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LO QUE NO DEBEMOS DE HACER A LA HORA DE IMPARTIR DISCIPLINA

IGNORAR EL PROBLEMA

En lo referente a sus hijos, muchos padres prefieren simular que no se


portan mal. Tal vez esto refleje el deterioro de los valores compartidos por
nuestra sociedad. Ven que sus hijos se están pasando de la raya u obviamente
están molestando a los demás, pero no parece importarles. A menudo un niño
prácticamente se cae del carrito del supermercado y sus padres parecen
perdidos en el espacio exterior.
Sólo intervienen después de que otros adultos perciben el problema. Al
niño se le dice que deje de merodear por el restaurante sólo después de la
glacial mirada del colega de la mesa de al lado, o al osado se le advierte que
está jugando con demasiada rudeza después de una reprimenda de los padres
de su compañero de juegos. Es como si la sociedad tuviera la obligación de
llamar la atención de los padres sobre la conducta improcedente, y si eso no
ocurre, los padres «no ven ningún mal».

DECIR UNA Y OTRA VEZ: «NO HAGAS ESO»

¿Conoce usted padres así? Nunca castigan, pero hablan un montón.


Incluso parecen duros. Si no los conociera mejor, los confundiría con los
castigadores. La escena es parecida: Una niña esta jugando en la playa y arroja
arena a su hermano menor. Nuestro padre interesado y eficiente
inmediatamente le dice a su hija: «No hagas eso».
Al cabo de ocho segundos vuelve a hacer lo mismo y el padre repite su
conferencia: «Te he dicho que no hagas eso». Esto se pronuncia muy despacio,
con gran inflexión y sentimiento.
En este punto el padre ha disfrutado de doce segundos de paz antes de
que su hija vuelva a las andadas. Se levanta corriendo y para entonces el
hermano menor está de arena hasta el pecho y al borde del pánico. Grita a su
hija: «Te he dicho que no lo hagas. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?».
Y así una y otra vez durante toda la tarde. El padre nunca castiga a la niña
por su desobediencia, se limita a repetir que «no debe hacerlo». Teóricamente
cree en la disciplina, pero cuando llega el momento, no puede «aplicarla».

AMENAZAR CON UNA CONSECUENCIA PERO NO LLEVARLA A CABO

Algunos de los más firmes defensores de la disciplina siguen este camino.


Parecen estar en su sitio, pero sus hijos figuran entre sus más graves problemas
disciplinarios.
Nos encontramos a su hijo mayor pegando a un amigo. Nuestro padre
«duro» le dice a Juan:
-Para ya. ¡A tu amigo no le gusta!
Por supuesto, Juan persiste. De modo que el hombre de la casa grita:
-Juan, es mejor que pares. Si continúas te la vas a cargar de lo lindo.
El tenaz Juan le suelta un gancho impresionante y el padre vuelve a intervenir.
-Juan, esto va a tener unas severas consecuencias. No querrás que me enfurezca
contigo, ¿verdad?
En ese momento Juan vuelve a pegar a su amigo.
-Ahora sí que te has metido en un buen lío.
Por desgracia, el padre nunca demuestra a Juan cuáles son las
consecuencias concretas de su continua desobediencia. Muchas veces en el

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pasado el padre le ha amenazado y no ha seguido adelante. ¿Por qué debería
Juan creer que esta vez será distinto?
A menudo castigos inefables se posponen para el futuro. «Espera a que
vuelva de hacer este recado, jovencito, te la vas a cargar de verdad.» «Espera a
que vuelva a casa. Esto va a ser un infierno.» En la práctica, papá regresa de su
recado y enciende el televisor, olvidándose del castigo, o el niño se queda
dormido en el coche durante el regreso a casa y a la mañana siguiente todo está
olvidado.

UTILIZAR LAS CIRCUNSTANCIAS FAMILIARES COMO EXCUSA

Con qué rapidez nos convertimos en maestros de ello. Si Sean tiene


problemas en el colegio, no se preocupe, limítese a echarle la culpa al divorcio. Y
no importa el tiempo que lleve divorciado. Si el niño era problemático antes del
divorcio, estaba «previendo» el acontecimiento. Si lo es mucho después, tiene
problemas para «asimilarlo».
Y nosotros, los padres, tendemos a ser muy compasivos con nuestros hijos
en estas ocasiones y excusar su mala conducta porque los niños «están pasando
una mala época». Tal vez nos sentimos culpables porque las vidas de los niños
no son caminos de rosas.
Pero ¿no es en los momentos vulnerables cuando debe reforzarse con
mayor rigor la disciplina y los principios? Comuníquese con toda confianza con
sus hijos, hable de sus sentimientos, piense quizá en un grupo de apoyo. Pero
hágales saber que la mala conducta no será recibida con una predisposición a la
compasión.

HACER QUE EL NIÑO SE SIENTA CULPABLE

¿No nos sentimos ya bastante culpables? Algunos padres se especializan


en este método. En realidad no hacen nada, excepto inducir a la culpabilidad.
Hacen un montón de preguntas retóricas: «¿Es ésa la conducta que recibo
de ti?», «¿Cómo puedes hacerme esto?», «¡No creí que fueras de ese tipo de
chicas!».
Ese es un camino peligroso, porque tal vez la niña empiece a considerarse
a sí misma la niña malcriada que le dicen que es. Y esto sólo hará empeorar su
comportamiento.

