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En España, se produjo a fines del siglo XIX el llamado Desastre de 1898, cuando la
derrota militar frente a los Estados Unidos acabó con los últimos restos del antiguo
imperio español (Cuba, Puerto Rico y Filipinas).
Durante los primeros años del siglo XX el sistema político de la etapa anterior continuó
inalterado, esto es, el Partido Liberal y el Partido Conservador siguieron turnándose en
el poder, sin que hubiera apenas diferencia entre sus políticas.
La sociedad estaba dominada por una oligarquía integrada por nobles terratenientes y
por la alta burguesía financiera; era un bloque social conservador que no sólo controlaba
la economía, sino también las elecciones (recordamos aquí el caciquismo). Por debajo
se hallaba la pequeña burguesía, que se sentía marginada por el bloque dominante pero
que a la vez temía al proletariado; la mentalidad de estas clases medias solía ser
reformista; de ellas surgieron intelectuales y escritores disconformes, a veces
revolucionarios. En último término encontramos a la clase obrera (el proletariado de las
zonas industrializadas y las masas de los campesinos), que soportaba durísimas
condiciones de vida; en ellos prendieron las ideologías revolucionarias con sus
organizaciones sindicales de carácter socialista y anarquista.
Desde finales del siglo XIX surgen en Europa y América corrientes de ideas de tipo
disidente o inconformista. En las Artes y en las Letras cunden impulsos renovadores
frente a las tendencias vigentes.
En España, las ansias de renovación se producen en medio de la decadencia política y el
marasmo social. Muchos de los escritores jóvenes abominan de la realidad que ven en
torno y se alzan contra la literatura inmediatamente anterior.
Al principio se llamó modernistas a todos los escritores animados por tales impulsos
innovadores; aunque adoptaron variadas posturas estéticas e ideológicas, todos ellos
coincidían en su actitud rebelde frente a los valores burgueses, en su rechazo al
materialismo y la deshumanización del mundo capitalista. Pero con el tiempo, el
término modernista se fue reservando para designar a aquellos autores (especialmente
poetas) que se despegaron del mundo que aborrecían y encauzaron su inconformismo
hacia la búsqueda de la belleza, de lo exquisito; se proponían ante todo una renovación
estética. Y, al mismo tiempo, se creó la etiqueta de Generación del 98 para aquellos
autores españoles (especialmente prosistas) que se orientaban más bien a profundizar en
problemas humanos o a analizar críticamente la penosa realidad española.
3. El Modernismo
3.1. Influencias
3.2. Temas
2. Escapismo. Como el romántico, el modernista se evade del mundo con el que está en
desacuerdo. Hay una evasión en el espacio (se trata del conocido exotismo de la
literatura modernista, cuya aspecto más notorio es el gusto por lo oriental). Y hay
también una evasión en el tiempo (hacia el pasado medieval, renacentista, dieciochesco)
que es fuente de evocaciones históricas o legendarias. En la misma línea se sitúa el
gusto por la mitología clásica, con su brillantez y su sensualidad pagana.
De acuerdo con tales preferencias, aparecen por los poemas dioses, ninfas y centauros;
vizcondes y marquesitas; Pierrots y Colombinas; mandarines y odaliscas. Es un mundo
de pagodas, de viejos castillos, de salones versallescos y de jardines perfumados; un
mundo con cisnes y libélulas, flores de lis y flores de loto, marfil, jades y perlas Todo
ello obedece a la necesidad de soñar mundos de belleza en los que refugiarse de un
ambiente mediocre.
4. La Generación del 98
4.3. Evolución
Los escritores adoptan unas posiciones fuertemente personales, lejos del común
radicalismo juvenil. No obstante, queda en todos ellos la lucha por algo que no es lo
material, es decir, un anhelo idealista. Presentan, además, otros rasgos comunes:
a. cierto irracionalismo neorromántico (coinciden en ello con los modernistas);
b. una especial preocupación por las cuestiones existenciales (el sentido de la vida,
el destino del hombre...);
c. un enfoque subjetivo del problema de España, es decir, una mirada empañada
por los anhelos y angustias personales; además, lo que les preocupa ahora no son
tanto los problemas materiales concretos como el “alma” del país (sus valores,
sus creencias).
