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LEANDRO EDUARDO CAMPA

LEANDRO EDUARDO CAMPA


LITTLE HAVANA MEMORIAL
PARK
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

A mi hermana
LEANDRO EDUARDO CAMPA

All, all are sleeping on the hill.

Edgar Lee Masters


LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

La luna donde Reina era Reina,


las gaviotas, el Parque Mart’,
el almendro, la incierta ma–ana,
el quicio de los atardeceres
y la desesperante noche, son hoy
voces que animan estas p‡ginas.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

I
Cuanto queda de Little Havana
es un quicio: el atardecer lo cubre;
todos los atardeceres se unen para cubrirlo.

En ese quicio dejamos sentada


nuestra sentencia.
Vidas que fueron un nœmero
menos inequ’voco que el del Seguro Social
edificaron este pante—n:

Wichinchi; Quintana; Orlando, el


ecuatoriano;
Frank, el jugador; Ordo–ez, el Puro;
Miranda, el escurridizo; Sherman, el
misterioso;
Rosario, la puta; Reina; Maritza, la loca;
Mr. Douglas, el Capit‡n de nav’o;
Dant—n,
el polic’a de los ojos claros; Oti, la mujer
de
Mr. Dinero; Papiro, el usurero; Mr.
Dinero;
Pedro Marihuana; Jorge Avila, el at—mico;
Maldonado, el alcalde; Mirtha B.
Moraflores;
Eddy Campa el poeta y otros, otros.

Todos, todos estamos en Memorial Park.

ÁC—mo nos vemos obligados a revivir


en este cementerio las alegr’as
y las tristezas de Little Havana!
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

ÀQuiŽn puede olvidar a Papiro, el usurero


y su guerra a muerte con Mr. Dinero
por el amor de Rosario, la puta? (Aqu’,
en la eterna discordia reunidos).

Donde nace el resplandor de esta columna,


refulg’a el almendro al que Papiro se
recostaba
en su silla de tijera que abr’a
como piernas de mujer
y se dorm’a;
se dorm’a bajo el clamor de los almendros
en las ma–anas de bajo income.
Y la gente deseando
que jam‡s despertara;
pero esto nunca ocurr’a,
y cuando despertaba
hasta el indigente olvidaba su miseria.
ÒAl veinte por ciento,
se–oresÓ Ð aclaraba Žl.

Y ven’an perseguidoras, ambulancias y


bomberos
y Maritza, la loca, detr‡s de las gaviotas
y Wichinchi Prenda Fu cantando guaguanc—
y Pedro Marihuana pregonando su mercanc’a
y Eddy Campa, el poeta, recitando sus
poemas,
mientras el viejo halc—n
de la usura,
LEANDRO EDUARDO CAMPA

pensaba en la negra que lo recogi—


de ni–o, cuando Žl mendigaba por La
Habana.

ÒTodo lo que tengo, madrecita,


es para ti cuando mueraÓ.

Eso le dijo.

Pero,
ÀquŽ se habr‡ hecho
de la camioneta de Papiro, el usurero?
La camioneta roja de doble cabina, marca
Ford.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

ÀD—nde est‡n las palomas de la Iglesia


Misionera de Dios?

ÁAh, Maldonado
quŽ tiempos aquellos de tus arengas
en el billar de Ramoncito, el babalao!

ÒNECESITO TU VOTO,
CIUDADANOÓ.

Y tus palabras se escuchaban con m‡s


atenci—n
que las del Presidente sobre el Estado de la
Uni—n;
y ÒKing KongÓ, el coin-man, te levantaba en
sus brazos
y Maritza, la loca, te ofrec’a su cerveza
y Tom‡s, el pordiosero, te regalaba sus
centavos.

Pero tœ no olvidabas tus


palomas;
tœ no olvidabas
que no hay amor que supere el odio
superado,
que no hay sapiencia que aventaje
la sonrisa de un hombre realmente feliz.

Tenme contigo en el aliento de los bosques


v’rgenes
y en el simple saludo;
en las palomas que anidan sobre tu
tumba
y en las luces que jam‡s claudican.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

El billar de Ramoncito cierra sus puertas a las


once de la

[noche,
las sillas se colocan patas arriba sobre el
verde tapete,
y nos dormimos.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

ÀPor quŽ se nos fue Rosario, la puta?


En la foto de la prensa no parec’a la misma.

