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Ana Patricia Moya

Óscar Varona

Jesús Suárez

Antonio Huerta

Andrés Portillo

Enrique Fuentes-Guerra

Daniel García Ramírez

Pepe Pereza

Ángel Muñoz

Luis Amézaga

Begoña Leonardo

Roberto Arévalo

Adolfo Marchena
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Córdoba (1982). Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada
en Humanidades. Actualmente, es directora de Groenlandia.
Ha pu blicado “Bocaditos de Realidad”. Su s poemas han sido
traducidos al inglés, al catalán y al italiano. Ha participado en
diversas publicaciones (fanzines y revistas) digitales e
impresas, de España e Hispanoamérica. Tiene poemarios,
libros de cuentos y novelas inéditos. En breve, aparecerá en
una antología poética.

Poema de “Yo soy lo que dicen mis manos”

El amor (o depresión innecesaria)

No puedo más.

Tiro la toalla.

Eso te digo, borracha.

Respondes:

no lo hagas,

que vales mucho.

Encajo la realidad

del egoísmo más crudo

y me guardo, para mis adentros:

ya, pero tú no te ofreces para recogerla...

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Tripas

Los lugares más fríos no son Islandia, ni Siberia, ni


Groenlandia. Disecciona con la navaja del recuerdo mi
esternón: sólo hay escarcha.

II

Ser la otra te posiciona en dos categorías: la superior,


cuando eres novedad, la inferior, cuando eres comodín. No
sé si no me valoro lo suficiente o me siento muy sola.

III

Calidez admitida en besos y abrazos: las palabras,


accesorias para la excitación. Teatralidad del que reclama
piel ajena cuando la otra parte de la cama está vacía.

IV

Amor: mi nombre en tu boca. Y todo es falso. Opto por


callar. El silencio es más elocuente: entre tus brazos, sólo
siento.

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V

Besas y golpeas mi pecho. No hay dolor: fina capa de hielo


recubre un órgano latiendo l e n t a m e n t e , mentiroso.
Sólo mis tripas son honestas.

VI

Mi espalda. Es tuya. Vértebra a vértebra. Nervio a nervio.


Soporta tu peso. Soporta la hipocresía. Es lo único que
puedo ofrecer: no quiero entregarte un corazón podrido.

VII

Cadáveres. Mis huesos, mis músculos, mi piel, son


cadáveres en tus manos. No hay latidos: soy amor muerto.
Soy nada.

VIII

Mis entrañas se retiran del campo de batalla. Sábanas


mojadas: banderas blancas para la pecadora. Mi orgullo
herido. Saboreamos la derrota. Soledad resguardada en lo
más hondo de mí, masticándome las tripas, remordiendo
conciencia enjuagada con sudor.

Aspiro a imposibles.

ANA PATRICIA MOYA


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Óscar Varona es un escritor qu e nadie piensa que lo sea; un
bibliotecario que no se siente como tal; un perdedor... de tiempo que
ha pu blicado un libro de relatos titulado "Trémolo"; un bicho raro que
ha publicado algunos relatos en sitios tan dispares como Argentina ,
Estados Unidos y España; un fumador enfermizo que nació en Madrid
hace 36 años y que no ha visto mucho mundo todavía.

Cerdos

Vale… me da el típico mareo, el vértigo de siempre.


Hasta ahí todo normal, o al menos, todo dentro de mi
propia normalidad. Parece que el cerebro se da la vuelta
en mi cráneo y flota durante unos instantes en una
especie de líquido que antes no estaba allí, que me
impide fijar la vista en cualquier punto concreto. Como
digo, algo normal. Incómodo, sí, pero se trata de una
sensación que día tras día sufro varias veces.

Estoy a punto de caer al suelo, de dar con mis huesos


en el pavimento, pero consigo, no me pregunten cómo,
agarrarme tan fuerte a algo que pienso que mis nudillos
van salir por entre la carne. Son unos segundos eternos,
enfermos, pero unos segundos al fin y al cabo. La
sensación desaparece tan pronto como vino. Ni siquiera
me entran ganas de vomitar, como en otras ocasiones he
experimentado. Cierro los ojos, intento calmarme,
respiro fuerte y no suelto en ningún momento el anclaje
donde me aferro. Hasta ahí todo normal.

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Cuando abro los ojos, después de asegurarme que el
vértigo ha desaparecido completamente, percibo una
sensación extraña en el ambiente que me rodea. No sabría
cómo explicarlo y quizá no pueda, pero siento que algo ha
cambiado, aún sin notar grandes cambios a primera vista. Tal
vez se trate del color oscuro y tétrico que han adquirido los
edificios; quizá sea la luz tenue y apagada que ilumina un día
que antes era típicamente primaveral; puede que el terrible
hedor a cochambre que se instala con fuerza en mi nariz tenga
algo que ver. No lo sé, pero estoy seguro de que algo ha
cambiado. Intento no darle importancia. Necesito seguir
caminando. Giro la cabeza para ver dónde me había agarrado
en el momento del mareo. Y estoy a punto de soltar el mayor
de los gritos que este mundo ha escuchado. Veo mi mano
abarcar el brazo de una mujer de cuerpo perfecto y cabeza de
cerdo que permanece estática observándome, oliendo el
miedo que despido a través de su hocico cubierto de
mucosidades colgantes. Aparto la mano como si su brazo
quemase, pero mis piernas no responden y me impiden salir
corriendo de allí de inmediato. Miro a mí alrededor, pero sólo
estamos ella y yo. Nadie más camina por las aceras oscuras.
Incluso el silencio se torna ensordecedor. La cerda me mira,
me huele, incluso parece sonreír con esa expresión estúpida
que caracteriza a estos animales. Apesta como si mil
borrachos hubiesen vomitado encima de ella. El miedo se
apodera de mí, me impide pensar con claridad. Imposible
reaccionar.

