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Elefante Blanco

Longo

“ELEFANTE BLANCO”

1 ­ LA NOCHE DE LAS RATAS

El joven uniformado espera. Tiernamente espera. Acaricia su fusil y su mirada el


horizonte. Sus labios sonríen. Suavemente. Acaricia su fusil. Silencio. Murmura algo
inentendible. El viento. Acaricia el fusil. Lentamente. El sol se esconde en las entrañas de la
meseta salada. Lentamente. Se hiela. El cinc. Las calles fantasmales sólo las recorre el viento. Las
campanas llaman. Es la hora.
Todo oscuro. La noche. Las calles. El otro. El joven enciende su linterna. Una. Dos. Diez.
Cientos de luces se encienden. Las ratas corren asustadas. Golpean el cinc. PUM. La luz corre. El
joven corre. La rata corre. Un golpe. Dos. PUMPUM. Un grito. Cien gritos. Las ratas corren. Se
chocan entre ellas. ¡NO!

PUMPUMPUMPUM

Los cuerpos calientes salpican las paredes oxidadas. Una luz. Corre. Corre. Corre.
Huye. Escapa. ¡Corre te digo! La cola de la rata. Tirita. La luz.
Suavemente la acaricia. De miedo. Tirita. Silencio.

La luz se apaga.

PUM

Nadie vio nada. Las nubes bajaron cubriendo la meseta de densa atmósfera y cerraron
las puertas de la fábrica.

2 ­ BAJO CIELOS DE LATA

Nubes no ves, sin embargo gotea gota tras gota. Asfixia la humedad que se trepa paredes al techo
con sus largas uñas que crujen y chillan en medio del silencio. Suda el cielo su acuarela de óxido y los
colores parecen perderse por las canaletas de desagüe, evaporarse y confundirse con el viento caliente que
trayendo lamentos de más allá del desierto, se mete espía por los poros del cinc.

CIELO:
Había terminado de lavar las sábanas...

BAHÍA:
Los platos, lavaste los platos.

CIELO:
Por eso, y me di cuenta que estaba sola. La brisa dialogaba bajito con las sábanas...

BAHÍA:
Los platos, lavaste los platos.

CIELO:
...y bailaban enamorados...los platos con las lozas y las cucharas. Sola. Ni un alma. Y el
sol partiendo la tierra y penetrando en mi sangre con sus rayos. La transpiración me corría por
todo el cuerpo y se me pegaba a la ropa, me ardía la sangre mamá. Es allí en que me doy cuenta
que ya no había agua, entonces agarro una palangana y me voy hacia el pozo donde aquel día
papá... ¿Por qué no se puede hablar de papá?

Su madre deja de abanicarse y gira su cabeza con furia. Silencio. Vuelve a abanicarse.

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Descubrí que ahora hay un duraznero. ¿Le gustan los duraznos? Me encantan, ya con
sólo verlos a una se le deshacen los labios. Su piel con los colores del amanecer y su carne
jugosa que dan deseos de hincarle los dientes y morderlo, estrujarlo, abrazarlo y todo el jugo
que acaricia los dedos, los brazos haciéndote cosquillas suavemente, y cierras los ojos y su
aroma queda impregnado en tu cuerpo y su sabor no puedes quitártelo de los labios. ¿Cómo
puede ser posible que en lo profundo de una tierna y jugosa carne se esconda un duro corazón?

BAHÍA:
Cómo se nota que nunca conociste a tu padre.

CIELO:
Ya no hay duraznos, siquiera los recuerdan, algunas creen que nunca existieron. He
escuchado a las mujeres decir que hay cajones guardados bajo las camas de...

BAHÍA:
No entiendo de qué carajo me estás hablando.

CIELO:
De la música de sirenas, sirenas ancianas que tejen una música melodiosa, de eso te
estoy hablando.

BAHÍA:
Estamos en pleno desierto con un cielo de lata arriba que se derrite sobre nuestras
cabezas y un infierno de cemento que quema y seca las plantas.

CIELO:
¿De qué plantas me habla si esto está pelado?

BAHÍA:
De la planta de los pies, estúpida.

Canta Cielo intentando imitar a las sirenas.

CIELO:
La música era hermosa y por momentos creí volar en la melodía hipnótica que
aceleraba mi corazón mi pulso transformaba todo el jardín siniestro en un sueño y el techo se
cerró en un negro profundo aire asfixiante que estrangula las vértebras y la garganta traga el
sonido estridente de las sirenas posesionándose de mi cuerpo y transitando las venas hasta
confundir mi sangre con fuego volcánico.
Me acordé de papá, de sus tardes sentado en la mesa escuchando radio bajo el sol. Me
acordé del sol, de las ganas que tengo de ver el cielo, de las noches en que llegaba silbando
bajito, pero esa música se apagó. Todo el pueblo cantaba y una noche todos dejaron de cantar,
pero descubrí que la melodía que creía perdida aún sigue dando vueltas en mi memoria. Me
nacieron ganas de abrazarlo, de encontrarlo en algún rincón y decirle que por favor cantara una
vez más, por eso fui a buscar esa música, ese canto de sirenas...

BAHÍA:
¡Aquí no hay sirenas! ¡Nunca las hubo ni las habrá! ¡Tampoco hay lugares hermosos
más allá de las fronteras de esta fábrica! Más vale que vayás acostumbrándote porque éste
galpón será tu casa por los próximos años. ¿Creés que me gusta vivir aquí, convivir diariamente
con la locura de una espera eterna? Enterradas en vida estamos, sin embargo jugás como si
nada hubiera pasado, con esa cabecita que sólo imagina boludeces incoherentes.

CIELO:
¡No!

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BAHÍA:
¿No?

CIELO:
¡No, no es así!

BAHÍA:
¿No es así?

CIELO:
¡No!

BAHÍA:
Ayer era un barco en tu habitación con tu padre de mascarón de proa gritando: “Cielo,
Cielo”; hace unos días las abejas que entraban y salían de la boca de Doña Indulgencia cuando a
ella nunca le ha gustado la miel y hoy son las sirenas que tejen viejas canciones que ya nadie
recuerda. ¡Estoy harta! ¡Harta!

Tiembla.

CIELO:
He encontrado algo, tendría que verlo.

BAHÍA:
Estoy ocupada, invitá a la tonta de tu amiga que para eso está: para huevadas.

CIELO:
Prudencia no es tonta ni está para huevadas, por lo menos escucha.

3 ­ BAÑOS DE LUNA EN EL JARDÍN NOCTURNO

CIELO:
Prudencia, tengo que contarte algo.

PRUDENCIA:
No vas a creer con lo que he soñado.

CIELO:
Escuchame.

PRUDENCIA:
Es increíble, hace semanas que vengo soñando con lo mismo.

CIELO:
No, escuchame.

PRUDENCIA:
Era de noche y hacía mucho calor, no se podía ni respirar y de pronto todas las mujeres
salíamos de la fábrica pero estábamos desnudas y corríamos jugando riendo y una perseguía a
la otra como niñas pero éramos nosotras y la luna estaba llena mirándonos testigo de nuestra
liberación y el sudor me bañaba entera y jugábamos entre las flores y nos pinchábamos el dedo
con una espina de rosas... pero de pronto sentí un murmullo y me acerco a una de las paredes
de la fábrica y sentía aún más fuerte el murmullo entonces pongo el oído y me doy cuenta que
eran hombres que nos miraban y hablaban de nosotras pero no eran cualquier hombre sino
aborígenes, sí, aborígenes musculosos que con sus lanzas me invitaban a conquistar el desierto.

