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FUENTES
TÁCITO
LA GERMANIA
(SELECCION)
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TÁCITO
LA GERMANIA
(Selección)
DEPARTAMENTO DE HISTORIA
Cátedra de Historia Medieval
2
ADVERTENCIA: Por motivos de orden didáctico, hemos indicado entre corchetes el título
correspondiente a coda parágrafo. Asimismo, sólo hemos incluido las notas de la edición
francesa que consideramos indispensables al propósito de esta selección.
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LA GERMANIA
Respecto de los germanos mismos, los creería indígenas, y que la llegada de otros
pueblos y las relaciones de hospitalidad, no han provocado mezclas; porque, antiguamente,
quienes trataban de cambiar de lugar de residencia no iban por tierra sino en naves1, y el
inmenso Océano de allá, situado, por así decirlo, del otro lado del Universo, es raramente
visitado por naves de nuestro mundo. Y, ¿quién -sin hablar de los peligros de un mar
encrespado y desconocido- dejando Asia, África o Italia, se dirigiría hacia Germania, hacia
esa tierra sin forma, con cielo áspero, triste de habitar y de ver, a menos que fuese su pa-
tria?
[…..]
La tierra, pese a [tener] cierta diversidad, está, en general, cubierta por bosques o
afeada por pantanos, [es] húmeda por el lado de Galia, con más viento por el de Nórica y
Panonia; fértil en granos, rebelde a los árboles frutales, fecunda en ganado, aunque éste es,
a menudo, de poco tamaño. Tampoco tienen allí los bueyes, ni la estima ni el renombre de
su aspecto: les interesa el número, ésta es su única riqueza y ella los colma. Los dioses les
negaron, dudo si por favor o por ira, la plata y el oro; no obstante, no afirmaría que ninguna
vena de Germania produce oro porque ¿acaso alguien lo ha investigado?; la posesión y el
uso de estos metales no les preocupa tanto como a nosotros. Pueden verse, entre ellos,
1
Alusión a los relatos acerca de los orígenes de la colonización griega, ya sea en el Asia, la Magna Grecia,
Sicilia o Provenza.
2
Al dios Tuisto no se lo conoce de otro modo; su nombre quizá derive del término usado para designar la
cifra "dos", pero es difícil decidir a qué dualidad de naturaleza se haría mención aquí.
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Los marsos, entre el Lippe y el Ruhr (¿como los gombrivios?), casi no aparecen hasta la campaña de
Germánico, en el 14.
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vasos de plata que han sido obsequiados a sus embajadores y jefes, y de los cuales no
hacen más caso que de los que se hacen de tierra; no obstante, los más, próximos a
nosotros tienen aprecio al oro y a la plata para usarlos en el comercio, conocen y prefieren
algunas de nuestras monedas; los del interior, por una costumbre más simple y más
antigua, practican el trueque de las mercaderías. Toman la moneda antigua y conocida
desde hace mucho tiempo, las monedas de cordoncillo dentado y con un carro 1; también
buscan más la plata que el oro, no por gusto, sino porque el número de las monedas de
plata les resulta mas cómodo de usar a quienes [como ellos] trafican objetos comunes y de
valor mediocre.
El hierro mismo no abunda, como se advierte por la naturaleza de las armas. Sólo
unos pocos usan espadas o grandes lanzas; llevan picas o, según ellos las llaman, frameas
de hierro, estrechas y cortas, pero tan puntudas y aptas para su uso que la misma arma les
sirve para combatir de cerca o de lejos, según las necesidades. Y el caballero se contenta
con combatir con el escudo y la framea; la infantería lanza armas arrojadizas, cada uno
muchas, y las envían a distancias enormes, desnudos o apenas vestidos con un sayo. [No
observan] ningún cuidado en su equipamiento; sólo levantan sus escudos de colores
cuidadosamente elegidos. Pocos tienen corazas, apenas uno u otro posee un casco o yelmo
de cuero. Los caballos no se distinguen ni por su aspecto ni por su velocidad. Tampoco se
los adiestra, como hacemos nosotros, para realizar vueltas: los llevan hacia adelante o, para
girar, hacia la derecha, guardando tan bien la maniobra circular que nadie queda atrás.2
Considerando en general, la infantería es su mayor fuerza; ellos se mezclan en la batalla, el
combate de los caballeros se ve, facilitado magníficamente por la rapidez de la infantería,
elegida entre toda su juventud y colocada al frente. El número está establecido: son cien
por cada pagus, y así se los designa entre los suyos, y lo que primero fue un número, es
ahora un nombre y un honor. El frente está ordenado en forma de cuña 3. Consideran que
ceder terreno, con tal que se vuelva al ataque, es cálculo más que temor. Llevan los cuerpos
de los suyos, incluso en los combates indecisos. Abandonar el escudo es la mayor deshonra
y quien cometió ese ignominioso acto no puede asistir a las ceremonias ni a la asamblea, y
muchos de los que escaparon de una guerra se colgaron para terminar con su infamia.
