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Una familia argentino portuguesa

Una historia de María Teresa Dìas Goncalves de Caminoa

“A mis hermanos, hijas y sobrinos,


para que nuestras raíces no se
pierdan en el tiempo”

Primero Parte

RAICES

MEDITANDO ...
La vida a veces da, otras ... quita y otras ... devuelve ... y
nuestra hermana Beatriz, argentina comodorense, ha ido a
ocupar en Portugal, el lugar vacío que un día dejó Papá.

UNA VISITA DE MI HERMANA

Año 2003.

Estamos todos en el aeropuerto despidiendo a Beatriz


y José, que nos han venido a visitar una vez más. Cuando
el avión levanta vuelo comienzo a ver una triste, enorme e
ignota distancia; que se,~:)randa y se agranda y que
nuevamente nos separará. Me invade una sensación de
vacío e impotencia. Entonces, como siempre,
espontáneamente, viene a mí tu recuerdo Abuela Teresa.

LA ABUELA TERESA DE PORTUGAL


¡Cómo te comprendo! iCómo no iba a flaquear tu
corazón dolorido! ¡Cómo habrás quedado tú! La vida te dio
nueve hijos, con los que alegraste tu hogar, allí en
Algarve, joven y llena de ilusiones. Pero la influenza te
quitó seis. Te quedaste apretando contra tu pecho a
Palmira; José y Juan ... era todo lo que te quedaba. Pero
Juan partió después para Canadá y José, un inesperado
día, se vino para América del Sur.
UN MATRIMONIO ARGENTINO-PORTUGUES

Argentina, década del '30. Valle del río Chubut.


Chacras de Villa Inés. Zulema, una joven esposa, argentina
y patagónica, revuelve entre cajas con correspondencia
íntima de su novel esposo portugués. De pronto, encuentra
una carta reciente, está escrita desde Portugal y firmada
por ¡una mujer! El corazón le late con fuerza, mientras
deletrea con dificultad: es de Palmira ... pero su apellido
... ¡Es la hermana de José! y consternada consigue leer:

"Querido hermano, entrego esta carta a este hombre


que viaja para América y Dios quiera que te encuentre,
nada sabemos de ti desde que te fuiste ...

Conociendo a Mamá, es fácil imaginarse lo que ella


narraba siempre. No le faltaban ímpetus, ni sentimientos
para hacerse cargo; y me parece que la veo casi
corriendo, rumbo al correo del pueblo, a poner ¡urgente!
una respuesta:

"Soy tu cuñada Zulema, estoy casada con José y


vivimos en ...

Así se cimentó una gran familia argentino-portuguesa.


Ligada y mantenida por la correspondencia entre estas dos
mujeres que empezaron a quererse y a transmitir
sentimientos y noticias.
En el valle, el "portugués rubio" y su esposa, gozaban con
el trabajo de la tierra y la llegada de sus primeros hijos;
pero también supieron de los padecimientos de las
inundaciones y de los problemas de salud de las niñas, lo
que los llevaría, finalmente a trasladarse a Comodoro
Rivadavia.

EN COMODORO RIV ADAVIA

De estos años en el Comodoro de la década del '40, es


que comienzo a tener recuerdos claros y me veo viviendo
en el seno de una familia con una identidad muy definida,
conformada por la amalgama entre las criollas costumbres
de la familia de Mamá y las portuguesas aportadas por
Papá.

Lo notable, es cómo son absorbidas y se arraigan en


nosotros: A Papá le encantaban las empanadas, el mate,
los pastelitos y se divertía con los tíos y abuelo jugando al
truco con relaciones. Mamá conocía todas las costumbres
portuguesas, las había hecho suyas, nos las transmitía.
Creo que estaba enamorada, no sólo de Papá, sino
también de su pasado desconocido y legendario.

Recuerdo cuando llegaba el cartero: ¡Carta de


Portugal! ¡Carta de Portugal Corríamos con mis hermanas,
gritando en una algarabía de risas alegres que repicaban
en mis oídos como campanitas.

