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SORBO TRAS SORBO, CALADA TRAS CALADA

Todo comienza un 15 de noviembre, sentado en la mesa número “3” de


aquella cafetería de Jerez de la Frontera…

Sorbo de café, calada al cigarro…

Notaba el humo en mis pulmones, ese humo corrosivo que se adueñaba de


mi vida y se la apropiaba robándome minutos de existencia, saboreaba el
café que aumentaba el latir del corazón, y me hacia abrir mis ojos ojerosos
aun más si cabe… me encantaba la sensación de ser mortal, la sensación de
sentir mi cuerpo profanado por aquellas cosas en apariencia ínfimas, y que
sin embargo me tenían adueñado y condenado a una existencia lujuriosa,
pero banal.

Sentado en aquel café, pude observar frente a mí a una chica de pelo


castaño, de una estatura no muy alta y delgada, su cara era redonda, sus
ojos verdes, tenía pechos normales, y unas caderas perfectas para su
complexión, lo que se dice un buen polvo vamos.

¡Menuda mujer! No pude evitar en aquel momento exhalar una pequeña


sonrisa melancólica… No conocía de nada a esa chica, pero me recordaba a
mi ex novia, y cuantos recuerdos me traía vaya…

Me acuerdo cuando conocí a María, fue en esta misma cafetería donde


estaba viendo a esa chica. Yo, como persona extraña y anti-social que soy,
me encontraba tomando mi ración de medicina diaria, esa medicina que me
hacía sentir que estaba vivo porque me estaba matando, mi café solo, y mi
cigarrito Marlboro, mientras me leía “El Ocaso de los Ídolos” de Nietzsche, y
las casualidades de la vida, que me encontraba situado en la misma mesa
que me encontraba sentado hoy.

Recuerdo que María, una joven de 17 años por aquel entonces, se sentó en
mi mesa frente a mí, y me preguntó:

- ¡Oh vaya! ¿Te gusta “El Ocaso de los Ídolos” de Nietzsche?

- No, me estoy leyendo este libro de este bávaro pecho frío por gusto...
¡no te jode la niña!- le dije en un tono no muy amable-.

- ¡Qué carácter hijo!... Bueno haré como la que no te ha escuchado,


¿Cómo te llamas?- me preguntó en un tono tan amable que era
inaguantable.

Después de esa pregunta, recuerdo haber suspirado y murmullado algún


improperio, que estoy seguro que escuchó, pero que hizo como que no. La
verdad es que no me había hecho nada, pero no la aguantaba, y eso que no
la conocía.
Tras suspirar y murmullar, contesté a desgana por maldita educación
protocolaria.

- Me llamo Alberto…

- Mi nombre es María.-Tras esto se trató de darme la mano.

Me quedé mirándola con cara de asco, a lo que contesté:

- ¿Qué haces? No te toco ni con un puntero láser niña….

No entiendo que hizo, ni siquiera porque no se fue, pero cogió, y agarró mi


mano con fuerza ante mi cara de desprecio, me miró a los ojos y me dijo:

- Eres muy gracioso jeje

Ella no entendía que no estaba de broma, pero lo dijo de una manera tan
perfecta, con una mirada tan dulce e irritante a la vez dirigida hacia mis
ojos, que recuerdo haber quedado hipnotizado durante unos segundos
cuando coincidieron las miradas, siendo mi única reacción una estúpida
risa…. Risa que desencadenó en una risa tremenda, y que dio lugar a otra
risa, con decirte que el momento de la risa gilipollas duró tres putos
minutos, si no fueron más… Vamos, que tiene delito la cosa.

Ahí ocurrió lo que se podría llamar el maldito flechazo de los cojones, esa
primera fase de enamoramiento, que sin duda es la más bonita de toda
relación con cualquier ser viviente.

Después de tanto sentimentalismo barato de película americana,


comenzamos a entablar conversación, hablamos de todo, sobre el libro que
en esos momentos me estaba leyendo, sobre otros libros del mismo autor,
sobre cine, literatura en general, trabajo, estudios, hobbies, familia… Fueron
dos horas que dieron para mucho. Y sinceramente, creo recordar que en
toda mi vida, solo he hablado tanto tiempo seguido, con mi abogado, y con
mi psiquiatra. Increíble, pero cierto.

Después de aquel día quedamos más veces, muchas más veces, para ser
exactos durante seis meses. Hacíamos cosas de pareja, algo que yo
siempre había detestado, me sacaba una puta sonrisa bobalicona de la cara
cuando siempre fui serio, logró que hiciera cosas impulsivas cuando siempre
fui calculador, consiguió que fuera cálido cuando siempre fui más frío que la
propia muerte… No sé, sacaba todo lo mejor de mí, y lo detestaba, me hacía
sentir que vivía en una nube, en una sensación de inmortalidad, y felicidad
tan extrema, que resultaba patética e inconcebible. Era la estupidez del ser
humana elevada a la quinta potencia multiplicado por infinito. Detestable.