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“¿Por qué mejor no vienen a conquistar esta tierra virgen?” les decía y ellos sólo me miraban
entonces yo salía corriendo y me arrojaba en la pileta del desagüe donde todas las mujeres bajo
un cielo tempestuoso revolucionaban las aguas.
Cuando desperté dije: “Prudencia, no podés ser tan estúpida.” ¿No te parece?

CIELO:
Y... era hora de que te fueras dando cuenta. No es malo admitir los errores.

PRUDENCIA:
Cierto, no puedo haberme ido a bañar con las mujeres y dejar a los aborígenes esclavos
y musculosos con taparrabos mirando. Debería haber pedido que me raptaran y me quitaran
toda la piel con los dientes. ¿Y sabés qué es lo peor?

CIELO:
No Prudencia, no lo sé.

PRUDENCIA:
Que cuando desperté toda mi cama flotaba en la habitación y me dije: “¿Qué raro, si mi
colchón no es de agua?” Fue desesperante. ¿Y, qué querías contarme?

4 ­ SILENCIO

Silencio sólo silencio y un ser extraño sentado sobre una silla casi inerte atragantado con su
muerte. Lo único vivo es una apestosa fragancia de flores marinas que emana su reposo.

CIELO:
¿Considerás la estructura ósea digna de un organismo desarrollado capaz de
trasladarse sin necesidad de un desplazamiento de la masa corporal?

Protegiéndole la espalda, Prudencia con una escoba. Avanza Cielo, sus pasos lentos y silenciosos
atraviesan el vapor ante la inmóvil y densa mirada.

PRUDENCIA:
Los ojos fijos perdidos en un horizonte baldío. Es como si no lo sostuvieran. Los ojos.
No están en su posición natural. La inclinación es de 60º.

CIELO:
Habría que considerar si los cretáceos se comportan de la misma manera en épocas de
estío o sequía.

Su mano intenta tocarlo, despertarlo.

CIELO:
Está helado, tiene la carne fría.

PRUDENCIA:
Igual que los peces dispersos en el desierto.

CIELO:
Sos una bruta Prudencia, ¿cuántas veces te he dicho que no hablés de lo que te cuento?

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Se acerca suave lo ve
El extraño despierta
no sólo el interés
de un sueño de años
Gritanto grita
su corazón sin son palpita
Levitan sus pies tiritan

EXTRAÑO SER:
¡Gira en la esquina a la derecha...... busca un perro que te... salude no le tengas
miedo......sabrá guiarte hasta tu hogar!

Nunca lo encontré.

Nunca lo encontré.

PRUDENCIA:
¡Ay, Jesú y la madre que lo parió!

5 ­ EL ANGEL DE LOS SIETE COROS

Juegan con el extraño ser como si fuera un muñeco. Lo han maquillado y vestido como para una
fiesta.

CIELO:
¿Qué vamos a hacer con esto?

PRUDENCIA:
No sé, yo nunca ví nada.

CIELO:
¿No pretenderás dejarlo aquí encerrado?

PRUDENCIA:
No. Hagamos lo siguiente: nos vamos y luego volvemos y hacemos de cuenta que lo
encontramos.

CIELO:
Tu estupidez es admirable. Te esforzás, eso es lo importante.

PRUDENCIA:
Gracias.

CIELO:
Ahora, si nos preguntan: “¿Qué estaban haciendo en ese sector de la fábrica? ¡Sabían
que estaba prohibido!” ¿Qué decimos?

PRUDENCIA:
No sé.

CIELO:
Podrían matarnos como hicieron con las hermanas Epifanía.

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PRUDENCIA:
No se me ocurre nada.

CIELO:
Odio que me hagás creer que estás pensando. Nunca se te ocurre nada.

PRUDENCIA:
¡Mentira!

CIELO:
¿A ver, qué se te ha ocurrido?

PRUDENCIA:
(Piensa) ¡Mentira!

CIELO:
Hay que ocultarlo.

PRUDENCIA:
En mi casa no hay lugar, mi madre sería capaz de resucitarlo creyendo que es el propio
demonio encarnado en un ángel con escamas. ¡Matémoslo!

CIELO:
Ya está muerto.

PRUDENCIA:
¿Entonces, por qué carajo se movió?

CIELO:
Fue un reflejo.

PRUDENCIA:
Pero habló.

CIELO:
¿Nunca te has despertado hablando lo que hablabas en los sueños?

PRUDENCIA:
Si estaba durmiendo, ¿cómo me voy a acordar?

CIELO:
Está durmiendo un sueño eterno y sus palabras son mensajes del más allá.

PRUDENCIA:
¡Es un ángel! Un ángel caído enviado de las escrituras que llega para anunciarnos el
principio del Juicio Final.

CIELO:
¡Basta de pavadas! ¿No te das cuenta que tiene escamas y no plumas?

PRUDENCIA:
Sí, ¿pero qué tiene que ver?

CIELO:
¿Cómo que qué tiene que ver? Los ángeles vienen del cielo y los sirenos del mar.

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PRUDENCIA:
Pero en algún lugar se une el cielo y el mar y es allí, en el horizonte, donde un error
divino mezcla las criaturas.

CIELO:
Acá el único error divino se llama Prudencia.

PRUDENCIA:
¡Mentira!

CIELO:
Deciseló Ángel de los Siete Coros: “Eres tonta Prudencia, merecés un castigo.”

PRUDENCIA:
No. Yo no tengo la culpa de haber nacido estúpida. También quiero casarme y tener
hijos y cuidar mi casa y hacer comida de verdad y por las noches esperar a que mi amor llegue
del trabajo para amarme con un beso en la mejilla.

CIELO:
¿Te das cuenta? Sos tonta Prudencia.

PRUDENCIA:
¿Por qué?

CIELO:
Nunca lo entenderías.

PRUDENCIA:
¿Entender qué, que esto es un sireno? Los sirenos no existen.

CIELO:
¿Acaso los ángeles sí existen?

PRUDENCIA:
Estamos en el desierto.

CIELO:
¿Y qué con eso?

PRUDENCIA:
Que aquí hay muchas cosas que no existen.

CIELO:
Alguna vez esto fue mar.

PRUDENCIA:
Debemos pedirle ayuda a alguien. ¿Y qué le decimos a Benedicta?

CIELO:
¿Te vio?

PRUDENCIA:
¿Él? ¿Cuándo?

CIELO:
¿Acaso te vio?

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PRUDENCIA:
¿Dónde?

CIELO:
Cuando entrabas.

PRUDENCIA:
También entrabas conmigo. Si me vio también debe haberte visto.

CIELO:
¿Cómo sabés que nos vieron? Entonces la viste.

PRUDENCIA:
¿A quién?

CIELO:
¡A Benedicta!

PRUDENCIA:
¿Qué pasa con Benedicta?

CIELO:
Hay que hacer algo con esto.

PRUDENCIA:
Tirémoslo.

CIELO:
¿Dónde? Si no podemos salir. Ni sabemos por dónde entró. ¿Cómo habrá hecho para
entrar?