NUESTRA GRAN FAMILIA EN COMODORO

La familia de Mamá era grande: el abuelo y la abuela,


y once hermanos. Casi todos con sus respectivas parejas y
sus hijos y además, otros parientes. Con ellos estábamos
siempre juntos. Abuelos y tíos nos querían, nos protegían,
nos mimaban ... y con nuestros primos compartíamos
felices horas de juegos, que nunca olvidaremos.
Los familiares de Papá en Comodoro, en cambio, se
podían contar con los dedos de la mano. Casi todos eran
primos con distintos grados de parentesco. A medida que
fueron llegando se radicaron, todos, en la zona norte (en
distintos campamentos petroleros).

Como nosotros no teníamos vehículo y Papá era poco


adepto a realizar visitas, no nos veíamos tan seguido.

Pero guardo en mi recuerdo hermosos encuentros que


para nosotros significaban todo un acontecimiento; porque
además de encontramos con nuestros tíos, conocíamos
lugares alejados.

Hoy, los familiares que vamos quedando, nos vemos


aún más esporádicamente; con unos menos, con otros
más, pero siempre se conserva encendida la llama ligante
de nuestras raíces comunes.

EL TÍO DAS NEVES

Trabajaba junto con Papá en YPF. Venía asiduamente


a casa, es más, todos los domingos estaba con nosotros.
Era tío, no sé con qué grado de parentesco, de Papá.
Grandote, robusto, se acaloraba por cualquier cosa, tenía
mal carácter y levantaba la voz hablando en una mezcla
de idiomas que poco o nada entendíamos; para colmo
apuntaba con el dedo ... que le faltaba hasta la mitad.
Contaban, que allá en Portugal, él mismo se lo había
cortado de un hachazo porque no quería ir a la guerra. Era
todo un personaje.

Cuando volvió a Portugal, dejó a nuestro cuidado un


gran baúl, pesadísimo ... "Hasta que se lo pudiera llevar
alguien ... él ya vería. '~ El pesado baúl nos intrigaba.
Estaba herméticamente cerrado y sellado. Estuvo muchos
años en casa y cuando por fin Papá se cansó de cuidarlo y
lo abrió, estaba lleno de las cosas más inverosímiles que
una persona pueda pretender llevar tan lejos. Vaya como
ejemplo: paquetitos de clavos y tornillos.

AQUELLOS GRINGOS

Se llamaban mutuamente "pariente" o más bien


"parenti'. Conformaban un sólido tejido social alrededor de
nuestra familia. Eran como pertenecientes a otro nivel de
parentesco, más lejano. Quizá estaban todos unidos por su
condición de inmigrantes, porque habían dejado sus
familias y su tierra. Esto los hermanaba.
La mayoría de los que venían a casa eran portugueses,
pero habían algunos de otras nacionalidades.

Visitantes asiduos, conversadores; bebedores de grapa,


portadores de noticias y muy solidarios.

Cuando la fatalidad llegó a nuestro hogar y perdimos


a nuestra hermana mayor, y también Papá enfermó, no nos
abandonaron. Venían a vemos, nos traían golosinas,
conversaban con Mamá, indagando sobre sus problemas y
luego cuando se iban, con mucho tacto y humildad,
dejaban en manos de alguna de nosotros, un rollito de
billetes ... dlsimuladamente, diciendo: ¡Para caramelos!

AGRICULTORES Y FORESTADORES

Quizá porque eran descendientes de pueblos


agricultores y traían en sus pupilas, aún las plantaciones
de olivos o algarrobas. Llegaron a la Patagonia y sin
inmutarse por el suelo y el clima, comenzaron a cultivar la
tierra.
No preguntaron si era buena o mala. Si esto era un
desierto o si no había agua. Si la tierra era apta o no,
simplemente, la hicieron apta. Lo que no hacía la
naturaleza hostil, lo hicieron ellos con su trabajo fecundo
y constante, con matices de un trabajo científico y
concienzudo, par lograr la adaptación de una gran
cantidad de especies.

En lugar y tiempo, en el que no habían comercios u


organizaciones dedicadas a la agricultura, con pocos
medios de comunicación y transporte, con grandes
distancias que se interponían.' t.;9unos con dedicación
exclusiva, perdidos entre los fríos cañadones. Otros,
muchos, que trabajaban en las duras tareas de la
extracción de petróleo, dedicaban al trabajo de la tierra,
sus horas de descanso.