4.5. Estilo
Al igual que los modernistas, los hombres del 98 reaccionaron contra la grandilocuencia
o el prosaísmo de la literatura anterior. Todos ellos se propusieron renovar la lengua
literaria, y aunque cada uno posee un estilo fuertemente individualizado, encontramos
algunos rasgos comunes:
a. cierto ideal de sobriedad (contra el retoricismo), pero también un gran cuidado
de la forma (contra el prosaísmo);
b. gusto por las palabras tradicionales y terruñeras: ponen en circulación un enorme
caudal léxico que recogen en los pueblos o toman de los clásicos, llevados de su
amor a lo castizo y a las raíces culturales españolas;
c. un fuerte subjetivismo, que se manifiesta en el tono lírico de muchas de sus
páginas; y de ahí que en sus visiones del paisaje sea difícil separar lo visto de la
manera de mirar.
Finalmente, hay que destacar las innovaciones en los géneros literarios. Ante todo, el
grupo del 98 configuró el ensayo moderno, dándole una flexibilidad que le permitiría
recoger por igual la reflexión literaria, histórica o filosófica, la visión lírica del paisaje,
la expresión de lo íntimo, etc. En cuanto a la novela, se abandonan las maneras de la
prosa realista. Ya no se pretende reflejar con exactitud la realidad, porque lo que
interesan son las experiencias subjetivas o los problemas de conciencia. Eso explica el
gusto por la sugerencia, por la imprecisión, por la pincelada rápida que evoca los
descrito, la tendencia a lo inconcluso, etc. Y eso explica también que sea una novela que
admite profundas novedades técnicas, de manera que caben en ella la rapidez
impresionista y la andadura libre de Baroja, el ritmo lento de Azorín, que rompe con la
preeminencia de la fábula, o la introspección y las distorsiones de la realidad de las
novelas de Unamuno.
5. Autores
5.1.3. Obra
Unamuno cultivó todos los géneros (ensayo, novela, poesía y teatro) y en todos
proyectó sus grandes preocupaciones.
Entre sus novelas destacan Niebla, en la que el propio autor llega a convertirse en
personaje de ficción, La tía Tula y San Manuel Bueno, mártir. En las narraciones de
Unamuno prácticamente no existen descripciones porque no interesa el realismo
externo, sino que lo que de verdad importa son los conflictos íntimos de los personajes.
Los monólogos y los diálogos adquieren gran relevancia, puesto que son los
mecanismos idóneos para expresar las ideas e inquietudes de los protagonistas.
Compuso varios millares de poemas. Huye de la sonoridad fácil y aborda en ellos los
mismos temas que en su prosa: la angustia existencial, el sentimiento religioso, la
familia, la contemplación del paisaje, los problemas filosóficos, etc.
Esos temas son también los de su teatro, un teatro intelectual, próximo al ensayo.
Reduce al mínimo la intriga y los personajes y no presta atención a la ornamentación
escénica. Como en las novelas, son el diálogo y el monólogo, siempre densos, los
instrumentos privilegiados para llevar al espectador o lector la vida interior de los
personajes. Los dramas más destacados son Fedra, El otro y El hermano Juan.
5.2. José Martínez Ruiz, Azorín
5.2.2. Temas
5.2.3. Estilo
Su prosa se caracteriza, además de por su lirismo, por un fluir lento, apoyado en frases
cortas. Su ideal de estilo apunta a la precisión y la claridad.
En sus descripciones emplea una técnica miniaturista: atiende al detalle revelador,
cargado de sugerencias.
Finalmente, sus textos ejemplifican ese rescate de palabras olvidadas tan característico
de los hombres del 98.
