You are on page 1of 8

Israel García Plata

Hilo de baba agria


(Guión literario de un corto malogrado)

El café que me habían servido en ese lugar estaba muy cargado, me sentí un
poco alterada después de dos tazas. Se me hacía tarde, tenía que volver a casa.
Salí de la cafetería, hacía mucho calor, las calles parecían ríos de autos que
avanzaban a paso de funeral. Caminé por la calle de siempre, doblé por la
esquina de siempre, miré los mismos edifcios y sus fachadas de siempre.
Siempre la misma monotonía, pensarme una mujer monótona me provocó
pena. En un intento casi ridículo por salir de esa linealidad que gobernaba mi
vida, decidí caminar por la acera contraria, por la acera en la que nunca había
andado y en la que nunca se me había siquiera ocurrido andar. La calle era
evidentemente la misma, pero vista desde otro ángulo, pensé inocentemente,
que había logrado ya algo con esa acción. Andando un poco más y pensando en
no sé qué, con la mirada clavada en el suelo y el peligro de estrellarme contra
un poste o cualquier cosa que se plante frente de mí y que no pudiera advertir,
pateé un objeto que inmediatamente llamó mi atención. Se trataba de un
teléfono celular el cual levanté sin pensar. Me llamó la atención la imagen que
de fondo tenía en la pantalla. Era la imagen de un chico que tenía una mirada
fascinante, además, tengo que decirlo, de una sonrisa cautivadora a la que era
irresistible devolverle un gesto de cordialidad. Casi sin notarlo, me dí cuenta
que estaba sonriéndole ridículamente a una imagen de fondo de pantalla de
celular. Este pensamiento me hizo avergonzarme de mí misma. Caminando
mientras revisaba curiosamente el celular ajeno, advertí que el celular
pertenecía a un chico pues en la carpeta de sus imágenes se repetían una y otra
vez fotografías de la misma persona. Al observar por un largo rato los mensajes
del celular, los contactos, los videos y sobre todo, la música y las fotografías, fue
que inevitablemente se produjo en mí una imagen mental de la personalidad
del dueño del celular. Pensé en lo curioso que resulta conocer a una persona por
sus objetos, más aún por aquellos objetos en los que se pueden encontrar
“fragmentos” de la persona: fotos, palabras, etc., fragmentos que terminan por
delinear la personalidad. A todos nuestros objetos se le impregnan
inevitablemente aspectos de nuestra propia personalidad. Mi anterior
razonamiento me pareció inteligente y lúcido por lo que me sentí admirada de
mí misma. Pensé en seguida que se debía a los efectos de la cafeína en mi
organismo. Dejé de lado mis razonamientos casi flosófcos, guardé el teléfono
en mi bolso, me froté los ojos, puse cara como de transeúnte indiferente que se
dirige con frmeza hacia un lugar determinado y seguí mi camino.
La clase de Metodología y Redacción como siempre me provocaba tal
somnolencia que, bien me hubiera sido útil en esas noches en las que no había
podido conciliar el sueño pensando cualquier cantidad de cosas absurdas. No
sentía ni tantita vergüenza cuando el profesor, que no paraba de hablar, me
miraba y descubría que su alumna tenía los ojos semicerrados y enrojecidos.
Luchando contra el peso de mi cabeza que se empecinaba en irse de lado,
escuché sonar un celular que desde mi bolso timbraba tímidamente. Descubrí
que no era mi propio teléfono sino el que había sonado era el celular ajeno que
había encontrado el día anterior y que no había dejado de chismosear en la
noche interesándome en su dueño quien me había parecido atractivo e
interesante. Sí, me había gustado a pesar de no ser otra cosa más que un
fantasma hasta ahora. Había timbrado porque se trataba de un mensaje de un
Israel García Plata

