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Abasia (astasia-abasia)

Tipo de afección característico de la histeria de conversión*,


aunque también se lo encuentre en algunos trastornos
neurológicos. Consiste en una fuerte dificultad de caminar,
la que puede llegar hasta la imposibilidad absoluta, sin
tener el paciente parálisis en los miembros inferiores y
pudiendo realizar con éstos otro tipo de movimientos
correctamente. Es el síntoma* predominante de Elisabeth
von R.*, una de las pacientes más famosas de la primera
época de Freud. “[La señorita Elisabeth von R.] padecía de
dolores en las piernas y caminaba mal [...] Caminaba con la
parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero sin
apoyo; su andar no respondía a ninguna de las maneras de
hacerlo conocidas por la patología, y por otra parte ni
siquiera era llamativamente torpe. Sólo que ella se quejaba
de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le
sobrevenía muy rápido al hacerlo y al estar de pie; al poco
rato buscaba una postura de reposo en que los dolores eran
menores, pero en modo alguno estaban ausentes. El dolor
era de naturaleza imprecisa; uno podía sacar tal vez en
limpio: era una fatiga dolorosa. Una zona bastante grande,
mal deslindada, de la cara anterior del muslo derecho era
indicada como el foco de los dolores, de donde ellos partían
con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima
intensidad. Empero, la piel y la musculatura eran ahí
particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la
punción con agujas se recibía de manera más bien
indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los mús-
culos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el
ámbito de ambas piernas. Quizá los músculos eran más
sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos
clases de sensibilidad dolorosa se encontraban más
acusadas en los muslos. No podía decirse que la fuerza
motriz de las piernas fuera escasa; los reflejos eran de
mediana intensidad, y faltaba cualquier otro síntoma, de
suerte que no se ofrecía ningún asidero para suponer una
afección orgánica más seria. La dolencia se había
desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y era de
intensidad variable” (1893a, A. E. 2:. 151-2). En el historial
de “Elisabeth von R.” Freud logró hacer una reconstrucción
bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de la
conversión histérica correspondientes a su parte asociativa,
vinculándolos con distintos momentos en que a través de
éstas, las zonas histerógenas*, se habían concretado cierto
tipo de vínculos con el marido de su hermana, todos los que
participaban a su vez de una fantasía global incestuosa en
el vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis ex-
presaba, simbólicamente, el giro lingüístico de “No avanzar
un paso” (A. E. 2:188). Durante el tratamiento la cura del
síntoma histérico se va produciendo a medida que vuelven
a la memoria consciente todos estos hechos traumáticos
cargados de momentos de hiperexcitación libidinal; como
pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El
significado del síntoma va entonces pasando al proceso
secundario*, y se puede así expresar ahora el deseo* con
palabras y descargarlo por abreacción*. No se necesita
más, por lo tanto, de la expresión corporal sintomática. El
significado del síntoma tiene aquí entonces dos vertientes:
como símbolo mnémico* de los sucesos que produjeron la
excitación o las contigüidades de ellos, dejando
hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La
otra está en su globalidad impidiendo la acción, como
contrainvestidura* del deseo* incestuoso, del que es un
retoño el amor al cuñado. A este último corresponde
esencialmente la astasia-abasia que es un trastorno motriz
contrario al deseo reprimido. Sería una metáfora cuya
significación es la contraria a la satisfacción del deseo, a
favor de la represión defensiva yoica.

Abreacción

Mecanismo principal de la cura de la psicoterapia propuesto


por Breuer y Freud en la “Comunicación preliminar”, de
Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos
(1893a). La cura consistía básicamente en la expresión en
palabras del suceso traumático reprimido, acompañada de
la liberación del afecto* retenido en oportunidad del
trauma*, ambas cosas no recordables en la vida normal de
vigilia. Para la revivencia, la técnica más utilizada era la
hipnosis. “[...] los síntomas histéricos singulares
desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía
despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso
ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto
acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese
proceso de la manera más detallada posible y expresaba en
palabras el afecto” (A. E. 2:32). La abreacción consistía en
la descarga del afecto retenido junto a la representación*
responsable de él, la que había sido separada, al formarse
el síntoma*, de la consciencia* a una “consciencia
segunda”. Se la retornaba de ésta por medio de la hipnosis.
Al ser entonces recordada y hablada la escena traumática,
se “abreaccionaba” el afecto correspondiente que no había
sido descargado en su momento, por diferentes causas.
Derivado el afecto, la escena traumática perdía su valor
patógeno, pasando a ser idéntico al de una representación
cualquiera, y cesando por lo tanto el síntoma. Definiríamos,
entonces, la abreacción como una descarga afectiva actual,
producida durante la cura, del afecto correspondiente a un
trauma psíquico de otrora, que no se descargó en aquel
momento, quedando, mientras tanto, en una consciencia
segunda alejada del comercio asociativo y generando,
desde ahí síntomas y ataques histéricos*. El esquema bá-
sico, a pesar de estar principalmente centrad en la
revivencia con descarga afectiva y el recuerdo* de la
escena traumática, y no en la reelaboración* de ella, y de
no tener todavía claridad conceptual el concepto de
inconsciente* más que merced a lo que aquí llama
“consciencia segunda”, es muy similar al luego trabajado
por Freud en la primera tópica e incluso en la segunda. Se
cumplen, en gran parte, reglas psicoanalíticas importantes
como el hacer consciente lo inconsciente (aquí “consciencia
segunda”) y rellenar ciertas lagunas mnémicas. El centro de
la escena lo ocupa el alivio sintomático, lugar de que fue
desplazado* con el tiempo, quizá en demasía, volviéndose
importante su recuerdo actualmente, en una nueva “vuelta
de tuerca”, para darle el lugar que le corresponde en el
mecanismo de la cura.

Acción específica (o acorde a un fin)


Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo
exterior al que altera en algo. Merced a ella produce una
descarga duradera en la fuente de la pulsión*. Se
contrapone, en ese sentido, a la “alteración interna”*
(expresión de emociones) y a la satisfacción alucinatoria de
deseos*, las que, justamente, no producen descarga en la
fuente pulsional. Freud la mencionó en el Proyecto de
psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los
sueños (1899-1900), pero está implícita en muchos de sus
otros trabajos, desde el texto sobre “la neurosis de
angustia” (1894-1895), pasando por La represión (1915),
hasta El malestar en la cultura (1929-1930). Por ejemplo, en
Pulsiones y destinos de pulsión (1915) dice que la fisiología
“[...] nos ha proporcionado el concepto de estímulo y el
esquema del reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo
aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa) desde
afuera es descargado hacia afuera mediante una acción.
Esta acción es “acorde al fin”, por el hecho de que sustrae a
la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la
aleja del radio en que éste opera”. Renglones más abajo
dice que “la pulsión sería un estímulo para lo psíquico [...]
el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino
del interior del propio organismo”, además de que “no
actúa como una fuerza de choque momentánea, sino
siempre como una fuerza constante”. [ ... ] “Será mejor que
llamemos ‘necesidad’ al estímulo pulsional; lo que cancela
esta necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede
alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta
(adecuada), de la fuente interior de estímulo” (1915, A. E.
14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser el fin
del arco que comienza en el polo perceptual* del modo de
una sensación displacentera que se expresa como afecto*
(alteración interna, expresión de emociones, llanto,
inervación vascular) y que se dirige a través del aparato
psíquico* luego, ligándose con las representaciones* que
conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el
polo motor* y disminuirá, entonces, la sensación de tensión
que se había producido al entrar el estímulo en el aparato
psíquico. El concepto de acción específica, referido
originalmente a la pulsión de autoconservación*, se
complejiza muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues
es en los avatares de ésta donde existe básicamente el
conflicto generador de las escisiones y enfrentamientos
entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más
si agregamos la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el
exterior del sujeto a través del aparato muscular, o sea
pulsión de destrucción*. Incluso la reintroducción de ésta
vuelta contra el yo* desde el superyó*, o la que queda
flotando desde un principio en el aparato psíquico como
masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la
acción en que debe culminar el esfuerzo (Drang) de la
pulsión pierde especificidad o ésta se hace más relativa. Por
ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una
acción específica? ¿Y a la perversión*? La pulsión busca la
descarga. En su enfrentamiento con la cultura* (en parte
exterior, al aparato psíquico, en parte interior a él como es
el caso del superyó) puede “sucumbir” o se desinvestida su
representación (sepultamiento* o represión exitosa), o
puede satisfacerse en forma sustitutiva como en 1
sublimación (satisfacción parcial, pero satisfacción al fin).
También puede descargarse en parte a través de la
alteración interna (expresión afectiva) por ejemplo como
angustia*; o por retorno de lo reprimido* por fallas de la
represión que generan síntomas (degradación de la pulsión,
o satisfacción pulsional que no puede de ser sentida como
tal) neuróticos. La pulsión también puede descargarse en
forma perversa. Desde luego puede hacerlo e forma
“normal”, como lo serían las acciones sexuales permitida
en general por la cultura. En términos generales la
problemática hasta ahora expuesta respecto de la pulsión
sexual gira alrededor de la libido* objetal y sus conflictos.
En cuanto a la libido narcisista también ésta tiene su propia
problemática cuando no consigue devenir en libido objetal.
En el caso de las perversiones, se consigue u espacio
intermedio de satisfacción libidinal entre objetal y narcisista
(objetal por satisfacerse en un objeto y narcisista por
representar éste al yo). Si se satisface entonces la pulsión
narcisista erotizada se generarán conflictos con la cultura,
en lo vínculos sociales, al no estar la pulsión homosexual
inhibida en su meta (pulsión social). Incluso puede haber
conflictos con el superyó y éstos generar los aspectos
neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión. La
libido narcisista se satisface en gran parte (en el adulto)
complaciendo al ideal del yo* que exige sublimación. Por lo
tanto, las acciones que realizará el yo deberán apuntar en
es dirección; también la libido narcisista se satisface con el
amor proveniente de los objetos*. En las psicosis*, la libido
es puramente (en términos generales) narcisista y la acción
es autoplástica*. No se necesita modificar el mundo
exterior, se puede regresar al autoerotismo*. La acción es
pura o casi pura “compulsión de repetición”*, pierde así su
característica de acorde a un fin. En cuanto a las principales
posibilidades que poseemos de acción específica existen,
entonces, los ya mencionados actos sexuales permitidos
por la cultura, y básicamente los vínculos de meta inhibida
como la ternura, la amistad, las actividades grupales y
sociales, las actividades sublimatorias en general (libido
homosexual). Al irse inhibiendo la meta se va generando la
necesidad de variación del tipo de acto, dado lo parcial de
su satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la
actividad creativa y cambiante, característica de la cultura
pero no de la pulsión. La creación resulta, entonces, más
bien un efecto cultural sobre la compulsión repetitiva
pulsional. Resumiendo: la acción específica o “acción
acorde al fin”, es la descarga parcial o total de la fuente
que realiza el yo en forma adecuada (según la pulsión esté
más o menos desexualizada*). Esta adecuación se produce,
en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga
por el superyó (representante de la cultura y el narcisismo*
en el aparato psíquico) y por la cultura (su no adecuación a
ésta le producirá “angustia social”). Las así diferentes y
cambiantes formas de descarga pulsional, aunque limitadas
seriamente por todos estos procesos, producirán bienestar.
Implican una acción en el mundo exterior “que cambiará la
faz de la tierra”, una adecuación al principio de realidad*,
pleno funcionamiento del proceso secundario*, incluyendo
probablemente cierta dosis de agresión* (odio*
perteneciente en parte a la pulsión de autoconservación, a
la pulsión sexual y a la pulsión de destrucción), y tan
extrema complejidad se consigue contadas veces en la vida
del sujeto, a merced de tantos vasallajes opuestos
constantemente. De todas maneras es una aspiración
constante y debe ser incluida en el concepto de salud.

Activo-pasivo

Puede hablarse de varias polaridades en la vida anímica:


sujeto (yo*)-objeto* (mundo exterior), placer*-displacer*.
Activo-pasivo es una de ellas. La actividad es una
característica universal de las pulsiones* que tiene que ver
con el esfuerzo (Drang) o sea su factor motor, la suma de
fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que
representa. Toda pulsión, en ese sentido, es un fragmento
de actividad. Pero ¿hay pulsiones pasivas? Una pulsión es
activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor
motor, pero puede ser activa o pasiva en cuanto su meta. A
esto último aluden los destinos de pulsión anteriores a la
represión*, como la vuelta contra la persona misma* y
vuelta de la actividad a la pasividad. Los ejemplos más
claros son los pares sadismo-masoquismo y el mirar-ser
mirado, en los que de la meta activa (sadismo, mirar) se
pasa a la pasiva (masoquismo*, ser mirado). Pueden ocurrir
en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil sobre todo,
situaciones traumáticas* que fijen a la pulsión o a su meta,
transformándola de activa en pasiva y derivar luego esto en
rasgo de carácter*. En el análisis del “Hombre de los lobos”,
Freud mostró cómo en la pulsión inicialmente ambivalente
(activa y pasiva) predominaba al principio la tendencia
activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por
la hermana), precedido por un amenaza de castración, la
pulsión regresó de su incipiente y adelantada genitalidad, a
la fase sádico-anal con meta pasiva, 1 que hizo que
cambiara su carácter de bondadoso a díscolo buscando
masoquistamente el castigo paterno. Esta pasividad quedó
fijada y. derivó en un rasgo de carácter distintivo de
“Hombre de los lobos” adulto. También apareció en uno de
su síntomas* histéricos más rebeldes, como la constipación.
En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la dupla
mirar-ser mirado como alternativamente cambiantes, los
que posteriori* son reprimidos y transformados en ese
dique pulsional que es la vergüenza*. Las pulsiones de
meta activa o pasiva se presentan tanto en el niño como en
la niña. Lo más común es que las pasivas predominen en la
niña y las activas en el varón. A lo que por supuesto
contribuyen de hecho las costumbres culturales. Después
de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de
masculinas (activas) o femeninas (pasivas). La pulsión de
meta pasiva retiene el objeto narcisista (el yo), a diferencia
de la activa, cuya meta está en el objeto. De aquí podrán
derivarse las diferencias que posteriormente existirán entre
las maneras del enamoramiento masculino (el deseo*
activo de amar al objeto) y el amor* femenino (el deseo
pasivo de ser amada por el objeto), como características
masculinas y femeninas en general. Las pulsiones sexuales*
son, entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas
(aunque pueda haber variaciones de acuerdo a los hechos
traumáticos que sucedan al sujeto) desde un principio. Con
el advenimiento de la etapa fálica, se les suma la
diferenciación fálico-castrado, la que llega a masculino-
femenino en el momento del desarrollo puberal.

Acto fallido

Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial


(Prec. y Cc.), que posee un significado de realización de
deseos* reprimidos. En realidad no es un error sino un acto
que puede ser sumamente complejo de realizar, pero que
es visto o juzgado por la consciencia* o, mejor dicho, por el
yo consciente, como fuera de sus intenciones. Las
intenciones son las del ello* inconsciente, las que a través
de símbolos, de analogías* o de contigüidades* entre las
representaciones* consiguen por un momento comandar la
acción y, en cierta manera, producir la identidad de
percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso
primario* en el proceso secundario* a través de un acto (el
hablar también es un acto), esto lo considera el yo
consciente como un error, o acto fallido. Freud describe
distintos tipos de actos fallidos como el olvido*, en el habla
o en la acción, de nombres propios, palabras extranjeras,
nombres y frases, impresiones y designios; el trastrabarse,
deslices en la lectura y en la escritura, el trastrocar las
cosas confundido, acciones casuales y sintomáticas, errores
en general y operaciones fallidas combinadas. Serían, al
igual que los sueños y los síntomas, realizaciones de deseos
reprimidos Inc., no reconocidos como propios por el yo
oficial. La explicación dada por Freud al fenómeno se
sustenta solamente (como en el caso de los sueños y los
síntomas excepciones) en la primera tópica y primera teoría
pero se puede enriquecer con la teoría de la pulsión y la
estructural (véase: aparato psíquico), utilizando para ello
explicaciones realizadas por él mismo con respecto a
similares, es el caso de los sueños punitorios* que como
“[...] cumplimientos de deseos, pero no de las mociones
pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y
punitoria de la vida anímica” (1933, A. E., 22:26), o del
humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas
con necesidad de castigo*, la que se infiere por su
propensión a accidentes, enfermedades autodestructivas,
etcétera. Los castigos son atribuidos al destino, etcétera. En
realidad provienen del superyó* inconsciente o son
buscados inconscientemente por el yo para expiar el senti-
miento inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A
diferencia del acto fallido clásico, en éstos se satisfaría el
autocastigo* producido por el sadismo del superyó Inc. o el
masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios tam-
bién vividos como error, que producen fracaso, castigo,
autodestrucción, a los que habría que ubicar dentro de las
desmezclas pulsionales*, por lo tanto acciones más allá del
principio de placer*, regidas por el principio de nirvana*,
puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos
también pueden expresar la resistencia*, producto de la
contrainvestidura* defensiva del yo Inc., por lo tanto no
satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa* contra ella, sin
necesidad de pertenecer, por lo menos absolutamente, a la
necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc. defensiva, la
resistencia del yo. Ésta puede producir, por ejemplo:
olvidarse de concurrir a una sesión, el llegar tarde, o una
equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos como
errores por el yo Cc. del paciente y en realidad producidos
por causas Inc. contrarias a las satisfacciones de los deseos
Inc. Mezclándose de todas maneras con las otras formas de
satisfacción, la pulsional y la necesidad de castigo.

Afecto

Sensación que es registrada por la consciencia* (PCc-polo


percepción-consciencia*, 1915-17) correspondiente a los
aumentos o disminuciones en la unidad de tiempo (el ritmo,
1924) de las cantidades de excitación* libidinal pro-
venientes desde dentro de la superficie corporal. Los
aumentos, en términos generales, son registrados como
displacer* y las disminuciones como placer*; en las
variaciones cualitativas (producidas por la forma o el
tiempo en que se producen estos mismos aumentos o
disminuciones) existentes entre cada uno de estos dos
extremos, se sitúan los otros diferentes afectos placenteros
o displacenteros. Dentro de los displacenteros, uno es la
moneda corriente a la que los demás toman como
referencia: la angustia*. En el Proyecto de psicología (1950a
[1895]) Freud habló explícitamente del afecto refiriéndose
al recuerdo* de la vivencia de dolor*, la que deja una
elevación de la tensión cuantitativa Qη en Psi y con ello
unos motivos compulsivos a la descarga. Es decir: tras la
vivencia de dolor, queda como secuela la aparición del
afecto (seguramente se refiere al miedo o angustia real)
ante cualquier hecho que se asemeje al que otrora produjo
dolor. En el mismo texto, al hablar de “alteración interna”*
-forma corporal esencialmente vascular y respiratoria de
expresión de los sentimientos, que acompañan al grito
prototípico-, esa válvula de escape previa al aprendizaje de
la “acción específica”*, estaba hablando también del origen
del afecto o de la descarga afectiva como sentimiento que
anuncia el deseo del objeto*. En los escritos
metapsicológicos de 1915 habla de un psiquismo
compuesto por representaciones-cosa* y representaciones-
palabra* y un montante de energía libidinal (pulsión
sexual*) que las inviste (representa éste la perentoriedad,
Drang, o esfuerzo de trabajo de la pulsión*, al mismo
tiempo que “enciende” a la representación* convirtiéndola
en deseo*). A este montante de energía libidinal se lo llama
también monto o “quantum de afecto”*. Corresponde al
factor cuantitativo de la pulsión (invistiendo y siendo
investido a su vez por la representación) y como tal es
percibido por el polo percepción consciencia (o PCc.).
Mientras no hay descarga de la fuente pulsional, a través
de la “alteración interna” se lo percibe como afecto
displacentero de diferentes tipos. Cuando se produce la
descarga total o parcialmente merced a la realización de la
acción específica, se sienten afectos esta vez placenteros,
también de diversa índole. En el inconsciente* existen
representaciones. La mayor o menor investidura de éstas
es registrada directamente por la consciencia (PCc) como
afecto. Por lo tanto, el afecto en rigor no es inconsciente
dado que es sentido en forma inmediata por la consciencia.
La que puede ser inconsciente es la representación que lo
produce. Esto está siempre referido al afecto producido por
causas representacionales, por lo tanto psíquicas, por lo
tanto históricas. Algunos afectos son producidos por causas
biológicas o mecánicas (como la angustia de las neurosis
actuales*, producida por la acumulación de cantidad de
excitación sexual somática, 1894-1925), en los que la
problemática no está referida a lo representacional, por lo
menos directamente. De todas maneras la angustia
también en esta ocasión es consciente. Cuando Freud des-
cribe en Inhibición, síntoma y angustia (1925-26) la
“angustia señal”*, dice que la angustia en ese caso no es
producida como algo nuevo a raíz de la represión*, sino que
lo es como estado afectivo siguiendo una imagen preexis-
tente, el recuerdo de las situaciones traumáticas * de la
infancia que ahora devinieron en situaciones de peligro*,
señales de peligro que obligan al yo* Inc. a utilizar
mecanismos de defensa* (o represiones en sentido amplio),
automáticamente. Los estados afectivos además están
incorporados en la vida anímica como unas
sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y,
en situaciones parecidas, despiertan como unos símbolos
mnémicos*. En ese mismo sentido, el trauma* del
nacimiento prestaría el modelo que luego tomará el yo
como símbolo mnémico de la angustia, al que usará como
señal para conducir al ello* adonde el yo quiere; en otras
palabras, le aplicará sus mecanismos de defensa
inconscientes. A la angustia señal, en este caso, no le cabe
una explicación económica pues consiste en una
reproducción, un recuerdo, un símbolo mnémico, de una
situación que fue traumática y ahora es peligrosa. No es
más que una señal, es más representación que quantum de
afecto en sí, de éste resulta solamente una pizca de lo que
podría llegar a percibirse, en caso de persistir la pulsión del
ello en la dirección en que iba y llegar al yo Prec., y con ello
al hecho de ser pensada o a la posibilidad de la acción. Este
tipo de angustia le da gran poder al yo, pues merced a ella
consigue dominar al ello, usando a su favor el omnipotente
principio de placer-displacer, y utilizando para esto los
mecanismos de defensa inconscientes, que se rigen por el
mismo. La explicación sería: lo que en un momento formó
parte de una acción específica puede participar a
posteriori* como símbolo afecto. Por ejemplo: lo que fue
necesario para el bebé, para su autoconservación (respirar
intensamente, taquicardia), queda como símbolo mnémico
en la misma hiperpnea, taquicardia, hipersudoración,
etcétera, componentes corporales de la angustia que
expresan unas sensaciones de displacer muy particular,
cuyo recuerdo será usado como señal por el yo Inc. para
defenderse del ello. En un sentido más amplio del concepto
de afecto se podría incluir a los sentimientos en general, los
que tienen una explicación más compleja y más particular
para cada caso (véanse: amor, odio, agresión, dolor,
etcétera). Todos tienen una base común corporal en la
“alteración interna” (expresión de las emociones, grito,
inervación vascular), la que va tomando mayor dimensión
psicológica a medida que se suceden las vivencias de
satisfacción* y dolor que se viven con el objeto. Las huellas
dejadas por estas vivencias forman los complejos
representacionales cosa, compuestos por la imagen de un
objeto luego generadora del deseo de él, y la de un
movimiento a realizar con él para que se produzca una
sensación (afecto) que es la esencia de lo deseado. La
representación-cosa, investida por el (e invistiendo al)
quantum afectivo, va a constituir la base del psiquismo
inconsciente. La investidura es mutua, es el punto de unión
de la cantidad de excitación con el representante
estrictamente psíquico.

Agorafobia

Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en


espacio abiertos (miedo a salir “afuera”, “a la calle”). Es
más común en los adultos que en los niños. Freud lo
atribuye al temor del neurótico a la tentación de ceder a
sus concupiscencias eróticas, lo que le haría convocar como
en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo.
Pone el ejemplo de un joven que temía ceder a los
atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis. La
agorafobia gana terreno paulatinamente, como toda fobia,
y va imponiendo limitaciones al yo* para sustraerlo de los
peligros pulsionales. Puede conducir al encierro del sujeto y
su aislamiento social (introversión libidinal*), para evitar los
peligros de “la calle”. Se produce, a la vez, una “regresión*
temporal” a la época infantil en que podía “salir a la calle”
siempre que fuera acompañado por alguien que lo cuidara.
Ahora este acompañante lo cuidaría, más que de los
peligros reales, de sus propias tentaciones pulsionales que
merced al desplazamiento* y proyección son sentidos como
peligros provenientes de “afuera”, “de la calle”, lo que era
de alguna manera “real” en la infancia. En esta misma
formación sintomática se hace evidente e influjo de los
factores infantiles que gobiernan al adulto a través de su
neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está
la “fobia a la soledad”, una forma de la claustrofobia, que
Freud explica como el querer escapar a la tentación del
onanismo solitario. La agorafobia se instaura como
enfermedad, por lo general, después de haber vivenciado
un ataque de angustia en alguna de la circunstancias
desencadenantes y luego temidas, a las que se dedicará a
evitar. Cuando no lo logra, reaparece el ataque angustioso.

Aislamiento

Mecanismo de defensa* o forma de la represión


secundaria*, producido por el yo* Inc. ante la angustia
señal* sentida por éste frente a una pulsión* que le ha sido
prohibida por el superyó*. La representación-cosa*
pulsional, sin embargo, puede tener acceso a la
representación-palabra* (por lo tanto al yo Prec. y la Cc.),
siempre que ésta permanezca desafectivizada; para lo que
se la aísla de todas sus conexiones posibles (asociaciones*,
ligaduras, etcétera) con las demás. Se logra así el efecto
represivo sobre la pulsión por parte del yo y el impedimento
del acceso a la acción específica*; en este sentido el
mecanismo es eficaz. El paciente realiza acciones en las
que están representadas la desconexión del vínculo entre
las representaciones*. Dice Freud: “Recae también sobre la
esfera motriz, y consiste en que tras un suceso
desagradable, así como tras una actividad significativa
realizada por el propio enfermo en el sentido de la neurosis,
se interpola una pausa en la que no está permitido que
acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se
ejecuta acción alguna” (1925, A. E. 20:115). Es como si se
cortaran los puentes con aquello que se quiere aislar,
dejándolo exactamente así, como una isla. El sujeto realiza
actos que representan este hecho (como la “rayuela”
secreta que va jugando el obsesivo con las baldosas, o la
dificultad de encontrar relaciones entre un tema y otro, o
entre una sesión y otra, por ejemplo). Al conseguirse el
aislamiento, la representación queda desafectivizada (el
quantum de afecto* lo da, en estos casos, la investidura
representacional y su posibilidad de asociación con otras
representaciones), y no es posible que partícipe del
comercio asociativo, de la actividad de pensamiento*. Por lo
tanto queda fuera de la posibilidad de ser usada por el yo
Prec. El aislamiento es un mecanismo de defensa típico de
la neurosis obsesiva*. Cae dentro de uno de los
mecanismos de la represión secundaría, la sustracción de
investidura Prec., con la salvedad de que -en vez de des-
investirse* la palabra o desplazarse* su investidura a otra o
a una inervación corporal- la palabra permanece en el
preconsciente* pero desafectivizada y cortados sus puentes
de asociación con el resto de las palabras. Incluso puede
mezclarse o afianzarse con otros mecanismos como el
desplazamiento a lo nimio, etcétera. El aislamiento
pertenece, en medidas moderadas y usado con plasticidad,
al pensamiento normal, es parte de la tendencia al orden,
rasgo sublimatorio anal. En su contrapartida patológica,
llevado a su extremidad, constituirá el “defire de toucher”
(delirio de ser tocado), que en parte configura su esencia, el
no ser tocado, lo que se extiende a que nada se “toque”
entre sí.

Alianza fraterna

En la hipótesis freudiana, expuesta en Tótem y tabú (1912-


1913), consiste en los vínculos de unión homosexual que se
establecieron entre los hermanos echados de la horda
primitiva* por el padre primitivo. Así merced a la invención
de un arma y a esos lazos de unión que se generaron en el
destierro, lograron consumar el parricidio y devorar al
padre omnipotente y cruel. Después del asesinato del
padre, que descargó el odio* contra él, quedó como resabio
la añoranza* del mismo y la culpa* por lo realizado, amén
de un deseo* de mantener los vínculos conseguidos entre
los hermanos en el destierro. Así fueron naciendo, desde
dentro de su propio psiquismo, las leyes básicas de prohibi-
ción del incesto y del parricidio, leyes sobre las cuales se
edificó la cultura*. El cambio de estructuras sociales
generado por la alianza fraterna y su consecuencia, el
parricidio, posibilitó así el progreso a un nivel más alto de
nivel cultural, nuestra cultura actual en general, y configuró
a su vez una nueva estructura del aparato psíquico*
humano, dejando como legado para siempre en él al
superyó*. Se pactó durante este período hipotético una
suerte de contrato social: “Nació la primera forma de
organización social con renuncia de lo pulsional,
reconocimiento de obligaciones mutuas, erección de ciertas
instituciones que se declararon inviolables (sagradas), vale
decir: los comienzos de la moral y el derecho. Cada quien
renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición del
padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así se
establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la
exogamia. Buena parte de la plenipotencia vacante por la
eliminación del padre pasó a las mujeres; advino la época
del matriarcado. La memoria del padre pervivía en este
período de la "liga de hermanos". Como sustituto del padre
hallaron un animal fuerte -al comienzo, acaso temido
también-. Puede que semejante elección nos parezca
extraña, pero el abismo que el hombre estableció más
tarde entre él y los animales no existía entre los primitivos
ni existe tampoco entre nuestros niños, cuyas zoofobias
hemos podido discernir como angustia frente al padre. En el
vínculo con el animal totémico se conservaba íntegra la
originaria bi-escisión (ambivalencia) de la relación de
sentimientos con el padre. Por un lado, el tótem era
considerado el ancestro carnal y el espíritu protector del
clan, se lo debía honrar y respetar; por otro lado, se
instituyó un día festivo en que le deparaban el destino que
había hallado el padre primordial. Era asesinado en común
por todos los camaradas, y devorado (banquete totémico,
según Robertson Smith). Esta gran fiesta era en realidad
una celebración del triunfo de los hijos varones, coligados,
sobre el padre” (1939, A. E. 23:79). Esta cita de Moisés y la
religión monoteísta es la mejor definición y subrayado de la
importancia otorgada por Freud, hasta el final de su obra,
de sus hipótesis expuestas en 1913, dentro de las que se
desarrolla el concepto de alianza fraterna, liga entre
hermanos unidos para realizar el parricidio, consecuencia
posterior de aquella. Germen de la cultura humana.

Aloplástica, conducta
Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se
empeña en modificar la realidad*, sin desmentirla (véase:
desmentida), en un trabajo sobre el mundo exterior que
produce cambios en él. Dentro de ella podemos incluir
todos los tipos de acción específica*, o sea acciones que
descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más
completa posible. Incluimos en ellas, por ejemplo, la
producción o captura de alimentos, la posesión del objeto*
sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y
generadas, por la cultura*. La aloplástica es un tipo de
conducta que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho
de funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo
cambios en el mundo exterior, como por ejemplo los hechos
de la cultura misma, podemos emparentarla con el
concepto de salud. Cuando son desexualizadas, fruto de
identificaciones* con atributos de seres que antes tuvieron
investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas
son aquellas que justamente pierden su capacidad de
realizar los paranoicos al resexualizárseles los vínculos
homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa*
paranoica contra éstos. La libido* homosexual
desexualizada es aquella de la que están compuestos los
vínculos sociales.

Alteración del yo

Concepto expuesto por Freud en Análisis terminable e


interminable (1937) y el Esquema del psicoanálisis (1938),
donde expresa que el yo* cooperador del paciente es una
ficción ideal. El yo está “alterado” directamente en relación
con las marcas que le dejaron las experiencias vividas,
especialmente las situaciones traumáticas* (cuanto más
traumáticas y menos formado el yo en el momento de su
vivencia, más alterado o más defendido y con defensas*
más extremas quedará fijado el yo Inc.) y las situaciones de
peligro* en las que sus defensas le sirvieron. Estas últimas
si bien pueden permanecer actualmente en acción, en
parte forman una infraestructura Inc. yoica, formándose
sobre ellas una superestructura Prec., también yoica, que
desconoce la anterior pero cuyas acciones pueden estar
más o menos modeladas desde el yo Inc., en algunos casos
de tal manera que el funcionamiento yoico total queda
alterado. Constituyendo, entonces, especialmente cuando
las defensas yoicas están muy consolidadas, una de las
dificultades del progreso del tratamiento, pues en lugar de
cooperar surgen como verdaderos obstáculos para ello.
“Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se
aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado
mayor o menor, y el monto del distanciamiento respecto de
un extremo de la serie y de la aproximación al otro nos
servirá provisionalmente como una medida de aquello que
se ha designado, de manera tan imprecisa, "alteración del
yo"“ (1937, A. E. 23: 237). Está incluida dentro de los
factores que hacen prolongar el período de análisis
creándole inconvenientes, resistencias* o directamente
generando imposibilidades de curación. La “alteración del
yo” está formada, entonces, principalmente por los dife-
rentes mecanismos de defensa* inconscientes del yo, los
que pueden ser más o menos regresivos, más o menos
comprometedores de las investiduras yoicas. Los
mecanismos de defensa yoicos Inc. generan, amén de su
función específica, y cuando la función defensiva contra lo
pulsional especialmente se rigidifica o resulta extrema,
diversos tipos de trastornos alteradores del yo. Ahí
ubicamos los rasgos patológicos de carácter* (más o menos
rígidos), la patología narcisista en general, desde las
perversiones* homosexuales (cuando las fijaciones*
producidas por las represiones primarias* se producen en el
período del primer nivel de reconocimiento de diferencias
sexuales, en el período fálico, y la fijación se basa en la
desmentida de la diferencia, por ejemplo), hasta los
fenómenos de restitución* psicótica. La función que
cumplen los mecanismos defensivos yoicos, a pesar de la
alteración yoica que puedan producir, es, entonces, la de
defender al yo de los peligros generados a él por la
pulsión*. En líneas generales lo consiguen,
desconociéndola, devolviéndola al ello* inconsciente. Al
proponerse justamente el analista como investigador y por
consiguiente alguien que busca conocer la pulsión, el
mecanismo de defensa perteneciente al yo inconsciente del
paciente puede generar una resistencia del yo contra el
progreso del análisis. No olvidemos que el yo llama en su
ayuda al “omnipotente principio de placer*” para generar
sus mecanismos de defensa inconscientes y que, por lo
tanto, éstos se rigen por aquel. Ubicándonos en esa tesitura
vemos que el desconocimiento de la pulsión resguarda al
yo de la angustia*, por lo tanto, sería raro que de alguna
manera no opusiera resistencias contra el conocimiento de
la historia de su pulsión, Cuando esto es lo absolutamente
predominante, dominando al yo, decimos que éste está
alterado. El mecanismo de defensa es, en parte, un sistema
de desconocimiento de sí mismo, de la pulsión, el deseo*, el
“[...] núcleo de nuestro ser” (1900, A. E. 5: 593). Mecanismo
que por un lado protege al yo, formando la parte
inconsciente de él y dándole cierto nivel de ligadura que
sofoca a la pulsión y le impide esencialmente el llegar a la
acción, además de desconocerla y transformarla en “[...]
tierra extranjera interior” (1933, A. E. 22: 53). Por otro lado,
o por el mismo, empobrece al yo, pues todo lo que queda
inconsciente pasa a no ser sentido como algo propio, de él;
verbigracia no lo puede pensar, sublimar*, gozar, etcétera,
en realidad deja de pertenecer al yo Prec. y pasa a engrosar
las filas de lo reprimido, presente en el temido ello. Por
cierto también cumple su objetivo principal: conseguir que
la pulsión no acceda al yo y por lo tanto a la acción,
constituyéndose así una infraestructura yoica Inc. que
permite el funcionamiento de la superestructura Prec.,
menos apremiada por la pulsión, si bien en los casos en que
la infraestructura defensiva es demasiado importante se
lleva la mayoría de la investidura energética, alterando así
tanto al yo, que éste resulta entonces muy difícil de
modificar. La superación de las “alteraciones del yo” y sus
resistencias concomitantes, pasan así a ser una de las
metas del psicoanálisis y principalmente del análisis del yo,
incluido su carácter. Un yo que funciona dominado por sus
mecanismos de defensa inconscientes, es un yo
empobrecido, un yo alterado ante sus capacidades de
enfrentarse con las dificultades de la realidad, que es su
esencia. , Este yo se enriquecerá cuando conozca aquello
interior de lo que se defiende automáticamente y además
sepa que se defiende. Entonces podrá elegir si defenderse o
no, o sí vale la pena defenderse, la defensa podrá pasar a
integrar su comercio asociativo, su actividad de
pensamiento*, con lo que se logrará así un domeñamiento*
en un nivel más alto de la pulsión, enriqueciéndose. Es
interesante recordar que en el manuscrito K,* de 1896,
Freud expone la alteración del yo como uno de los medios
de formación de los síntomas* del yo, los que lo van
alterando. Esta alteración consiste en el delirio* que va
formando el paciente, a partir de los síntomas primarios
(desconfianza) y de los síntomas de retorno de lo
reprimido* (las alucinaciones*). En esta conceptualización
se toma al delirio como alteración del yo. Lo que por otro
lado resulta evidente: cualquier defensa altera aquello que
está defendiendo; si la defensa es extrema, dificulta el
retornar las cosas a su punto original.

Alteración interna

Fenómeno conceptualizado por Freud en relación con la


forma de expresión emocional, descrito en principio
respecto del recién nacido, pero extensible a los adultos.
Freud lo expuso en el Proyecto de psicología (1950a
[1895]), La interpretación de los sueños (1900) y lo
mencionó en otras obras, como Lo inconciente (1915), en
donde dice: “La afectividad se exterioriza esencialmente en
una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca
una alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con
el mundo exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la
alteración del mundo exterior” (A. E. 14:175. Nota al pie).
También la menciona en Inhibición, síntoma y angustia
(1925), como formando parte del síntoma* neurótico: “El
proceso sustitutivo es mantenido lejos, en todo lo posible,
de su descarga por la motilidad; y si esto no se logra, se ve
forzado a agotarse en la alteración del cuerpo propio y no
se le permite desbordar sobre el mundo exterior; le está
prohibido (verwehren) trasponerse en acción” (A. E. 20:91).
Esencialmente la alteración interna consistiría en la primera
forma de descarga que tiene el cuerpo ante el Drang (es-
fuerzo, fuerza de trabajo) de la pulsión* que en lugar de
producir una alteración en el mundo exterior (provisión de
alimento, acercamiento del objeto* sexual), produce una
alteración en el interior del cuerpo mismo, expresándose
ésta cualificada como emoción, a través del llanto y la
inervación vascular. La alteración interna va a ser entonces
la forma de expresión de las emociones (grito, inervación
vascular), las que tendrán, así, una forma de expresión cor-
poral principalísima. En Inhibición, síntoma y angustia
(1925) describe para la angustia* tres partes
constituyentes: una pequeña descarga corporal, la percep-
ción* de esa descarga y por último la percepción de una
sensación displacentera particular. Esta última es la
percepción cualitativa de la cantidad por la que deviene
esencialmente sensación psíquica, La forma de descarga
corporal está principalmente compuesta por taquicardia e
hiperpnea y dice también que esta modalidad de descarga
e.- adquirida durante el trauma* del nacimiento. En ese
momento, esta reacción corporal es la adecuada, la
específica, dado que es la forma de conseguir oxígeno,
después del cambio de sistema respiratorio. Sin embargo
pareciera que el organismo quedara fijado a esta situación
prototípica, y respondiera luego a toda otra situación de
peligro* con este tipo de respuesta. Pasa así esta vía a ser
expresión de angustia y expresión de las emociones en
general. Al aumentar posteriormente la tensión de
necesidad* en el organismo, el bebé expresa su emoción a
través del llanto y la inervación vascular. Luego esta
“alteración interna” es entendida por un “asistente ajeno”*,
generalmente la madre, encargado en ese momento de
realizar la acción específica*. Ésta hará descender la
cantidad de estimulación en la fuente de la pulsión,
produciéndole una “vivencia de satisfacción”*. La expresión
de la emoción, simple descarga corporal al principio, se irá
transformando paulatinamente en llamado, en el mismo
vínculo que se irá estableciendo entre madre e hijo, y ésta
será una de las bases sobre las que irá naciendo el
lenguaje*. El concepto de “alteración interna” es, por lo
tanto, un concepto dinámico, pues se refiere a un proceso
que por un lado se va transformando (de expresión de
emoción, deviene en llamado y de éste en lenguaje) y por
otro persistirá siempre como forma de expresión de la
emoción, principalmente de la angustia. Una forma de
respuesta biológica se va transformando en vínculos
sociales con las sensaciones que éstos producen, man-
teniéndose a su vez como respuesta corporal. Es
interesante entonces volver a subrayar los diferentes te-
mas, que nos llevan a otros insospechados, provenientes
todos de este concepto: la expresión de las emociones (la
angustia), el grito (el lenguaje), y la inervación vascular
(patología psicosomática.
Alucinación

Percepción* de un deseo, un pensamiento*, un recuerdo*,


incluso un castigo o una- amenaza también provenientes
del acervo mnémico, corno si provinieran del mundo
exterior, registrados -corno cualquier percepción y, por lo
tanto dándole creencia* de real- por el aparato perceptual
(PCc.). Hay alucinaciones cuando el yo* se altera
momentáneamente, como en los sueños*, o se pasa por un
estado de privación por causas externas. Otras veces la
causa es tóxica (drogas alucinógenas). Puede deberse a
una alteración del yo* más o menos profunda, como en los
casos de las alucinaciones de las psicosis* histéricas y las
psicosis alucinatorias agudas o amencia de Meynert*. En
ellas la alteración consiste en 'no poder discriminar el yo
entre las fantasías de deseo y las percepciones visuales
reales. En el caso de la histeria*, más que deseos
realizados, pueden ser alucinados castigos derivados de
ellos, o también deseos disfrazados que generan angustia*,
a la manera de los sueños de angustia, por ejemplo: la
alucinación de las víboras en Anna 0. * En la amencia o
psicosis alucinatoria aguda las alucinaciones están más
relacionadas con procesos de desmentida* de duelos* ante
la pérdida de un objeto, desmentida producida junto a una
regresión* del yo a la percepción, retirándole la investidura
al PCc. (sistema de percepción consciencia). Merced a esto
el PCc., perteneciente al yo, confunde el recuerdo deseante
del objeto* con su percepción real. En los casos de es-
quizofrenia*, la esquizofrenia paranoide y la paranoia*, la
regresión yoica es mayor: se perciben los propios
pensamientos preconscientes* como proviniendo desde
afuera, como si el yo ahora estuviera en máquinas
(símbolos* del cuerpo,) o en otras personas que lo manejan.
También como percepción de la parte crítica del yo
(superyó*), que es sentida como percepción por el PCc.,
dándosele creencia en la realidad*. Lo que debiera ser un
simple pensamiento propio es sentido como una voz
exterior, lo que sucede por la regresión a la percepción, de
la manera en que originalmente lo fuera (las voces
observadoras, críticas de los padres). En estas últimas
afecciones con retracción libidinal* narcisista, predominan
las alucinaciones auditivas, mientras que en la histeria y en
la amencia predominan las visuales.
Amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda)

Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su


obra y descrita por uno de- sus maestros, el psiquiatra
Meynert. Es un tipo de psicosis aguda que se produce como
reacción ante la pérdida de un ser querido (quizá con una
previa discriminación incompleta entre yo* y objeto*), al
desmentirse la percepción* de este aspecto doloroso de la
realidad*. Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su
bebé y sigue acunando un leño, y el de la novia abando-
nada que sigue esperando la llegada de su novio en cada
llamada de la puerta. Se desmiente* la pérdida del objeto*,
al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe como
percepción el recuerdo* de la imagen de aquel, Hay una
alteración del yo* por la que éste retira investidura del polo
percepción consciencia* (PCc.) y pasa a funcionar regido
por el principio de placer* en vez de por el principio de
realidad*, para el que es tan necesario el aparato
perceptual; confundiéndose, entonces, la fantasía de
deseo* de la presencia del objeto con la percepción real de
su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia de otro
tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las
fantasías* que se perciben como alucinación* son
reprimidas (disfrazadas, angustiantes, retornan de lo
reprimido*) mientras que en la amencia no, todo lo
contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la
investidura se retira de la representación-cosa* con lo que
se pierde el deseo* inconsciente del objeto, siendo que éste
es el motor del aparato psíquico. Para que pueda suceder
semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo queda
prácticamente arrasado e incluso se lo proyecta al mundo
exterior, siendo percibido en forma alucinatoria retornando
desde él (sonorización del pensamiento*), también a través
de órdenes enviadas por máquinas (símbolos del cuerpo,
origen del yo) u observaciones críticas (el superyó*, que
también es proyectado y percibido alucinatoriamente) de
sus actos. En la amencia la alteración es menor y mucho
menos profunda, por lo tanto menos irreversible, aunque
pueden existir cuadros intermedios, o un cuadro puede
devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración
y regresión* yoica que se produzca.

Amnesia infantil

Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en


general todos los sucesos acaecidos en su vida antes de los
cinco años, más o menos, a pesar de haber poseído durante
gran parte de ese período recursos, si bien incipientes, para
recordar (lenguaje*, pensamiento*, yo*, principio de
realidad*, angustia de pérdida de objeto*, reconocimiento
de éste como fuente de placer*, etcétera). La amnesia se
produce después del sepultamiento* del complejo de Edipo*
y la instauración definitiva del superyó* en el aparato
psíquico, el que actúa como una inmensa contrainves-
tidura* que engloba todas las contrainvestiduras previas
(represiones primarias*) produciendo la represión*
(también primaria, incluyendo todas las represiones
primarias anteriores) y, por lo tanto, el olvido* de toda la
sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida
merced al psicoanálisis de sueños*, síntomas*, recuerdos
encubridores*, actos fallidos*, etcétera. Un interesante
ejemplo de amnesia infantil es el de Hans, primer paciente
niño de la historia del psicoanálisis, que se trató entre los
tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans no
recordaba casi nada de su proceso analítico y de todos los
sucesos durante él acaecidos. El producto de la amnesia
infantil no es ni más ni menos que la sexualidad infantil
comandada ya por la zona erógena* fálica; con la unión
bajo su supremacía de todas las zonas erógenas generando
un yo realidad definitivo*, que definitivamente reconoce al
objeto* (centro de la realidad*) como fuente de placer,
ahora con características diferentes del yo (tiene otro sexo,
aunque la diferencia reconocida sea solamente la de
posesión o no de falo), en fin, toda la problemática edípica.
Ésta se “hundirá” o pasará al estado de represión y, junto
con ella, toda la problemática anterior; así terminarán de
constituirse la represión primaria, el superyó y el aparato
psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad
infantil y nace el inconsciente* reprimido -descubrimiento
crucial de Freud- conteniendo a toda esa sexualidad infantil
en su interior.