Y así, iban surgiendo, quintas y chacras en los


alrededores de la ciudad que, como aún en la actualidad,
lo siguen haciendo; Proveían la verdura fresca que se
consumía en la ciudad. Parques verdes achapanrados entre
cerros. Arboledas rodeando las baterías petroleras y
bosquecillos, aquí y allá, por los campamentos. Y huertas
familiares; patios, que eran seguramente pequeñas
réplicas de lo dejado en su tierra natal, con parrales,
frutales y jardines.

Y aquí nuevamente surge todo un sistema social-


solidario, donde aparece una relación de dependencia
mutua, para ayudarse e intercambiarse podas, esquejes,
semillas y todo lo que conseguían obtener cuando alguno
viajaba.
¡¿Cuántos árboles de los que hoy forman nuestra verde
fronda provendrán de sus manos?! ¿En qué proporción
contribuyeron a transformar el aspecto de nuestra región?
Que en los comienzos de nuestra ciudad era un páramo
desolado y gris.
LA CHACRA DEL BARRIO 13 DE DICIEMBRE

Papá no escapó a la tiranía de la tierra, más aún,


disfrutó de ella; aunque para hacerlo tuviera que usar sus
horas de sueño y descanso.

A fines de los años cuarenta, YPF le otorgó una


vivienda en el barrio 13 de diciembre. Muy alejado de la
zona urbana, rodeado de campo verde, cuyos únicos
vecinos eran: un tambo, el rancho de los Tehuelches
Payaguala y alguna chanchería. El barrio, con sus casas
rodeadas de enormes terrenos, conformó, para este
portugués (con alma de agricultor), el sitio ideal para el
cultivo.

Inmediatamente nos vimos incitados a trabajar con él;


cortábamos cantidades de matas de duraznillo en los
campos vecinos y así fue levantando un rústico cerco
alrededor de la casa.

La tierra virgen fue rápidamente trabajada. El tambo


cercano le proveía abono. Y la pala, la azada, y el rastrillo
dejaron aquella tierra hecha una espuma.

Inteligentes cortavientos atravesaban por aquí y allá,


y a su reparo fueron surgiendo los surcos, que en los
veranos nos regalaban todo lo que nuestro hogar
necesitaba. Bolsas de papas, cebollas, ristras de ajos,
zapallos, tomates, y morrones se iban amontonando en el
galpón familiar. Hortalizas y verduras de hojas eran
consumidas diariamente y repartidas entre familiares y
amigos.

Con el tiempo los árboles fueron creciendo y las


ramas de manzanos, perales, y damascos se cruzaban. No
faltaron tampoco, un nogal y un olivo, cuyas aceitunas,
Papá mantenía en agua un tiempo y luego saboreaba
satisfecho. Y bajo la sombra del parral, jugaron sus hijos y
sus nietos.

LA CHIVA y EL "PORCO"

Y no todo era sembrar; la chacra se complementaba


con los animales de granja. Una buena cantidad de
gallinas que nos proveían de carnes y huevos. Patos,
gansos, algún pavo para engordar para la navidad,
palomas, perros, gatos ... Pero nuestros protagonistas de
la granja familiar fueron la chiva y el chancho.

VALENTINA

Era una pequeña cabrita, cuando nos la regalaron. Le


hicimos una camita de ramas y la alimentábamos con
mamadera. Le fuimos tomando gran cariño, nos
enternecía, sabíamos que la idea maligna de Papá ... era
comerla; pero no pensábamos en eso, la disfrutábamos y
nos hacía felices.

Durante toda esa primavera fue nuestro juguete.


Rápidamente creció y entonces la encontramos parecida a
una amiga de Mamá, que era flaca, de cara larga y con
pelos en la pera, así fue que la bautizamos "Valentina".
Ahora era grande y había que alimentarla.

Papá, le ataba una soguita al cuello y la iba arreando


hasta la puerta del patio; allí, nos la entregaba.

Valentina miraba hacia el campo y salía a una


velocidad supersónica. Ir tomada a esa soga era volar por
sobre la tierra, tras la chiva; y todo empeoraba cuando
llegaba a las matas y las pasaba por encima. Raspones y
magulladuras se iban marcando en nuestras piernas ... por
fin ... veía pastito tierno y frenaba sin avisar, entonces, el
que la portaba iba a aterrizar un poco más lejos que ella.
Todo era risas.

Al atardecer, volvíamos con ella, satisfecha, triscando


y embistiéndonos con sus incipientes cuernos. Ella iba al
corral y nosotros, -hambrientos-, a tomar la leche.