5.2.4. Obras
Aunque también escribió teatro, destaca sobre todo por sus ensayos (Los pueblos,
Castilla...) y por sus novelas (La voluntad, Antonio Azorín, etc.). En sus novelas, casi
podemos hablar de disolución de la novela tradicional por la ausencia de hilo narrativo,
la disgregación estructural, la tendencia al intelectualismo... Se trata de un discurso
fragmentario, un rasgo que se corresponde con el deseo del autor de anular el tiempo y
la acción. Lógicamente, por tanto, hay un predominio absoluto de lo descriptivo y lo
discursivo.
Nació en San Sebastián en 1872. Estudió Medicina, pero apenas ejerció como médico:
dedicó casi toda su vida a la literatura. A principios de siglo participó también en
política, pero, desengañado pronto, su presencia en la vida pública fue cada vez menor.
Murió en 1956.
En el carácter de Baroja llamaban la atención su hipersensibilidad y timidez. Además,
fue un inconformista radical. De su anarquismo juvenil le quedó siempre una postura
iconoclasta, hostil a la sociedad. No creyó ni en Dios ni en la vida (la considera
incompresible y dolorosa) ni en el hombre (“Creo que el hombre es un animal dañino,
envidioso, cruel...”). Sin embargo, hay también en él una inmensa ternura por los seres
desvalidos o marginados. Esto y la sinceridad son las bases de su ética.
Como hombre del 98, amó a España y le preocuparon sus problemas, pero, pasadas sus
esperanzas juveniles, no se hizo ilusiones.
“Yo escribo mis libros sin ningún plan”. En efecto, las novelas de Baroja son de
construcción muy libre: en ellas se van yuxtaponiendo episodios, anécdotas,
digresiones, y aparecen y desaparecen los más variados personajes.
“Mi preocupación es hacer la novela poco aburrida”. Ese deseo de entretener al lector
justifica la acción incesante, los rápidos cambios de escenario, la profusión de
personajes, la abundancia de escenas dialogadas, los capítulos breves y los párrafos
cortos.
Quería reflejar la vida en toda su espontaneidad. La observación y la invención se
combinan perfectamente en su obra. Todo en Baroja da “la sensación de lo visto, de lo
vivido”. Pero, a la vez, de sus páginas se desprende su desencantada concepción del
mundo. Los personajes son frecuentemente seres al margen de la sociedad o en lucha
con ella. Existe en sus narraciones un constante enfrentamiento entre vida y
pensamiento, porque los seres que más piensan son los que más sufren.
5.3.4. Estilo
5.4.5. Obras
Baroja escribe casi una decena de libros de relatos breves y más de sesenta novelas,
compuestas las más importantes antes de 1915.
Una buena parte de su narrativa se agrupa en trilogías, entre las que sobresalen La lucha
por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja), Tierra vasca (La casa de Aizgorri,
El mayorazgo de Labraz y Zalacaín el aventurero) y La raza (La dama errante, La
ciudad de la niebla y El árbol de la ciencia).
Citamos sueltos otros títulos inolvidables: Camino de perfección y Las inquietudes de
Shanti Andía.
Finalmente, hay que recordar las veintidós obras que componen la serie Memorias de
un hombre de acción, novelas históricas ambientadas en la España del siglo XIX y cuyo
protagonista es Aviraneta, un dinámico personaje de ese siglo.
5.5. Antonio Machado
En 1903 publica su primer libro, Soledades, que se amplía en 1907 con el título de
Soledades, galerías y otros poemas. Es una obra típicamente modernista, pero del
Modernismo intimista: Machado escribe “mirando hacia dentro”. Le interesa apresar
“los universales del sentimiento”, es decir, sentimientos universales que giran en torno
al tiempo, a la muerte, a Dios. La soledad, la melancolía o la angustia traspasan los
versos. Es muy característico el empleo de símbolos: el camino, el espejo, el agua, la
noria, las galerías, la tarde, etc. Sus significados son muy diversos y a veces cambiantes:
así, la fuente, el agua que brota, es símbolo de anhelos e ilusiones, pero también, en
algún caso, de la monotonía de la vida; la tarde es el momento propicio para la
meditación, pero muy a menudo es símbolo de decadencia, de acabamiento.