Pronto ese efecto de enamoramiento se fue pasando, mi personalidad


antisocial, a medida que se fue desinflando la burbuja, fue apareciendo,
todo estaba volviendo a la normalidad, y María ya empezaba a pulverizar mi
cabeza con tanta sandez, tanto, que me sacaba de mis casillas con tanta
frecuencia que era raro el momento en el que no estábamos discutiendo.
Necesitaba estar solo, y ella no lo entendía, la notaba como un lastre
encima mía, no me dejaba ni a sol ni a sombra, y créeme mas de una vez
me hubiera encantado decirle el típico “¡baish bicho!”, y que me hubiera
obedecido, sin que se creyera que era una jodida broma.

Debido a mi personalidad narcisista, histriónica y límite, montaba numeritos


de vez en cuando para hacerla sufrir, para crearle cargo de conciencia y que
viniera a mi llorando. Recuerdo que amenazaba con dejarla a menudo. Me
divertía verla llorar en la puerta de mi casa, suplicándome que volviera con
ella. No puedo negarlo, es recordarlo, y las sonrisas se escapan por mi cara.
Nunca en mi vida tuve a nadie que me quisiera tanto como ella, y el hecho
de hacerla sufrir y que me siguiera queriendo, me era aun más placentero,
que únicamente me quisiese.

En nuestra relación siempre fui el que “llevaba los pantalones”, ella me


hacía caso porque me querría demasiado, supongo. El caso, es que, como
todo es pasajero, incluso mi simpatía post-enamoramiento, pues eso
también se fue acabando, ahora yo no podía mantener el control a mi gusto,
y empezaba ella a imponerse, cosa que me tocaba muchísimo los cojones.

Todo eso fue bien, hasta que un día la maldita zorra vino a mi casa para
decirme que me dejaba. Hablé con ella, saqué mi vena manipuladora, mi
vena de ser encantador, esa que solo saco cuando me interesa en demasía
algo, esa que me reservo para saciar de alguna manera mi egoísmo cuando
así lo requiero. Intenté manipularla para que volviéramos y no quería, la
miré a los ojos con cara de cordero degollado, y no veía en su cara que
fuera capaz de ceder, la notaba envalentonada, con decisión. Se creería
superior a mí la muy puta.

No pude evitarlo, algo dentro de mí estalló, no sabía que estaba sucediendo,


pero me dejé llevar. La miré a los ojos, la agarré del cuello, la escupí y le
dije:

- Maldita hija de puta, no eres más que yo, ahora te vas a enterar lo
que realmente te mereces.

Ella como era obvio no podía articular palabra, sus ojos estaban saltones, y
pedían clemencia, pero no quería dársela, me encantaba aquello que estaba
sucediendo. Yo, que había llorado en la matanza de un gorrino y cuando
había atropellado a un gato con el coche hace años, estaba disfrutando
como un niño con un juguete en mis manos, y es que eso es lo que era ella
para mí en ese momento, un juguete…

Agarrada del cuello, la empujé contra la pared, aun recuerdo el golpe seco
de su cabeza contra la pared, y como escaparon las primeras gotas de
sangre de su ceja izquierda debido al porrazo. Solté una carcajada. A duras
penas, se levantó, me miró, y me dijo:

- Estás loco, pedazo de cabrón.


Lo dijo en un tono frio, y de forma valiente. No sabía lo que estaba por
llegar. A todo esto, le contesté, merecía la pena jugar un poco, incluso con
las palabras.

- Que te creías aquel día, no tengo amigos, no tengo familia, voy a los
sitios solo, y tú eres la lista de turno que insiste en conocerme,
¿acaso eres especial? Eso te pasa por gilipollas, ya lo sabes para otra
vez…. Aunque quizás no lo sepas jaja

No pude evitar soltar otra carcajada. Ella me miraba, ahora estaba llorando,
y la sangre corría por su cara. Mmm me encantaba aquella combinación,
quería más… cogí el cargador del móvil, y con el cable la rodee por el
cuello.

La ahogué un poco, sus manos arañaban mis brazos intentando que la


liberase pero no lo consiguió, era mucho más fuerte que ella. Cuando estaba
a punto de perder la conciencia, dejé de apretar su cuello, quería seguir
jugando con ella. Mi mente retorcida quería más, y más, deseaba ver
sangre.

Ella tan apaciguadora y tranquila como siempre, seguía sin gritarme, se


encontraba nerviosa pero no había perdido la calma ni en esta situación, lo
odiaba, quería oírla gritar, suplicar, sufrir, simplemente sufrir.