Hasta que un triste domingo, Papá decidió que haría


un asado. De nada valió nuestras súplicas ni lágrimas. No
sean tonta! te decía Mamá -los animales fueron hechos por
Dios para que el hombre se alimente-.

En el patio el olorcito a asado era atractivo y


perseguidor, se expandía, desalmado por todas partes. iNo
la podíamos comer! ¡Ni queríamos! Pero nos regañaban.
Aceptábamos una doradita costilla, pero no podíamos
tragarla. ¡Pobre Va1entina! La carne nos daba vueltas en
la boca.

Y con el "porco" nos pasaba otro tanto. No nos


encariñábamos con él, porque sólo Papá lo atendía. Pero
cuando llegaba el día cero, empezábamos a padecer.
Mamá y Papá hacían preparativos desde temprano.
Disfrutaban con la ceremonia: encender el fuego, calentar
el agua ... cuando empezaba la cuenta regresiva, nosotras
nos íbamos a la última habitación, nos tapábamos la
cabeza con cinco almohadas. Papá, Mamá, nuestro
hermano, familiares y amigos, disfrutaban comentando los
pormenores. Nosotras estábamos ausentes de todo ... pero
lo comíamos después ..

Creo que a la aportuguesada granja de Papá, sólo le


faltó el burro. Y, pensándolo bien, nos hubiese encantado,
hubiera sido maravilloso ... porque el burro ... "no se
come".

EL ESPECIAL IDIOMA DE PAPÁ


Papá no hablaba ni en portugués, ni en castellano.
Había elaborado, una mezcla que muchos no entendían.

Sólo nosotros lo interpretábamos y hasta habíamos hecho


nuestras, algunas de sus expresiones.

En la noche de la carneada del "porco" se comía la


"fritanga", vos esta, que nunca he podido descifrar de
dónde la sacó. Este plato consistía en: trozos de cerdo
cortados en dados grandes y los sesos, fritos y
condimentados con ajos enteros, con la cáscara y
machacados o golpeados. En el momento de comer se le
agregaba jugo de limón.

También se lo oía decir: -Estoy "friyendo" pejerrey-, y


muchas palabras así, andaban circulando por nuestra casa
y nos han quedado pegadas a nuestro idioma familiar. A
mí, frecuentemente, se me viene hasta la punta de la
lengua, su expresión "vaite a la merda", cuando me enojo
con alguien.

Pero este especial idioma, hacía que nuestros amigos


nos miraran desorientados y confusos, cuando venían a
casa y Papá les hablaba.

LOS BIGOTES DE PAPÁ

Papá tenia algunas costumbres que lo caracterizaban:


mientras realizaba sus tareas en la huerta, se ponía en la
oreja o un clavel o una ramita de azucemas (sus flores
preferidas). Luego en las noches, o en sus ratos libres, nos
hacía pajaritas de papel. Tejía redes de pescar, para sus
pescadores conocidos. Y usaba eternamente una gorra
vasca.

Pero lo que a nosotros nos intrigaba, eran sus bigotes:


jamás lo vimos sin bigotes. Llevaba unos grandes bigotes
rubios, arqueados hacia abajo, cayendo a los dos costados
de los labios, enroscaditos en las puntas, afinados en los
extremos por sus dedos que, incansables, repetían esta
tarea.

Cuando le preguntábamos porqué no se los sacaba, se


indignaba, y nos contestaba que para él, sacarse los
bigotes era como "perder la verguenza".

Las fotos que veíamos del Abuelo portugués, nos


mostraban que también usaba los mismos bigotes. El
Abuelo era descendientes de belgas ... Indagando en los
libros de historia europea, leo que las "tribus" o "pueblos"
belgas, en un momento de la historia ocuparon Francia y
parte de la Península Ibérica. Pero lo que me llamó la
atención, es que, los hombres eran altos, rubios, de piel
blanca y ojos celestes ¡Cómo Papá! Pero ... todos ...
absolutamente todos ... usaban un gran bigote.

LAS EXCURSIONES DE CAZA

Salía Papá, de caza, con su escopeta colgada del


hombro y sus cartucheras grandes y vistosas, en diagonal,
sobre su pecho. Su aspecto era imponente (al menos para
mí).