número desconocido pues no lo tenía guardado como contacto, el mensaje


decía: “Hola Marco, te recuerdo que el próximo sábado nos reunimos en el
“café del Sol” que está en el Zócalo, a las 5, no llegues tarde” Supe entonces que
el dueño de este celular tenía un nombre, un nombre que curiosamente me
gustaba por como sonaba, había cierta virilidad en él que me parecía perfecto
para asociarlo con la imagen que me había formado. Ahora él tenía nombre.
Además, había alguien que lo buscaba para que se reuniera con él, o mejor
dicho, con ellos, pues en el mensaje se hablaba en plural.
La clase, a Dios gracias, terminó por fn. Guardé mi libreta que solo había
sacado por mero formalismo y salí del salón. Esperaba un par de clases más, en
mis recesos no había dejado de pensar en el dueño del celular, se llamaba
Marco, ése nombre, lo repetía en mi cabeza y podía sentir algo en el estómago.
Como suele sucederme, me sentí ridícula, esta vez, por estar sintiendo algo en
la panza por un completo desconocido. ¿Qué era lo que me había llevado a
sentir atracción por él? Sin duda alguna, en primer lugar su físico, era guapo,
hay que decirlo, además había algo en la redacción de sus mensajes que me
indicaban ciertos elementos de su personalidad que me parecían encantadoras,
como por ejemplo, que tenía buena ortografía, eso para mí era fundamental en
un hombre. Tal vez pueda explicarlo a partir de un suceso que tuve de niña: un
día un chico que me gustaba mucho y que al parecer estaba interesado en mí se
me acercó después de muchos intentos dándome una carta, una carta de amor
evidentemente, la cual estaba llena de las cosas más lindas y divertidas pero,
trágicamente, todas escritas con la peor ortografía que se haya podido escribir,
como por ejemplo, cuando escribió: “la revolución de mi amor por ti”, puso: “la
rrebolusion de mi hamor por ti”, tristemente ése atentado a la ortografía
terminó por aniquilar mi interés por él. Es por eso que al leer las notas y los
mensajes que Marco había escrito me parecía adivinar en él una sensibilidad
única que podía ver a través de sus letras, a través de los poemas que guardaba
en su teléfono. “Una persona que tiene gusto por la poesía tiene que ser
inevitablemente alguien sensible”, había yo escuchado decir a alguien en algún
lugar. Además de su buena ortografía y su sensibilidad que bien podía yo
intuir, estaba su gusto por la misma música que a mí me gustaba. Tenía música
muy variada, pero por sobre todo tenía discos de jazz que a mí en lo personal
me había costado mucho trabajo conseguir, razón por la que yo los apreciaba
mucho. Supuse entonces que él sabía bien de lo valioso de los discos que ahí
guardaba. Saber que compartíamos el mismo gusto por la música hizo crecer en
mí aún más el interés por él, pero sobre todo creció mayormente mi deseo por
conocerlo. Casi sin darme cuenta, había empezado a enamorarme del fantasma
con nombre, pude comprobarlo al no dejar de pensar en él a partir de
asociaciones dolorosas a unas fotografías de consolación con las cuales
fantaseaba imaginando moverse su boca llamándome por mi nombre y
profriéndome cualquier cantidad de cosas lindas.
Había pasado ya sufciente tiempo como para que el dueño buscara recuperar
su teléfono, sin embargo, ni una llamada, ni un mensaje más del que había
leído, nada. Es por ello que se me ocurrió asistir a la reunión a la que Marco
había sido citado. El mensaje solo era recordatorio, tal vez Marco ya estaba
enterado de la cita y tal vez ahí lo vería para entregarle su teléfono y aprovechar
para conversar con él. Finalmente no perdía nada con asistir a ese café, al menos
iba a pasar por una persona honesta que hace lo posible por entregar un
teléfono extraviado a su dueño. En caso de que estuviera él, seguramente esta
acción provocaría cierto interés por mí en él. Me entusiasmaba la idea. Si quería
Israel García Plata

