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Recuerdo que María, una joven de 17 años por aquel entonces, se sentó en
mi mesa frente a mí, y me preguntó:
- No, me estoy leyendo este libro de este bávaro pecho frío por gusto...
¡no te jode la niña!- le dije en un tono no muy amable-.
- Me llamo Alberto…
Ella no entendía que no estaba de broma, pero lo dijo de una manera tan
perfecta, con una mirada tan dulce e irritante a la vez dirigida hacia mis
ojos, que recuerdo haber quedado hipnotizado durante unos segundos
cuando coincidieron las miradas, siendo mi única reacción una estúpida
risa…. Risa que desencadenó en una risa tremenda, y que dio lugar a otra
risa, con decirte que el momento de la risa gilipollas duró tres putos
minutos, si no fueron más… Vamos, que tiene delito la cosa.
Ahí ocurrió lo que se podría llamar el maldito flechazo de los cojones, esa
primera fase de enamoramiento, que sin duda es la más bonita de toda
relación con cualquier ser viviente.
Después de aquel día quedamos más veces, muchas más veces, para ser
exactos durante seis meses. Hacíamos cosas de pareja, algo que yo
siempre había detestado, me sacaba una puta sonrisa bobalicona de la cara
cuando siempre fui serio, logró que hiciera cosas impulsivas cuando siempre
fui calculador, consiguió que fuera cálido cuando siempre fui más frío que la
propia muerte… No sé, sacaba todo lo mejor de mí, y lo detestaba, me hacía
sentir que vivía en una nube, en una sensación de inmortalidad, y felicidad
tan extrema, que resultaba patética e inconcebible. Era la estupidez del ser
humana elevada a la quinta potencia multiplicado por infinito. Detestable.
Todo eso fue bien, hasta que un día la maldita zorra vino a mi casa para
decirme que me dejaba. Hablé con ella, saqué mi vena manipuladora, mi
vena de ser encantador, esa que solo saco cuando me interesa en demasía
algo, esa que me reservo para saciar de alguna manera mi egoísmo cuando
así lo requiero. Intenté manipularla para que volviéramos y no quería, la
miré a los ojos con cara de cordero degollado, y no veía en su cara que
fuera capaz de ceder, la notaba envalentonada, con decisión. Se creería
superior a mí la muy puta.
- Maldita hija de puta, no eres más que yo, ahora te vas a enterar lo
que realmente te mereces.
Ella como era obvio no podía articular palabra, sus ojos estaban saltones, y
pedían clemencia, pero no quería dársela, me encantaba aquello que estaba
sucediendo. Yo, que había llorado en la matanza de un gorrino y cuando
había atropellado a un gato con el coche hace años, estaba disfrutando
como un niño con un juguete en mis manos, y es que eso es lo que era ella
para mí en ese momento, un juguete…
Agarrada del cuello, la empujé contra la pared, aun recuerdo el golpe seco
de su cabeza contra la pared, y como escaparon las primeras gotas de
sangre de su ceja izquierda debido al porrazo. Solté una carcajada. A duras
penas, se levantó, me miró, y me dijo:
- Que te creías aquel día, no tengo amigos, no tengo familia, voy a los
sitios solo, y tú eres la lista de turno que insiste en conocerme,
¿acaso eres especial? Eso te pasa por gilipollas, ya lo sabes para otra
vez…. Aunque quizás no lo sepas jaja
No pude evitar soltar otra carcajada. Ella me miraba, ahora estaba llorando,
y la sangre corría por su cara. Mmm me encantaba aquella combinación,
quería más… cogí el cargador del móvil, y con el cable la rodee por el
cuello.
- Para por favor, ¿por qué me haces esto? Para, por favor…
Reía con más fuerza que nunca, estaba excitado, te puedo decir que notaba
como la polla apretaba mis calzoncillos en ese momento, estaba
cachondísimo.
Pero no había cumplido lo que deseaba, necesitaba hacerla sufrir aun más,
pero fue clavar el abrecartas y perder la razón, quería haberme recreado,
pero pudo conmigo la locura de clavar aquel objeto punzante.
Muerta ella, tuve sexo con ella, “no ha puesto resistencia después de
haberme dejado la perra”, pensé macabramente mientras aparecía una
sonrisa de satisfacción en mi cara.
Tras aquella noche agitada, limpié todo aquello que pudiera implicarme en
un crimen, me pegué un buen baño, y por primera vez en mucho tiempo,
pude dormir como un niño pequeño.
Pronto llegó una orden del juez para registrar mi casa, dentro de la casa no
encontraron nada, únicamente recuerdos donde aparecíamos los dos, pero
fuera… notaron que había realizado obras en la parte inferior de la piscina,
y se notaba el cemento no muy bien colocado, lo que hizo que hicieran
hincapié en ese lugar. ¡Maldita sea!
Pues sí, para mi desgracia, horas más tarde encontraron el cuerpo, pero ya
lo tenía todo pensado, pasó un pequeño tiempo desde que sabía que me
cogerían, hasta que me cogieron, y fue tiempo suficiente para cubrirme algo
las espaldas. Contraté a un buen abogado, un abogado de esos que cobran
mucho y no tienen escrúpulos aun sabiendo que he matado alevosamente.
La decisión que tomó fue la de argumentar que sufrí una enajenación
mental transitoria en el momento de cometer el delito. Sabía que me iban a
empapelar, pero era la única forma de rebajar la pena, y que pudiera estar
pronto en la calle.
Tras estar cuatro años y medio en la cárcel conseguí poder respirar el aire
impoluto de la calle, el de la libertad. Me rebajaron parte de la pena por
buen comportamiento, y aunque anteriormente ya había disfrutado de
varios permisos, ahora ya era libre de nuevo.
Rehíce mi vida como pude, continué con mis negocios por internet. Gracias
a Dios, tras la muerte de mis padres, obtuve una gran herencia, y
gestionando el dinero que adquirí, siempre pude tirar para adelante sin la
necesidad de trabajar.
Fue aquí donde me sitúo al principio de esta historia, cuando calada tras
calada, y sorbo tras sorbo, mientras leía “La Metamorfosis” de Kafka, y
sonaba de fondo “Today was a good day” de Ice Cube, cuando la vi… Se
parecía muchísimo a María, y de pronto aquellos pensamientos de ser
retorcido y perverso, empezaron a surgirme en la cabeza. Me imaginé su
cuerpo desnudo retozando con el mío, para después acuchillarlo y sentir el
baño de la sangre caliente sobre mi cuerpo. No pude evitar una erección al
pensar en ello.
Intenté llamar la atención de la chica, y parece que fue efectivo, vino hacia
mi mesa, y la invité a sentarse. Si algo había aprendido con mi ex novia, era
a manipular, y lograr ser encantador para conseguir lo que quería. Intenté
llamar la atención de la chica tan parecida a ella, y lo logré. Ella reparó en
mi libro y entablamos una conversación extensa y agradable sobre él, y
sobre muchos otros aspectos de la vida cotidiana. Obviamente oculté mi
pasado en la cárcel, no creo q fuera algo que pudiera beneficiarme en
demasía. Al despedirnos quedamos que al día siguiente tomaríamos café en
el mismo lugar y a la misma hora, pero había una cosa que se nos había
olvidado en toda la conversación, preguntar nuestros nombres, así que
cuando se iba la agarré de la mano y le dije:
- Nada, nada, únicamente que casi… eres fea… jeje, eres preciosa
chica, por cierto me llamo Alberto.-dije para salir del paso como mejor
pude.-
La historia se repetía…
FIN