Era alto, delgado, pero robusto, de espalda grande,


levantaba los hombros y sacaba el pecho y caminaba con
firmeza. Su cabello, canoso desde joven, le daba un aire
de madurez y siempre, la infaltable gorra vasca sobre su
cabeza.

Mi hermanito menor lo acompañaba y ... ¡Yo, infaltable,


me colaba!

El recorrido siempre era el mismo, Atravesábamos a


tranco largo las lomas que rodeaban el barrio, en
dirección al sudoeste; mi hermano caminaba a su lado
siguiendo su ritmo; más atrás iba yo, que ya no diré
"caminaba", trotaba incansable para poder mantenerme
junto a ellos. Pasábamos por el tambo, bordeábamos la
laguna, el rancho de los Payaguala ... más allá, las
chancherías, con su maloliente atmósfera envolviéndolas.
Esas eran las últimas lomas. Parados en la parte más alta,
podíamos divisar el paisaje y nuestra meta final.

A lo lejos, la tierra perdía sus estribaciones, se hacía


plana y se extendía, serena, perdiéndose en el horizonte
entre otras brumosas lomas, Ese era el lugar ideal para la
caza.

Recuerdo que nos sumíamos en la contemplación del


paisaje y Papá solía hacer algunas reflexiones "-mirá dónde
han ido a hacer el pueblo ... dime si este lugar no hubiera
sido el más indicado.!', Entonces, yo daba rienda suelta a
mi imaginación y veía allí extensos barrios: ¡Pensar que
hoy vivo en ese lugar y mi visión de futuro, (mejor dicho la
de Papá) se ha hecho realidad!

Descendíamos la loma, el edificio del Hogar Escuela y


la ruta 3, nos orientaban. Cruzábamos aquel campo, ...
por aquí saltaba una liebre ... Papá hacía puntería, el
perro se desesperaba, coma (iba y venía diez veces) hasta
el lugar donde había visto la presa ... pero la liebre se iba.
Yo quería juntar fiorcitas silvestres y me quedaba atrás.
Recomamos aquella zona.

Colgadas de la cintura de papá, se iban acumulando


las martinetas, mientas él nos describía: -este es el tambo
de ... , aquellas tierras son de Belcastro, esto es un horno
de ladrillos y se detenía a explicamos su uso.

Los rayos tibios del sol, la brisa que venía del mar, la
bruma de la tarde, el silencio del campo (sólo cortado por
el canto de los pajaritos), nos transportaban a otro
mundo.

Los bolsillos que me pesaban, me devolvían a la


realidad: llevaba en ellos cuanta piedra rara había
encontrado, turris, caracolitos y cascarones duros de
greda, que había recogido en alguna laguna seca. Ya en
casa las humedecía y hacía con ellos, cacharritos.

Con las últimas luces del día, volvíamos al barrio.


Papá con una bolsa al hombro, con las liebres más las
martinetas, que pendían de su cintura. Mi hermano con
otra orgullosa carga de pajaritos que habían caído,
víctimas de su gomera, el perro alegre, feliz y sediento,
con la lengua afuera y yo con un ramillete, casi marchito
de olorosas florcillas silvestres, los bolsillos pesados y
estirados, las piernas llenas de raspan es y arañazos, y el
ruedo del vestido enganchado y raído; consecuencias de
mi atropellada carrera para alcanzar los pasos largos de mi
padre.

LA ALEGRÍA DE MAMÁ

En la puertita del patio, Mamá nos recibía jubilosa y


bochinchera. Y ya estaba pronta para comenzar a
desplumar, limpiar y cocinar las martinetas. Nunca tenía
pereza para nada, estaba siempre lista para todo.

El producto de la caza le traía recuerdos de su infancia, y


lo decía en voz alta, mientras realizaba la tarea.

Mamá era la típica gorda extravertida, alegre,


conversadora y expresiva. Festejaba todo y se reía con una
rápida y espontánea respuesta de su carácter, pero
también así reaccionaba cuando la atacaban o herían, se
defendía como gato panza arriba.
Distinto era cuando el encontronazo era con Papá
-que también como en todo hogar, los había-, entonces
quizá tocados en su fibra más débil, los dos reaccionaban;
Papá, levantaba muy alto la voz (única vez) y salía para
afuera a grandes trancos ... Mamá, lloraba, rápidamente
desparramaba copiosas lágrimas por su alrededor. Al
ratito, ya estaba riendo nuevamente.

