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A mi hermana
LEANDRO EDUARDO CAMPA
I
Cuanto queda de Little Havana
es un quicio: el atardecer lo cubre;
todos los atardeceres se unen para cubrirlo.
Eso le dijo.
Pero,
ÀquŽ se habr‡ hecho
de la camioneta de Papiro, el usurero?
La camioneta roja de doble cabina, marca
Ford.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
ÁAh, Maldonado
quŽ tiempos aquellos de tus arengas
en el billar de Ramoncito, el babalao!
ÒNECESITO TU VOTO,
CIUDADANOÓ.
[noche,
las sillas se colocan patas arriba sobre el
verde tapete,
y nos dormimos.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
Otros, menos
prominentes,
tambiŽn lloran por
Rosario,
y en las l‡grimas he hallado
el candor de un sentimiento innegociable;
y Rosario no llega.
LEANDRO EDUARDO CAMPA
DespuŽs,
tarde en la noche,
tronara o relampagueara
los pon’a en el parabrisas de mi auto
envueltos en celof‡n para que la noche
con su relente no los enfriara.
Luego,
al bajar de mi apartamento a las ocho de la
ma–ana,
los romp’a delante de sus ojos
que no hab’an dormido;
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
Mirtha,
estos versos escritos para ti,
no pretenden
la fama que mata la pasi—n.
Si han de quedar
en los fr’os
laminados de las computadoras,
es porque en ellos se habla
de quien tu indiferencia sufri—
y de quien tus atenciones
disfrutara.
SŽ que dec’an
que hice mi dinero en la ÒbolitaÓ,
comprando ÒroboÓ, vendiendo droga;
pero esos que hablaban de m’,
y que todav’a hablan,
ven’an a pedirme favores, a llorarme.
Un poco de salud,
ningœn dinero,
y
mucha poes’a.
Monta–as a Mr.
Dinero.
ÁQue no despierte,
que no despierte, oh
Maritza!
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
ÁLucecitas en la l’nea de
flotaci—n!,
y la maleficencia en mi
pasado.
Mr.Douglas.
Te ama, Maritza.
Reina,
ÁAy, Reina!
y
nuevamente
Reina, la de los besos sin tax,
y por los que Cheo Mu–anga se bati—
a pedradas con el difunto Maldad.
LEANDRO EDUARDO CAMPA
en la oquedad de una
premura
que a mi resignaci—n sentido da,
y a la que ella, Reina, miraba
con lasciva fijeza.
ÀPueden decirme
en quŽ direcci—n queda el mar?
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
En la rivera de mi memoria,
el mar que me consuela adormece las olas.
TambiŽn en los camposantos florecen los
almendros.
[Concepci—n
puso en venta la Iglesia Misionera de Dios
LEANDRO EDUARDO CAMPA
Mr. Dinero:
treinta mil d—lares
para construir un supermercado.
Sr. Valdivia
(due–o de La Cadena Supermarket):
treinta y cinco mil d—lares
para impedir la competencia.
La Ciudad:
cincuenta mil d—lares
para hacer una estaci—n de polic’a.
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
Yo,
Emenegildo Sarmiento de la
Concepci—n,
muerto a manos de un asaltante
cuando me dirig’a al Barnett Bank
para un dep—sito de cincuenta mil
d—lares,
Madre,
tu coraz—n y el m’o viajan juntos.
No hay eco, en la lejan’a del Universo,
que no responda al agradecimiento.
Tu
Papiro.
LEANDRO EDUARDO CAMPA
ÀQuŽ sepultura
soportar’a
este pesar?
Un cinerario respira
por tu candidez.
ÀRegresar‡ Rosario?
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
Me
aferro a esos temores
que
busco.
y en el joven Lincoln
con un libro en las manos
en medio de un
bosque
y un hacha a su
lado
sin Doce Avenida
y sin —mnibus escolares,
[encerraban
largas horas en la oficina para cuadrar la caja;
y el quicio,
el imperecedero quicio
de los atardeceres (pared de tedio
que reproduc’a la huella de mi piŽ),
Campa escribi— en Cuba el libro Calle Estrella y otros poemas, pero el libro fue
requisado por la polic’a represiva de la isla. En el exilio, adonde lleg— durante el
Žxodo del Mariel en 1980, public— el libro de poemas Little Havana Memorial
Park, y tiene inŽdito el volumen de relatos Curso para estafar y otras historias,
LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK
Boarding Home; Little Havana Memorial Park; Ciudad M‡gica: poemas de Miami escritos
en el manicomio. Se los considera ejemplos de literatura cubana del exilio. Podr’an
ser considerados, al mismo tiempo, ejemplos de literatura disidente
norteamericana. No hablan en el idioma de la metr—polis; no pueden compartir
la visi—n triunfalista del inmigrante. En Cuba, aquello del norte revuelto y brutal es
apenas una frase hueca: s—lo quienes lo vivieron en carne propia, como
Guillermo Rosales, Esteban Luis C‡rdenas y Leandro Eduardo Campa, pueden
comunicarnos lo que tiene de cierto.
Algunos de los personajes y de las situaciones son tan reales que, luego de la
aparici—n del libro --gracias a la peque–a editorial que Pedro Dami‡n cre—, con
mil esfuerzos, para publicarlo--, el poeta tuvo miedo de volver al barrio. Al final
no pas— nada, y la turba orgullosa de fil—sofos populares, de conocedores de
una vida a la que el exilio no acceder‡ sino en sus libros, brind— con cafŽ, en
vasitos de styrofoam, por el Žxito ''mundial'' de uno de los suyos.
En los c’rculos de literati, aparte de una invitaci—n a leer en la Feria del Libro,
tampoco pas— nada. El poeta estaba convencido de que hab’a escrito una obra
maestra, pero los editores no se tragaron el anzuelo. Tra’a en la alforja un libro
de cuentos, El Diario de un estafador sentimental o El vendedor de fantas’a, en el que
abundaba sobre la vida del ghetto. El estilo era una mezcla de Vargas Vila y
Hemingway, imbuido de esa certeza œnica que posey— el escritor Eduardo
Campa para investir al lenguaje con las aspiraciones fallidas de sus sujetos, sin
rebajarse jam‡s a la parodia.