PRUDENCIA:
¿Y si lo abandonamos en un rincón y que lo encuentren otras?

CIELO:
¿Y si nos ven?

PRUDENCIA:
Yo distraigo.

CIELO:
Van a vernos, sos demasiado bruta.

PRUDENCIA:
Lo cortamos en mil pedacitos y nos lo comemos. Traigo el cuchillo.

CIELO:
¡No! No podemos matarlo.

PRUDENCIA:
Esto me está poniendo nerviosa, quiere caminar. Nos van a descubrir, van a castigarnos
mal.

CIELO:
¡Te callás boba!

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PRUDENCIA:
Quiero irme.

CIELO:
¿Y vas a dejarme sola? Está bien, allí está la puerta que separa la amistad del olvido.
Adiós Prudencia, ya no sos mi amiga.

(Prudencia se queda. Impotente se queda.)

Va a quedarse aquí.
Esta noche vas a hacer la guardia. Ni se te ocurra decir algo de lo que aquí dentro ha
pasado.

PRUDENCIA:
Sola no, me da miedo.

CIELO:
No le abrás a nadie. No vayás a quedarte dormida. Ni a tu madre se lo decís.

PRUDENCIA:
Cielo, Cielo, perdón, esto no me gusta. ¿Qué hago si despierta?

CIELO:
Trabá la puerta.

PRUDENCIA:
No, todo lo contrario, salgo corriendo, ¿no? ¡Cielo, Cielo!

6 ­ GAROTO COCOA

Prudencia se refugia en la oscuridad de la habitación. Sus ojos próximos a un naufragio somnoliento se


cierran bajo el manto de la débil claridad lunar y la densa atmósfera tóxica.

NEGRO CAETANO:
Recita:

Praia, arena e sol das cinco


com os meus amigos jogaba futebol
“Ole” “Ole” com quebre de barriga
Te vi. Fada dos contos.
Nao sei o idioma don anjos,
mas compose esta cancao, e
nao jogar futebol si voce
quer beijar os meus lábios.
Canta:

Minhina
voce e muito bonita
Eu gosto
muito gi voce
Recita:
Mas sin os meus olhos
Inventa una historia triste na que
poderemos ser felices.

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Abre o ten coracao


como o céu entre as nuvems
e deija que as
estrelas nadem ein o ten sangue.

Canta:

Minhina
voce egusta de mim
garota pra danza

El cielo le arroja una lluvia de cosas.

SACRAMENTA:
¿Por qué no se van a despertar a los vecinos del cementerio? Ocurrencia de borrachos y
con la hora que es. Hija mía, ten cuidado de quien te declara el amor bajo el manto de la noche,
pues en ella anida el demonio de la tentación y el hombre se transforma en un instrumento del
mal. Ya lo dicen las sagradas escrituras: “¡No confíes de los hombres que te ofrecen amor
eterno, y menos si no logras verle el rostro cuando te lo dicen!” Los amores que apaña la noche,
hija, se desvanecen apenas amanece. Ahora acuéstate y cierra esa ventana que el aire caliente se
presta para confundir a las almas puras, y estás roja como un tomate.

7 ­ MURMULLOS

Murmuran Benedicta y Bahía, que está nerviosa, esperando que regrese Cielo. Al verla le sale al
encuentro. Tiembla.

BAHÍA:
¿Dónde has estado?

CIELO:
Estuve limpiando...

La cachetea.

BAHÍA:
¡Mentís!

CIELO:
No le estoy mintiendo.

BAHÍA:
Estoy cansada, cansada de que me vengás con mentiras. Ya no te creo, te he perdido la
confianza. Benedicta dice que has estado con Prudencia ¿es así?

CIELO:
Sí.

BAHÍA:
¿Y?

CIELO:
Nada más.

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BAHÍA:
¿Nada más? ¿Y qué hacen del otro lado de la fábrica por las noches?

CIELO:
Nunca he estado allí.

BAHÍA:
No me lo negués, ¿o ahora querés decir que Benedicta es una mentirosa?

CIELO:
¡No! Es que... sólo jugábamos.

BAHÍA:
¿Jugar?

CIELO:
Sí.

BAHÍA:
Jugaban, las chicas jugaban. Gracias Benedicta por haberse preocupado de nosotras.

Benedicta sale lenta.

Jugar, eso no me lo voy a comer pero te has salvado. Tenemos prohibido pasar a ese
sector. ¿Lo sabés o no? ¡Lo sabés o no! Sé que lo sabés y sin embargo lo has cruzado y tenés la
gran caradurez de tratarnos de mentirosas. ¿Qué están haciendo con Prudencia? Jugar. ¿Querés
escapar? ¿Querés meterme en problemas? Constantemente se escuchan ruidos extraños y el
peligro siempre está ahí. Podrían ingresar en cualquier momento y terminar con todo. Te guste
o no ella cuida de nosotras y hay que respetarla, si no nos respetamos entre nosotras aquí
dentro va a llegar un día en que...

8 ­ EL HILO INVISIBLE

La voz de Cielo se mezcla con la de la presencia de Manuel, su hermano. Está vestido de manera
andrajosa; sucio; huele a pescado y le cuelga un zapato, le falta un brazo.

MANUEL /CIELO:
Mamá. ¡Mamá!

BAHÍA:
Manuel, si estás tan grande. ¿Cuántos años han pasado? Has crecido desde la última
vez. Estás hecho todo un hombre, si te fuiste con sólo 15 añitos y ahora... Tenés la cara triste. ¿Es
por que has regresado o debés irte temprano? Por lo menos dame unos minutos para que te
prepare algo de comer.

MANUEL:
No tengo hambre. Sólo vine a saludarte.

BAHÍA:
¿A dónde vas?

MANUEL:
A donde me digan: “¡Qué alegría que has llegado, bienvenido!”

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BAHÍA:
Aquí siempre has sido bienvenido, ¿o alguna vez te he tratado mal?

MANUEL:
Era un chiste.

BAHÍA:
Carne de mis entrañas, una parte mía que recorre mundos y se llama Manuel, y yo
siempre aquí, escuchando tus historias de sitios que no sé si existen.

MANUEL:
Debe irse, salir de este encierro y llegar al mar, subirse a un barco y tocar la otra orilla.

BAHÍA:
El mar. Se puede oler el mar, por las noches cuando voy a dormir una fragancia de
calamares recorre toda la fábrica. Da la sensación de que el desierto le cede espacio a las aguas.
Me siento orgullosa de vos, aunque no debo ser la única. ¿Dónde la has dejado? ¿Tenés hijos?
Quiero verlos.

MANUEL:
No, mamá. No hay mujeres, tampoco niños. Sólo estoy yo.

BAHÍA:
¿Qué pasa? Si no me contás nunca podré ayudarte. ¿Qué pasa?

MANUEL:
Mis medias, las tengo rotas en los talones y no sé coserlas.

BAHÍA:
¡Tan grande y sonso! Igual que tu padre. Podés mantener una casa con esos brazos pero
no sabés enhebrar una aguja, y venís sólo porque tenés las medias rotas. ¿Y tu otro brazo?
¿Dónde lo dejaste?

Manuel lo saca de donde lo tenía escondido.

