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- No me moveré hasta que sea capaz de percibir la realidad tal como es. No me
levantaré de este lugar hasta que mi mente clara, luminosa y despierta, penetre
en la Verdad.
relajada inmovilidad.
principio solo fueron incómodos obstáculos que lo distraían, sin embargo, con el
enemigos que le exigían dar fin a su férrea determinación. El asceta no dudó. Ya conocía
tales experiencias, era un viejo combatiente en tales lides y sabía, por experiencia
Ante las mordidas que el dolor inflingía a su cuerpo, serenaba su espíritu y relajaba sus
miembros, no ofreciendo tensión ni resistencia a las fieras sensaciones. Sabía que eran
cambiantes.
- Todo fluye – pensó -. Todo discurre, como las aguas de un río: el cuerpo, el
Por eso no se aferraba a nada. Por eso había aprendido a vivir en medio del cambio sin
sufrimiento, libre del apego a los objetos, a las sensaciones, a las emociones y
una serena ecuanimidad frente el cambio y ante la insatisfacción que éste genera.
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Atento y ecuánime, entonces, observó sus pensamientos. Eran como un enjambre de
El asceta no se dejó alterar, no perdió su centro. Como la estrella polar que permanece
Interno. Sabía que si se dejaba arrastrar por aquel torbellino de pensamientos, por aquel
Como quien parado frente al mar observa su vasta superficie, sin prestar atención a las
olas que lo recorren, así el asceta observaba con atención su mente, sin dejarse llevar
mental, entonces recurría a una vieja estrategia: utilizando su atención como ancla, la
Sabía que de todo su ser era justamente el cuerpo, por su materialidad, quien se veía
mental.
Sonrió para sus adentros. Era asombroso como todo el Camino estaba descrito en
Su voluntad finalmente se impuso, pero de manera suave y natural, sin represiones, sin
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Los pensamientos desbocados, las emociones pasajeras, las visiones sobrenaturales,
las sensaciones dolorosas o placenteras; todo fue trascendido, todo fue dejado atrás y
presencia: había alcanzado el centro del ciclón, el corazón del huracán, el ojo de la
tormenta.
Desde ahí podía saltar hacia el claro abismo, sumergirse en lo luminoso desconocido,
aquello para lo cual no existen palabras que puedan describirlo ni metáforas que puedan
insinuar su poder y vastedad. Allí es donde los sabios callan, pues solo el silencio es
señal de su conocimiento.
Volviendo sobre sí, su penetrante atención, observó los aspectos más burdos de su
Entonces, súbito como el fulgor del rayo y poderoso como el bramido de un trueno,
Tener esta certeza lo hizo libre, libre de las ataduras conceptuales con las que él mismo
Respiró suave y profundamente, con grata plenitud, sintiendo que su pecho era capaz de
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Quisieron las fuerzas del destino que el vagabundo, despertado por la fresca brisa del
amanecer, contemplara una extraña visión : Ahí, frente a él, ante sus propios ojos, sobre
una pequeña elevación del terreno, un dios meditaba. Su torso, erguido, se elevaba con
amarillas, muchas de las cuales alfombraban el suelo con su dorado colorido. Una gran
burbuja de luz, suave y pálida, parecía envolver la cabeza, hombros y pecho del dios.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el aumento de la claridad matinal le permitió definir
mejor las formas. Finalmente su mente pudo rehacer el mundo y devolverlo a su habitual
conformidad. El momento de magia había pasado, ahora todo volvía a ser como antes :
lógico y normal.
cabeza, sino que estaba a sus espaldas, cubierto el tronco por el cuerpo del propio
asceta.
¿Y la burbuja de luz? Pues nada menos que la luna llena que, en su inexorable y lento
Todo había sido una ilusión, una interpretación errónea de la realidad. ¿O había sido una
mundo?
El vagabundo jugó con esta idea por unos minutos, luego, decidió juntar algunos frutos
Transcurría la mitad de la mañana cuando el asceta abrió los ojos. Frente a él, sobre
unas hojas de plátano como improvisado plato, yacían algunos frutos silvestres. Un
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hombre de mediana edad, sonriente y de apariencia descuidada, lo observaba con
curiosidad :
- Son para ti asceta – repuso el vagabundo -. Para que repongas las fuerzas
disciplina, no es cierto?
El asceta asintió :
- Cuando me senté ayer, bajo este árbol, todavía el sol estaba en lo alto y mi mente
sus oídos.
Cuando el asceta había terminado de comer y bebía un sorbo de agua, la pregunta brotó
- ¿Y cuál es el secreto?
Dejando sobre el suelo la vasija, de la cual bebía, el asceta miró con detenimiento a los
ojos del vagabundo. Luego, llevando ambas manos abiertas, las colocó sobre su propio
pecho diciendo :
parte alguna.
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Un extraño escalofrío recorrió la espalda del vagabundo. De alguna manera aquellas
Siempre con sus ojos fijos en los del vagabundo, el asceta continuó :
Apartando la mirada, el asceta tomó nuevamente la vasija con agua y bebió lentamente
del fresco líquido. Un largo y profundo silencio se hizo entre ambos hombres.
enseña a otros, cada uno aprende por sí mismo, pues la comprensión surge del
vagabundo.
Luego, desarrolla sobre ti una atenta observación. Así como un cazador examina
y sigue a su presa, hasta que aprende a conocer todos sus hábitos y secretos,
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autobservación, atención y ecuanimidad, esa es mi enseñanza. Ahora sigue tu
Cuando hubo terminado de hablar, el asceta tornó a su relajada inmovilidad cerrando los
- ¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿ No hay nada más que puedas enseñarme?
tierra extraña.
El silencio fue señal suficiente para que el vagabundo se levantara y alejara del lugar.
Con paso lento, pensativo, sopesó las palabras oídas. A cierta distancia volteó sobre sus
Como si hubiese escuchado, aquellas palabras, el hombre del bosque abrió los ojos y le
dirigió una mirada. Entonces, alzando la voz para ser escuchado con claridad, dijo :
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- ¡Ah, vagabundo loco! – exclamó sonriendo el asceta - ¿Aún no comprendes que
el fondo de ti mismo.
Y, con una apacible sonrisa, se sumergió dentro de sí, como un gran pez lo hace en las
profundas aguas.
Para evitar el conflicto social y no entrar en pugna con la “tradición muerta” de las
instituciones religiosas imperantes, estos sabios se convirtieron en anacoretas, en
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ermitaños que habitaron áreas alejadas de las cortes y ciudades. Total, el compromiso
de su búsqueda solo les concernía a ellos y se bastaban a sí mismos para alcanzar la
meta.
Es solo la cobardía espiritual la que no nos permite ser nosotros mismos. Preferimos
dejar de pensar y ser pensados por las costumbres y creencias de la sociedad reinante.
La aceptación de la horda, de la tribu, ser parte de la masa, de la sociedad, nos brinda la
falsa seguridad de que estamos en lo correcto. La mayoría debe estar en la razón, se nos
enseña a pensar :
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