En 1912 aparece por primera vez Campos de Castilla (se reeditará después en varias
ocasiones con nuevos poemas). Se advierten cambios fundamentales con respecto a
Soledades: se atenúan el subjetivismo y la introspección y pasa a primer plano la
realidad exterior. Si en Soledades el paisaje tiene un carácter simbólico en el que se
proyecta el yo íntimo, en Campos de Castilla es ya más objetivo; aquí, antes que recrear
un atmósfera sentimental propicia a la meditación, Machado describe paisajes reales
que, muchas veces, se pueblan de presencias humanas o aluden a circunstancias
históricas. El yo del poeta pasa a segundo plano y se abre a los otros.
Conviven en la obra poemas muy diversos. Abundan los que describen los paisajes y las
gentes de Castilla. Se da cuenta del contraste entre el pasado glorioso de esas tierras y
su andrajoso presente. Cuando, después de la muerte de Leonor, recuerda Castilla desde
Baeza, el paisaje aparece otra vez teñido de subjetividad. También del periodo de Baeza
son los poemas de paisajes y tipos andaluces, en los que el autor critica la España
tradicional, religiosa y conservadora. Además, un nuevo tipo de poesía hace su
aparición en Campos de Castilla: la poesía sentenciosa y moral que integra la serie
Proverbios y cantares.
Hasta el final de su vida continuó componiendo textos poéticos, entre los que destacan
“Canciones a Guiomar” y las poesías escritas durante la Guerra Civil.
El único libro en prosa que publicó Machado fue Juan de Mairena (1936), una
colección de escritos que aparecieron primero en prensa. Mairena es un filósofo y poeta
inventado que discurre sobre temas poéticos, filosóficos, sociales, políticos, etc. Es una
obra imprescindible para conocer el pensamiento del autor.
5.6.2. Obra
La amplia producción de Valle abarca todos los géneros. Y en todos se aprecia una
profunda evolución, paralela a su cambio ideológico. A grandes rasgos, pasa de un
modernismo refinado y nostálgico a una postura crítica expresada en un estilo
desgarrado, radicalmente nuevo.
Podemos distinguir cuatro periodos en su obra: hasta 1906, influido por el decadentismo
modernista; de 1907 a 1909, cuando escribe obras de acentuado primitivismo; de 1910 a
1920, época de las farsas y otras obras artificiosas; y a partir de 1920, etapa de los
esperpentos.
Las obras más notables de esta etapa son las Sonatas: Sonata de otoño, Sonata de estío,
Sonata de primavera y Sonata de invierno. Estructuradas como una composición
musical en cuatro tiempos, van ligando simbólicamente la estación del año y el marco
geográfico con la edad y pasiones del protagonista, el marqués de Bradomín, típico
aristócrata decadente (elegante, exquisito, amoral, aventurero, provocador, cínico e
incluso violento a veces). En un ambiente de misterio y leyenda, entre preciosos
jardines y lujosos interiores, se exalta nostálgicamente un mundo refinado en vías de
desaparición. El esmerado lenguaje y cuidado estilo de las Sonatas hacen de su prosa la
más brillante del Modernismo español.
En apenas tres años escribe Valle cinco obras muy importantes: las dos primeras
Comedias bárbaras y la trilogía de novelas de La guerra carlista. En ellas ensaya otro
camino también propio del Modernismo: el primitivismo. La violencia, la crueldad, la
barbarie, la brutalidad, las pasiones desbordadas, el mundo rural con sus leyendas,
mitos, ritos mágicos y supersticiones populares son rasgos comunes de los dos dramas y
de las tres novelas.
Durante la segunda década del siglo Valle escribe diversas obras teatrales, en su mayor
parte en verso. Se trata de experimentos dramáticos con los que crea un mundo
artificioso, muy literario y estilizado: Farsa infantil de la cabeza del dragón, Voces de
gesta, El embrujado...