Amor

En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el


amor como “[...] la relación del yo con sus fuentes de
placer” (A. E. 14:130). Las fuentes de placer* del yo*
pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el
objeto*. Cuando las fuentes están en el propio cuerpo, esto
lleva el nombre de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo se
constituye en yo y la libido* se ubica en él, hablamos de
narcisismo*. La libido que encuentra placer en el yo se
llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el
amor al yo. Cuando se comienza a reconocer al objeto
como la fuente principal de placer del yo, la libido que
busca complacerse en el vínculo con él se llama libido
objetal*. Ésta constituirá el amor más elevado, el amor por
excelencia, el amor objetal, el que puede a su vez poseer
diferentes matices, clases o formas. La capacidad de amor
objetal se va desarrollando junto con el yo de una manera
muy compleja. “Luego que la etapa puramente narcisista es
relevada por la etapa del objeto, placer y displacer
significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el objeto
es fuente de sensaciones placenteras, se establece una
tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a
él; entonces habíamos también de la “atracción” que ejerce
el objeto dispensador de placer y decimos que llamamos al
objeto” (1915, A. E. 14:131). En las primeras etapas
infantiles el amor es ambivalente, no se distingue
totalmente del odio*. Tampoco se distingue el ser* y el
tener*. De ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la
identificación*. El modelo analógico es el del canibalismo,
en el que la tendencia amorosa hacia el objeto implica el
incorporarlo, por lo tanto su desaparición y transformación
en parte del propio ser. Es un tipo de amor que lleva
implícita la destrucción del objeto como tal. En el
apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo anal y
pulsión de apoderamiento) la ambivalencia* es menor
aunque más evidente, y mayor la diferenciación entre las
categorías ser y tener. Cuando la síntesis de las pulsiones
sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la etapa genital
(véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y
coincide con la aspiración sexual total. Existe toda una
gradación de posibilidades dentro del fenómeno del amor.
Durante el periodo del complejo de Edipo* el niño
encuentra un primer objeto de amor en uno de sus progeni-
tores; en él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que
piden satisfacción. La represión que después sobreviene
obliga a renunciar a la mayoría de estas metas sexuales
infantiles y deja como secuela una profunda modificación
de las relaciones con los padres. En lo sucesivo el niño
permanece ligado a ellos, pero con pulsiones que es preciso
llamar de “meta inhibida”, Los sentimientos que en
adelante alberga hacia esas personas amadas reciben la
designación de “tiernos”. Este amor de “meta inhibida” o
ternura es el que logra crear ligazones más duraderas entre
los seres humanos, 1.0 que se explica por el hecho de no
ser susceptible de una satisfacción plena. El amor sensual
está destinado a extinguirse con la satisfacción; para
perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el
comienzo con componentes puramente tiernos, vale decir,
de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido. El amor
de meta inhibida es el que liga a los miembros de la masa*
y es factor esencial generador de cultura*. El amor sensual
es antisocial, la pareja quiere intimidad, no puede compartir
su amor. También “[...] el niño (y el adolescente) elige sus
objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de
satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeró-
ticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que
sirven a la autoconservación. Las pulsiones sexuales se
apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones
yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora
bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de
que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la
protección del niño devienen los primeros objetos sexuales;
son, sobre todo, la madre o su sustituto”. En otros casos no
se elige el objeto siguiendo el modelo de la madre, sino el
de la persona propia: “Decimos que [el sujeto] tiene dos
objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo
crió” (1914, A. E. 14: 84). De ellos saldrán los modelos de la
elección de objeto* según el tipo de apuntalamiento* (más
comúnmente masculino) y según el tipo narcisista (más
típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir
que deriva de complejizaciones realizadas por el yo de los
destinos de la pulsión sexual. Ésta produce a su vez
mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo
inorgánico, propia de la pulsión de muerte*. El principal
obstáculo -casi podríamos decir el único- que encuentra la
pulsión de muerte en su camino hacia lo inorgánico, es esta
complicación que le surge con los fenómenos de la vida, de
los cuales el principal exponente es el amor. A medida que
aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes.
La pulsión sexual se mezcla* con la pulsión de muerte y con
eso consigue domeñarla. El acto sexual genital llevado a su
meta final, el amor sensual, resulta la principal forma de
domeñamiento* de la pura cantidad (véase: cantidad de
excitación), de la no-cualidad, de la pulsión de muerte. La
cultura está edificada, básicamente, sobre la sofocación* de
la pulsión sexual, específicamente del incesto. La
represión* hace cabeza de playa en la represión del incesto
y luego se va extendiendo hacia toda la sexualidad posible.
También se sofoca la pulsión de destrucción* que resulta de
un primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que
no se distinguen el odio del amor, en cambio sí se perciben
en la agresión* y el apoderamiento (en el primero se ve
quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva
sobre la -.morosa, no así en el segundo que retiene al
objeto por amor, sin tener en cuenta que en esa retención
está implícito el daño al objeto). Las ligazones libidinales
sobre las que se forman las masas culturales, son de meta
inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta
libido que podríamos llamar sublimada. El domeñamiento
de la pulsión de muerte en ellas es menor. Queda un plus
de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la paradoja de
que esta complicación que le surgió a lo inorgánico y que
generó los fenómenos de la vida, de los que a su vez nació
la cultura, lleva incluida en su propio interior las pulsiones
de muerte con cierta libertad, no domeñadas, en la esencia
de la creación del hecho cultural. Cultura en la que
entonces pareciera que por momentos predominaran las
tendencias destructivas del ser humano sobre las del amor.
[sida]

Amor de transferencia
Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos
psicoanalíticos. Consiste, según el ejemplo freudiano, en el
enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer
por su terapeuta hombre. Cabe que pueda enamorarse un
paciente hombre de su terapeuta mujer aunque Freud, por
alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a
machismo, no la menciona. También puede darse,
obviamente, cuando paciente y terapeuta pertenecen al
mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar
más detenidamente si entran dentro de la categorización
específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista
puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamo-
ramiento provenga desde el terapeuta se trata de un
fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno descrito
es considerado, desde luego, un obstáculo para el análisis,
parte de la “transferencia* negativa” y como tal expresión
de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos
para la continuidad del tratamiento. Si bien en última
instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones
lo que suele estar en juego es más la transferencia
inconsciente que el amor. Cada caso tendrá su
especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su
creatividad para salvar la situación, pero básicamente la
actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no
rechazando al paciente ni aceptándole sus propuestas.
Simplemente a éstas se las tomará como un emergente
más del inconsciente* que se está repitiendo en la transfe-
rencia en forma vívida, por lo que el correcto análisis y
construcción* de los hechos que se repiten permitirán
avanzar más profundamente en el conocimiento del yo.
Cierto grado de “enamoramiento” del terapeuta hay en
cualquier análisis, y como cualquier otro implica el
fenómeno de la idealización*, la que se va desvaneciendo
con el progreso del tratamiento, pero este
“enamoramiento” por lo general es deserotizado y por lo
tanto más manejable, menos compulsivo, incluso puede
tener momentos o cierto grado no desexualizado y
participar de la transferencia positiva por “amor al
terapeuta” como otrora lo fuera con los padres de la
infancia. En ese caso las “mejorías” serán por amor a él. De
todas maneras si no se debelara durante el curso del
tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría
simples repeticiones, nada más. El tratamiento
psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del yo y
de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el
analista debe encontrarse con situaciones que ponen a
prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros
tipos de situaciones nació la necesidad de la
institucionalización del análisis didáctico en las instituciones
psicoanalíticas.

Anna O.

[psicoan.] Nombre figurado de la primera paciente a la que


se le aplicó el método que dio a luz a lo que luego sería el
psicoanálisis. El tratamiento fue realizado por J. Breuer
entre 1880 y 1882. Es uno de los historiales publicados por
Breuer y Freud en los Estudios sobre la histeria (1895). Se
trata de un caso de psicosis histérica de una joven de
veintiún años sumamente inteligente, razonadora, de una
voluntad enérgica y tenaz, uno de cuyos rasgos de carácter
principales era su bondad compasiva. Sus síntomas
principales eran: parafasia, strabismus convergens,
perturbaciones graves de la visión, parálisis por
contractura, total en la extremidad superior derecha (con
cierta anestesia especialmente en el codo) y en las dos
inferiores, parcial en la extremidad superior izquierda,
paresia de la musculatura cervical; también alucinaciones
visuales, sonambulismo, tussis nervosa, asco ante los
alimentos, imposibilidad de beber pese a tener sed,
ataques de sueño a ciertas horas, etcétera. A medida que
avanzó el tratamiento aparecieron nuevos síntomas:
alteraciones progresivas del lenguaje, primero con pérdida
de palabras, luego pérdida de gramática y sintaxis y
conjugación del verbo, utilización de un infinitivo creado a
partir de formas débiles del participio y el pretérito, sin
artículo. Luego faltaron casi por completo las palabras,
rebuscándolas trabajosamente entre cuatro o cinco
lenguas, entonces apenas si se le entendía. Escribía
también en este trabajoso dialecto. Hubo un período (dos
semanas) en que estuvo en total mutismo. Breuer entiende
que algo la había afrentado mucho y ella se había decidido
a no decir nada. Al comunicarle esto a la paciente, ceden
algunas contracturas y comienza a hablar en inglés y a
entender el alemán, sin darse cuenta de que contesta en
inglés. Esta sintomatología no era permanente, sino de
algunas horas del día (a la mañana, a la tarde). Después de
hablar con Breuer de ella, se sentía alegre y jovial pero no
recordaba nada del episodio anterior, hecho al que Breuer
llamaba “condición segunda”. La enferma estaba
fragmentada en dos personalidades: a ratos era
psíquicamente normal y a ratos entraba en “condición
segunda”, alienada. Como desencadenantes de la
enfermedad coinciden el descubrimiento de una gran
dolencia en el padre y la posterior muerte de éste. Cuidaba
a su padre en el lecho de enfermo cuando, al comenzar a
presentar un cuadro de debilidad con las contracturas, tos,
espasmo de glotis, etcétera, se decidió separarla del
paciente, el que un tiempo después falleció. Breuer
realizaba sesiones con ella en las que reconstruía todos los
hechos y fantasías que había tenido Anna 0. en relación con
los síntomas, llegando al motivo de su origen. Por ejemplo,
la paciente recordó en estado hipnótico, conducido por
Breuer, que la contractura con parálisis y anestesia del
brazo derecho había comenzado cuando una noche en que
cuidaba a su padre en su lecho de enfermo, estando
semidormida, tuvo una alucinación: “vio cómo desde la
pared una serpiente negra se acercaba al enfermo para
morderlo” (en el parque de la casa solía haber serpientes).
“Quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el
brazo derecho, pendiente sobre el respaldo, se le había
"dormido", volviéndosele anestésico y parético, y cuando lo
observó, los dedos se mudaron en pequeñas serpientes
rematadas en calaveras (las uñas). Probablemente hizo
intentos por ahuyentar a la serpiente con la mano derecha
paralizada, y por esa vía su anestesia y parálisis entró en
asociación con la alucinación de la serpiente. Cuando ésta
hubo desaparecido, quiso en su angustia rezar, pero se le
denegó toda lengua, no pudo hablar en ninguna, hasta que
por fin dio con un verso infantil en inglés y entonces pudo
seguir pensando y orar en esa lengua” (A. E. 2:62). Tras
estas reconstrucciones, la gravedad de los síntomas cedía.
Luego podían surgir otros, hasta que se realizaba el mismo
tipo de cura y demás. En el período que pasaba hasta que
se lograba encontrar el recuerdo (hecho que al ser hablado
con el terapeuta producía la mejoría), podía haber un cierto
reagravamiento de los síntomas, “estos entraban en la
conversación”. Esta talentosa paciente se curó, al cabo de
dos años de tratamiento, de su psicosis histérica y de todos
los síntomas neuróticos que la acompañaban. A ella se
debe el acertado nombre de “talking cure” (cura de
conversación) y el humorístico de “chimney-sweeping”
(limpieza de chimenea) para la tarea realizada por Breuer.
En el historial los síntomas que surgían en la condición
segunda se comparan con los mecanismos del sueño.
Además se habla del soñar despierto o fantaseo diurno
habitual de esta paciente como predisponente de la histeria
y generador de síntomas. La paciente llamaba a su
fantaseo su “teatro privado”. Dice Breuer: “Yo acudía al
anochecer, cuando la sabía dentro de su hipnosis, y le
quitaba todo el acopio de fantasmas (Phantasme) que ella
había acumulado desde mi última visita. Esto debía ser
exhaustivo si se quería obtener éxito. Entonces ella
quedaba completamente tranquila, y, al día siguiente, ama-
ble, dócil, laboriosa, hasta alegre” (A. E. 2:54-5) pero luego
volvía al estado anterior, insistentemente. También son
mencionadas en este historial como disparador de la
“condición segunda” y aparición consecuente de los sínto-
mas, las asociaciones por analogía o contigüidad. Además
se exponen otros múltiples síntomas e interpretaciones
teóricas dignas de ser reconsideradas y profundizadas. .

Analogía

Una de las leyes de la asociación, junto a la contigüidad*, la


oposición* y la causa-efecto. Ha sido descrita desde
Aristóteles, pero tomó impulso con la escuela asociacionista
de la psicología, que explicaba todos los fenómenos
psíquicos como formas de asociación* sin nada que las
rigiera más que la forma de asociación en sí. Esta escuela
tuvo cierto predicamento entre fines del siglo XVIII y
principios del XIX. Entre sus miembros más destacados
figura John Stuart Mill, a quien Freud tradujo y a quien cita
en su trabajo sobre La concepción de las afasias (1891)
(escrito en el que, entre otras cosas, expone ideas muy
interesantes sobre las representaciones-cosa* y
representaciones-palabra*). Freud no abrazó esta filosofía,
aunque extrajo de ella algunos conceptos que le fueron
útiles para sus propios razonamientos y descubrimientos. Él
concibe un psiquismo compuesto por representaciones* y
energía (libidinal básicamente). La energía que circula entre
ellas invistiéndolas (la energía adquiere el nombre de
libido* en el momento que inviste a la representación) en
busca de la descarga. Las leyes por las cuales la libido pasa
de la investidura de una representación a otra, son las de la
asociación. Una de ellas es la ley de analogía*. El proceso
primario* aprovecha las analogías para producir
identidades más fácilmente. Cuando hay un yo* con un
proceso secundario*, esto se modera. Dicho de otro modo,
la actividad de pensamiento* permite distinguir la
contigüidad de la identidad (véase: identidad de percepción
e identidad de pensamiento), la analogía de la identidad y
hasta la oposición, aproximándose más a la causa-efecto.
La asociación por analogía además será la principal genera-
dora de los símbolos universales*, previos o probablemente
simultáneos a la aparición del lenguaje* (en la humanidad)
y luego olvidados y pertenecientes al inconsciente*.
Símbolos que reaparecen en los sueños*, en los mitos* de
los pueblos e incluso en algunos síntomas* neuróticos. El
mecanismo de la represión*, realizado por la parte incons-
ciente del yo, elige su formación sustitutiva*, también por
leyes analógicas (o por contigüidad) con la representación
reprimida, de manera que el parecido pueda escapar a la
consciencia*. El parecido o analogía se produce sobre una
de las cualidades de la representación. Al confundirse el
atributo con el todo, la identidad lograda es aparentemente
total cuando en realidad es parcial. El proceso de
discriminación tendrá que hacerlo el yo con su proceso
secundario, distinguiendo entre analogía e identidad, entre
el atributo y la cosa*.

Angustia

Afecto*, o estado afectivo displacentero particular, que va


acompañado de un tipo de proceso de descarga corporal
también típico, y la percepción* de este proceso de
descarga. El proceso corporal consiste predominantemente
en hiperpnea, taquicardia, aumento de la sudoración y
secreciones en general. El modelo de la respuesta corporal
es tomado por un lado del primer tipo de reacción de la cría
humana ante el trauma* del nacimiento -trauma producido
esencialmente, y entre otras cosas, por el aumento
tremendo de la cantidad de excitación* corporal que se
produce al pasar de la oxigenación onfalomesentérica a la
respiración pulmonar- por otro lado es un relicto de lo que
otrora, en la prehistoria de la humanidad, fueran acciones
acordes a un fin y ahora permanecen simplemente como
alteraciones internas*, expresiones afectivas. El bebé al
nacer expresa la alteración interna (expresión de
emociones, grito, inervación vascular); esta forma de
respuesta es adecuada al principio ya que así el cuerpo
recibe la oxigenación necesitada. Pero después será
adoptada por el yo* como el prototipo de la reacción contra
el peligro. La primera reacción en la vida posterior frente a
una situación de peligro*, interior o exterior, consistirá en la
angustia. En algunos momentos de su obra -manuscritos a
Fliess, los trabajos sobre la neurosis de angustia- Freud
considera otro modelo de la angustia: las reacciones
producidas durante el acto sexual. Ambos se
complementan. El modelo de reacción frente al peligro está
más cercano en general al concepto de señal y el de
acumulación tóxica a la homologación con la excitación
sexual. La angustia es el afecto displacentero por
excelencia y es la moneda común a la que remiten los otros
afectos displacenteros. El yo no quiere sentirla. Se defiende
de ella. Así surgen las neurosis*

Angustia, teoría de la

Suele decirse que Freud postuló dos teorías de la angustia*.


Sin embargo seguiremos la hipótesis de que hay una sola
que se va complejizando a medida que se profundiza el
conocimiento del funcionamiento mental. En el fondo la
angustia es una y la misma, lo que puede variar son los
motivos que la ocasionen o las diferentes explicaciones que
tengamos sobre ella. En sus trabajos sobre la neurosis de
angustia*, la explica como producto de la acumulación de
tensión sexual somática (cantidad de excitación* no
transformada en libido*, en deseo* sexual, al no estar unida
a representaciones*). Cuando por alguna causa no psíquica
(la causa no es la represión* de las representaciones
psíquicas, sino un efecto mecánico actual producido en el
hecho mismo de la acción sexual, por ejemplo: una
incorrecta relación sexual, o una relación sexual
insatisfactoria) se produce una inadecuada descarga
sexual, la cantidad de excitación acumulada, sin ligadura
psíquica, deviene automáticamente en angustia. Esta teoría
implica la concepción de que no toda acción va unida a
representaciones, o tiene un correlato psíquico; o si así lo
fuera, de que cada acción tiene también un correlato
mecánico ajeno a lo psíquico (en el sentido de
representación), o corre paralelamente a él por otra vía
produciendo efectos corporales y, por este lado, genera
afectos* (angustia automática*). Estas sensaciones
displacenteras, en algunos casos muy intensas y en otros
compuestas casi únicamente por afecciones corporales, son
percibidas por el polo percepción consciencia* (PCc.) donde
adquieren cualidad* displacer*, por lo que el yo* en
segunda instancia busca encontrarle ligadura con
representaciones-palabra* preconscientes* y darle cualidad
representacional, cosa que difícilmente consigue. La
conclusión es que la cantidad de excitación acumulada es
percibida automáticamente por el aparato perceptual*
como angustia. Esta base teórica influirá hasta 1925 en la
teoría de la represión y junto con ella, en la teoría de la
angustia de la primera tópica. En ese período, Freud dice
que la represión genera la angustia, en tanto separa la
representación de su investidura, que se transforma en
afecto y principalmente en angustia. Al ir profundizando su
conocimiento del yo y luego de describir su segunda tópica
o teoría estructural en 1923 en El yo y el ello,
interrelacionará la explicación de la formación de los
síntomas* neuróticos con la de los mecanismos de defensa*
contra la angustia, además de diferenciar y vincular la
angustia ante las pulsiones* con la angustia ante los
peligros exteriores. Entonces se enhebrarán todas estas
teorías contradictorias hasta ese momento. La síntesis
brillante se expone en Inhibición, síntoma y angustia
(1925). Mantiene la primitiva explicación: “Vemos ahora
que no necesitamos desvalorizar nuestras elucidaciones
anteriores, sino meramente ponerlas en conexión con las
intelecciones más recientes” (A. E. 20: 133); sirve aún para
explicar las neurosis actuales* o el factor actual neurótico
de toda psiconeurosis, incluso la angustia automática en el
brote esquizofrénico, a lo que se podrían agregar neurosis
traumáticas* y alguna patología psicosomática. La
acumulación de cantidad de excitación explica el trauma*
del nacimiento y aquella es la máxima sensación de
desvalimiento* temida. Ella, prácticamente, es la que se
vuelve a producir cuando la angustia automática es
síntoma*. Para defenderse el yo va generando mediaciones,
gracias a las cuales va a poder dominar al ello*. El yo será
“el almácigo de la angustia”. La cultivará en él
transformándola en señal y la insinuará a la pulsión
proveniente del ello y a la parte inconsciente del yo para
que el mecanismo defensivo yoico, guiado por el principio
de placer*, reprima a la pulsión y se evite entonces el
displacer al que podría conducir su satisfacción. Este tipo
de angustia es angustia señal*, es una señal que utiliza el
yo para manejar a la pulsión y reprimirla, para que no se
descargue. Es la angustia señal la que genera entonces la
represión y no a la inversa. A esta angustia no se necesita
explicarla tampoco por acumulación cuantitativa, es una
tramitación, un recuerdo* de lo que podría pasar si.... que
consigue que la pulsión retroceda y el proceso no siga
adelante (cuando la represión tiene éxito, obviamente, pues
cuando falla resurge la angustia automática, que sí requiere
explicación económica). La angustia señal nace en íntima
vinculación con la realidad*, pues se basa en hechos reales
o vividos como reales (véase: verdad histórica) en
determinados momentos de la vida, como lo son la pérdida
del objeto, la amenaza de castración o de pérdida de amor.
Podemos decir que la angustia de castración* va a ser el
prototipo de las angustias señales y a ella van a remitir las
otras angustias como la de pérdida de objeto*, la de
pérdida de amor*, la angustia ante el superyó* y la angustia
social*. Como ya vimos, todas estas angustias señales
pueden fallar -por alguna causa psíquica (esquizofrenia*), o
no psíquica (neurosis actuales)- y entonces el aparato
psíquico es invadido por la cantidad de excitación y, por lo
tanto, la angustia automática ocupa el panorama.

Angustia ante el Superyó

Tipo de angustia señal* sentida por el yo*, debido al hecho


de que éste produce mecanismos defensivos frente a la
moción pulsional, ante la amenaza de castigo recibida
desde el superyó*, cuando existe el peligro del avance
pulsional proveniente desde el ello*. Implica la formación
del superyó, entonces, producida merced a la introyección
de la figura de los padres (principalmente el padre), corno
identificaciones secundarias* prohibidoras y castigadoras
de la satisfacción pulsional. Así los sentía el sujeto en su
infancia. Después del hundimiento del complejo de Edipo*
devinieron en identificaciones*. La sola presencia del
deseo* Inc. investido es pasible de sanción para el superyó.
Esto refuerza, por un lado, la necesidad de su
desconocimiento con la utilización de los mecanismos de
defensa* del yo, los que producen el desconocimiento del
deseo, de todas maneras insuficiente para el yo, ya que al
tener el superyó una parte inconsciente*, capta al deseo
Inc. pulsional in statu nascendi, produciendo el yo de todas
maneras la señal de angustia, que luego toma el matiz del
sentimiento de culpa*. La angustia* ante el superyó remite
a la angustia de castración* en el varón y a la angustia de
pérdida del amor* del objeto* en la mujer, que eran las
angustias más temidas durante el período del complejo de
Edipo, cuyo sepultamiento* y represión* originó la
formación del superyó. Para evitar la angustia ante el
superyó, también se generan entonces mecanismos de
defensa. Este tipo de angustia señal es el que predomina en
la neurosis obsesiva*, en la que son típicos el aislamiento* y
la anulación de lo acontecido*. En las fases más tardías de
la neurosis obsesiva la angustia coincide con el sentimiento
de culpa, culpa del yo ante el superyó, independiente de los
hechos de la realidad* (por ejemplo las leyes sociales).
Obviamente la angustia ante el superyó también pareciera
ser típica de la melancolía* aunque en esta afección el
superyó ha tomado el poder sobre el yo y lo castiga sin
piedad. La angustia ante el superyó puede aparecer en los
tratamientos psicoanalíticos con la forma de angustia de
muerte* o ante el destino (representantes del castigo del
superyó).

Angustia automática

Angustia* producida por la presencia en el aparato


psíquico* de una hipercantidad de excitación libidinal. Es
como una repetición del trauma* del nacimiento, tal es la
indefensión o desvalimiento* del psiquismo ante la tensión
de necesidad. Tiene diferentes causas: es la única existente
en las neurosis actuales*, como expresión de un monto de
excitación no ligado por el aparato psíquico; o como
expresión neurótica actual de toda neurosis de
transferencia* en lo que concierne a la porción de
excitación no ligada a representaciones*. También aparece
cuando, por alguna causa, la angustia señal* utilizada por el
yo* falla o los mecanismos de defensa* no han funcionado
ante la angustia señal, siendo arrasado el yo por la
excitación, generando así ataques de angustia en las
neurosis históricas o transferenciales. En la psicosis*
esquizofrénica, dados la grave alteración del yo y el retiro
de la investidura de las representaciones-cosa* Inc. con la
pérdida del deseo* objetal consiguiente, la cantidad de
excitación* queda sin posibilidad de ser ligada y se expresa
automáticamente como angustia o, mejor dicho, como
angustia automática.

Angustia de castración

Angustia* sentida por el niño varón cuando comprende la


diferencia de los sexos en términos de fálico-castrado. En
este período (fálico) el niño comprende el genital femenino
confundiéndolo con la falta del masculino, merced a un
juicio* basado en la percepción* (que lo es de una falta), el
que le acarrea la angustia realista* de que sea una
posibilidad cierta el que ese peligro le pueda ocurrir a él. A
posterior¡* deviene en la angustia señal* por excelencia
(posteriormente al hundimiento o represión* del complejo
de Edipo* e instauración del superyó* en el aparato
psíquico*). La angustia de castración aparece, entonces, en
la cumbre del complejo de Edipo y es generadora de las
neurosis infantiles (el pequeño Hans, el “hombre de los
lobos”*), generalmente zoofobias*, relictos del totemismo*;
luego va tomando las características del símbolo mnémico*
que cultiva en su “almácigo” el yo* para producir sus
mecanismos de defensa* ante lo que siente como el peligro
pulsional. La angustia de castración es también un nivel de
angustia señal, más alto en su complejidad que la angustia
de pérdida de objeto*. Se la siente básicamente ante el
padre, rival edípico, y es resultado, en la hipótesis
filogenética freudiana, de que en las épocas de la horda
primitiva*, éste castraba a sus hijos para poder poseer a
todas las mujeres de la horda, En Inhibición, síntoma y
angustia (1925) dice Freud que la angustia de castración
remite a la angustia de pérdida de objeto, pues la posesión
del pene sería la condición para, en este nivel, poder tener*
a éste. El reconocimiento definitivo de la diferenciación
sexual, con toda su conflictiva a cuestas, trae mayor
complejidad al vínculo con el objeto*. La carencia objetal
remite, en última instancia, al peligro de volver a caer en la
tensión de necesidad, la angustia automática*. La angustia
de castración sería una angustia señal que llevará al yo a
hacer efectivos, automáticamente, sus mecanismos de
defensa, generando así nuevas mediaciones que lo alejen
de ese peligro. En el adulto la angustia de castración es
reemplazada por lo general por la angustia ante el superyó*
y la angustia social*, cuyo sustrato es en el fondo. Pero
esas angustias implican un grado aún mayor de mediación
y complejidad. La angustia de castración será factor
principalísimo en la creación de síntomas neuróticos, en las
así llamadas neurosis históricas o de transferencia*,
principalmente la histeria de angustia* y sus fobias*. Es
interesante acotar que el yo realidad definitivo* culmina su
constitución en el período fálico, cuando el falo haciendo
caer bajo su supremacía al resto de las zonas erógenas* les
da una unidad, la que va a ser llamada yo. Esto es otra
muestra de la importancia de la angustia de castración en
la constitución del aparato psíquico masculino (mayor
imperativo categórico, mayor dramaticidad en la formación
del superyó, la que a su vez es más temprana, termina con
el complejo de Edipo y no en la pubertad, como en el caso
femenino). Por lo demás, esta angustia es realista en el
niño durante el complejo de Edipo, luego deviene en
angustia señal cultivada por el yo y usada como símbolo
mnémico ante las pulsiones* que pretenden retornar desde
lo reprimido* y satisfacer la sexualidad infantil* reprimida
primariamente, y de las cuales el yo se defiende con sus
represiones secundarias* o mecanismos de defensa.

Angustia de muerte
Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una
forma de elaboración secundaria* de la angustia ante el
superyó* inconsciente* (por ejemplo: como angustia* ante
el destino), y en ocasiones la angustia de castración*,
también inconsciente (por ejemplo: angustia ante los
accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No hay
representación-cosa* inconsciente de la muerte propia,
pues no pudo haber vivencia de ella. Las representaciones*
surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última
instancia. Para tener una noción de la muerte propia e
incluso de la ajena, hay que poseer representación-palabra*
que permita pensarlas preconsciente o conscientemente. A
partir de ahí, entonces, se vinculan la muerte ajena con la
propia, pero apenas si se tienen teorías, fantasías y
representaciones exteriores básicamente creadas merced a
las palabras (“el frío de los sepulcros”) hablando de la
muerte y no una representación cabal o vívida de lo que es.
Por lo tanto, la angustia de muerte resulta una elaboración
preconsciente de la angustia. La angustia señal* se produce
ante el peligro. El peligro real durante el complejo de Edipo*
es la--- castración; antes lo había sido la pérdida del objeto,
y después el castigo del superyó, todos a su vez niveles de
mediación ante la indefensión o desvalimiento* frente a la
cantidad de excitación* o tensión de necesidad, cuyo
prototipo es el trauma* del nacimiento.

Angustia de pérdida de amor

Tipo de angustia señal* percibida principalmente por la niña


al entrar en el período fálico, por lo tanto, en el complejo de
castración*. Al comprender la diferencia de su cuerpo con el
del niño, en fin, con lo que ella entiende como niño no
castrado, comprende ésta como si a ella le faltara el genital
y no como sexo femenino (proceso al que deberá llegar
trabajosamente el yo*, tras un esfuerzo de actividad de
pensamiento* complejo y al que arribará en la pubertad, en
el mejor de los casos). Por lo tanto, en la época de este
crucial descubrimiento, sucumbe a la envidia del pene*. Se
agrega a la diferencia anatómica el hecho de que aparece
una desigualdad con respecto al niño en la constitución del
yo, dado que el falo no tendría en este caso la suficiente
primacía (véase: primacía fálica) sobre el resto de las zonas
erógenas* (el falo es el clítoris en todo caso, de ahí la
envidia). Lo que en el período del complejo de castración en
la niña es entendido como falta de genital, paulatinamente
es reemplazado por el cuerpo erógeno todo, y la vagina en
particular (pensemos en lo difuso y generalizado del
orgasmo femenino). Por eso el narcisismo* de la mujer no
se constituye de un principio como “amor propio” sino que
predomina en ella una necesidad* de ser amada, lo que la
hace más dependiente del objeto*. También esto puede ser
otro elemento que puede ayudar al hecho de que algunas
mujeres constituyan su yo más como objeto que como
sujeto. En el período del complejo de castración, en la niña
la necesidad de ser amada (en un principio por la madre) se
hace extrema; de ahí lo intenso de la angustia de la pérdida
de su amor. Posteriormente viene, por lo común, un tiempo
en el que culpa a la madre por su minusvalía, rompe con
ella, y pasa a querer poseer un hijo, símbolo del pene
anhelado (a este pasaje se lo llama ecuación simbólica). Por
este camino conducente a su feminidad, encontrará al
padre como objeto y pasará a sentir angustia ante la
pérdida de amor de éste, de quien ahora espera su hijo-
pene. Más tarde, en la adolescencia, hará su elección
definitiva de objeto* exogámico*, elección que llevará
incluida la historia con sus objetos primarios y las
angustias* correspondientes. El superyó* femenino tarda
más que el masculino en constituirse, asimismo es menos
drástica su forma de estructuración. La angustia de la
pérdida de amor femenina se prolonga más en el tiempo y
probablemente esto influya incluso en la generación de
diferencias respecto de las angustias posteriores, frente al
superyó* y la angustia social*. La angustia de pérdida de
amor “[...] desempeña en la histeria un papel semejante a
la amenaza de castración en las. fobias, y a la angustia
frente al superyó en la neurosis obsesiva” (1925, A. E.
20:135), lo que seguramente tiene alguna relación con que
la histeria sea predominantemente femenina.

Angustia de pérdida de objeto


Angustia* sentida por el bebé cuando en su camino de
salida del yo placer purificado* (en el que el objeto* en la
medida en que producía placer* era considerado yo*) va
reconociendo poco a poco a la madre como objeto de
placer, como no-yo, por lo que pasa a ser deseada
(recordemos que en el yo placer se reconocía como no-yo
todo lo odiado). Comienza a pasar de la categoría ser*, a la
categoría tener*, por lo tanto, a la posibilidad de no tener;
esta posibilidad generará angustia pues la presencia del
objeto se ha mostrado importantísima, hasta
imprescindible, para no ser invadido por la tensión de
necesidad*, la cantidad de excitación*, en otras palabras, la
angustia automática* del trauma* del nacimiento. Esta
angustia de pérdida de objeto es la primera angustia que
actúa como señal, generadora de mecanismos de defensa*
del yo, inconscientes algunos, y de formas de defensa que
aunque no se las pueda considerar mecanismos quizá sean
las más eficientes que pueda tener el yo. Fruto de este tipo
de angustia, irán surgiendo entonces los juegos infantiles,
el lenguaje*, etcétera, que harán las veces del objeto de
placer al que, de esta manera, se podrá tener. La angustia
de pérdida de objeto se expresa en la clínica básicamente
como angustia ante la soledad, la oscuridad, la presencia
de extraños, etcétera. De todas maneras, también esta
angustia tiene como trasfondo a la angustia de castración*.
La angustia de pérdida de objeto consiste en una señal que
es producida en ínfima cantidad por el yo, lo que hace que
automáticamente y en forma inconsciente surja el
mecanismo de defensa que originará una formación
sustitutiva*, una transacción, la que producirá el efecto
buscado de inconscientizar a la pulsión*, y en este sentido
será eficaz. Esta forma de angustia no necesita explicación
económica, es producida por el yo (como todas las
angustias señales*) con ínfimas cantidades y basándose en
el recuerdo*, la representación* peligrosa. El resultado del
mecanismo defensivo puede ser la generación de
síntomas*, rasgos de carácter*, etcétera. En el adulto se
puede producir por regresión* yoica, pues es más primitiva
(la distinción yo-objeto de placer, en el período infantil en
que este tipo de angustia predomina, es menos clara) que
la angustia de castración, la angustia ante el superyó* y la
angustia social*, aunque se pueden mezclar y ser difíciles
de distinguir. Es el tipo de angustia predominante en los
mecanismos defensivos (desmentida*) de la amencia de
Meynert*. Si por alguna causa los mecanismos defensivos
yoicos fallan, puede devenir el ataque de angustia y
producirse la angustia automática, la cual sí tiene
explicación económica, pues es producida por la cantidad
de excitación, o lo que es lo mismo, la invasión de la
tensión de necesidad.

Angustia neurótica

A diferencia de la angustia realista*, esta angustia* no se


siente frente a la percepción* de un peligro exterior sino
frente a uno interno, aunque éste sea inconsciente*, o
mejor, a pesar de que el yo* lo desconozca. Es la angustia
del yo frente a sus pulsiones*, mejor dicho frente al peligro
exterior que paulatinamente las pulsiones implican a
medida que se distingue al yo del objeto* de placer* (la
pérdida, la castración), su satisfacción o el deseo* de su
satisfacción. En el niño, durante el período del complejo de
Edipo*, la angustia de castración* es realista, luego, en el
adulto, es una señal recordatoria de aquella angustia; pasa
así a convertirse en angustia generadora en el yo de
mecanismos de defensa*, los que cuando fallan pueden ser
origen de síntomas*. Entonces angustia neurótica es, a la
vez, producto de neurosis y generadora de neurosis. Otro
capítulo es el de las neurosis actuales* en que la angustia
no está ligada a representaciones*, expresión automática
de la cantidad de excitación*. En la esquizofrenia*, la
angustia se explica como en las neurosis actuales pero las
causas son diferentes. En este padecimiento psicótico
narcisista, el arrasamiento del aparato psíquico por la
cantidad de excitación que se produce ante la des-
investidura* de sus representaciones-cosa* Inc., deja a la
cantidad de excitación sin ligadura, o con una ligadura
endeble porque la representación-palabra* no está
sustentada por la representación-cosa, ahora desinvestida o
proyectada* (como, por ejemplo en los delirios*
paranoides).
Angustia realista

Estado afectivo displacentero particular que se siente frente


a la percepción* de un peligro exterior. Se asimila al miedo,
afecto* que queda después de la vivencia de dolor*. Dice
Freud: “[...] la angustia realista aparece como algo muy
racional y comprensible. De ella diremos que es una
reacción frente a la percepción de un peligro exterior, es
decir, de un daño esperado, previsto; va unida al reflejo de
la huida, y es lícito ver en ella una manifestación de la
pulsión de autoconservación” (1917, A. E. 14:358).
Renglones más abajo pone en tela de juicio la adecuación
de la respuesta angustia* ante el peligro, diciendo que la
respuesta adecuada sería enfrentarlo o huir. Entonces la
angustia realista es adecuada si es una simple señal que
permite al yo* encontrar la acción adecuada, si la angustia
por el contrario paraliza al yo, éste pierde la posibilidad de
autoconservarse. En Inhibición, síntoma y angustia (1925)
incluye como angustias realistas, las angustias sentidas por
el niño en su proceso de reconocimiento del objeto* como
fuente de placer*: como son la angustia de pérdida de
objeto* y la angustia de castración*. Son angustias realistas
desde que (en esa época) el peligro proviene del exterior.
Dejan de ser realistas cuando son usadas a posteriori* por
el yo, como señales basadas en recuerdos* para generar los
mecanismos de defensa* contra las pulsiones* provenientes
del interior del cuerpo.

Angustia señal

Señal producida y sentida por el yo*, el que la utiliza para


lograr dominar a la pulsión*. Esto lo hace mediante los
mecanismos de defensa* ante ella. Utiliza para ello el
principio de placer* en contra de la satisfacción pulsional,
paradójicamente, pues tras la instalación de la represión
primaria* la posibilidad de la satisfacción pulsional le
generaría displacer* (angustia*) al yo. Al enviar el ello* una
investidura de deseo* pulsional Inc. (o lo que es lo mismo,
una representación-cosa* investida buscando
representación-palabra* para poder ser conocida por la
consciencia* perteneciente al yo), el yo puede no aceptarla
como propia produciendo la angustia señal, para lo que
utiliza el recuerdo* de momentos de angustia que fueron
reales en la infancia, por ejemplo: la visualización del
genital femenino en el caso de la angustia de castración*.
La angustia señal está basada, entonces, en la experiencia.
Éste es el caso de la angustia de pérdida de objeto* cuando
el bebé comienza a reconocer al objeto* como tal. También
el de la angustia de castración que surge en la etapa fálica
del varón, cuya contrapartida en la mujer es la angustia de
la pérdida de amor* del objeto. En el adulto no neurótico (a
excepción del neurótico obsesivo en el que predomina la
angustia ante el superyó*, pero como amenaza de castigo
inconsciente) las angustias señales suelen ser las que se
producen ante el superyó* y la angustia social*. La angustia
señal es para el yo un recurso sumamente eficaz para
dominar a la pulsión, si bien muchas veces costosísimo, los
daños en su estructura son un efecto no buscado (por lo
menos dentro del principio de placer) que no puede
atribuirse a la angustia señal sino a los mecanismos
defensivos que produce el yo gracias a ella. Así y todo es de
subrayar la eficacia defensiva; ante la señal
automáticamente se desinviste* la representación* (de
palabra o de cosa según el caso, lo que también va a
indicar niveles de gravedad en la patología o alteración del
yo) y la pulsión, “desactivada”, pierde su eficacia.

Anulación de lo acontecido

Mecanismo de defensa* o forma de la represión


secundaria* por la cual, utilizando el pensamiento* mágico,
se hace “desaparecer” algo sucedido, en la mayoría de los
casos realizado o fantaseado previamente por el mismo
sujeto. La anulación de lo acontecido es un mecanismo
yoico inconsciente* típico de la neurosis obsesiva* y
produce en general los llamados “síntomas* en dos actos”,
donde el segundo cancela al primero como si nada hubiera
ocurrido. También es generador de ceremoniales
obsesivos*. Ambos actos son compulsivos, a pesar de que
el yo* del sujeto intenta explicarlos con racionalizaciones*.
La representación-cosa* de la pulsión* del ello* prohibida
por el superyó*, recibe investidura preconsciente* de
palabra (aunque ligeramente desplazada* de la original,
disfrazada) a pesar de no haber sido nunca aceptada como
propia por el yo. Tenemos entonces una representación de
deseo* preconsciente, aunque no aceptada como propia
por el yo, al que se le impone como pensamiento
compulsivo, incluso puede llegar a acción compulsiva
(véase: compulsión). Ésta es la transacción a la que llega el
yo con la pulsión al sentir la angustia señal* frente al
superyó. Como para justificarse ante éste debe realizar el
segundo acto, en el que consiste estrictamente la
anulación; utilizando la magia*, el yo consigue hacer
“desaparecer” el hecho realizado, o la fantasía* no actuada,
como si nada hubiera sucedido. La anulación de lo
acontecido es generadora de múltiples síntomas de la
neurosis obsesiva: a) los síntomas de dos tiempos: lavarse
y ensuciarse las manos, abrir y cerrar las llaves del gas (el
famoso sacar y poner la piedra del “Hombre de las ratas”),
etcétera, y b) los síntomas de un solo tiempo, un solo
tiempo de acción, cuando el “primero” se ha quedado en
fantasía. (Este último caso es el trasfondo de muchos
ceremoniales obsesivos.) El síntoma en dos tiempos es
expresión a su vez de la ambivalencia* afectiva, la
expresión del amor*-odio* en dos momentos diferentes.
Esta técnica cumple además un papel destacado en las
prácticas de los encantamientos, en los mitos* de los
pueblos y los ceremoniales religiosos, pues es tributaria de
la primitiva actitud animista hacia el mundo circundante.
Podemos decir que la anulación tiene relativamente poco
,éxito en reprimir a la pulsión, la que, especialmente en los
síntomas de dos tiempos, puede llegar a la acción más o
menos simbolizada, aunque luego sea anulada. Además,
suele necesitar extenderse a la manera del parapeto
fóbico*. En todo este lapso, hasta que se consigue la
anulación, la angustia* se hace presente.

Añoranza, investidura de

Intensa investidura de la libido* objetal que se produce ante


la realidad* irreparable de una pérdida de objeto*. La
añoranza es por la sobreinvestidura que al no poder
satisfacerse, no tiene posibilidad de salida, produciendo el
dolor* psíquico durante el proceso de duelo*. En el caso del
dolor* físico hay para Freud una cantidad de excitación*
proveniente de las “masas en movimiento” del mundo
exterior (Proyecto de psicología, 1950a [1895]) que penetró
en el cuerpo por una solución de continuidad de su
superficie. También puede ser por una enfermedad de
alguno de sus órganos, a la que se agrega un monto de
libido narcisista que se agolpa en el órgano dolorido (1925).
Algo análogo ocurre en el caso del dolor psíquico. Hay un
agolpamiento muy intenso, pero ahora es de libido objetal,
investidura de añoranza. La realidad muestra que el deseo*
del objeto perdido no se satisfará nunca más como otrora,
con lo que aquel se intensifica y choca ante la imposibilidad
real, situación que se repite en cada ocasión que remeda al
objeto perdido. El proceso de duelo consiste precisamente
en el ir despegando de la realidad la investidura de
añoranza. Este proceso se podrá realizar en tanto la
investidura predominante haya sido de libido objetal, pues
si la elección de objeto* previa fuera predominantemente
narcisista* se producirá seguramente retracción libidinal*,
la que volverá al yo*, como en el caso de la melancolía*. En
esta última, el sentimiento de culpa* del yo ocupa el lugar
de la añoranza por el objeto.

Aparato psíquico

Modelo para representar el funcionamiento psíquico.