GRITAR AL NIÑO

Parece ser que muchos padres notan que la histeria produce una buena
conducta. Todos nosotros hemos tenido el «placer» de ver a tipos fuertes y
silenciosos explotar con sus hijos.
Primero se les enrojece la cara y se les hinchan las venas. Después
pierden el dominio de sí mismos y dicen cosas que no sienten. Por fortuna para
su presión sanguínea, a tales padres les cuesta encolerizarse y explotar, y lo
hacen en pocas ocasiones.
Esto no cambia la conducta de un niño desobediente. Primero, a él
probablemente le divierta su pequeño espectáculo. Quizá él y su hermano hayan
apostado a ver cuántas venas se le marcan. Verlo histérico le alegra el día, es
una prueba irrefutable de su impacto como persona. Tal vez esté incordiando
sólo para verle mostrar la reacción que usted cree que él teme.
El peligro en este caso es que pegará al niño cuando no tenga que hacerlo

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o le dirá cosas muy dolorosas que nunca olvidará. Los niños no deberían ver a
sus padres fuera de control, si pueden evitarlo. Claro, somos humanos y
tenemos nuestros momentos, pero un adulto descontrolado puede ser algo muy
terrible para un niño.
No se puede gritar en todas partes. Los estallidos de cólera no se aprecian
en mitad de un cine o un restaurante. De modo que esta forma de disciplina no
es aplicable a todas las situaciones.

SÓLO ES UNA FASE

¿No le gusta esta fase? No hay razón para castigar al niño; ya superará el
problema cuando crezca. Qué más da si el mundo y el niño han de sufrir
mientras tanto.
No se demuestra ningún interés por la gente que ha de soportar los
efectos de la mala conducta mientras el niño «madura». ¿Y quién nos asegura
que cuando el niño salga de una fase no entrará en otra igual de horrible? De ser
consecuentes, entonces tendremos que ignorar también esa conducta.

CULPAR AL INFORMADOR

Muchos padres se ponen a la defensiva cuando se enteran de que su hijo


se ha portado mal. ¿Recuerdan los viejos tiempos en que de veras creíamos la
versión del profesor sobre un incidente? Ya no es así. Ahora concedemos el
mismo tiempo (y la misma credibilidad) al niño. Y una y otra vez creemos la
versión de nuestro hijo; no podemos imaginar por qué ese profesor le tiene
«manía» a nuestra joya.

ENVIAR AL NIÑO A SU CUARTO

Esto no solía ser una mala práctica. El niño podía dormir o escuchar la
radio (si tenía la suerte de disponer de una en su habitación). Ahora las
habitaciones son palacios de placer, con estéreos, televisores y videojuegos.
¿Qué clase de castigo es ése?
Si va a enviar a su hijo a su habitación, asegúrese de quitar la corriente. De otro
modo, ¿por qué no llevarlo al salón de videojuegos y considerarlo un premio?

PEGAR AL NIÑO

Excepto en circunstancias muy concretas, pegar tampoco es la respuesta.


Píenselo, es una consecuencia inequívoca de su mala conducta, de modo que al
menos es presumiblemente mejor que ignorar el problema.
Lo cierto es que este método no funciona. Todo el mundo conoce a niños a
quienes les pegan continuamente. Claro, infligimos algo de dolor, pero al niño no
le quitamos nada de lo que quiere.

DISCIPLINA, PERO CEDEMOS CUANDO EL NIÑO SE ALTERA

Algunos padres serían perfectos si no fuera porque no llevan las cosas


hasta el final. Si una niña se está portando mal, e padre le dirá que su conducta
debe cambiar o que se atenga a las consecuencias. Cuando vuelve a portarse
mal, el padre anuncia las consecuencias. Hasta aquí todo va bien, pero pronto se
derrumba.
La niña llora o amenaza con un berrinche y promete que no volverá a
portarse mal y, por increíble que parezca, el padre de aparente fuerza de

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voluntad se vuelve atrás. El castigo queda anulado y el comportamiento
negativo ha sido reforzado.
Intentamos enmascarar nuestra capitulación diciéndole a la niña que
dispone de «otra oportunidad», pero no la engañamos. Sabe que ha vuelto a
ganar. No podemos soportar ver a los niños alterados.
¿No es divertido que muchos de nosotros seamos tan distintos en el
trabajo? Allí supervisamos con precisión militar y, si alguien se sale de la fila,
actuamos en consecuencia de inmediato. «Eso es lo que hace que todo el mundo
esté alerta», decimos. Sin embargo, no podemos hacer lo mismo en casa.
A muchos niños nunca les han aplicado un castigo completo. Si se les
envía a su cuarto durante una hora, nos dan lastima al cabo de doce minutos. O
quizá viene el niño del vecino y quiere jugar. Siempre prevalece la diversión, aun
cuando la contrariedad de no poder jugar le haría mucho bien al niño.

AFIRMAR QUE SU HIJO ES INDOMABLE

Millones de personas ya han tirado la toalla ante la ardua tarea de


controlar a sus hijos. En lugar de intentar arreglar las cosas, pretenden que sus
hijos «no pueden» ser disciplinados. De hecho, se ha puesto muy de moda que
los padres afirmen esto, como si secretamente se enorgullecieran del «espíritu li-
bre» del niño.

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