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Un hombre de aspecto elegante y cabeza de cerdo se acerca
hasta nosotros sin que nadie le haya llamado. Se detiene y
puedo ver con claridad que su traje está completamente
cubierto de manchas cuya procedencia desconozco. Me quita
el cuaderno que siempre llevo conmigo; aquél en el que
escribo lo primero que se me pasa por la cabeza. Una sarta de
tonterías, sin duda. Pero son mis tonterías. Lo abre y lo hojea,
y a pesar del miedo y la sorpresa del momento, estoy a punto
de escupir una sonora carcajada producto de lo estúpido de la
escena. ¡Cerdos leyendo lo que escribo! Me contengo, o quizá
no tengo tantas ganas de reír como pensaba. Los dos, el
hombre y la mujer, leen por encima el contenido de mis
escritos, moviendo sus húmedos hocicos y dejando caer babas
viscosas de sus bocas cubiertas de heces. El cerdo cierra el
cuaderno y lo mete en uno de los bolsillos de su chaqueta. Ni
siquiera digo nada. No me da tiempo. Me agarra del brazo de
tal forma que el dolor se traslada al resto de mi cuerpo. Me
arrastra consigo. Miro atrás y compruebo cómo la cerda deja
de ser parte importante de la escena para concentrarse en un
pestilente cubo de basura.

Atravesamos calles donde más personas, si es que las puedo


llamar así, con cabeza de cerdo retozan en el barro o en la
suciedad que corre por las calles. Nadie parece darse cuenta
de nuestra presencia. A nadie le interesa. El cerdo vestido de
traje afloja la presión que sus dedos ejercen en mi brazo, pero
eso no significa que me suelte. Camina mirando al frente,

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mientras sus orejas bailan de manera graciosa por encima de
sus ojos sin vida. Su hedor es realmente insoportable.

Tras unos minutos interminables andando, llegamos ante lo


que parece una especie de fábrica. Sus puertas abiertas son la
antesala del infierno o algo peor. Entramos y empezamos a
recorrer pasillos donde la mierda y la suciedad se acumulan
sin que a nadie parezca importarle. Esto es un laberinto en el
que se tuerce aquí y se vuelve a torcer más allá, para
desembocar en otro largo y oscuro pasillo de hedor
nauseabundo. Me perdería, sin dudarlo, si me dejasen
completamente solo en este estercolero.

Entonces, llegamos a un hangar enorme, dividido por


plantas, cuyo final no consigo adivinar. Aquello es
sencillamente aterrador. Miles, o mejor dicho, cientos de
miles de personas con cabeza de cerdo permanecen sentadas
en sucias tazas de váter completamente desnudas y atadas de
pies y manos. No hacen nada, sólo comer alimentos podridos y
defecar. Vomito, no lo puedo evitar, ante la visión que se me
presenta y el poderoso olor que aguijonea sin piedad mi
cerebro. Cuando me incorporo, dos guardias me cogen de las
axilas y me levantan del suelo como si fuese un simple muñeco
de trapo. No protesto; no puedo. Me llevan a una habitación
donde me desnudan rasgando mis pobres trapos sin tener
ningún tipo de miramiento. Me tumban sobre una superficie de
hierro, tan fría que mi estómago se encoge al sentirla, y me
cortan la cabeza en dos tajos dolorosos sin puntería. La

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oscuridad es un todo absoluto durante unos pocos segundos,
el tiempo necesario para colocarme una de esas horribles
cabezas de cerdo donde antes tenía la mía. Lo sé porque,
aparte de sentir y tocar mi nueva identidad con mis propias
manos, noto cómo todos mis pensamientos e ideas comienzan a
evaporarse como el humo. Los guardias me agarran de nuevo
y me sacan de la habitación con violencia, no sin antes
contemplar por última vez la que había sido mi antigua cabeza
tirada en el suelo, bañada completamente en sangre negra.

Me conducen hasta una taza de váter donde un cerdo parece


haber reventado por dentro. Está muerto, de eso estoy seguro.
Lo apartan de un empujón y cae al suelo, para sentarme en su
lugar. Atan mis pies y manos con grilletes de hierro oxidado, y
acercan la bandeja con los alimentos podridos que mi
antecesor no ha podido ingerir. La mierda rebosa por el
inodoro, pero el asco comienza a no formar parte de mis
sentimientos ni a afectarme. Los guardias se van, pero es el
cerdo del traje manchado el que aparece de nuevo. Me mira,
me observa, me huele, me estudia. Finalmente, coge y saca el
cuaderno que tenía guardado en el bolsillo de su chaqueta, mi
cuaderno, y lo abre por una página en concreto. Lo lee
detenidamente con su estúpida expresión de animal y lo deja
sobre la bandeja de los alimentos poco antes de marcharse. Le
veo desaparecer entre cerdos defecando, nubes amarillentas
de mal olor y montones de mierda que se acumulan con el
paso del tiempo. Bajo la vista y me fijo en el cuaderno. Veo
unas letras que no reconozco como mías.

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“Ésta es la única mierda que producirás a partir de ahora”,
leo, y en ese preciso instante siento como mis tripas se
retuercen emitiendo sonidos guturales y mi culo expulsa
algo líquido que rebosa por mis piernas abajo.

(Madrid, 1982). Licenciado en Filosofía por la Universidad


Complutense de Madrid. Durante varios años establece su residencia
en Córdoba, donde participa con la editorial “La Bella Varsovia”. Ha
OSCAR11VARONA
publicado poemas en revistas como “El Coloquio de los Perros”,
“Radicales Libres”, “Poesía Salvaje”, “Narradores”, El laberinto del
Torogoz”, “Bar Sobia”, etc. Es creador, coordinador y colaborador
(Madrid, 1982). Licenciado en Filosofía por la Universidad
Complutense de Madrid. Durante varios años establece su residencia
en Córdoba, donde participa con la editorial “La Bella Varsovia”. Ha
publicado poemas en revistas como “El Coloquio de los Perros”,
“Radicales Libres”, “Poesía Salvaje”, “Narradores”, El laberinto del
Torogoz”, “Bar Sobia”, etc. Es creador, coordinador y colaborador
de la distribu idora de literatura libre “Shiboleth”. Ha pu blicado
“Manual de Instrucciones” (Poesía eres Tú, 2008)

El pensamiento es un arma,
noble y blanca,
que se afila con el uso
y que se oxida,
que se erosiona, que es roca,
el pensamiento es la soga y es la horca,
el pensamiento te eleva,
transporta tus sesos
y te hace poeta, científico,
número y letra,
el pensamiento te vive y te mata,
el pensamiento es un arma.