Probablemente Freud lo tomó del materialismo mecanicista
de fines del siglo pasado, principalmente a través de la
escuela de Helmholtz, también siguiendo el modelo
anatómico y fisiológico (aparato circulatorio, aparato
respiratorio, etcétera). Al llevarlo hasta sus últimas
consecuencias, muy rápidamente lo deslindó de
localizaciones anatómicas o neurofisioquímicas, sin por eso
dejar de pensar que de alguna manera éstas existieran,
más bien lo enfocó desde otra óptica. Su terreno fue la
psicología, generando una nueva manera de entenderla. Si
bien el modelo es mecanicista predomina en la explicación
de su funcionamiento la dinámica psíquica, su funcionalidad
y su sistematización. Está constituido por un intrincado
mecanismo con distintos elementos que se acoplan u
oponen entre sí. Este aparato psíquico se “construye”
paulatinamente y se hace más complejo a medida que se
van teniendo nuevas experiencias. Su descripción
corresponde a la metapsicología freudiana; por lo tanto
tiene un sentido tópico, uno dinámico y uno económico. La
teoría del aparato psíquico tiene, a lo largo de la obra
freudiana, desarrollos, confirmaciones, agregados,
rectificaciones y/o cambios. En el manuscrito Proyecto de
psicología (1895) -publicado póstumamente en 1950, que
forma parte de su correspondencia con Fliess y es
contemporáneo a otros intentos similares de la época como
el de Sigmund Freud y el mismo Breuer en la parte teórica
de los Estudios sobre la histeria (1893-95)- expone un
aparato psíquico con cierta raigambre anatómico-
histológica, de la que en el transcurrir del texto
paulatinamente va desprendiéndose. Habla ahí de neuronas
* que alojan a las representaciones* primero y
paulatinamente aquellas van deviniendo en éstas, lo que se
hará explícito en el capítulo VII de La interpretación de los
sueños (1900). Se observa en el “Proyecto” una
metodología de pensamiento sumamente rigurosa, como la
de un fisiólogo que pondrá bajo el microscopio a los temas
psicológicos. Se vislumbran en esta obra ideas que serán
desarrolladas muchos años después, y su lectura se torna
imprescindible para poder entender razonamientos muy
posteriores. Postula ahí un aparato psíquico compuesto por
neuronas y cantidad de excitación*, una cantidad a la que
no toleran, y toda la compleja defensa* que la red neuronal
debe desarrollar, entonces, para no estar a merced de ella.
Hay neuronas fi, neuronas psi y neuronas omega . Las
neuronas fi están en contacto con el mundo exterior y
reciben las grandes excitaciones provenientes de éste a las
que atenúan, por medio de filtros o pantallas defensivas; la
excitación atraviesa estas neuronas sin dejar rastros, los
que pasan a quedar registrados en otras que son las
encargadas de la memoria: las neuronas psi. Por último, la
cualidad* perceptual es registrada por las neuronas omega,
las que no registran las cantidades, sino la temporalidad de
sus movimientos, el período*. El aparato psíquico se
constituye en íntima relación con el vínculo objetal, pues se
pone en movimiento después de las vivencias de
satisfacción* y dolor* vividas con el objeto*. Estas vivencias
dejan huellas mnémicas* en él, principalmente del objeto,
que al unirse con las cantidades de excitación que pro-
vienen de las vías de conducción corporales configurarán
los deseos* objetales. Al nacer el deseo queda inaugurado
el principio de placer*. Se explica también en el “Proyecto”
la actividad de pensamiento*, la defensa primaria, la
defensa normal y patológica, y todo su esquema se hace
más complejo paulatinamente. También Freud habla aquí
de un yo*, sede del proceso secundario*, forma de
inhibición* de la alucinación* (esta última propia del
proceso primario*), para lo que se necesita instaurar el
principio de realidad*, que de esta forma se genera. Cinco
años después, en La interpretación de los sueños (1900), se
separa definitivamente del modelo anatómico pasando a
hablar de tópica y lugares psíquicos virtuales (imaginarios).
El aparato psíquico que describe en el capítulo VII de esta
obra es completado en 1915 en su célebre
“Metapsicología”. Tiene el arco reflejo como base dinámica
del esquema, el que posee a su vez una puerta de entrada
y una de salida de la cantidad de excitación (libidinal en
general). La cantidad de excitación penetra por el polo
perceptual*, deviene por un lado en quantum de afecto* y
es percibida como displacer* en aquel, genera además una
tendencia, que al irse ligando a representaciones, toma el
nombre de deseo. Tales representaciones son de dos tipos:
representación-cosa* primero y representación-palabra*
después, cuando el sujeto aprende el lenguaje*. Gracias a
las representaciones-palabra la consciencia* conocerá a las
representaciones-cosa y por lo tanto podrá pensarlas y
eventualmente conducir la libido* al polo motor*, donde
debe terminar el circuito con una acción específica* que
descargue la pulsión* en la fuente. Descarga que será,
entonces, sentida por el polo perceptual como placer*. Todo
esto ocurre en el caso de ser la pulsión aceptada por el
preconsciente*, o sea una vez superadas las censuras*. En
cuanto a las censuras existen tópicamente dos: la de
represión*, situada en el límite entre el Inc. y el Prec., es la
que va formando el Inc. reprimido con las pulsiones de la
sexualidad infantil* que culminó en el complejo de Edipo* y
cuyos retoños (o sea deseos análogos o contiguos a los
reprimidos e identificados por eso con ellos) son a su vez
reprimidos, lo que genera los síntomas* neuróticos, la
angustia*, los sueños*, los actos fallidos* en general,
etcétera. La segunda censura es consciente y refuerza a la
primera. Está basada en la sustracción de la investidura de
atención* Cc., y es la que el analista le pide al paciente que
suprima para cumplir con la “regla fundamental”* de la
técnica psicoanalítica*. Resumiendo: este nuevo esquema
está compuesto por inconsciente*, preconsciente* y
consciencia*. Al Inc., sede de los deseos infantiles
reprimidos por la represión primaria* (originalmente, en la
infancia), posteriormente se le van agregando los retoños
análogos o contiguos, incluso opuestos y por eso identi-
ficados con aquellos, por lo que pasan a ser reprimidos por
la represión secundaria* o represión propiamente dicha.
Ambas características (primaria y secundaria) corresponden
a la represión, primera forma Inc. de censura que escinde al
aparato psíquico en un Inc. y un Prec. A ella se agrega
como refuerzo, la segunda censura, consciente. En el
inconsciente (Inc.) hay representaciones-cosa. Entre ellas la
energía* fluye libremente (proceso primario) siguiendo las
leyes de la asociación*, buscando identidades de
percepción* y utilizando condensaciones* y
desplazamientos*, para ello. Es el tipo de funcionamiento
mental propio, pero no exclusivo, de los sueños. Escindido
del inconsciente merced a la represión está el
preconsciente (Prec.), compuesto principalmente de
representaciones-palabra, las que entre otras funciones
representan a las representaciones-cosa ante la
consciencia, lo que les da el nivel más alto de ligadura, con
fuerte investidura y débil desplazamiento, característica del
proceso secundario, de la actividad de pensamiento,
gracias a la cual también busca la identidad con lo deseado,
pero ahora la identidad de pensamiento*. Las
representaciones-palabra pertenecen al lenguaje, forma
creada por el género humano para que lleguen los deseos a
la consciencia (circunscribiendo ésta, como hace Freud, a
un mero aparato perceptual*), para lo que ésta lo único que
debe agregarle a ellas es una investidura de atención. Por
lo tanto si la palabra es el medio más idóneo para conocer
los deseos, también será el medio elegido por la represión
para su propio objetivo, que es el de desconocer. Utilizará
las leyes de la asociación para reemplazar las
representaciones -palabra originales por otras contiguas o
análogas y así conseguir sustraer la investidura Prec. alas
representaciones que ahora pasarán al Inc. reprimido, o “al
estado de represión”. Esta sustracción de investidura Prec.
será uno de los mecanismos de la represión secundaria o
propiamente dicha, que junto a la atracción de la
compulsión de repetición* del Inc. y a la contrainvestidura*
(éste a su vez único mecanismo de la represión primaria),
son los otros mecanismos que forman parte de aquella,
también traducida como “a posterior¡* de la represión”. La
representación Prec. debe a su vez también vencer una
censura consciente para poder ser hablada, expresada y
regida más firmemente todavía por el proceso secundario,
al tener la palabra emitida, incluso escrita, un efecto real,
social, de comunicación. Si no vence esta censura
consciente, puede permanecer más en el terreno de la
fantasía* y acercarse a las representaciones mestizas entre
Prec. e Inc. regidas por el principio de placer, pero con
palabras y con cierta lógica del proceso secundario. Estas
fantasías o sueños diurnos se pueden convertir
rápidamente en retoños del Inc. y generar síntomas
neuróticos, sueños, etcétera. En el último artículo
correspondiente a la metapsicología de 1915 al hablar del
duelo* y la melancolía* aparece el tema de la
identificación*, que reaparece poco después como uno de
los mecanismos generadores de la masa* en Psicología de
las masas y análisis del yo (1921). En estas dos obras
(Duelo y melancolía y Psicología de las masas y análisis del
yo) reaparece, desplegándose más, el tema de la
identificación y también el del yo, el que es constituido
básicamente por aquella. En la segunda obra lo hace a
través de la conceptualización del líder de la masa, así
como del ideal del yo* como una parte del yo diferenciada
de él. En 1920 expuso su segunda teoría pulsional, tratando
de explicar fenómenos repetitivos en la conducta de los
pacientes, que pareciera funcionan no regidos por el
principio del placer, sino más allá de él. Todos estos
factores, más la observación clínica de la resistencia*
inconsciente a la curación, van haciendo que el objetivo
terapéutico se amplíe en adelante y sea importante no sólo
hacer consciente lo reprimido, sino también lo represor.
Esto último, a pesar de ser desconocido por el paciente, no
puede pertenecer sino al yo. Lo que lleva a replantearse o a
complejizar el aparato psíquico, que ya no alcanza para
explicar todos estos fenómenos. Por lo pronto se hace
imprescindible la descripción del yo como estructura y el
hecho de que una parte importante de él sea inconsciente;
por lo demás hay que dar cuenta del ideal del yo y de la
consciencia moral*, tan sobresaliente en algunos cuadros
clínicos como la neurosis obsesiva* y la melancolía. En El yo
y el ello (1923) se expone entonces la segunda tópica o
teoría estructural. Ahora el aparato psíquico posee un ello*
inconsciente, con la salvedad de que no todo lo
inconsciente está en el ello. En el ello están todas las
pulsiones provenientes del cuerpo con sus
representaciones-cosa, además de las tendencias
heredadas filogenéticamente. Las representaciones-cosa
reprimidas son solamente una parte del ello. El yo surge en
la periferia del ello, en el contacto de éste con la realidad*.
Se forma esencialmente de identificaciones con atributos
de los objetos (primarias, esencialmente). El yo es la sede
principal de las representaciones-palabra y del proceso
secundario. Se rige, en su parte Prec., por el principio de
realidad, realiza entonces el examen de la realidad*, es
también la sede del pensamiento el que posee, entre otras
más, una función sintética, ésta debe hallar una síntesis
entre amos opuestos a los que sirve permanentemente: las
pulsiones, el superyó* y la realidad. En esta difícil tarea se
puede resquebrajar y producir las escisiones del yo*. Tiene,
hasta cierto punto, el control de la acción. Hemos
anticipado que una parte del yo es Inc. Dicha parte lo
provee, merced a la ayuda del principio de placer por el que
pasa a regirse (reprime o se defiende de las pulsiones, pues
el poder sentir a éstas como propias lo angustia), de
recursos defensivos ante la angustia señal* que él mismo
cultiva en su “almácigo” y emite como aviso del peligro que
podría acarrear la satisfacción de las pulsiones
provenientes del ello. Otra parte del yo se escinde de él, lo
observa, se le enfrenta, lo critica, vigila y castiga al yo, si
éste no es como lo quiere el ideal. Esta parte, esta tercera
instancia (superyó-ideal del yo) tiene un triple origen. Es la
experiencia heredada de la especie que se repite de alguna
manera (simbólicamente) en la experiencia individual. En
esta hipótesis filogenética Freud incorpora muchos de sus
pensamientos acerca del origen de la comunidad humana
(parricidio, prohibición del incesto, alianza fraterna*,
totemismo*, etcétera). Además de heredado, el superyó-
ideal del yo resulta de la transformación, en el adulto, del
narcisismo* infantil, para el cual era yo todo lo placentero
(básicamente, esta transformación corresponde al ideal del
yo, la segunda parte de la expresión compuesta, “superyó-
ideal del yo”). Por último, el superyó es de nuevo heredero,
esta vez no de la especie, sino de la propia prehistoria del
individuo, de su complejo de Edipo. En él quedarán como
precipitado las identificaciones secundarias* con los
progenitores, ocupando el puesto principal el padre
omnipotente de la infancia y sus sustitutos posteriores
(maestros, guías espirituales, líderes de todo tipo). Se
constituye así la consciencia moral. Podríamos decir que el
superyó está hecho de aspiraciones y prohibiciones. La
conscíencia moral prohíbe, básicamente, el incesto y el
parricidio y sus derivados. El ideal del yo exige perfección,
la perfección de la que gozaba el yo omnipotente de la
infancia. Tanto en forma filogenética como tópica el
superyó enraíza en el ello. Se genera así el “sentimiento
inconsciente de culpa”*, también llamado por Freud
“necesidad de castigo”*, producto de la desmezcla
pulsional* generada por la desexualización* de la pulsión
sexual* exigida por el ideal a través de la sublimación*. En
aquella “resistencia del superyó” (Inhibición, síntoma y
angustia, 1925), el Destino con mayúscula pone a prueba
todos los recursos terapéuticos del psicoanálisis.

A posteriori

Característica particular de la pulsión sexual* por la cual se


traslada en el tiempo una situación de excitación por lo
genera traumática (cantidad de excitación* ocurrida a
destiempo, cuando no hay posibilidades de ligadura
psíquica), y por la que aquella sensación (o la defensa* ante
ella), se hace actual. Se corresponde con la necesidad* de
investidura* previa que poseen todos los órganos
perceptuales, entre ellos las zonas erógenas*, para captar
las sensaciones producidas por los estímulos (los objetos*),
relacionar éstos con representaciones* de otras situaciones
similares previas y encontrar cierto grado de identidad -por
lo menos en lo que concierne a la sensación y conseguir
ligaduras de pensamiento*, comprendiendo así sus
experiencias. Este hecho (la necesidad de la investidura
perceptual previa al estímulo) es causante de que la
estimulación de una zona erógena, cuando ésta no está
previamente investida (por ejemplo: una estimulación
genital en un niño en que todavía predomina el erotismo
anal* o el erotismo oral*), se torne traumática, y no
precisamente cuando sucede el hecho traumático (aunque
éste deje un punto de fijación*), sino cuando el sujeto haga
su entrada en la etapa erógena correspondiente (o en su
reedición en la pubertad). Sólo entonces estarán investidos
el órgano y las representaciones ligadas con las vivencias
de placer* que a través de él se produjeron, y estas
vivencias retornarán desde lo reprimido*, y se tornarán
traumáticas “a posteriori”, lo que generará síntomas*
neuróticos. Este concepto fue trabajado por Freud en el
Proyecto de psicología 1950a [1895] y retomado con todo
su esplendor y brillantez en el caso del “Hombre de los
lobos” correspondiendo a una revitalización de la teoría del
trauma* sexual y a su vez una complejización de ella.

Apremio de la vida (ananke)

También llamado necesidad*. Está referido al


quebrantamiento del principio de inercia* al que están
sometidos los organismos complejos al recibir estímulos
desde el elemento corporal mismo, estímulos endógenos
luego llamados pulsiones* que deben ser descargados,
pues pugnan por ello. Éstos provienen de células del cuerpo
y dan por resultado las grandes necesidades: hambre,
respiración y sexualidad. El quebrantamiento del principio
de inercia se crea por el desfase entre la cantidad de
estímulo que provee la necesidad y la cantidad de energía
necesaria que posee el organismo para satisfacerla. Al ser
esta última menor es imprescindible el pasaje a un nuevo
nivel que guarde energía para poder realizar la acción
específica* en el momento oportuno. El organismo
necesitará, entonces, mantener un nivel de energía
constante (principio de constancia*). Esta cantidad de
energía constante permanecerá ligada a representaciones*,
dando origen al aparato psíquico* en general y al yo* en
particular. La energía proveniente del cuerpo que demanda
la acción acorde a un fin, se corresponde probablemente
con lo que Freud en Pulsiones y destinos de pulsión (1915)
llama el esfuerzo (Drang) de la pulsión. O sea “[ ... ] su
factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia
de trabajo que ella representa (reprasentieren). Ese
carácter esforzante es una propiedad universal de las
pulsiones, y aun su esencia misma” (1915, A. E. 14:117).
Apronte angustiado

Estado de sobreinvestidura*, con energía quiescente*


(ligada), del aparato perceptual o sistema de percepción-
consciencia (PCc.) del yo* (atención*), preparado ante el
peligro. Es en realidad el último bastión de la protección
antiestímulo*. Freud piensa que quizá haya sido el estado
permanente del ser primitivo ante los peligros de la
Naturaleza (1915). Un hecho exterior resulta traumático si
consigue superar la barrera protectora antiestímulos; o si al
no existir esta sobreinvestidura de atención en el momento
del hecho, se produjo la invasión de estímulos, por lo que el
aparato psíquico no pudo ligarlos con representaciones* del
pasado, apareciendo la sensación de terror*. La secuela del
suceso traumático es la neurosis traumática*, con sus
síntomas* típicos, como los sueños* repetitivos del hecho
traumático. Estas repeticiones no están, en forma directa al
menos, al servicio del cumplimiento de deseo*, “[...] buscan
recuperar el dominio (Bewaltigung) sobre el estímulo por
medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la
neurosis traumática” (1920, A. E. 18: 3 l). Si se consigue
cierta ligadura del estímulo, éste pasa a pertenecer al
principio de placer* y la búsqueda de cumplir con el deseo.
Sucede que el polo de percepción consciencia (PCc.)
necesita estar investido para poder soportar mejor los
estímulos externos; una vez rebasado, el aparato psíquico
repite el hecho (en sueños por lo común y en ocasiones en
acciones), por compulsión a repetir* por un lado, y por otro
para lograr la sobreinvestidura angustiada que podría ligar
la cantidad de excitación* a las otras representaciones de la
historia previa del sujeto. Resulta interesante agregar que
en el caso de las neurosis actuales*, como la neurosis de
angustia*, Freud describe un estado base de la misma que
llama “expectativa angustiada” y lo describe como un estar
alerta permanente ante el peligro, claro que el peligro (para
el aparato psíquico) en este caso es la cantidad de
excitación sexual somática no descargada o mal
descargada y no el mundo exterior. Pero el estado
expectante, con un polo perceptual sobreinvestido con
hiperinvestidura de atención, productora de angustia*, es
similar.

Apuntalamiento o apoyo

Camino facilitado por la pulsión de autoconservación del


yo* a la pulsión sexual* para escoger sus predominantes
zonas erógenas* y sus elecciones de objeto*. “El quehacer
sexual se apuntala (anlehnen) primero en una de las
funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo
más tarde se independiza de ella” (Tres ensayos de teoría
sexual, 1905, agregado de 1915. A. E. 7:165). Formando
parte primero de las sensaciones correspondientes a la
vivencia de satisfacción* realizada con la madre, va sepa-
rándose un plus de placer* que estaba unido en un principio
a la pulsión de autoconservación, de la que la pulsión
sexual paulatinamente se va separando, en forma
independiente del hecho de que en las primeras épocas
para la pulsión sexual predomine el yo-placer* que no
distingue a la madre como objeto*. En cambio, ya en las
primeras épocas para la pulsión de autoconservación es
vigente el yo realidad inicial*. De ahí que en un sentido el
objeto pueda ser reconocido como tal y en otro no tanto y
pase a predominar el autoerotismo*. Cuando el incipiente
yo* investido de pulsión sexual comienza o llega a
reconocer al objeto como la fuente de su placer, se decide a
tenerlo*; por ello el primer objeto elegido es la madre, tanto
para la niña como para el niño. Después del complejo de
Edipo*, una vez interiorizada la prohibición del incesto a
través del superyó*, pese a ello y justamente sin que el yo
se aperciba, se elegirá en general al objeto que posea
atributos en algo semejantes a los primeros objetos,
satisfacientes de sus pulsiones de autoconservación. De
esta manera, se elegirá según los modelos de la madre
nutricia o el padre protector. Si predominó más
absolutamente el autoerotismo o el “yo placer purificado”,
y no se pudo aceptar en forma importante la diferencia de
los sexos, probablemente se haga elección de objeto de
tipo más o menos narcisista*. Sin embargo, podríamos decir
que en ambos casos, la pulsión sexual siempre se
“apuntala” sobre la pulsión de autoconservación, sobre
todo cuando lo hace sobre los atributos de los primeros
objetos; pero con más razón incluso en caso de hacerlo
sobre atributos del propio yo.

Arte

Una de las más elevadas creaciones de la cultura* humana,


producto de la sublimación* de las pulsiones sexuales*
infantiles rechazadas por esa misma cultura. El arte logra
por un rodeo peculiar una reconciliación del principio de
placer* con el principio de realidad*. El artista
originariamente rechaza la realidad* al no poder aceptar la
renuncia a la satisfacción pulsional que desde aquella se le
impone. Se entrega entonces a sus fantasías* objetales
(eróticas y de ambición); hasta aquí no se distingue del
neurótico común, pero a diferencia de éste consigue
retornar a la realidad, merced a dotes propias,
transformando sus fantasías en un nuevo tipo de realidades
valoradas por los demás hombres, las obras de arte.
Consigue así en cierto modo ser el héroe*, el rey, el
creador, el mimado de la fortuna que querría ser (para lo
cual debe tener éxito como artista), sin necesidad de
alterar profundamente el mundo exterior. Los espectadores
o lectores u oyentes (todos los consumidores de arte),
insatisfechos con sus propias pulsiones*, se identifican con
la nueva realidad creada por el artista y participan a través
de esta identificación* con su goce. El arte, como el juego
infantil, es una “fantasía actuada”, que implica una acción,
una escenificación (Formulaciones sobre los dos principios
del acaecer psíquico, 1911). Probablemente el arte
primitivo tuviera su origen en la magia*, técnica de la
concepción animista del universo incluida dentro de la
omnipotencia del pensamiento*, y los primeros objetos
artísticos surgieran como expresión de la pulsión de
apoderamiento* para poder dominar a los enemigos, a los
objetos de la Naturaleza, o realizar sus deseos* a través de
crear objetos análogos a los deseados o temidos (Tótem y
tabú, 1913). También en el niño existe este período
animista y probablemente sus primeras creaciones tengan
similares significados para él. En ambos, tanto en el niño
como en el artista, está presente la defensa* ante la
angustia de pérdida de objeto* cuando se empieza a
reconocer el objeto* como fuente de placer. En ese caso el
niño busca poseer el objeto o ser querido por él, el artista
busca lo mismo en los retoños de aquellos padres de la
infancia (sus admiradores). Pero también el artista es el
héroe, el que en la fantasía mítica mató al padre, es Edipo
en la encrucijada de Tebas, como cada niño durante el
período que lleva su nombre. El niño juega a ser grande, a
hacer todas las acciones específicas* que supone que los
grandes hacen, el artista es un grande que puede volver a
jugar como cuando era niño, sin saberlo, y sin dejar de ser
grande.

Asco

Forma especial de la angustia* que funciona como dique


represor (fijación*) de una pulsión* relativa a determinada
zona erógena* predominante en un período, y pasar este
predominio a otra más evolucionada, con problemáticas
más complejas. Es producto de la represión primaria*
normal y constitutiva de la primera línea defensiva yoica
(véase: yo), en parte entonces contribuyente a la creación
de su infraestructura Inc. El mecanismo metapsicológico
que constituye el asco es la contrainvestidura* y origina un
punto de fijación al que se recurrirá en el caso de
regresiones* pulsionales ulteriores. Al pasar de] período*
oral al anal suele ser común en los niños el sentimiento de
asco a la leche, al pecho o a la nata de la leche
(representación* del pezón); al superar el período de la
satisfacción anal como zona erógena predominante queda
asco a las heces, principalmente de los demás, así como a
todo lo vinculado con ellas. En el caso de lo fálico, puede
quedar cierto asco a lo sexual si se permanece fijado a esta
zona erógena, razón por la cual los objetos* deseados
inconscientemente son predominantemente incestuosos, o
derivados próximos a ellos, fenómeno típico de la histeria.
Hay diversos grados de fijación, producidos por lo que
resulta ser uno de los diques pulsionales, el asco, y por el
que se trastorna el afecto* ante la posibilidad de la
satisfacción pulsional (lo que era placentero, se vuelve
asqueroso). Estos grados de fijación dependen de cuáles
hayan sido los montos de excitación que ocurrieron en cada
época. Por lo tanto también dependen de los hechos
traumáticos transcurridos en ellas, los que obligaron al yo*
débil a aumentar la contrainvestidura (único mecanismo de
la represión primaria) para frenar a la pulsión, cambiándole
el afecto, que en este caso sin llegar a ser definitivamente
angustia, es, no obstante, una forma especializada de ella.
A mayor contrainvestidura, mayor fijación, más asco. El
asco lo siente el yo ante el peligro de que la pulsión consiga
su objetivo de descarga. El yo utiliza entonces sus
mecanismos de defensa*, de los que el asco resulta un
detonante, una señal para que aquellos se desplieguen
(dando origen a conversiones* histéricas, por ejemplo).
Situado en pleno frente de batalla, puede continuar
sintiéndose en forma consciente y egosintónica (y formar
parte también de ciertos rasgos de carácter*). Dentro de
ciertos límites, controlados por el yo, forma parte de la
normalidad.

Asistente ajeno

Nombre usado por Freud en el Proyecto de psicología


(1950a [1895]) para señalar al otro, al semejante, cuya
presencia es vital para el niño desvalido, además de
mostrarnos lo importante de la presencia del objeto* en la
estructuración misma del aparato psíquico*. También lo
menciona en La interpretación de los sueños (1900),
Inhibición, síntoma y angustia (1925), etcétera. En el
momento del nacimiento, el bebé entra en estado de
desvalimiento* ante la cantidad de estímulos provenientes
del interior de su cuerpo, de sus pulsiones*. Esto mueve al
proceso de descarga más primitivo, la alteración interna*
(expresión de emociones, grito, inervación vascular). A todo
este complejo, centrado en la invasión de la cantidad de
excitación*, con un aparato psíquico demasiado incipiente
para ligarla por falta de experiencias de vida con qué
relacionarla, se le llama también “trauma* de nacimiento”.
La alteración interna del bebé es una válvula de escape.
Para que el bebé sobreviva y se puedan constituir las bases
de su aparato psíquico, la alteración interna debe
convertirse en una llamada que deberá ser comprendida
por un “asistente ajeno” (la atención de la madre, ni más ni
menos, o alguien que cumpla sus funciones) que cubra las
necesidades* primitivas y de diversa índole del bebé,
haciéndole disminuir las cantidades de excitación:
alimentándolo, limpiándolo, dándole calor, ternura, etcéte-
ra. Ésta implicará una vivencia de satisfacción*, que dejará
profundas huellas fundantes del funcionamiento de un
psiquismo cada vez más complejo. Las huellas principales
serán las del objeto, sus movimientos y la sensación de
descarga producida en el contacto con él. En adelante, ante
las nuevas apariciones de la cantidad de excitación en el
aparato psíquico ya en formación, quedará facilitada* su
ligazón con las huellas mnémicas* de la anterior vivencia.
Así pasa a constituirse una representación* de deseo*
psíquico (representación de deseo del objeto y los
movimientos, para poder sentir la sensación buscada), de lo
que era cantidad de excitación somática. El razonamiento
de Freud, aparentemente biológico, es esencialmente
social, o mejor dicho una excelente y dinámica ensam-
bladura entre lo biológico, lo social y lo psicológico. La
representación del objeto (el asistente ajeno de la vivencia
de satisfacción) es inauguradora del psiquismo. El deseo
surgirá cuando reaparezca la tensión de necesidad
somática, la que devendrá ahora en deseo del objeto,
independientemente de que el objeto sea al principio
reconocido como tal por el narcisismo* reinante en el yo
placer purificado*. La representación-cosa* así fundada es
principalmente representación del objeto, de las cosas
sentidas con él. Su presencia fundó el psiquismo de la
desvalida cría humana.

Asociación

Mecanismo de vinculación de una representación* con otra.


Se produce por el desplazamiento* de energía* libidinal
(quantum de afecto*). Este desplazamiento puede ser de
dos maneras: a) Por libre desplazamiento, en que las
cantidades pueden pasar de una a otra representación
regidas por las leyes de la asociación: las analogías*,
contigüidades*, etcétera. Éstas se confunden con
identidades y por lo tanto las rige la identidad de
percepción* y el proceso primario*, y son
representaciones/cosa* principalmente de tipo visual.
Corresponden al Inc.* y son las que se ven en los sueños*.
b) Con más o menos fuerte investidura y débil desplaza-
miento, pues un mayor nivel de ligadura hace más
complicado asociar una representación con otra, existen
más trámites para ello. Se distingue también entre los
motivos de la asociación (la analogía, etcétera) y la
identidad (no bastará que algo tenga un atributo análogo a
algo deseado para ser eso deseado). Pese a que busca
también la identidad con lo deseado, lo hace usando el
pensamiento*, busca la “identidad de pensamiento”*.
Funciona con representaciones-palabra* y corresponde al
yo* Prec., la actividad de pensamiento y el proceso
secundario*. El concepto de asociación proviene
predominantemente del “asociacionismo”, escuela dentro
de la cual Freud se acercó a John Stuart Mill y de la que
tomó sus leyes de vinculación entre representaciones
agregándoles una direccionalidad, una tendencia, signada
por el principio de placer* y el deseo* pulsional. La
asociación tomó así las características de medios de
vinculación entre representaciones, pero con un objetivo: la
descarga pulsional. Las representaciones-palabra mestizas
propenden a cierta libertad de asociación que hace posible
el fantaseo, el sueño diurno. En ellas hay mayor
desplazamiento que en la actividad de pensamiento. Las
palabras están regidas principalmente por el principio de
placer e incluso cierto nivel de identidad de percepción. En
cambio en el pensamiento es más rigurosa la tramitación
del pasaje del quantum de afecto entre las
representaciones, hay débil desplazamiento, rige el
principio de realidad*, se busca la identidad con lo deseado
pero pensando, calibrando hasta dónde es así y hasta
dónde no, se estudian los atributos del percepto y de la
representación comparándolos, se realiza el examen de
realidad*, etcétera. En general el libre fantaseo es
rechazado por la censura* Cc. En el caso de que las
fantasías* se conviertan en retoños de las representaciones
reprimidas pueden ser a su vez reprimidas por la censura
Inc., pudiendo así ser base de actos fallidos*, síntomas*
neuróticos, sueños, etcétera.
Asociación libre

Regla técnica fundamental del psicoanálisis. Se le pide al


paciente que diga todas sus ocurrencias, que suprima su
censura* consciente* e invista con atención las
representaciones-palabra* que se van vinculando por las
leyes asociativas con un débil nivel de ligadura y un cierto
libre desplazamiento*. En otras palabras, se invita en forma
activa al paciente a que exprese en voz alta su libre
fantaseo, su soñar diurno, que habitualmente es censurado
por la censura Cc. No todos los pacientes consiguen asociar
en igual medida. La asociación* es más libre cuando
predomina la transferencia* positiva, hay pocas
resistencias*, no existen rasgos de carácter* demasiado
rígidos, etcétera. En esas palabras -que en otro contexto
podrían parecer insensatas o absurdas- irán apareciendo
indicios, rastros dejados por el deseo* Inc.* reprimido en su
huida, escondidos tras el síntoma*. El analista podrá gracias
a ellos ir armando las interpretaciones -construcciones* que
van haciendo consciente lo inconsciente. En realidad la
asociación libre es un camino paulatino hacia lo reprimido.
En ese camino surgen las resistencias (al asociar, por
ejemplo) provenientes del yo*. El análisis de estas
resistencias insumirá gran parte de la tarea analítica. No
serán sólo resistencias ante lo reprimido sino también ante
lo represor, inconsciente también pero perteneciente al yo.
El análisis de las resistencias tomará conocimiento,
entonces, predominantemente de la parte Inc. del yo (los
rnecanismos de defensa*, por ejemplo), por lo tanto, de su
carácter y de su grado de alteración*.

Ataque histérico

Forma aguda de la sintomatología de la “gran histeria” a la


que Freud describe como ataques convulsivos con un aura
y tres fases (para Charcot eran cuatro las fases, pues
postulaba un delirio* terminal). El aura proviene de una
sensación de las zonas histerógenas*, lugares
hipersensibles del cuerpo cuya estimulación desencadena
el ataque. La primera fase es la epileptoide y semeja un
ataque epiléptico común; la segunda, de los
“mouvements”, muestra movimientos de gran
envergadura, como los “movimientos de saludo”, el “arc de
cercle” y contorsiones. Los movimientos son desarrollados
con elegancia y coordinados y no torpes como los de los
epilépticos. La tercera fase es alucinatoria, de las “attitudes
passionelles “. Se caracteriza por posturas
correspondientes a escenas apasionadas alucinadas. Lo
más frecuente es que la consciencia* se mantenga durante
casi todo el ataque, salvo momentos, semejantes al clímax
de la excitación sexual. En algunos casos cualquier fase del
ataque se puede presentar por sí sola y subrogarlo. Son
importantes también los ataques apopléticos llamados
“attaques de sommeil”. El ataque histérico está compuesto
por fantasías* proyectadas sobre la motilidad,
representadas pantomímicamente y desfiguradas a la
manera de los sueños*. Se expresan en dicho ataque
múltiples fantasías condensadas y con identificaciones*
múltiples (representándose en este caso dos o más
personajes), a veces con actitudes opuestas entre sí,
Asimismo tiene la facultad de invertir la secuencia temporal
de los hechos fantaseados. El ataque puede ser convocado
asociativa u orgánicamente y como tendencia primaria
(consuelo) o beneficio secundario* (por ejemplo: el ataque
se produce ante determinadas personas) de la enfermedad.
El ataque es el sustituto de una satisfacción autoerótica
anterior resignada (masturbación*), que retorna sin ser
registrada por la consciencia. La pérdida de consciencia, la
“ausencia” del ataque histérico, proviene de aquella
pasajera pero inequívoca privación de consciencia que se
registra en la cima de toda satisfacción sexual intensa
(incluso autoerótica). Lo que señala a la libido* reprimida el
camino hacia la descarga motriz en el ataque, es el
mecanismo reflejo de la acción del coito.

Atención

Energía libidinal (en un sentido amplio, que incluye el


interés* de la autoconservación) del yo* (en realidad
proveniente del ello*, pero ligada y almacenada por el yo)
que inviste el sistema de percepción-consciencia (PCc.); es
imprescindible para que algo sea registrado por la
consciencia*. Funciona en dos niveles: uno libremente
flotante, con bajo nivel de investidura y que registra todas
las percepciones* posibles por igual; y un segundo copioso,
con fuerte investidura; este último es el que otorga fuerte
nitidez a la percepción. Cuando es descubierta una
percepción que se puede vincular con algo deseado o
temido, entonces en este segundo paso el sistema PCc.
recibe una fuerte investidura de atención, tomando nitidez
de consciencia. La atención sirve, ciertamente, para percibir
el mundo exterior, pero también registra, a través de las
representaciones* lingüísticas, la actividad de
pensamiento* proveniente del mundo interior. Para hacer
consciente un pensamiento se necesita de la
representación-palabra* preconsciente* (Prec.) investida
por la atención que la hace consciente. Esta investidura es
manejada por el yo consciente principalmente desde la
censura* consciente. Cuando a un paciente le pedimos que
“asocie libremente”, en realidad le estamos diciendo a su
yo que invista de atención a sus asociaciones* de palabra,
que levante la censura crítica consciente que intenta
desinvestirlas para evitar conflictos que generen angustia*.
Le estamos pidiendo que no siga reforzando desde la
censura consciente, la represión* inconsciente*, generadora
de síntomas* y neurosis*. La percepción no es pasiva. La
investidura de atención incluye investidura de deseo*
inconsciente, mediada por el yo, que como antenas
tentaleantes (Nota sobre la “pizarra mágica”, 1924-25 y La
negación, 1925) registran todas las percepciones posibles,
pues lo deseado o lo temido pueden estar entre las mismas.

Atención libremente flotante

Actitud que Freud aconseja tener a los analistas durante la


sesión psicoanalítica, por lo menos en su iniciación. El ana-
lista tratará de inhibir sus representaciones meta* y de
estar parejamente dispuesto a percibir todas las
percepciones*, sin buscar ninguna en especial. Es la
aplicación en la técnica del primer nivel de atención* con
baja investidura y libre desplazamiento, abierta tanto como
se pueda a las percepciones, pues lo deseado puede estar
entre ellas. Las situaciones deseadas por el analista son
indicios de situaciones significativas que trae el paciente:
recuerdos*, asociaciones*, sueños*, actos fallidos*, en fin,
vías de entrada hacia el Inc.* En este caso se pasa al
segundo nivel de atención, la cual, entonces, se hará más
copiosa y con mayor nivel de ligadura, se pondrá mayor
grado de expectación.
autocastigo (automartirio)
Trastorno hacia lo contrario* (transformación de la actividad
en pasividad) del sadismo*. Hallamos la vuelta contra la
persona misma* sin la pasividad hacia una nueva. Es una
etapa intermedia de la transformación del sadismo en
masoquismo* para la que no se necesitará la presencia de
un objeto* que haga las veces de sujeto sádico. En el
autocastigo típico de la neurosis obsesiva*, aunque
presente en la neurosis* en general, el verbo en voz activa
no se muda a la voz pasiva, sino a una voz intermedia
reflexiva. El objeto es resignado y sustituido por la persona
misma. El autocastigo llega más lejos que el
autorreproche*, pues implica acción (el castigo) pero está
antes del masoquismo, que requiere la presencia de un
sujeto sádico. El autocastigo permanece dentro del
narcisismo*, el masoquismo necesita por lo menos de una
elección narcisista de objeto*, pero objeto al fin. Este
concepto lo expone Freud en Pulsiones y destinos de
pulsión (1915). Agregando elementos de obras posteriores,
como Más allá del principio de placer (1920) y El yo y el ello
(1923), podemos decir que hay en él elementos de mezcla
pulsional* entre Eros* y pulsión de muerte*, cierto grado de
mezcla que implica cierto grado de desmezcla* también.
Por cierto que si bien no es necesaria la presencia del
objeto en lo real, existe una identificación* del yo* con él,
por lo que el superyó* castiga al yo, aprovechando la
situación. En ocasiones el yo se defiende (neurosis
obsesiva), en otras se entrega dulcemente, como en la
melancolía*, esta última neurosis narcisista por excelencia.

Autoerotismo

Característica o modalidad de satisfacción predominante de


la libido* de la sexualidad infantil*, por autoestimulación
(tocamiento, frotación rítmica, compresión de mucosas,
visualización de zonas erógenas*, etcétera) del propio
cuerpo, que produce placer* de órgano. Aunque predomine
-como se dijo- en las primeras épocas, en parte se extiende
a toda la vida. Por el hecho de predominar en la sexualidad
infantil, se dice que ésta es autoerótica. El autoerotismo es
previo a la constitución del yo realidad definitivo*. Este yo*,
si bien tiene un origen corporal y se basa en parte en la
imagen del cuerpo, paulatinamente deviene en una entidad
o estructura psíquica compleja, que parte del cuerpo pero
que lo supera en otro nivel, con funciones cada vez más so-
fisticadas. La libido que busca satisfacerse en esta
estructura psíquica llamada “yo”, va a constituir el
narcisismo*. Una vez instalado el narcisismo, el
autoerotismo deviene una modalidad de satisfacción de la
libido narcisista; aunque esto es más complejo aun, pues en
la masturbación* adolescente, por ejemplo, se puede estar
satisfaciendo libido objetal a través de las fantasías*
masturbatorias. En este caso, la masturbación puede ser un
tipo de satisfacción autoerótica que descarga, por la acción,
libido narcisista y, por la fantasía, libido objetal
(introvertida* de la realidad* y refugiada en la fantasía).
Esto se hace todavía más complejo, pues la elección de
objeto* narcisista consta a la vez de libido objetal y de
libido narcisista, o de una intermedia entre ellas
denominada libido homosexual. En la esquizofrenia*, por
otro lado, se produce una retracción libidinal* total
(respecto de sus objetos deseados o de desear los objetos).
No hay refugio en la fantasía del objeto, sino únicamente se
sobrecarga de libido el yo (lo que se expresa clínicamente
como vivencia de fin de mundo*, por la retracción, e
hipocondría* o megalomanía*, por la sobreinvestidura*
yoica). La regresión* libidinal puede llegar, en la forma
clínica de la esquizofrenia “simple”, al autoerotismo, la cual
sería entonces libido invistiendo al cuerpo sin que éste
configure un yo, o haciéndolo con lo último que queda de él
(el cuerpo), destruido el yo como entidad psíquica.

Autoestima (sentimiento de sí)


En general, forma de satisfacción de la libido* narcisista en
el adulto. Produce una sensación de bienestar indefinido, no
relacionada en forma directa con descargas pulsionales; es
más bien un estado básico. Está relacionada de manera
íntima con la confianza en sí mismo, con el talante o estado
anímico, con la autovaloración. En estos sentidos es pilar
básico de la salud y de la fortaleza yoica. Una parte del
sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo*
infantil. Éste proviene del autoerotismo* y de las relaciones
objetales infantiles, las que son de manera esencial
narcisistas (no se distingue en un principio entre el yo* y el
objeto* de placer*). Estas relaciones fueron más o menos
placenteras, más o menos traumáticas, dejando diferentes
tipos de huellas en la estructuración, del yo y del aparato
psíquico*; de forma que un niño que se sintió de manera
predominante querido por sus padres, conseguirá
primariamente un nivel de autoestima que le dará fortaleza
a su yo para alcanzar mejor los otros niveles de satisfacción
de la autoestima, o soportará mejor su posterior
insatisfacción. Todo esto puede variar como consecuencia
del pasaje por el complejo de Edipo* principalmente, el que
es posible que deje severas heridas narcisistas
constituyentes de posteriores “rocas de base”* en la
estructuración del aparato psíquico. En el caso femenino,
del complejo de castración* queda muchas veces una
sensación de autodesvalorización que en muchas ocasiones
llega a ser básica en su carácter* y que fuerza entonces a
la necesidad de aumentar la autoestima en las formas
posteriores, satisfaciendo al superyó-ideal del yo (por lo que
la mujer resulta más dócil, más adaptada a la realidad*
social en general), o necesitando recibir en forma
importante satisfacción narcisista desde la libido de objeto
(es más dependiente del objeto, de su amor*).
Recapitulando: una parte del sentimiento de sí o
autoestima es primaria, el residuo del narcisismo infantil.
Hay otras dos partes. Una brota de las acciones realizadas
por el yo que cumplen con los mandatos del ideal del yo*, y
que por lo general están referidos a la sublimación*. Desde
luego también son respecto de muchas otras cosas, como
el tener hijos, principalmente en la mujer, pero también en
el hombre por el mandato de la descendencia (recuérdese a
Schreber). Todos los éxitos del yo en el cumplimiento con
los mandatos del superyó* elevan la autoestima y dejan
una profunda sensación placentera, ligada con el senti-
miento de omnipotencia narcisista. La última parte proviene
del amor de los objetos, el ser querido, consiste en la forma
de satisfacción narcisista correspondiente al vínculo objetal.
El enamoramiento es un desborde de libido narcisista en el
objeto, que vacía al yo y por lo tanto disminuye la
autoestima. Ésta se recupera siendo amado. Un trastorno
severo de la autoestima retrae libido de los objetos y la
ubica en el yo, como para restañar sus heridas, transforma
así la disminución de la valoración yoica en la situación
contraria, lo que se expresa como diversos rasgos de
carácter* del tipo de la altanería y la arrogancia. En los
casos más graves se llega al delirio* de grandeza o
megalornanía*. Es el caso de las afecciones narcisistas en
general y la manía* y la paranoia* en particular. En las
neurosis de transferencia* la autoestima suele estar
disminuida, pues la libido inviste los deseos* objetales de la
fantasía*, los cuales son imposibles de satisfacer por haber
sido reprimidos. Esto vacía de investidura al yo,
disminuyendo en consecuencia la autoestima. En el
tratamiento psicoanalítico de las neurosis transferenciales,
cuando se consigue levantar represiones* haciendo
consciente* lo inconsciente*, se dejan libres investiduras
libidinales que refuerzan así al yo y aumentan su
autoestima y por lo tanto su capacidad de amar. Un caso
especial de disminución de la autoestima lo constituye la
melancolía*, en ella la pulsión de muerte* se desmezcla. El
objeto es confundido, por la identificación*, con el yo. Y
entonces el odio* al objeto se convierte en odio al yo.

Autoplástica, conducta

Se dice de un tipo de conducta, propio de las psicosis* y en


parte de las neurosis*, que en su empeño de modificar una
realidad* inaceptable, se limita a alteraciones internas*,
que a lo sumo modifican la percepción* (alucinación*), la
concepción de la realidad (delirio*), o producen alteraciones
del cuerpo propio (síntomas* neuróticos, algunos
equivalentes de angustia* y la angustia misma), pero no la
realidad misma. Freud habla de esta adjetivación de la
conducta en su artículo de 1924: La pérdida de realidad en
la neurosis y la psicosis.
Autorreproches

Reproches dirigidos al yo* por el superyó*. En el caso de la


neurosis obsesiva* en particular o de las neurosis* en
general, por no acercarse el yo al ideal del yo* pretendido
por el superyó. En la neurosis obsesiva los autorreproches
son particularmente sádicos, pues la libido* ha regresado* a
la etapa del erotismo sádico-anal* y arrastrado con ella al
yo y el superyó. La actitud del yo es la de sometimiento
frente al superyó, pero bajo protesta y esperando una
distracción de éste para rebelarse. Esto producirá la queja
(es la del yo ante su superyó que lo somete), como rasgo
de carácter* obsesivo. En el caso de la melancolía*, los
autorreproches son casi patognomónicos, y su presencia
permite diferenciar a la melancolía del duelo*.
Corresponden a una ruptura libidinal con el objeto*, la
desinvestidura* de la representación* inconsciente* (Inc.)
de éste, y la identificación* del yo con el objeto, como en la
época del yo-placer*. Pero el vínculo de odio* que antes se
tenía con el objeto ahora se tiene con el yo y por eso se le
“reprocha” desde el superyó. En este caso el yo no se
rebela y esto puede conducir al paciente al suicidio, que
imaginariamente sería un asesinato del objeto identificado
con el yo.

Banquete totémico

Concepto desarrollado por William Robertson Smith, que


Freud aprovechó como parte de su construcción teórica, su
por él llamado “mito científico”, sobre el origen de la
cultura* humana en general y del totemismo* en particular.
Robertson Smith formuló “el supuesto de que una peculiar
ceremonia, el llamado banquete totémico, había formado
parte integrante del sistema totemista desde su mismo
comienzo” (Tótem y tabú, 1912-13, A. E. 13:. 135). En este
banquete se sacrificaban en determinadas fechas, animales
cuya carne y cuya sangre tomaban en común el dios y sus
adoradores. Un sacrificio así era una ceremonia pública, la
fiesta de un clan entero. “El poder ético del banquete
sacrificial público descansaba en antiquísimas
representaciones acerca del significado de comer y beber
en común. Comer y beber con otro era al mismo tiempo un
símbolo y una corroboración de la comunidad social, así
como de la aceptación de las obligaciones recíprocas. [ ...]
El animal sacrificial era tratado como pariente del mismo
linaje; la comunidad sacrificadora, su dios y el animal
sacrificial eran de una misma sangre, miembros de un
mismo clan” (1912-13, id. pág. 136-38). Robertson Smith
identifica pues, sobre la base de abundantes pruebas, al
animal sacrificial con el antiguo animal totémico. Todos los
animales sacrificiales eran originariamente sagrados, y
solamente en oportunidades festivas y con la participación
de la tribu era lícito comer su carne. “El clan, en ocasiones
solemnes, mata cruelmente y devora crudo a su animal
totémico, su sangre, su carne y sus huesos; los miembros
del linaje se han disfrazado asemejándose al tótem, imitan
sus gritos y movimientos como si quisieran destacar la
identidad entre él y ellos. [...] Consumada la muerte, el
animal es llorado y lamentado. El lamento totémico es
compulsivo, arrancado por el miedo a una amenazadora
represalia, y su principal propósito es [...] sacarse de
encima la responsabilidad por la muerte”. A continuación
prosigue la fiesta, la cual “[ ... ] es un exceso permitido,
más bien obligatorio, la violación solemne de una
prohibición” (id. pág. 142). Para Freud el banquete
totémico, acaso la primera fiesta de la humanidad, sería la
repetición y celebración recordatoria del momento en que
en la horda primitiva* darwiniana, se unieron todos los hijos
en el destierro y mataron al padre devorándolo. Este hecho
generó y fue generado por la “alianza fraterna”* que
produjo luego los vínculos sociales. Apareció la prohibición
del incesto y el parricidio desde dentro de ellos, como
producto de la añoranza* por el padre y la culpa* por
haberlo matado, generando el superyó*. Se repetiría en esa
fiesta, ahora desplazado al animal tótem, aquella hazaña
memorable y criminal con la cual tuvieron comienzo tantas
cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y
la religión.
Barreras-contacto

En el Proyecto de psicología (1950a [1895]), forma de


vinculación entre las neuronas* psi que además actúa como
barrera entre ellas para el pasaje de la cantidad de
estímulo. Merced a esta función de barrera, las neuronas
psi consiguen mantener cierta cantidad de energía
almacenada, necesaria para posteriormente realizar la
acción específica*. Esta última necesita en general de
mayor cantidad de energía que la proveniente de los
estímulos que buscan descarga, pues el individuo está
expuesto al “apremio de la vida”*. Las barreras-contacto
corresponden, entonces, a la función secundaria, el aparato
psíquico pasa así del principio de inercia* al principio de
constancia*, pues se cuenta con una cantidad constante
imprescindible para producir la descarga cuando llega el
estímulo. En ese sentido cumple con la función secundaria
(principio de constancia) y la primaria (principio de inercia),
pues es necesaria la secundaria para poder realizar la
primaria. Además las barreras -contacto participan de cierta
explicación sobre la memoria, que aquí es definida como la
aptitud de las neuronas para ser alteradas duraderamente
(su manera posterior de descargar, o la forma de ser
atravesadas por el estímulo) por un proceso único. Al pasar
el estímulo de una neurona a otra, lo hace de una
determinada manera, esta forma de pasaje indicará
(facilitará) el camino a ulteriores pasajes, que sin embargo
en ocasiones, por otras causas, tomarán otra dirección,
dejando, desde luego, nuevas huellas y facilitaciones*. La
memoria estará constituida, entonces, por las facilitaciones
existentes entre las neuronas psi; o mejor dicho, lo estará
por las diferencias de facilitación que se crean en los
diferentes pasajes entre las neuronas psi. Cuánto estímulo
dejará pasar la barrera-contacto dependerá de los
siguientes factores: a) que el estímulo esté más o menos
facilitado (la facilitación a su vez la produjo la cantidad de
estímulo que pasó y el número de repeticiones del proceso,
a mayor cantidad y mayor número de veces, mayor
facilitación), b) la cantidad de estímulo actual (la cantidad
actual también facilita el pasaje), c) la presencia de
cantidad en una neurona contigua (aquí ya a la cantidad de
excitación* deberíamos llamarla investidura*), la que actúa
como polo que atrae (éste es el mecanismo que va a usar el
yo*, poniendo investiduras colaterales que desvían la
circulación de la energía, consiguiendo de esta manera
conducirla). Las barreras-contacto son un mecanismo
pensado en el contexto de un esquema neurológico y en
ese sentido es mencionado por J. Lacan: “En 1895, la teoría
de la neurona no existía. Las ideas de Freud sobre la
sinapsis son enteramente nuevas. Freud toma partido por la
sinapsis como tal, es decir, por la ruptura de continuidad
entre una célula nerviosa y la siguiente” (Seminario II). Para
nosotros principalmente son válidas como modelos
psicológicos, en especial si sustituimos a las “neuronas” por
“representaciones”* (como, por otro lado, lo hace el mismo
Freud a medida que transcurre el texto del “Proyecto”) y a
las barreras-con tacto como modelos de formas de vínculo
entre ellas, como las distintas formas de asociación*, o de
relaciones lógicas, por ejemplo. ¿No se produce a través de
esas barreras el pasaje al proceso secundario*. ¿Éste no se
construye con relaciones lógicas entre las
representaciones? Este tipo de relación entre
representaciones ¿no necesita fuerte investidura y débil
desplazamiento*? ¿A través de qué se producen los
desplazamientos? Se producen a través de estos puentes.
Son los mismos “puentes”, estas barreras -contacto, que
trata de romper el obsesivo con su mecanismo de
aislamiento*.

