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Tulio Halperin Donghi (1972)

REVOLUCIÓN Y GUERRA

SEGUNDA PARTE: DEL VIRREINATO A LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO DE LA PLATA

I. La Crisis del Orden Colonial

a. La guerra y el debilitamiento del vinculo imperial

La guerra a escala mundial se instala en la estructura imperial a lo largo del siglo XVIII. La España
renaciente, se fija objetivos más vastos que las posibilidades que tiene abiertas. Si bien el orden
imperial en su conjunto sufre pronto las consecuencias de esta política ambiciosa, en el sector
rioplatense, ésta comienza por consolidarlo. En esta zona el esfuerzo de renovación
administrativa, económica, militar, se ejerce con intensidad. Simultáneamente con la creación del
virreinato, cae en manos españolas la Colonia del sacramento que durante un siglo ha sido
amenaza militar y elemento disgregador del orden mercantil español. Por todo esto, la crisis del
sistema colonial tendrá en el Río de la Plata un curso más abrupto que en otras partes y son las
innovaciones introducidas en el sistema mercantil para adaptar al virreinato a la coyuntura de
guerra, las que anticipan esta crisis.

Esto necesariamente provocaría tensiones entre los que se disponían a aprovechar las ventajas y
los emisarios locales del orden imperial, temerosos de las consecuencias que les acarrearía
cualquier atenuación de la hegemonía metropolitana. La noción de que Buenos Aires es el centro
del mundo comercial, no pone en entredicho la supervivencia del vínculo político, aunque sí va
transformando la imagen que de él se tiene en el área colonial. Este orden colonial, no era, luego
de tres siglos de dominación, una fuerza de ocupación.

El poder político se presenta como instrumento de trasformación de un orden económico que no


parece capaz de elaborar espontáneamente fuerzas renovadoras de suficiente gravitación. Ese
instrumento es, no obstante, escasamente ineficaz y comienza a mostrar que la coyuntura lo
debilita cada vez más.

Si el enriquecimiento de mercaderes que trafican al margen de la ruta de Cádiz es un hecho


políticamente importante, las consecuencias económicas de esta novedad, serán efímeras y no
habrán de durar más de lo que dure el vínculo con España. Para entonces, Vieytes y Belgrano
ven avanzar con aprehensión la monoproducción ganadera y proponen remedios políticos. Sin
embargo ambos advierten que si el desplazamiento ganadero avanza, es porque está inscrito en
las cosas mismas.

Félix de Azara por su parte, postula un porvenir ganadero con todas sus consecuencias: población
escasa, sobre todo en las áreas rurales, inestabilidad familiar y social. Cuando años de
experiencia revelen la incapacidad creciente de la corona para cumplir su papel director, cuando el
poder monárquico se desvanezca en la crisis de 1808, la adaptación al nuevo clima político
impondrá un acercamiento creciente a las posiciones de un liberalismo económico ortodoxo. Los
instrumentos de cambio pasan a ser entonces, los que se insertan en las líneas de intereses de
las fuerzas económicamente dominantes. La adopción de criterios para elegir dichos instrumentos,
se vincula con el derrumbe de la autoridad monárquica.

Aun mejor que en cualquier texto de Belgrano, la huella de esa nueva situación, se encontrará en
la Representación de los Hacendados de la Banda Oriental de 1809. Aquí la conversión al
liberalismo económico es total, donde la Corona no es sino un fantasma. El primer plano lo
ocupan los comitentes de Mariano Moreno, hacendados seguros de su derecho, y aun más
seguros de su poder. Se cierra así un capítulo de la historia económica rioplatense y del
pensamiento económico. Es la confianza en la posibilidad de un dominio de las fuerzas
económicas con medios políticos, la que se debilita progresivamente. Frente a una menor
autonomía en cuanto a decisiones en materia económica de los gobiernos revolucionarios, no es
de extrañar que la actitud de nuestros economistas ilustrados haya sido hasta el final ambigua.
Se afianza efímeramente el avance de sectores mercantiles especulativos, favorecidos por el
debilitamiento del lazo colonial debido a la coyuntura guerrera, pero de ningún modo destinados a
beneficiarse por la ruina total de ese vínculo y su reemplazo por otro. Sería abusivo ver en Vieytes
y sobre todo en Belgrano los voceros de esos mercaderes audaces. La coyuntura guerrera
debilitaba el vínculo económico, pero ese debilitamiento no incitaba necesariamente a una crisis
más radical de la relación colonial.