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Poema de “Manual de Instrucciones”

Se levanta la fama
con sus doradas alas
por encima del pobre
poeta maniatado,
no la buscan sus versos,
no la escriben sus manos,
no es su fin,
no es su meta,
ni es aquello que siempre
ha esperado,
pero allí se levanta la
fama
y el poeta se sienta a
escribir,
obligado.

JESÚS13SUAREZ
Cádiz (1984). Actu almente, vive en Jerez de la Frontera. Ha publicado
los libros de poemas Mi último verso (2006) y Tuyo y mío (2007); tiene
pendiente de publicación su tercer poemario aún inédito Dichosa
tarde en escala de grises (2009). Colabora asiduamente en revistas
literarias, tanto en formato electrónico como en papel. Ha participado
en el número 4 de la revista digital “El Margen” y en los nú meros 1 y
2 de la revista literaria Ohjas Sueltas, así como en diversos blogs de
temática literaria. Mantiene su Web personal y diario digital Ahora
que nadie nos ve en: www.antoniohuerta.es

Poemas de “Dichosa tarde de Escala de Grises”

Lunes, miércoles y viernes

Para la mujer más valiente del mundo

Empieza otra vez la rutina impar


del primer, tercer y quinto día
de la semana.
Subo a mi Volkswagen Polo,
pongo las llaves en el contacto.
Arranco. Meto primera.
Acelero y salgo a buscarte.

Surco una avenida llena de imperfecciones


que nadie arregla, doce semáforos
que amenazan con su luz ámbar,
siete rotondas, fósiles de seres
metalizados que nadie logra adivinar
y una pila de caballos de colores
agrietados por el paso gris del tiempo.

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Una vez cruzada toda la ciudad,
y tras discutir con aquellos
que se interponían con su torpeza en mi camino,
llego al hospital que tantas veces nos ha visto,
subo a la primera planta y observo el mismo cartel,
Unidad de Hemodiálisis.
Llego a nuestro punto de encuentro.

Tras esperarte diez minutos


apareces al fondo del pasillo,
con la tensión por los suelos
y cansada después del favor
que te ha hecho la máquina,
filtrando cada gota de tu sangre.

Tardo poco, dices, y entras a cambiarte,


cuando sales una sonrisa escondida aflora,
me agarras del brazo y volvemos al coche.

Es viernes, quizás un milagro


rompa esta triste rutina,
si no fuera así ya sabes,
te espero en nuestro lugar de encuentro,
a la misma hora de siempre.

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Se busca poeta, precio a convenir

Musa con buena presencia busca


poeta desesperado, con versos huérfanos,
de ágil pensamiento,
con el corazón plagado de heridas.

Un desastre en el amor
y hábil en el noble arte de la cama,
con al menos un centenar de amantes
despechadas a su espalda,
que rinda culto al sol, a sus atardeceres,
que despierte con un verso
bajo la almohada
y lo tatúe a besos antes del desayuno.

Poco puedo ofrecer a cambio,


salvo una caja de Termalgin
cada dos meses y una historia
que jamás escribirás sin mi ayuda.

16 HUERTA
ANTONIO
Getafe (Madrid, 1957). Cu entista aeronáutico, algunos de sus relatos
sobrevuelan en llamas en una decena de antologías. “Premio de
narrativa villa de el escorial 2007”, “Una imagen en mil palabras 2008”
y “La lectora impaciente 2009”. Colabora en diversas revistas
literarias: “El descensor”, “Color albero”, “Al otro lado del espejo”,
etc. Ha publicado un libro de relatos, “Nieve en la habana”, y participa
en los cursos de narrativa del centro de poesía José Hierro. Mantiene
un interesante blog personal: http://imaginelebowski.blogspot.com.

En busca de un abrazo a medianoche

Entonces me abrazo a él, y me acuna, con infinita


paciencia, con su pecho en sordina retumbando en mis
oídos, hasta la medianoche, en la que los dos caemos
como ruinas dormidas. Con el amanecer, resucitan las
soledades. Él me mira y finjo que aún duermo. No me
acaricia, no me besa en los labios. Rehúye mi aliento
séptico. El hombre que esta noche ha dormido a mi
lado, se levanta de la cama con la boca pastosa, con el
pene fláccido. Oigo cómo abre el grifo de la ducha, su
tos de nicotina, sus arcadas. Mi cerebro es una esponja
hinchada que me oprime las paredes del cráneo. Mi
estómago una cloaca. Mi sexo un animal disecado. Me
aprieto los ojos con las palmas de las manos. Los hundo
en sus cuencas hasta que me hago daño.

No sé cómo se llama el hombre que ha dormido a mi


lado. No se lo pregunté y él tampoco me lo dijo. No
importa. No es guapo, ni sexy, ni tiene un cuerpo de
estatua griega, esos son caprichos de gourmet. Me

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gustó porque bebía solo y fumaba cigarrillos de tabaco
negro.

¿Me invitas a una copa? - le dije.

Compartimos una botella. Y luego otra, y luego un beso


en un callejón sin luces. Y una pensión de paredes
desconchadas. Y un catre que olía a peces muertos. No
hubo sexo. Sólo caricias torpes y un abrazo a
medianoche. El hombre que durmió a mi lado, sale de
la habitación sin despedirse, arrastrando los pies como
un zombi. Vomito sobre la almohada. Crujo como una
hoja seca. Cuando huimos de la soledad, lo peor es la
resaca.