Me asustaste. Como te decía, nunca venís para saber cómo está tu madre olvidada, que
no hace otra cosa que alimentar los segundos entreteniéndose con pavadas para no morir en el
aburrimiento de tu espera que tantos años lleva. No me contás de tu vida, me negás ser abuela.
Todo te he dado, desde mi sangre y mi alimento, mis lágrimas y sufrimiento enterrados en el
desierto. No es justo.

MANUEL:
Necesito que me ayude mamá, y le prometo que la próxima vez traeré a mi mujer para
que le enseñe a ser una buena madre y a preparar pastas con salsa de jaramushka.

BAHÍA:
Hace mucho que no hacemos salsa. Pero no te preocupés, veré cómo hacer para
conseguir frutillas a falta de tomates.

MANUEL:
¿Va a coserme las medias?

BAHÍA:
¿A ver? No vas a perder la costumbre de caminar con medias por las calles. ¿Para qué
existen los zapatos, digo yo? No, al señor le gusta caminar descalzo.

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MANUEL:
Con medias.

BAHÍA:
Da igual.

MANUEL:
Es más cómodo.

BAHÍA:
Es más cómodo, me dice. Y con esa carita que nunca crece porque podrá crecer su
cuerpo, cambiar su voz pero la cara de angelito de cuando era niño queda intacta. Estoy vieja
Manuel, los años no pasan solos. Me siento muy vieja y cansada. Huelo a mariscos por las
noches y sueño con que me entierran en el agua, no floto ni me hundo pero estoy bajo el agua
clara en un mar sin peces ni espuma.

MANUEL:
Mamá, necesito las medias o no podré salir a la calle.

BAHÍA:
¡No saldrás!

MANUEL:
¡Necesito salir! ¡Todos los hombres han salido! ¡No los escucha cantar!

BAHÍA:
¡Pero no sos un hombre! ¡Sos mi hijo!

Tiembla.

MANUEL:
Las medias, mamá. El sol me quemará los pies y no podré mantenerme parado en la
arena que me sacará ampollas.

BAHÍA:
No puedo ver. No puedo enhebrar el hilo.

MANUEL:
Cósalas con el hilo invisible, el mismo que nos une a la distancia pero hágalo pronto o
me dejará solo, aquí encerrado. ¡Mamá! ¡Se están marchando y no quiero quedarme solo! ¡Tengo
miedo mamá!

BAHÍA:
¡No puedo! ¡No puedo! Me cuesta ver el hilo y la aguja no es más que una espina.

Manuel desaparece.

9 ­ LA LUNA, EL TREN Y LAS RATAS

CIELO:
¡Mamá, le estoy hablando!

BAHÍA:
Manuel.

CIELO:
¿Qué pasa con él?

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BAHÍA:
Estaba aquí, ¿dónde se ha metido? Decile que es tarde para jugar a las escondidas.

CIELO:
Tiene que descansar, lleva días sin dormir.

BAHÍA:
Todas las noches a esta hora escucho el sonido de un tren. Es muy distante, lo trae el
viento, a lo mejor es tan lejano como la luz de las estrellas y cuando llega el sonido, el tren ya no
está.

CIELO:
Debe ser un sonido fantasmal.

BAHÍA:
No entiendo por qué lo decís.

CIELO:
Antes los trenes iban y venían, pero el día en que la luna dejó de ser redonda y de queso
los trenes dejaron de pasar.

BAHÍA:
¿Qué tiene que ver la luna con los trenes?

CIELO:
Astronomía popular, pura astronomía del pueblo santo. La vía es láctea y siempre ha
llamado la atención de las ratas, ya sea por su color o por su olor. Años y años las ratas no han
hecho otra cosa que pensar en conquistar la vía entera y devorarse, de una vez por todas, esa
rica y atractiva horma de queso con cráter. Crearon trenes para transitarla pero éstos son
pesados para volar y llegar a ella, por lo tanto, sólo sirven para seguirla y no perderla de vista...
pero nunca han podido alcanzarla. Y nunca lo harán.

BAHÍA:
Estás sonámbula, tenés los ojos abiertos pero hablás el idioma de los sueños.

CIELO:
El día en que mataron a todas las ratas nadie quedó para imaginarla, entonces la vía
dejó de ser láctea; dejó de ser vía, pero los trenes siguen pasando, o haciendo creer que pasan,
para no perder la costumbre y para que la luna siga saliendo, creyendo que aún abajo hay
algunas ratas que la imaginan y sueñan con alcanzarla. Debemos alcanzar ese tren.

BAHÍA:
No sé, tengo que coserle las medias a tu hermano.

CIELO:
Años lleva intentando coserle las medias, vamos a buscar a Manuel y le damos la gran
sorpresa, pero... no debe decírselo a nadie, la envidia podría despertar los durmientes y frenar
los trenes. No soportarían nuestra felicidad y nos negarían la salida. Por eso, éste debe ser
nuestro secreto.

10 ­ UN VERSERO ENTRE POETAS

NEGRO CAETANO:

“Despierta bella manzanita

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que yo ya no duermo
de la ilusión
que a mí me inquieta a media luna.

Mi días
tu ya los controlas
y en mi radican
los nervios y los celos
me despabilan como el alcohol.
(coro) Y el cerezo en flor.

Despierta bella manzanita


y abre, abre esa ventana
que en mi palpita
la duda mundana
de que tu amor
ya se extinguió.”

La luz se enciende una vela


Quien vela es el vecino.
Dispara callarlos.
Huyen doloridos por la frustración
que los embriaga como el alcohol

NEGRO CAETANO:
Abra esa ventana y lave su rostro con el rocío de la luna incandescente. Más... más no
me haga esperar que hace mucho frío y su vecino quiere acabar con mis días.

Abre la ventana su cruel amada.


No está armada. Tampoco su madre. Está.

PRUDENCIA:
Mi madre dice que no debo creerle a los hombres que se refugian en la noche.

NEGRO CAETANO:
Su madre.
¡Siempre entrometiéndose esa vieja borracha del demonio!
Dígale lo siguiente: que soy un perro callejero que por las noches sale a la calle a buscar
alguna que otra bolsa recostada sobre el cordón.

PRUDENCIA:
¡Qué romántico!

NEGRO CAETANO:
¿Lo ve?

PRUDENCIA:
¿O sea que soy una basura?

NEGRO CAETANO:
¡No, no, mi cielo dorado! Sólo es el despojo de un amor olvidado.

PRUDENCIA:
Eso es muy poco, yo con menudeces no me conformo.

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NEGRO CAETANO:
¡Ay! Las mujeres, quieren cosas tan simples que es imposible conseguirlas.
¡Regáleme un beso!

PRUDENCIA:
¿A qué ha venido? ¿No le fue suficiente con lo anterior?

NEGRO CAETANO:
Llevo semanas componiendo poemas, los más hermosos y crueles, no he dormido ni
comido, sólo pensando en bellas palabras que endulzaran sus odios, digo: oídos, hasta
transformarlos en miel para las abejas, hogar de millones de abejas que...

PRUDENCIA:
¿Cómo?

NEGRO CAETANO:
Quiero decir... que pese a la insistencia, ni la rítmica ni la métrica han estado de mi lado,
sólo dos palabras coherentes que de prepo recitaré movilizado por esos luceros fraudulentos
que...

PRUDENCIA:
¡Vamos, quiero escucharlas!
Ya no sé si es ansiedad o cansancio.

