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Daniel Medvedov

GENTE DE MADRID
Homenaje a Sergiusz Piasecki, el autor de
EL ENAMORADO DE LA OSA MAYOR

Madrid
2009
La gran ciudad me causó, al primer instante,
una curiosa impresión. Estaba asombrado. El
ruido y la suciedad de las calles, el continuo
rumor de los coches, me fastidiaban el oído,
acostumbrado al ruido de grandes aguas y al
canto de los pájaros. Yo había vivido durante
más de cuatro años, entre huracanes y ventiscas,
como los lobos. Las noches sin sueño, las
aventuras de Japón, en las montañas de Kiso
Road con Bill Wilson, la continua lucha contra
la mente y los pensamientos vulgares, me habían
transformado y convertido en un Odiseo
atracando, con su madero, en un golfo de los
feacios.
Había cambiado físicamente, ya casi nadie
me reconocía. Hacía tiempo que no me había
mirado en un espejo. Me costó reconocerme.
Me sorprendió la mirada penetrante,
contempladora y, a la vez áspera , como el
fulgor de una katana. Había allí un abismo que
antes no se mostraba. Evito mirar a la gente,

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para no ir a sus profundidades.

Luz – ceniza, ardentía, fosforescencia fría,


luminiscencia cinérea, es eso lo que había. Un
encanto almaterial, un hechizo visinvisible, un
relámpago lejano buscando su trueno en el rayo,
una crisoledad.
La gente me asombraba al verlos tan
inútilmente nerviosos y desastrados. Muchos de
sus movimientos, gestos y posturas eran
superfluos. Estaban desatentos, otros muy
concentrados en si mismos, hablando solos
durante el caminar, revirando los ojos, y por
cualquier tontería de incomodaban y gritaban.
¿A qué se debía eso? ¡Es que todos amaban
el dinero! ¡Todos eran viles! A cada paso
intentaban engañarme, aunque sólo fuese por
unos centavos. Esto me hacía sonreír, y en mis
adentros callaba, los dejaba hacer. Es que la vida
se parece a quienes se congregan con ocasión de
unos juegos: unos acuden para competir, otros
por el comercio – a comprar y a vender cosas –
pero los mejores están allí como espectadores.
Así también en la vida, los seres serviles resultan
ser cazadores de gloria, poder, fama y

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preponderancia.
Los polimecánicos, los ónticos, lo son de la
verdad, y en las tribunas, contemplan.
Algunos resabidos sabelotodo se burlaban
de mis palabras.
Entre los miserables es costumbre no dar
crédito a la autoridad.
Aprendí a conocerlos de un modo muy
distinto al de años atrás, cuando era necio e
inmaduro, sin experiencia y hambriento de
conocimiento.
Me convencí que la gente vivía en las grandes
ciudades de una forma ridícula, mucho peor que
nosotros, entre la lluvia y los amaneceres.
También allí había faena, contiendas miles, una
continua lidia despiadada, en lo cual, el débil y
acostumbrado a la comodidad, caía y era
arrastrado por las mareas.
Pero en la ciudad, aquella bella lucha por
sobrevivir, carecía de todo gracioso detalle, de
todo lo que la embellecía en el mar: de la
discreción, de la generosidad espléndida, de la
amistad y del peligro de estar bajo las estrellas.

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