Sin embargo, existe ya antes de su público estallido, una crisis más secreta del orden colonial. Un
aspecto de esa crisis larvada es el que registran nuestros manuales bajo el rubro de las nuevas
influencias ideológicas; a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, la curiosidad por las
novedades político-ideológicas se difunde por todos los rincones. Séanos permitido poner esto en
duda. Antes de que los aportes ideológicos ilustrados contribuyeran a socavar el sistema de ideas
en que se apoyaba la monarquía absoluta, éste ya tenía algo de incongruente que no había
restado nada al vigor de la institución. Desde la Contrarreforma, las virtudes republicanas fueron
largamente veneradas durante la monarquía absoluta. La creciente difusión de innovaciones
ideológicas, supuesto antecedente de la revolución, adquiere relevancia práctica una vez
desencadenada la revolución.

En 1790 España no ha hecho más que comenzar a sufrir el impacto de la coyuntura


revolucionaria; lo que ésta le va a deparar es la alianza con Francia, ya republicana. El
desprestigio en las áreas coloniales, viene del hecho de ser España es eslabón más débil de la
alianza y que el vínculo con sus territorios se revelase particularmente vulnerable.

¿De dónde provenía entonces la desafección? Habría que mencionar en primer lugar la crisis en
el equilibrio de las castas, representada por las rebeliones peruanas. En el Litoral, esa
desafección al régimen colonial era sobre todo alimentada por los contactos con ultramar. El
desarrollo de la economía local y la dislocación de las rutas comerciales normales contribuían a
intensificar la presencia de extranjeros en Buenos Aires. Con esto se vinculan las primeras
organizaciones masónicas.

El poder colonial no tiene no obstante, en lo inmediato, nada que temer de ese sector, ocupado
sobre todo en especulaciones que requieren el favor del poder político; pero apenas el orden
colonial se debilite, ese sector podrá acelerar su disolución.

b) Las invasiones inglesas abren la crisis institucional.

España y Francia habían perdido en Trafalgar hasta la esperanza de disputar el dominio oceánico
a su gran enemiga. En Buenos Aires, la escasez de tropas regulares era mal compensada por las
milicias locales. La ineficacia de éstas no era mal vista por las autoridades. Por añadidura lo más
importante de esta escuálida organización militar había sido volcado hacia la frontera indígena.
Todo eso, bien conocido en Madrid, lo era menos en el propio Río de la Plata. La pérdida de la
ciudad el 27 de junio de 1806, se revela como un escándalo que espera ser explicado. La
fragilidad del orden colonial se ve bruscamente revelada. Las corporaciones de la ciudad no
tienen reparos en avanzar en la sumisión. [Desde que se inventó la pólvora se acabaron los
machos y entonces...] El Cabildo civil, los altos funcionarios, las dignidades eclesiásticas, se
apresuran a jurar fidelidad a Inglaterra, aunque posteriormente su actitud no les será reprochada.

Desde junio de 1806 las instituciones coloniales han adquirido un poderío que ya no perderán en
manos de la Corona. La conquista británica enseñó además, a magistrados y funcionarios, un
nuevo tipo de relación con la metrópoli en la que ésta debe solicitar adhesión cuando antes ni
siquiera era discutida.

Desde 1806 hasta 1810 la política seguida por la Audiencia de Buenos Aires se orientaba sobre
todo a detener el deterioro del lazo imperial. En la administración civil, es sobre todo el Cabildo, el
que cree llegada la hora de una reivindicación esperada. Mientras el esfuerzo de la administración
borbónica lo supedita progresivamente al control de los funcionarios de designación regia, la
prosperidad creciente transforma a la corporación mendiga del siglo XVIII en un cuerpo capaz de
apoyar en ciertos respaldos financieros sus nada modestas ambiciones políticas.
Es la iniciativa de Liniers, pasado a Montevideo primero en busca de tropas, la que doblega la
resistencia británica en Buenos Aires. Una vasta popularidad rodea desde ese momento a su
persona. El Cabildo delegará en él el mando militar de la capital y encontrará en la preparación de
la Banda Oriental para enfrentar una nueva ofensiva británica, una tarea alternativa para la cual
no está particularmente bien preparado. Contará con el aval de la Audiencia a quien la delegación
parcial por parte del Virrey le parece preferible al derrocamiento. Los vencedores son los
capitulares y Liniers que emprenden la empresa de preparar una nueva resistencia. Cuando esta
empresa avance bajo la rivalidad entre capitulares y Liniers, se señalará el comienzo de una
suerte de revolución social, provocada por el vencedor de los ingleses, para mejor afirmar su
poder personal.