NEGRO CAETANO:
A modo de introducción: music plis.

“¡Wake up! Beautiful little aple


because i not dream...

¡Oh, my enemy! ¡Peace, peace! In the name of love. ¡Rajemos Cilantro!

Nubestiales nubes
de sombras que ensombrecen
la figura sin fisura
de la balconera casadera
Es la madre comadreja
cuando aparece la niña se queja.
Ya no se deja
Ver el Serenatero
acompañado del empañado
se transforman en barrenderos
con aires de rateros.

SACRAMENTA:
¡Son éstas horas de vagar despierta! Y otra vez con la ventana abierta. ¿Qué deseas?
¿Enfermar? Buceando excusas para dejarme sola en este mundo. ¿O acaso deseabas escapar? Es
imposible abandonar este laberinto.

PRUDENCIA:
No, yo solo...

SACRAMENTA:
¡La única hija que tuve! ¡Por los preceptos del Señor! ¿En qué cuerpo he cultivado la
paz, el amor y... no sé cuántas cosas más, entre tantas cualidades atractivas que contribuyen a
que seamos mejores ante los ojos del creador? ¿Qué me depara el futuro? La soledad, soy una

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flor sobre las dunas, en el desierto, el mismísimo donde habita la tentación y los ángeles
malignos que construyen espejismos para engañar el alma de los corderos que...

PRUDENCIA:
¡Basta mamá! Sólo estaba desenredándome el pelo.

SACRAMENTA:
Imposible, porque lo lavo cada mañana con agua bendita que el Padre Monasterio trae
directamente de las rocas que braman al escuchar su voz.

PRUDENCIA:
Ese es el lechero, mamá.

SACRAMENTA:
¡Basta! No me contradigas más, ¿o ahora crees que estoy loca? Son los espectros que se
han posesionado de tu débil alma, de tu pureza instantánea y limitada, no como la mía, pero
resiste, debes ser fuerte para abandonar a las sombras. Llamaré al Padre Monasterio para que te
libere de las tinieblas. ¡Quédate aquí! Estás afiebrada. Tápate y rézale a la Virgen de los Campos
Estériles y dile que eres blanca, libre del pecado carnal que tanto amenaza la existencia de las
niñas de hoy en día. ¡Iré a buscarlo!

PADRE MONASTERIO:
(vestido de lechero)
¡No hace falta Sacramenta! El Señor me lo ha comunicado todo.
Esta niña está endemoniada. Su cuerpo es el deseo hecho carne. ¡Hay que exorcizarla
inmediatamente!

PRUDENCIA:
¡Mamá, qué está haciendo, no entiendo nada!

SACRAMENTA:
El Señor se comunica de extrañas maneras.

PADRE MONASTERIO:
¡Se nos va, su hija se nos va!

PRUDENCIA:
¡Yo no me voy a ningún lado!

SACRAMENTA:
¡Entonces quédate quieta! Quería huir por esa ventana.

PRUDENCIA:
¡Mentira!

PADRE MONASTERIO:
¡Se quema, su hija está que arde en el infierno mismo!

SACRAMENTA:
¡Haga algo Padre, sálvela de las llamas que para eso lo llamo!

PADRE MONASTERIO:
Escapa a mi sabiduría. Sólo el poder del Señor puede recuperar a esta descarriada.

SACRAMENTA:
¡Mi hija es una pecadora, qué será de mí!

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PADRE MONASTERIO:
¡Está perdida!

SACRAMENTA:
¿Yo?

PADRE MONASTERIO:
No, su hija.

SACRAMENTA:
Menos mal, me estaba empezando a desesperar. ¿Qué espera? Haga algo urgente, no sé,
no se quede ahí clavado, rocíela con su agua bendita.

PRUDENCIA:
¡Mamá! ¿No se da cuenta que es el lechero? Que se vaya.

SACRAMENTA:
¡Te callas!

PADRE MONASTERIO:
¡No puedo desperdiciar la baba del Señor en una ramera!

PRUDENCIA:
¡No soy ninguna ramera!

SACRAMENTA:
¡Bendígala de una vez por todas! ¡Si no se la tira usted se la tiro yo!

La bautiza con leche de cabra del monte.


La niña llora... como cabra del monte.

PADRE MONASTERIO:
¡Ha vuelto! Dejémosla sola para que hable con el Señor y se retracte por el daño que le
ha causado. Tu calor jovencita, ha matado de sed a miles de niños en el África septentrional.
Piénsalo dos veces la próxima vez.

SACRAMENTA:
Niños del África... ¿no será mucho Padre?

PADRE MONASTERIO:
Nada es suficiente cuando hay que salvar un alma. Ante los poderes del Señor Oscuro
todo vale. Es más, debería haberle dado una tunda mayor.

SACRAMENTA:
Gracias Padre, después le acerco las botellas.

PADRE MONASTERIO:
No se preocupe, se lo anoto en la cuentita. (Le palmetea el trasero).

11 ­ EL FUEGO EN LAS VENAS LAVA LAS ALMAS PURAS

SACRAMENTA:
Está lindo el día, ¿no?

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BENEDICTA:
¿Qué pasa Sacramenta?

SACRAMENTA:
No, nada, yo sólo pasaba a ver como estaba.

BENEDICTA:
¿Qué está ocultando Sacramenta? Hable de una vez por todas, bien sabe que lo que se
oculta es porque está mal, ¿o no se lo dijeron de niña? Lo que pasa es que ya no recuerda
cuando éramos niñas. No quiera que empiece a dudar de su persona.

SACRAMENTA:
Es mi hija. Necesita ayuda. No quiero pensar en que algún demonio se haya
posesionado de su alma pura e inocente, pero a la muy tarada se le da por dormir destapada.
Yo se lo repito: “No duermas destapada, no sólo te puedes refriar.” “Cúbrete con las sábanas
para que los heraldos no te descubran.” Pero ella insiste, una por darme la contra y otra...
hasta... Anoche, sé que hacía mucho calor pero ella... dormía...

Hace ademanes de desnudez.

Y la encuentro... no es que sea sobreprotectora ni chusma pero... me asusté pues...


escuchaba voces y ella...

Repite los gemidos de su hija.

... y eso... entonces digo: “¿Quién será?” Y cuando entro a su pieza, se retorcía como una
víbora en su cama que ardía poco más en el mismísimo infierno, y las llamas la envolvían en un
calor que... ¡Que contagiaba! ¡Y por momentos temí que ese demonio se manifestara en mi
cuerpo, transitara mi sangre e hiciera de mí un volcán! ¿Y sabe qué creo que puede haberla
envenenado? ¿No ha prestado atención? Por las noches hay un aroma, una fragancia de mar
que se instala en las piezas. ¿Escuchó lo que dije? De mar, y el mar está muy lejos. Entonces me
pregunto si no será el demonio que vistiéndose de olor a puerto quiere apoderarse de mi hija, y
luego quizás de todas nosotras. ¿Qué he hecho para merecer tal castigo? Me sé de memoria el
Pentateuco, vivo la Pasión de Cristo como si fuera mía; hasta como el pan sin sal y ayuno... una
vez cada tantas, pero con fe. Entonces me vuelvo a cuestionar y me digo: ¿De qué manera se
manifiesta el fin de los días sino es con olor a puerto naviero? Son los pescados multiplicados
por el Señor que se están pudriendo Benedicta, y el olor nos anuncia que el Apocalipsis está por
llegar. Benedicta, tiene que hacer algo.