Casi sin voz ella me decía:

- Para por favor, ¿por qué me haces esto? Para, por favor…

Me encantaba verla pidiendo clemencia, pero necesitaba aun más…

Reía con más fuerza que nunca, estaba excitado, te puedo decir que notaba
como la polla apretaba mis calzoncillos en ese momento, estaba
cachondísimo.

Abrí el cajón de mi cómoda, y saqué un abrecartas que ella me había


regalado.

- ¿Te acuerdas? Jajajajaja Un regalo tuyo, algo a lo que pusiste mucha


ilusión, te va a quitar la vida, ¿irónico verdad? Jajaja

Desempuñé de su funda el abrecartas afilado, la agarré de su melena, y le


aticé tres puñaladas en el costado, tras las cuales esbozó un grito que
quedó ahogado entre las 4 paredes de la habitación. La sangre le manaba a
borbotones, mis manos estaban bañadas por sangre, quería más…, me
recreé, seguí apuñalándola por todo el cuerpo, me causó placer, un placer
tan o más excitante que el sexo, y es que era tan apasionante el olor a
sangre, el sabor a sangre de las gotas que resbalaban por mi cara y caían
dentro de la hendidura de los labios, los últimos suspiros, los arañazos en
mis brazos, su cara de miedo, sus ojos llorosos suplicando clemencia, sus
músculos tensos…. Mmmm tan solo recordarlo, y podría decirte que estoy
sufriendo una erección.

Pero no había cumplido lo que deseaba, necesitaba hacerla sufrir aun más,
pero fue clavar el abrecartas y perder la razón, quería haberme recreado,
pero pudo conmigo la locura de clavar aquel objeto punzante.

Su cuerpo se encontraba inerte, y había saciado parte de lo que deseaba en


ese momento, pero aun me quedaba algo por hacer. Tenía la polla dura, y
había que bajar eso como fuera. Su magnífica figura, aun tenía la sangre
caliente, y tenía que disfrutar mientras durara su temperatura.

Muerta ella, tuve sexo con ella, “no ha puesto resistencia después de
haberme dejado la perra”, pensé macabramente mientras aparecía una
sonrisa de satisfacción en mi cara.

Terminada la matanza, me di cuenta que mi habitación estaba llena de


sangre. Tenía que limpiar aquello y deshacerme del cadáver como fuere.
Estaba de obras en mi piscina, y más o menos entendía de albañilería, así
que cavé un hoyo, la tiré después de soltarle un puñetazo, y la enterré en
cal viva junto a su abrecartas. Luego, aquel boquete lo tapé con cemento.

Tras aquella noche agitada, limpié todo aquello que pudiera implicarme en
un crimen, me pegué un buen baño, y por primera vez en mucho tiempo,
pude dormir como un niño pequeño.

No pasarían muchos días hasta que resulté implicado en el caso de los


huevos. Nunca hice muchas migas con la familia y amigos de María, y por
consiguiente, era lógico que fuera el primer sospechoso, y más sabiendo su
amiga Cristina, que María había venido a mi casa para hablar conmigo.
Vamos que lo que se dice sospechoso, sospechoso, era de cojones, y más
conociendo todos ellos mi fuerte carácter. Así que a lo que iba, la policía me
llamó para interrogarme. Me hice el sueco obviamente, intenté mostrar la
frialdad que me caracterizaba, incluso actué mostrando alguna lágrima de
dolor, a ver si colaba. Pero claro, no resulta tan fácil engañar a la policía, así
que sabiendo que tarde o temprano me cogerían, tenía que buscar una
causa de justificación, ya que coartada no tenía, ni iba a tener, porque no
tenía ni siquiera a alguien que me tuviera un mínimo de cariño para
corroborarla.

Pronto llegó una orden del juez para registrar mi casa, dentro de la casa no
encontraron nada, únicamente recuerdos donde aparecíamos los dos, pero
fuera… notaron que había realizado obras en la parte inferior de la piscina,
y se notaba el cemento no muy bien colocado, lo que hizo que hicieran
hincapié en ese lugar. ¡Maldita sea!

Pues sí, para mi desgracia, horas más tarde encontraron el cuerpo, pero ya
lo tenía todo pensado, pasó un pequeño tiempo desde que sabía que me
cogerían, hasta que me cogieron, y fue tiempo suficiente para cubrirme algo
las espaldas. Contraté a un buen abogado, un abogado de esos que cobran
mucho y no tienen escrúpulos aun sabiendo que he matado alevosamente.
La decisión que tomó fue la de argumentar que sufrí una enajenación
mental transitoria en el momento de cometer el delito. Sabía que me iban a
empapelar, pero era la única forma de rebajar la pena, y que pudiera estar
pronto en la calle.