Todo esto inicia un proceso ampliado de militarización, que implica un cambio muy serio en el
equilibrio social de Buenos Aires. En primer lugar la creación de mil doscientos nuevos puestos
militares entre oficiales y clases, en una sociedad en que el comercio y la administración pública
son la fuente por excelencia de las ocupaciones honorables, lo cual acrece el costo local de la
administración. Una redistribución de recursos comenzaba así entre metrópoli y colonia, y dentro
de la colonia misma, que será acentuada luego por la revolución.

El modo en que esos oficiales fueron designados -por elección de los propios milicianos- parecía
ofrecer posibilidades para un rápido ascenso de figuras antes desconocidas. Sin embargo, se
trató de limitar este riesgo. La elección por voto universal oculta mal la ampliación por cooptación
de los sectores dominantes. La mayor parte de los elegidos son comerciantes, y en segundo
término los que tienen ocupación en niveles altos y medios de la burocracia virreinal. En esas
improvisadas fuerzas militares se asienta cada vez más el poder que gobierna el virreinato y así
esos cuerpos americanos introducen los nuevos elementos en el equilibrio de poder, aunque las
consecuencias de la militarización urbana sólo podrían percibirse plenamente, cuando la crisis
institucional se agravara. Mientras tanto la necesidad de contar con la benevolencia de la elite
criolla era cada vez mejor advertida; y aun antes de su ruptura con Liniers, el Cabildo utilizó la
renovación de 1808 para asegurar en su composición un equilibrio paritario de europeos y
americanos. Aun así es dudoso que esa preocupación por exhibir una representatividad más
amplia estuviese primordialmente vinculada con el nuevo poder que la militarización daba a los
comerciantes, funcionarios y profesionales criollos, trocados en oficiales. A su lado es preciso
tomar en cuenta la creciente ambición política del Cabildo.

La segunda invasión inglesa inspira a los capitulares la persuasión de que su carrera ascendente
ya no encontrará oposición. El Cabildo es el protagonista de la nueva victoria; mientras Liniers,
tras una poco afortunada tentativa de resistencia, se retira. Es fundamentalmente la victoria del
Cabildo y de Martín de Álzaga. Su modesta participación, no afecta directamente la situación de
Liniers, consolidada desde que la corona ha dispuesto cambiar el criterio con que se cubren
interinamente las vacancias del cargo virreinal; en lugar del presidente de la Audiencia, es el
militar de mayor rango quien toma el lugar del Virrey. Madrid pensaba en Pascual Ruiz Huidobro,
gobernador de Montevideo; su captura y envío a Inglaterra deja el camino libre a Liniers. Respecto
del Virrey Sobremonte, luego de la caída de Montevideo el 2 de febrero, fue decidida su
suspensión inmediata por una Junta de Guerra.

De este modo el héroe popular de 1806 era en 1807 el jefe de la administración regia en el Río de
la Plata. Su poder no había disminuido con ese cambio pero sí había cambiado de base. El
Cabildo que ha comenzado excelentes relaciones con él, irá enfriándolas hasta llegar a la ruptura
violenta; lo mueve a ello el acercamiento creciente del sucesor de Sobremonte. Para los
capitulares Liniers era a la vez el representante de la legitimidad y un serio rival en el dominio de
esas fuerzas nuevas que la militarización había introducido en el equilibrio de poder. A menos de
un año de la defensa, el Capitán General y el Cabildo están enfrentados; uno y otro creen contar
con la adhesión de esa fuerza nueva. Es la crisis metropolitana la que va a dotar de nuevas
consecuencias a los cambios comenzados localmente en 1806. De ella se alcanza un anticipo
cuando a comienzos de 1808, la corte portuguesa llega a Río de Janeiro. La guerra vuelve así a
acercarse al Río de la Plata ya que España ha apoyado la acción francesa contra Portugal.