12 ­ AMARGA NOCHE

NEGRO CAETANO:

En esta amarga noche


mi canción de despedida
a ti te va.
No huyas niña,
te encontrará.

Me voy lejos
de aquí
Ya nada tengo
para amar.
El sol y la luna guardo
en mis bolsillos.

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No sales a despedirme
llorando tras la puerta
quedarás.
Pañuelo en mano.
Ojos cerrados.

PRUDENCIA:
¿A dónde viaja el galán de telenovelas para cincuentonas de 16 a 16.30 hs?

NEGRO CAETANO:
A donde me digan: “Bienvenido, que alegría que has llegado”.

Modula palabras sin pronunciarlas. Tiembla.

PRUDENCIA:
No puedo entenderlo. ¿Por qué me habla así?

NEGRO CAETANO:
Es que no encuentro palabras para expresar lo que siento o es tanto lo que deseo decirle
que todas las palabras salen a la vez y al final nada digo.

PRUDENCIA:
Si se marcha, le recuerdo que dos cosas se está olvidando: La música y su Mujer.

NEGRO CAETANO:
La música es lo único que llevo.

PRUDENCIA:
¿Y su mujer?

NEGRO CAETANO:
Al parecer no desea seguirme.

PRUDENCIA:
¿Y no se lo ha preguntado?

NEGRO CAETANO:
De mil maneras, pero ella calla confundiendo mi corazón.

PRUDENCIA:
Entonces pregúnteselo mil una.

NEGRO CAETANO:
¿No quiere seguirme, cruzar desiertos pedregosos y salados; mares tempestuosos y
conquistar los cielos y la tierra; vivir felices rodeados de niños cantores y que todas las noches
llegue a casa para amarla con un beso en la mejilla?

PRUDENCIA:
¿Cuando será el día en que me diga: “Le amo”?

NEGRO CAETANO:
Está de suerte porque ese día ha llegado. ¡Le amo! ¡Le amo Rudencia, siempre le he
amado locamente más allá de que su madre sea una bruja desquiciada!

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PRUDENCIA:
¿Qué dijo?

NEGRO CAETANO:
Olvide lo de su madre, puedo llegar a quererla.

PRUDENCIA:
No, no. Antes, ¿qué dijo?

NEGRO CAETANO:
¡Que soy el hombre más desdichado del mundo por amarle y no tenerla!

PRUDENCIA:
Gracias, pero yo no soy Rudencia.

NEGRO CAETANO:
¿Esa no es su ventana?

PRUDENCIA:
Sí que lo es... pero Rudencia vive enfrente. Yo soy Prudencia. Prudencia no Rudencia.

NEGRO CAETANO:
Perdón... no fue mi intención... yo sólo... es que la noche oscura.... y el amor ciego... las
casas son muy parecidas... bueno, entonces... no hay nada de qué hablar... disculpe si la he
lastimado... no era mi...

PRUDENCIA:
No necesita explicar nada. Cerraré la ventana y todo quedará olvidado.

NEGRO CAETANO:
Sí.

PRUDENCIA:
Adiós.

NEGRO CAETANO:
Espere. ¿Y esas maletas? ¿Pensaba viajar hacia algún sitio?

PRUDENCIA:
Adiós, Negro Caetano. Nuestros caminos aquí se separan.

NEGRO CAETANO:
Alto ahí.

Modula las más bellas palabras de manera inentendible que sólo puede ser entendido por quien
no necesita entender.

PRUDENCIA:
¿Por qué me habla en silencio?

NEGRO CAETANO:
Porque no encuentro palabras para expresar lo que siento.
Es increíble que algo tan simple como una pequeña letra pueda cambiar algo tan
complejo como una historia.
Adiós como se llame.

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13 ­ LOS OJITOS DE SU PADRE

PRUDENCIA:
¿Qué pasa bebé? ¿Por qué llora? ¿Le duele la pancita? ¿No? Bueno, bueno. Mamá va a
hacerle cariñitos para que los angelitos bajen a cuidarlo con estrellitas y brillitos. Y sí, ya era
hora de que tomara la lechita. Yo también lo amo mucho. Y su papá también. Él ahora no está,
pero todas las noches jugando a las escondidas llega para acariciarle los deditos y usted sin
saberlo lo agarra fuerte como para protegerse de los cucos de los sueños y volver. No lo deja
por miedo a que no vuelva, pero él todas las noches vuelve. Tiene los ojitos que son el alma de
su padre pero hay una nube, una inmensa nube que me impide recordarlo perfectamente. A lo
mejor, esos ojitos no son los de su padre. ¿Por qué no tiene los ojos de su padre? ¿Por qué?
¿Dónde están los ojos de su padre? ¡No! Ya se está portando mal, y a mí no me gustan los bebés
mañosos. ¡Me mordió! Ahora se calla. ¡Se calla! Me ha engañado todo este tiempo cubriendo con
la niebla el recuerdo de quién te viene a cantar para que descanses. ¡Sos un hijo malo!
¡Maleducado! ¡No merece los padres que te han recibido, más valdría que no hubiera nacido,
debería haberte estrangulado con mis piernas! No, no llore. ¡No llore! ¡Mamá! ¡Mamá!

Sacramenta, que la ha estado observando en silencio, se acerca lentamente.

No puedo escuchar su llanto. No tenía los ojos de su padre y se largó a llorar. Quise
calmarlo, lo abracé muy fuerte y ya no llora. Yo sólo quería abrazarlo fuerte, muy fuerte para
que no se fuera con su padre.

Sacramenta levanta las sábanas del moisés y descubre un muñeco.

14 ­ NUBES OSCURAS SOBRE EL CIELO

CIELO:
Mamá, debemos irnos. Vamos a buscar a Manuel. Prepare sus cosas y no se despida de
nadie. ¡Rápido! No se quede parada. ¿Qué pasa, no está contenta?

BENEDICTA:
Se lo dije Bahía, entre las mujeres había una traidora. Ahora sabemos qué hacía del otro
lado de la fábrica.

CIELO:
¿Mamá?

BAHÍA:
El agua me toca los talones.

CIELO:
Por eso. Habíamos hablado.

BAHÍA:
Creí que estabas hablando en sueños.

BENEDICTA:
Está bien que haya deseado protegerla, es su hija pero aquí todas somos hermanas. Si
una se va moviliza a salir a las otras. ¿Y en qué terminarían todos estos años de lucha?

CIELO:
¿Mamá, qué pasó?

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BENEDICTA:
Pasa que aquí dentro hay leyes y debemos encargarnos de hacerlas cumplir. No
podemos dejar que las individualidades venzan lo colectivo, de esta manera no conseguiremos
recuperar lo que alguna vez logramos ser. Te entiendo, porque todas alguna vez pasamos por
tu situación, pero comprendimos que no podíamos dejarnos arrastrar por nuestros impulsos. Es
allí que comenzamos a jugar un papel muy importante en el frente, tuvimos que organizarnos
internamente y ponernos límites a nosotras mismas ante la ausencia de los hombres. Usted cree
jovencita, ¿que no tenemos deseos de salir? Este lugar hoy nos pertenece y por eso debemos
cuidarlo, aferrarnos a él como la sal en la arena porque apenas lo descuidemos el enemigo
volverá su mirada hacia lo que ha perdido. Es por eso que no debe irse. No quiera arrastrar a su
madre... Mírela, ella no está bien. ¿A dónde la va a llevar?