Belle indifférence

Característica de los pacientes (en general mujeres, pues la


histeria es más típicamente femenina, de ahí lo de “belle”)
histéricos de conversión* principalmente con trastornos
motores, pero también cuando los síntomas* mayores
residen en el área sensorial. Fue descrita por Charcot. En la
histeria de conversión, la represión* de los retoños de las
representaciones* incestuosas es exitosa, en tanto
consigue hacer desaparecer tanto la representación como
el monto de afecto*, mientras que en la histeria de
angustia* y en la neurosis obsesiva* la angustia* se hace
presente. El contenido representacional de la pulsión* se ha
sustraído radicalmente de la consciencia*. En ella no queda
ningún tipo de representación-palabra* que pueda “hablar”
de lo reprimido. Ha surgido en su reemplazo, como
formación sustitutiva* (al mismo tiempo como síntoma) una
inervación hiperintensa (somática), unas veces de
naturaleza sensorial y otras motriz, ya sea como excitación
o como inhibición. Al ser exitosa la desaparición del monto
de afecto, se hace notoria la indiferencia de la paciente
ante un síntoma corporal, como la parálisis de un miembro,
que en un caso de enfermedad orgánica debería despertar
angustia realista*, cuando menos.

Beneficio primario (de la enfermedad)

Tipo de solución a la que arriba el yo* frente a un conflicto


psíquico*, probablemente la económicamente más cómoda.
El yo está sometido a exigencias muchas veces
contrastantes y conflictivas. Por un lado están las
pulsiones* del ello*, que suelen chocar con las aspiraciones
provenientes del superyó/ideal del yo*. El yo debe hallar
una síntesis entre éstas, lo que implica un arduo trabajo de
elaboración, y mientras tanto debe defenderse de la
angustia señal* con que lo amenaza el superyó* (angustia
ante el superyó*), de la realidad* (angustia realista*,
angustia social*). No le queda, por lo común, más que
apelar al principio de placer* y automáticamente desplegar
los mecanismos de defensa* inconscientes*, que generen
transacciones creando síntomas* neuróticos, rasgos
patológicos de carácter*, incluso escisiones del yo*. El yo
evita así el conocimiento del conflicto haciéndolo
inconsciente. El beneficio primario va a resultar una fuerte
resistencia* yoica contra la cura. El tratamiento psicoana-
lítico tendrá que sacarlo a la luz y traerlo a la consciencia*,
al conocimiento del yo Prec.

Beneficio secundario (de la enfermedad)

Tipo de resistencia* yoica a la cura, o sea al hacer


consciente* lo inconsciente*, por lo tanto rellenar las
lagunas mnémicas e integrarlas al yo* después de un
trabajo de reelaboración*. Se basa en una cierta integración
del síntoma* en el yo, merced a la cual se consigue, por
ejemplo, cuidados o atención* de parte de los objetos* que
quizá de otra manera no se hubieran conseguido (según lo
siente el paciente). No está en la base de la enfermedad ni
es causa de ella, pero aparece secundariamente y
contribuye a sostenerla y hasta actúa como motivo para no
abandonarla, o como resistencia a hacerlo. Dice Freud:
“Cuando una organización psíquica como la de la
enfermedad ha subsistido por largo tiempo, al final se
comporta como un ser autónomo; manifiesta algo así como
una pulsión de autoconservación y se crea una especie de
modus vivendi entre ella y otras secciones de la vida
anímica, aun las que en el fondo le son hostiles. Y no
faltarán entonces oportunidades en que vuelva a revelarse
útil y aprovechable, en que se granjee, digamos, una
función secundaria que vigorice de nuevo su subsistencia.
[ ... ] Lo que en el caso de la neurosis corresponde a esa
clase de aprovechamiento secundario de la enfermedad
podemos adjuntarlo, como ganancia secundaria, a la
primaria que ella proporciona” (Conferencias de
introducción al psicoanálisis, 1915-17, A. E. 16: 349-50). En
Inhibición, síntoma y angustia (1925) Freud la incluye como
una de las tres resistencias yoicas, junto a la de represión*
y la de transferencia*; además de las del ello* y el
superyó*.

Cantidad de excitación

Monto de energía que penetra en el aparato y es percibido


en el polo percepción consciencia (PCc.), proveniente del
mundo exterior (la naturaleza, los semejantes), del propio
cuerpo, o de ambos lugares en forma combinada. El PCc.
está compuesto esencialmente por los órganos de los
sentidos, en los que se ubican también las diferentes zonas
erógenas*. Sea que provenga de la naturaleza, los
semejantes o el propio cuerpo la energía produce un primer
tipo de respuesta: una “alteración interna”*, tipo de
reacción inespecífica, respuesta refleja, relicto de lo que en
la filogenia pudo haber sido una acción sujeta a un fin y
ahora expresa una emoción, un afecto*. La cantidad, al ser
percibida en el PCc., se torna cualidad*: displacer*. La
cantidad de estímulo proveniente del propio cuerpo, una
vez penetrada en el aparato psíquico, también se liga con
una representación* (primero representación-cosa* o sea
Inc., luego representación -p al abra* si quiere llegar a la
Ce. del yo* y por lo tanto a la acción). Al ligarse con una
representación se transforma en deseo* de algo que ahora
posee una meta, y por lo tanto toma cualidad
representacional. Si el deseo es sexual se llamará también
“libido”*; si está relacionado con la autoconservación,
“interés”*. La denominación de “Eros”* abarca a los dos, si
bien es verdad que el uso -empezando por el de Freud- hizo
de “libido” sinónimo de “Eros”. En realidad, este último es
más amplio, ocupa a las pulsiones de vida* en general,
incluidas las pulsiones de autoconservación*. Eros es
entonces pulsión de vida, en oposición a la pulsión de
muerte*. La pulsión de muerte no tiene representación
inconsciente* (de cosa) de la muerte propia (las
representaciones-cosa son principalmente huellas de
vivencias, verdades históricas*). Por lo tanto no nos queda
más que relacionarla con la representación de la muerte de
otro, lo que la transforma en pulsión de destrucción*
(véase: angustia de muerte). Esta última se muestra en
distintos grados de mezcla*, incluso es llevada a la acción o
no, o reprimida*, como puede serlo el odio* o la pulsión de
apoderamiento*. Sin embargo, en parte queda libre en el
aparato psíquico sin representación, como masoquismo*
primario, tomando la característica de una tendencia a la
desligadura de la cantidad con la representación, contraria
al principio de placer*, una tendencia a volver a transformar
la ya lograda cualidad (representacional) en pura cantidad
(lo inorgánico). En última instancia la pulsión de muerte
busca eso: volver a la cantidad, hacer desaparecer el
mundo de la cualidad, mucho más vinculado con las
pulsiones de vida. La pulsión de muerte, cuando es
deflexionada hacia el mundo exterior, gracias al aparato
muscular, lleva el nombre de “pulsión de destrucción” e
implica ya alguna mezcla con Eros. El aparato psíquico no
soporta grandes cantidades de excitación y se edifica como
una gran complejización que tiende a moderarlas. Lo hace
transformándolas en complejidad o en cualidad. La cualidad
para el aparato psíquico nace de la percepción* consciente,
y la representación es el recuerdo*, más o menos
desfigurado, de ella. Al ligarse la cantidad a
representaciones toma cualidad representacional, cualidad
psíquica; ésta busca volver a tener cualidad perceptual o
sea a “reencontrar”* (La negación, 1925) al objeto ahora
deseado en el mundo exterior y poder, mediante una acción
específica* más o menos compleja, dar salida al nivel de
cantidad de excitación que había dado el “puntapié inicial”.
La energía se liga con las representaciones de dos
maneras: como energía libremente móvil* y como energía
ligada o energía quiescente*. Como energía libre se
desplaza* de una representación a otra utilizando las leyes
de la asociación* como identidades, típica del proceso
primario* Inc. con representaciones-cosa. Como quiescente
la energía tiene fuerte investidura y débil desplazamiento,
con representaciones-palabra típicas del proceso
secundario*, del pensamiento*, cuya sede es el
preconsciente* perteneciente al yo. La cualidad está dada
aquí por la palabra, al ser ésta de por sí una percepción
consciente y por significar, simbolizar o representar a la
representación de la cosa ante la consciencia*. La cantidad
de excitación, si excede cierta proporción, es traumática. La
que proviene de la naturaleza o de la pulsión de destrucción
de los semejantes puede originar las neurosis traumáticas*,
con sus síntomas* típicos. La cantidad de excitación que
proviene de las pulsiones sexuales* de los semejantes,
produciendo excitaciones en zonas erógenas no despiertas
todavía en la vida del niño, por lo tanto sin posibilidad de
ser comprendidas por el aparato psíquico, producirán
traumas* sexuales y se generarán los puntos de fijación* de
la sexualidad infantil*, origen de ulteriores rasgos de
carácter* o neurosis*, etcétera. Cuando a aquella zona
erógena le llega la época de su predominio, lo hace con el
monto de excitación que corresponde al hecho traumático,
lo que hace que el yo tienda a defenderse con una
contrainvestidura* extrema. No en todas las épocas de la
vida es igual la cantidad de excitación proveniente del
cuerpo. En el período del complejo de Edipo* y sus
“reediciones”, la pubertad, adolescencia y menopausia, el
aflujo es mayor y por eso se suelen originar momentos de
descompensación o neurosis. En los escritos
metapsicológicos de 1915 Freud llama quantum de afecto*
a esta cantidad de excitación que circula de distintas
formas por el diferente tipo de representaciones. Quantum
y representación tienen a veces destinos diferentes, en el
caso de la represión por ejemplo, lo que se reprime es la
representación, esto produce disminución o no de la
descarga afectiva pues ésta es independiente de aquella.
De todas formas cuanto más se disminuya o desaparezca el
afecto (la angustia*) más exitosa resulta la represión (es
más exitosa en ese sentido en la histeria que en la fobia* o
la neurosis obsesiva*). El trauma del nacimiento consiste en
una invasión masiva de cantidad de excitación desde las
necesidades corporales fundamentalmente, la que, en
condiciones normales, es calmada por un semejante, por
alguien (objeto* psíquico) del entorno del niño al que Freud
llamó “asistente ajeno”*; por lo cual y de distintas maneras,
de su necesidad de objeto el individuo “no se desprenderá
jamás”. Los distintos tipos de angustia de que se defenderá
el yo (angustia de pérdida de objeto*, angustia de
castración*, angustia ante el superyó* y angustia social*)
serán mediaciones ante aquella fundamental que es la
invasión de cantidad sobre el aparato psíquico, la angustia
automática*. El esquizofrénico es víctima en los inicios de
su enfermedad (cuando rompe con el deseo Inc. del objeto
desinvistiendo la representación-cosa de éste) de la
invasión masiva de cantidad de excitación o angustia
automática (la cantidad de excitación después de
determinada magnitud automáticamente deviene en
angustia), esto coincide con la vivencia de fin de mundo*,
producto de la desinvestidura* de la representación Inc. de
los objetos, lo que deja inerme al aparato psíquico para
poder ligar a la cantidad de excitación y cualificarla,
complejizarla (Lo inconciente, 1915; Complemento
metapsicológico a la doctrina de los sueños, 1915-17).

Carácter

El carácter de una persona es esencialmente la manera de


funcionamiento de su yo*, su manera de realizar sus
acciones específicas* o de no hacerlas, sus puntos de
fijación*, sus mecanismos de defensa* más comunes ante
sus pulsiones* y ante los peligros del mundo exterior, sus
actitudes, sus atributos, en suma las características
principalmente de su yo. Por lo tanto el carácter se va
formando de la misma manera y a medida que se va
formando el yo de una persona. Freud describe al yo como
formándose desde la “superficie” del individuo (El yo y el
ello, 1923), o sea en contacto con la realidad* exterior,
como produciéndose en el vínculo con ella. Y, ¿cómo
penetra la realidad exterior en el aparato psíquico* del
individuo? Ciertamente, empieza penetrando por el polo
perceptual* (PCc.). Pero, ¿cuándo, cómo y por qué una
percepción* se transforma en el yo de un individuo? Lo
hace porque el aparato psíquico busca la identidad. El yo
introduce la realidad en sí mismo volviéndose igual a ella,
idéntica a ella, identificándose* con ella. Y ¿cuál es la
realidad exterior? Fundamentalmente aquella de la que
provienen las vivencias de placer* y dolor*, o sea la
realidad de los objetos*, la realidad de que éstos son las
fuentes deseadas de placer (lo que en forma paulatina se
reconoce, “casualmente” a medida que va formándose el
yo). La identificación es “[...] la más temprana
exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona”
(Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, A. E. 18:
99). El nombre completo de esta identificación, primera en
el tiempo, es “identificación primaria”* también porque es
anterior al reconocimiento del objeto de placer como ajeno
al yo. Los atributos del objeto, aunque no reconocido como
tal, pasan a integrar el yo, pasan a ser sus propios
atributos, su manera de manejar la acción. También se
incluyen, como tendencia, los puntos de fijación, los
mecanismos defensivos, etcétera. Estas identificaciones
primarias se producen en un aparato psíquico que funciona
con la categoría del ser*. A medida que se reconocen los
objetos como fuente de placer, se van estableciendo con
ellos distintos vínculos. Unos serán “elecciones de objeto”*
en los que predominará la categoría del tener*. Éstas se
van haciendo por apuntalamiento* de la pulsión sexual*
sobre la pulsión de autoconservación*. Con otros objetos
habrá identificación, en la que se mantiene la categoría del
ser. La elección de objeto y la identificación con el mismo
llegarán a ser opuestos, en especial tras el reconocimiento
definitivo de la diferencia de los sexos. Después del
complejo de Edipo* declina la atracción por los objetos que
pertenecen a este período (pasan a ser sentidos como
incestuosos), gran parte de los atributos de ellos terminan
de pasar al yo “reforzando de ese modo la identificación
primaria” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:33) y en especial
van a integrar, por identificación secundaria* entonces, una
parte del yo que se llamará superyó*. En el varón reforzará
o dará origen oficial a su masculinidad, a su vez reforzará
su carácter*; le dará una modalidad más definitiva en la
que se integrarán más firmemente los mecanismos de
defensa o represiones secundarias* que si son muy
intensos y/o se rigidifican, generarán una “alteración del
yo”* o de su carácter, constituyéndose en caracteropatía. El
yo es una entidad eminentemente defensiva contra las
pulsiones provenientes del ello*, y las características
propias de estos métodos defensivos van a constituir
también ciertas particularidades de diferentes tipos de
carácter. Una de las principales y más exitosas maneras de
defenderse contra la pulsión es la sublimación*, o sea la
transformación de la pulsión en una acción aceptada
socialmente y por lo tanto por el yo y el superyó. La
transformación de las pulsiones anales en tendencia al
orden, al ahorro o la tenacidad, es uno de los tantos
ejemplos. También la de las pulsiones fálico-uretrales en
ambición. En estos casos las sublimaciones no son meros
actos satisfactorios, sino que toman el rasgo de una
característica yoica, una manera de hacer, se transforman
en rasgos de carácter. En relación a los mecanismos de
defensa, el paradigma de los generadores de rasgos
caracterológicos es la formación reactiva*, la que consigue
la “salud aparente, pero, en verdad, de la defensa lograda”
(Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de
defensa, 1896, A. E. 3:170), típica del período de latencia*
en general y del carácter obsesivo en particular. Los
mecanismos defensivos en la medida en que se rigidifican,
incluyendo en ellos la desmentida* de la diferencia de
sexos perversa, generan rasgos de carácter más o menos
patológicos. En suma, el carácter no es una estructura en
sí, sino los atributos de una estructura que se llama el yo,
en la que participa también el superyó, parte especializada
de aquel. Atributos defensivos, entonces, de una estructura
yoica contra la pulsión del ello, proveniente desde la
realidad exterior y presionada a su vez por otra estructura
que surge en el aparato psíquico después del complejo de
Edipo y que se va a escindir del yo reforzando la
constitución del carácter: el superyó. El carácter termina
siendo, por lo tanto, la manera de ser de una persona;
precipitado de su historia, sus hechos traumáticos, sus
fijaciones, sus compulsiones repetitivas*, sus vínculos y
elecciones de objeto, sus mecanismos defensivos, todos
éstos a su vez íntimamente vinculados con sus distintos
tipos de identificaciones. El carácter de una persona ayuda
a mantener su “normalidad”, no es necesariamente
patológico. Tomará este rumbo cuando se torne rígido, con
pocas variables para enfrentar las frustraciones* de la
realidad. Se constituirá así en caracteropatía, la que puede
resultar basamento de posteriores neurosis* o cualquier
otro cuadro patológico. El psicoanálisis puede producir
cambios en el carácter, profundizando en el análisis del yo,
de sus defensas*; reconstruyendo también la historia de
ellas que es en gran parte la historia de la formación del yo.
Historias que vuelven a ser presente, en forma vívida, en el
fenómeno de la transferencia*. El carácter es un triunfo del
yo sobre la pulsión, pulsión que pasa a estar integrada en
él. En tanto hay carácter no hay retorno de lo reprimido*,
no hay síntomas*, no hay neurosis. Uno podría hasta decir
que no hay conflicto psíquico*. Ocurre que la pulsión está
sofocada*, lo que da el aspecto de falta de conflicto. Así y
todo, cualquier aumento en la cantidad de excitación
fácilmente genera descompensaciones, con lo que retorna
lo reprimido y reaparece la neurosis con su conflicto
subyacente.

Carta 52 (a Fliess)

Una de las más famosas cartas de Freud a Fliess (véase:


manuscritos a Fliess), fechada en Viena el 6 de diciembre
de 1896. En ella hace un esbozo de ordenamiento de las
representaciones* que le van acercando a definir su
primera tópica, mientras formula otras ideas importantes
que van a perdurar en el resto de su obra. Habla ahí de que
la representación de los deseos* psíquicos se va generando
por estratificación sucesiva, la que sufre reordenamientos y
retranscripciones. La memoria* no es simple sino múltiple.
Se registra en diversas variedades de signos. Estarían
primero las neuronas* que registran las percepciones*. La
primera trascripción sería el signo perceptivo que se asocia
por simultaneidad. Luego se pasaría al inconsciente*, en
donde intervendrían nexos tal vez causales, las huellas aquí
serán recuerdos* de conceptos. En este último sentido
globalizador se podría pensar su correspondencia con lo
que más adelante llamará representaciones-cosa*. Estas
últimas pueden volver a la consciencia* a través de su
traducción a un tercer tipo de trascripción ligado a
representaciones-palabra*, correspondiente al yo* oficial,
aquí llamado indistintamente preconsciente*. En la carta se
detalla el camino que va desde la percepción, su forma de
inscripción en el aparato psíquico*, hasta la posibilidad de
su recuerdo merced a la palabra. También se explica el
mecanismo de la represión*, relacionando cada una de las
trascripciones con distintas épocas de la vida. Para Freud,
en la traducción de una trascripción a otra una defensa* es
normal si las trascripciones corresponden a la misma fase
psíquica. En cambio existe una defensa patológica contra
una huella mnémica* no traducida de una fase anterior,
Esta defensa se llama represión y sucede con la
sexualidad* por la particularidad que tiene en su desarrollo
evolutivo. Una estimulación genital* sólo será comprendida
o “sentida” en el período* que le corresponde; en períodos
previos no, sucederá el fenómeno del “a posteriori”* por el
que aquella será “recordada” en el período genital, con un
monto de excitación proveniente del anterior episodio
excitatorio, por lo que éste se torna traumático y este
displacer* generará la defensa o represión. Volvamos un
párrafo atrás para aclarar mejor algunas cosas. Freud dice
que una trascripción es traducida a otra. “Según mi mejor
saber o conjeturar” se refiere aquí al hecho de que las
representaciones-cosa son traducidas a representación-
palabra para poder llegar a la consciencia. Si los sucesos
que ocurrieron dejando representación-cosa, lo fueron
anteriores a la posibilidad de poseer representaciones-
palabra que “comprendan” (véase: comprensión) a las
representaciones-cosa, corresponden a una zona erógena*
todavía no desarrollada, y por lo tanto a las situaciones
traumáticas* que dichas representaciones-cosa con-
memoran. Se apela, entonces, a la represión, que en este
caso es sólo contrainvestidura* (represión primaria*), pues
no hay palabra a la que desinvestir*. Si la representación-
cosa encuentra una sexualidad correspondiente al nivel de
la zona erógena en una forma convenientemente
desarrollada, comprendida, “pasada por una investidura*
corporal”, por lo tanto con las representaciones-palabra con
un cierto nivel de elaboración y vinculación entre ellas, se
puede establecer una defensa normal, si no es así deberá
usarse aquella que aquí llama patológica, pero que es la
más común: la represión. En la misma carta trata de
relacionar los recuerdos de los hechos con la causa de la
neurosis*, la histeria*, la neurosis obsesiva* y la paranoia*.
“[...] los recuerdos reprimidos fueron actuales, en la
histeria, a la edad de un año y medio a cuatro; en la
neurosis obsesiva, a la edad de cuatro a ocho años, y en la
paranoia, a la edad de ocho a catorce años" (1896, A. E. 1:
277). Otra consecuencia de las vivencias prematuras es la
perversión*, cuya condición pareciera ser, a esta altura de
la teoría, que la defensa no sobrevenga antes que el
aparato psíquico se haya completado, o que no se produzca
defensa alguna. Posteriormente, a partir de Pegan a un niño
(1919) y del historial del “Hombre de los lobos” (1914), se
comprende que esta afección es producida por otro tipo de
represión o defensa ante el reconocimiento de la diferencia
de sexos que aparece en la etapa fálica, durante el
complejo de Edipo (fálico-castrado), etapa y período a los
que queda fijado, fijación* basada en una desmentida* de
aquella diferencia, a la que a partir de entonces se debe
dedicar a sostener, produciendo escisiones en su yo*.

Castigo, necesidad de

También llamada incorrectamente “sentimiento


inconsciente de culpa”*. Es producto de la pulsión de
destrucción* (deflexión al exterior de la pulsión de
muerte*), reintroducida en el aparato psíquico merced a su
ligadura por el superyó* inconsciente*. La necesidad de
castigo no es percibida por el sujeto como algo en especial,
se infiere de su conducta, o de la persistencia arraigada de
su neurosis*. Ocasiona, cuando es predominante y crónica,
caracteres* patológicos como “los que fracasan al
triunfar”*, o “los que delinquen por sentimiento de
culpa”*.Además es una de las resistencias* más fuertes a la
cura, generadora de la llamada “reacción terapéutica
negativa”* consistente en el empeoramiento de la
enfermedad cuando se ha conseguido reconstruir o develar
el sentido de un síntoma*, de un sueño*, de una compulsión
de repetición* o de un rasgo de carácter. Esta resistencia
corresponde al superyó. También se puede expresar como
tendencia a los accidentes, incluso a las enfermedades
orgánicas. En estos casos suele llamársela “neurosis de
destino”. No olvidemos que el destino para el inconsciente
corresponde al padre, en última instancia al castigo
paterno.

Catarsis

Fenómeno de descarga de la cantidad de excitación*. La


descarga puede ser simultánea al hecho traumático y en
ese caso el aparato psíquico* actúa casi meramente como
arco reflejo, por el principio de inercia*, volviendo
inmediatamente al estado anterior (del nivel de
estímulo).Puede también ocurrir que se retenga el afecto*.
Por ejemplo: cuando una zona erógena* es estimulada en
un momento de la vida en que todavía no esté capacitada
para la descarga. Cuando llega el momento de la vigencia
de la zona erógena en cuestión, el hecho traumático
retorna “a posteriori”* produciendo las sensaciones que no
produjera otrora y de las que el yo* ahora se defiende con
la represión* y su consecuente generación de síntomas*
(cuando no es exitosa y permite el retorno de lo repri-
mido*).El psicoanálisis aquí busca reencontrar los
recuerdos* traumáticos que retuvieron el afecto* en su
oportunidad, para abreaccionarlo* mediante la catarsis*, y
descargarlo. La abreacción, productora de la catarsis, fue el
primer método que suplantó la orden hipnótica, de la que
se mostró como mucho más eficaz. Antecedente o primer
nivel de psicoanálisis, el que nunca lo dejó de lado, más
bien lo incluyó como parte de sí.

Catarsis, según Freud

Escribe Freud en “Dos artículos para enciclopedia”: “De las


investigaciones que constituían la base de los estudios de
Breuer y míos se deducían, ante todo, dos resultados:
primero, que los síntomas histéricos entrañan un sentido y
una significación, siendo sustitutivos de actos psíquicos
normales; y segundo, que el descubrimiento de tal sentido
incógnito coincide con la supresión de los síntomas,
confundiéndose así, en este sector, la investigación
científica con la terapia. Las observaciones habían sido
hechas en una serie de enfermos tratados con la primera
paciente de Breuer, o sea por medio del hipnotismo, y los
resultados parecían excelentes hasta que más adelante se
hizo patente su lado débil. Las hipótesis teóricas que Breuer
y yo edificamos por entonces estaban influidas por las
teorías de Charcot sobre la histeria traumática y podían
apoyarse en los desarrollos de su discípulo P. Janet, los
cuales, aunque publicados antes que nuestros Estudios,
eran cronológicamente posteriores al caso primero de
Breuer. En aquellas nuestras hipótesis apareció desde un
principio, en primer término, el factor afectivo; los síntomas
histéricos deberían su génesis al hecho de que un proceso
psíquico cargado de intenso afecto viera impedida en algún
modo su descarga por el camino normal conducente a la
conciencia y hasta la motilidad, a consecuencia de lo cual el
afecto así represado tomaba caminos indebidos y hallaba
una derivación en la inervación somática (conversión). A las
ocasiones en las que nacían tales representaciones
patógenas les dimos Breuer y yo el nombre de traumas
psíquicos, y como pertenecían muchas veces a tiempos
muy pretéritos, pudimos decir que los histéricos sufrían
predominantemente de reminiscencias. La catarsis era
entonces llevada a cabo en el tratamiento por medio de la
apertura del camino conducente a la conciencia y a la
descarga normal del afecto. La hipótesis de la existencia de
procesos psíquicos inconscientes era, como se ve, parte
imprescindible de nuestra teoría. También Janet había
laborado con actos psíquicos inconscientes; pero, según
actuó en polémicas ulteriores contra el psicoanálisis, ello no
era para él más que una expresión auxiliar, une manière de
parler, con la que no pretendía indicar nuevos
conocimientos. En una parte teórica de nuestros Estudios,
Breuer comunicó algunas ideas especulativas sobre los
procesos de excitación en lo psíquico, que han marcado una
orientación a investigaciones futuras, aún no debidamente
practicadas. Con ellas puso fin a sus aportaciones a este
sector científico, pues al poco tiempo abandonó nuestra
colaboración”.

Cäcilie m.
[psicoan.] Se trata de una paciente histérica mencionada
muchas veces en Estudios sobre la histeria (1893-95).
Freud dice haberla conocido más a fondo que a las otras,
pero que razones personales le impiden comunicar con
detalle su historial clínico. En una nota al pie sobre los
enlaces falsos pone el ejemplo de Cäcilie M., en aquella dice
que “[...] el talante perteneciente a una vivencia, así como
su contenido, pueden entrar con toda regularidad en una
referencia desviante con la conciencia primaria” (1893, A.
E. 11:90). Aparentemente esta apreciación está dirigida a
las racionalizaciones como una forma de enlaces falsos,
pero al hablar del talante y la representación como el
pasaje de una escena a otra, no deja de referirse al
problema de la transferencia y al fenómeno de la represión.
Dice que aparecían reminiscencias, como si se repitieran
escenas que eran precedidas por el talante
correspondiente. La paciente se volvía irritable, angustiada,
desesperada, sin vislumbrar en ningún caso que ese estado
de ánimo no pertenecía al presente, sino al estado que
estaba por aquejarla. En ese período de transición
establecía un “enlace falso”. En otra nota al pie, trae
ejemplos de comunicaciones del paciente que recuerda en
determinado momento un síntoma ya superado tiempo
atrás y éste reaparece al ser recordado, como si fuera esto
una especie de vislumbre o presentimiento, cosa
relativamente común en Cäcilie. “Era siempre una
vislumbre de lo que ya estaba listo y formado en lo
inconsciente, y la conciencia "oficial" (para emplear la
designación de Charcot), sin sospechar nada, procesaba la
representación que afloraba como repentina ocurrencia
dándole la forma de una exteriorización de satisfacción, que
en cada caso, con harta rapidez y puntualidad, recibía su
mentís” (1893, A. E. 2:96). Luego: “[...] uno sólo se gloria de
la dicha cuando ya la desdicha acecha” (1893). Este tema
de los presentimientos o vislumbres, lo va a retomar, según
mi entender, mucho más adelante en la teoría, en una nota
al pie del artículo La negación (1925), sin embargo, es
traducido ahí por Etcheverry como invocación. Por último
Cäcilie M. es usada como ejemplo de formación simbólica
de síntoma. La paciente posee una violentísima neuralgia
facial que emerge de repente dos o tres veces por año.
Cuando Freud intentó convocar la escena traumática, “[...]
la enferma se vio trasladada a una época de gran
susceptibilidad anímica hacía su marido; contó sobre una
plática que tuvo con él, sobre una observación que él le
hizo y que ella concibió como grave afrenta (mortificación),
luego se tomó de pronto la mejilla, gritó de dolor y dijo:
"Para mí eso fue como una bofetada"“ (A. E. 2:190-191).
Con ello tocaron a su fin el dolor y el ataque. Esa neuralgia
había pasado a ser, por el habitual camino de la conversión,
“[...] el signo distintivo de una determinada excitación
psíquica; pero en lo sucesivo pudo ser despertada por eco
asociativo desde la vida de los pensamientos, por
conversión simbolizadora” (id.). El síntoma, en este caso, se
forma originalmente por asociación por simultaneidad,
merced al conflicto y defensa, y luego se lo evoca por
simbolización principalmente de palabra, o sea por analogía
de la expresión lingüística. En otra ocasión atormentaba a
Cäcilie M. un violento dolor en el talón derecho, punzadas a
cada paso, que le impedían caminar. En el análisis se evocó
una oportunidad de una internación clínica en la que le
había expresado al médico el miedo de “no andar derecha”
en esa reunión de personas que le eran extrañas. Freud
dice que en ninguna otra paciente ha podido hallar un
empleo tan generoso de la simbolización, pero que ésta se
debe extender a la histeria en general y que el síntoma
conversivo no hace más que animar las sensaciones a que
la expresión lingüística debe su justificación. Así por
ejemplo, las frases: “[...] me dejó clavada una espina en el
corazón”, o el “tragarse algo” (id.192), son metáforas de
hechos concretos corporales que pueden expresar el dolor
o cierto sometimiento. En estos casos en vez de ser
expresados como metáforas verbales vuelven a ser
“sentidos”, o realizados, en la histeria. Estas sensaciones o
acciones corporales a su vez “simbolizan” a aquellas
metáforas verbales, sin que la consciencia, así, tome nota
del significado. La representación-palabra en la normalidad
puede expresar en forma metafórica, como en esos
ejemplos, los afectos correspondientes a representaciones
de deseo. En la histeria, al ser estas representaciones-
palabra desinvestidas por la represión, no le queda al deseo
Inc. más que la posibilidad de expresar la misma frase
metafórica pero en forma corporal, utilizando el cuerpo en
un sentido simbólico de lo que alguna vez fue concreto,
para poder saltear la represión, y retornar así lo reprimido.
Se apoya en que para Darwin la “expresión de las
emociones” consiste en operaciones que en su origen
estaban provistas de sentido y eran acordes a un fin, por
más que hoy se encuentren en la mayoría de los casos
debilitadas a punto tal que su expresión lingüística nos
parezca una transferencia figural. Es harto probable que
todo eso se entendiera antaño literalmente, y la histeria
acierta cuando restablece para sus inervaciones más
intensas el sentido originario de la palabra.

Celos

Estado afectivo normal, que está en directa relación con el


aspecto de pulsión de apoderamiento* perteneciente a la
pulsión sexual*. Se vincula con la intimidad que busca la
pareja amorosa, pues la pulsión sexual es asocial en ese
sentido. El amor* sexual no es compartible, más que con la
propia pareja. Freud describe tres niveles de celos: 1) los de
competencia o normales; 2) los proyectados y 3) los
delirantes. Los primeros están compuestos del duelo* por el
objeto* de amor que se cree perdido y por la afrenta
narcisista sufrida. Pueden existir sentimientos de hostilidad
hacia los rivales y un monto mayor o menor de autocrítica.
A pesar de ser normales, son irracionales.“[...] arraigan en
lo profundo del inconciente, retoman las más tempranas
mociones de la afectividad infantil y brotan del complejo de
Edipo o del complejo de los hermanos del primer período
sexual” (Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos,
la paranoia y la homosexualidad, 1922, A. E. 18: 217). En
muchos casos incluso son vivenciados bisexualmente, por
ejemplo los celos entre amigos, etcétera. El segundo tipo,
los celos proyectados, provienen de la propia infidelidad,
sea practicada, fantaseada, o reprimida y en segunda
instancia proyectada como alivio del yo* ante su
consciencia moral* y ante los embates de lo
reprimido*.“Los celos nacidos de una proyección así tienen,
es cierto, un carácter casi delirante, pero no ofrecen
resistencia al trabajo analítico, que descubre las fantasías
inconcientes de la infidelidad propia” (1922, id. 218).Los
celos del tercer tipo o estrato (Freud los considera dife-
rentes tipos pero éstos pueden coexistir) también provienen
de anhelos de infidelidad reprimidos, pero en este caso los
objetos de fantasía* son del mismo sexo; las diferencias
sexuales están previamente desmentidas* y luego
reprimidas de una manera muy particular, en la que
intervienen la desinvestidura* de la representación-cosa* y
ulterior proyección* del deseo* inconsciente en el objeto.
Corresponden a una forma de la paranoia*, aquella que
desmiente la moción homosexual no aceptada por el yo, o
sea su “protesta masculina”, la “roca de base”*, tan poco
profunda en la paranoia, por lo que se torna tan difícil su
acceso terapéutico. La paranoia de celos desmiente la
moción homosexual que le retorna desde lo proyectado,
con la frase “No yo amo al varón - es ella quien lo ama” (en
el varón) o “No yo amo a las mujeres - sino que él las ama”
(en la mujer) (Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un
caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito
autobiográficamente, 1911, A. E.12:60).“Frente a un caso
de delirio de celos, habrá que estar preparado para hallar
celos de los tres estratos, nunca del tercero solamente”
(1922, A. E. 18:219).

Censura

Este concepto sufre una evolución particular en la obra


freudiana. Es el proceso en que a una representación
-retoño (de otra representación reprimida primariamente)
se le impide el acceso a un nivel superior del psiquismo (a
la palabra, al preconsciente*), o se le permite siempre que
esté bien disfrazada y no sea reconocida como propia por el
yo*.Freud define en primer término la censura onírica. Su
función es desfigurar la representación* intolerable para la
consciencia*. En el capítulo VII de La interpretación de los
sueños (1900) y en los escritos metapsicológicos de 1915
llevará el nombre de “represión”*. Esta represión escindirá
el aparato psíquico en un Inc.* y un Prec. y a su vez tendrá
dos tiempos: la represión primaria*, que se producirá en los
distintos momentos de la sexualidad infantil* creando sus
fijaciones* que culminan en el período del complejo de
Edipo* y generan la amnesia infantil* posterior; y la
represión secundaria*, que da caza a los retoños de aquella
sexualidad infantil ya reprimida, la que intenta retornar de
lo reprimido* a través de ellos, generando, si lo consigue,
entre otras cosas los síntomas* neuróticos.Freud describe
también una censura consciente que impide el pasaje de
las representaciones-palabra* Prec. a la consciencia (Cc.),
restándoles valor, o por productoras de vergüenza*, etcé-
tera. Esta censura, cuya forma de acción es la de quitarle a
la representación-palabra la sobreinvestidura* de atención*
que necesita para acceder a la consciencia*, es la que se le
pide al paciente que deponga, al entregarle la “regla
fundamental”* de la “asociación libre”*.En términos de la
segunda tópica, la censura es en ese caso ejercida por el
superyó* hacia un yo que no accede al nivel del ideal del
yo* exigido. Tomando la forma de autorreproche* o
autocensura, expresiones de sentimiento de culpa*.
También el superyó puede castigar al yo por permitir éste
al ello* ciertas libertades no aceptadas por la consciencia
moral* (actuadas o fantaseadas). Es un resabio de la
censura de los padres en el momento de la educación;
censura que remite entonces, en el inconsciente, a la
amenaza de castración*.El yo censura en forma automática
a la moción pulsional cuando su representación-cosa* busca
representación-palabra en alguna forma asociada por el yo
con algo no aceptado por el superyó, pues si no le produce
angustia señal* al yo. Éste se defiende de la angustia
aplicándole a la pulsión* los mecanismos de defensa* que
al sustraerle investidura Prec. (a la representación-palabra)
impiden su conocimiento y acceso al yo. Estos mecanismos
de defensa son formas cada vez más sofisticadas de la
censura.

Ceremonial obsesivo

Compulsión* compleja a la que en ocasiones se ve


sometido el paciente neurótico obsesivo*. Le sirve para
controlar la angustia*, la que se hace presente si alguna
causa impide su realización. Aunque el ceremonial suele ser
molesto, el paciente no puede impedirlo. Freud trae un
ejemplo de un niño de once años:“No se dormía hasta no
haberle contado a su madre presente, con los mínimos
pormenores, todas las vivencias del día; sobre la alfombra
del dormitorio no debía haber por la noche ni un papelito y
ninguna otra clase de basura; la cama tenía que arrimarse
por completo a la pared, debía haber tres sillas delante de
ella y disponerse las almohadas de una manera precisa. Y
él mismo, antes de dormirse, tenía que entrechocar sus
piernas cierto número de veces, y luego ponerse de
costado” (Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis
de defensa, 1896, A. E. 3:173, nota).El ceremonial tiene un
fundamento aparentemente racional, siendo absolutamente
irracional. Tiene motivaciones inconscientes que en la
mayoría de los casos pueden ser reconstruidas*, y
encontrarse así el significado y con él la posibilidad de la
vuelta a la racionalidad de la actividad de pensamiento*,
propia del yo*. El caso de ese niño “[...] se esclareció de la
siguiente manera: Años antes había ocurrido que una
sirvienta, encargada de llevar a la cama al bello niño,
aprovechó la oportunidad para acostársele encima y abusar
sexualmente de él. Después, cuando este recuerdo fue
despertado por una vivencia reciente, se anunció a la
conciencia a través de la compulsión al ceremonial descrito,
cuyo sentido era fácil de colegir y fue establecido en detalle
por el psicoanálisis: Sillas delante de la cama, y ésta
arrimada a la pared... para que nadie más pudiera tener
acceso a la cama; almohadas ordenadas de cierta manera...
para q_ estuvieran ordenadas diversamente que aquella
noche; los movimientos con las piernas... echar fuera a la
persona acostada sobre él; dormir de costado... porque en
la escena yacía de espaldas; detallada confesión ante la
madre... pues le había callado esa y otras vivencias
sexuales, por prohibición de la seductora; por último,
mantener limpio el piso del dormitorio... porque el principal
reproche que hasta entonces había debido recibir de la
madre era que no lo mantenía así” (1896, 3:173, nota). El
ceremonial obsesivo es expresión de mecanismos defensi-
vos* del yo como la “anulación de lo acontecido”* y el
“aislamiento”*, cuya progresiva falla permiten cada vez
más el retorno de lo reprimido*; o sea es expresión de la
neurosis obsesiva, aunque en algunos caracteres* anales
normales la tendencia al orden por momentos tome ciertas
características de ceremonial.“El ceremonial neurótico
consiste en pequeñas prácticas, agregados, restricciones,
ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida
cotidiana, se cumplen de una manera idéntica o con
variaciones que responden a leyes. Tales actividades nos
hacen la impresión de unas meras "formalidades", nos
parecen carentes de significado. De igual manera se le
presentan al propio enfermo, pese a lo cual es incapaz de
abandonarlas, pues cualquier desvío respecto del
ceremonial se castiga con una insoportable angustia que
enseguida fuerza a reparar lo omitido. Tan ínfimas como las
acciones ceremoniales mismas son las ocasiones y
actividades adornadas, dificultadas y en todo caso sin duda
retardadas por el ceremonial; por ejemplo, vestirse y
desvestirse, meterse en cama, la satisfacción de las
necesidades corporales. Puede describirse el ejercicio de un
ceremonial sustituyéndolo de algún modo por una serie de
leyes no escritas” (1907, A. E.9:101-2).“En casos leves, el
ceremonial se asemeja bastante a la exageración de un
orden habitual y justificado. Pero la particular
escrupulosidad de la ejecución y la angustia si es omitida
singularizan al ceremonial como una "acción sagrada". Los
hechos que lo perturban se soportan mal, las más de las
veces, y casi siempre están excluidas la publicidad y la
presencia de otras personas mientras se lo consuma”
(id.).Dejamos la palabra a Freud, tan clara resulta su
exposición. Solamente resaltaremos el carácter de acción
sagrada del ceremonial obsesivo, lo que lo vincula más con
el ceremonial religioso. El hecho de que cuando es leve
puede pasar inadvertido o secreto, y entonces aparecer una
crisis de angustia, al impedirlo alguna causa externa. Por
último la vinculación que suele tomar con actos normales
cotidianos relacionados con el tocamiento del cuerpo, las
zonas erógenas*, su visualización, embellecimiento,
etcétera, por lo que éstos, entonces, se tornan tareas
interminables, tormentosas (asearse, cambiarse, acostarse,
comer, etcétera).

Chiste

Procedimiento intelectual por medio del cual un rápido em-


pleo de un proceso primario* ahorra parte del gasto que
demandaba la represión* de las pulsiones sexuales*
incestuosas, de las pulsiones destructivas* y de sus
retoños. Se descarga, entonces, la energía* así ahorrada,
energía cuya descarga da origen al placer* de la risa, la que
según la clase de chiste (como en el chiste tendencioso)
llega a ser risa franca, hasta carcajada. El método que por
un instante se utiliza es el de usar un proceso primario, en
forma parecida al sueño*, pero sin regresión* de palabra a
imagen percibida, sino tratando a la palabra como si fuera
representación-cosa*, o aprovechando los diferentes
significados que tienen las palabras y también las varias
cosas a las que aluden. A veces se cambia una letra o una
sílaba, o las palabras se descomponen en sílabas, gracias a
condensaciones* y desplazamientos* que aprovechan
contigüidades*, analogías*, homofonías, oposiciones*. Son
asociaciones* superficiales de las palabras (analogías
formales) que ocultan asociaciones más profundas (de
significados).En fin, se vuelve a jugar con las palabras como
jugaba el niño durante la época del aprendizaje del
lenguaje*, para el que las palabras más que representar a
las cosas, son una más de éstas. Existen varios tipos de
chistes: del juego infantil con las palabras pasamos al chiste
inocente o abstracto cuyo efecto nunca es excesivamente
reidero; en general nos produce una simple sonrisa. El
chiste que produce más placer suele ser el tendencioso,
que nace de la pulla grosera o insulto sexual con carácter
alegre de los grupos con bajo grado de cultura o inhibición.
En el chiste tendencioso, en forma oculta, mediante con-
densaciones y desplazamientos, se busca agredir*
sexualmente (desnudar) a alguien o agredir simplemente
(desacreditar, degradar a una autoridad por ejemplo). Para
esto se necesita de un tercero que escuche el chiste, éste
es el que principalmente, entonces, sentirá el placer al
producirse la descarga con la risa. Por lo tanto en el chiste
tendencioso hay tres personajes: a) el creador que lo
cuenta, b) la persona de quien se cuenta algo (imaginaria o
ausente por lo general, salvo en la pulla grosera) y c) el
tercero que es el que goza. En el autor o relator del chiste
el placer empieza siendo ínfimo, pero por contagio
(identificación* con el que goza) llega a ser intenso. Este
complejo mecanismo hace que el chiste tenga un efecto
social buscado, necesita espectador, no se puede disfrutar
en soledad. Los mejores chistes equilibrarán el disfraz con
lo entendible para un tercero; si es muy complejo le
demandarán a éste demasiado esfuerzo y perderá el efecto
placentero al demandar gasto. Si es excesivamente fácil
necesita de un talante alegre previo del tercero, en el que
las inhibiciones* estén disminuidas y se convierta en pulla
grosera, con lo que el nivel cultural desciende. Si el tercero
es el que más goza es porque la operación intelectual
creativa, el uso momentáneo del proceso primario insertado
en un discurso en proceso secundario* en forma repentina,
le viene regalada por el autor, no le demanda el gasto que
exige la ocurrencia creativa. Consigue así, mediante la
operación intelectual del otro, dar cierto nivel de
satisfacción a una pulsión* prohibida interiormente en su
aparato psíquico*. Pero el autor necesita del tercero para
gozar, pues como hemos dicho el chiste en soledad no
produce placer, sólo al producir la risa en el tercero el autor
puede sentir placer al contagiarse, por identificación, de la
risa de aquel. Esto transforma al chiste en un fenómeno
social por excelencia, diferenciándose así del humor* que
es un tipo de placer parecido, pero con libido* narcisista. En
el humor el sujeto puede sonreírse de sí mismo, o de los
problemas de la realidad*, gastándoles una broma,
disminuyéndoles con ésta el valor, tornándose por un
instante omnipotente el yo*. El humor no necesita de
terceros, si bien éstos pueden disfrutar de él, al sujeto no le
son imprescindibles para gozar. El chiste es una válvula de
escape que en lo social permite desinhibición de pulsiones
sin llegar a la acción. Puede estar ayudado por una fachada
cómica (véase: cómico), la que va preparando previamente
el ambiente para el placer chistoso.

Cloaca

Segunda de las tres principales teorías sexuales infantiles*.


La primera atribuye a todos los seres humanos un pene y la
tercera es la concepción sádica del coito. La teoría de la
cloaca surge de la ignorancia que tiene el niño sobre la
existencia de la vagina como genital, o si se quiere, de la
desestimación* de la diferencia de los sexos que el niño
realiza. De ahí que atribuya el nacimiento no a un parto
sino a una evacuación. Si los hijos nacen por el ano, los
varones pueden parir igual que la mujer (esto se
corresponde con la primera teoría que dice que las mujeres
tienen pene). En realidad, según esta teoría no existirían
dos sexos más que por los caracteres sexuales secundarios,
la función en la familia, el tipo de preferencias, de manera
de ser, etcétera, pero no por lo esencial. Una vez
reconocida la diferencia de los sexos, al menos en un
primer nivel (la oposición* fálico-castrado), la teoría cloacal
es desechada. Sin embargo, puede permanecer en el
inconsciente* reprimida o incluso dentro del yo*, merced a
mecanismos de escisión yoica* que en parte reconozcan la
castración y en parte no. Esto último sucede, en forma
característica, en el caso de la desmentida* de la diferencia
de los sexos que se produce en la perversión sexual*. En el
historial del “Hombre de los lobos” (1918), Freud plantea
esta problemática y la manera compleja en que aparece en
el caso. El paciente poseía en su yo tres actitudes
diferentes frente a la castración:1 ) Abominaba de ella
desde su “protesta masculina”, lo que originaba la
angustia* de su fobia* (angustia de castración*).2) Tenía
una segunda corriente que aceptaba la castración y se
consolaba con la feminidad como sustituto. Ésta originaba
sus síntomas* de constipación como conversión*
histérica.3) Había una tercera más antigua y profunda que
podía todavía ser activable y que seguramente es la teoría
de la cloaca desestimadora de la castración, que
momentáneamente podría resurgir durante un conflicto
agudo. Con la teoría cloacal se vincula íntimamente la
trasmutación de las pulsiones* anales a través de la
ecuación simbólica: heces-pene-niño-regalo-dinero, todas
identidades para el inconsciente*.