ENRIQUE 18PORTILLO
Belalcázar, Córdoba (1958). Escritor y poeta. Ha publicado los poemarios
“Lo que Arde \ Sueño del Herido” (con fotografía de Juan José Romero y
prólogo de Jesús Alcaide) y “El La berinto Sentimental” (editado por
Litopress, con prólogo de Alberta de la Poza).

La realidad

La realidad es un perpetuo desmonoramiento


¡apúrate!
un mundo donde no se puede entrar
¡la lucha!
la auténtica realidad son las ideas y las palabras
¿sabes?
sólo que la una confunde a la otra
con el pretexto de los ingredientes
…podría ser.

¿Cuánta sensibilidad cabe en una persona?


nunca se espera a nadie

Realidad es pánico
es inconformismo
es incompatibilidad con el sentimiento

Es toda tu historia

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Algunas veces llueve
…¡cuánta soledad!

Realidad es vivir… y soñar


y amar
y ser amado

Realidades son tus mentiras


y tus verdades

Escríbelo bien
y no olvides nunca

Pero realidad también son tus errores


y fantasmas
y ansiedades

Despertarte en estado de horror


recordando algo sobre algo

Realidad es una gallina empapada en ginebra


una perdiz y un peral

Realidad es… escribir poemas fuera del cementerio

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De los diez a los veinte

A ti,
¿te han golpeado fuerte
desde, digamos
los diez
a los veinte?

¿O te han encerrado semanas en un agujero?

¿No?

Entonces nunca podrás entenderme.

Por ahí dicen


que nadie puede morir dos veces
y con veinte ya estaba yo muerto

…ahora soy inmortal

ENRIQUE FUENTES-GUERRA
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Vitoria, 1983. Escritor y lector de Bukowski, Palahniuk, Puertas, Kerouac,
Dovtoieski, Fante, Reverte, entre otros. Colabora en varias páginas y blogs.

Jubilado

Al fin llegaba al parque de al lado de mi casa, que divide


y diferencia las dos partes del barrio: la parte noble y la
parte humilde y desamparada. Me dirigía hacia la
segunda cargado de dos bolsas de supermercado llenas a
rebosar, suspendidas una de cada mano y esquivando
hábilmente los excrementos de perro espaciados cada
pocos metros.

Estaba próximo a mi calle cuando percibo una música


salida de una caja de zapatos, oteo a mis flancos y atisbo
a un señor de avanzada edad sentado en un banco
rascándose furiosamente la entrepierna. Conforme se
acercaba la radio a su oído izquierdo, con su mano
derecha se frotaba vigorosamente sus partes.

Poco a poco pero con paso firme y decidido me acerco


más a aquel sujeto cuando, de repente, veo a una mujer
alta, de tez negra y cabello recogido doblando la esquina
y yendo en dirección hacia aquel jubilado. Parece
africana.

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Cada vez comprendía menos la situación, era un tanto
dantesca.

Me detengo cerca del umbral de un portal, dejo las


bolsas en el suelo y simulo que estoy hablando por
teléfono móvil. Nadie parece percatarse de mi presencia.

El señor le hace un sitio a su derecha como buen


caballero y la señorita le corresponde con un beso en los
labios.

- ¡Hija de puta, llevo media hora esperándote! - le


abronca el viejo.
- Lo siento, cariño.
- Cariño, y una mierda, vete a tomar por el culo.
- Discúlpame.
- Vete descontando...

La joven le coge sutilmente la radio y se la apaga. Se saca


un pequeño peine del escote y le empieza a peinar las
pocas canas que le quedan al señor.

Comienzan a hablar en un tono alto sin llegar a discutir, y


cuando el viejo comienza a alterarse, la morena entrelaza
su pierna con la del anciano y éste le empieza a sobar la
cara interna del muslo.

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No doy crédito a lo que está ocurriendo; me pellizco el
lóbulo de la oreja derecha para comprobar si estoy
sufriendo algún tipo de paranoia (por otra parte habitual
en mí) o estoy siendo testigo directo de la escena.

Se percatan de que ya tienen a un grupo disimulado de


mirones alrededor de ellos y una legión de voyeurs
apuntalados en las ventanas contemplando atónitos el
espectáculo. Dejo de parecer un gilipollas y cierro la
tapa del móvil, poniendo fin a la conversación ficticia que
iba prolongando en el tiempo.

- Vámonos de aquí - le exige el viejo.


- No cariño, aquí se está bien.
- He dicho que nos vamos.

El señor le coge de la mano a la mulata y le hace una seña


indicándole la parada de autobús que se encuentra
situada en la acera de enfrente. Se dirigen hacia ella, y
sentados en el asiento de la marquesina, siguen dándose
muestras de cariño; besos con lengua, toqueteos varios,
etc.

El autobús no demora mucho en llegar, el viejo caduco le


deja pasar delante de él para no perderse la panorámica
de ese culo moldeado.

- ¡Zas!

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Le pega un cachete en su trasero que retumba en toda la
manzana. La negra ni se inmuta.

Ambos enseñan sus respectivas tarjetas al conductor, una


de extranjera y otra de jubilado. Se acomodan en las
poltronas traseras del autobús y el chófer cierra las
puertas.

Toda la muchedumbre comienza a disgregarse; meto la


llave en la cerradura de la puerta de mi portal y logro
alcanzar a ver a la negra obsequiándonos con el dedo
corazón en un gesto obsceno.

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DANIEL GARCÍA
Autor inédito con dos libros de relatos. Estos han sido
publicados en blogs como “Crónicas para decorar un
espacio” (de Alfonso Xen Raba nal), “Hankover \ Resaca” (de
Vicente Muñoz Álvarez y Patx i Irurzun), “Esto no es una
película, amigo” (del poeta David González), etc. También ha
publicado en diversas revistas y fanzines como “Al otro lado
del espejo”, “Narrativas”, “Cruce de Caminos”,
“Groenlandia”, “LaFanzine”, etc.