El virrey interino y gobernador de Montevideo [para entonces, el cargo está ocupado por Elío,
designado por Liniers luego de la retirada británica, en reemplazo de Ruiz Huidobro] buscaban
saber qué preparativos ofensivos se esconden tras la frontera brasileña y el Cabildo porteño cree
llegada la hora de volver a la gran política. No obstante, los acontecimientos europeos,
transforman al enemigo en aliado, y antes de ello, Liniers decide buscar un modus vivendi con la
corte portuguesa para que abra sus puertos al comercio rioplatense. El Cabildo tiene mucho que
objetar al proyecto y en el nuevo alineamiento político, el origen francés de Liniers se transforma
en causa de recelos. Aparece en escena la Infanta Carlota y el partido de la independencia es
cada vez más frecuentemente mencionado.

La infanta ofrece una solución a la crisis que el derrumbe del poder central ha provocado. Las
ventajas que como símbolo de la soberanía vacante tiene sobre las juntas surgidas en la metrópoli
nacen no sólo de la precariedad de la situación militar de éstas, sino también de la pretensión de
estas juntas a actuar en nombre del rey cautivo. Frente a ellas, la objeción de que los reinos
españoles no eran en derecho una unidad sino a través de la sumisión a un mismo monarca era
demasiado obvia para que no comenzase a ser esgrimida como argumento para negar el derecho
de algunos españoles europeos que habían recibido su investidura del pueblo de la península
para gobernar los reinos indianos. Ello explica que no pocos funcionarios regios hayan sido
atraídos por el carlotismo. Explica menos coherentemente que también se hayan orientado a él
algunos veteranos del partido de la independencia, y otros que sin serlo, no tenían motivo para
salvar al absolutismo.

Quedaba la posibilidad de creación de una república, incluso por la formación de una junta que
podría admitir o no la supremacía de la sevillana; pero esa alternativa no atrae a los que en el
pasado se han mostrado abiertos a la posibilidad de utilizar la crisis y que ahora profesan un
alarmado legitimismo. Esto es así porque no se juzgan con fuerzas para dirigir esa empresa y
apoderarse del gobierno local.

El Río de la Plata, pese a la crisis metropolitana, no está lo bastante aislado para que una abierta
ruptura de la legalidad pueda consolidarse con sólo contar con superioridad militar local; Portugal
e Inglaterra, nuevos aliados de España, son elementos que no podían ignorarse. No es extraño
entonces que los futuros patriotas se esfuercen en conservar un manto de legitimidad que
promueven en la infanta Carota o que apoyen al virrey Interino. La militarización misma
comenzará por consolidarse dando un sostén imprescindible a una legitimidad tambaleante: salva
a Liniers momentáneamente y da un desenlace inesperado a un conflicto que desde septiembre
de 1808 se ha agudizado: frente a la autoridad de Buenos Aires y el virrey interino, se levanta la
disidencia de Montevideo. Ésta, ciudad de guarnición, tiene tras de sí a las tierras ganaderas más
ricas del virreinato. Las invasiones han dado nueva oportunidad para actualizar sentimientos poco
fraternales con Buenos Aires, despertados por la prohibición de comerciar con los efectos dejados
por los británicos. La junta montevideana espera hacerse admitir por las autoridades virreinales,
esperanza frustrada por los alineamientos políticos en Buenos Aires. Elío entonces, entra en
inteligencias con Álzaga y el cabildo porteño que no entra en el alineamiento virreinal.

También el aparato militar, a medida que se agrava la crisis, se transforma en árbitro de la


situación ya que los comandantes militares tienen un interés profesional en el mantenimiento del
virrey.

El 17 de octubre, cuando algunos rumores hicieron temer la inminencia de un levantamiento en


apoyo de la secesión montevideana, un documento firmado por la mayoría de los comandantes,
ofrecía al virrey la lucha contra los hipotéticos insurgentes. Aquí se reflejaba el mismo
alineamiento que iba a darse el 1 de enero de 1809, fecha en que finalmente se intentó el
derrocamiento del virrey.