Era la encargada de nuestras relaciones exteriores y


lo hacía con excelencia. Simpática y conversadora, era
querida por amigos y vecinos.

Ya abuela, sus nietos se desvivían por ir a pasar una


tarde con ella; los cruzaba al kiosco, compraba un gran
surtido de chocolates y golosinas. Luego se "tiraba" con
ellos en las camas a disfrutar de aquel banquete, que más
de una vez le costaba un ataque de diabetes.

LAS ÚNICAS SALIDAS DE PAPÁ AL CENTRO

Mi padre era un tanto ermitaño, más bien, se


entregaba con tanta dedicación a su quinta, a su trabajo
ya su hogar, que no le quedaban espacios libres para otra
cosa.

Su única salida era, (y la recuerdo muy bien), el día


de ir a la peluquería. Entonces escogía un día franco y, por
la mañana, muy temprano, se vestía con su traje marrón.
Lustraba municiosamente sus zapatos y se calzaba su
hermoso sombrero negro, bien cepillado y armado.
Tomaba de la mano a mi hermano José ("el varoncito de la
casa") y enfilaba para el centro. Hacía el recorrido a pie, y
··al ver por sus relatos luego- visitaba a todos sus
portugueses conocidos. Empezaba su gira por la peluquería
de Márquez, donde recogía sus primeras noticias de la
comunidad local y de su Algarve. No sé cuál sería su
itinerario siguiente, porque el panorama era amplio: había
portugueses zapateros, verduleros, almaceneros; siempre
volvía con algunos kilos de porotos colorados y un montón
de relatos sobre sus paisanos. Éstos se dedicaban a un
amplio abanico de oficios: había excelentes albañíles o
constructores, que dejaron sus obras salpicadas en toda la
ciudad. El tradicional semillero, que recorría los barrios
con su valija de paquetitos. Y los pescadores, dichosos,
vendiendo el pescado que ellos mismos extraían y que les
gustaba tanto. Si encontraba alguno por el camino, Papá,
seguro que volvía con un gran paquete de pescados.

Y me viene al recuerdo, Don Antonio Matías, el


mercachifle, que cuando yo era muy pequeña, visitaba mi
casa; en su automóvil lleno de mercancías. Donde se podía
encontrar desde un paisano par de alpargatas hasta el
mejor corte de cashmir inglés.

SERVICIALES

Guardo y cuido con devoción, los anillitos que mi


abuelo, me mandó de Portugal. Cuando era yo, muy niña y
cuando cumplí los quince años. ¿Cómo llegaron a mí? Como
era costumbre: nos anoticiábamos que fulano llegaba de
Portugal y que traía un envío para nosotros. Entonces
esperábamos ansiosos el día que llegaba a casa o que
íbamos a un encuentro. Y las emociones eran muchas: las
cartas, los regalos, las narraciones.

Aún hoy, se conserva en la comunidad portuguesa


esta costumbre. Por cada uno que viaja, van para allá:
paquetes de yerba, artesanías en cuero, mates, revistas,
etc. y regresan, desde nueces, almendras y los típicos
higos rellenos, hasta las pequeñas joyita:", en oro
trabajado tan delicadamente, en láminas muy finitas, que
las caracteriza.
No sé si las demás colectividades también harán esto,
pero lo que sí sé es que este acontecer los denota como
serviciales y cariñosos: unos alegres y satisfechos de poder
dar esta alegría ... otros, tal vez, rezongando para sí
mismos. Pero todos hacen un lugarcito (que a veces es
bien grande) en sus cargadas valijas para llevar o traer un
obsequio, que no es más que un símbolo de amor y cariño,
un "te extraño", o un "deseo verte".

NUESTRAS ACTIVIDADES SOCIALES

A Papá no le gustaba que saliéramos seguido, ni


siquiera a misa.
Era difícil y ardua, la tarea de conseguir un permiso, para
concurrir a una fiesta o a un baile. Ni siquiera íbamos a un
picnic de estudiantes.
Pero su armada estructura de seriedad y firmeza se le
venía abajo cuando se trataba de algo relacionado con la
sociedad portuguesa, entonces, hasta nos despedía con
una sonrisa de satisfacción.
Es que este hombre severo, (que ni él siquiera se permitía
ser asiduo a la asociación que los nucleaba), en el fondo
se sentía bien relacionándose, de alguna forma con su
comunidad de origen; y en especial, seguramente lo
tranquilizaba el buen prestigio de la entidad.