Los reyes son elegidos por su nobleza, los jefes, por su coraje. Pero el poder de los
reyes no es ilimitado ni arbitrario, y los jefes [se imponen] más por el ejemplo que por la
autoridad; si toman una decisión, si atraen las miradas, si combaten delante de todos, se
1
Monedas cuyo cuño representa un carro tirado por dos caballos. (N. del Trad.)
2
En los ataques, la caballería vuelve a formarse girando hacia la derecha, presentando al enemigo el flanco
izquierdo, protegido por el escudo. La dificultad de la maniobra consiste en que, para conservar el orden de
las filas, los jinetes deben galopar a distintas velocidades, tanto mayores cuanto más a la izquierda están
ubicados.
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La cuña designa tanto una formación táctica en forma triangular, como una subdivisión del ejército,
constituida generalmente por miembros de un mismo clan.
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imponen por la admiración. Además, nadie tiene derecho a matar, apresar, ni golpear,
excepto los sacerdotes, [y] no para castigar ni por orden de un jefe, sino como si la orden
proviniese del dios a quien ellos creen presente junto a los combatientes. Llevan al
combate las imágenes y emblemas que sacan de los bosques sagrados y -lo que aguijonea
enormemente la bravura- el escuadrón o la cuña1 no están constituidos por el azar ni por
una reunión fortuita, sino según las familias y parentescos, y los más próximos son los más
queridos, a través de quienes escuchan los lamentos de las mujeres, los vagidos de los
niños. Estos son, para cada uno, los testimonios más santos, los mejores panegiristas; ellos
llevan sus heridas a sus madres, a sus mujeres, y éstas no se asustan de contar y observar
las llagas, y les dan a los combatientes alimento y coraje.
Entre todos los dioses, honran especialmente a Mercurio, a quien, en ciertos días,
consideran un deber ofrecerle, también, sacrificios humanos. Respecto de Hércules y
Marte, los apaciguan con las víctimas permitidas. Una parte de los suevos también ofrece
sacrificios a Isis, no he podido enterarme de la causa ni del origen de este culto extranjero,
excepto que el mismo emblema, con el aspecto de un bergantín, denota una religión
importada. Por otra parte, encerrar a los dioses entre muros o representarlos con unoa
apariencia humana, les parece poco conveniente para la grandeza de los habitantes del
cielo; les consagran bosques y selvas y dan nombres de dioses a este misterio que
solamente su piedad les hace ver.
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carro sagrado, el sacerdote o el rey o el primero de lo ciudad los acompaña y atiende a sus
relinchos y bufidos. Y ningún otro auspicio logra mayor crédito, no sólo entre el pueblo,
sino entre lo grandes, los sacerdotes, pues ellos se consideran ministros de los dioses, y
creen (a los caballos) sus confidentes1. Y todavía hay otra forma de observar los auspicios
por la cual averiguan el resultado de las guerras importantes: capturan, de algún modo, a un
guerrero del pueblo enemigo, luego, disponen un combate con un [guerrero] elegido entre
los suyos, cada u no con sus armas nacionales; y se consideran que la victoria de uno u otro
representa una decisión anticipada.
XI. [Asamblea]
Los jefes resuelven los asuntos menores, paro los mayores, [se consulta] a todos,
pero de modo que estos [asuntos] que debe decidir el pueblo sean examinados a fondo por
los jefes. Se reúnen, salvo que ocurra algo fortuito e imprevisto, en días determinados,
cuando hay luna nueva o luna llena, porque creen que éstas son las fechas más favorables
para emprender algo. No cuentan el número de días como [lo hacemos] nosotros, sino el de
noches; así disponen, así se dan cita; consideran que la noche precede al día. La libertad
ocasiona un defecto, [a saber]: que no se reúnen al mismo tiempo ni como por una orden,
sino que se pierden dos o tres días por la lentitud de quienes se reúnen. Cuando la multitud
lo ha decidido, se reúnen armados. Los sacerdotes ordenan [guardar] silencio, ellos tienen,
en este caso, el derecho de castigar. Después, el rey o el jefe, cada uno según su edad,
según su nobleza, según la gloria de sus campañas, según su elocuencia, se hace escuchar,
más por el ascendiente de la persuasión que por su potestad de mando. Si su discurso ha
desagradado, lo rechazan con su griterío; si ha gustado, agitan las armas: el asentimiento
más honroso es la alabanza con las armas.
[…..]