Cómico

Operación anímica placentera, cuyo medio de descarga es


la risa. Se origina como un hallazgo de algo no
necesariamente buscado en los vínculos sociales entre los
seres humanos, que también se puede extender a la
apreciación de ciertos animales, objetos inanimados o
situaciones, que resultan con ciertos atributos exagerados,
caricaturescos, cómicos. La descripción corresponde, por lo
general, a hechos cómicos acaecidos a personas adultas o
por lo menos con un aparato psíquico* terminado de
establecer; con un ello*, un yo* y un superyó*, y en el que
está bien definida la frontera entre lo que es inconsciente*
y lo que es preconsciente* y consciente*. Lo cómico es una
operación que corresponde al yo en su parte preconsciente
(Prec.), lo que pertenece ala actividad de pensamiento*, al
juicio*, al proceso secundario*. No interviene el
inconsciente en su gestación, como en el caso del chiste*.
Lo cómico es algo que se halla en personas, en sus
movimientos, formas, acciones y rasgos de carácter*;
originariamente es probable que sea sólo en sus cualidades
corporales, más tarde * también en las anímicas o bien en
sus manifestaciones. Por otro lado, como decíamos, se
puede extender a animales, cosas o situaciones. Reímos de
los movimientos del clown porque, desmedidos y
desacordes con un fin, nos recuerdan la torpeza infantil.
Reímos de un gasto de energía demasiado grande; desde la
comicidad de los movimientos se puede ramificar lo cómico
a las formas del cuerpo y los rasgos del rostro.¿Por qué
produce efecto cómico lo desmedido y carente de fin del
movimiento, que incluso luego deriva a otras situaciones?
Freud lo atribuye a la comparación entre el movimiento
observado en el otro y el que uno habría realizado en su
lugar. Por el proceso de juicio y a través del “complejo del
semejante”* “Adquiero la representación de un movimiento
de magnitud determinada ejecutando o imitando ese
movimiento, y a raíz de esta acción tengo noticia en mis
sensaciones de inervación de una medida para ese
movimiento” (El chiste y su relación con lo inconciente,
1905, A. E. 8:182). Comprendemos a un semejante
realizando sus mismas acciones; luego, una vez conocidas
éstas, podemos pasar a compararlas con las nuestras. El
proceso se irá simplificando a medida que participe en él la
memoria, lo que nos dispensará de realizar el acto cada
vez, sustituyéndolo por un gasto de investidura* de
representación*. Al ver a un prójimo realizando actos
desmedidos o desacordes a un fin -en la comparación que
automáticamente hacemos, para comprender, con la acción
que realizaríamos nosotros en la misma situación- hay un
ahorro de investidura de representación. Esa energía
ahorrada se descarga por el mecanismo placentero de la.
risa. Así “[...] la génesis del placer por el movimiento
cómico sería un gasto de inervación que ha devenido
inaplicable como excedente a consecuencia de la
comparación con el movimiento propio” (1905, id. 185). El
placer de lo cómico surge entonces de un gasto de investi-
dura de representación que la desproporción del
movimiento realizado por el semejante, nos ahorra.
Complejo de castración

Excitaciones y efectos relacionados con la pérdida del pene.


El desarrollo sexual del niño se realiza en dos tiempos. El
primero dura hasta los cinco o seis años, la sexualidad
infantil* que cae bajo el manto de la represión*, luego es
seguido por un período de latencia*, y el segundo que
resurge en forma definitiva en la pubertad y posterior
adolescencia. En la culminación del período sexual infantil
la zona erógena* predominante es la fálico-uretral*; al
advenir el predominio de esta zona ocurren
simultáneamente múltiples cosas. Por lo pronto se abren
distintos caminos en la evolución del niño y la niña. En el
nivel infantil de conocimiento se notan diferencias sexuales,
las que son vividas como posesión o no de genital (el que
no lo posee es porque fue castrado, el que sí lo posee corre
peligro de serlo). Esta realidad difícil de enfrentar y resolver
con el aparato psíquico* infantil, es aceptada en parte, lo
que originará angustia de castración* en el niño y envidia
fálica en la niña. También puede ser desmentida* en ambos
casos y esto señalar el camino a las perversiones sexuales*,
las que se pueden extender a algún tipo de psicosis*. Tanto
en la niña como en el varón, en el nivel infantil de
pensamiento* no se reconoce del todo la existencia de la
vagina femenina como órgano genital (no obstante, es de
suponer que para el yo* realidad todavía incompleto, en
parte sí, además para las pulsiones sexuales* objetales
también, no hay más que fijarse en los símbolos
universales* de ella que aparecen en los sueños*,
provenientes del inconsciente*), lo que en forma definitiva
deberá lograrse en ambos casos en el largo camino hasta la
pubertad y adolescencia. La vagina y el clítoris son vividos
por ambos, en la etapa fálica, como la castración del único
genital que en última instancia es considerado como tal en
este nivel infantil, el falo. Al miedo del varón ante la
posibilidad de la castración, comprobada entonces en la
visión del genital femenino, se lo llamará angustia de
castración, y es aquella de la que se defenderá,
principalmente, el yo del neurótico adulto con los mecanis-
mos de defensa* inconscientes, origen de rasgos de
carácter* y síntomas* neuróticos. En la niña la aceptación
de la existencia de la castración origina el complejo de
castración por excelencia. Fundará su yo basado en esta
(sentida por ella) mutilación. Esta situación originará
sensación de minusvalía, dependencia extrema, la
constitución de su superyó* será más lenta, no estará
acuciada por la urgencia de la angustia de castración.
Respecto a este punto Freud señala que en la mujer hay
tres caminos principales en su evolución sexual:1 ) La
represión de la sexualidad* en general.2) La no aceptación
de la castración, conducente a la masculinidad en el
carácter, o a la homosexualidad* como perversión.3) El
pasaje a la feminidad aceptando la diferencia entre los
genitales femeninos y los masculinos, entre la masculinidad
y la feminidad, con sus características propias. No como
una castración de la posesión de una única forma posible
de genital (el falo). Este último paso podrá ser logrado a
partir de la pubertad y obviamente será el camino normal,
el que sin embargo incluye en parte, reprimidos, los
anteriores.

Complejo de Edipo

Período* culminante de la sexualidad infantil* en el que


termina de desarrollarse la pulsión sexual* objetal, la que
va a tomar la característica de incestuosa, pues se ha
apuntalado en la pulsión de autoconservación* y por lo
tanto elegirá como objeto*, al mismo que satisfacía a esta
pulsión*. Así, se originarán diferentes tipos de
problemáticas, al ser justamente la prohibición del incesto
uno de los pilares básicos sobre los que se edificó la
cultura* humana. Transcurre durante un período de la
evolución del infante, alrededor de los cuatro a seis años.
Luego el niño entra hasta la pubertad en un “período de
latencia”* de la sexualidad*, similar a las glaciaciones en el
desarrollo de la humanidad. Es decir, la evolución sexual
humana se realiza en dos oleadas: desde el nacimiento
hasta el período culminante del complejo edípico, su
posterior represión* o sepultamiento* junto con toda la
sexualidad infantil previa (lo que genera la amnesia
infantil*) y una segunda y definitiva oleada en la pubertad y
adolescencia. En el intervalo, el período de latencia. La
represión, o el sepultamiento, del complejo de Edipo
centrada en el incesto y el parricidio es condición para el
acceso a la cultura. En su lugar, como “monumento
conmemorativo se establece una estructura en el aparato
psíquico* llamada superyó*. Es el “complejo nuclear de las
neurosis”, pues toda la patología psíquica representacional
proviene de la defensa que realiza el aparato psíquico ante
la conflictiva que directa o indirectamente surge en ese
período de la vida. Durante la evolución sexual infantil, al
entrar en el período en el que predomina la zona erógena*
fálica como punto principal de las sensaciones placenteras,
suceden varias cosas. Por lo pronto todas las zonas
erógenas predominantes previas (oral, anal, etcétera), con
satisfacciones parciales y aisladas entre sí, caen bajo la
supremacía fálica, lo que les da una unidad a las distintas
sensaciones corporales, y consolida la formación de un yo*
cuyo origen es básicamente corporal. Al mismo tiempo que
concluye de formarse éste que será un yo realidad
definitivo*, también lo hace el objeto, que ya venía siendo
reconocido como tal en diferentes niveles a medida que
progresaba el aparato muscular, con la realización de
juegos infantiles y el aprendizaje del lenguaje*,
“comenzados” en la etapa anal. El objeto, decíamos,
termina de ser reconocido (o su reconocimiento tiene un
primer nivel de conclusión) como principal fuente de
placer*, al mismo tiempo que se admite definitivamente
(suele haber avances y retrocesos) que no se lo es (como
en el yo-placer*) y por lo tanto que se desea tenerlo. La
aparición de la categoría del tener* sobre la del ser* implica
reconocimiento de la oposición* yo-objeto y en parte
comienza de entrada con el yo realidad inicial*, se va
afirmando en la etapa anal y se confirma en la fálica con el
agregado en ésta de la diferencia sexual que aparece,
además de la presencia del rival. Hay un primer nivel de
elección de objeto* al ser reconocido éste como principal
fuente de placer, apuntalado en parte sobre las pulsiones
de autoconservación y en parte desde el narcisismo*
proveniente de] objeto (objeto en ese momento no
reconocido como tal, sino como yo en la medida en que
producía placer). Por lo tanto el primer objeto elegido tanto
por la niña como por el varón, más allá de que sea ésta una
elección narcisista o por apuntalamiento, será la madre. En
la niña, el vínculo materno preedípico* es más firme y
duradero que en el varón, desde aquí parten distintos
derroteros ya previamente vislumbrados en las metas
activas y pasivas de la pulsión (véase: activo-pasivo y meta
pulsional), que luego se irán separando cada vez más. El
advenimiento definitivo del yo de realidad hará que el
autoerotismo*, antes predominante, dé paso al narcisismo;
éste podrá ser desexualizado, devenir así en el amor* sobre
una abstracción surgida del propio cuerpo (donde tiene su
sede principal) pero que no es el cuerpo: el yo. ¿De qué
cuerpo nace el yo? De uno con historia y con lenguaje, que
puede hablar de él, que puede pensarse, recordarse. Es una
creación humana producto de su historia y productora a su
vez de historia, y también de las huellas dejadas por ella en
ese cuerpo. Llegada la etapa fálica, sucumben las teorías
sexuales infantiles* previas, como la teoría de la cloaca* y
la madre fálica*. El niño y la niña se enfrentan a un primer
nivel de diferencia sexual, en que se valora narcisistamente
el masculino como único genital. Esto resulta traumático: la
niña siente que no lo tiene y el varón que corre peligro de
ser despojado de él. La diferencia sexual, en este período,
se plantea en términos de fálico-castrado. El
reconocimiento de la diferencia sexual, necesario para la
evolución de la libido* objetal, es una encrucijada para el
narcisismo o, lo que es lo mismo, la libido que se satisface
en el yo. A este yo que termina de consolidarse con el
predominio fálico no le resultará nada fácil superar la
posibilidad de perder eso que concentra el narcisismo, el
amor a sí mismo; además de que es el arma para amar,
desde la libido objetal, al objeto y ser amado por él. Como
consecuencia, surge el complejo de castración*, que se
acompaña en el varón de la angustia de castración* y en la
niña de envidia del pene*. En la niña la castración parece
consumada, mientras que en el niño se presenta como
posible, por lo que en 61 se va configurando un complejo de
Edipo positivo: el objeto deseado es la madre y el temido
castrador es el padre (esto último, apoyado en la filogenia).
Por lo tanto, en el niño varón que va reconociendo a su
madre como castrada y es atraído, desde la libido objetal,
por ella, comienza a hostilizarse la identificación* que
principalmente había tomado hasta ahora de su padre y
teme a la castración como proveniente de él o de un
sustituto, que generalmente es un animal (relicto totémico),
origen de las zoofobias* infantiles. El caso hasta aquí
expuesto en forma somera y típica es el del complejo de
Edipo positivo en el varón, con predominio de libido objetal
sobre la narcisista. Pero, como todo ser humano, posee una
bisexualidad* constitucional y a veces los avatares dificul-
tosos del vínculo con el objeto hacen que predomine la
libido narcisista. Se tiene entonces mayor necesidad* de la
pertenencia segura del pene en sí, y no sólo como medio
para amar al objeto, como sostén del narcisismo. En ese
caso se recurrirá a defensas* más extremas al llegar el
momento del reconocimiento de la diferenciación sexual. La
diferencia de los sexos será desmentida*. Si así ocurre, ¿a
dónde regresar sino a la teoría infantil de la cloaca? Por lo
común la desmentida se alcanza en forma parcial, lo que
genera una escisión del yo*, por la que simultáneamente se
acepta y no se acepta la diferencia sexual. En estos casos,
se buscará como objeto al padre del mismo sexo, ello
puede derivar en una ulterior fijación* homosexual, la que a
su vez puede ser causa de una ulterior perversión sexual*,
o generarle rechazo al yo desde la “protesta masculina” y
producirle angustia señal* de castración, siendo posible
reprimirla por éste de diversas maneras. Esta angustia sería
de castración, pues el ubicarse en una posición femenina
en el vínculo con el padre, en este nivel, de psiquismo
infantil, implica la aceptación de la castración propia. Ante
este peligro se puede reprimir todo esto (fijación homo-
sexual con desmentida incluida), pasando a construirse,
sobre el complejo de Edipo negativo desplegado de esta
manera, una fijación, motor posteriormente de neurosis
histéricas*, fobias* o neurosis obsesivas* (por ejemplo:
“Dora” y el “Hombre de los lobos”); y por supuesto, la
paranoia*, psicosis* en la que además intervienen otros
mecanismos (Schreber). El complejo de Edipo positivo y el
negativo se superponen en diversas proporciones,
configurando el llamado complejo de Edipo* completo.
Tanto en el positivo como en el negativo se teme que la
castración provenga del padre, y en la fijación neurótica, la
angustia de castración es percibida como angustia realista*
en el período de la aparición del complejo edípico. El yo la
usará, tiempo después, como señal para poner en acción
los mecanismos de defensa* ante la pulsión con libido más
o menos narcisista, más o menos objetal (con un yo desco-
nocedor o reconocedor previamente de la diferenciación
sexual). Estos mecanismos de defensa generarán rasgos de
carácter* a veces patológicos que derivan en
caracteropatías, o bien en neurosis*, cuando fallan en sus
objetivos. Es probable que surja la homosexualidad* o el
fetichismo* estructurado más o menos sólidamente, cuando
la desmentida de la diferencia de los sexos predomine y
consiga su objetivo de que no se le produzca angustia de
castración al yo; o cuando la necesidad del reaseguro de la
imposibilidad de la existencia de la castración, supere a la
posibilidad de tolerancia de la angustia de castración. Las
vicisitudes de la niña son diferentes. Su vínculo preedípico*
con la madre es más largo y profundo (hasta los cuatro o
cinco años), al punto de que podríamos decir que el vínculo
de la mujer con el objeto madre comienza siendo preedípico
y se va convirtiendo en edípico negativo, en todo ese
período infantil primero existe la desestimación* que luego
va deviniendo en desmentida de la diferenciación sexual.
Cuando comienza a aceptar ésta, se va formando el puerto
de arribo al complejo de Edipo positivo. Al descubrir la niña
la diferencia entre su clítoris -zona erógena rectora de la
etapa fálica en la mujer- y el pene, se siente objeto de una
injusticia, de una minusvalía que en un principio es sentida
como un castigo propio, luego se extiende a otras niñas y
más tardíamente a la madre y a la mujer en general. La
comparación del clítoris con el pene la hace sentirse
mutilada, y envidia ese órgano al niño, del que siente haber
sido despojada; esta envidia la impulsa a sofocar
rápidamente la masturbación clitoridiana. El sentimiento de
menoscabo deja huellas profundas en el carácter femenino
y ayuda, junto al predominio previo de la pasividad como
meta pulsional*, a que su aparato psíquico se forme
predominantemente como objeto más que como sujeto, a
las dificultades en la constitución de su yo. Si el sentimiento
de menoscabo es reprimido y queda confundido en ella lo
femenino con lo castrado, no podrá superarlo justamente
por estar reprimido, fuera del alcance de la actividad de
pensamiento*. Entonces lo femenino será sinónimo de
desvalorizado (coincidiendo en esto con el niño), y ella
tendrá un ideal masculino al que nunca podrá acceder.
Caerá presa, entonces, de la envidia fálica e intentará ser
un varón o hacer todo lo que se supone que hace un varón,
como una forma de obtener el pene anhelado (el juego de
las muñecas también implica cierta forma activa de poseer
un pene). Su narcisismo sufre una herida fundamental en
esta época de la formación definitiva de su yo, herida que,
como decíamos, genera marcas indelebles en el carácter
femenino (su gran necesidad de ser amada, mayor que en
el varón, su menor autonomía y su mayor dependencia en
consecuencia). En el momento de reconocer la castración
como característica universal femenina, por lo tanto la no
existencia de la madre fálica, la niña hace culpable
precisamente a su madre de su minusvalía y rompe
agresivamente su vínculo preedifico y edifico negativo con
ella, el que pasa al estado de represión. Al mismo tiempo se
acerca al padre en procura de un pene. Por la ecuación
simbólica heces-pene-niño, va derivándose este anhelo
hacia el deseo* de poseer un hijo del padre. Así entra en el
período del complejo de Edipo positivo, el que dura también
más que en el varón ya que no hay angustia de castración
que fuerce a la represión urgente (la angustia de pérdida de
amor* pasa a sentirse respecto del amor del padre y la
acerca a éste, más que alejarla). Paulatinamente, se irá
instaurando un superyó más laxo y más preconsciente*
(Prec. ) que el del varón, más dependiente de las
circunstancias exteriores reales y más tardío. A lo largo del
camino irá descubriendo las sensaciones relacionadas con
el resto del aparato genital femenino y desarrollando así su
feminidad adulta, una oportunidad para restaurar su
narcisismo disminuido por el complejo de castración. Éste
será reprimido al inconsciente*, y desde allí podrá ser la
causa de ulteriores períodos depresivos, paranoides o
neuróticos en general, cuando aumente la cantidad de
excitación* (como sucede en la adolescencia o la
menopausia). Después del período del complejo de Edipo,
en el varón, víctima de la angustia de castración, toda la
sexualidad infantil será reprimida y se consolidarán todas
las represiones primarias*, contrainvestiduras* a las que
había apelado el yo incipiente ante los hechos traumáticos
previos al complejo de Edipo y recomprendidos “a
posteriori”*. Se termina de estructurar así un aparato
psíquico con un ello*, un yo y un superyó. El ello es
inconsciente; los otros dos tienen sectores inconscientes,
preconscientes y conscientes*. La pulsión sexual incestuosa
en el caso “normal” o ideal, es sepultada y desaparece en
parte; una parte pasa a integrar el yo como energía libidinal
desexualizada, integrando rasgos de su carácter. Otra parte
se sublima* a través de acciones yoicas. Si en cambio se
reprime, genera rasgos patológicos de carácter o, cuando
retorna de lo reprimido*, neurosis. Como “monumento
conmemorativo” del complejo de Edipo -el período más
traumático de la sexualidad infantil- se instalará en el
aparato psíquico el superyó, diferenciación del yo que le
exige a éste ser corno el ideal del yo*, el que surge de la
aspiración narcisista de los padres sobre el bebé y del
narcisismo infantil previo. Este superyó se formó como una
inmensa contra¡ n vestidura contra la pulsión sexual
infantil, mediante identificaciones secundarias* con los
padres y con el superyó-ideal del yo, de los padres. 1 La
instauración de la identificación-secundaria “superyó” se
suma a la identificación primaria* previa (ubicada en el yo),
reforzando su carácter y en el varón también su
masculinidad, la que, también podríamos decir, tiene su
“verdadero” origen aquí.

Complejo del semejante

Concepto vertido en el Proyecto de psicología (1950a


[1895]). Consiste en una reflexión sobre el origen de la
comprensión* de los actos expresivos ajenos. Freud plantea
que en el acto de la percepción* se clasifica el complejo
perceptivo. Se lo divide en dos partes básicamente: una
central, que no cambia y que es esencialmente lo buscado,
a la que llama la cosa*, y otra cambiante y factible de
relacionar con características propias, que constituiría los
atributos de la cosa. Freud extiende este mecanismo de
juicio a los semejantes. En éstos hay partes que les
caracterizan y que no son pasibles de comprender,
simplemente son así y esto es lo central, lo no cambiante
del objeto* (sus rasgos, por ejemplo), la cosa del objeto. En
los semejantes además hay atributos: el movimiento de sus
manos, sus gritos, sus actitudes en general. Los atributos
son pasibles de ser comprendidos siendo relacionados con
noticias del propio cuerpo, moviendo por ejemplo uno
mismo las manos, gritando o recordando los propios gritos
y lo que ellos significaban o a qué estaban vinculados. Tal
es la manera de comprender al semejante, haciendo pasar
sus atributos por el propio cuerpo, poniéndose “en su
lugar”. Es el “valor imitativo” (1950a [1895]) identificatorio
(véase: identificación y narcisismo), de toda percepción. El
complejo del semejante corresponde al proceso secunda-
rio*, a la actividad de pensamiento*, aunque participa en él
también el afecto* (los gritos, la risa). Las representaciones-
palabra* no son imprescindibles para este tipo de pensar,
ya funciona en el bebé prácticamente sólo con el
pensamiento reproductor* basado en imágenes o
representaciones-cosa*, y ciertos movimientos corporales
(véase: yo). Obviamente, el aprendizaje del lenguaje
hablado, con su representación-palabra, lo complejiza en
forma geométrica. El “complejo del semejante”, entonces,
consiste en la emisión de un juicio de existencia* y de un
juicio de atribución* sobre el semejante. Es realizado por el
yo realidad definitivo* en ciernes, y pertenece, en parte, al
“examen de realidad”*.

Complejo materno

Tipo particular de relación de la hija con su madre. Ésta es


la primera elección de objeto* sexual para aquella, por
apoyatura de la pulsión sexual* sobre las pulsiones de
autoconservación*. Es previa a la entrada en el período
edípico (preedípica*) y luego deviene edípico-negativa
cuando ya pertenece a él, al tomar valor vivencial las
diferencias sexuales. En esta intensa relación, más
prolongada que en el caso del varón, va creciendo
paulatinamente su ambivalencia*, especialmente al entrar
en el período edípico. Es entonces cuando debe
abandonarla y reconocer la diferencia de sexos (en este
nivel de zona erógena* fálica, reconocerse castrada)
cambiando de objeto*, pasar al padre, de quien podrá
recibir el pene-hijo anhelado. En todo este tiempo
determinado, el vínculo con la madre se torna cada vez
más hostil, generándose a veces fijaciones* que dificultan
el pasaje al padre (el vínculo con el padre, de esta manera,
de entrada es transferencial del anterior, materno), o este
pasaje se realiza con matices pertenecientes a aquel. La
niña acepta de mala gana la nueva situación. Debe pelear-
se con la madre (hasta entonces primera elección de
objeto) y hacerla responsable de su minusvalía, con lo que
consigue a duras penas alejársele. Es un pasaje muy
doloroso que, si no se supera, retorna en la adolescencia y
la torna tormentosa. Como siempre, en su superación
-siempre humanamente relativa- intervendrán las series
complementarias.“Cuando la madre inhibe o pone en
suspenso la afirmación sexual de la hija, cumple una
función normal que está prefigurada por vínculos de la
infancia, posee poderosas motivaciones inconcientes y ha
recibido la sanción de la sociedad. Es asunto de la hija
desasirse de esta influencia y decidirse, sobre la base de
una motivación racional más amplia, por cierto grado de
permisión o de denegación del goce sexual. Si en el intento
de alcanzar esa liberación contrae una neurosis, ello se
debe a la preexistencia de un complejo materno por regla
general hiperintenso, y ciertamente no dominado, cuyo
conflicto con la nueva corriente libidinosa se zanja, según
sea la disposición aplicable, en la forma de tal o cual
neurosis. En todos los casos, las manifestaciones de la
reacción neurótica no están determinadas por el vínculo
presente con la madre actual, sino por los vínculos
infantiles con la imagen materna del tiempo primordial”.
(Un caso de paranoia que contradice la teoría
psicoanalítica, 1915, A. E. 14:267).

Complejo paterno

Tipo de relación del hijo varón con su padre, en ésta hay


una importante coincidencia de sentimientos de amor* y
odio* (ambivalencia*). Se origina durante el período del
complejo de Edipo*, positivo y negativo, pues en ambos
casos siente que el peligro de la castración proviene de él.
En el adulto es inconsciente*, se apoya fuertemente en la
“roca de base”* y, retorna de lo reprimido* a través de las
relaciones que se establecen con las figuras
correspondientes a la línea paterna (los maestros, el líder,
Dios, etcétera). Incluso con el psicoanalista, y en este caso
constituirse en una de las resistencias* más sustantivas a la
cura. Fruto de esa fijación* a este tipo de vínculo
ambivalente con la figura paterna original, aparecerán
entonces, de manera transferencial, el miedo, el desafío y
la desconfianza a cualquier posterior figura paterna
sustitutiva. El complejo paterno juega también un rol
importante como base de la constitución de la masa*, en la
que existe una compulsión a la repetición* de la historia
hipotetizada por Freud; los hijos varones de la horda
primitiva* asesinaron al padre (parricidio) y establecieron
después la alianza fraterna*, generadora de la cultura*. La
masa crea al líder al que se somete, al mismo tiempo que
comienza a atacarle buscando ocupar su lugar. El complejo
paterno puede estar también en la base del delirio*
paranoico de persecución. Donde más claramente se lo ve
es en la compulsión obsesiva, en la que hay una relación
ambivalente del yo* con el superyó*, a la manera que en la
infancia lo era la del niño con su padre. En Las perspectivas
futuras de la terapia psicoanalítica (1910) dice Freud:“En
pacientes del sexo masculino las resistencias más
sustantivas a la cura parecen provenir del complejo paterno
y resolverse en el miedo al padre, el desafío al padre y la
incredulidad hacia él” (A. E. 11:136).

Comprensión

Actividad del pensamiento* por la cual una persona puede


entender lo que le sucede a otra, poniéndose en su lugar,
sintiendo lo que ella siente o haciendo lo que ella hace,
pasando por una investidura* corporal propia (todo esto en
forma mitigada y controlada por el yo*, por supuesto).
Forma parte del “complejo del semejante”* por el cual el
bebé comprende a su madre imitando sus actos. Si ella
mueve una mano, comprende qué significa esto al mover la
mano propia; si ella llora, la comprende al llorar, si ríe al
reír. En adelante será una de las formas del aprendizaje
humano. Corresponde, por lo tanto, al proceso secundario*,
a la actividad del pensamiento, por el cual los atributos del
otro, del semejante, se van haciendo yoicos. En esta forma
de pensamiento se percibe el “valor imitativo de una
percepción” (Proyecto de psicología, 1950a [1895], A. E.
1:379).Es un mecanismo consciente pero está íntimamente
emparentado con la identificación* (incluso con la
identificación primaria directa, en tanto el bebé repite lo
que hace la mamá, sin considerar a ésta necesariamente un
objeto* separado del yo). La comprensión implica no sólo lo
intelectual, sino los sentimientos (la identificación es
también la primera forma de amar) y la curiosidad,
perteneciente a la pulsión sexual* infantil. Justamente la
curiosidad sexual infantil le permite al niño ir descubriendo,
a medida que se acerca a la etapa fálica, la diferencia de
los sexos. Comprenderá entonces las “escenas primarias”*
entre los padres y los hechos traumáticos sufridos
previamente. Los comprenderá “a posteriori”*, al poder
sentirlos ahora corporalmente. El niño descubre el genital
femenino deseado por la libido* objetal y no puede
comprenderlo fácilmente, no puede ponerse en su lugar así
como así, pues esto implica para su narcisismo* la
aceptación de la posibilidad de la pérdida de su pene. Nada
menos que la pérdida de la sede de todas las sensaciones
placenteras que dieron unidad a su yo. La curiosidad infantil
sucumbe entonces a la represión*. Origínase así el período
de latencia* que se extiende triunfal hasta la pubertad, en
que nuevamente será abierto el expediente. Gracias al
rebrote de la libido objetal podrá acercarse poco a poco a la
mujer y comprenderla como a un ser con genitales
diferentes a los propios. Un proceso activo que deberá
realizar el yo Prec., con su actividad de pensamiento y su
“examen de la realidad”*, los que deben superar sus
temores infantiles a la castración, reprimidos, por lo tanto
pasibles de hacerse nuevamente presentes y tornarse
eficaces. La comprensión también es usada por la persona
adulta, si bien en ésta está mitigada su necesidad de acción
para poder comprender. Usa, entonces, por un lado los
recuerdos* en imágenes, vinculando sus atributos entre sí,
utilizando también para ello el universo simbólico de las
palabras o las representaciones de ellas, en fin, piensa.
Pero en este pensar está incluido el afecto* (la expresión de
las emociones), la comprensión, el “ponerse en el lugar del
otro”, no es indiferente, conmueve, como dice Freud: “es
reconducido a una noticia del cuerpo propio” (1950a
[1895], A. E. 1:377).

Compulsión

Característica irrefrenable propia de algunos actos, ocurren-


cias, fantasías*, síntomas*, incluso rasgos de carácter* o
limitaciones del yo*; a raíz de una gran intensidad psíquica
aunada a un intenso desplazamiento*. Es decir,
representaciones* no inhibidas, no ligadas por el proceso
secundario* del yo Prec., quien las siente como algo
extraño a él, algo que se le impone desde dentro de sí
mismo. Las compulsiones muestran además una amplia
independencia respecto de la organización de los otros
procesos anímicos correspondientes al yo Prec., estos
últimos por lo común permanecen adaptados a los reclamos
del mundo exterior real y cumplen las leyes del pensar
lógico. Compulsiva es una acción que tiene la lógica del
principio de placer*: la no existencia del tiempo y el
espacio, de la contradicción, en fin, del principio de
realidad*. La compulsión proviene de las pulsiones* o de la
defensa* contra ellas, la contrainvestidura* superyoica; o lo
que es más común, de ambas simultáneamente. Alíes el
caso de los síntomas obsesivos, como los ceremoniales y
las mismas obsesiones. El paciente suele no llevarse bien
con sus compulsiones, las critica, abjura de ellas, en tanto
no vayan siendo englobadas por el yo dentro de su carácter
y perdiendo la egodistonía, lo que equivaldría a un triunfo
del proceso primario* sobre el proceso secundario, del
principio de placer sobre el principio de realidad, del ello* o
del superyó* sobre el yo. Aunque esto también puede ser
visto como lo contrario, como una victoria a lo Pirro del yo,
en la que éste se limita a desconocer como propio lo que se
satisface fuera de la razón, ya sea la satisfacción o el
castigo, o una transacción entre ambos. Otros ejemplos de
actos compulsivos son: la masturbación* compulsiva de la
adolescencia, con su típico ciclo de autoprohibición-
masturbación-culpa-autoprohibición y vuelta a empezar. La
cleptomanía, incluso algunas adicciones como la tendencia
al juego, al alcoholismo y drogadicciones, son, según Freud,
derivados inconscientes del ciclo masturbatorio compulsivo
(Dostoievsky y el parricidio, 1928b).

Compulsión a la repetición

Característica universal de las pulsiones* que esfuerza a


retornar a un estado anterior. Es expresión del principio de
inercia*, primera ley del movimiento de la física clásica,
aplicado aquí a la vida orgánica en general y a la psíquica
en especial. Clínicamente se expresa como tendencia a
repetir determinado tipo de acciones complejas, recrear
situaciones en forma involuntaria, las que son más o menos
dolorosas o frustrantes para el sujeto, sin que éste pueda
impedirlo.¿A qué estado anterior se quiere volver? A uno en
el que el organismo permanecía previo a la aparición de
cierto estímulo (pulsiones de vida*, Eros*), o bien a uno
previo a la existencia misma del organismo (pulsión de
muerte*). Entre estos dos extremos existen todas las
variaciones de repetición, o todas las proporciones de
mezcla o desmezcla pulsional* posibles. La compulsión
repetitiva se presenta en el tratamiento psicoanalítico como
síntoma* neurótico (típicamente en la neurosis obsesiva*,
aunque también en la fobia* y en la histeria), como rasgo
de carácter*, también como perversión sexual*. Incluso es
rastreable en los delirios* psicóticos. Cuando el hecho
traumático es actual da origen a las neurosis traumáticas*
con sus sueños* repetitivos típicos. En los “normales”
puede aparecer como “neurosis de destino”.Además,
especialmente, y éste es el punto más importante para las
posibilidades terapéuticas, también se “repite” en la
transferencia* que se establece con el psicoanalista. A
veces el paciente “actúa” en transferencia episodios de su
infancia, generalmente hechos traumáticos reprimidos y a
lo que está por lo tanto “fijado”, sea que los pase de pasivo
a activo o que los repita tal cual. Aquella neurosis se
transforma en esta neurosis, una neurosis transferencial*
con su analista; neurosis artificial, situación intermedia
entre la enfermedad y la vida; sobre la que el psicoanalista
podrá ahora influir en vivo conociéndola y haciendo conocer
al yo* del paciente a su pulsión*, de la que se defiende, por
qué lo hace y cómo lo hace. La compulsión de repetición es
un paradigma del tipo de funcionamiento del inconsciente*
con sus “facilitaciones”* y su búsqueda de la “identidad de
percepción*”, unas veces queriendo satisfacer el principio
de placer*, otras más allá de él, y casi siempre con ambos
fines en diversas proporciones. Lo más característico es,
entonces, ese buscar la identidad, una situación idéntica,
sea ésta una vivencia de placer o una vivencia traumática.
Es también una forma de “recordar” después del “olvido”*
producido por la represión*. Se transforma por ello en una
de las fuertes resistencias* a la cura, la resistencia del ello*.
El ello quiere repetir (una forma del recuerdo*), no recordar
(en el sentido de recordar con la actividad de
pensamiento*). El que quiere recordar con palabras es el yo
Prec., el que busca la curación. La meta terapéutica
principal, en este caso, es la “reelaboración”* por el yo
Prec. de la situación repetida que se hizo actual en la
transferencia, utilizando para ello esta elaboración basada
en las construcciones* de las historias de la sexualidad
infantil* con sus situaciones traumáticas*. Se consigue así
que estos sucesos olvidados y disfrazados reaparezcan en
sus representaciones-palabra*, haciendo que las
repeticiones se vuelvan pensables, comprensibles,
vinculables con otras representaciones por el yo Prec. y su
actividad de pensamiento. Recuperando así para la
consciencia* del yo, el pasado “olvidado” que volvía en la
mera repetición. Freud menciona una “repetición
demoníaca”, la más rebelde a la cura, la más resistencial.
Probablemente sea la que tenga en sus proporciones de
mezcla, más tendencia al retorno a lo inorgánico o a todo lo
que se le acerque (pulsión de muerte). Se atribuye a la
repetición demoníaca que el paciente deje el tratamiento a
mitad de camino, que enferme, luego de curada su
neurosis, con afecciones somáticas más o menos graves,
que comience a padecer accidentes. A veces es sinónimo
de “reacción terapéutica negativa”*, cuando el paciente, a
pesar del progreso del tratamiento, empeora sus síntomas.
En estos últimos casos participa el sentimiento inconsciente
de culpa* o necesidad de castigo*, el que se compone de
pulsión de destrucción* ligada por el superyó* y vuelta
contra el yo.

Conciencia

Freud la define en La interpretación de los sueños (1900)


como a “[. . . ] un órgano sensorial para la percepción de
cualidades psíquicas” (A. E. 5:603) . Se ubica en toda la
superficie corporal, por lo tanto es lo que limita al cuerpo
con el mundo exterior. Corresponde a los conceptos de:
polo perceptual* (véase el esquema del capítulo VII de
aquella obra) y al polo percepción-consciencia (PCc. ) (del
Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños,
1915). La consciencia registra las cualidades* de los
estímulos provenientes del mundo exterior pero no tiene
memoria, no guarda huella de aquellas, está siempre
disponible para registrar nuevas cualidades. Las huellas son
“archivadas” en otros “lugares psíquicos” (Prec, Inc. ).
Además de registrar los estímulos exteriores como cualida-
des, la consciencia registra las sensaciones
correspondientes al interior del cuerpo, en una gama que
va del displacer* al placer*. Por lo común los aumentos de
cantidad de excitación* interior son sentidos como cualidad
“displacer” y las disminuciones como cualidad “placer”. En
un principio no hay otro tipo de registro cualitativo del
mundo interior, a excepción de la alucinación* que surge
cuando la tensión de necesidad* en el bebé es muy grande
y probablemente tienda a percibir momentáneamente las
condiciones de la satisfacción. Pero la frustración*, real, le
enseñará a inhibir* la satisfacción alucinatoria de deseos*,
para lo que irá naciendo un yo* inhibidor, antecedente o
primera forma del yo realidad definitivo*. Freud describe de
varias maneras (no excluyentes) el aparato psíquico*. En la
que dio en llamarse la primera tópica, la consciencia es uno
de los tres “lugares psíquicos”: inconsciente*,
preconsciente* y consciente. En la llamada segunda tópica
(1923) pasa a ser una parte del yo, del que es su núcleo. En
el Proyecto de psicología (1950a [1895]) había hablado,
quizá sea donde más lo hizo, de la consciencia. La
describía, entonces, como compuesta por dos tipos de
neuronas* que perciben el mundo exterior: las neuronas fi
que registran las cantidades, y las neuronas omega que lo
hacen respecto de la cualidad de las cantidades, el período*
de la cantidad. Estas últimas serían las propias de la
consciencia. A partir del Complemento metapsicológico a la
doctrina de los sueños (1915-17) percepción* y consciencia
son una misma cosa, la que lleva el nombre de sistema
percepción-consciencia (Pcc. ). En Nota sobre la pizarra
mágica (1924-25) el inconsciente, por medio del sistema
PCc. , envía al mundo exterior unas antenas para tomar
muestras de éste y retirarlas enseguida. Son inervaciones
tentaleantes que muestran a una consciencia influida por el
resto del aparato psíquico, básicamente por sus deseos*
inconscientes (aunque en un artículo contemporáneo, La
negación, 1925, dice que esas inervaciones le llegan a la
consciencia desde el yo). De todos modos, entonces, la
consciencia no es un simple registrador pasivo de
percepciones*, sino que va a la búsqueda de determinadas
percepciones y huye de otras. Lo que está íntimamente
vinculado con las diferentes magnitudes de atención* que
el yo envía a la consciencia. Esquemáticamente los niveles
de magnitud son dos: un bajo nivel de investidura* y otro
con atención copiosa. Esta última da la nitidez de conscien-
cia y es el registro consciente por antonomasia. Si la
consciencia adquirió un nivel más alto en el ser humano es
porque pudo registrar las huellas mnémicas* como lo había
hecho con el mundo exterior en general. Así pudo
relacionar a las huellas mnémicas, en formas complejas
entre sí, gracias al lenguaje*. Las palabras son sentidas
nuevamente como cualidad perceptual (por la audición).
Este nuevo tipo de representaciones* (las representaciones
-palabra*) representan a las representaciones de las cosas
concretas ante la consciencia. A medida que el aparato
psíquico se va complejizando, las representaciones-palabra
significan a cadenas de otras representaciones-palabra, las
que de todas maneras tienen a las representaciones -cosa*
como significados últimos. Apareció entonces en la
consciencia la posibilidad de conocer el pensamiento*. No
sólo se perciben las representaciones-palabra significantes
de las representaciones-cosa, sino también las diferentes
formas de relaciones lógicas entre ellas (con
representaciones -palabra asimismo), lo que utilizado por el
yo Prec. , le dio un medio eficientísimo para perfeccionar la
acción que cambió “la faz de la tierra”. La consciencia es
una parte del yo que también se encarga de realizar el
“examen de realidad”*, por el que se distingue entre un
deseo interior y una percepción exterior. Al estar en
contacto con el mundo exterior funciona como capa
protectora de estímulos*, los que así moderados pueden ser
procesados por el aparato psíquico. Resumiendo: el yo
oficial se forma desde el exterior hacia el interior del
aparato psíquico y posee en su porción más externa al PCc.
Éste busca ciertos registros por un lado y registra todo lo
que percibe por otro (pues lo deseado puede estar en
cualquier percepción, lo que muestra la influencia Inc. en
las percepciones Cc. ), con un bajo nivel de investidura
general. Cuando algo atrae con más intensidad al yo, éste
le envía al aparato perceptor (PCc. ) un mayor grado de
investidura de atención, registrándose entonces cualidad
consciente perceptiva con mayor nitidez. Respecto a los
pensamientos, para llegar a la consciencia se va haciendo
cada vez más imprescindible en determinado momento de
la evolución que se vehiculicen mediante palabras, las que
deben estar investidas de atención. La representación-pala-
bra sin investidura de atención, o con una muy baja,
permanece en el preconsciente (Prec. ). Si a la
representación-palabra, representante de la represen-
tación-cosa ante la consciencia del yo, se le retira la
investidura Prec. y se desplaza* la investidura a otra
palabra, de significado análogo u opuesto, por ejemplo, o a
una investidura corporal, etcétera, esta representación o
inervación corporal funcionará como contrainvestidura*,
pasando aquellas al estado de represión*, dejando de
pertenecer al yo, con lo que su acceso a la consciencia se
tornará imposible si no es levantada la represión. Para las
representaciones Prec. existe una censura* de la
consciencia (la que funciona restándoles valor,
prohibiéndolas, ocultándolas por vergüenza*, etcétera). En
realidad esta censura pertenece al yo Prec. , por lo que es
factible de hacerse fácilmente consciente con una simple
investidura de atención. Por eso el analista le pide a su
paciente que la suprima en lo posible (véase: asociación
libre), buscando que los retoños de lo reprimido muestren
el camino al Inc. , a las representaciones reprimidas.

Conciencia moral

Una de las partes o funciones del superyó*, aquella que


realiza la función de juez. La que en la prehistoria infantil y
especialmente durante el desarrollo del complejo de Edipo*
estuvo a cargo de la figura del padre, otrora admirado
como objeto de identificación* anhelada y luego visto como
rival en la posesión del objeto* que se ha tornado
incestuoso (en el complejo de Edipo positivo del varón; en
el negativo, se forma por el complejo paterno*; en la mujer
en términos generales se va formando de manera diferente
y más lenta, culminando hacia la pubertad). La figura de
ese padre ya reconocido claramente como objeto con las
características del rival (del odio* al rival, producto de la
desmezcla* de pulsión de muerte*, viene precisamente la
fortaleza extrema que alcanza el superyó, lo agresivo para
con el yo* de su “imperativo categórico”) se entroniza en el
aparato psíquico* del hijo, generando la estructura
superyoica encargada de mostrarle al yo cómo debe ser y
cómo no debe ser; por lo tanto, lo que está bien y lo que
está mal, nada más y nada menos que las limitaciones
éticas. La consciencia moral, en términos generales, se
dedica a las prohibiciones, de las que la prohibición del
incesto y la prohibición del parricidio son las principales, las
que originan todas las demás. La otra parte, subestructura
o función del superyó, es el ideal del yo*. Éste se genera
desde otra vertiente proveniente del narcisismo* infantil,
exigente de omnipotencia, de perfección (como
consecuencia de la indefensión infantil, “fuente primordial
de todos los motivos morales” (Proyecto de psicología,
1895~1950, A. E. 1:363). Al ser partes de una misma
estructura -el superyó-, tanto la consciencia moral como el
ideal del yo trabajan juntos. La consciencia moral vigila que
el yo cumpla con los requisitos del ideal. Sí cumple, lo
premia con un aumento de la autoestima*. En caso
contrario le castiga con la culpa*. La consciencia moral es
heredera del complejo de Edipo. Se instala en el aparato
psíquico y resulta de una identificación secundaria* con el
padre castrador, la que pertenece al mismo complejo. En
ese sentido es un destino de la pulsión sexual* humana o
una forma especial de contra¡ n vestidura* que se forma en
el aparato psíquico para impedir la satisfacción directa de la
pulsión*. En otro sentido es una forma de ligadura que tiene
el aparato psíquico para la pulsión de destrucción*
(deflexión de la pulsión de muerte), usada por él para
mantener a raya tanto a la pulsión sexual anticultural, como
a la misma agresión* producto de la deflexión de la pulsión
de muerte. En la primera infancia los padres observaban,
daban órdenes, juzgaban y amenazaban con castigos al
niño, a partir de la instauración del superyó, éste cumplirá
esas funciones con el yo del adulto. Otra vertiente del
superyó, decíamos, viene del narcisismo infantil. Es el ideal
del yo. La consciencia moral exige al yo ser perfecto como
otrora lo era el yo ideal* infantil, ahora ideal del yo, pues
esa perfección la aspira el yo para sí. Si las acciones del yo
se acercan al ideal, se disipan las críticas de la consciencia
moral y la autoestima crece. El yo se siente estimado por su
ideal del yo. Pero si la distancia entre el yo y el ideal del yo
es grande, crecen las críticas de la consciencia moral y la
autoestima desciende, lo que produce sentimiento de
culpa. La consciencia moral está formada principalmente de
palabras, las recomendaciones, amenazas y
reconvenciones de los padres. Se origina desde la
percepción* Cc. , una parte permanece en la memoria del
Prec. y otra parte enraíza fuertemente en el ello*, lo
filogenético por lo pronto, y lo pulsional fruto de mezcla y
desmezcla de pulsiones de vida* y muerte, que la
componen. Por lo tanto también hay una parte Inc. de la
consciencia moral y con ello representaciones-cosa* de ella
(las representaciones temidas). En el Inc. no sólo está lo
más bajo; también lo más elevado forma parte de él.

Condensación

Una de las formas características de funcionamiento del


proceso primario* respecto de las representaciones-cosa*,
aunque en ocasiones también respecto de las
representaciones-palabra*, propio del Inc. Se origina en la
tendencia a la identidad de percepción* con que funciona el
inconsciente*. Es un tipo de mecanismo que se ve
clínicamente en los sueños*, en algunos síntomas*, actos
fallidos*, mitos*, etcétera. Merced a la condensación los
distintos elementos se unen por sus atributos, que permiten
vinculaciones, sean de analogía*, sean de contigüidad*.
Éstos son confundidos por el proceso primario con
identidades. De manera tal que un elemento, por el hecho
de estar cerca de otro, es éste y aquel, o por el hecho de
tener un atributo similar, también ser los dos. Existen
diferentes tipos de condensaciones: a) Un solo elemento es
varios a la vez (elemento común intermedio de¡ sueño). b)
Por el hecho de estar varios elementos unidos se genera
una figura nueva con diferentes atributos de cada uno de
ellos (persona de acumulación). e) Sumadas todas las
características, los elementos comunes aparecen resaltados
y los diferentes borrosos persona mixta. La condensación
forma parte del “trabajo del sueño”* y sirve también a los
fines de la censura* pues los elementos que aparecerán en
el sueño, condensados, serán inentendibles para la
consciencia*. Por la condensación el contenido manifiesto
del sueño* es escueto, en comparación con su contenido
latente* (las asociaciones* que parten de aquel). Sufren
condensación también los síntomas, principalmente los
histéricos y todos los productos del inconsciente, como el
chiste*, los actos fallidos, etcétera. La condensación se
produce con energía libre*, con un nivel de ligadura entre
energía de investidura* y representación*, que permite un
libre desplazamiento* de la energía de una representación
a otra. Por efecto de la condensación una representación es
muchas a la vez (lo que habla de sobredeterminación) y
está entonces sobreinvestida*, o muchas representaciones
se mezclan entre sí.

