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Ese almuerzo tuvo su postre gracias a él, pues había traído el dulcísimo
king kong y que siempre había maravillado mi paladar, especialmente el
manjar blanco fresco; el abuelo había entregado un collar de piedras o
chakira que había encontrado al andar por una huaca del norte. -¿Dónde
lo compraste?-, preguntó mamá; -Es de los moche-, respondió al
instante. Todos callamos y continuamos con nuestra comida. Yo
particularmente veía al abuelo totalmente extraño, pero no me atrevía a
decírselo. –Seguro es mi imaginación-, pensé; a fin de cuentas, no podía
interrumpir su concierto con el limón que exprimía sobre el trozo de pato,
que era acompañado por ese arroz verde con arvejitas y su zanahoria
picada.
Después de haber almorzado, salí de casa para ver a los chicos que se
encontraban jugando en la Plaza de Armas; y recordé que uno de ellos
había cumplido trece años de edad. -Sin duda que este es un mes de
onomásticos-, pensé mientras caminaba; -¡Hola muchachos!, -¡Hola!-,
me respondieron al unísono los compañeros; -Díganme ¿de quién es el
trompo que se va a la “cocina”?, -De “Pozuzo”, manifestaron. A éste, que
era mi mejor amigo, le decían así porque sus padres eran descendientes
de colonos alemanes que llegaron a vivir en la localidad de Pozuzo: era
rubio, de ojos claros y blanco como la nieve; era más bajo que yo,
además de ser uno de los más aplicados de mi salón de clases del
colegio. “Pozuzo” se encontraba mortificado ya que todos los trompos
iban hundiendo sin misericordia sus durísimas púas en la tierna madera
que conformaba su juguete; -Ya, Franz, piensa que es sólo un juego-, le
dije intentándolo animar. Sus ojos verde agua se llenaron de lágrimas,
me miró desconsolado y me dijo que ya no volvería a jugar a la "cocina" y
que su papá le iba a dar una reverenda tunda, puesto que este era su
regalo de cumpleaños, mientras iba observando a algunos disfrutando de
envidia al herir el pobre trompo. Le cogí del hombro y le referí: -Vamos a
ver cómo lo solucionarnos-, -Eso no se puede arreglar…¡Mira, ya le hizo
una rajadura!¡Suelta mi trompo!; "Pozuzo" se desesperaba al ver tanta
maldad desplegada en ese juguete de madera, pero debía ser
caballero...Habían ocho más que esperaban su turno.
Era lunes por la mañana y alguien movió mi almohada: era el abuelo que
trataba de despertarme, diciéndome que faltaban veinte minutos para
que comenzaran las clases en el colegio; corrí rápido a prepararme,
desayuné de velozmente y…me detuve mirando el mágico cuchimilco
que me miraba fijamente; -¡Se te hace tarde!-, -¿De quién es ese
hombrecito de barro que está sobre el estante?-, pregunté; -¡Vete, o te
sueno en este momento!-, reconocí que me gritó mi mamá. -¡Ya, chau,
los quiero!-, salí corriendo dejando la puerta abierta. Volteé para mirar y
me di cuenta que el abuelo la estaba cerrando; pensé que debía llegar
temprano, mientras sentía envidia de que él no tenía que levantarse a
primera hora para estudiar y que podía sentarse en la sala para mirar
hacia la calle.
Había pasado una semana sin estar en la casa de Franz, así que decidí
visitarlo, además de ver qué podría hacer para que Ariadna me hiciera
caso; -toc, toc, toc, toc...- alterné entre el toque despacio y fuerte. Salió a
la ventana Ariadna. -Hola ¿está tu hermano?-; al instante abrió la puerta
y me recibió. -No está...¿has traído el cuchimilco?-, -No, no puedo
sacarlo, le pertenece a mi abuelo, es una reliquia suya-; -Pero, solo un
ratito ¿si?-, -No se...-; -Vamos, solo un momento...-, luego de tanto
insistir le dije: -Vamos a mí casa y lo sacamos-, -Está bien-, respondió.
Al despertar del corto sueño que tuve, no vi al abuelo...-Se fue-, dije para
mis adentros, poniéndome cabizbajo por lo ocurrido anoche y por lo que
protagonizó con mi padre.