El drogadicto

“El Chutas” le llamaban sus colegas de aguja porque era


el yonki más tirado del barrio. Se había ganado el mote a
base de miles de pinchazos repartidos por todas sus
venas. No obstante, gozaba de cierto prestigio, ya que en
su día fue un destacado guitarrista de jazz. Los que le
conocían de entonces, le guardaban cierta admiración. El
Chutas realmente se llamaba Carlos, aunque ya nadie le
conociera por su nombre… aquel día en la calle, Carlos
acechaba a una anciana que confiada sacaba dinero de
un cajero automático. Vio que aquel era el momento de
actuar. No había nadie por los alrededores que pudiese
acudir en ayuda de la anciana. Cruzó la calle mirando a
ambos lados, mientras sacaba su revolver. Se colocó al
lado de la vieja y apretando el cañón contra su vientre,
le pidió amablemente que sacase el máximo permitido
por su tarjeta de crédito. La anciana aterrorizada no
opuso resistencia e hizo todo lo que Carlos le ordenó. Le
entregó el dinero y las pocas joyas que llevaba (un anillo
de matrimonio y unos pendientes baratos). Después
abandonó el sitio sin dar la voz de alarma. Carlos la
había advertido de antemano y la anciana, aunque muy

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asustada, se sentía afortunada de haber salido viva de la
experiencia. Carlos corrió con el botín en sus bolsillos y
se refugió en un oscuro y húmedo callejón para
contabilizar la suma de sus ganancias. Entonces apareció
aquel mamarracho. Iba vestido de superhéroe, con
leotardos naranjas, botas rojas de goma, capa bermellón
al vuelo, camiseta extra ajustada (a juego con los
leotardos) con un relámpago estampado en el pecho,
además de una ridícula máscara que ocultaba su rostro.
El tipo era bajito y rechoncho, con una prominente
barriga a la que apenas cubría la camiseta.

- Detente, malvado ratero – dijo el superhéroe con un


marcado acento gallego.

Sin duda era un trastornado escapado de algún


psiquiátrico, pensó Carlos.

- Muy gracioso… – dijo Carlos sin dejar de contar los


billetes - ¿Te has escapado de una fiesta de disfraces o
qué?
- He visto lo que le has hecho a esa pobre señora - añadió
el superhéroe, sin dejar nunca el acento gallego.
- Eso no es asunto tuyo, pelele – dijo Carlos a modo de
contestación.
- ¡Soy Relámpagoman! Y estoy aquí para combatir la
injusticia – Anunció el superhéroe, poniendo los brazos
en jarras.

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- Pedoman, como me sigas tocando los cojones, voy a
enfadarme contigo - le advirtió Carlos, guardándose el
dinero en la entrepierna.
- Prepárate para luchar - gritó Relámpagoman, con ese
condenado acento gallego, mientras ensayaba una
postura marcial.

Carlos sacó el revolver y lo puso a la vista diciendo:

– Mira fantoche, me caes bien y no quiero hacerte daño,


pero como me obligues no dudare en vaciar el cargador
¿Me has entendido?

El superhéroe se echó a reír, con una risa fingida que


sonaba de lo más peliculero y dijo:

– No le temo a las balas, soy inmune a ellas… además


poseo otros superpoderes, así que es mejor que te rindas
y aceptes tu castigo.

Carlos no sabía si echarse a reír o empezar a disparar.

– Porque me haces gracia, que si no... – señaló con tono


condescendiente.
– Está bien… tú lo has querido… - replicó Relámpagoman.

Extendió su brazo derecho con la palma de su mano


abierta, apuntando directamente a Carlos.
Increíblemente, de su mano surgió un zigzagueante rayo

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luminoso que le alcanzó de lleno, dejándolo K.O. Horas
después, encontraron a Carlos a la entrada de la
comisaría, atado de pies y manos y un pelín chamuscado.
Junto a él había un sobre que iba dirigido a todos los
criminales y delincuentes locales. La carta advertía a
todos de que a partir de entonces, la ciudad sería
patrullada por un nuevo superhéroe y que ningún delito
quedaría inmune. La firmaba: Relámpagoman… tiempo
después, Carlos les contaba la historia a sus colegas:

- Vosotros reíros, pero por culpa de ese hijo puta yo me


he pasado una larga temporada en la trena y os juro por
mi madre que es lo que más quiero, que ese cabrón,
además de tener un acentazo gallego que te cagas, le
salían relámpagos por las manos.

Sus colegas se partieron el pecho de risa y él añadió.

- Relámpagos. Os lo juro, le salían relámpagos…

PEPE PEREZA
29
Ángel Muñoz Rodríguez (Leganés, Madrid). Poeta, escritor.
Le fascina la fotografía y la poesía de David González, José
Ángel Barrueco, Bukowski, Ginsber, Vikenoong, Panero, Ezra,
Lars, Hulden, etc. Ha participado en una exposición poético-
fotográfica y en recitales. Sus textos han aparecido en
diversas revistas y fanzines, así como en algunos blogs.

Fuga

Delante de mí,
hoy,
una chica joven
ha dejado que su bebé,
apenas tenía veinticinco días,
aterrizase sin paracaídas
en las escaleras del Ayuntamiento
(si, has oído bien, ha elegido el Ayuntamiento)
y rodase tres o cuatro escalones,
como si quisiese
con sus escasas fuerzas huir de ella.

De los presentes
ninguno se arrimó a recogerlo,
ni siquiera la madre,
que fruto del colapso,
no era capaz de romper a llorar
pese a tener congestionadas

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las pupilas.

Me agacho rápido,
palpando su cabeza golpeada
por si hubiese un daño mayor.
El crío braceando
y con mucha energía,
trata de librarse de mis manos.

Se lo devuelvo a la chavala,
apenas quince tacos,
con el consejo
de que lo acercase al médico.

Yo creo que le dieron igual mis palabras.

Con el móvil en la oreja,


y ya recuperada,
hablaba con alguien
sobre el último capítulo
de "Sin tetas no hay paraíso"
y lo bueno que estaba el Duque.