CIELO:
Mamá, lo vi. Vi a papá la noche en que mataron a todas las ratas. ¡Lo sé todo!

BENEDICTA:
¡Eso nunca ocurrió!

CIELO:
Me lo ha confesado un hombre, sí, un hombre, no va a creerme pero él me lo ha contado
todo: desde el día en que las puertas se cerraron hasta hoy, en que nadie sabe dónde queda
nuestro pueblo. Dice que afuera hay gente. Yo no lo sé. ¿Usted las ha visto? Ni se anima. ¿Y
sabe por qué? Porque realmente teme que tenga razón. Nos hemos convertido en un gran
elefante blanco que adorna la nada, dormido en medio del desierto.

BENEDICTA:
¡No le crea Bahía! Estás delirando. Si afuera no hay nadie como decís, entonces, ¿cómo
justificás la aparición de ese hombre?

BAHÍA:
¿Un hombre? ¿Y te ha dicho algo sobre Manuel?

CIELO:
¡Tiene que salir conmigo, mamá, y atravesar ese portal que nos separa del mundo!

BENEDICTA:
¡Las matarán si lo hacen!

BAHÍA:
Este es mi mundo Cielito, fuera de aquí no tengo nada. ¿A dónde irá tu hermano
cuando regrese y no nos encuentre?

CIELO:
¡No va a regresar!

BENEDICTA:
¡No se te ocurra abrir la boca!

CIELO:
¡Voy a decir lo que se me ocurra!

BENEDICTA:
¡No delante mío! Piensa en ella, en su ilusión que es lo único que la mantiene con vida.
Podrías matarla de angustia sólo por salirte con tu capricho. Deja de ser egoísta y piensa un
poco en los demás.

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CIELO:
¡No es un capricho!

BAHÍA:
¿Qué tenés que decirme?

BENEDICTA:
No la escuche Bahía, mentirá como lo ha hecho todo este tiempo, y usted lo ha
comprobado. ¡No quiera ser cómplice! No irá a buscar a Manuel, la está engañando para que la
acompañe a escapar, seguramente afuera se olvidará de todo lo que le ha prometido.

CIELO:
¡Mentira! Mamá, es ella la que está equivocada temerosa de enfrentarse con la verdad.
Insiste en vivir aquí separándonos de todos, esperando que los hombres lleguen pero si
realmente quiere verlos tendremos que salir, ir a buscarlos y no descansar hasta encontrarlos.
No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Seguimos creyendo que afuera el mundo no
ha cambiado... aparte... ¿Qué puede hacer un grupo de mujeres encerradas en medio del
desierto?... No existimos para nadie.

BENEDICTA:
¿Qué mentira te queda? ¿Qué historia inventarás? Que todos los hombres murieron,
que Manuel ya no va a volver con 15 años a buscarla, que a los hombres los fusilaron y los
tiraron en el desierto para que se los comieran los gallinazos, y que tu padre no fue un traidor
sino un héroe desconocido. ¡No! A tu padre no lo mataron... para que sepas... se suicidó.

CIELO:
A él lo mataron.

BENEDICTA:
Era débil y no soportó la traición.

CIELO:
Más allá de las fronteras existe un mundo, un cielo por donde transitan miles de
personas que nunca sabrán lo que aquí ha pasado. Verán que no hay enemigos apuntándonos a
la frente.

BAHÍA:
A lo mejor es por eso que los hombres aún no vuelven: es posible que con el tiempo
hayan olvidado el camino de regreso y la gente no sepa decirles dónde queda este pueblo.
Manuel era muy despistado.

BENEDICTA:
¿Quiere salir? Hágalo, esas puertas nunca tuvieron llaves ni candado para nosotras.
Afuera, contrario a lo que crees, está el enemigo esperándote. Seguramente, te recibirán con los
brazos abiertos para que te unas a sus ideales. Sonreirán, te felicitarán por la buena decisión que
tomaste y te preguntarán por las otras mujeres. Los verás tan amables que hablarás y
dulcemente caerás en el engaño. Dirás todo lo que ellos desean escuchar y cuando ya no les
sirvas te tirarán a la basura argumentando que de allí has venido, y que las ratas como bien las
llamas, son felices en la mugre de las ciudades y disfrutan de la inmundicia humana. Te
olvidarán, no serás más que nadie viviendo en las alcantarillas, de una ciudad, pero en las
alcantarillas que es donde viven las ratas.

CIELO:
Miente.

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BENEDICTA:
Debemos hacernos fuertes aquí primero y demostrarles que podemos vivir sin ellos.

CIELO:
Si los hombres van a entrar, ¿por qué no podemos salir nosotras?

BAHÍA:
No entiendo nada. Entonces si están vivos esperemos a que vengan, no deben de tardar.

CIELO:
¡10 años mamá!

BENEDICTA:
Confiesa que todo ha sido una mentira, que has sufrido alucinaciones al igual que
Prudencia, que alguna enfermedad las ha contagiado. Inventa algo con el olor del mar y te lo
creerán, así el castigo será leve para ambas, de lo contrario...

CIELO:
¡De lo contrario qué, atrévase a ponerme un sólo dedo encima!

BAHÍA:
¡No seas maleducada!

La cachetea.
.
BENEDICTA:
Vamos Bahía, dejémosla sola.

CIELO:
¡Mamá! No me encierre, no me deje sola. No he nacido para vivir encerrada. Mamita.

15 ­ UNA CANCIÓN TAN ANTIGUA

CIELO:
¿Qué hace en este sitio? ¿También lo encerraron para que no hablara? ¿Acaso siempre
estuvo aquí? Puedo recordar esa canción. Ha pasado mucho tiempo pero aún reconozco esa
canción tan antigua como la noche en que mataron a todas las ratas. ¿Por qué huye? ¿A quién le
teme? ¿A la oscuridad? Hace bien en temerle a las tinieblas. Soy yo, la misma que lava las
manchas de su traición como si fueran sábanas, con la insistencia diaria de tratar de limpiar su
nombre y su recuerdo. Sin embargo dicen: “Bueno, ¿qué se podía esperar de un bruto y su
carreta?” Y yo que lo vi todo desde la ventana, contesto con el silencio. ¿Por qué papá? ¿Por qué
lo hizo? Hoy se aparece de la nada cantando esa canción tan antigua como la noche en que
mataron a todas las ratas, pero la rata más sucia y asquerosa se les escapó, ¿o la dejaron
escapar? No. Lo usaron. Fue el anzuelo perfecto para atrapar todos los peces. ¿Por qué tuvo que
cargar con todos los cuerpos? Sólo el viento recorría los pasillos. Las campanas anunciaron el
principio y el fin. Las sombras tomaron forma humana y la luz cerró sus párpados. Las linternas
jugaron un juego que pocos querían jugar. Todo se redujo a corridas, pisadas gritos, aliento,
sudor y silencio. Luego una ráfaga. Una tras otra, y silencio. Por eso prefiero los espacios
abiertos con un gran agujerito en las nubes para imaginar un cielo celeste a donde vuelen las
aves y las ideas, pero por más que intente traspasarlo con la mirada y la imaginación éste cielo
de lata más me hunde en el encierro. ¿Dónde enterró los recuerdos? ¿Cuántos viajes necesitó
para encontrar un sitio donde la tierra lo abrace? Dispersos dejó los pescados en el desierto al
caer de su vieja carreta y allí quedaron... esperando un viento que moviera las dunas. ¿Ha
venido a buscarme? Ni piense llevarme acostada en esa carreta. Lo vi. Nadie me cree. ¿Por qué
no sale y les cuenta la verdad? ¡Deje de cantar esa canción! ¡No quiero escucharla, nunca, nunca
más! Me recuerda a la noche en que mataron a todas las ratas, una a una las fueron cargando en