conocerlo ésta era una buena oportunidad. No dejaba de extrañarme el hecho


de que no buscara su teléfono celular, ¿cuáles serían las razones por las que no
se interesaba en recuperarlo? No lo sé, intenté justifcarlo y no pude.
Llegó el fn de semana, estaba un poco ansiosa porque dieran las 5 de la tarde.
Había puesto a cargar el teléfono celular de Marco pues estaba por agotarse la
batería, mi hermana tenía un cargador adecuado. Me puse guapa, enchiné mis
pestañas (cosas que muy raramente hago), me puse una falda que dejaba ver
mis piernas que siempre han sido mi mejor carta, hice un poco de magia con las
pocas pinturas y maquillaje que tengo y salí de casa temprano para llegar a la
cita a la que no había sido invitada. Dudé durante el camino, me pareció que
estaba haciendo una tontería, me sentí ridícula de mis actos y cerca estuve de
regresarme a casa y dejarme de niñerías. Sin embargo, había cierta fuerza que
me venía desde el centro de mi estómago obligándome a seguir mi camino y
concretar mis planes. Imaginaba el tono de su voz, seguramente tenía un acento
grave, tal vez algo formal. Imaginaba sus ojos mirándome de cerca, tal vez lo
sufciente como para que poco a poco acercáramos nuestros labios de igual
modo y nos fundiéramos en un beso. Debía ser muy inteligente, además era
atractivo, las fotografías así lo demostraban.

Llegué por fn, entre tantos pensamientos encontrados me encontraba más


indecisa que nunca parada frente al café pocos minutos antes de la hora
pactada. No hubo situación más difícil que estar por atravesar la puerta, decidí
que sería bueno caminar un poco alrededor de la cuadra para hacerme de valor
y entrar al café. Ideé mi plan: debía entrar sin miramientos, sentarme en una
mesa cualquiera, hacer como que esperaba a alguien, total, nadie ahí me
conocería. Desde esa mesa, ahí sentada bien podría identifcar a la persona por
la que estaba yo ahí, a la que le había estado siguiendo la pista desde hace unos
días. Sentía vértigo en el pecho tan solo de pensarlo, me sentí una adolescente
enamorada en su primera cita. Me encontraba de nuevo frente a la puerta del
“café del Sol”. Sin más, entré. Miré al rededor. Solo habían parejas tomando
café, algunos fngiendo sonrisas, otros con la mirada metida en la espiral que se
hace en la superfcie de la taza al momento de batir con la cuchara el sustituto
de crema para café, había personajes de café evidentemente, esos que se llevan
un libro cualquiera, toman un periódico del día, alborotan un poco su cabello y
recurren de vez en cuando al accesorio estilístico de los lentes de armazón
grueso y oscuro para hacerse ver interesantes e intelectuales. Me senté en una
mesa desde la que tenía una buena perspectiva de todo el lugar. Miré mi reloj,
daban las 5:05 de la tarde, tal vez había llegado algo temprano, la gente suele
ser impuntual.
Pasaron no más de diez minutos cuanto noté que en una mesa, la del fondo,
comenzaban a llegar al parecer un grupo de amigos, en principio había una
pareja, pero pronto, comenzaron a llegar mas personas. A juzgar por la
efusividad de sus saludos y por los gestos que se proferían, supuse tenía tiempo
que no se veían. Imaginé entonces que tal vez ellos eran amigos de Marco, los
mismos que le habían citado. Un poco por interés y otro poco por pasar el
tiempo, saqué el celular de Marco, abrí la carpeta de sus fotografías y comencé a
tratar de identifcar los rostros de los chicos de la mesa del fondo. Me confundió
el hecho de no encontrar un solo rostro en las fotografías que coincidiera con los
de la mesa del fondo. Sin embargo, esa debía ser la reunión a la que Marco
había sido citado.
Israel García Plata

