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YO ME LLAMÉ HAROLDO

Miguel Huezo Mixco

A media tarde me llega un correo. No conozco al remitente. El mensaje contiene un


calendario de las proyecciones para el fin de año en Buenos Aires del documental "Haroldo
Conti. Un retrato postergado".

No he visto el documental, pero conozco a Conti. Ese novelista argentino, maestro de


escuela primaria, nadador y navegante, marcó mi vida. Es una historia que comienza en
1975. Ese año, Conti ganaba el Premio Casa de las Américas con su novela "Mascaró, el
cazador americano", y la vida de miles de jóvenes salvadoreños, incluida la mía, se estaba
rompiendo en pedazos. Yo era un estudiante de letras. Me había ido de la casa de mis
padres con Irma, mi mujer, también estudiante. Vivíamos cerca de la fábrica El León, en el
barrio San Miguelito, en una casa llena de libros y amigos. La fábrica estaba en huelga y en
la sala, la biblioteca y los dormitorios de aquella casa se escuchaban, como el rumor de una
marea, los altoparlantes de los trabajadores. Allí conocimos a Haroldo Conti. Quiero decir,
en esos días llegó su novela a nuestras manos.
"Mascaró" cuenta la historia de un circo que deambula por los pueblos argentinos. Sus
personajes --el príncipe Patagón, Sonia la bailarina, el enano Perinola, Mascaró y Oreste--
son una partida de excéntricos. Uno de los números del circo comenzaba con una imitación
de los hábitos animales y terminaba siendo una reflexión sobre la libertad humana. Un día,
mientras representaba el vuelo del cisne, Oreste recibe un garrotazo y despierta en una jaula
donde un gorila en uniforme lo muele a palos.

A menudo la realidad y la ficción se parecen demasiado. El 4 de mayo de 1976, un


escuadrón ingresó a la casa de Haroldo y su mujer sometiéndolos a un interrogatorio
violento. A Conti se lo llevaron con rumbo desconocido. En el archivo de la fatídica
Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dipba) -- que fue
desclasificado y está bajo custodia y gestión de la Comisión por la Memoria-- existe un
documento que establece que “Mascaró” propiciaba “la difusión de ideologías, doctrinas o
sistemas políticos, económicos o sociales marxistas”.

En El Salvador firmamos un manifiesto pidiendo su libertad y lo reprodujimos en una


modesta revista de literatura que publicábamos. La policía nos tenía bajo vigilancia. Como
el circo de Patagón, cada quien agarró su camino. Irma cayó en la jaula del gorila donde fue
torturada y asesinada. En mi propio camino adopté el nombre de Haroldo. Han pasado
muchos años y todavía encuentro gente que me llama de esa manera. Mis amigos a menudo
me regalan noticias sobre la vida de aquel entrañable desaparecido. Ahora, este correo me
lo ha traído de nuevo.

El documental "Haroldo Conti. Un retrato postergado" es un ejemplo de cómo honrar a las


víctimas y mantener viva una memoria que nos haga más fuertes y humanos. Es además
una hermosa muestra de lealtad. La idea fue concebida en los años 70 por el cineasta
Roberto Cuervo, que conoció a Conti y decidió hacer un retrato sobre su vida. El proyecto
quedó interrumpido por la tragedia: primero, el asesinato de Conti; luego, Cuervo falleció
en un accidente de tránsito. Pasaron los años. Su hijo Andrés Cuervo recuperó el material
filmado y completó aquel retrato.

El filme se estrenó hace unas semanas en Buenos Aires. Hago cuentas: han pasado 33 años
desde que Haroldo apareció en nuestras vidas. En un tráiler del documental colgado en
YouTube, pude escuchar su voz diciendo: "la vida es una especie de borrador que uno
nunca termina de pasar en limpio".

(Lea más en: http://talpajocote.blogspot.com/)

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