Total, me arrestaron, ingresé en prisión, y esperé al juicio. Juicio que tardó


año y medio en llegar. Antes de llegar al juicio, pasé penurias y abusos por
parte de otros presos en aquel asqueroso lugar, que prefiero no entrar al
detalle. Pasé multitud de estudios psiquiátricos, en los que tuve que hacer
de actor y seguir las indicaciones de mi abogado si quería rebajar la pena, y
así fue…

Del delito de asesinato, no salí ileso, pero al menos pude obtener el


reconocimiento de enajenación mental transitoria, y la pena únicamente fue
de seis años, y la asunción de las costas procesales e indemnización de
12.000 euros a la familia. Los años en la cárcel fueron muy duros, apenas
salía de mi habitación y me reunía con otros presos, simplemente me
dedicaba a leer, estudiar, escribir mis divagaciones mentales paranoicas, y
a pasar el rato intentando evitar el abuso de otros que ya había sufrido
anteriormente.

Tras estar cuatro años y medio en la cárcel conseguí poder respirar el aire
impoluto de la calle, el de la libertad. Me rebajaron parte de la pena por
buen comportamiento, y aunque anteriormente ya había disfrutado de
varios permisos, ahora ya era libre de nuevo.

Rehíce mi vida como pude, continué con mis negocios por internet. Gracias
a Dios, tras la muerte de mis padres, obtuve una gran herencia, y
gestionando el dinero que adquirí, siempre pude tirar para adelante sin la
necesidad de trabajar.

Cuando estuve estabilizado por completo, comencé a realizar aquello que


hacia anteriormente, solo que con cinco años y medio más que por aquel
entonces. Antes tenía diecinueve años, y ahora ya tenía un cuarto de siglo.

Fui al café donde vi a María por primera vez, de nuevo un 15 de noviembre,


en la misma mesa número 3, me pedí un café solo como antaño, y me
encendí un cigarrillo Marlboro. Que sensación más agradable, sentía como
si no hubiera pasado ningún día desde aquel día que conocí a María y
cambió mi vida por completo, como si hubiera estado seis años durmiendo y
acabara de despertar, sin arrepentimientos, sin cargo de conciencia
siquiera.

Fue aquí donde me sitúo al principio de esta historia, cuando calada tras
calada, y sorbo tras sorbo, mientras leía “La Metamorfosis” de Kafka, y
sonaba de fondo “Today was a good day” de Ice Cube, cuando la vi… Se
parecía muchísimo a María, y de pronto aquellos pensamientos de ser
retorcido y perverso, empezaron a surgirme en la cabeza. Me imaginé su
cuerpo desnudo retozando con el mío, para después acuchillarlo y sentir el
baño de la sangre caliente sobre mi cuerpo. No pude evitar una erección al
pensar en ello.

Intenté llamar la atención de la chica, y parece que fue efectivo, vino hacia
mi mesa, y la invité a sentarse. Si algo había aprendido con mi ex novia, era
a manipular, y lograr ser encantador para conseguir lo que quería. Intenté
llamar la atención de la chica tan parecida a ella, y lo logré. Ella reparó en
mi libro y entablamos una conversación extensa y agradable sobre él, y
sobre muchos otros aspectos de la vida cotidiana. Obviamente oculté mi
pasado en la cárcel, no creo q fuera algo que pudiera beneficiarme en
demasía. Al despedirnos quedamos que al día siguiente tomaríamos café en
el mismo lugar y a la misma hora, pero había una cosa que se nos había
olvidado en toda la conversación, preguntar nuestros nombres, así que
cuando se iba la agarré de la mano y le dije:

- ¡Oye! ¡Espera! No me has dicho tu nombre, ¿Cómo te llamas guapa?

- Me llamo Marta, ¿y tú?-dijo con voz dulce-.

- Casi…-dije entre susurros.-

- ¿Perdón? ¿Decías algo?-me preguntó la joven extrañada-.

- Nada, nada, únicamente que casi… eres fea… jeje, eres preciosa
chica, por cierto me llamo Alberto.-dije para salir del paso como mejor
pude.-

- Muchas gracias jeje.-me dijo mientras su cara se tornaba de un color


tomatito.- Tú también.

A todo esto, tras ver su sonrisa al terminar la frase, me quede mirándola a


los ojos y mientras le guiñaba un ojo le dije:

- Mañana nos vemos,

- Por supuesto, adiós.

Lo logré, la conseguí embaucar, ahora me quedaba poder llevarla a mi casa,


y allí llevar a cabo aquello que pensaba realizar. Primera parte del objetivo:
cumplido.

La historia se repetía…

FIN

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