Conflicto psíquico

Un conflicto se produce cuando existen dos tendencias de


sentido opuesto que chocan. La noción de conflicto psíquico
implica dinámica mental y pertenece a la esencia misma
del psicoanálisis. Por supuesto no siempre los conflictos son
patológicos o generadores de patología. Pero podríamos
recordar que cualquier conflicto consciente puede reactivar
a conflictos inconscientes que le subyacen y, en ese caso,
ayudar a la aparición de neurosis*. Además, un yo* con un
carácter* que en forma frecuente tiene tendencia al
conflicto, es fuente potencial de patología. Consideramos
diferentes períodos de desarrollo libidinal. En cada uno
predomina una determinada zona erógena* sobre las
demás. A través de las zonas erógenas se suceden diversos
tipos de conflicto: entre amor* y odio*, o entre activo y
pasivo* (ambivalencia* con el objeto*, en ambos casos),
entre libido* objetal y narcisista, o entre las pulsiones*
libidinales y el yo que se angustia y defiende de ellas.
También el yo debe afrontar continuos conflictos con el
ello*, el superyó* y la realidad*. Debe mediar entre todos
estos factores y lograr una síntesis. Cuando no lo consigue
tendrá que escindirse (véase: escisión del yo). El conflicto
por excelencia -una especie de núcleo al que los demás
conflictos se van a referir- es el edípico, un complejo
sumamente “complejo”. En el varón, se origina el conflicto
de amor y odio al padre por sentirlo rival de su deseo* que
se ha convertido en incestuoso (complejo de Edipo
positivo); o un conflicto entre el deseo homosexual al padre
y la angustia de castración* que aquel implica (complejo de
Edipo negativo). También conflicto entre aceptar o no la
existencia de la castración, y otros más. Todos estos
conflictos deberán ser superados por el yo mediante una
síntesis satisfactoria; de lo contrario se reactivarán cuando
aparezcan situaciones semejantes en la vida, o ante una
intensificación pulsional se potencien con ella conflictos que
en otras circunstancias habían logrado cierto nivel de
solución. En última instancia, todos los conflictos neuróticos
suceden entre las tendencias libidinales y las exigencias de
la realidad social, esta última ubicada dentro mismo del
aparato psíquico (el superyó y el mismo yo, son marcas de
lo social dentro de aquel), agazapada, buscando conflictuar,
está la pulsión de muerte*. Sucede que las tendencias
libidinales pertenecen a las pulsiones de vida* pero no
dejan de estar mezcladas con diversas proporciones de
pulsión de muerte, de las que probablemente provenga el
diverso grado de ambivalencia y la mayor tendencia
conflictiva. Además, sabemos que el superyó es una
contrainvestidura* libidinal que pide ayuda a la pulsión de
muerte para acabar con la libido. Esta “ayuda” puede
tornarse excesiva, como en la melancolía*. El superyó,
entonces, resulta “una suerte de cultivo puro de las
pulsiones de muerte” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:54). De
esta manera compleja e intrincada, en la que la pulsión de
muerte muda está representada por el grado de mezcla
pulsional con la pulsión de vida y sus representaciones*,
podemos entonces hablar de conflicto entre pulsiones de
vida y pulsiones de muerte.

Construcción

Una de las armas principales del arsenal terapéutico


psicoanalítico. Consiste en el rearmado lógico de las
verdades históricas* vivenciadas por un sujeto, a través del
análisis minucioso y exhaustivo de un sueño*, un síntoma*,
un acto fallido*, etcétera. En general el término
«construcción» se refiere a los hechos no recordables. Por
lo tanto las construcciones son hipótesis, pero hipótesis que
surgen de pruebas valederas provenientes de los datos
surgidos del análisis, por ejemplo de un sueño. Una
secuencia lógica que sirve como explicación aclaratoria
para una serie de conductas, hechos, síntomas, etcétera,
posteriores. Se les encuentra nuevas relaciones lógicas a
contenidos representacionales que el paciente posee en
forma dispersa, no relacionados entre sí, o que están
aparentemente olvidados y reaparecen merced a un
síntoma, recuerdo encubridor*, acto fallido, sueño, etcétera.
La construcción se hace, pues, sobre la historia y
principalmente sobre la prehistoria infantil, previa al
complejo de Edipo*, e incluso al aprendizaje del lenguaje*.
Sin embargo, también se realizan construcciones de épocas
posteriores olvidadas por lo traumáticas (ciertos períodos
de la adolescencia, por ejemplo). La construcción la hace el
analista gracias a los datos aportados por el paciente, en
ocasiones es el paciente mismo el que la esboza a partir de
asociaciones* previas. Es una manera del levantamiento de
la represión*; de reencuentro con lo olvidado, víctima de
aquella. La construcción suele despertar recuerdos* y éstos
a su vez generar nuevas construcciones, nuevas maneras
de comprensión* de la verdad histórica. Con la construcción
lo reprimido es puesto en palabras y las palabras pueden
ser pensadas, ligadas. Lo que era reprimido pasa a ser
integrante del yo* Prec. , el que así se va fortaleciendo. No
siempre una construcción despierta recuerdos. Pero si el
paciente la acepta, si la siente real y le abre un panorama
sumamente novedoso en la comprensión de sí mismo, a los
fines de levantamiento de represión puede resultar algo
similar al recuerdo. Lo importante es que una buena
construcción producida durante el proceso analítico, puede
hacer desaparecer síntomas, pero además puede modificar
al yo, sus rasgos de carácter*, y generar cambios profundos
en él. Pero también puede sucederlo contrario, por ejemplo
luego de concluida una construcción, una persona con
«reacción terapéutica negativa»*, puede reagravar su
sintomatología, pues el sentimiento inconsciente de culpa*
o necesidad de castigo* le obliga a permanecer aferrado a
su enfermedad. En estos casos suele suceder lo mismo con
cualquier otra arma terapéutica, como la interpretación*, el
análisis de la transferencia*, etcétera. Otro elemento
importantísimo en el armado de una construcción es la
compulsión de repetición* que se genera en el tratamiento
psicoanalítico. El paciente repite vivencias de su pasado
olvidado transferidas a su analista. Cuando se produce en
grado moderado la «neurosis de transferencia»* con el
analista, se continúa con la construcción incluyendo la
repetición transferencial en ella, pues el hecho de ser
repetición muestra que su origen está en la historia. La
construcción así se va haciendo a medida que aparecen
asociaciones y recuerdos de escenas parecidas vividas con
los objetos* primarios, o sucesos posteriores pertenecientes
al período de latencia*, o a la adolescencia y que incluso ya
habían surgido en otras ocasiones referidas a otras
situaciones. Al hacerlo ahora en el vínculo terapéutico, dan
una impresión acabada de lo vivido entonces por el
paciente en su pasado olvidado, se encuentra así el
significado de la repetición o nuevos matices de significado
que hasta ese momento no habían aparecido. Ese pasado
olvidado está presente en la transferencia y ahora es
posible comprenderlo, pudiendo ser usado por el yo, por su
proceso secundario*. La construcción es entonces un arma
terapéutica para hacer consciente* lo inconsciente*, ella
tiene connotaciones teóricas profundas, tornándose casi
sinónimo de proceso de pensamiento*; pensamiento
ejercido en este caso sobre elementos del proceso
primario*, recuperando proceso primario y transformándolo
en proceso secundario, en yo, el objetivo del psicoanálisis.
La palabra «construcción» tiene además un sentido más
laxo que la acerca al de interpretación. Por ejemplo: en el
análisis de un síntoma, al reconstruir muchos de los hechos
pasados en conexión con él y que contribuyeron a
generarlo, se encuentra el significado reprimido del mismo.
Estos hechos pueden ser recordables, y no por eso deja de
ser ésta una tarea de construcción. Ocurre que
prosiguiendo la tarea una vez develado el núcleo patógeno
de un síntoma, se encuentran otros núcleos patógenos que
pueden vincularse con el anterior. Si se analiza de la misma
manera la historia de ciertas maneras de ser,
características del yo del paciente, se van a descubrir
nuevos significados y aparecerán a la luz otros recuerdos e
incluso rasgos de carácter más o menos patológicos que
hasta ahora no lo habían hecho, los que también traerán
nuevos significados. Y el análisis se irá complejizando cada
vez más. Pero llegarán momentos en que ya no se
encontrarán más recuerdos, faltarán algunas piezas de]
«puzzle». Entonces se esbozarán hipótesis que «encajen»
con todo el trabajo previo. Tales hipótesis seguramente
estarán más cerca de la verdad histórica cuando ensamblen
en forma lógica con más piezas del análisis previamente
realizado y cuando éste haya sido lo más completo posible.

Contenido latente (del sueño)

Cantidad de asociaciones*, ocurrencias, recuerdos*,


pensamientos*, que expresa el paciente a partir del
contenido manifiesto* de un sueño*. Está compuesto por
restos diurnos*, o sea por elementos tomados de hechos
sucedidos el día anterior, aunque puede haber también en
él recuerdos mucho más antiguos. El contenido latente o
pensamientos del sueño tiene una extensión muchísimo
mayor que la del contenido manifiesto. Es que éste ha sido
condensado* en el proceso de «trabajo del sueño»* hasta
que resulta terminado el contenido manifiesto. Del análisis
y reelaboración* del contenido latente se llega al
significado del sueño, al conocimiento de qué deseo*
ínconsciente* se realiza gracias a él. Por extensión, a este
significado que era inconsciente también puede llamárselo
contenido latente, pero en forma estricta lo latente
corresponde a los pensamientos preconscientes*, a partir
de los cuales el analista puede llegar a los deseos
inconscientes reprimidos. Se llegó al contenido latente
cumpliendo con la «regla fundamental»*. Por ésta se le
solicita al paciente que quite la investidura* de atención* a
su censura* consciente* y se deje llevar por las ocurrencias
que surgen a partir del contenido manifiesto. Estas
ocurrencias son preconscientes y constituyen el contenido
latente del sueño. A partir de ellas estará facilitado el
camino para encontrar el significado inconsciente del
mismo.

Contenido manifiesto (del sueño)

Es el sueño* tal cual es percibido por el paciente y, por


extensión, como lo cuenta al analista. En tanto percibido, el
primer caso es un proceso mental que ha sufrido un trabajo
por el cual regresa* a imágenes, recibidas como
percepciones* por la consciencia* del sujeto durante el
dormir. El sueño expresa un deseo* reprimido que se
satisface en forma disfrazada. Como relato, el sueño es el
retorno a palabras de lo percibido como imagen. Tanto en
uno como en otro caso actúa la elaboración secundaria*.
Obviamente al contar el sueño el paciente vuelve a darle un
manto de inteligibilidad al servicio de la censura* que
puede oscurecer más el significado ante la consciencia.
Dice Freud en El interés por el psicoanálisis (1913): «El
sueño tal como lo recordamos tras el despertar debe
llamarse contenido manifiesto del sueño» (A. E. 13:174).

Contigüidad

Una de las leyes de la asociación*, probablemente la más


antigua en el aparato psíquico*. Hay contigüidad en el
espacio y contigüidad en el tiempo. A ésta se la llama
«simultaneidad». Un hecho se asocia a otro que ocurre
simultáneamente o está al lado del que ocurre. Así
almacenados en la memoria, pueden ser recordados luego
el uno por el otro. Para el inconsciente* la contigüidad se
transforma en identidad y entonces un hecho no es
recordado por haber estado al lado de otro significativo,
sino que pasa a serlo. Así en el «sueño de la inyección de
Irma» de La interpretación de los sueños (1900) Irma es la
amiga (preferida como paciente por Freud por su docilidad),
por el hecho de figurar en el sueño* bajo la ventana
contigua, donde había visto a la amiga de Irma. También en
el fetichismo* por las pieles o las ropas interiores femeninas
Freud atribuye la elección del fetiche al momento anterior
(contiguo) al descubrimiento de la castración femenina; por
lo que en este sentido no constituirían símbolos genuinos
del pene (como analogías* de él), sino que lograrían una
especie de retrotraimiento de las cosas a momentos previos
al conocimiento de la diferenciación sexual, cuando todavía
era válida la teoría sexual infantil* de la madre fálica*. El
trabajo del pensamiento* preconsciente* está en distinguir
entre contigüidad e identidad, cada vez que el inconsciente
se valga de una de ellas para acercar un retoño del deseo
reprimido. La contigüidad puede servir como medio para la
instalación de otros fenómenos como la transferencia* por
ejemplo, o síntomas* neuróticos, incluso delirios*
paranoides. En todo delirio existen desplazamientos*, y una
de las leyes por las que se desplaza la libido* entre las
representaciones* es la de la contigüidad. Lo mismo el
fenómeno de la transferencia, producto de «falsos
enlaces», algunos establecidos por analogía, otros por
contigüidad. A veces el paciente queda en silencio. Si se le
pregunta dice que «no se le ocurre nada importante».
Después suele admitir que su pensamiento versaba sobre
objetos del consultorio del psicoanalista, en sus muebles,
etcétera, en todo lo contiguo a él, lo que para su
inconsciente es el psicoanalista.

Contrainvestidura

Investidura* defensiva del yo* a una representación*,


contraria por sus atributos, a los de una cantidad de
excitación* que penetra en el aparato psíquico* proveniente
en ocasiones del mundo exterior, rompiendo la protección
antiestímulo* (vivencia de dolor*, situación traumática*
actual), o en ocasiones del interior (pulsiones sexuales*, las
que necesitan del «a posteriori»* para ser traumáticas). La
formación de la contrainvestidura, defensa* extrema, único
mecanismo de la represión primaria* (esfuerzo de
desalojo), deja una fijación* y en algunos casos, como lo es
el de la formación reactiva* -prototipo de contrainvestidura-
la inversión de la forma de satisfacción, o mejor dicho, el
trastorno del afecto*, respecto de la satisfacción pulsional
original. La represión primaria (fijación) es el corolario final
de múltiples contrainvestiduras defensivas ante los hechos
traumáticos exteriores e interiores ocurridos durante la
sexualidad infantil*. Se consolida definitivamente con la
represión* del complejo de Edipo* y el establecimiento del
superyó*. Del superyó podríamos decir también que es una
enorme contrainvestidura, la que termina de instalar la
represión primaria, unificando así todas las
contrainvestiduras previas, formadas durante el predominio
de cada zona erógena* (en unas se forman más
contrainvestiduras que en otras, depende esto de los
sucesos vividos con los objetos*, dando origen así a los
diferentes puntos de fijación). Cada fijación previa -cuando
se consolida la represión primaria edípica originando la
amnesia infantil* y la culminación de la escisión del aparato
en un inconsciente* y un preconsciente*- y toda la
sexualidad infantil previamente reprimida es resignificada
«a posteriori»* a la luz del complejo edípico quedando en
estado de represión. Pugnará siempre por retornar desde lo
reprimido, como deseo* Inc. ; a veces lo consigue, siempre
que encuentre puntos débiles en la represión. Después de
la institución definitiva de la represión primaria y la
estructuración del superyó, la represión se realiza sobre los
retoños de la pulsión* -incestuosa y parricida- original. Se la
denomina, entonces, «represión secundaria»* o represión
propiamente dicha. Ésa es la represión observable en la
clínica, se establece en un sujeto con un aparato psíquico
terminado de constituir, con un ello* inconsciente, y un yo y
un superyó que tienen partes inconscientes, preconscientes
y conscientes*. La represión secundaria (esfuerzo de dar
caza) tiene tres mecanismos: 1) la sustracción de la
investidura Prec. (de la representación -palabra*), 2) la
atracción ejercida desde la represión primaria hacia el Inc. ,
y 3) también la contrainvestidura. En la represión
secundaria la contrainvestidura es usada para reforzar a la
desinvestidura* Prec. ; con el monto de investidura libidinal
proveniente de la sustracción se inviste a otra
representación, la que así desaloja al retoño de la
reprimida, actuando como tapón e impidiéndole el acceso al
Prec. También esta contrainvestidura se instala en el
sistema percepción -consciencia (PCc. ). Se pueden percibir,
en forma contrainvestida afectivamente, los estímulos
exteriores de la pulsión sexual reprimida (por ejemplo, el
asco* ante los estímulos sexuales) y a veces hasta no se los
percibe (como en el caso de la ceguera histérica). La
contrainvesfidura de la represión secundaría es a su vez la
fuerza contraria al avance del análisis que se muestra
clínicamente como una de las resistencias* del yo. Se
define a la contrainvestidura principalmente desde dos
puntos de vista: económico y representacional. . Es la
investidura de otra representación diferente y hasta
opuesta a la original. La original es desalojada al
inconsciente, del que no podrá volver. , mientras la nueva
representación esté actuando como contrainvestidura y el
yo Inc. «tratando de dar caza» a toda otra representación
cercana o parecida. En el dolor* o los hechos traumáticos
externos, se contrainviste narcisistamente el órgano
dolorido o dañado. Se percibe, entonces, un gran esfuerzo
yoico. Éste retira libido* del resto de los lugares psíquicos y
la ubica ahí, en el lugar del cuerpo dañado, luchando por
evitar el dolor, restañando el cuerpo herido con el cariño
narcisista, y tratando de alejarse de lo traumático. Esta
explicación muestra a la contrainvestidura funcionando
dentro del principio de placer*. En el caso de que en el
hecho traumático la cantidad de excitación sobrepase sus
posibilidades, puede entrar a tallar el «más allá» de la
pulsión de muerte*, apuntando más, todo el fenómeno,
hacia la tendencia a la repetición de lo traumático, como
marca la fijación. . Esta repetición será por la necesidad* de
repetir la situación traumática para reelaborarla* y
recuperarla para el principio de placer, por un lado, o por
mera repetición, por otro.

Contratransferencia

Sentir inconsciente* del psicoanalista vinculado con los


contenidos inconscientes o conscientes* del material
expuesto por el paciente. Freud aconseja al psicoanalista
discernirlo y dominarlo en sí mismo (Puntualizaciones sobre
el amor de trasferencia, 1914-1915). Un ejemplo en el
tratamiento psicoanalítico. Cuando se despliega el amor de
transferencia* de un paciente (dejo de lado de ex profeso la
diferenciación de los sexos, a ese respecto creo que se
pueden dar todas las situaciones posibles) por el analista,
deberá ser discriminado por éste como. una compulsión
repetitiva* en la transferencia* del paciente y no como
efecto de sus aptitudes o encantos personales. Afirma
Freud que ningún psicoanalista podría ir más lejos en el
análisis de lo que le permiten sus propios, complejos-
Recomienda, entonces, profundización de sus psicoanálisis
personales en los analistas, principalmente en lo que hace a
estos puntos. El tema de la contratransferencia fue
posteriormente tratado por S. Ferenczi y en especial se
puso mucho énfasis a partir de los. trabajos de Melanie
Klein y sus discípulos (W. R. Bion, por ejemplo). En
Argentina fue especialmente estudiado por H. Racker.

Conversión

Síntoma característico de la histeria, la que por ello lleva


justamente el nombre de «histeria de conversión»*. Fruto
de la represión* de una fantasía* de deseo*, retoño, de otro
deseo perteneciente a la pulsión sexual* infantil y reprimido
primariamente, luego efecto del retorno de lo reprimido*.
Genera como formación sustitutiva*, y al mismo tiempo
como síntoma*, una hiperintensa inervación somática, unas
veces de naturaleza sensorial y otras motriz, sea como
excitación o como inhibición*. El lugar hiperinervado se
revela como una porción de la representación* reprimida
que ha atraído hacia sí, por condensación*, la investidura*
íntegra. La conversión al condensar la realización de deseos
pulsional con la contrainvestidura*, constituye una
formación de compromiso de la que resulta el síntoma
conversivo. La condensación predomina en la conversión
histérica. En un mismo síntoma están representadas
diferentes fantasías que remiten a distintas escenas en las
que se vivieron situaciones vinculadas con las fantasías de
deseo reprimidas. La conversión se puede formar por
mecanismos de asociación* (véase: Elisabeth von R.)
(contigüidad*, analogía*, etcétera), o lo hace como símbolo
mnémico*, en este último caso no es necesario recurrir a
las asociaciones para su interpretación* (véase: Cäcilie M.).
La conversión consigue generalmente uno de los principales
efectos buscados por la represión (producida por el yo*
utilizando la angustia señal* para conducir la energía): el no
sentir displacer*. «Lo sobresaliente en ella es que consigue
hacer desaparecer por completo el monto de afecto. El
enfermo exhibe entonces hacia sus síntomas la conducta
que Charcot ha llamado la "belle índifférence* des
histériques"» (La represión, 1915, A. E..14:150). El proceso
represivo de la histeria de conversión se clausura con la
formación de síntomas*. En cambio, los de la histeria de
angustia* y la neurosis obsesiva* necesitan recomenzar en
un segundo tiempo. En la conversión también existe una
importante regresión* yoica, regreso a una fase sin
separación de Prec. e Inc., por lo tanto sin lenguaje* y sin
censura* (Manuscrito «Panorama de las neurosis de
transferencia» 1915). En esa fase el nivel posible de
lenguaje era corporal, a través de la mímica, tema éste
también tratado por Freud en El chiste y su relación con lo
inconciente (1905), cuando describe el fenómeno de lo
cómico*. También existe cierto grado de regresión libidinal
a la etapa fálíca* con sus objetos* incestuosos y su
problemática edípica relacionada con lo fálico-castrado,
corno el nivel de diferenciación sexual de ese momento.
Cosa (del mundo)

La cosa del mundo es aquello referido al mundo exterior, a


la realidad* externa, en la que ocupa un lugar privilegiado
el objeto*, el semejante, pero en la que ciertamente
participa la Naturaleza y el mismo cuerpo biológico. Freud
en el Proyecto de psicología dice que el mundo exterior
está compuesto por «masas en movimiento, y nada más»
(1895-1950, A. E. 1:353). Nuestro aparato perceptual* les
presta cualidad* al percibirlas, haciéndolo con más
precisión al describir que en realidad se percibe una
característica temporal de sus movimientos (el «período»*).
La cosa del mundo, entonces, es la cosa objetiva percibida
a través de la subjetividad. La ciencia pretende conocer
cada vez más esta cosa objetiva, o quizá se conforme con
una forma coherente y racional de subjetivizarla. Los
complejos perceptivos que se nos presentan entonces,
entre los cuales el del objeto o el semejante es el
privilegiado pues es el que está más directamente
relacionado con la satisfacción de los deseos*, están
compuestos de una parte central y de atributos. La parte
central se repite y es intrínseca a la cosa, no la podemos
conocer, comprender*. Los atributos son la otra parte. A
éstos los podemos aprehender, hacer nuestros a través de
imitar sus movimientos, momento en el que los
comprendemos. Sabemos lo que significa mover la mano
cuando lo hacemos, comprendemos el significado de la risa
cuando nos reímos, o del grito o el dolor (tanto es así que
para poder sentir el placer sádico se debe pasar por la
experiencia masoquista primero: el sádico goza
identificatoriamente el placer* del masoquista). Compren-
demos, entonces, al semejante cuando hacemos pasar por
nuestro cuerpo -por una investidura* de un determinado
movimiento corporal- sus atributos. Aquellas partes de él
con las que no podemos hacerlo -sus rasgos, lo propio de él
que no responde a su manera de moverse- corresponden a
su núcleo cosa, intrínseca a ellos, incognoscible, inasible,
por lo tanto, para nosotros. Esas cosas del mundo
incomprensibles, que no podemos comprender por no
pasarlas por una investidura corporal, quedan entonces
como objetivas, cantidad de excitación* no ligable por el
aparato psíquico*, quedando fuera de él. Lo que al decir de
Kant configuraría la «cosa en sí». Freud no agrega nada
teórico a este concepto kantiano; lo que hace es integrarlo
a su teoría de la cura. Es más, las partes no comprensibles,
no ligables con una representación*, se pueden tornar
traumáticas, fácilmente se unen con el monto libre de
pulsión de muerte* pugnando por una repetición más allá
del principio de placer*. El mundo interior al aparato
psíquico empieza por tener representaciones de las cosas,
no las cosas en sí sino las huellas subjetivas de éstas.
Esencialmente son las huellas de los objetos, es más,
podríamos decir que de la historia del vínculo con ellos.
Vínculo que se hizo a través del aparato perceptual
(recordemos que las zonas erógenas* son parte de éste)
que las subjetívizó en el momento de su percepción* y
mucho más a posterior¡*. Aquellas que no pudo subjetivizar,
quedaron como las «cosas del mundo», «masas en
movimiento», cantidades de excitación -traumáticas por lo
tanto- que pueden compulsar al aparato psíquico a su
repetición en un intento de comprenderlas, o aliarse con la
pulsión de muerte y quedar en mera compulsión
repetitiva*.

Creencia (en la realidad)

Se dice que el yo* cree que algo es real cuando es percibido


por los sentidos, cree en ellos, en lo que le muestran de la
realidad*. Para ello el yo sobreinviste* el aparato
percepción* consciencia (PCc.) con energía atentiva, e
incluso puede realizar el examen de realidad*, por lo que
deberá realizar movimientos, estudiar lo percibido,
etcétera. Cuando se retira investidura* del aparato
perceptual* (como en el sueño*, o en algunas psicosis*
como la amencia de Meynert*, incluso la psicosis histérica),
se puede producir una regresión* tópica de la actividad del
pensamiento*. Se pasa, entonces, de representación-
palabra* a representación-cosa* (imagen), y al estar el polo
perceptual* poco investido, se percibe el deseo* -o la
contra¡ n vestidura* defensiva contra él, como en la
psicosis histérica- como real, como alucinación* (en los
casos descritos aquí, generalmente visual). El polo
perceptual (PCc.) registra en ese caso percepción* y el yo
entonces le da creencia a esta percepción, la siente como
real, y sus afectos* se expresan en consecuencia. En el
sueño, la inmovilidad del aparato muscular hace que se
saltee el examen de realidad, el que vuelve a surgir al
despertar. En las psicosis anteriormente mencionadas
-amencia de Meynert y psicosis histérica- la desinvestidura*
del aparato perceptual por un lado, hace que se registre
percepción de lo que es una fantasía* realizadora de
deseos, y la fuerza del deseo que se realiza con la
alucinación sumada a la momentánea debilidad yoica para
inhibir la alucinación; por el otro, hace que se deje de lado
el «examen de realidad»*. En la «esquizofrenia», en
cambio, no hay regresión de palabra a cosa. Las
alucinaciones son predominantemente de palabras, las que
son escuchadas como provenientes del exterior. En esta
afección el yo y el superyó* han sido proyectados al
exterior, o sea devueltos a su lugar de origen (la
identificación* se había producido con los objetos*
exteriores). Pero de allí retornan como palabras
escuchadas. En los grados avanzados de esquizofrenia el
aparato psíquico* está casi destruido, y aunque los restos
del yo intenten realizar el examen de realidad, éste no
alcanzará para distinguir el adentro del afuera, dada la
magnitud de la alienación (el yo es más exterior que
interior, como cuando se era bebé). Para el aparato
psíquico todo lo que es percibido por el sistema percepción
consciencia es lo real. Él no se mueve en busca de la
realidad sino de la identidad con lo deseado. Mejor dicho,
quiere «reencontrar» a lo deseado en la realidad (Proyecto
de psicología, 1895; La negación, 1925). Por eso todo lo
percibido es estudiado por el pensamiento, para lo que se
realiza un juicio de existencia* y un juicio de atribución*. Se
puede entonces llegar a la conclusión de que el objeto
existe, y que tiene determinadas características. A través
de estas características justamente, el yo tratará de
encontrar la identidad de pensamiento*. Buscará, utilizando
el pensamiento y estudiando en forma minuciosa sus
atributos, hasta dónde se acerca el objeto -ése en cuya
existencia se creyó- al deseado. Así, con esta complejidad
debida a que lo que se busca encontrar es lo deseado
(incluyendo que lo que no se busca es lo temido) podemos
hablar de un examen de realidad. Se complica más al
incluirse la pulsión de muerte*, pues los deseos, entonces,
incluyen mezcla pulsional* con ella; de todas maneras el
examen de realidad no varía, lo que sí lo hace es aquello
que se trata de hallar en la realidad.

Cualidad

Característica que adquiere un fenómeno cuando es


percibido por un sujeto a través de su sistema percepción
consciencia (PCc.). La cualidad entonces es perceptual, es
parte de la subjetivización de las «cosas de] mundo»*,
incluso una manera que tiene el aparato psíquico de
defenderse de las cantidades de excitación* exteriores. En
el mundo real exterior no existen mas que «masas en
movimiento» (Proyecto de psicología, 1895-1950). El
aparato perceptual* las percibe como cualidades, lo hace
hasta que llegan a un máximo más allá del cual son
registradas como dolor*, y con un mínimo, debajo del cual
no se perciben. En el medio todos los matices de las
cualidades: los colores, las formas, los olores, en fin todo lo
percibible por los sentidos. El PCc. percibe como cualidades
las masas del mundo exterior y percibe también sus propios
cambios energéticos, de manera que los aumentos de
energía son sentidos como displacer* y las disminuciones
como placer*. Cuando aparece el lenguaje*, la palabra
puede ser percibida como una percepción* cualitativa
exterior, pues ha sido emitida con el habla y por lo tanto ha
sido oída. En consecuencia el sistema de percepción
consciencia (PCc.) puede percibir de esta manera las
relaciones entre sus representaciones -cosa* gracias a las
representaciones-palabra* que las simbolizan, moderando
merced a la acción inhibidora del yo* Prec., los pasajes
entre ellas, característica propia del proceso secundario*,
cuya máxima expresión es la actividad de pensamiento*.
Luego, gracias a la memoria sobre las emisiones de las
representaciones-palabra, este proceso puede obviarse y
percibirse el pensamiento sin necesidad de volver a ser
emitido como palabra, tornándose automático. Toda
cantidad de excitación que proviene del cuerpo al ligarse a
representaciones* (por ejemplo: la pulsión* o el deseo*),
toma entonces cualidad representacional, la que no es
cualidad perceptual, pero que nació de ella. Es el recuerdo
ahora deseado, buscado, de volver a encontrarse con la
cualidad perceptual, con el objeto* que la produjo. Para ello
se requerirá realizar la acción específica*.

Culpa, conciencia de

Tipo de culpa también llamada «angustia* social»* que se


produce cuando el sujeto realiza actos no bien vistos o
prohibidos por la autoridad. Cuando en los niños todavía no
se ha instaurado el superyó*, es el único tipo de culpa
posible. En el adulto, se suma la angustia de la consciencia
moral* o del superyó o sentimiento de culpa*, siempre que
se realizan actos contrarios a las leyes que rigen la
comunidad social. Éste es, por ejemplo, el caso de las
perversiones*, como la homosexualidad*, que puede
producir consciencia de culpa o angustia social. El individuo
se siente condenado por la comunidad, lo que aumenta su
aislamiento* narcisista; o intenta contrarrestarla buscando
ser aceptado por ella, sea con actitudes conciliatorias, sea
con actitudes altaneras y desafiantes. También es el caso
de las personas que cometen delitos conscientes contra las
leyes sociales, de los que luego se arrepienten. La
consciencia de culpa se expía con el arrepentimiento,
merced al cual se recuperan el amor* de la autoridad, en el
niño, y la reinserción en la comunidad, en el adulto, quien
además deberá cumplir las penas impuestas por la
comunidad humana para el delito cometido.

Culpa primordial

En la hipótesis freudiana culpa originaria de la cultura*


humana sentida por los hijos, hermanos aliados, que
cometieron el asesinato del padre primordial de la horda
primitiva*. Como la relación con el padre incluía
admiración, y por lo tanto amor*, al descargarse el odio*
quedan la añoranza* y la culpa por la cual se inhibe
definitivamente la pulsión* incestuosa y parricida,
instaurándose el superyó*. Estos sucesos, deducidos según
la lógica freudiana, apoyada en los estudios antropológicos
de la época -Darwin, Atkinson, Robertson Smith- pero
avanzando sobre ellos a partir del descubrimiento de las
fantasías* Inc. de sus pacientes, se deben haber producido
en la prehistoria según la hipótesis freudiana. Freud piensa
que por un lado son heredados por cada sujeto, a través de
las «fantasías primordiales»* y los «símbolos universales»*
y por otro vueltos a vivir por cada sujeto «haciéndolos
suyos», durante el período de su complejo de Edipo*.
Entonces los deseos de muerte hacia el padre suelen
desplazarse a un animal (relicto totémico) y originar las
fobias* infantiles. La culpa primordial habría sido generada
por aquellos actos que hicieron posible la cultura. La
humanidad deberá pagar esa conquista eternamente con
esta sensación displacentera, que se hará carne al revivir
cada individuo una historia similar. Las religiones hablan de
«pecado original». En el cristianismo, religión del hijo, éste
ofrece su vida como redención para pagar una ofensa de la
humanidad a Dios Padre. ¿Y cuál puede ser la ofensa que se
paga con la muerte si no la muerte misma (ley del talión)?
La muerte del padre de la horda primitiva, que deriva
primero en Tótem, animal sagrado y luego recupera la
forma humana en el Dios Padre. Con esta culpa nacen la
moral, las religiones, la ética, las prohibiciones máximas de
toda cultura: la del incesto y la de matar.

Culpa, sentimiento de

Tipo especial de angustia* que siente el yo* ante el


superyó* cuando sus atributos se alejan del ideal del yo*
exigido por aquel; también lleva el nombre de «angustia de
la consciencia moral»* o «angustia ante el superyó»*. Al ser
ésta una angustia yoica que se siente ante otra estructura
interior al aparato psíquico, no cede con el arrepentimiento,
pues el superyó, que proviene en parte del ello* y es en sí
una contrainvestidura* contra sus pulsiones*, tiene noticias
directas del deseo* inconsciente*, de la pulsión sexual*,
que aunque reprimida sigue existiendo. Por lo tanto el
sentimiento de culpa se sigue sintiendo en este caso
independientemente de los actos y de las fantasías*
conscientes o preconscientes*, pues proviene de las
pulsiones reprimidas inconscientes. Dándose el efecto de
que a mayor beatitud del yo -mayor contrainvestidura,
formación reactiva* o incluso sublimación*-, mayor
sentimiento de culpa. Se podría decir que una consciencia
de culpa proveniente desde la autoridad exterior inicia la
sofocación* de la pulsión. Luego, posteriormente a los
sucesos edípicos, se instala el superyó, con su sentimiento
de culpa o angustia ante la consciencia moral, consciencia
moral que se dedica en adelante a sofocar más y más a las
pulsiones y a castigar al yo por no conseguirlo. El
sentimiento de culpa es inherente entonces -claro que en
diferentes grados- a la estructura del aparato psíquico*
humano, es universal. Se lo observa en todas las neurosis y
origina el frecuente sentimiento de inferioridad, pero
especialmente aparece en la neurosis obsesiva* y en una
afección narcisista como la melancolía*. En la neurosis
obsesiva se expresa en los autorreproches*, la
escrupulosidad, en algunos síntomas* como ceremoniales*,
etcétera, los que son producidos por mecanismos de
defensa* ante esta angustia de la consciencia moral, y que
en la neurosis obsesiva puede ser o no conocida por la
consciencia*. En la melancolía, el sentimiento de culpa
ocupa todo el cuadro. Es culpa: consciente por lo tanto, lo
que desconoce el sujeto Y es la causa. El superyó se ensaña
sádicamente con el yo identificado con el objeto*, yo que
masoquistamente se somete al superyó sádico. El
sentimiento de culpa es, paradójicamente, causa de
delincuencia, como sí el yo buscara alivio teniendo una
causa real para esta displacentera sensación; ésta resulta
una explicación interesante para algunos casos de
personalidades asociales (véase. «Los que delinquen por
sentimiento de culpa»). Un integrante bastante común de
las fantasías Prec. o Ce. que generan sentimiento de culpa
es la masturbación* de la pubertad. A través de ella se
esconde toda la sexualidad infantil* reprimida, cuya
actividad es casi exclusivamente autoerótica* y de la que
su segundo nivel de masturbación está cargado de
fantasías incestuosas y parricidas, precisamente las
edípicas. Las fantasías perversas onanistas y masoquistas
de algunos adultos (como las fantasías de Pegan a un niño
(1919) o fantasías de paliza), llevan entrelazados entre sus
motivaciones procesamientos del sentimiento de culpa. Por
ejemplo el masoquismo* femenino (presente más en el
varón) y mucho más el masoquismo moral, en que el
sentimiento de culpa es parte principalísima, aunque
inconsciente. Respecto a los grados de mezcla* de las
pulsiones Freud expone la hipótesis de que «cuando una
aspiración pulsional sucumbe a la represión, sus
componentes libidinosos son traspuestos en síntomas, y sus
componentes agresivos, en sentimiento de culpa» (El
malestar en la cultura, 1929-30, A. E. 21:134).

Culpa, sentimiento inconciente (o necesidad de castigo)

Tipo especial de resistencia* a la cura de la enfermedad y al


bienestar, generada por el superyó*. Éste quiere penalizar
al yo* (culpable según aquel), con la permanencia del
sufrimiento que le causa su enfermedad. Es probablemente
la más difícil de superar de las resistencias. Se suele
manifestar en la clínica como «reacción terapéutica
negativa»*, es decir, cuando avanzado el tratamiento, al
concluir una construcción* que devela el significado
inconsciente de un síntoma* o de un rasgo de carácter* del
yo, en vez de desaparecer el síntoma o producirse cambios
en el yo, se agravan ambos, como si el paciente se aferrara
a la enfermedad, sin saberlo. La culpa no es sentida. Es la
deuda que se cobra el superyó con el sufrimiento del yo
causado por la enfermedad. Se manifiesta también en un
tipo de personas a las que Freud llamó «los que fracasan al
triunfar»*. Cada vez que se les está por cumplir algo muy
deseado, lo evitan o tratan por todos los medios de que no
suceda; o enferman somáticamente o comienzan a tener
accidentes. En éstos, la culpa se infiere de la conducta que
denota la necesidad de ser castigado*. El término
sentimiento inconsciente de culpa es incorrecto entonces,
pues no hay aquí ningún sentimiento. Se llega a la
conclusión de la existencia de la necesidad de castigo, por
el aferramiento al sufrimiento producido gracias a la
permanencia de la enfermedad, en algunos casos, o a los
diferentes tipos de castigo sufridos, en otros. El grado de
mezcla o desmezcla* de pulsión de vida* con pulsión de
muerte* (con cierto predominio de esta última), están en
directa relación con este tipo de fenómenos, prestos a agre-
garse en las causales en cuanto éstas se lo permitan.
Cultura (humana)

Freud la define como a todo aquello en lo cual la vida


humana se ha elevado por encima de sus condiciones
animales y se distingue de la vida animal. Se distinguen dos
aspectos: por un lado, todo el saber y poder hacer que los
hombres han adquirido para dominar las fuerzas de la
naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus
necesidades; por el otro, comprende todas las normas
necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los
hombres y, en particular, la distribución de los bienes
asequibles. La cultura es, entonces, una creación del
hombre; está edificada sobre una compulsión* y una
renuncia de lo pulsional. Paradójicamente es una creación
humana y el peor enemigo de la cultura es el hombre
mismo. Freud hipotetiza el origen de la cultura en el
complejo de Edipo*, Tiene antecedentes: la bipedestación,
o sea el pasaje a la postura vertical que aleja al hombre de
los estímulos olfatorios, y la separación de los períodos
menstruales como forma de atracción del objeto* sexual.
Pasan a tener mayor relevancia los estímulos visuales (ante
la visualización directa de los genitales) y posteriormente
los auditivos. (La alteración interna* como expresión de las
emociones mediante el grito que deviene en llamado al
objeto, los ruidos de la escena primaria*, y por último la
aparición del lenguaje* y con ello la posibilidad del
pensamiento* consciente y preconsciente merced a la
palabra y su significado.) Otro escalón en el acceso a la
cultura es el aprendizaje del control de esfínteres, del que
nace el afán cultural por la limpieza (El malestar en la
cultura, 1930). En Sobre la conquista del fuego (1932)
hipotetiza que la cultura se estructura también sobre la
renuncia pulsional al placer* de extinguir el fuego mediante
el chorro de orina. La hipótesis freudiana expuesta en
Tótem y tabú (1913) explica el advenimiento definitivo a la
cultura gracias a la represión* de los deseos* sexuales y
agresivos provenientes del complejo de Edipo. Los hijos no
soportan al padre omnímodo, jefe de la borda primitiva*. Se
le rebelan. Le asesinan. Se establece la prohibición del
incesto.. Toda cultura se edificaría sobre estas dos básicas
prohibiciones: la del incesto y la de matar. El ser humano es
apto para entrar en la cultura una vez que reprimió su
sexualidad infantil*, una vez que se instaló en su aparato
psíquico un superyó*. La historia de la humanidad desde
sus orígenes es una lista interminable de matanzas y luchas
por el poder. Así y todo la cultura perdura. ¿Cómo hace la
cultura para dominar las pulsiones*? Les asigna un
representante dentro del aparato psíquico* de cada
individuo, llamado superyó*, encargado de dominar las
pulsiones sexuales* y destructivas, incluso apelando a
armas a su vez más destructivas, pues este superyó liga
pulsión de destrucción* y pulsión de muerte* en su interior
para defenderse de la pulsión sexual, ¿con el objetivo de
adecuar ésta a la cultura? La masa* humana se vincula por
pulsiones homosexuales de meta inhibida (la ternura, la
amistad), que son las que establecen los lazos culturales.
Las grandes creaciones de la cultura surgen también de la
inhibición* de la meta de las pulsiones sexuales para que
éstas sean aceptadas socialmente. Este producto y este
proceso llevan el nombre de sublimación*. Tenga o no el
hombre un «pecado original», la cultura tiene un «problema
original». Ha sido edificada sobre la sofocación* de las
pulsiones. La sofocación no puede sino generar un
malestar, también la existencia de las neurosis y
enfermedades mentales en general, como formas del
padecer humano, un alejamiento de la posibilidad de
felicidad. La sublimación desexualiza a la pulsión. Lo que
implica desmezcla pulsional*, por lo tanto liberación de
pulsión de muerte o destrucción, con lo que la cultura
tendería radicalmente a la destrucción (El yo y el ello, 1923;
El malestar en la cultura, 1929-30). En esta contradicción
dialéctica se mueve la cultura, creación humana que
cambia la naturaleza, que llena de prótesis al ser humano
haciéndolo cada vez más poderoso, poder que puede
generar su propia destrucción.

Curación por el amor

Fantasía* de curación del neurótico (opuesta por lo general


a la analítica y utilizada a menudo como resistencia* contra
el tratamiento) que «busca, entonces, desde su derroche de
libido en los objetos, el camino de regreso al narcisismo,
escogiendo de acuerdo con el tipo narcisista un ideal sexual
que posee los méritos inalcanzables para él» (1914, A.
E..14:97). Se ama en estos casos a lo que posee el mérito
que falta al yo* para alcanzar el ideal, característica del
neurótico, quien inviste excesivamente sus
representaciones* de objeto* en detrimento de las del yo. A
veces el paciente llega al tratamiento en busca de esto,
conseguir el amor* de un objeto. Si lo consigue, por algún
levantamiento transitorio de la represión*, piensa que ya
está curado. A veces esto se concreta en la persona del
analista. Se genera en este último caso el amor de
transferencia*, una de las resistencias más fuertes al
tratamiento. «Este plan de curación es estorbado, desde
luego, por la incapacidad para amar en que se encuentra el
enfermo a consecuencia de sus extensas represiones»
(Introducción del narcisismo, 1914, id.). Durante el
tratamiento, al levantarse algunas represiones, el paciente
suele elegir un objeto de amor idealizado. A la satisfacción
de este amor confía, entonces, su completo restableci-
miento. Ésta no es la curación psicoanalítica. Si no están
levantadas la mayoría de las represiones, reconstruida toda
la época de la sexualidad infantil* y la constitución del yo,
no están cumplidos los objetivos del psicoanálisis. Éstos
siguen siendo el levantamiento de las represiones, de todas
ellas, por lo menos las representaciones primarias*, y la
posterior «reelaboración»* de lo reprimido, el relleno de las
lagunas mnémicas -las que eran producidas por las
represiones- y el advenimiento del yo sobre el ello* (el
domeñamiento de la pulsión* del ello por parte del yo,
conociéndola y aceptándola como propia). Podríamos
contentarnos con el desenlace de la curación por el amor «[
... 1 si no trajera consigo todos los peligros de la oprimente
dependencia respecto de ese salvador» (1914, id. 98). La
curación psicoanalítica busca el desarrollo del proceso
secundario* a través del conocimiento del proceso
primario*, busca domeñar a las pulsiones merced a su
conocimiento, a su ligadura. La posibilidad de vivenciar y
expresar el amor, distinto de esta «curación por el amor»,
es buscada por el tratamiento. Una verdadera relajación de
la represión de la sexualidad infantil con reelaboración de
ésta, permite al yo, por ejemplo, la posibilidad de amar al
objeto sin necesidad de tener que reprimir sus deseos*
incestuosos inconscientes. De hecho el yo es fuerte, entre
otras cosas, por su capacidad de amar, y porque no
necesita tanto del ser amado para mantener su autoestima;
es más libre del objeto aunque también necesite de amarlo
y ser amado, enriqueciéndose en ese amor.

Defensa

Todo organismo vivo está expuesto a continuos estímulos,


que en el caso de los organismos complejos provienen del
mundo exterior y del propio interior del cuerpo (las
pulsiones*). Los seres humanos poseen un aparato
psíquico* que los defiende de los continuos estímulos a que
están sometidos, los que les generan un impulso a volver al
estado anterior, el previo a la llegada del estímulo. La
defensa, en este sentido, es como la razón de ser del
psiquismo. Éste ante todo quiere defenderse de los
estímulos. La• mejor manera de hacerlo, entonces, es
realizando las acciones específicas* que acaben con ellos.
Si son exteriores, huyendo de ellos o destruyéndolos. Si son
estímulos interiores (es decir, pulsiones), satisfaciéndolos.
Para ello deberá incluir el principio de realidad* en su
funcionamiento y la instauración de un yo* que piense y
maneje la acción en forma adecuada. Surgen sin embargo
durante la evolución del ser humano serios problemas en la
satisfacción de sus pulsiones (sexuales''` y destructivas*)
pues éstas chocan con los ideales culturales primero y
luego con los que existen en el mismo aparato psíquico
(ideal del yo*-superyó*). Por esto se van formando otros
tipos de defensa dirigidos a impedir la satisfacción de la
pulsión, o a desconocerla. A los mecanismos inconscientes
encargados de que el yo Prec. no conozca la existencia de
pulsiones incompatibles con él, se los ha llamado <
mecanismos de defensa* del yo», los cuales pertenecen al
yo Inc. Éste se encarga de defender al yo Prec. , sin que él
lo sepa, del acoso de las pulsiones. Esta defensa tiene, por
lo pronto, un precio: rasgos de carácter* y -cuando fallan-
neurosis*. Hay algunas formas de mecanismo defensivo
que permiten ciertas formas de placer-, pulsional, por
ejemplo los mecanismos defensivos pertenecientes a las
perversiones*. Este tipo de afección consigue satisfacer
pulsiones sexuales, parciales, infantiles, homosexuales y
narcisistas. Lo hace gracias a mantener relaciones sexuales
reñidas con lo aceptado en el medio social (el sujeto sufre
por ello angustia social*, de la que a su vez se defiende).
Llevan incluidas en el mismo acto placentero ciertos
mecanismos de defensa del yo contra los peligros que
derivan del complejo de Edipo*, tratan de ahorrarse la
angustia de castración-, con la desmentida* de la diferencia
de los sexos. La desmentida comprueba la ausencia de la
castración, entonces, en cada acto sexual (fetichista,
homosexual, exhibicionista, etcétera). No lo logran
totalmente, porque el yo se escinde*; en parte acepta la
castración y en parte no, perdiendo el yo la función
sintética, pasando a ser dos yoes. Entonces, la manera más
adecuada de defensa ante el estímulo pulsional, tendría
que ser la síntesis que tiene que lograr el yo ante las
presiones a que está sometido por el ello*, el superyó y la
realidad*. Una vez conseguida esa síntesis, ha de llevarla a
la acción (véase: acción específica). Respecto de los
estímulos del mundo exterior, el organismo establece una
barrera de protección antiestímulo* en el sistema
percepción consciencia (PCc. ), al cual pertenece la
investidura* de atención* que es en realidad (como apronte
angustiado*), el último nivel de esta barrera. Si ésta es
sobrepasada, se siente dolor* orgánico, pudiendo llegar a
instalarse una neurosis traumática* si la cantidad de
estímulo que penetra en el aparato psíquico va más allá de
las posibilidades de ligadura de éste. En las neurosis
traumáticas queda una compulsión* a repetir la escena,
primero en los sueños* hasta llegar a los actos, en busca de
que el aparato psíquico pueda, merced a la repetición,
sentir el apronte angustiado que no sintió en el momento
en que fue superada la barrera defensiva.

