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Pusiesque una bichita flaca y ojuda taba ispiando un viejo chele bien galán,
de caminado despacioso, que la yamó por su nombre. “Vení jugá”, le
deciya...
A la muestra de Verónica se llega por esa abertura que parece una laguna,
en el parque Cuscatlán. Allí ha instalado, por unos días, un reducto del
reino de Bah, el lugar “donde las cosas son la esencia”, como decía
Salarrué cuando regresaba de su viajadera cósmica. Una vez se pasa la
puerta y se leen las claves que Verónica le ofrece a sus visitantes, se entra a
un jardín donde nos reciben decenas de blanquísimas crisálidas, como ojos
imánicos que nunca se cierran.