Y dijeron que tus pechos


sab’an los secretos del Pent‡gono.

Tus pechos icinerados un d’a de Fiesta


Nacional,
Àtuvieron que ver con el declinar de las
cenizas de los
fuegos artificiales?

Dant—n, el polic’a de los ojos claros,


llora junto a Papiro, el usurero,
y a su rival, Mr. Dinero.

Otros, menos
prominentes,
tambiŽn lloran por
Rosario,
y en las l‡grimas he hallado
el candor de un sentimiento innegociable;

pero las tumbas son como pa’ses


mal gobernados,

y Rosario no llega.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Yo, Mirtha B. Moraflores,


que enloquec’ a Eddy Campa
porque nunca le dije que lo amaba.

Aqu’, yo, ahora,


en este inmundo ataœd,
Àc—mo sobreponerme al remordimiento?

Recuerdo cuando le hac’a aquellos desaires


de los cuales yo disfrutaba;

entonces Žl, Eddy Campa,


escrib’a los poemas m‡s bellos;

los escrib’a en cualquier sitio;


el borde de una acera,
el techo de un auto,
el tronco de un ‡rbol,
el mostrador de una tienda.

DespuŽs,
tarde en la noche,
tronara o relampagueara
los pon’a en el parabrisas de mi auto
envueltos en celof‡n para que la noche
con su relente no los enfriara.

Luego,
al bajar de mi apartamento a las ocho de la
ma–ana,
los romp’a delante de sus ojos
que no hab’an dormido;
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

con esa arrogancia


que siempre le mostrŽ.

Orgullosa fui, y miserable


soy:
que le entreguŽ mi cuerpo
a quienes no lo merecieron:
que me mofaba de Žl,
a quien sin embargo amaba.

ÁQue la tierra me anegue con tus versos!


LEANDRO EDUARDO CAMPA

Yo, Eddy Campa,


que amŽ a Mirtha B. Moraflores
hasta el delirio.

Yo, que la esperaba


en el quicio de los atardeceres
desde las cinco de la ma–ana
para, tres horas despuŽs, verla
salir de su apartamento

Ð y ella siempre detr‡s


del marido
para hacerme pensar que Žl no le interesaba
mucho Ð

heme aqu’, ahora,


revolviŽndome en este sarc—fago
de despecho (si al menos estuviera
acolchonado),
recordando las noches
en que ella, Mirtha, se paraba
en la ventana de su dormitorio para verme
escribir sobre mis rodillas,
sumido en el m‡s sublime de los
sufrimientos;
entonces,
todo era motivo para la l’rica
y hasta la inmundicia se tornaba poes’a.

DŽjame decirte, oh Mirtha m’a,


que nunca te dije
que te amaba
para salvar este poema.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

haz que conserven el calor


de los que te dejaba en el cristal
delantero de tu Chevy Camaro.

Las tumbas en Memorial Park


no tienen limpiaparabrisas.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Mirtha,
estos versos escritos para ti,
no pretenden
la fama que mata la pasi—n.

Si han de quedar
en los fr’os
laminados de las computadoras,
es porque en ellos se habla
de quien tu indiferencia sufri—
y de quien tus atenciones
disfrutara.

Pero si acaso hay alguien


a quien estos versos no
comuevan,
desde mi sepultura sabrŽ
que todo cuanto la Humanidad lograre
en vano ser‡.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

Yo fui (yo soy) Mr. Dinero:


la constancia, el esfuerzo, el trabajo.

Yo, que dejŽ en mi patria


una casa con su terreno
donde pastaban mis vaquitas,
y lleguŽ a esta tierra sin un centavo,
Àpor quŽ compartir mi dinero?

Todos los d’as part’a de madrugada


hacia mi finca donde cortaba la ca–a
que transportaba a mi cafeter’a.

Luego atend’a mis casa rentadas


y mi lavander’a, y a mi familia;

y me dorm’a a las doce de la noche


pensando en aumentar mi dinero
del que tambiŽn viv’an mis empleados.

SŽ que dec’an
que hice mi dinero en la ÒbolitaÓ,
comprando ÒroboÓ, vendiendo droga;
pero esos que hablaban de m’,
y que todav’a hablan,
ven’an a pedirme favores, a llorarme.

S—lo los triunfadores no pensaron


as’ de m’,
y esos son mis amigos.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

los que se autodestruyeron,


no me importa.

Soy un creador de riquezas.


LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

Como cuenta de ahorro en sus finales resisto.

Que cada tumba sea ascensi—n de alba, y no


la neblina de mi avaricia.

Me entrego a esos ideales,


pero,
ÀquiŽn garantiza
el bienestar de los
sepulcros?

Aguas nacidas en albercas


sus muros defender‡n.
Y ahora,
ÀquŽ harŽ sin mi tarjeta de
crŽdito?

Un poco de salud,
ningœn dinero,
y
mucha poes’a.

(La tumba de un poeta es un lugar de


cuidado).

Monta–as a Mr.
Dinero.

porque los locos no saben que envejecen.

Los jardines de Gainesville, me han dicho,


florecen al anochecer;

los jardines del hospital para dementes.


LEANDRO EDUARDO CAMPA

ESCUCHA: no hay hora fija para el silencio.


LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

A Maritza, la loca, le gustaban las gaviotas


que, precedidas de un viento familiar, sol’an
posarse en el terreno de pelota del Parque
Mart’,
cuando todav’a ningœn ni–o jugaba.

Ella viv’a pendiente de ese viento


que le prove’a, en un instante de dicha,
sosiego a su raz—n perdida donde abismos
debieron unirse en la piedad.

Hija m’a, ni–a que corr’as


tras los p‡jaros del parque sin cerca,
dada en adopci—n a los ricos de Coral.

Madre de vuelo profundo, hazme sentir


cuando mi hija me llame desde el jard’n
donde juega rodeada de rejas y sue–os
fabricados.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Y cuando nos acerc‡bamos a Key West,


la ex reclusa Maritza, alias Òla Ni–aÓ,
mir— con vehemencia a Mr. Douglas
que masticaba tabaco con las manos firmes
en el tim—n.

DespuŽs ni el Capit‡n de la embarcaci—n


ni Maritza los volvimos a ver.

La tarde naufragaba. Y herv’a


la piel de la costa, que se agrandaba
a medida que nuestro desasosiego disminu’a.

Pero desde estos hechos, sin dudas


memorables,
ha transcurrido medio siglo, y s—lo dos
testigos quedan
para narrarlos: la hija de Mr. Douglas con
Maritza
y esta historia de amor.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

No fue la brisa del m‡stil,


fueron tus caricias.

La barca en el regazo de las aguas


y tu cuerpo entre mis brazos.

En el lenguaje de los peces nos amamos


y salimos a la cubierta,
y yo deseoso que la tierra se
alejase.

Siento celos del mar,


me dijiste.

Es el atractivo de las ocultaciones, te dije.

Y las aguas meciŽndose en tus ojos


y mis brazos alrededor de tu cintura:

el viejo tim—n de mi barcaza


donde sue–o con el otro Mr.
Douglas:

padre de familia con una casita en la


arboleda;
y mi hija saltando con la alegr’a que nutre mi
atarraya,
cuando me ve llegar con los caracoles que le
gustan;
y mi mujer inclinada ante m’
para ayudarme con los gruesos
calzados
y el mar martill‡ndome las sienes.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

ÁQue no despierte,
que no despierte, oh
Maritza!
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

Las llamas del velaje


pueden ya comenzar mi funeral.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Feliz quien tiene en un poco de cielo el


Universo.
ÀFue la visi—n de una vela
o el paso de un cangrejo
sobre mis senos?

ÁLucecitas en la l’nea de
flotaci—n!,
y la maleficencia en mi
pasado.

ÀQuŽ sextante podr’a medir el ‡ngulo


en el que nuestras miradas se cruzaron?,
el v—rtice donde convergen la libertad y el
amor.

Las naves se queman al


amanecer,

Mr.Douglas.

He o’do gaviotas pronunciar tu nombre,


y quisiera retener el cielo
cuando
incesantemente se me aleja.

Te ama, Maritza.

ÁQuŽ triste se ve la Ocho Avenida y la Tres


Calle!
Nadie habla,
nadie se mueve.
ÀA quŽ se debe
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

que las luces de las


perseguidoras,
las sirenas de las
ambulancias
y los lamentos de los
Evangelistas
no despierten el entusiasmo de otras veces?

ÀHacia d—nde apuntar‡ el crepœsculo hoy?


ÀAcaso nadie va hoy a drogarse
o a componer
odas?

La tristeza de esos hombres yo la conozco:


Reina no est‡ entre nosotros.