Defensa, mecanismos de

Operaciones automáticas que realiza la parte inconsciente*


del yo* para defenderse de las pulsiones*, o mejor dicho de
los posibles peligros que la satisfacción de éstas podría
generar. El yo Inc. , ante la aparición de la representación*
de una pulsión incestuosa o parricida, o retoños de ellas,
apela a una señal, muestra de angustia en pequeña
cantidad. Esta angustia señal* hace que el camino
asociativo, guiado por el principio de placer*, cambie,
huyendo de la angustia señal. Consigue así que la pulsión
original o sus retoños retornen al ello* inconsciente,
pasando al estado de represión*. De esta manera la
defensa* yoica es eficaz en librarse de la pulsión,
momentáneamente. Para que la pulsión se quede allí, para
que no pueda volver a introducirse en el yo, y por este
medio llegar a la acción, habrá que dejar como centinela,
una contrainvestidura* permanente. El mecanismo de
defensa por excelencia es la represión. En algunos
momentos de la teoría represión es sinónimo de defensa,
pero desde Inhibición, síntoma y angustia (1925) pasa a ser
el mecanismo específico de la histeria de conversión*. La
represión, en cuya esencia está el desconocimiento, tiene
dos pasos. La represión primaria* consiste únicamente en la
contrainvestidura que es el origen del resto de los
mecanismos defensivos ulteriores o represiones
secundarias*. En éstas se sustrae también investidura de la
representación de la palabra (Prec. ), con lo que no puede
ser nombrada por el yo y vuelve al ello inconsciente. La
investidura retirada pasa a otra palabra o a una formación
sustitutiva*, transacción entre el yo y la pulsión, que actúa
como contrainvestidura. La contrainvestidura se instala
también en el aparato perceptual* (PCc. ) -para evitar
percibir en la realidad* todo lo que remita al conflicto-, o se
desplaza a otras representaciones poco importantes, que
pasan a ser obsesiones, por ejemplo. Además lo reprimido
primariamente atrae al inconsciente a todo lo que puede
remitir a él. Otros mecanismos de defensa clásicamente
descritos son: la anulación de lo acontecido*, el
aislamiento*, la formación reactiva*, la proyección*, la
identificación* (histérica y melancólica), la desmentida* de
la diferencia sexual y de la pérdida del objeto, la negación*,
la escisión del yo*, etcétera. Lo común de todos ellos es la
inconcientización de la moción pulsional para evitar la
angustia señal que sentiría el yo. Si el mecanismo de
defensa falla, la cantidad de excitación* puede arrasar con
el yo y ocasionar la angustia automática*, similar al
trauma* del nacimiento. Esto último es una de las causas
por las que si bien los mecanismos de defensa producen
alteraciones patológicas, en algún momento se constituyan
en un mal necesario que evita males mayores, como la
angustia automática, por ejemplo. Además no debemos
olvidar que a partir de los mecanismos de defensa
inconscientes, el yo forma una infraestructura Inc. sobre la
que se instala la superestructura Prec. , la que entonces
puede funcionar sin tener que estar acosada por la pulsión,
a la que ignora. Cuando el yo se apoya demasiado en sus
mecanismos de defensa y éstos comandan a su proceso
secundario*, puede quedar una alteración del yo* más o
menos severa, la que será un fuerte obstáculo para la cura
y que participa de la formación de las caracteropatías,
dependiendo muchas veces el tipo de ésta, del mecanismo
de defensa preferentemente usado, lo que a su vez tiene
relación con los puntos de fijación*. Freud, en el Proyecto
de psicología (1895-1950) describe cómo se va formando el
yo a través de investiduras colaterales, cadenas de
pensamientos* que le hacen crecer, aprender de la
experiencia, acumular representaciones para poder
comparar con los nuevos perceptos, etcétera. Cuando las
cantidades de excitación exceden de cierto límite la
investidura colateral es insuficiente para conducirla, y debe
recurrir a una defensa primaria consistente en una contra-
investidura, que ahora impedirá el pasaje de la investidura
a nuevas representaciones. Éstas, rechazadas por el yo, se
acumularán en el inconsciente. La investidura colateral
enriquece al yo, modera a la pulsión haciéndola propia. La
contrainvestidura expulsa el estímulo pulsional al
inconsciente. Una y otra van dando forma a partes
diferentes dentro del yo: a) el proceso secundario, el
pensamiento, el yo con su función sintética, su principio de
realidad*; b)una parte que quedará inconsciente,
funcionará automáticamente, fuera de la voluntad* del yo
Prec. y que será el yo de la defensa, o los mecanismos de
defensa del yo, el yo Inc. En la cura psicoanalítica se hacen
patentes los mecanismos de defensa, dando expresión a la
resistencia* yoica. Debemos de habérnoslas con ellos,
entonces, para poder llegar al conocimiento del deseo*
reprimido, beneficiándose ahora el yo del deseo antes
reprimido al colocarle investiduras colaterales. Haciendo
que participe del comercio asociativo, que vaya integrando
el yo del pensamiento, del proceso secundario, el yo Prec.

Degradación del objeto erótico (o sexual)


Proceso que se produce por la bifurcación, en el desarrollo
libidinal de un sujeto, de las corrientes tierna y sensual. La
corriente sensual, totalmente reprimida durante el período
del complejo de Edipo*, reaparece en la pubertad
desplazada a w otros objetos*. Como éstos tienen su
fijación* inconsciente en objetos incestuosos, el yo* se
defiende de ello, limitando la elección de objeto*. La
corriente sensual sólo busca objetos que no recuerden a las
personas incestuosas prohibidas. Se produce así una
degradación psíquica del objeto sexual al buscarse
sexualmente un objeto opuesto al de la «madre pura» o
madre nutricia. «Tan pronto se cumple la condición de la
degradación, la sensualidad puede exteriorizarse con
libertad, desarrollar operaciones sexuales sustantivas y
elevado placer» (Sobre la más generalizada degradación de
la vida amorosa, 1912, A. E. T. XI, pág. 177), incluso buscar
metas sexuales perversas cuyo incumplimiento es sentido
como una pérdida de placer* y cuyo cumplimiento sólo es
posible en el objeto sexual degradado, menospreciado. En
ocasiones la escisión de la vida amorosa es tal que si
establecen una relación tierna son impotentes sexuales y la
potencia sexual sólo surge cuando el vínculo tierno es
imposible. Este tipo de trastorno es más común en el varón
que en la mujer y además es más común de lo que
aparenta. Freud dice: « [. . .] sustentaré la tesis de que la
impotencia psíquica está mucho más difundida de lo que se
cree, y que cierta medida de esa conducta caracteriza de
hecho la vida amorosa del hombre de cultura» (1912, id.
178). En la mujer se nota apenas una necesidad de
degradar al objeto sexual. En ella se produce una atracción
mayor por lo secreto, lo prohibido. Esta condición de lo
prohibido en la vida amorosa femenina es equiparable a la
necesidad* de degradación del objeto sexual en el varón.
Un sujeto que ha logrado superar el complejo de Edipo con
pocas fijaciones incestuosas tiene mejores probabilidades
de hacer coincidir ternura y sensualidad en la misma
persona, soslayando la degradación que quizá quede en
algún lugar del psiquismo y pueda regresar en momentos
de frustración* o aumento libidinal interior (adolescencia y
menopausia).

Delirio
Fenomenológicamente y en términos generales, trastorno
del contenido del pensamiento* que aparta al sujeto de la
realidad*. Para ello el yo* debe estar severamente alienado
o con una alteración muy profunda. Freud extiende el
término a algunas ideas y actos obsesivos -algunos
ceremoniales*, locura de duda- incluso a productos de la
omnipotencia del pensamiento* (la magia* y la superstición
del obsesivo, etcétera), quizá para remarcar el alejamiento
de la realidad al que son sometidos los neuróticos
obsesivos* por sus síntomas* y en algunos casos por el
carácter* del yo, pero en los que de todas maneras nunca
la alteración del yo* es tan significativa. Hay varios tipos de
delirios en diferente tipo de afecciones. Freud describe un
delirio histérico apropósito de Norbert Hanold, el personaje
de la «Gradiva» de Jensen (El delirio y los sueños en la
"Gradiva" de W. Jensen, 1906-07). En los delirios de Hanold
-realizaciones de deseos diurnas, a la manera de los
sueños* y con mayor creencia que en las fantasías* o
ensoñaciones diurnas- se mezclan sus recuerdos* infantiles
reactivados por el presente merced a sus sublimaciones*:
cree ver un personaje vinculado con sus estudios de
arqueología en una jovencita, con la que había tenido un
vínculo afectivo en su niñez, reactivado en el presente. La
represión* aparece en el enmascaramiento del personaje
amoroso (que alude a su sexualidad infantil*) a través de
una alucinación* a la que se le da creencia* y que
transporta al sujeto en su arrobamiento a la época
correspondiente a sus estudios de arqueología, lo que es
ayudado por el lugar en que transcurre la acción, las ruinas
de Pompeya. Freud describe otro delirio, propio de la
confusión alucinatoria aguda o amencia de Meynert*. En
ella la pérdida de un objeto* amado en la realidad, resulta
tan insoportable para el yo del sujeto que la desmiente*.
Cree ver al objeto, o presiente que vuelve, o está en el
cuarto contiguo, etcétera. Se produce en este caso una
desinvestidura* del sistema percepción consciencia (PCc.).
Al quedar bloqueada la percepción* de la realidad el
sistema PCc. puede ser rellenado con la reactivación, por
regresión* tópica, de la percepción del objeto deseado en
su estado bruto, igual que en el sueño. Se percibe,
entonces, la alucinación, se le da creencia y sobre ella se
elabora el delirio de la existencia del objeto perdido. El yo
esquiva el examen de realidad* y a veces hasta se vale de
elementos de la misma para probar la existencia de lo
deseado, que es consciente y no reprimido. En la amencia
probablemente la «alteración del yo» sea mayor que en la
psicosis* histérica, pero en ambas porfía el deseo del
objeto. Quizá eso ayude a que sean cuadros clínicos
agudos, aunque en ocasiones den paso a otros trastornos
duraderos, más alteradores del yo. Examinemos ahora los
principales tipos de delirio crónico, el delirio por
antonomasia, el paranoico y el correspondiente a la
esquizofrenia* paranoide. Éstos también son de diferentes
tipos y se tramitan, en general, de la siguiente manera:
primero la investidura* Inc. se retira de la representación*
de objeto y por lo tanto del objeto mismo; luego la libido*
se retrae al yo, de manera que la libido objetal deviene
narcisista y desde el inconsciente* desaparece el mundo
objetal. Al quedar desinvestidas las representaciones-cosa*
o representaciones-objeto desinvestidas, la libido también
en parte deviene pura cantidad de excitación* sin
representación. Esto último implica invasión de cantidad en
el aparato psíquico, lo que provoca angustia automática*,
fruto del desajuste económico en virtud de la
desinvestidura de la ` representación-cosa. A todo este
complejo que sucede al desinvestir la representación-cosa,
con lo que desaparece el deseo inconsciente del objeto,
más la angustia automática concomitante, se lo denomina
«vivencia de fin de mundo» *. Decíamos que la otra parte
de la libido objetal deviene narcisista al ser retraída al yo, lo
que clínicamente se expresa como delirio de grandeza.
Cuando se retrae hacia el cuerpo lleva el nombre de
«hipocondría» *. Con las investiduras que quedan en el
aparato psíquico, en las representaciones-palabra* (Prec.)
se intentará reconstruir el mundo objetal. Estas palabras,
ahora, no significan a las cosas o a las representaciones de
ellas: es como si las representaciones desinvestidas no
existieran. Entonces las representaciones-palabra pasan a
ser las representaciones-cosa y a ser tratadas como tal.
Funcionarán en gran parte con proceso primario* usando
asociaciones* por contigüidad*, analogía* u oposición*,
incluso los símbolos universales*, para formar
condensaciones* y desplazamientos*, que con una buena
elaboración secundaria* podrán tomar cierta apariencia
lógica. Así se armará el delirio paranoide, compuesto de
libido homosexual, libido no reconocedora de la diferencia
de sexos, a horcajadas entre la libido narcisista y la objeta].
Esta libido perderá su socialización, inhibición en su meta, o
sublimación, pues será libido homosexual erotizada. He
aquí un nuevo problema intolerable para el yo y del que se
va a defender, ya que por estar la libido erotizada no puede
sublimarla, relevará el amor* por odio -en especial en el
delirio persecutorio que está en la base de los otros, el
erotomaníaco, el de celos* y el de grandeza- y proyectará*
el deseo Inc. El paranoico sentirá que lo que era deseo
homosexual proviene ahora del inconsciente del objeto,
relevado por odio. 'De este modo se forma el delirio
persecutorio, que resulta así una manera de no aceptar el
deseo homosexual. Hay otros: los delirios de celos (véase:
celos), el delirio erotomaníaco y el ya mencionado delirio de
grandeza. Todos contradicen la frase «yo lo amo a él», en el
caso del varón, por supuesto. Una «reconstrucción del
mundo» muy penosa, por cierto, hasta que el delirio
consiga mediante el proceso primario un disfraz lo
suficiente mente aceptable para el yo y éste pueda tolerar,
merced a ello, el deseo homosexual; en el delirio de
Schreber éste llega a la conclusión de que es el elegido por
Dios para darle hijos. Se logra así una paz endeble pero
relativamente duradera, y hasta en algunos casos el yo,
gracias a sus partes no alteradas, logra un cierto
reacomodo con la realidad. Existen otros tipos de delirios
típicos de la paranoia` y la esquizofrenia paranoide como el
de ser observado, con alucinaciones auditivas que señalan
todos sus actos (sonorización del pensamiento) o sensación
de ser mirado, en ocasiones vinculado con persecución o
erotomanía. La alucinación auditiva autoobservadora se
produce por una regresión a la percepción. La observación
que en su infancia sus padres realizaban sobre él y que
luego devino en superyó* por identificación*, retorna ahora
por la regresión a la percepción, mostrando así sus orí-
genes. En el delirio de influencia, la regresión es mayor.
Todo el yo es proyectado al exterior, y el paciente siente
que hay máquinas (símbolo universal del cuerpo, lugar de
origen del yo) que influencian todos sus actos. El delirio,
entonces, en la esquizofrenia paranoide y la paranoia,
muestra la parte ruidosa de la enfermedad; pero en
realidad es el intento de curación que hace el paciente,
intento de reencontrar el mundo de los objetos. Que este
logro sea más o menos apacible, tendrá cierta relación con
cómo se haya tramitado el complejo paterno* previo. El
delirio hecho con palabras, siguiendo el proceso primario,
se funda en una verdad histórica* que está en el fondo de
todo delirio y que lo hace pasible de construcción* o
interpretación* a la manera de un sueño o un síntoma. Esto
lo practica en buena parte Freud en el estudio realizado
sobre la autobiografía de Schreber, también lo intenta con
algunas pacientes en los comienzos de su carrera, como se
puede ver, por ejemplo, en: Nuevas puntualizaciones sobre
las neuropsicosis de defensa (1896). En el momento agudo
de la enfermedad esto es imposible, pues la única
posibilidad de transferencia* es negativa o predo-
minantemente negativa, por lo menos en el delirio
persecutorio. Quizá el delirio erotomaníaco o celotípico se
presten mejor para intentar una reconstrucción del pasado
que se revive a través del delirio. En el «Hombre de las
ratas» habla también de cuna suerte de delirio o formación
delirante», en la que el niño sentía que sus padres conocían
sus pensamientos porque él los habría declarado sin oírlos
él mismo. «Declaro mis pensamientos sin oírlos. » Esto
Freud lo explica como una proyección del hecho de que él
tiene pensamientos que no conoce, una percepción
endopsíquica de lo reprimido. Freud también llama delirios
a cierto tipo de formaciones obsesivas, como las series de
pensamientos que ocupaban al paciente en el viaje de
regreso de las maniobras militares; o al disparatado
accionar descrito en el que trabajando hasta altas horas de
la noche, abría las puertas al «espectro» del padre, miraba
luego sus propios genitales en el espejo, y trataba de
rectificarse con la amonestación: « ¿Qué diría el padre si
realmente viviera todavía?». Esta fantasmagoría cesó
después de que la hubo puesto en la forma de una
«amenaza deliciosa». Si volvía a perpetrar ese desatino, al
padre le pasaría algo malo en el más allá. Este tipo de
«delirio obsesivo» se inscribe como formando parte de la
«omnipotencia del pensamiento» y sus consecutivas magia
y superstición, típicas de la neurosis obsesiva.

Depresión

[freud.]Estado afectivo doloroso, displacentero, provocado a


veces por una pérdida de objeto*, frustración*, fracaso,
etcétera. En todas estas ocasiones el yo* Prec. está
realizando el trabajo de duelo*, en el que cualquier objeto
que recuerde en algo al objeto perdido reactiva la añoranza
de él. Se incrementan, entonces, las investiduras de
añoranza*, junto al hecho de que la realidad* muestra la
imposibilidad de satisfacción, produciéndose así el dolor*
psíquico. Y así se repite ante cada situación que recuerde al
objeto perdido, cada lugar en el que se estuvo con él, cada
momento que se parezca a momentos vividos con él. El
talante es de tristeza y el yo está enfrascado en la tarea de
ir desinvistiendo* uno por uno los recuerdos* del objeto o
ilusión perdidos. Mientras permanece en este doloroso
trabajo, el yo hace una introversión* de la libido* durante
todo el período, apartándola de los deseos* Prec. de los
objetos que no son el que se perdió. El yo podrá de esta
manera, en forma paulatina, ir aceptando la realidad,
tornándose ésta más soportable, lo que conseguirá en
forma definitiva cuando la libido pase a investir a otro
nuevo objeto y aparezca un nuevo deseo. Hasta aquí, la
depresión* normal como respuesta a pérdidas exteriores
que, por decirlo así, la justifican. Distinta es la depresión
endógena: no hay causas exteriores o las causas exteriores
aparentemente no explican la magnitud o lo prolongado de
la misma. Entonces se dice que la pérdida es inconsciente*.
La inconscientización consiste en una identificación* del
objeto en el yo. Es en realidad odio* (recordemos que en las
primeras etapas se confunde con el amor*) al objeto, sin
que el yo se aperciba de ello, ya que aparece clínicamente
como autorreproche*. Pero en el tratamiento psicoanalítico
el autorreproche se revela como un reproche al objeto, que
está dentro del yo. El superyó*, ni corto ni perezoso,
aprovecha para sumarse a estos reproches y aplicarle
severo castigo al yo por < todo lo que se merece» al no ser
como el ideal. Se agrega por otro lado una mayor
retracción* libidinal, se rompe con el mundo exterior, lo que
había comenzado con el inaceptable odio al objeto,
desplazado al yo identificado con él. Esta descripción
corresponde a la melancolía*. En un lugar intermedio entre
el duelo y la melancolía se ubicarían los cuadros depresivos
neuróticos con su sentimiento de inferioridad, con el
sentimiento de culpa* inherente a la formación de su
aparato psíquico*, en el que el yo difícilmente pueda
satisfacer a un superyó que le exige lo ideal. Entonces el
sentimiento de culpa casi es constante y por lo tanto el
estado depresivo es de base. Ante cada nuevo fracaso
frente al ideal, el estado depresivo se agrava, así como
mejora cuando los éxitos lo acercan a lo pretendido por
aquel. Salvo en el duelo, en el que el dolor psíquico se
produce por la imposibilidad de descarga de la libido
objetal, en los otros tipos de depresiones el trastorno es un
destino de la libido narcisista. En la melancolía conduce a
una psicosis* narcisista y en otras depresiones a trastornos
del narcisismo* o de la autoestima*, producidos por no
conformar el yo al superyó. En estos últimos no alcanzan
para apartar al sujeto de la realidad, a retraer la libido de
las representaciones Inc. de los objetos, de los deseos de
éstos. En cambio, esto sí sucede en la melancolía.

Deseo

El deseo, en la teoría freudiana, consiste en una propuesta


psíquica que busca ser complacida. Ésa podría ser una
manera de presentación del tema. En rigor no hay una
definición del deseo dentro de la teoría que pudiéramos
llamar demasiado rígida o estricta, pese a que la teoría
freudiana, en términos generales y en toda su tremenda
extensión, sí lo es. El concepto, sin embargo, es bastante
claro y conciso. Freud lo usa en determinados momentos de
su desarrollo teórico más que en otros, pero nunca lo deja
de lado. Lo usa para explicar más algunos fenómenos que
otros, o algunos matices de éstos más que otros. Pero en
ningún momento desarrolló una teoría específica del deseo,
como sí lo hizo respecto de conceptos similares como el de
pulsión* o de libido*. En términos vagos, podríamos decir
que el concepto de deseo se mueve más cómodamente
dentro de la así llamada «primera tópica» porque es en ella
donde Freud desplegó toda su teoría representacional y el
deseo está, como veremos, íntimamente relacionado con la
investidura* de la representación*. Pero nadie dijo que en la
llamada «teoría estructural», Freud haya dado de baja el
tema de la representación. Muy por el contrario, sigue
siendo tema hasta en el «Moisés». Es que al explicar algo
nuevo, un nuevo nivel de un problema, el teórico no tiene
por qué repetir cada vez lo dicho antes. Por otro lado, si no
es mediante la teoría representacional, ¿cómo se explican
los sueños*? Se sobreentiende que las estructuras de la
«segunda tópica» son estructuras representacionales. El
ello*, el yo* y el superyó* son estructuras psíquicas, y lo
que da la característica de fenómeno psíquico a algo es
justamente la representación. Por lo tanto, explícita o
implícitamente en la teoría freudiana el deseo «siempre
está». Puede ocurrir que aparezcan al surgir nuevos
conceptos, diferentes matices, nuevas aristas, que obliguen
a aparecer nuevos conceptos o complejizaciones y en ese
camino surjan confusiones, esto es verdad. No siempre es
fácil diferenciar entre deseo y libido en algunos aspectos, y
especialmente entre deseo y pulsión. El deseo nace en los
momentos de formación del aparato psíquico*, luego de
ocurridas las primeras vivencias de satisfacción*. En
adelante la necesidad corporal surgirá unida a las
representaciones que habían dejado en el aparato psíquico
aquellas vivencias. La necesidad* logró, entonces,
representación psíquica. Ésta provino de la huella
mnémica* que dejó la experiencia, deviniendo en deseo. A
esta moción cine apunta hacia esta representación, a la
ligazón que se establece entre la necesidad corporal y la
representación, la llamamos «deseo». El surgimiento del
deseo inaugura el psiquismo y será el motor del aparato
psíquico. La vivencia de satisfacción deja en realidad un
complejo representacional en el que se distinguen tres tipos
de representaciones: 1) la que primero se activa cuando se
reanima el deseo: la representación investida del objeto*
satisfaciente: 2) la representación de los movimientos que
se hicieron con éste y que éste hizo, y 3) la representación
de la sensación de descarga en el r núcleo del yo
(«Proyecto», 1895-1950). El deseo será, por lo tanto, un
deseo del objeto con el que se busca realizar actos y que el
objeto realice otros, para poder volver a sentir la sensación
de satisfacción o placer* en el núcleo. «Sólo puede
sobrevenir un cambio cuando, por algún camino (en el caso
del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la
vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno. Un
componente esencial de esta vivencia es la aparición de
una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo)
cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada
a la huella que dejó en la memoria la excitación producida
por la necesidad. La próxima vez que esta última
sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará
una moción psíquica que querrá investir de nuevo la
imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez
la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la
situación de la satisfacción primera. Una moción de esa
índole es lo que llamamos deseo; la reaparición de la
percepción es el cumplimiento de deseo, y el camino más
corto para éste es el que lleva desde la excitación
producida por la necesidad hasta la investidura plena de la
percepción» (La interpretación de los sueños, 1900, A.E.
5:557-8). Entonces, el deseo es el deseo de volver a repetir
la vivencia de satisfacción, aquella que se vivió en el
vínculo con quien fuera el asistente ajeno* y ahora es el
objeto deseado. Cada vivencia de satisfacción irá dejando
nuevos deseos; las pulsiones de autoconservación* serán
más repetitivas, el objeto será más fijo. Las pulsiones
sexuales*, en cambio, irán teniendo diferentes tipos de
deseos según las zonas erógenas* de predominancia, por lo
menos hasta llegar la supremacía fálica cuando todas ellas
se organizan bajo su dirección y cuando se realiza una
elección de objeto* que por tomar características de
incestuosa, será reprimida. El objeto de las pulsiones
sexuales será mucho más cambiante, característica que va
disminuyendo a medida que se van produciendo fijaciones*.
Pueden también complacerse en el propio cuerpo. La
elección de objeto sexual exterior se apuntalará* en parte
en las satisfacciones de las pulsiones de autoconservación y
en parte en el propio cuerpo, en cuyas sensaciones el
objeto tendrá un factor determinante de todas maneras,
por lo que se irá eligiendo conforme a las fijaciones que irá
dejando en el cuerpo la historia con el objeto (la historia del
cuerpo y su representación van deviniendo en yo). En este
período* preedípico*, el niño aprende a hablar, se ensaya
con el lenguaje*. Los deseos Inc. de los objetos podrán
llegar al Prec. ligándose a las representaciones -palabra* y
generando así los deseos Prec. Después del complejo de
Edipo* el aparato psíquico se escindirá y múltiples deseos
(los incestuosos, parricidas y con ellos gran parte de los
deseos infantiles) serán reprimidos, pasarán al estado de
inconscientes* y a pertenecer al ello. No serán considerados
parte del yo, el que les negará su aquiescencia, les quitará
la investidura Prec., la investidura de la representación-
palabra. Estos deseos reprimidos nunca cejarán en su
deseo de retorno, directo o por medio de retoños Prec. que
los representen y eviten la censura*. Ese retorno originará
los sueños, los actos fallidos*, los síntomas* neuróticos,
etcétera. Los deseos Inc. pueden también en algunas
ocasiones superar la censura (desexualizándose*, por
ejemplo) y transformarse en deseos Prec., por lo que en ese
caso el yo los sentirá propios y luchará por satisfacerlos.
Aquí es importante, además de los factores reales externos,
su proximidad a los deseos incestuosos y parricidas
prohibidos (a mayor proximidad, menor posibilidad de
satisfacción, por lo menos en el terreno de la «normalidad»
y la neurosis). Los deseos Prec. del yo que no han sido
reprimidos por él son: los de su autoconservación en parte
(el deseo de dormir por ejemplo), otros configurarán deseos
con meta inhibida como la ternura o la amistad, o deseos
desexualizados, podríamos decir. Otra parte serán aquellos
deseos sexuales que, provenientes del ello, son aceptados
por el yo, probablemente porque no le crean conflicto con
el superyó o con la realidad*. Entonces podrá fantasearlos o
llevarlos a la acción (bajo el rectorado del principio de
realidad*). También podrán ser condenados por el juicio*
cuando el yo así lo considere, aunque algunas veces el yo
simultáneamente los haga propios y los mantenga en el
terreno de la fantasía*. Cuando los lleva a la acción, a costa
de cierto tipo de escisiones en el yo*, estamos ante las
«excentricidades de los normales», De todas maneras, el
deseo será un deseo Prec. con mayor grado, en general, de
ligadura y pasaje al proceso secundario. Freud también
menciona deseos del superyó al atribuirle los deseos de los
sueños punitorios*, de autocastigo*, los que se explicarían
como realización de deseos del superyó (Nuevas
conferencias de introducción. al psicoanálisis, 1933). De
algún modo el sentimiento inconsciente de culpa* o
necesidad de castigo*, funciona en algunas personas a la
manera de un deseo, incluso reprimido en el sentido de
desconocido por el yo, que se satisface periódicamente con
el sufrimiento de éste. Probablemente esto dependa de los
diferentes grados de mezcla* o desmezcla* de Eros* y
pulsión de muerte* que estén en juego en esos deseos
(sadismo* del superyó y masoquismo* del yo). En términos
generales, de cualquier manera, hablar de deseo remite a
deseo sexual (no se confunda con genital*), aunque la
posesión de representación (de cosa* y de palabra) le
puede dar a la pulsión de autoconservación característica
descante, Pero cuando nos referimos a deseo inconsciente,
éste es sexual. ¿Puede haber un deseo correspondiente a la
pulsión de muerte? Según Freud no, porque no hay en el
Inc. representación-cosa de ésta. Es un contrasentido
hablar de una «vivencia de muerte» que deje su huella en
el aparato psíquico. En cambio, puede haber necesidad
inconsciente de castigo, pero ella proviene del superyó. El
deseo agresivo para con otro ya pertenece a la pulsión de
autoconservación o a la sexual, merced al sadismo o
pulsión de apoderamiento* y hasta el odio* al rival.
Paradójicamente sabemos que «existe» una pulsión de
muerte...«muda». Si «habla», es a través de las
representaciones (de cosa y de palabra) del deseo sexual,
con el que se mezcla. Podemos decir que la vemos,
indirectamente, en los ejemplos ya mencionados de la
agresión*, sadismo, apoderamiento, etcétera. El concepto
de deseo se superpone con el de pulsión y hasta con el de
libido en el deseo sexual. Por momentos parecen
sinónimos, o distintos niveles del mismo fenómeno; por
momentos, cosas diferentes. El de pulsión, para Freud, es
un concepto límite entre lo somático y lo psíquico.
Probablemente esté más del lado de lo somático y el
esfuerzo (Drang) hacia la acción y el deseo más del lado
representacional. De ahí que Freud describa una «satisfac-
ción alucinatoria de deseos»*, no una «satisfacción
alucinatoria de pulsiones», y que hable de deseos cuando
debe explicar los sueños, las fantasías, incluso los síntomas,
es decir cuando el énfasis está en el contenido
representacional. En cambio, cuando debe explicar los
mecanismos de defensa* del yo ante las angustias señales*
frente al peligro pulsional, o cuando explica el ello, habla
del apremio de la pulsión sobre el yo, también en la
búsqueda de su satisfacción, que en última instancia es la
misma que la del deseo. Veamos ahora qué diferencias hay
entre deseo y libido. La energía sexual somática pasa a
llamarse «libido» cuando se liga a una representación, es la
energía que la inviste, el deseo está más ubicado en la
representación (investida por libido), por lo tanto hay
diferencias, pero un fenómeno es muy cercano al otro como
para poder distinguirlos muy claramente. En La
interpretación de los sueños (1900) habla de deseos, en Los
tres ensayos de teoría sexual (1905) menciona la pulsión,
en los escritos metapsicológicos de 1915 predomina el
concepto de pulsión, aunque también habla de deseos,
especialmente respecto de los sueños, en El yo y el ello se
refiere casi únicamente a las pulsiones del ello (1923),
también en Inhibición, síntoma y angustia (1925). El
concepto de libido está en toda la obra. Sin embargo hay
diferencias importantes que hacen que sean cosas
diferentes. Por ejemplo se puede hablar de un deseo Prec.,
pero la pulsión por lo general está referida a un concepto
Inc. También existen una libido objetal y una narcisista; sí
se puede hablar de un deseo objetal pero es más difícil
hablar de un deseo narcisista por lo menos puro, se puede
hacerlo como extensión del concepto de deseo homosexual,
por lo tanto referido al objeto. Por ejemplo tal es la
dependencia del niño del amor* del objeto en el período de
latencia* que puede hacer propios los deseos del objeto. La
educación en general se basa en estos principios: el niño
resigna sus pulsiones a cambio del amor materno, de una
manera tan radical, a veces, que se transforman en deseos
Prec., a través de identificaciones* en el yo y princi-
palmente en el superyó, opuestos en general al deseo Inc.,
por lo tanto apoyando a la represión Inc. contra la
emergencia de los deseos reprimidos. Podríamos pensar,
entonces, que la necesidad del amor del objeto es
narcisista y en alguna medida lo es, pero no en el sentido
más estricto del término (la libido proveniente del ello
invistiendo al yo). Uno no puede desearse, se tiene. Puede
desear ser amado por el objeto, o desear ser el ideal, pero
éste mismo está constituido por huellas de objetos del
pasado infantil o de la omnipotencia infantil perdida. En ese
sentido son deseos narcisistas, pero nunca falta el rastro
del objeto en todas estas complejizaciones del deseo que a
veces confunden el pensamiento*. Quede claro que la
diferencia definitiva entre estos conceptos, de todos modos,
no está totalmente clara, non liquet, como diría en tantas
ocasiones Freud. ¿Puede hablarse de una pulsión
narcisista? A lo sumo de una pulsión sexual con satisfacción
autoerótica. Cuando se habla de. narcisismo en sentido
estricto, se habla de libido en el yo. Por último: nos
apoyamos en lo expresado por Freud en el capítulo VII de
Lo inconciente (1915) respecto de la investidura de la
representación, para justificar un deseo preconscíente del
objeto. Cuando está investida la representación-cosa del
Inc. más la representación-palabra Prec., esta última
significa o representa a aquella ante la Cc. Si se le retira la
investidura Prec., el deseo pasa al estado de represión y a
pertenecer al inconsciente. En las neurosis de
transferencia*, la investidura de la representación-cosa Inc.
está investida y quizá en demasía, pero no tiene la
representación-palabra Prec. para poder llegar a la Cc. Uno
de los objetivos en el tratamiento psicoanalítico es
recuperar para la investidura de la representación-palabra
Prec la energía libidinal que mientras el deseo permanece
en represión, pertenece únicamente a la representación-
cosa Inc. La investidura en estas neurosis se ha desplazado
o transferido a otras representaciones Prec. En la histeria
de angustia* hasta constituir las fobias*. En la neurosis
obsesiva* se han aislado* sus conexiones asociativas y
afectivas con el resto de las representaciones Prec. o se ha
recurrido a mecanismos mágicos para no sentirlas
pertenecientes al yo, en última instancia angustiándose
ante estas obsesiones nunca aceptadas como deseos del yo
Prec., pese a estar ubicadas tópicamente en él. En la
histeria de conversión*, ha hallado expresión merced a
investiduras corporales elegidas asociativamente por leyes
de contigüidad* o analogía*, convirtiéndose en el caso de
las asociaciones* por analogía en símbolo mnémico* de las
representaciones-cosa, ahora reprimidas y que pugnan por
retornar de ese estado. En las afecciones narcisistas (en
especial en las psicosis*, cuyo máximo exponente es la
esquizofrenia* con sus distintas formas clínicas), se
desinviste* la representación-cosa del objeto y se desvía
esa investidura Inc. al yo. Este proceso consiste en el
narcisismo* por excelencia, el deseo Inc. del objeto está
desinvestido. Repitamos: no hay deseo Inc. del objeto en
estas afecciones, se retiró la investidura de la
representación-cosa Inc. (ésta configura el deseo Inc. del
objeto, el motor del aparato psíquico). Quedan, sin
embargo, representaciones Prec. que no representan a las
Inc. sino que ocupan el lugar que dejaron aquellas al
desinvestirse. Por lo tanto se rigen por sus mismas leyes (el
proceso primario*). Así se configuran los delirios*
paranoides que, quizá exagerando, hasta podríamos decir
que son deseos Prec. del objeto sin sustento en un deseo
Inc. Intentos de reconstrucción* del deseo del mundo
objetal, pero no desde lo profundo del aparato psíquico,
sino únicamente desde las palabras. Palabras que dejaron
de ser significantes, y ahora remedan el significado.

Desesperación
Investidura de añoranza* a la que se agrega angustia de
pérdida de objeto* o viceversa; el afecto* correspondiente
al duelo* (la ya ocurrida pérdida del objeto*), más la
angustia* de la posibilidad de su pérdida. Es
probablemente, dice Freud, el afecto sentido por el lactante
(Inhibición, síntoma y angustia, 1925) al comenzar a notar
la ausencia de su madre, sin distinguir todavía si la
ausencia es transitoria o definitiva. En tanto transitoria se
corre el peligro de que no vuelva cuando uno sienta la
tensión de necesidad* (angustia). En tanto definitiva
produciría duelo, añoranza. La experiencia va separando el
dolor* de la angustia, aunque en determinadas
circunstancias (por ejemplo, cuando no se encuentra el
cuerpo de una persona desaparecida, de la que la realidad
muestra su ausencia definitiva) vuelven a juntarse y retorna
la desesperación, al unirse el duelo y su añoranza con la
angustia de pérdida de objeto.

Desestimación

No aceptación, por parte del yo* consciente, de algún dato


nuevo de la realidad*, al que considera poco importante,
quedándose con juicios* establecidos anteriormente. Este
rechazo, previo a un juicio de existencia*, es universal, <
normal» en la infancia. Los niños son renuentes a reconocer
la diferencia de los sexos o de la castración que lleva
implícita la etapa fálica. La teoría de la cloaca* había
explicado hasta entonces el nacimiento de los niños de un
modo mucho menos conflictivo. En general el niño ante la
amenaza de castración actúa como el pequeño Hans
(Análisis de la fobia de un niño de cinco años, 1909), si le
amenazan con la pérdida del “pipí” , no le produce
angustia*: total, tiene el «popó» (en términos teóricos, la
teoría de la cloaca). Aceptar como posible la existencia de
la castración es el próximo paso. Una aceptación paulatina
y tal vez siempre incompleta. La teoría de la cloaca en
parte es superada al reconocerse la existencia de la
castración correspondiente a la etapa fálica, pero nunca
absolutamente, y en parte permanece en el inconsciente*
reprimida como todo lo relativo a la sexualidad infantil*.
Puede retornar desde ahí a través de un síntoma* intestinal
con fantasía* de embarazo, como en el caso del «Hombre
de los lobos» (1914-18), o como cualquier otro producto del
inconsciente. Cuando el niño reconoce, siquiera
parcialmente, la existencia 1. de la castración-] o que se
vuelve inevitable al percibir el genital femenino y, por el
complejo del semejante* comprende¡-* la diferencia- hace
su entrada en el complejo de castración*. Una multitud de
excitaciones y afectos* se enlazan, entonces, con la pérdida
del pene; es el caso de la angustia de castración* en el niño
y la envidia del pene* en la niña. El famoso sueño del
«Hombre de los lobos» es una de las pruebas de que el niño
había entrado, en el momento del sueño* al menos, en el
complejo de castración. Por lo tanto había superado en
parte la primera desestimación* de la misma, aunque la
teoría de la cloaca sobre la cual se había instalado, podía
retornar en cualquier momento y hasta convivir con el
reconocimiento de las diferencias sexuales que generaban
la angustia de castración. En un mismo síntoma conversivo
convivían el reconocimiento de la diferencia sexual (la
angustia ante la disentería) con la teoría de la cloaca (la
fantasía inconsciente de embarazo intestinal). Ésta incluía
un reconocimiento de diferencia sexual al ser tomado el
ano como si fuera una vagina, lo que volvía a generar
angustia de castración, creándose aparentemente
contradicciones, las que como sabemos no tienen cabida en
el inconsciente. Estas representaciones contradictorias,
entonces, seguían perteneciendo al Inc., logrando gracias a
estas formaciones sustitutivas* -embarazo intestinal
simbolizado en la constipación- tener acceso al Prec. en
forma disfrazada. Se desestiman también mociones
pulsionales, siempre que sean conscientes o que tengan
investidura* Prec. (representación-palabra*, investida con
atención* o sin ella). En ese caso el yo puede desestimarlas
a través de la emisión de un juicio, condenándolas. El
«juicio de condenación o desestimación»* es una de las
últimas defensas* que tiene el yo ante la pulsión*, una vez
superada la negación* y siendo aceptada la pulsión por el
yo como propia; quizá sea la más evolucionada, la más
relacionada con la ligadura, el domeñamiento pulsional.
Freud llama «desmentida»* a la no aceptación de datos de
la realidad, en adultos, como la existencia de la diferencia
de los sexos (parcialmente en los casos de perversiones*
sexuales), o de datos de la realidad dolorosa (como la
pérdida de un ser querido en la confusión alucinatoria
aguda o amencia de Meynert*). En ambos se produce un
enérgico mentís sobre los datos de la realidad, tapándolos
con otra percepción*, el fetiche en el fetichismo*, el pene
en la homosexualidad*, la alucinación* del objeto perdido
en la amencia.

Desexualización

Inhibición* en la meta de la pulsión sexual*. La libido*


desexualizada* une a la masa* cultural, siendo base de la
cultura* misma e iniciándose con ella; es la que le queda al
hijo, en el vínculo con sus padres y hermanos, después de
la represión* y sepultamiento del complejo de Edipo*. Es
libido a su vez homosexual, dado que si tiene inhibida la
meta sexual no reconoce diferencias sexuales. La libido
desexualizada forma los vínculos de ternura y amistad, y la
sublimación*. Como su descarga completa está inhibida,
mantiene los vínculos más perdurables. El yo* funciona con
libido desexualizada normalmente. Tal libido ha perdido
algo de su perentoriedad (Drang) por haberse desplazado*
su meta del objeto* u objetivo original, gracias a lo cual es
más manejable por el yo. Cuando la libido en el yo se
resexualiza, resultan las perversiones* narcisistas, como es
el caso de la homosexualidad*, o se generan distintas
formas de defensa* contra aquella, como en la paranoia*.
Las patologías narcisistas tienen sexualizada la libido narci-
sista u homosexual. Ésta se puede reprimir y originar
neurosis* («Dora», 1901-05; el «Hombre de los lobos»,
1914-18). Las neurosis son, además de otras cosas,
trastornos en la desexualización de la libido objeta], lo que
obliga a su represión. Por otro lado es por causa de la
represión que la libido objeta¡ no se desexualiza y «crece
en las sombras». En tanto toda sublimación implica una
desexualización, implica una desmezcla* de pulsiones de
vida* y pulsiones de muerte*, y así la desexualización,
necesaria para la culturalización, paradójicamente libera
pulsión de muerte. Los vínculos desexualizados, basados en
una inhibición en la meta sexual, pueden volver a
resexualizarse por diferentes causas y también
transformarse en amorosos. Entonces se vuelven asociales
nuevamente, pues la pareja busca exclusividad, cela* a su
ser amado, no quiere compartir su amor*.

Desinvestidura (sustracción de la investidura)

Forma de funcionamiento común a todos los mecanismos


de defensa*, por el cual se le retira energía psíquica*
(libido*): a representaciones-palabra* Prec. en las
neurosis*; a representaciones-cosa* Inc. en las psicosis*
narcisistas; al aparato perceptual o sistema percepción
consciencia PCc. en las psicosis alucinatorias agudas,
psicosis histéricas y, en parte, en el fetichismo* y las otras
perversiones sexuales*; o a todas las partes del aparato
psíquico*, en el caso del sueño*. La desinvestidura
corresponde al segundo paso de la represión* o defensa*, o
sea la represión propiamente dicha, complementaria de la
represión primaria* cuyo mecanismo único es la
contrainvestidura*. Esta última también actúa en la
represión secundaria* reforzándola y sosteniéndola. Cuando
la energía corporal inviste una representación-cosa, se
transforma en psíquica. Se la llama entonces «pulsión*
Inc». Si es sexual se la llama también «libido» (poniendo en
este caso el énfasis en la energía invistiente), principal
representante de las pulsiones de vida*. Cuando además de
la representación-cosa inviste la representación-palabra
correspondiente, crea la precondición para el
domeñamiento de la pulsión. Si se desinviste la
representación-palabra, la investidura*, permaneciendo en
la representación-cosa en estado de represión, genera el
deseo* Inc. reprimido. En las psicosis narcisistas se retira la
investidura de la representación-cosa Inc--- lo que deja al
aparato psíquico sin deseo Inc., sin pulsión de vida; con
cantidad de excitación* pura, sin poder ser ligada a una
representación. Esto es liberación de pulsión de muerte*,
tendencia a la vuelta a lo inorgánico, a la pura cantidad. Las
representaciones-palabra están investidas entonces, como
un puente sumamente endeble tendido hacia un mundo
objetal, delirante, pero mundo al fin. Se formarán así los
delirios*, las alteraciones sintácticas con tema
hipocondríaco (lenguaje de órgano*). Se habrá perdido la
metáfora en estas representaciones-palabra, retornarán a
su sentido de representación-cosa original.

Desmentida

Mecanismo utilizado por el yo* ante una realidad* que le


resulta intolerable. Retirando las investiduras* del polo
perceptual* -también llamado sistema percepción
consciencia PCc.-consigue no percibir, no acusar recibo de
su percepción*. Como dice Freud, darle un «enérgico
mentís» a su percepción. La desmentida no consigue ser
absoluta, pues siempre en parte la realidad, incluso la que
específicamente se quiere desmentir, es en parte percibida.
Esto implica la formación de una escisión en el yo* Prec, El
que acepta y no acepta un mismo aspecto de la realidad al
mismo tiempo. Acepta una contradicción que no molesta a
su proceso secundario*. Si el predominio de la desmentida
sobre el reconocimiento de la realidad es muy franco, se
establece una confusión alucinatoria aguda o «amencia de
Meynert» *. Sobre el retiro de la investidura del PCc., éste
registra alucinatoriamente, previa regresión tópica (de
palabra a imagen), la presencia del objeto* deseado y no
reprimido (sin disfraz). Objeto que en la realidad se perdió.
Resulta así una defensa* psicótica ante el duelo*, defensa
poco duradera a la que a veces recurren personas no
psicóticas, con escasa o nula «alteración del yo» *, en
situaciones en que la cantidad de excitación* resulta poco
común. Cuando la desmentida de la realidad es pareja con
el reconocimiento de la misma, se percibe claramente un
yo escindido. Un yo que en su actividad de pensamiento*
consciente acepta contradicciones. Por ejemplo, en el
fetichismo*, un tipo de perversión* sexual que evita al
sujeto la homosexualidad* efectiva. La 1 libido* con la que
se vincula el fetichista con el objeto es homosexual, o sea
desmentidora de la diferencia sexual, y no desexualizada.
No obstante, consigue en la acción la heterosexualidad
merced a la existencia del fetiche, pues gracias a su
presencia obtiene el refuerzo de la realidad, que sostiene el
< enérgico mentís» puesto al reconocimiento de la
diferenciación sexual. Tanto en la psicosis* alucinatoria
aguda como en el fetichismo, la desmentida tiene dos
pasos: 1) la no aceptación de lo real (la pérdida del objeto y
la aceptación de la existencia de la castración
respectivamente) y 2) el reemplazo activo de la realidad (la
alucinación* y la presencia del fetiche en la mujer,
respectivamente). La escisión del yo en el fetichismo se
observa clínicamente en el hecho de que, pese a que se
logra la erección en el acto sexual, siempre que la mujer
posea un fetiche (fetiche que se forma con
representaciones* extraídas de las vivencias de la
sexualidad infantil* desplazadas* por lo común por
contigüidad*, o por simbolismo* del pene femenino), en
otros momentos, sin embargo, se siente angustia de
castración*, lo que muestra que en parte el yo desmintió la
castración y en parte la aceptó (en tanto le angustia una
asociación* que a ella remita). La escisión del yo en este
caso es intrasistémica, se produce en el mismo yo Prec. Es
una falla de su poder sintético por laque caben
contradicciones en el proceso secundario, sin que el yo las
considere un error.