Seguro que el bebé,


la próxima vez,
se asegura,

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antes de huir,
que no haya nadie
para frustrar su fuga.

32 MUÑOZ
ÁNGEL
Luis Amézaga (Vitoria, 1965). Colabora en diversas revistas literarias, así
como en distintas antologías de relatos y poesía. Autor de “El Caos de la
Impresión” (Madrid, Vitrubio), “A Pesar de todo… adelante” (Canarias,
Baile del Sol), “Dualidad: onda \ partícula” (Premio Literario Café Mon
2008), “Bolsa de Canicas” (premio de la Revista Literaria Katharsis 2008),
“El Gotero” (Revista Groenlandia) y “La mitad de los cristales”, escrito de
forma conjunta con el poeta Adolfo Marchena.

En voz baja

Las realidades se expresan mejor en el escenario espacial.


Cuando despachan al que nos precede nos colocamos primeros
de la cola. Miramos atrás, y vemos a gente que piensa que
nunca le llegará su turno. La muerte es un trámite burocrático
que siempre le ocurre a otros. Nosotros somos testigos, estamos
aquí para contarlo con la pasión del cronista taurino, con más o
menos literatura. Pero al encontrarnos ante la ventanilla, ya no
recordamos por qué un día nos colocamos en la fila.

Cada noche precisamos cargar las baterías del aparato


neurológico para evitar el mal funcionamiento. Cada noche
ensayamos el descontrol, la pérdida. Los sueños son el taller de
reajuste donde se baja la persiana a los sentidos y
desconectamos el motor de arranque. Amanece cuando
despertamos. Ni antes, ni después. La factura la pagamos sin
conocer detalladamente la labor realizada. El desguace nos
aguarda para dar paso a nuevos modelos. Podemos circular con
el ánimo de ser un vehículo exclusivo de ilimitada duración, o
circular pensando en el desarrollo de la industria. Al final el
Hombre sólo es uno, por muchas versiones y unidades que se
saquen al mercado.

33
Pasa sin llamar

He visto desaparecer vidas que estaban aún forjando una


trama. Por qué la tuya o la mía iban a ser distintas, dando
tiempo a realizar nuestros proyectos. La última página
puede que se esté escribiendo en este momento y no espere
a un desenlace brillante. Por el hecho de que no haya
caducado tu pasaporte, no significa que vuelvas a viajar.
Que no hayas pagado la hipoteca, no significa que tu
permanencia sea segura. Que tu última analítica estuviera
perfecta, no implica que seas invulnerable. Tu pensamiento
se puede truncar en cualquier instante y la gente no dejará
por ello de pensar.

34
LUIS AMÉZAGA
Nacida en Zamora, España. Trabajadora de la palabra. Colabora en
diferentes medios como freelance y su voz puede encontrarse en
formatos digitales, blogs y revistas literarias (como “almena”). En marzo
recitó con las 23 Pandora, de la mano de su antólogo Vicente Muñoz
Álvarez. Su opinión y pensamiento aparece en artículos del magazine de
la vanguardia. Con el músico Juan Lu is Santana ha colaborado aportando
letra a sus composiciones y en numerosos conciertos ha recitado sus
poemas con acompañamiento coral. Posee tres poemarios: “Respira y
luego dime que estás vivo”, “Nadie dirige a las palabras”, y “No frenes
la lengua de los pájaros”. En su bl og se pueden encontrar otros textos de
su autoria: aquinohaycerraduras.blogspot.com.

Poema de “No frenes la lengua de los pájaros”

El secuestrador de pensamientos

Mil años tendrías que vivir


para contar las palabras que conquistaron tu
ausencia
desidia con la que contemplo
lo ganado y lo perdido
con la que exprimo
las soledades que afligen a mi estómago
a mi sexo pleno, sin tus sobresaltos matutinos.
Ahora, lo expongo al azar
sin tragos de fervor
madurando silencios.
Mil besos tendrías que derramar
para contar las veces que te hundiste en mis versos
siniestros interrogantes que me torturaban
y que ahora,
martillean tu derrota
suplican perdón...

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Yo no perdono
no la perversión
no al que pretendía vaciar mis recuerdos.
El secuestrador de pensamientos
tendría que vivir mil años más
y agotar su llanto
su semen
su sudor
y agotar sus alaridos de animal desahuciado
para violar, un solo segundo de mis silencios.

36
BEGOÑA LEONARDO
Roberto Arévalo Márquez (Madrid, 1983). Apasionado de las letras. Ha
escrito nueve novelas, cuatro de ellas publicadas a través de Bubok,
destacando una trilogía que está a pu nto de concluir. También ha
participado en varios certámenes de relatos de dicha página de
autoedición, para editar una futura recopilación de los mejores. Hasta
la fecha, participa en ese proyecto con dos de sus relatos. Asimismo,
también ha colaborado con diferentes revistas como “Remolinos”,
“Cruce de Caminos” y Webs como Relatos Sorprendentes.

No me temas

No me gusta que la gente me mire de ese modo, con


miedo, asustada, con asco, aunque entiendo que pueda
sentir eso con sólo tener mi presencia cerca. Hace mucho
tiempo yo era igual, cuando veía a alguien de dudosa
apariencia, me alejaba, reclinaba la cabeza y procura
pasar desapercibido. Tal vez por eso no me gusta forzar
ninguna situación. Simplemente extiendo la mano, sin
mirarlos a los ojos, y pido caridad, que quien me la quiera
dar, bienvenido sea... y el que no, pues nada. Pero aquel
día era distinto. No quería una limosna. Sólo hablar.

Por eso me subí a ese tren. Era temprano y afuera hacía


frío, y pensé que dentro de uno de los cercanías estaría
mucho más resguardado. Apenas había gente en la primera
parada, tan sólo algunos hombres con los ojos cerrados
intentando alargar sus horas de sueño antes de empezar el
trayecto, y luego estabas tú, con los ojos bien abiertos
mirando tras el cristal.