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su carreta y con la oscuridad del desierto se fundía para luego aparecer liviano, y los cascos de
los caballos martillando en mi memoria. ¡Deje de cantar papá! Es una canción triste. ¿Por qué no
volvió antes? Míreme a los ojos y dígame por qué no volvió.

Su Padre tiritando en llanto gira, su canción se apaga al igual que las velas que lleva. En su
cuello, una soga con la que tira con fuerza de caballo arrastrando una enorme piedra. Una convulsión
ataca su garganta, de su boca brotan corales, calamares y algas en una atmósfera de burbujas.

16­ BIENVENIDOS AL ELEFANTE

BAHÍA:
No creo que éste sea el pueblo que busca, aquí no hay sino mujeres. ¿Qué es lo que
quiere de nosotras? Mi hija le grita a los cuatro vientos que ya nadie hay afuera. Ella insiste en
creer que los hombres jamás volverán. Aquí no está bien visto encontrarse con extraños, son
peligrosos, uno no los conoce y no sabe sus intensiones. No cualquiera recorre este camino. Es el
primer hombre en diez años que pisa este lugar. Todos aquí quieren algo. ¿Usted? Seguramente
lo tomará y seguirá, dejando un vacío que se riega con dolor, que con el tiempo crece hasta ser
árbol, el árbol de la soledad que acariciando la estación florece y suelta sus frutos de los que
nacen los habitantes de este pueblo.

BENEDICTA:
¿Qué hace Bahía? Sólo conversa de lo que le conviene. ¿Y, es un espía? ¿Qué es lo que
quiere?

BAHÍA:
No lo sé. No ha hablado nada.

BENEDICTA:
Golpéelo.

BAHÍA:
¿Cómo?

BENEDICTA:
¿No escuchó? ¡Que lo golpee!

BAHÍA:
No.

Benedicta toma un palo, el mismo que tomara antes Prudencia, pero ésta le da. Tiembla. El
extraño viajero cae al piso, y comienza a arrastrarse, serpiente de huesos.

BAHÍA:
¡Basta! Podría ser cualquiera de los nuestros. ¿No es que se ha perdido porque nunca
salió de su pueblo y no reconoce el camino de regreso? ¿Qué fue lo que me dijo recién? Que se
había quedado esperando y que decidió caminar sin rumbo.

BENEDICTA:
No lo proteja. Es un espía, ha entrado para saber todos nuestros movimientos.

BAHÍA:
Puede ser el primer hombre en llegar.

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BENEDICTA:
¿Cuál es tu nombre? ¡Cómo te llamás, carajo! ¿Por qué no contestás, estás jugando con
nuestra paciencia? Bastante tenemos. ¿Qué piensan hacer? No van a poder entrar. Decile a esos
lobos que aquí los estamos esperando, que vamos a defender este lugar con nuestra sangre.

Lo golpea una y otra vez con el palo.

BAHÍA:
¡Ya está, no lo golpee más!

BENEDICTA:
¿Ahora lo defiende? ¿Es feliz aquí, Bahía? No, yo tampoco. Y él es el culpable de todos
estos años de encierro, de que los hombres no puedan volver. ¿Dónde los tienen? ¿Por qué no
regresan? ¡Hablá!

Lo golpea con dureza. Tiembla.

BAHÍA:
Entonces es verdad que no van a volver, que se los llevaron...

BENEDICTA:
¡No lo sufra! Ellos tampoco han tenido piedad con nosotras y menos con nuestros
hombres. No hay que mostrarles que porque somos mujeres vamos a ser más compasivas.

BAHÍA:
Él podría saber donde está mi Manuel.

BENEDICTA:
Para que vea que no somos como ellos. ¿Dónde está Manuel?

Tiembla.

BAHÍA:
Tenía 15 añitos... no recuerdo su rostro ni... como estaba vestido la última vez.

BENEDICTA:
Contestá lo que la señora te ha preguntado y no te golpearé más.

BAHÍA:
Creo que quiere decir algo.

El ser extraño viajero murmura algo inentendible que no logra descifrar Bahía porque tiembla
nuevamente.

BENEDICTA:
¿Qué dijo?

BAHÍA:
Quiere agua... creo.

BENEDICTA:
Sabe usted lo que debe hacer.

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Benedicta le pasa el palo y sale de la habitación.

BAHÍA:
Ya ha descansado bastante los pies, es necesario que parta a unirse con los suyos que de
seguro deben estar esperándolo para darle la noticia que ya nadie quiere escuchar. Es hora de
que regrese con los suyos, ya bastantes males nos ha ocasionado aquí, no los haga esperar más.

El extraño ser mira a la puerta y se dirige lento hacia ella. Casi sin mirarlo, Bahía, por la espalda,
comienza a darle golpes hasta que la serpiente deja de moverse. Tira el palo lejos y se sienta a llorar a
Manuel.

17 ­ ¿DE QUÉ COLOR SON LOS COLORES?

CIELO:
Prudencia...

PRUDENCIA:
Perdón Cielo, nada salió como soñamos. Sólo quería tener un hijo.
¿Qué es aquello que se eleva a lo lejos, cruzando el desierto de caracoles? ¿Son los
vapores de los barcos?

CIELO:
No, son las nubes que han bajado para que trepen los barcos y naveguen por los cielos.

PRUDENCIA:
¿Y por qué?

CIELO:
Porque el mar le ha prestado su color al cielo pero ahí los barcos navegan al revés.

PRUDENCIA:
Debe ser fantástico. ¿Te enteraste que mi hijito es una estrellita?

CIELO:
Sí que lo es.

PRUDENCIA:
¿Cómo son las estrellitas? Yo nunca he visto el cielo.

CIELO:
Lo has visto es que ya no lo recordás. El cielo son pinceladas pero a Dios no le alcanzó
la tinta, después de pintar su creación se dio cuenta de que el cielo no tenía color y entonces le
pidió prestado al mar, tampoco le alcanzó, pues el mar le prestó la mitad y es por eso que
mientras de un lado del mundo el cielo es celeste del otro es negro, y así día a día se lo prestan.
Y lo mismo pasa con el mar, en lo profundo sólo habita el negro de la noche, del cielo.
Prudencia, tengo miedo de morir y no volver a ver los colores.

PRUDENCIA:
Y yo las estrellitas. ¿Será posible que hagamos un agujerito en el techo?

CIELO:
Está muy alto pero no dejaremos de intentarlo.

“Ojalá sea el fin”

Marzo 2006

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