XIII. [Comitatus]
No llevan a cabo ningún asunto público ni privado sin estar en armas, pero, según la
costumbre, nadie toma las armas antes que la ciudad lo haya reconocido capaz. Entonces,
en la misma asamblea, uno de los jefes, o el padre, o los parientes, adorna al joven con el
escudo y la framea: ésta es, para ellos, [el equivalente a] la toga. Este [es] el primer honor
de la juventud; antes, se los consideraba pertenecientes a una casa, desde este momento, al
Estado. Una insigne nobleza o los grandes méritos de sus padres les atribuyen la condición
de jefes aun o los muchachos. Estos se asocian a otros más fuertes y ya antes probados, y
éstos no se avergüenzan de figurar entre los compañeros [comites]. Y aun más, esta
clientela [comitatus] tiene sus grados según el juicio de aquél a quien acompañan, y hay
uno gran rivalidad entre los compañeros sobre quién tendrá el primer lugar junto al jefe y,
1
Entre los persas también hay un carro de Zeus -o, más exactamente del sol- que
arrastran, vacío, ocho caballos blancos (HERÓDOTO, VII, 40). Igualmente, persas (id., III,
84) y griegos (Ilíada, XIX, 404-424) consideran proféticos a los caballos.
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entre tos jefes, sobre quién tendrá más numerosos y valientes compañeros. Este mérito, esta
fuerza de estar siempre rodeado por un gran número de jóvenes escogidos, es gloria en la
paz y protección en la guerra. Y, quien sobresale por el número y el valor de su clientela,
disfruta de gloria y de Fama, no sólo entre su pueblo, sino también entre las ciudades
vecinas: se lo solicita mediante embajadas, se le ofrecen regalos y, a menuda, su renombre
decide las guerras.
Se sabe, además, que los pueblos germanos no habitan en ciudades, que no soportan
tampoco moradas contiguas: viven aislados, separados, según les haya gustado una fuente,
un campo o un bosque1. No establecen sus aldeas [vici], como nosotros, con edificios que
1
CESAR (B.G., IV, 19, 2; Vl, 10, 2), y el mismo Tácito en los Anales, a menudo hablan de oppida o
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se apoyan y sostienen mutuamente, cada uno rodea su casa de un espacio libre, ya sea
como defensa contra los azares del fuego, o por ignorancia del arte de edificar. Tampoco
emplean piedras ni tejas: utilizan, para todo, toscos troncos, y no se preocupan por la
calidad o la belleza; algunas partes son revocadas con el mayor cuidado con una tierra tan
pura y brillante que imita la pintura y los trazos de colores. También suelen abrir cavidades
subterráneas y las llenan de estiércol, abrigo en el invierno y depósito paro los granos,
porque de este modo atenúan el rigor del frío y, si acaso viene el enemigo, éste saquea lo
que está al descubierto, pero lo que está oculto y enterrado se hace ignorar y se libra porque
hace falta que se lo busque.
[…..]
Ellas viven, pues, en una estrecha virtud, sin ser seducidas por las corrupciones de
los espectáculos ni por las excitaciones de los festines. Tanto hombres como mujeres
ignoran los secretos de la literatura. En un pueblo tan numeroso, los adulterios son muy
escasos; su castigo es inmediato y [está] reservado al marido: éste le corta el cabello, la
pone desnuda ante sus familiares, la arroja de su casa y la lleva a latigazos por toda la
aldea; pues no encuentra ninguna indulgencia por la virtud que no ha guardado: ni la
belleza, ni la juventud, ni la riqueza le harán encontrar marido. Pues allí nadie ríe de los
vicios, ni se dice que el corromper y ser corrompido sea "cosa del siglo". Algunas ciudades
proceden aún mejor, allí sólo se casan las vírgenes y la mujer sólo conoce una vez la es-
peranza y los votos [del matrimonio]. Así, [sólo] toman un marido, del mismo modo que
castella germánicos. Pero estos establecimientos no parecen tener, en la vida del país, un lugar comparable al
de las grandes ciudades galas, por ejemplo.
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sólo tienen un cuerpo y una vida, para que ninguno de sus pensamientos ni de sus deseos
sea paro otro, para que lo amen no como a un marido sino como al propio matrimonio.
Limitar el número de sus hijos o matar a alguno de los nacidos después del heredero1 se
considera un crimen vergonzoso, y allí valen más las buenas costumbres que en otros
partes las buenas leyes.
[…..]
Es necesario tener las enemistades y las amistades de los padres y de los parientes;
pero [éstas] no perduran implacables porque, incluso el homicidio, se redime mediante [la
entrega de] cierto número de cabezas de ganado mayor y menor, y toda la casa acepta esta
compensación, en beneficio del Estado, ya que las enemistades son más peligrosas junto a
la libertad.
[.....]
XXIII. [Comida]
[.....]
1
En realidad, parece que los germanos practicaron ampliamente, en todas las épocas, el abandono de los
recién nacidos.
2
En tiempos de César (B. G., II, 15, 4; IV, 2, 6), nervienos y suevos prohibieron la importación de vino; los
traficantes lo usaban como moneda de cambio para comprar esclavos
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XXV. [Sociedad]
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Otras versiones aceptadas por historiadores modernos -Kulischer, Dopsch- reemplazan uicus ( aldea) por
invicem, que hemos traducido por "en forma conjunta". La lectura del pasaje sería entonces: "Todos toman
posesión de-los campos en forma conjunta (invicem), de acuerdo al número de cultivadores". (N. del T.).
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