Reina,

la dependiente de la cafeter’a de Mr. Dinero,


que manten’a en vela a un mostrador
repleto de ojos,
por esa transparencia de tela
que siempre us—,
y que a tanto follaje luz le diera.

ÁAy, Reina!
y
nuevamente
Reina, la de los besos sin tax,
y por los que Cheo Mu–anga se bati—
a pedradas con el difunto Maldad.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

en la oquedad de una
premura
que a mi resignaci—n sentido da,
y a la que ella, Reina, miraba
con lasciva fijeza.

ÀC—mo prescindir de esa


vocaci—n
al est’mulo?

ÀO es que vamos a permitir


que rapten a nuestras mujeres?

Un consejal de la ciudad se cas— con Reina.


Ahora s’, ahora s’ entiendo
por quŽ la tristeza de estos hombres
se convertir‡ en violencia antes que el d’a
acabe.

ÀPueden decirme
en quŽ direcci—n queda el mar?
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

ÁQuŽ norteamericana la luna sobre el mar!

Cascadas de luz en la orilla redonda


comparten su intimidad con las aguas:
el m‡s puro de mis sentimientos subastado.

Ha vuelto a elevarse el fulgor


de la fuente del parque que pronto apagar‡n;
la fuente con quien sent’ las cosas
primordiales.

Si el nombre Reina no remitiera a la belleza,


desistir’a de mi Fe en la Humanidad.

Pero, Àd—nde est‡ el cochero que canta


y le dice palabras dulces a los caballos?

Me gustar’a ver a mi amigo Eddy Campa, el


poeta:
no conozco otro m‡s sabio en materia de
nudos.

En la rivera de mi memoria,
el mar que me consuela adormece las olas.
TambiŽn en los camposantos florecen los
almendros.

Cuando el Sr. Pastor Emenegildo Sarmiento


de la

[Concepci—n
puso en venta la Iglesia Misionera de Dios
LEANDRO EDUARDO CAMPA

por cuarenta mil d—lares, tuvo tres ofertas:

Mr. Dinero:
treinta mil d—lares
para construir un supermercado.

Sr. Valdivia
(due–o de La Cadena Supermarket):
treinta y cinco mil d—lares
para impedir la competencia.

La Ciudad:
cincuenta mil d—lares
para hacer una estaci—n de polic’a.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

Yo,
Emenegildo Sarmiento de la
Concepci—n,
muerto a manos de un asaltante
cuando me dirig’a al Barnett Bank
para un dep—sito de cincuenta mil
d—lares,

te pido, Se–or, que me perdones


por haber vendido tu Iglesia,
y perdona tambiŽn a los que se alegraron
que la demolieran,

porque ellos no saben que un d’a les


aplicar‡n
la Ley Marcial,

y pedir‡n (nunca es tarde) tu mano


protectora
cuando el palo de la polic’a ronde sus
cabezas.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

La tarde que a Mr. Dinero y a m’ nos


tramitaban para el
[otro mundo,
todos acudieron a despedirnos:

postrada junto al cad‡ver de Mr. Dinero,


se hallaba Oti, con los ojos asistidos por
l‡grimas
y las rodillas regordetas;

Ordo–ez, el Puro, nos miraba como si no


creyera
que estuviŽramos muertos;

Frank, el jugador, maldiciŽndose


por pagarme el prŽstamo unas horas antes;

Miranda, en su estilo escurridizo, conversaba


con Sherman, el misterioso, acerca del futuro
de la
[viuda;

Eddy Campa, el poeta, aprovech—


para leerle a Mirtha su poema: LOCURA;

Ramoncito, el babalao, le tiraba los caracoles


a Dant—n, el polic’a de los ojos claros,
quien parec’a m‡s interesado en controlar a
Oti;

Wichinchi Prenda Fu, moviŽndose


sigilosamente hasta mi cadenita de oro;
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

ÒKing KongÓ, el con-man; Quintana;


Orlando, el
[ecuatoriano;
Cheo Mu–anga y Maldonado, el alcalde,
llegaban
a un acuerdo sobre quien de nosotros muri—
primero,
LEANDRO EDUARDO CAMPA

tras sus gaviotas


y Rosario, la puta (por la que nos matamos),
le’a una
[revista
bajo el almendro repentinamente florido.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

Madre,
tu coraz—n y el m’o viajan juntos.
No hay eco, en la lejan’a del Universo,
que no responda al agradecimiento.