Desplazamiento

Tipo de mecanismo característico del proceso primario*, por


el cual la energía psíquica* (quantum de afecto*) pasa
libremente de una representación* a otra, desinvistiendo* a
una e invistiendo* a otra según las leyes de la asociación*.
Para lograr la identidad de percepción* basta que una
representación sea contigua a otra o análoga, u opuesta,
etcétera. Una representación es la otra por compartir
atributos superficiales. La tarea del proceso secundario* es
precisamente inhibir* este mecanismo (que según la
hipótesis freudiana es el original). Solamente así una
representación es distinguible de otra. Entonces la
investidura es fuerte y su desplazamiento débil. Caracte-
rísticas éstas del proceso secundario, del proceso de
pensamiento* realizado por el yo* Prec. El yo Inc. puede sin
embargo usar el desplazamiento con fines defensivos; lo
hace mediante el libre movimiento de la investidura entre
las representaciones siguiendo las leyes de la asociación,
consiguiendo así un disfraz de la pulsión* o el deseo*
prohibido. Así se observa el desplazamiento a lo nimio en la
neurosis obsesiva*, el que puede convertirse en rasgo de
carácter* del yo (la puntillosidad detallista). Además es el
mecanismo característico de la fobia*: el yo desplaza el
miedo al padre castrador a un animal, o el temor a sus
concupiscencias eróticas en fobia a los lugares abiertos o
cerrados, etcétera. Incluso la misma transferencia* resulta
una forma de desplazamiento, si bien intersistémica, del
Inc. al Prec. Los sueños* más complejos y más difíciles de
entender son aquellos con más desplazamiento, con más
disfraces.

Desvalimiento

Estado de indefensión del lactante invadido por la tensión


de necesidad*. Se produce una gran perturbación
económica por el incremento de las magnitudes de
estímulo en espera de tramitación. Este factor es el núcleo
genuino del peligro. Corresponde al trauma* de nacimiento,
cuando una tensión de necesidad invadió un aparato
psíquico sin ninguna capacidad de ligadura de esta
cantidad de excitación*, por no poseer representaciones:'
suficientes, o sólo las filogenéticas. En adelante ésta será la
temida situación de peligro*. La experiencia va mostrando
que el peligro se aleja con la presencia del objeto*. De ahí
la angustia de pérdida del objeto''`, primer escalón de todas
aquellas complejizaciones representacionales de la
angustia*: la angustia de castración*, la angustia ante el
superyó* y la angustia social*, que pasarán a ser señales de
peligro de que el aparato psíquico puede entrar en la
situación de desvalimiento* (angustia automática*
arrepresentacional). De varios modos puede ser invadido el
aparato psíquico por la tensión de necesidad: cuando fallan
los mecanismos de defensa* (neuropsicosis de defensa*), o
cuando existe invasión de la cantidad de excitación externa
(neurosis traumáticas*) o interna proveniente de causas
mecánicas por fallas en el mecanismo del acto sexual
(neurosis actuales*), o por desinvestidura* de las
representaciones-cosa* (psicosis* narcisistas). Se produce,
entonces, el ataque de angustia automática, estado de
desvalimiento psíquico ante la invasión económica de la
cantidad de excitación, repitiéndose así una situación
similar al «trauma de nacimiento». Cuando existe un
peligro real externo, si la magnitud de las fuerzas de éste
son muy superiores a las propias, se produce una situación
de desvalimiento material, esta vez no frente al estímulo
interno sino frente al exterior.

Dinámica psíquica

El punto de vista dinámico sustenta -junto al tópico y al


económico-la metapsicología psicoanalítica. El dinámico
muestra al aparato psíquico* como algo en acción con
cambios constantes, con fuerzas que buscan descarga* y
con otras que se oponen a ellas. Con progresiones y
regresiones*. Con momentos de estabilidad y
descompensaciones. Con fuerzas y representaciones* en
conflicto*. La energía* del aparato psíquico proviene de las
pulsiones*. Gracias a la ligadura de éstas con
representaciones -cosa* primero y palabra* después-las
pulsiones van siendo domeñadas. La energía libre* ha
pasado a ser quiescente, ligada*. En general va a ser la
utilizada por el yo*Prec., éste a su vez está compuesto, en
parte, por ella. El yo utiliza el proceso secundario*, el '^
pensamiento*, forma mínima de acción con poco gasto,
preparación de la acción específica*, esta última sí
demandará grandes cantidades de energía. Además el
sujeto cuenta con una capa de protección antiestímulo* que
le protege de las cantidades exteriores. Si éstas penetran
en el aparato psíquico en cantidades tales que éste no
pueda ligarlas a representaciones, originan dolor físico y/o
situaciones traumáticas*. El aparato psíquico en su
esquema estructural está compuesto por un ello*, un yo* y
un superyó*. El yo tiene que conciliar las exigencias del ello
con las del superyó, generalmente opuestas, lograr una
síntesis y no cualquier síntesis sino una que sea adecuada a
la realidad*. Éstos son los avatares dinámicos que suceden
ante cada moción pulsional o ante cada percepción* de la
realidad que reactive una moción pulsional. El yo debe
procurar soluciones con poco gasto de energía y descarga
suficiente de todas las tendencias opuestas a las que se
enfrenta.
Displacer

Sensación desagradable percibida en el sistema de


percepción consciencia (PCc.) cuando se produce un
aumento de la cantidad de excitación*. Tiene importancia el
lapso en que el aumento se manifiesta, cuanto más rápido
mayor el displacer. También es importante el ritmo. Por
supuesto algunos aumentos de excitación son placenteros,
por ejemplo el de la excitación sexual. Aquí probablemente
tengan bastante que ver las pequeñas descargas que se
van produciendo a través de cada zona erógena* (placer*
preliminar*) y la recompensa del placer final buscado. El
displacer genera la tendencia a huir de él. Existen diferen-
tes formas del displacer. La forma común y de las que las
demás se tiñen, es la angustia*. La angustia se explica por
el aumento de cantidad de excitación, excepto aquella
angustia que utiliza el yo* como angustia señal* para
utilizar los mecanismos de defensa* ante las pulsiones* que
eviten aquella anterior angustia, displacer por excelencia,
debida al aumento de cantidad de excitación (angustia
automática*). Otra sensación displacentera es el dolor*
físico que también es causado por la acumulación de
excitación en el aparato psíquico debida a una alteración de
la barrera de protección antiestímulo*. En el dolor psíquico,
el duelo*, la investidura de añoranza* se sobreinviste ante
cada comprobación en la realidad* de la pérdida del
objeto*, originando la sensación dolorosa. ¿Qué decir del
masoquismo*? Parecería-especialmente en el masoquismo
moral, con la reacción terapéutica negativa* que suele
acompañarlo, proveniente del sadismo* del superyó* in-
consciente y del masoquismo del yo- como que el aparato
psíquico buscara el displacer, el castigo, que satisficiera o
expiara una culpa* gracias al sufrimiento, preferentemente
producido por la enfermedad psíquica, pero también por
afecciones psicosomáticas, e incluso por cierta tendencia a
los accidentes. Todas estas formas son las de las
resistencias* mayores y más complejas a la cura. En
términos generales las reglas de funcionamiento del apa-
rato psíquico seguirían el principio de placer, o sea la
búsqueda de placer y la huida del displacer, pero existiría,
sin embargo, un más allá de éste que lo atrae hacia lo
inorgánico oponiéndose al anterior principio; generado
ahora por la pulsión de muerte*, que como resultado de esa
oposición* producida en la forma de mezcla y desmezcla
pulsional*, hace que el sujeto pueda buscar el displacer.
Repitiendo compulsiva y hasta diabólicamente, situaciones
que le conducen directamente en esa dirección.

Dolor

El dolor físico consiste en la irrupción de grandes


cantidades de excitación* en el aparato psíquico*. Cualquier
excitación sensible, aun de los órganos sensoriales
superiores, cuando el estímulo supera determinada franja,
produce dolor. También se siente dolor cuando hay una
solución de continuidad en el polo perceptual*; si se
desborda la barrera de protección antiestímulos*. Por
último el estímulo doloroso también suele partir de un
órgano interno, entonces se reemplaza la periferia externa
por la interna y la cantidad de excitación generadora del
dolor proviene del propio cuerpo. La causa del dolor en el
aparato psíquico es un gran acrecentamiento del nivel de
cantidad de excitación, el que es, dentro de ciertos
márgenes, primero sentido como displacer* por el sistema
percepción consciencia (PCc.) o aparato perceptual*. Más
allá del margen se siente dolor. El dolor deja una inclinación
a la descarga* y una facilitación* entre ésta y la huella
mnémica* del objeto* excitador de dolor. La huella
entonces de la vivencia de dolor* es el afecto*, el miedo,
origen a su vez de la defensa* primaria, la tendencia a huir
de cualquier situación que remita o se asemeje a la
vivencia dolorosa. Lo hasta ahora descrito corresponde al
dolor físico, éste puede participar a su vez de la excitación
sexual. Por ejemplo en la etapa sádico anal*, a través de la
pulsión de apoderamiento*, el dolor físico toma parte
importante de aquella excitación. Cuando existen
fijaciones* sádico-anales, por ejemplo en casos de
perversiones* sádicas* o masoquistas*, el dolor se
convierte en un elemento primordial para la excitación; no
porque el dolor sea buscado como meta en sí, sino porque
gracias a él el individuo se excita sexualmente, logrando
sentir placer*. Donde el dolor sí es buscado por sí mismo es
en el masoquismo moral, como una de las formas de
mezcla* de la pulsión de vida* ligando a la pulsión de
muerte* y a la pulsión de destrucción, teniendo como otro
de sus ingredientes la culpa* a la que le sirve como
mecanismo expiatorio. Veamos ahora el dolor psíquico, el
que se siente en el proceso de duelo*. Como en el dolor
físico, hay una concentración de investidura*, pero en el
dolor físico la libido-1 es narcisista* yen el duelo es objeta].
Es la investidura de añoranza* de la representación* del
objeto deseado, cuya imposibilidad de satisfacción indica el
examen de realidad*. Esto se repite ante cada situación
análoga a una en que el objeto fuera investido
intensamente. El yo* en cada una de estas situaciones
deberá tomarse el trabajo de realizar ese retiro libidinal de
la representación del objeto, momento en el que el dolor
psíquico se hace otra vez presente, pues aumenta el nivel
de libido objetal de añoranza y la imposibilidad real de su
satisfacción. Por último, también existe el dolor por
conversión histérica*, formación sustitutiva* de fantasías*
reprimidas que logran retornar como símbolo mnémico* o
por asociación* histórica, como en el caso de la neuralgia
facial de Cácilie M.", que expresaba una fantasía de
bofetada, o el dolor de la astasiaabasia* de Elisabeth von
R.* producto de asociaciones por contigüidad*, que todas
juntas expresan simbólicamente una fantasía incestuosa
con el cuñado. En todas estas fantasías participan tanto la
satisfacción pulsional como el castigo por ella, merced a la
condensación*.

Domeñamiento pulsional

Decimos que una pulsión* está domeñada por el yo*,


cuando éste la puede «manejar con sus riendas»; por lo
pronto la reconoce como propia, la acepta como un deseo*,
ahora del yo, que le gustaría llevar a cabo, pero que puede
resignarlo o postergarlo en aras de otras variables que
entren en su consideración, más o menos importantes para
él en ese momento. El domeñamiento implica
representación-palabra* investida, representando a la
representación-cosa* (también investida) ante el Prec. del
yo. Por lo tanto la pulsión o su meta es conseguida como un
deseo propio del yo y con esto también inhibida (véase:
inhibición) en su acción, momentáneamente, hasta la
decisión final de si convertirla en acción o no. El tema quizá
más importante resida en la posibilidad de elegir que el
domeñamiento pulsional, merced a las relaciones de las
representaciones-palabra propias de la actividad de
pensamiento* pertenecientes al yo Prec., le otorgan al yo.
Éste ahora conoce a la pulsión, puede hablar de ella,
lograrle un lugar en la lógica de su pensamiento, y
entonces moderar su pasaje a la acción. En otras palabras,
la representación-cosa perteneciente al deseo Inc. que
estaba en proceso primario* es lograda pasar al proceso
secundario* y éste es uno de los objetivos esenciales de la
cura psicoanalítica. Es absolutamente diferente a lo que
produce el proceso de la represión*; éste esencialmente
origina un desconocimiento de la pulsión y transformación
de ella en otra cosa (síntoma*, acto fallido*) compulsivo e
irrefrenable para el yo, con lo que logra el objetivo de
impedir su pasaje a la acción específica*, pero paga con su
desconocimiento y consiguiente empobrecimiento del yo. El
que sí se enriquece al conocerla y domeñarla con la
actividad de pensamiento y desexualización* que esta
última conlleva, a la vez que se libera del esfuerzo de
contrainvestidura* que le demandaba la represión. Dice
Freud en Análisis terminable e interminable: «Acaso no sea
ocioso, para evitar malentendidos, puntualizar con más pre-
cisión lo que ha de entenderse por la frase "tramitación
duradera de una exigencia pulsionaV. No es, por cierto, que
se la haga desaparecer de suerte que nunca más dé
noticias de ella. Esto es en general imposible, y tampoco
sería deseable. No, queremos significar otra cosa, que en
términos aproximados se puede designar como el
"domeñamiento" de la pulsión: esto quiere decir que la
pulsión es admitida en su totalidad dentro de la armonía del
yo, es asequible a toda clase de influjos por las otras
aspiraciones que hay dentro del yo, y ya no sigue más su
camino propio hacia la satisfacción» (A. E. T. XXIII, pág.
227).

Duelo
Proceso doloroso normal que se produce ante la pérdida en
la realidad* de un objeto* deseado, amado, «o de una
abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad,
un ideal, etcétera» (Duelo y melancolía, 1915-17, A.E.
T.XIV, pág. 241). Se caracteriza por el talante dolido, la
pérdida del interés por el mundo exterior -a menos que
recuerde lo perdido-, la pérdida de la capacidad de amar,
de trabajar, etcétera. Esto muestra el esfuerzo que tiene
que hacer el yo* para realizar el proceso doloroso de
despegue del deseo* de la presencia del objeto amado, el
que la realidad muestra que ya no está. Es un proceso de la
libido* objetal que no encuentra salida, pues el objeto no
pertenece más a la realidad, lo que produce a su vez un
aumento de la añoranza* (perteneciente a la libido objetal )
de él. - Por lo tanto el duelo es un proceso más o menos
prolongado que necesita el yo esencialmente para poder
llegar a aceptar la pérdida definitiva en la realidad del
objeto. Debe despegar el deseo de él de cada uno de los
momentos que lo recuerdan, aquellos en los que dejó su
rastro. A veces este proceso afectivo es largo, casi
interminable. Pero por lo general con el tiempo el dolor se
va mitigando hasta casi desaparecer, dejando como
conmemoración un rasgo en el yo que pertenecía al objeto,
una identificación*, una regresión* a querer ser- el objeto,
ya que no se lo puede tener* más. Hay, al mismo tiempo,
una introversión libidinal*, un retiro de la libido de todo lo
que no corresponde al objeto perdido y los recuerdos con él
relacionados. En cada situación en la que el objeto tuvo una
sobrecarga de investidura*, se reproduce la situación de
dolor* psíquico, al comprobar la realidad la imposibilidad de
satisfacción de los deseos así reactivados. A medida que la
investidura se va desprendiendo de la representación- del
objeto perdido, va pasando a otro objeto que lo reemplace
junto a un proceso de identificación en el yo con atributos
del objeto perdido que facilita o posibilita la resignación del
objeto. «Quizás esta identificación sea en general la
condición bajo la cual el ello resigna sus objetos» (El yo y el
ello, 1923, A.E. T. XIX, pág. 31). La pérdida de un ser amado
puede desencadenar una neurosiso cualquier otro tipo de
patología, configurándose diferentes formas de duelos
patológicos. Una forma grave es la desmentida* psicótica
de la pérdida del ser querido, alucinando-1 su presencia,
como es el caso de la confusión alucinatoria aguda o
amencia de Meynert'k. Otra puede ser a través de las
diferentes formas de neurosis, éstas seguramente
permanecían latentes y asintomáticas, reapareciendo ahora
en los síntomas*, como histerias*, neurosis obsesivas*,
etcétera. El duelo debe ser diferenciado del dolor físico,
aunque éste, si es causado por la pérdida de una parte
corporal, secundariamente puede originar a su vez una
situación de duelo, duelo por la pérdida de una parte del yo,
duelo narcisista entonces. El dolor psíquico del duelo es
causado por una sobreinvestidura* de la añoranza del
objeto sumada a la imposibilidad de satisfacerla, lo que
genera el desvalimiento* característico del que está
pasando por este proceso. Es como si por el hecho de
tomar consciencia de que no se va a tener más al objeto, se
pretendiera recuperar todos los momentos placenteros
vividos con él, incluso los que se hubiera podido fantasear,
esto de una manera ideal regida por el principio de placer*;
por ello, entre otras cosas, de la persona fallecida sólo se
recuerdan las virtudes. Cuando la investidura de añoranza
se mitiga y el deseo objeta] logra reemplazar al objeto
perdido, el dolor psíquico disminuye. La melancolía* no es
necesariamente desencadenada por un proceso de duelo.
Es más bien un problema de la libido narcisista entre el
superyó-ideal del yo* y el yo, que origina el sufrimíento del
yo. En tal lugar aparece la forma inconsciente del vínculo
de odio* con el objeto, pues este último está metido en el
yo y en general es un objeto perteneciente a la historia de
la sexualidad infantil*, que se introdujo de contrabando,
merced a la identificación. El talante de la melancolía en
general es fenomenológicamente similar al del duelo, pero
predornina en ella el auto rreproche'1 y no la añoranza del
objeto. El autorreproche es un reproche inconsciente al
objeto que, sin éste saberlo, está en el yo.

Economía psíquica

El económico es uno de los tres puntos de vista de la


metapsicología freudiana, junto con el dinámico* y el tópico
o estructural (véase: aparato psíquico). El punto de vista
económico surge de las primeras concepciones freudianas
del psiquismo como algo sujeto a las leyes generales del
movimiento, por ejemplo al principio de inercia*. Éste es
aplicado en el «Proyecto» (1895-1950) a las neuronas* que
procuran aliviarse de la cantidad de excitación. El punto de
vista económico de todos modos permanece a todo lo largo
de la teoría freudiana, con las complejizaciones y hasta
aparentes contradicciones que eran de esperar. La
economía psíquica se refiere a todo lo que está relacionado
con la cantidad de excitación. En el esquema freudiano el
psiquismo está compuesto de dos elementos esenciales: las
representaciones-' y la energía*. Las representaciones
pueden ser de dos clases, de cosa y de palabra. La energía
circula entre las representaciones. En general proviene de
las pulsiones*, que cuando éstas son sexuales* lleva el
nombre de libido*. Es almacenada por el yo* como energía
ligada* y desexualizada, la que va invistiendo* y
desinvistiendo* a las representaciones. «[...] en las
funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto,
suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una
cantidad -aunque no poseamos medio alguno para medirla-;
algo que es susceptible de aumento, disminución, des-
plazamiento y descarga, y se difunde por las huellas
mnémicas de las representaciones como lo haría una carga
eléctrica por la superficie de los cuerpos» (Las
neuropsicosis de defensa, 1894, A.E. T.III, pág. 61). El
aparato psíquico recibe entonces cantidades de energía,
energía que se liga a representaciones que vienen de
procesamientos de las huellas perceptivas directas (véase:
«Carta 52») de las huellas mnémicas* de las vivencias de
satisfacción* y dolor*, o sea de la memoria* de hechos
percibidos, que tuvieron en algún momento cualidad*
perceptual. Al ligarse la cantidad con la representación se
genera el deseo*, motor del aparato psíquico, el que ya es
un cierto nivel de cualidad; cualidad representacional que
como vimos es la huella que dejó la cualidad perceptual y
quiere volver a ella. Es un deseo de volver a sentir lo que se
sintió en la vivencia de satisfacción, por lo que busca
repetirla. Es cantidad que se va cualificando a medida que
se psicologiza y se psicologiza para convertirse en acción
específica*. Esta acción culmina en una descarga de la
carga que originó el circuito. En última instancia es una
tremenda complejización del arco reflejo. Este arco reflejo
es eje del punto de vista económico. El organismo genera
cantidades que buscan descarga. Estas cantidades se unen
a representaciones y toman los nombres de «deseos», «
pulsiones», «libido», etcétera. Algunas son aceptadas por el
yo y otras rechazadas, reprimidas de diferentes maneras.
En los trabajos de la metapsicología de 1915 se denomina a
la cantidad circulante entre las representaciones «quantum
de afecto»*, y todos los afectos* son explicados como
distintas formas de descarga. En Inhibición, síntoma y
angustia (1925) Freud menciona un tipo de angustia* que
no necesita explicación económica: la «angustia señal»*,
angustia cultivada en pequeña cantidad por el yo para
generar sus mecanismos de defensa* inconscientes. No la
necesita, porque es un recuerdo*, una representación, de
otra angustia (angustia automática*) que sí necesita
explicación económica, y a la que por esta angustia señal,
los mecanismos defensivos del yo, intentan evitar.

Elaboración secundaria

Forma de reacción del sistema percepción consciencia


(PCe.) perteneciente al yo*, ante todas las imperfecciones,
incongruencias, errores, etcétera, de las percepciones* y
hasta de las mismas actividades de pensamiento*. Tiende a
rellenar, a tapar, no percibir las imperfecciones, y a darle
una forma coherente y lógica adecuada al proceso
secundario*. En La interpretación de los sueños (1900),
Freud considera que la elaboración secundaria es el cuarto
factor del trabajo del sueño* junto con el trabajo de
condensación*, el sometimiento a una censura* del sueño y
el miramiento por la figurabilidad. Sin embargo, en otros
artículos como Psicoanálisis (1922-23) y Un sueño corno
pieza probatoria (1913) dice que estrictamente no
pertenece al trabajo del sueño, sino que es el trabajo del yo
ante la alucinación* del sueño, por lo tanto una percepción
a la que se le da creencia* y a la que se le trata de
entender desde el mismo momento de la percepción y más
aún, en el momento de ser contado el contenido
manifiesto*. El efecto logrado es el contrario al
aparentemente buscado por el yo consciente, pues con la
elaboración secundaria el sueño se hace más coherente
formalmente pero menos entendible en lo que hace a su
lógica. Ello sirve a los fines de la censura, pues oculta el
deseo* reprimido. A la elaboración secundaria recurren
también los síntomas* neuróticos, especialmente los de la
fobia* y la neurosis obsesiva, en las que se confunde con la
racionalización. Es también parte importantísima de la
elaboración del delirio* paranoico.

Elección de objeto

El reconocimiento por parte del niño de la importancia del


objeto* para la obtención de placer* no es un proceso
simple, lineal. Parcialmente lo reconoce como tal desde un
principio (yo realidad inicial*, pulsiones de
autoconservación*) aunque en forma predominante
(pulsiones sexuales*) lo confunde con su yo* en la medida
en que le produce placer (yo placer purificado*), y no lo
distingue de las zonas del propio cuerpo que a su vez le
producen placer (autoerotismo*). A este primer estadio
libidinal se lo llamará narcisismo*, cuando el propio cuerpo
unifique todas sus zonas erógenas y forme un yo.
Reconocer un yo es reconocer un no-yo, un objeto, principal
fuente del placer y de la calma de la tensión de necesidad.
A este objeto se lo elige luego, apuntalándose* en aquel
objeto reconocido por las pulsiones de autoconservación.
Éste es el primer nivel de elección de objeto* o elección
primaria de objeto, elección que recae, por lo tanto, en la
madre nutricia. Cuando hay fallas en el vínculo con ella
puede el incipiente yo refugiarse en el autoerotismo, cuna
del narcisismo. Aún el autoerotismo necesita un mínimo de
vínculo objetivo previo que lo «inaugure», lo que no quita
que a partir de ahí predominen las elecciones de objeto tipo
narcisista, buscando reforzar al yo, básicamente endeble,
en el vínculo con el objeto, y prevaleciendo este motivo en
el tipo de elección. Como pronto llega el período del
complejo de Edipo* -con el reconocimiento de la diferencia
de los sexos, angustia de castración* y complejo de
castración* concomitantes-, esta primera elección de objeto
se torna incestuosa. Sucumbe entonces a la represión* o
subsiste pero inhibida en su meta, como ternura. En la
adolescencia al reforzarse el empuje pulsional se volverá a
elegir objeto, una elección ya secundaria que llevará las
marcas de aquella primaria reprimida, inconsciente. El otro
tipo de elección de objeto que ya mencionamos es el que
proviene del narcisismo. Se elige entonces en el objeto atri-
butos del yo, o del ideal del yo*; tal es la elección de objeto
narcisista. La elección de objeto por apuntalamiento y la
narcisista suelen darse mezcladas, pero una de ellas
prevalece. La elección de objeto por apuntalamiento está
más relacionada con los avatares de la libido* objeta], la
narcisista con la libido narcisista aunque con la objetal
también, en tanto resulta un refugio ante las dificultades de
aquella e incluso surge por identificaciones* con los objetos.

Ello

Una de las provincias anímicas de la «segunda tópica»; es


la sede de las pulsiones*, de donde proviene la energía
psíquica*. Al mismo tiempo pareciera ser una parte oscura,
inaccesible, de nuestra personalidad. Se lo describe por
oposición respecto del yo*, el ello en realidad corresponde a
lo que en el Proyecto de psicología (1895-1950) Freud
llamaba el «núcleo del yo» (A.E. 1:373) o sea la parte del
aparato psíquico* que estaba más en contacto con los
estímulos provenientes del cuerpo, estímulos que al
investir* las representaciones* toman el nombre de
pulsiones, y en La interpretación de los sueños (1900)
mencionaba como el «núcleo del ser» (A.E. 5:593). El ello: «
[...] en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge
dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su
expresión psíquica» (Nuevas conferencias de introducción
al psicoanálisis, 1932, A.E. 22:68). El ello es inconsciente*,
pero no es lo único inconsciente: partes del yo y del
superyó* también lo son. Lo inconsciente en el ello no es
sinónimo de reprimido, lo reprimido es sólo una parte del
ello, éste tiene otras partes que no corresponden a lo
reprimido. En el ello hay representaciones-cosa* con mayor
o menor grado de investidura, vinculadas entre sí a través
de asociaciones* por contigüidad* y analogía*. La energía*
se desplaza* libremente entre ellas (energía libre*), regida
por el principio de placer*, por lo tanto buscando la
identidad de percepción*. «Las leyes del pensamiento,
sobre todo el principio de contradicción, no rigen para los
procesos del ello. Mociones opuestas coexisten unas junto a
las otras sin cancelarse entre sí ni debilitarse» (1932, id.
69). Estas mociones opuestas producen condensaciones. En
el ello no hay negación*, tampoco hay noción de espacio ni
de tiempo. Las mociones de deseo* que nunca salieron del
ello y las impresiones que fueron hundidas en él por vía de
represión, son virtualmente inmortales. «[...] el ello no
conoce valoraciones, ni el bien ni el mal, ni moral alguna. El
factor económico o [...], cuantitativo, íntimamente enlazado
con el principio de placer, gobierna todos los procesos.
Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que
eso es todo en el ello» (1932, id.). Rige el proceso primario*
con la condensación* y el desplazamiento propios de él,
para sus vínculos entre representaciones-cosa. El nombre
de «ello» Freud lo tomó de Groddeck*. Lo eligió
principalmente por el significado de extraño al yo que éste
tiene, metafóricamente “una tierra extranjera interior”.
Paradójicamente el ello, que sería lo más profundamente
íntimo de nuestra vida interior, «el núcleo del ser», no es
sentido por nuestro yo sino como algo ajeno a sí mismo, lo
que ya nos muestra la «alienación» del yo en su misma
estructura de formación. Dentro del ello está incluido todo
el bagaje fílogenético de lo vivido por las generaciones
anteriores, lo que queda resumido en las cinco fantasías
primordiales* (escena primaria*, seducción, castración,
retorno al vientre materno y novela familiar*) que, como las
categorías kantianas del entendimiento (el tiempo y el
espacio), funcionan dándole una orientación al
entendimiento del niño (luego al adulto de manera
inconsciente) sobre los fenómenos que se presentan a su
percepción*, ubicándolos dentro de algunas de aquellas
«categorías» o fantasías primordiales (De la historia de una
neurosis infantil, 1914). Son como un lecho premoldeado,
que deberá ser rellenado con la experiencia, e incluso con
otras huellas mnémicas heredadas (Moisés y la religión
monoteísta, 1934-39), conduciendo así la manera de
entender los fenómenos actuales, una especie de «saber
instintivo» como el de los animales. Dentro de este haber
filogenético, también pertenece al ello el simbolismo
universal*, que es familiar a todos los niños pese a la
diversidad de lenguas.

Emma
[psicoan.] En el “Proyecto de psicología” (1895-1950) dice
Freud que la compulsión histérica proviene de una forma de
desplazamiento de energía que es un proceso primario. La
fuerza que mueve este proceso es una defensa del yo, que
rebasa lo normal. Pone entonces el ejemplo de Emma,
quien no puede ir sola a una tienda. Emma fundamenta
esta actitud en un recuerdo de los doce años (poco después
del inicio de la pubertad). Había ido a una tienda a comprar
algo, vio a los dos empleados reírse entre ellos y salió
corriendo, presa de terror. Piensa que se reían de sus
vestidos y que uno de los empleados le había gustado
sexualmente. Freud encuentra esta explicación
incomprensible. Surge un segundo recuerdo: a los ocho
años había ido dos veces a la tienda de un pastelero y éste
le pellizcó los genitales a través del vestido. El pastelero
tenía una risa sardónica. Emma se reprocha haber ido por
segunda vez, como si de ese modo hubiera querido
provocar el atentado. Freud sostiene que al vincular una
escena con la otra se explica mejor el temor. La conexión
asociativa entre una y otra escena se hace por la risa (risa
de los empleados y del pastelero). Una escena evoca a la
otra, pero entretanto ella se ha hecho púber. El recuerdo de
la primera escena despierta un desprendimiento sexual que
se traspone en angustia. Es como si en la sensación
corporal actual se “comprendiera” la escena anterior,
surgiendo la angustia como defensa del yo. Muestra luego
Freud una cadena representacional en la que algunas
representaciones (las más inocentes) llegan a la cons-
ciencia y otras quedan inconscientes. Expone de una
manera clara y didáctica el proceso de la represión
patológica y el concepto del hecho traumático sexual “a
posteriori” que desplegará en el caso del “Hombre de los
lobos” (1917) muchos años después, con mayor
profundidad, y en el que incluye la ya descubierta
sexualidad infantil, pero sin variar en demasía, salvo en su
mayor nivel de complejidad, las ideas básicas expuestas en
este caso.

Aporte de Ricardo Bruno

Emmy von N.
[psicoan.] Primer paciente al que Freud aplicó el método de
hipnosis catártica de Breuer. Emmy tenía cuarenta años,
era vivida y madre de dos hijas adolescentes. El cuadro
clínico es el de una neurosis mixta con síntomas de
neurosis de angustia, de fobias y de histeria, entre los que
predominan los estados agudos de delirio, con
alucinaciones, que no son recordados después por la
paciente, además de algunos síntomas permanentes como
tics y tartamudeos, con pocas conversiones. La
interpretación que hace Freud del material es bastante
superficial comparándola con las posteriores. Nos interesa
sobre todo para apreciar el proceso de descubrimiento que
va realizando Freud, ya que la evolución del tratamiento se
describe día a día. Además de aplicar la hipnosis catártica
Freud analizaba el síntoma durante la hipnosis, hasta llegar
a la conclusión de que la mejoría es más franca y duradera
con este segundo sistema. Explica en esta ocasión los tics y
tartamudeos como resultado de representaciones
contrastantes, expresión de una voluntad contraria. El
tratamiento de Emmy tuvo dos períodos y consiguió
suprimir los síntomas de la paciente, aunque sin producir
los cambios estructurales que le hubieran dado a ésta las
armas necesarias para no necesitar enfermar ante nuevos
sucesos traumáticos.

Aporte de Ricardo Bruno

Energía indiferente

Tipo de energía neutra (ni erótica ni destructiva)


desplazable, que si se agrega a una moción erótica o
destructiva cualitativamente diferenciada, eleva su
cantidad de investidura* total. Esta energía podría estar en
el ello* o en el yo*. La proveniente del yo sería Eros*
desexualizado, o sea inhibido en su meta, que en general
es el tipo de energía que inviste al yo. « [...] esta libido
desplazable trabaja al servicio del principio de placer a fin
de evitar estasis y facilitar descargas. En esto es innegable
cierta indiferencia en cuanto al camino por el cual
acontezca la descarga, con tal que acontezca» (El yo y el
ello, 1923, A.E. 19:45). Mucho más difícil es explicar una
energía indiferente en el ello, ya que para tener carácter de
psíquica, de cualidad psíquica, una energía debe ligarse a
una representación*. Sin la representación es mera
cantidad. En todo caso se la podrá cualificar como
displacer*, incluso como angustia* (automática*). La
indiferencia de la energía también se podría pensar si
incrementara mociones de amor* u odio*, que en el
principio de la vida anímica son casi indiferenciables entre
sí y sólo lo logran claramente en la etapa fálica. De todas
maneras el odio en aquel momento indiferenciado forma
parte de la pulsión* libidinal. Freud se plantea en la primera
teoría pulsional la existencia o no de una energía psíquica
indiferente entre la libido* sexual o la pulsión de
autoconservación*. Aquí la problemática giraría en torno de
si el hecho o no de la existencia del carácter de la energía
se definiera merced a la ligadura con una determinada
representación-cosa*, entonces dependería de los atributos
de ella el carácter de sexual o de autoconservación de esta
energía.

Energía libremente móvil

Dícese del estado de la energía en el ello* y en lo que


entendemos globalmente como inconsciente* (Inc.). Desde
donde, regida por el principio de placer*, busca la identidad
de percepción*, por medio de la cual alucina las
condiciones de la satisfacción, o encuentra en pequeños
atributos de las percepciones, identidades con la
representación* de objeto* deseada. Con esta energía
trabajan los mecanismos de defensa* inconscientes del yo*,
los que también se rigen por el principio de placer,
formando la infraestructura Inc. del yo sobre la que se
edifica la superestructura Prec. Esta energía, al desplazarse
libremente entre las representaciones-cosa*, origina
desplazamientos* y condensaciones* permanentemente. En
este estado la energía es ineficaz, necesita ser domeñada,
por lo menos en parte, para acercarse a la descarga.
Cuando es sofocada*, la energía libre alcanza cierta eficacia
si retorna desde lo reprimido* a través de los síntomas*,
actos fallidos*, compulsiones*, etcétera. Cuando es ligada
por la representación-palabra* y/o la actividad de
pensamiento* del yo Prec., pasa a convertirse en energía
ligada*, menos libre pero con mayores posibilidades de
alcanzar la acción específica*.

Energía ligada

Estado de la energía psíquica (proveniente originariamente


de las necesidades corporales), al ligarse con una
representación-cosa* y una representación -palabra* que
represente a aqueIla. Puede así encontrarle un sinfín de
relaciones con otras representaciones-palabra,
pertenecientes al mundo del pensamiento* y moderar
mediante esta tramitación inhibitoria* su pasaje a la acción.
Es un tipo de energía merced a la cual quedan íntimamente
unidos el Inc. con el Prec., el ello* con el yo*. Es el estado
de energía que el analista busca que logre el paciente
conociendo su inconsciente*, uniendo a éste con la
actividad de pensamiento del yo Prec., para así entonces
domeñar la energía y lograr la descarga específica en el
momento adecuado a la realidad*. La energía ligada es el
estado al que debe llegar la energía para que sea posible la
acción específica*; esto se consigue relativa e
indirectamente, pues en las sesiones no se accede a la
energía sino a las representaciones* a las que aquella se
liga.

Katharina

[psicoan.] Estando Freud de vacaciones, Katharina,


muchacha de unos dieciocho años, le consulta por
dificultades en la respiración. Freud diagnostica ataque
histérico con contenido angustioso. Katharina siente
además opresión en los ojos, zumbidos, cabeza pesada,
mareos, opresión en el pecho, miedo a la muerte y al ser
atacada por detrás. Además ve un rostro horripilante que la
amenaza y atemoriza. Freud atento, la deja hablar. En el
estrecho marco de una sola entrevista (hecha en esas
condiciones especiales) Freud averigua el origen del rostro
atemorizador. Su relato enmascara hechos de la vida de la
paciente por razones éticas, algunos de los cuales son
recuerdos conscientes y otros se volvieron conscientes du-
rante la “conversación” con Freud; en ningún caso de todos
modos eran reconocidos, previamente a ella, como que
tuvieran relación con su sintomatología. Aparece entonces
una historia con un tío (mejor dicho, con el padre, como se
aclara al final del historial) con tendencia a realizar
acciones incestuosas, incluso a tener relaciones sexuales
con su sobrina (hija). Se muestra claramente, en este
pequeño historial, cómo los hechos traumáticos son
comprendidos “a posteriori”, y cómo lo “incompatible” de
esta comprensión para el yo, fuerza a éste a reprimir y
derivar en síntoma conversivo la libido en juego. Al poder
ésta ser abreaccionada en la “conversación” con Freud, se
produce el alivio sintomático. Freud averigua que se habían
sucedido una serie de hechos traumáticos (insinuaciones
incestuosas del padre) que no son cabalmente
comprendidas por la paciente. Ésta sí las comprende
cuando presencia una escena sexual del padre con su
prima, esta escena calificada de auxiliar es a su vez
traumática en sí y desencadenante de la neurosis que se
venía incubando desde las situaciones traumáticas
anteriores. La angustia que Katharina padecía no
corresponde a una neurosis de angustia; es histérica, es
decir, una reproducción acentuada de aquella angustia que
emergió en cada uno de los traumas sexuales.

Aporte de Ricardo Bruno

Lucy R

[psicoan.] El historial se puede leer en Estudios sobre la


histeria. La de Lucy es una histeria leve con pocos
síntomas, arquetipo de histeria adquirida sin “lastre
hereditario”. Lucy es una inglesa de treinta años, que
trabaja de gobernanta en la casa de un director de fábrica,
con dos niñas de éste a su cargo. (La madre de las niñas
había fallecido hacía unos años.) Sus síntomas son: desazón
y fatiga, analgesia general, mucosa nasal sin reflejos y -su
molestia mayor- unas sensaciones subjetivas consistentes
en “olor a pastelillos quemados”. Como la paciente no
respondía a la hipnosis, Freud renunció a ésta, lo que hizo
que el análisis transcurriera en un contexto apenas distinto
de una conversación normal. Este hecho provocaba una
dificultad, pues la hipnosis producía un “ensanchamiento
sonámbulo de la memoria [...] y justamente los recuerdos
patógenos [...] están “ausentes de la memoria de los
enfermos en su estado psíquico habitual” (A. E. 2:127). Este
hecho se vuelve concreto cuando el paciente corta sus
ocurrencias y deja de asociar. Freud apela, entonces, a un
artificio: con la mano presiona la frente y la insta a
continuar, lo que la mayoría de las veces consigue. Freud
considera a este artificio técnico una “[...] hipnosis
momentánea reforzada” (A. E. 2:277), que vence a la
resistencia y deja libre el paso a las ocurrencias y
recuerdos. Utilizando este método, en este caso, llega al
recuerdo de la situación traumática en la que la paciente
percibió de manera real el citado olor. Lucy recuerda una
carta de la madre pidiéndole que vuelva, una escena de
ternura de las niñas y el fantasear culposamente que
debería abandonarlas a pesar de haberle prometido a la
madre de aquellas el no hacerlo nunca. No toleraba más el
clima de la casa (estaba peleada con el resto del personal).
Simultáneo a esa escena, las niñas habían olvidado que
cocinaban pastelillos y se percibía el olor de su quemazón.
¿Ésa es la escena traumática: el olor tomó el lugar de
símbolo mnémico y es lo que se repite? Freud no queda
satisfecho. Una condición indispensable para adquirir una
histeria es que una representación sea deliberadamente
reprimida de la consciencia, y eso falta. Freud arriesga una
interpretación: Lucy está enamorada de su patrón y teme
que sus compañeros de trabajo se rían de ella. Lucy
contesta: “Sí, creo que es así, [...] yo no lo sabía o, mejor,
no quería saberlo; quería quitármelo de la cabeza” (id.
134). En los días subsiguientes ese síntoma disminuye, y lo
reemplaza otro, olor a tabaco. Freud insiste. Surge el
recuerdo de un visitante que besa a las niñas y, el padre
que se lo prohíbe enojado mientras miss Lucy siente que se
le clava una espina en el corazón. Como los señores
estaban fumando, permanece en su memoria consciente el
olor a cigarro. Esta segunda escena en realidad sucede
antes que la anterior, en la que leía la carta de la madre, en
su cronología real. El análisis prosigue. Aparece una tercera
escena más antigua aún: el director se había enojado con
Lucy, y hasta había amenazado con despedirla. Esta escena
había pulverizado sus esperanzas amorosas y
probablemente era el verdadero núcleo patógeno, pues a
partir de ese momento desaparecieron los síntomas, y miss
Lucy se resignó y aceptó su realidad. El olor a tabaco,
símbolo mnérnico de la segunda escena, sirve como
contrainvestidura de la tercera escena (la verdadera escena
traumática: el rechazo del patrón). El tratamiento se realizó
en forma irregular, aparentemente en el intervalo entre
pacientes, durante nueve semanas, lo que era mucho para
esa época. Hubo remisión absoluta de todos los síntomas,
los que cuatro meses después no habían reaparecido.

Mathilde H.

[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en una nota al


pie de los Estudios sobre la histeria, a propósito de las
“conmemoraciones solemnes”, o sea de la repetición de la
sintomatología en el aniversario del hecho traumático. Se
pregunta Freud si en estas conmemoraciones que retornan
año tras año se repiten las mismas escenas o cada vez son
detalles diferentes los que se presentan para su abreacción,
se decide por esto último. Pone entonces el ejemplo de
Mathilde, bella muchacha de diecinueve años, a la que trata
en dos ocasiones. Primero, por una parálisis parcial de las
piernas y, unos meses más tarde, por una alteración del
carácter: desazonada hasta la desgana de vivir, se
mostraba desconsiderada con su madre, irritable y hosca.
Mediante la hipnosis descubre la causa de su desazón: la
ruptura de su noviazgo, ocurrida varios meses antes. En la
relación con su prometido habían aparecido muchas cosas
desagradables para ella y su madre, pero el enlace le
traería muchas ventajas económicas, lo que le generaba un
estado de indecisión, con gran apatía. Por fin su madre
pronunció, en lugar de ella, el “No” decisivo. Tiempo
después despertó como de un sueño, pensó largamente la
decisión ya tomada, haciendo pesar los pros y los contras,
etcétera. Fue un largo período de duda con animadversión
hacia la madre fundada en aquella ocasión de la decisión.
Al lado de esta actividad de pensamiento, la vida se le
antojaba una pseudoexistencia, algo soñado. Un buen día,
cercano al aniversario del compromiso, todo el estado de
desazón cesó. Lo que fue interpretado por Freud como un
estado de “abreacción reparadora”, como contenido de una
neurosis de otro modo enigmática, en la que la
conmemoración solemne había tenido efecto reparador.

Rosalía H.

[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en los Estudios


sobre la histeria mientras se ocupa de los síntomas que se
generan con efecto retardado, “a posteriori” (Nachträglich).
Es decir que la conversión no es una respuesta a las
impresiones frescas, sino al recuerdo de ellas. Rosalia tiene
veintitrés años, y aprende canto. Se queja de que su bella
voz no le obedece en ciertas escalas, también de sus
sensaciones de ahogo y opresión en la garganta y de que
las notas suenen como estranguladas, por lo que todavía no
ha podido cantar en público. La imperfección, que sólo
afecta su registro medio y que no es constante, no puede
explicarse por un defecto de las cuerdas vocales. A través
de la hipnosis Freud averigua que era huérfana desde niña
y había sido recogida por una tía, madre de muchos hijos,
casada con un hombre que la maltrataba y maltrataba a los
hijos de una manera brutal y que mantenía descaradas
relaciones sexuales con las muchachas de servicio. Falleció
la tía y Rosalia fue la protectora de sus primos. Se
esforzaba en sofocar las exteriorizaciones de su odio y
desprecio hacia el tío. Fue en esa época cuando apareció la
opresión en la garganta. Posteriormente tuvo un maestro
de canto que la alentó y con quien tomó lecciones en
secreto. Como a menudo llegaba oprimida por las escenas
hogareñas, se consolidó un vínculo entre el cantar y la
parestesia histérica. Incluso después que abandonó la casa
de su tío, siguió la opresión de la garganta, principalmente
al cantar. Freud trató de “abreaccionar” su odio al tío
invitándola a insultarle en la sesión, y cosas similares, lo
que le hizo bien. Mientras tanto pasó a ser huésped en casa
de otro tío, lo que disgustó a su tía, quien pensaba que su
marido tenía un especial interés en Rosalia y trató de
arruinarle a ésta su estadía en Viena. Además le envidiaba
las inclinaciones artísticas. Por eso la sobrina no osaba
cantar ni tocar el piano si su tía estaba cerca. Como vemos,
mientras Freud progresaba en el análisis se iban creando
nuevas situaciones de excitación. En esos momentos
apareció un síntoma nuevo, una desagradable comezón en
la punta de los dedos le hacía hacer movimientos como de
dar papirotazos, para sorpresa de Freud, quien pensaba que
el análisis de un síntoma reciente resultaría más fácil.
Surgió entonces una serie de recuerdos de escenas de la
primera infancia, los que tenían algo en común: ella había
tolerado una injusticia sin defenderse, en la que la mano
podía actuar. Luego apareció otro recuerdo con el primer
tío: éste le había pedido que le masajeara en la espalda y
mientras ella lo hacía se destapó, se levantó y quiso
atraparla; ella consiguió huir. No le agradaba recordar esa
situación, pero al hacerlo surgió el recuerdo más reciente,
tras el que se había instalado la sensación y los respingos
en los dedos como símbolo mnémico recurrente. El tío en
cuya casa ahora vivía le había pedido una canción. Ella,
segura de que su tía había salido, tocó el piano y cantó.
Pero la tía volvió y Rosalia se levantó de un salto, tapó el
piano. La partitura cayó lejos. Se removieron entonces las
huellas mnémicas de aquellas injusticias anteriores
análogas a la actual, por la que debería irse de Viena, ya
que no disponía de otro alojamiento. Mientras contaba esta
escena Rosalia hacía movimientos con los dedos como si
rebotara algo, o desechara una proposición (representación
simbólica del rechazo yoico ante el deseo reprimido, que
quiere retornar). Por lo tanto la vivencia reciente había
despertado primero el recuerdo de parecidos contenidos
anteriores, y el símbolo mnémico formado les dio validez a
todos los otros en forma condensada. La conversión
entonces fue costeada en parte por lo recién vivenciado y,
en parte, por un afecto recordado. Llega Freud a la
conclusión de que un proceso así en el que se unen el
pasado y el presente, merced a un símbolo mnémico que
los une como síntoma, debe ser la regla en la génesis de los
síntomas histéricos. El síntoma va apareciendo en dos
tiempos, hasta que se afianza luego del segundo trauma,
recordatorio del primero.

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