LA ASOCIACIÓN PORTUGUESA

Es que esta asociación de beneficencia y socorros


mutuos, cumplía (y cumple aún hoy), una importante
misión en la comunidad.

Las actitudes colectivas que la impulsaron, surgieron


de un determinado tiempo histórico, en un medio cultural
y en un contexto social de la ciudad. Y contribuyeron a
configurar la solución a las necesidades de sus hombres.
Hoy las colectividades extranjeras, como ésta,
aportan un enorme porcentaje de la perspectiva cultural
de nuestra ciudad; y de las opciones que ésta ofrece a sus
habitantes. Suman un elemento más, para que la sociedad
tenga una línea de contención básica.

Este encuentro de seres, con motivaciones


semejantes, en el que se siente la fluida relación que
deriva de sus raíces y su idioma. Debe haber significado
para los portugueses patagónicos de todos los tiempos,
una solución a sus ansias y saudades; y un reconfortable
sentimiento, producido por esa acción o quehacer
planificador y social.

HOMBRES SOBRIOS Y AUSTEROS

Papá era el que ponía las reglas en nuestro hogar:


pocas, simples y ... obligatoriamente ejecutables. Sobrio y
austero, por su tipo de educación, la primera regla
consistía en:
"Ganar se la vida con el trabajo fecundo, gastar
moderadamente y tener siempre
ahorros para cualquier circunstancia especia!':

Nunca tuvimos lujos ni derroche ... tampoco nunca


nos faltó lo necesario. Pero ... Mamá ponía el toquecito
gratificante: Ella era una excelente "ministro de
economía" y siempre se las ingeniaba para que tuviéramos,
en medio de la austeridad, alguna pequeña "gran"
satisfacción, que la vivíamos doblemente felices.

"Mi madre era la Singer incansable, cosiendo y


remendando, tela a tela, haciendo pollentas de
ilusiones, con volados de amor y de tafetas”

Los dos se complementaban y había un natural


equilibrio que nos hizo siempre, en aquel hogar, sentimos
bien. Papá enseñaba con su ejemplo, porque era hombre
de pocas palabras.
Se iba a dormir temprano y, con el reloj a cuestas
navegaba sus noches, hasta que el estridente sonar
lo acompañaba a beber las heladas en plena madrugada .
... así recogia frutos y guiaba su majada .... !

Otras de sus reglas: Amor al trabajo y continua ocupación.


“Con cada sementera que en el patio trazaba nos
saciaba la sed de crecer y nos daba,
un ejemplo de amor a la tierra y su fruto
ya ganarse la vida con el trabajo enjuto”

Pero el objetivo primordial de nuestros padres era


nuestra educación. Para ella no habían retaceos, había
que estudiar sí o sí; no importaban los sacrificios ni las
necesidades y si fuera necesario suprimir otros gastos por
éste, se hacía. El tiempo y la dedicación no se medían.
Mamá estudiaba a la par nuestra para asesorarnos, nos
ayudaba, estaba con nosotros, nos acompañaba. Papá
firmaba los boletines con gesto adusto y severo. No se
permitía felicitamos; simplemente decía: “Muy bien,
cumplió con su deber- “

Nunca olvidaré algo que me tocó vivir personalmente:


Cuando Papá andaba rondando los sesenta años, empezó a
padecer de salud. Sufría de hipertensión, uremia y para
colmo le empezaba a fallar el corazón. Varias veces cayó
internado en el hospital. Pero luego mejoraba y ya estaba
de nuevo saliendo con el frío de las madrugadas para el
trabajo. Los médicos empezaron a aconsejamos que debía
considerar dejar de trabajar y hacer una vida tranquila y
relajada.

Yo, a la sazón, cursaba el cuarto año de magisterio.


Con Papá retirado, el dinero escasearía y todo sería más
difícil o imposible. Entonces tomé una determinación: me
senté frente a él y le dije que dejaría de estudiar y que
conseguiría un trabajo
¡Me parece que lo veo!

Me miró, con sus claros ojos celestes (empalidecidos


por la enfermedad), pero con una actitud muy firme ... y
me dijo: "-¿Qué, tenés miedo que me muera?- "(o no atiné
a contestarle, lo que decía era la verdad. Entonces,
simplemente, me dijo:
- Yo me vaya morir, si tú no te recibes.
-Así será.
- y no se hable más de este tema!
Así, sufriendo, llegó hasta la edad de jubilarse.