EstarŽ contigo en esta nueva estrella.


Ni la envidia de las tumbas podr‡ separarnos.

Tu
Papiro.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Desde el ramal de tus pupilas


mi congoja acecha.

ÀQuŽ sepultura
soportar’a
este pesar?

ÀAcaso le’as bajo el almendro


el infortunio de nuestras vidas?

No hay amor verdadero


sin la amenaza de una tragedia.

(La raz—n agoniza


donde la pasi—n pervive).

A ti te entrego este apaciguamiento:


no lo destapes.

Un cinerario respira
por tu candidez.

ÀRegresar‡ Rosario?
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

En el quicio de los atardeceres la vida


termina
cada domingo a las seis de la tarde;
y no hay otro color en el cielo que el
de tus ojos,
cuando nos miras desde la cafetera
brillante
y nos dices:

ÒBuenas nochesÓ, y nosotros te


respondemos
hasta el lunes, Reinita.

Luego cada sombra es una memoria


que estremece.

Todo se desvanece tan


apresuradamente
en el cafŽ
con que partimos.

S—lo las luces del


Parque Mart’
permanecen intactas.

Contra la humedad de la noche, nos protege


la Primera Enmienda.

En el billar de Ramoncito, el babalao,


(lugar de l’mpidas estocadas)
leo y a veces escribo.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Esp’ritus id—neos para complicad’simas


cerraduras
son mis amigos.
Ojos que no se ocultan
para llorar
vierten l‡grimas sinceras.

ÀEs la amistad de los sepulcros


un entendimiento mayor de la existencia?

Mi puesto es el que est‡


en el podio de esta incertidumbre.

Me
aferro a esos temores
que
busco.

El extinguidor para el fuego pende de un


clavo en la
[pared.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

NecesitŽ valor para hablarle:


cre’ que me iba a tomar por loco
pero, como dije, me llenŽ de valor
y fui hacia Žl, y le dije:

Sr. Presidente Reagan


haga algo por mi hijo
preso en Cuba

y yo miraba mis manos mojadas por el agua


del fregadero, y a mi delantal con rastros de
comida
pensando, como dije antes, que me tomase
por loco

pero Žl, el Sr. Presidente, se


volvi—
hacia m’
con una sonrisa
y me pregunt— el nombre de mi hijo
y el motivo por el cual se hallaba preso
y me dio su telŽfono para que lo llamase a la
Casa
[Blanca
y estrech— mi mano sin importarle lo mojada
que estaba
y yo recog’ su plato, y Žl me dijo thak you.

Por la ma–ana pasan los —mnibus escolares


hacia la Doce Avenida Middle School

y pienso en lo que AmŽrica fue


sin —mnibus escolares,
LEANDRO EDUARDO CAMPA

y en el joven Lincoln
con un libro en las manos
en medio de un
bosque
y un hacha a su
lado
sin Doce Avenida
y sin —mnibus escolares,

Where is yesterday«s snow?


LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

ÀRecuerdan al Sr. Pastor Emenegildo


Sarmiento de la
[Concepci—n?,
el buen gusto con que escog’a
a los
muchachones
para que enderezaran el cuartico
del Sant’simo.

Y esto suced’a una vez cada


quince d’as
y no se tocaba m‡s el tema

hasta el Domingo de Misa


que lo llam‡bamos Emi (cari–osamente),
y Žl nos gui–aba un ojo
y nosotros hac’amos la se–al de la cruz.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Ahora todo es diferente en la Ocho Avenida


y la Tres Calle de la Peque–a Habana,

pero, bajo esta carretera


debajo de estos rascacielos,

permanece la Tienda del D—lar de Paco,


el traficante que se quit— en el primer viaje
e ingres— en la Fundaci—n Cubano
Americana,
alcanzando el grado de Tesorero, hasta que
lo
[expulsaron;

y la cafeter’a-lavander’a de Oti, la mujer de


Mr. Dinero,
quien no esper— a que enterraran a su marido
para casarse con Dant—n, el polic’a de los
ojos claros,
con el que vivi— por el resto de sus d’as;

y La Fritanga de Samuel, oriundo de Le—n,


donde se vend’a la mejor carne asada del
South West
y tambiŽn la mejor marihuana;

y la farmacia del ÒDoctoÓ, tan atento,


hasta la tarde que se esfum—
reapareciendo al tercer d’a en el noticiero
por lavado de dinero;

ÁAh!, y el terreno de pelota del Parque Mart’,


que tan bien cuidara el ex pitcher del
Almendares Vicente L—pez,
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

pas‡ndole la malla con su old Buick.


