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De todo ello se sigue que el deber moral que obliga a las comunidades
políticas a dar culto a Dios es universal e inmutable. No es un mero consejo
sostenido por la Iglesia en coyunturas distintas a la época actual, que puede
ser atendido o desatendido en función de los cambios acaecidos en la
sociedad. No es una opinión que pueda ser admitida o rechazada libremente.
No basta, pues, con que el Estado sea confesional, sino que debe ser
específicamente católico si se trata de la organización política de una sociedad
que mayoritariamente profesa con entera libertad la religión católica.
No es verdad.
1º Negar que los Estados deban reconocer la ley natural, cuyo primer
mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas.
2º Negar que aquellas enseñanzas que han sido mantenidas por la
Iglesia siempre y en todas partes tienen el carácter de verdades de fe católica,
puesto que la confesionalidad de los Estados ha sido defendida por la Iglesia a
lo largo de casi dos mil años de manera constante y unánime.