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Me acerqué lentamente, con mis ropas rotas, mi barba
desaliñada y oliendo mal - lo sabía - , y en cuanto tú
percibiste mi presencia te pusiste en guardia. Lo noté al
momento, cuando me senté enfrente de ti, sin aún haberte
dicho nada. Procurabas evitar cruzar la mirada, estabas firme
y agarrabas la mochila con más fuerza por si tuviera la
intención de quitártela. Y yo, contemplándote, percibí tu
miedo mientras en mi interior replicaba la misma súplica de
siempre: no me temas.

No me atreví a saludarte al verte así, pero quería hablar. Por


eso, cuando las puertas se cerraron tras el sonido del silbato,
suspiré y comenté al aire para romper el silencio reinante.

- Vamos, ¡corre como el viento que no llegamos!

Tú no me miraste directamente, sólo de reojo evitando por


cualquier medio que yo lo notase, y ya, con sólo aquella
frase, habías podido entender que mi estado de embriaguez
podría jugarte una mala pasada. Seguro que pensaste en
cambiar de sitio, pero por una extraña razón no lo hiciste.
Supongo que confiarías que en la próxima parada alguien se
pondría cerca.

El tren viajó a la velocidad de siempre, muy rápida para mí,


lenta para ti, y cuando llegamos a la siguiente estación, tus
ojos se fijaron en la puerta implorando a los nuevos viajeros
que acudieran en tu ayuda, a pesar que yo no te estaba
diciendo nada, sólo te miraba. Subieron cuatro mujeres, dos
niños y un hombre mayor. Pero todos se fueron para el otro

38
lado del vagón, dejando nuestra zona aún sin más compañía
que la que nos prestábamos mutuamente. Sí, amigo – pensé -
no vienen aquí porque estoy yo, y entonces te hablé.

- ¿Qué, al trabajo?

Pero tú no contestaste. Me miraste, extrañado porque te


preguntase, y asentiste con desdén para volver tu mirada
hacia la ventana. Aunque a mí no me valió esa respuesta. No
te iba a hacer nada, ni tampoco te iba a robar. Sólo quería
hablar con alguien después de pasar una noche a la
intemperie pasando frío. Conversación, nada más ¿Acaso
tanto te costaba? ¿Tanta crisis hay en el mundo que hasta las
palabras valen dinero?

Yo proseguí como si tal cosa intentando no darle importancia.


Aunque no querías responder, yo continuaría la
conversación. Sabía que estaba hablando solo, que estaba
contando mi complicada noche al aire, pues tú seguías
mirando a la ventana y sólo me dedicabas tímidos gestos a
modo de respuesta, como si me quisieras decir que sí, que
me estabas escuchando aunque no era lo que más te apetecía
en ese momento.

- ¿Alguna vez has dormido en la calle? - te pregunté y tú por


fin dijiste algo. Un monosílabo, rotundo, contundente, pero
fue algo. Negaste con firmeza antes de regresar al paisaje
que apenas se percibía tras el cristal, pues la noche aún era
densa y el interior del vagón se reflejaba en la ventana.

39
A mí me bastó ese "no" para sentirme escuchado y alargar así
mi conversación, contándote ahora la suerte que tenías y la
mala racha que atravesé, la que me llevó a la calle y al
alcohol, y mientras, tú te fuiste poniendo más nervioso. No
dejabas de mover las piernas, seguías abrazado a tu mochila
(ahora con más fuerza) y tu mirada iba haciendo un recorrido
por los asientos vecinos en busca de alguien que te ayudase.

Llegamos a la tercera parada y otra vez lo mismo. Nadie se


sentó con nosotros. Seguíamos juntos. Yo cansado de sentir
que hablaba solo y tú aún más nervioso.

- No te voy hacer nada – finalmente confesé con la voz


quebrada - no te voy a robar ni pedir nada. Sólo quería
conversar un poco hasta que lleguemos a la última parada – y
entonces tú mentiste.

Me dijiste que no tenías miedo, cuando no se podía expresar


más en esos ojos negros, y te excusaste en que estabas
cansado. Habías dormido mal la noche anterior. Yo celebré el
hecho de que contases algo más que ese "no" o los gestos que
me dedicabas. Por primera vez me regalabas una frase
completa, aunque luego volviste a la misma situación: tus
piernas con ese telele, tus manos anudadas sobre la mochila
y tu mirada ahora detenida en el techo. Entonces metí la
mano en mi bolsillo y saqué un llavero.

No sé por qué lo hice, era tonto y absurdo, pero no se me


ocurría otra cosa para que cambiases la rigidez de tu cuerpo.
Lo extendí y te invité a que lo vieras al tiempo que te contaba

40
una batallita que me acababa de inventar. Aun así eso no fue
suficiente y tú persististe en tu miedo mientras en mi mente
empezaba a replicar cada vez con más fuerza aquello de: no
me temas.

No tocaste el llavero. No lo cogiste por temor a que fuera una


treta para pillarte desprevenido, o lo mismo por si te
contagiaba algo. No lo sé. Lo único que aún recuerdo es que
en ese momento me sentí más pobre de lo que ya era. Ya no
pobre de dinero, sino pobre de afecto, de cariño, de
compañía... tal vez una pobreza que pesa más que la primera.

En la cuarta parada subió mucha más gente, demasiada como


para que pudieran evitar sentarse con nosotros, lo cual te
alegró. Lo noté en tu mirada. Un señor de traje elegante y una
chica con su reproductor de música a todo volumen. Y en la
quinta, la seguridad del tren apareció. Me pidió el billete,
que evidentemente no tenía, y después me invitaron a
marcharme. Pero yo no quería. Afuera aún hacía mucho frío y
en el tren se estaba caliente. Además, quería hablar contigo,
distraerme un poco...

Al final los dos hombres de seguridad me agarraron de los


brazos bajo las miradas de todos los presentes, quienes
entonces ya no tenían reparo en mirarme. Me empujaron y me
llevaron hasta la puerta del tren mientras me amenazaban. Y
aunque esta situación ya se había repetido en muchas
ocasiones, hasta tal punto que no era novedad, me bajé
entristecido, pues segundos antes te oír comentar con alivio:

41
- ¡Por fin se va!