(Dejaba una polvareda de
sue–os).

y coca’na, propiedad de RubŽn, el sandinista,


quien acab— en la c‡rcel;

y La Cadena Supermarket (Carnicer’a


Latina),
del Sr. Valdivia y su socio Arturito, quienes se

[encerraban
largas horas en la oficina para cuadrar la caja;

y el quicio,
el imperecedero quicio
de los atardeceres (pared de tedio
que reproduc’a la huella de mi piŽ),

en el que Wichinchi; Ordo–ez, el


Puro;
Quintana; Orlando, el
ecuatoriano;
Miranda, el escurridizo; Pedro
Soplete;
Jorge Avila, el At—mico y muchos
m‡s,
nos sent‡bamos para mirar sencillamente
como flu’an las horas.

La polic’a pasa veloz por la carretera


donde una vez estuvo La Peque–a Habana,
pasa veloz
y ningœn sobresalto siento.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Perm’tanme ahora partir con mi amigo


ÒBisnecitoÓ:
nos ha tra’do excelentes noticias de ÒLa
Nueva
[RepœblicaÓ
y debemos celebrarlas.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

EsperarŽ con fuerza para ver la luz del


amanecer,
de todos los amaneceres.

Que el olor a vida me exite


cuando roce mi osamenta,
y que siempre responda a su llamado
mi gratitud de hombre proscrito.

Todos, todos estamos en Memorial Park.

Dic. 1996- Feb. 1998


Miami, Fl.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Campa por Campa


Nac’ en La Habana, un 27 de febrero de 1953. He pasado por la Universidad,
las c‡rceles, los manicomios, (incluyendo la Brigada Hermanos Sa’z) y por los
hospitales. En 1980, asediado por la Seguridad del Estado, parto hacia los
Estados Unidos, v’a Mariel-Cayo Hueso, junto a lun‡ticos y ex presas de Nuevo
Amanecer. El barco se llamaba ÒEl PimentosoÓ.
Actualmente resido en Miami y me gano la vida vendiendo fantas’a.

Parece que ha muerto Eddy Campa


http://www.elateje.com/0202/noticias%200202.htm
La œltima vez que sus amigos recuerdan haberlo visto caminando por la
Peque–a Habana de Miami, por donde se mov’a el escritor Leandro Eduardo
Campa, fue en diciembre de 2001. Desde entonces, a este excelente escritor
cubano se le ha perdido el rastro.

A Campa, un hombre delgado, de baja estatura y de hablar pausado, se le


diagnostic— un problema mŽdico que lo obligaba a hacerse di‡lisis. Se le coloc— el
catŽter que ese tipo de tratamiento requiere, pero despuŽs de unas pocas
sesiones no lo continu—. Segœn algunos amigos cercanos, Campa tuvo un
inconveniente con el catŽter que intent— quitarse Žl mismo, y tras algunas
complicaciones ingres— en el hospital donde falleci—. Hasta el momento nadie ha
visto su cad‡ver, nadie ha podido confirmar la informaci—n. Lo cierto es que
desde finales del a–o pasado desapareci—, y no se ha sabido m‡s de Žl. Se
presume que ha muerto.

Campa escribi— en Cuba el libro Calle Estrella y otros poemas, pero el libro fue
requisado por la polic’a represiva de la isla. En el exilio, adonde lleg— durante el
Žxodo del Mariel en 1980, public— el libro de poemas Little Havana Memorial
Park, y tiene inŽdito el volumen de relatos Curso para estafar y otras historias,
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

En las entra–as del monstruo


Nestor D’az De Villegas. Apr. 12, 2002. El Nuevo Herald.

Boarding Home; Little Havana Memorial Park; Ciudad M‡gica: poemas de Miami escritos
en el manicomio. Se los considera ejemplos de literatura cubana del exilio. Podr’an
ser considerados, al mismo tiempo, ejemplos de literatura disidente
norteamericana. No hablan en el idioma de la metr—polis; no pueden compartir
la visi—n triunfalista del inmigrante. En Cuba, aquello del norte revuelto y brutal es
apenas una frase hueca: s—lo quienes lo vivieron en carne propia, como
Guillermo Rosales, Esteban Luis C‡rdenas y Leandro Eduardo Campa, pueden
comunicarnos lo que tiene de cierto.