Ese día es designado el nuevo Cabildo, cuyos integrantes son sometidos a la aprobación virreinal,
inmediatamente concedida. Ese desenlace pacífico es roto por el estallido de un tumulto en la
plaza mayor. Piden la instalación de una junta, previa remoción del virrey. Mientras se negocia en
la fortaleza, la plaza amenaza con convertirse en campo de batalla. Liniers ofrece su dimisión,
pero no acepta la formación de una junta ya que lo que le preocupa sobre todo es salvar el orden
español. Los patricios y andaluces ocupan la plaza. Saavedra declara que no tolerará la
deposición del virrey y éste se retracta. La derrota del Cabildo es completa y de inmediato
comienza la represión. Los regimientos subversivos -vizcaínos, gallegos y miñones- son disueltos.
Ese poder militar cuya importancia han revelado los hechos de enero es a la vez, una novedad
revolucionaria en el equilibrio local de poder y el abanderamiento de la legitimidad.

El primero de enero parecen haberse enfrentado los defensores del antiguo orden y los partidarios
de la revuelta, pero los actores mismos no parecieron creerlo de esa manera.

Otra interpretación, es la que declara ver en los alineamientos de enero, la oposición entre
peninsulares y americanos. Tampoco parece correcta ya que españoles y americanos están
mezclados en ambos bandos. Pero si esa rivalidad no es la raíz del conflicto de enero, las
consecuencias de éste en el equilibrio entre ambos sectores, es inmediatamente perceptible: los
cuerpos disueltos agrupan a los oriundos de donde provienen los dominadores del comercio
virreinal. Es ese sector hegemónico el que ha sido vencido y humillado y los que festejan dan a su
triunfo un sentido a la vez americano y plebeyo que alarma a la junta sevillana.

El sentido de la jornada aparece ambiguo y con esa misma ambigüedad se vincula la fragilidad de
la victoria del virrey y sus apoyos militares. No obstante, pronto vencedores y vencidos
coincidieron en la conclusión de que el primero de enero no había resuelto nada. Puestas las
cosas así, la infanta Carlota y sus agentes, pueden seguir agitando; y de hecho los vencedores,
sueñan por un momento con hacer de ella, la cabeza de una legitimidad alternativa a la de Sevilla.

En medio de esta crisis se produce también un reordenamiento de la estructura social. En primer


lugar, a medida que la crisis institucional se acentúa, la ubicación en el aparato institucional se
hace menos determinante. Núcleos humanos hasta ahora marginales, se transforman en un
elemento de poder. En este sentido es revelador el predominio de los hacendados sobre los
comerciantes, que no corresponde a la relación de poderío económico de unos y otros.

Es necesario un nuevo virrey para arreglar todos los ramos de la administración en desorden. El
sucesor que la junta sevillana da a Liniers es Baltasar Hidalgo de Cisneros, que enfrentará una
situación difícil y actuará con gran tacto.

En el extremo norte, en Chuquisaca y La Paz, una revolución ha instalado juntas y ha recibido el


beneplácito de la de Montevideo; recibe de las autoridades regias trato cruel. Los futuros
revolucionarios, asisten impasibles a la represión. Patricios y otros soldados de los regimientos
formados en Buenos Aires luego de 1806, sofocan la revolución.

El nuevo Virrey, apartándose de las instrucciones, permite a Liniers que marche a establecerse no
en la Península sino en el Interior.

En setiembre de 1809 la organización militar de Buenos Aires es sometida a revisión, el propósito


es ante todo aligerar el peso sobre el fisco. Aun así, lo esencial del equilibrio militar emergente de
enero es respetado: los cuerpos disueltos resurgieron como milicias mantenidas en disciplina por
ejercicios semanales, pero no recogidas permanentemente en los cuarteles. De este modo Álzaga
y sus compañeros [derrotados en enero y emigrados] pueden volver de Montevideo.

Tras la política de Cisneros, la legitimidad monárquica y metropolitana, conservan un prestigio


muy vasto que sólo una nueva crisis pondrá en entredicho. Mientras tanto el virreinato se adecua
al cambio institucional decidido desde la metrópoli y las ciudades comienzan la elección de
delegados a Cortes, que darán a las Indias, una voz en el gobierno de las Españas.

c) La revolución.

El virrey intenta dosificar la difusión de noticias que comienzan a llegar sobre la guerra. Bajo el
estímulo de la rivalidad entre peninsulares y la elite criolla, el orden establecido tiene posibilidades
muy limitadas de sobrevivir a la tormenta que se avecina. La autoridad de Sevilla ha sucumbido a
la derrota militar y la disidencia interna. La que surge en Cádiz para reemplazarla, ya no será
reconocida en la capital del virreinato. La hegemonía militar sigue en manos de los mismos que
ganaron en enero. El Cabildo de 1810 no está animado de la misma clara ambición de poder que
el de 1808; los que entonces lo habían dominado no han logrado reconquistar la que había sido
su fortaleza.