LA VUELTA AL HOGAR

Papá jubilado y Mamá sin la carga de la familia, ya


con algunos de sus hijos casados y los que no, trabajando,
empezaron a disfrutar de una vida tranquila y de la
compañía mutua.
"Ya en apacibles tardes, a la sombra serena de la parra
hogareña, junto al fiel perro amigo y un canario amarillo
-bochinchero testigo- demandaron de nuevo lejanas
travesías de sus infancias, llenos de saudades perdidas ¡El
encanto de su verde campiña!

En la estepa pobre, que amó tanto de niña!


y entonces llegó el momento de pensar en un viaje ... de
la vuelta al hogar. Sólo que ahora, acompañado por Mamá
y en un confortable avión. (Así José y Zulema, desandaron
el camino andado por Papá, cuarenta años atrás). y
volvieron a la campiña. Y Papá se abrazó a su padre, ya
muy viejito ... y Mamá y Palmira pudieron abrazarse
también, entre manos temblorosas y lágrimas de
reencuentro, algarabía familiar y un sentimiento infinito
de misión cumplida.
Se quedaron varios meses, más de lo que tenían previsto y
ya en los fines de otoño algarvino, volvieron. En ese
invierno, los primeros fríos europeos se llevaron para
siempre, al abuelo portugués.

Papá y Mamá quedaron confortados por sus hijos, yernos y


nietos. ¡La familia que ellos habían construido!

DON CABAQUIÑO
Se conocían con Papá desde la infancia. Siempre se habían
tratado. Ahora Don Cabaco venía asiduamente a visitar a
Papá. Era caminador, como el perro de la canción,
andariego por derecho propio. Recorría las calles de
Comodoro visitando amigos., llevando y trayendo noticias.

Don Cabaquiño, a sazón, era un viejito tierno, dulce y


simple.
Llegaba y se iba siempre con una sonrisa casi inocente, en
su cara arrugada. Se acomodaba lentamente en el banco
de la cocina y ... como ambos transitaban esa edad en la
que todos se van ... sus noticias versaban justamente,
sobre los que se adelantaban.

- Sabe Don José, ¿Se recorda usted de Joan el de la


Parrera,
aquel que vivía cerca de la roa (y bajaba aún más
la voz)
¿Se recorda? .
Ese tío mureu, el mes pasado

Papá lo miraba, moviendo la cabeza y se sonreía:

- Ya vamos quedando pocos, Cabaquiño, que le vamos a


hacer-
Hoy nos ha quedado – y lo hacemos respetuosamente - la
costumbre de decirle Cabaquiño, a todo aquel que viene
"con malas noticias", También lo hacemos como un
homenaje a una bienaventurada alma simple que
seguramente recorrerá incansable los caminos del cielo.

UNA FIRME DETERMINACIÓN

"Se esfumaron las últimas hojas del otoño ...


y las primeras gotas de un efímero invierno, vieron a
dos abuelos agobiados y enfermos ... “

Llegaba la Navidad del año 1985. Mamá estaba sufriendo


una cruel enfermedad. Entonces Papá nos habló a todos:

"Esta NavIdad no me muevo de mi casa. Quien quiera


que desee pasar/a conmígo, que venga a ella. Mamá
está mal, ella tiene poca vIda ... y yo ... cuando ella se
vaya, me iré con ella. Por eso les digo: esta será la
última Navídad que pasaremos todosjuntos':

Mamá falleció el 1 de mayo de 1986. Papá que había dicho


siempre, "hay que pasar agosto'; la siguió el 31 de julio.
Un recuerdo triste de aquel invierno helado, dos soles de
ternura de mi vida faltaron.

¡Sólo nexos de amor. .. !


¡Sólo amor que dejaron ... !"
y LA VIDA SIGUE ...

Año 2003. Desde mi cocina oigo una algarabía de chicos,


cartero y perro. Me asomo, y mis nietos vienen a mí
enarbolando una carta.
¡Carta de Portugal! ¡Carta de Portugal! ¡De la tía Beatriz!
Me uno a ellos con las manos extendidas y campanitas
mitocondriales repican por doquier.

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