Me dejaron tendido en el andén, con el viento golpeándome


en la cara y con mi pensamiento torturándome una vez más,
aquél que imploraba que no me temieran. Me abroché mi
roída chaqueta manchada, metí mis manos en los bolsillos y
encontré un euro de mi última limosna. Así que me marché de
la estación, a ver si encontraba algo de alcohol que me
hiciera olvidar mi triste suceso. Lo mismo comprando,
alguien me daba conversación.

42
ROBERTO ARÉVALO MÁRQUEZ
Adolfo Marchena (Vitoria, 1967). Codirige la revista “Amilamia”, junto a
José Luis Pasarín Aristi, con quien publica, en 1992, el libro de poesía
“Cartapacios de Lu cerna” (Ediciones Libertarias / Prodhufi). Ha
publicado en revistas literarias impresas y digitales, como “Cuadernos
del Matemático”, “Río Arga”, “Groenlandia”, “Turia”, “Los Cuadernos
del Sornabique”, “Letralia”, “Océano”, “Haritza”, etc. Ha publicado el
libro de poesía “Proteo; el yo posible”. Sus poemas han sido traducido s
al alemán, francés, euskera y árabe. Ha publicado recientemente dos
libros digitales: “La reconstrucción de la Memoria” (Groenlandia, 2008)
y “Planta de Neurocirugía” (Editorial Remolinos, 2008).

A mi padre

Te vi de joven en las acequias

bordeabas el camino como

saltimbanqui disparando

con una carabina

a los leones

que se pierden en nuestros cabellos.

Me acordé de Corso

de una generación

de las enfermedades venéreas

de la guerra civil.

Tú eras un niño en mis manos

y los muertos de las cunetas

tenían todos el mismo nombre,

43
eras la alpargata de un cura

que nunca se confesó.

Ahora ya no distingo entre el poema

y el libro de recetas de cocina,

ahora que la declaración de la renta

me ha hecho humano.

Y los leones recorren mi cuerpo

y lo infantil en mí vuelve como harapo

y sé que tuviste nombre

que volaste a dos mil metros

por encima de la cornisa

cuando no existía la enfermedad

ni existía el remedio.

44
I

Amenaza detrás de la puerta

escondidos como vasos barrocos

francotiradores bailan tutú

buscando la destreza del paso

en la luna encarnizadas

batallas de poetas fragmentando

moldes al atardecer como presagio

de un catarro sucedáneo del poema.

45
II

Buscando salir en la película en b/n

haciendo acopio de las necesidades

buscando el laberinto en versos

alejandrinos lejanos el pueblo

en sus puestos vendiendo hortaliza

siempre fue así, se dicen, se calman

los unos a los otros como los poetas

arremetiendo contra la molécula

del tanque y los molinos de viento.

ADOLFO 46
MARCHENA
ÍNDICE

A na P at ricia Mo ya
El amor ( o de pre sión i nnece saria) ( poe ma) 3
Tr i pa s ( poe ma) 4

Óscar Varona
Ce rdo s (r ela to) 6

J e sú s S uáre z
Si n tí tulo (poe ma) 12
Si n tí tulo (poe ma) 13

A nt on io H ue r t a
Lune s, miér cole s y vier ne s ( poema) 14
Se busca poe ta , pre cio a convenir ( poe ma) 16

A nd r és Po rt il lo
En busca de un abra zo a me dia no che (re la to) 17

E nr i q u e F ue n t e s - Gu err a
L a rea li dad ( po ema) 19
De lo s díez a l o s ve in te ( poe ma) 21

D a n i e l Ga rcí a
Ju bila do (re la to) 22

P ep e P er eza
El dr o gadic to (r ela to) 26

Á ng el M uño z
F u ga (poema) 30

Luis Amézaga
En v oz baja (pro sa irre fle xiva) 33
Pa sa sin lla mar ( pro sa irr ef lex iva) 34

B eg o ña L eo na rd o
El sec ue stra dor de pen sa mien tos ( poe ma) 35

Roberto Arévalo
N o me tema s (rela to) 37

A do lf o M a rc he na
Si n tí tulo (poe ma) 43
Si n tí tulo (poe ma) 47 45
Si n tí tulo (poe ma) 46
SUPLEMENTO DE GROENLANDIA NÚMERO SEIS (Noviembre 2009 \ Febrero
2010)

Diseño: Ana Patricia Moya Rodríguez


Directora: Ana Patricia Moya Rodríguez
Edita: Revista Groenlandia

Han participado en este número: Ana Patricia Moya Rodríguez, Óscar Varona,
Jesús Suárez, Antonio Huerta, Andrés Portillo, Enrique Fuentes-Guerra, Daniel
García Ramírez, Pepe Pereza, Ángel Muñoz, Begoña Leonardo, Adolfo
Marchena, Luis Amézaga, Roberto Arévalo, Juan José Romero y Luis Sevilla. Las
fotografías pertenecen a Ángel Muñoz (portada y contraportada, páginas 25, 29,
32, 45-46), Juan José Romero (2, 5, 8, 11, 13, 16, 21 y 36), Ana Patricia Moya (42)
y Luis Sevilla (18, 34, 39 y 48).

Todas las obras – relatos, poemas y fotografías – pertenecen a sus respectivos


autores. Todos los contenidos de esta publicación, desde el número cero, están
protegidos. Este suplemento \ especial se presenta junto a la revista de número
correspondiente. Groenlandia expresa que, para proteger nuestra cultura, es
esencial proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un
trabajo de imaginación y esfuerzo únicos. Groenlandia aboga por la total
libertad de expresión sin censuras.

Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de


esta publicación en cualquier medio. Esta publicación forma parte de la Revista
Groenlandia número seis. Todas las obras, desde el número cero, están
protegidas.

48
DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2008
49

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