Algunos de sus seguidores como Juan Larrea y asesores como mariano Moreno, están ahora
junto con los jefes militares que les infligieron la derrota de enero de 1809. Cisneros ha respetado
en lo esencial el equilibrio de poder que encontró a su llegada y ha otorgado además la
autorización para comerciar con Inglaterra.

La fuerza armada cuyo equilibrio interno Cisneros no había osado transformar, es de la que
depende el desenlace de la crisis y cuando es desahuciado por ella, el virrey advierte que debe
inclinarse ante sus vencedores.

Su destrucción comienza el 17 de mayo con la publicación oficial de las malas nuevas de la


Península; la resistencia antifrancesa sólo sobrevive en la bahía de Cádiz y la junta sevillana ha
sido trágicamente suprimida. Por medida precautoria, las tropas en Buenos Aires son
acuarteladas y en nombre de sus oficiales el virrey es intimado a abandonar su cargo, caduco
junto con su autoridad.

El 21 una breve muchedumbre, reclutada entre el bajo pueblo por tres eficaces agitadores, se
reúne en la plaza. El virrey y el Cabildo se deciden a enfrentar la situación mediante una junta
general de vecinos. El Cabildo Abierto ofrece a los defensores del orden vigente una nueva
oportunidad para afirmarse, pero casi la mitad de los vecinos convocados prefirió no asistir y entre
los que se hicieron presentes, los dispuestos a defender el orden estaban en franca minoría.

La existencia de la crisis institucional no fue puesta en duda y no parece haberse producido


discordia sobre las bases jurídicas de cualquier solución ya que la posibilidad de una decisión
popular que cubriera interinamente las vacantes del poder soberano estaba sólidamente fundada
en textos legales. El del 22 de mayo no ha sido un debate ideológico sino una querella de
abogados que intenta utilizar un sistema normativo vigente, cuya legitimidad no se discute, para
fundar las soluciones que cada bando defiende. El resultado es la quiebra con el antiguo orden,
pero que deja al Cabildo la tarea de establecer un nuevo gobierno. La solución está inspirada por
la prudencia: el virrey es transformado en el presidente de una junta; de los cuatro vocales que la
integran, dos -Saavedra y Castelli- son jefes visibles del movimiento que viene impulsando el
cambio institucional; los dos restantes -Solá e Incháurregui- han apoyado el 22 dejar el poder en
manos de los capitulares.

El mismo día de instaurada la junta el conflicto resurge; los oficiales se resignan mal a dejar el
supremo comando militar en manos de Cisneros y los que en la junta los representan, se retiran
de ella.

El 25, una nueva jornada de acción impone un desenlace diferente; la plaza es de nuevo teatro de
agitación popular, de la que surge un petitorio: una junta más amplia. La preside Saavedra, que
recibe así el supremo poder militar.

Caben algunas dudas sobre el origen preciso de la solución que surge el 25. Los petitorios llevan
la huella de haber surgido, por lo menos en parte, de la organización militar urbana. ¿Es decir que
los acontecimientos que pusieron fin al orden colonial fueron fruto de la acción de una reducida
elite de militares profesionales? Esto no se deduce de los hechos alegados por los autores que la
defienden. Otros por su parte hacen demasiado fácil la tarea al postular como contrapartida una
revolución popular que para serlo, hubiera debido contar con el apoyo de la mayor parte de la
población. La alternativa entre un origen militar y otro popular, es en sí irrelevante si se recuerda
que sólo a través de la militarización, se han asegurado a la vez que una organización
institucional, canales también institucionalizados de comunicación con la plebe urbana. Los dos
términos postulados como excluyentes, designan aquí dos aspectos de una misma realidad.

Producida la revolución, queda aun por asegurar a ésta la obediencia de la totalidad del territorio
que pretende gobernar. Para ello se decide el mismo 25 el envío de tropas al Interior. Como
primera instancia, esa elite criolla a la que los acontecimientos hincados en 1806 han entregado el
poder local, debe crear de sí, una clase política y un aparato militar profesional.

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