ÁQuŽ norteamericana la luna sobre el mar!, es un verso memorable del libro


Little Havana Memorial Park, del poeta Leandro Eduardo Campa, quien, al
parecer, ha muerto en las calles de Miami sin dejar huella.

Vivi— de homeless en terminales de —mnibus y casetas de salvavidas de la Playa;


acamp— en el parque de la 8 avenida y la Tercera calle del South West, rodeado
de esos personajes callejeros que luego ver’amos desfilar por sus versos. En el
cŽlebre quicio de los atardeceres compart’a una colada ritual con los habituales de
una tertulia que no pasar‡ a la historia de la literatura.

Escribi— en el reverso de los especiales de La M’a Supermarket, con letra r‡pida y


tortuosa, porque siempre le faltaba donde apoyarse. Lo recuerdo buscando
asiento en el hueco de unas ra’ces, en el banco roto de una parada; enfundado
en sus eternos sacos de segunda mano, hasta en los meses de calor, con una
edici—n en rœstica de Nietzsche, o de Locke, bajo el brazo; el Maribel apestoso
injertado a una pipa de pl‡stico; sosteniendo una completa de la fonda Rodolfo
en una mano y sus preciosos papeles en la otra. Por las p‡ginas de Memorial Park
se pasean prostitutas y polic’as; clŽrigos y apuntadores de bolita; Ronald Reagan
y un fregador de platos; el ingeniero enloquecido que construy— un Batm—vil con
los despojos de un Camaro viejo; Prenda Fu, el vendedor de joyas falsas; Mr.
Dinero, el capitalista que levant— un imperio de lavander’as autom‡ticas; y otros
que ser’a mejor no nombrar aqu’.
LEANDRO EDUARDO CAMPA

Algunos de los personajes y de las situaciones son tan reales que, luego de la
aparici—n del libro --gracias a la peque–a editorial que Pedro Dami‡n cre—, con
mil esfuerzos, para publicarlo--, el poeta tuvo miedo de volver al barrio. Al final
no pas— nada, y la turba orgullosa de fil—sofos populares, de conocedores de
una vida a la que el exilio no acceder‡ sino en sus libros, brind— con cafŽ, en
vasitos de styrofoam, por el Žxito ''mundial'' de uno de los suyos.

En los c’rculos de literati, aparte de una invitaci—n a leer en la Feria del Libro,
tampoco pas— nada. El poeta estaba convencido de que hab’a escrito una obra
maestra, pero los editores no se tragaron el anzuelo. Tra’a en la alforja un libro
de cuentos, El Diario de un estafador sentimental o El vendedor de fantas’a, en el que
abundaba sobre la vida del ghetto. El estilo era una mezcla de Vargas Vila y
Hemingway, imbuido de esa certeza œnica que posey— el escritor Eduardo
Campa para investir al lenguaje con las aspiraciones fallidas de sus sujetos, sin
rebajarse jam‡s a la parodia.

Reescribi— el Diario muchas veces. En la œltima versi—n que conoc’, cuando lo


pas— a m‡quina, aprovechando una breve estad’a en un apartamento del Plan 8,
Shakespeare se le aparec’a al cuentista en un maleficio; una testigo de Jehov‡
trataba de convertirlo, en una brumosa estaci—n de trenes del downtown; mujer
y marido lo persiguen por el parqueo de Kmart, reclamando la devoluci—n de su
dinero. El autor, nieto de chinos y mulatos de Centro Habana, escribi— tambiŽn,
en los a–os 70, Calle Estrella y otros poemas, que conservo entre otros de sus
manuscritos originales.

Los esfuerzos de amigos y conocidos por averiguar el paradero de Eddy Campa


no han arrojado resultados hasta el momento. Desde hace seis meses nadie sabe
quŽ ha sido de Žl. Padec’a de indigestiones, fumaba mucho, y los œltimos que lo
vieron por el quicio de los atardeceres dicen que cargaba un catŽter de di‡lisis y
que sus ri–ones, cansados de la mala vida, se hab’an rendido.
© El Nuevo Herald
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

Esta edici—n pirata en PDF ha sido hecha sin animo de lucro


con el œnico fin de impedir que (posiblemente) muerto el
autor, sin herederos que puedan autorizar una nueva edici—n,
su obra se pierda.

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