interés de la Francia, pues que clla seria el duefo de estas bellas regiones que no le serian initiles. - He aqui lo que yo pienso hacer y lo que haré ciertamente tan pronto como Ud. me dé confi- dencialmente la seguridad de Ja proteccidn del gobierno de S. M, I. El go- bierna provisorio de Quito interrogard al pueblo si quiere unirse al Impe- tio francés, bajo el nombre que Ud. tuviera a bien indicarme de antemano; y estoy seguro de Ia aquiescencia del pueblo, que tan cansedo esté de las calamidades de las revueltas y que tanto odia el que por fuerza se le incline a las miras del gobierno peruano. - Nosotros procuraremos ganar tiempo es- perando; pero valdria més apurarse fo m4s pronto posible, y serfa una felici- dad para el Ecuador que el jefe de la estacién naval francesa, pudiese tomar sobre si la responsabilidad del paso que propongo, es decir, la seguridad de no ser abandonado”’, La opinién ptiblica de América Latina, como en el despreciable caso de la “Reconquista” de Flores, reaccioné indignadamente. Esto del teécrata som- brio era naturalmente peor, més amenazador y peligroso. Porque el falso sobrino de Napoledn Bonaparte era, en ese momento, el jefe —usurpador o no— del imperio mds poderoso del mundo. Mientras que la pobre reina Maria Cristina, vinda hija del més ridiculo —v feroz— de los reyezuelos es- xIV pafioles de la decadencia, Fernando VII, y que habia descendido al triste papel de esposa morgandtica —léase concubina— de su caballetizo mayor, el burlesco duque de Rianzares, era una pobre mujer sin mando ni prestigio, enredada en truculentas y butlescas cuestiones de aleoba con validos y ca- ballerizos... Napoleén III, empefiado en emular a su formidable tio el Cotso, si que- ria un imperio americano. Y, naturalmente, fue seducido por Ja oferta del obispo de México, les generales Miramén y Mejfa y el general Juan N. Al- mente. APARICION DEL ENSAYO POLEMICO: MONTALVO EL LUCHADOR

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