Pasé mucho tiempo haciendo una infnidad de cosas, desde hacer rollitos de
servilleta y luego doblarlos para hacer triángulos que luego al construir más se
convirtieron en rombos, hasta intentar equilibrar una cuchara y un tenedor en
forma de pirámide tocándose apenas por un punto. Cuarenta y cinco minutos
me parecieron una eternidad, unos cuantos se habían agregado a la mesa del
fondo, ya entre todos sumaban por ahí de 10 personas, pero ninguno de ellos
debía ser Marco. Seguramente a los ojos de los meseros y de otros pocos que me
habían advertido desde que llegué, mi novio seguramente me había plantado o
algo parecido. No me importó lo que pensaran, bueno fue que ninguno se
acercó a querer hacerle compañía a la pobre chica abandonada. Pensé, creo yo
que por la desesperación y el tedio, que lo mejor sería acercarme al grupo de
amigos del fondo y preguntarles por Marco, así de sencillo. Me levanté, dejé
mis 15 pesos de cuenta y 3 más de propina, caminé hacia ellos y una vez cerca
dije:

- Hola, disculpen, ¿ustedes son amigos de Marco?


Solo dos de ellos me escucharon, los demás no notaron que había hecho una
pregunta y más aún, que estaba ahí parada.
-¿Perdón? -Me dijo uno de ellos-
Repetí mi pregunta.

- Sí, lo estamos esperando, ¿tú también? – me dijo un chico con cara de


pervertido-

- ¿Crees que va a tardar?

- No lo sé. Siéntate. Tal vez llegue en un momento ¿A qué hora te citó?

- A las 5 y media, ya pasaron 10 minutos, espero no tarde.


Los demás que en la mesa se encontraban debieron haber pensando que era una
invitada del pervertido al verme platicando con él. En una muestra tácita de
patanería, a pervert boy no se le ocurrió presentarme, y por más gestos amables
que hacía yo para atraer la conversación al menos de algún otro de los que ahí
se encontraban, no conseguí darme a conocer. Todos estaban sumidos en
conversaciones que parecían referir a los recuerdos de una época pasada.
Escuché de pronto algo de lo que me decía pervert boy mientras no le ponía
atención, me hablaba de algo de las mujeres con falda. Interrumpí su monólogo
y pregunté:

- Oye, ¿a qué se debe la reunión?

- Ah, hacemos cada año una reunión de excompañeros de la preparatoria,


todos nosotros íbamos en el Instituto Oriente, ¡buenos recuerdos esos eh!,
ese Marquito era un cerdo! Por cierto, ¿eres novia de Marco?

- No, en realidad vengo a entregarle su celular, por casualidad yo…


¡Ah! Explicarle a este idiota sobre lo ocurrido me aburre. –Pensé-
Israel García Plata

Justo cuando él preguntaba sobre el celular y la casualidad y la entrega, volví a


interrumpir sus cuestionamientos para preguntar:

- ¿Por qué dices que Marco era un cerdo?

- ¡Ah no te ha contado nuestras historias eh! Te puedo contar sólo si me


aseguras que no eres su novia… Ah bueno, así sí, si no me voy a meter
en problemas con él. Hacíamos cosas terribles, desde untar de gansitos
las sillas de los maestros, hasta bombardear con huevos la puerta de la
escuela. Marco siempre tuvo un don especial para molestar a la gente y
meterse en problemas.

- ¿En serio? Ah malvado, no me ha contado nada de eso.

- Sí, ya te tendrá que contar, era divertidísimo. Una vez recuerdo,


estábamos dos amigos, Marco y yo en la cafetería de la escuela, habíamos
pedido dos platos grandes de salchichas con salsa de tomate. Estábamos
en el receso, se habían tardado con nuestro pedido, pero una vez que lo
trajeron a Marco se le ocurrió una reverenda tontería. Platicábamos de
cualquier cosa cuando de pronto, Marco se levantó de su silla, tomó un
puñado de salchichas con salsa de tomate y las lanzó lo más lejos que
pudo. El puñado de salchichas con salsa había ido a parar en la cara de la
sobrina del director de la escuela, Estela se llamaba aquella niña, que por
si fuera poco era la más ñoña de todo el colegio. Con las salchichas y la
salsa escurriendo por la cara de Estela y mientras ella se refugiaba de la
vergüenza que le habían hecho pasar en los hombros de su mejor y única
amiga, se oyó un grito que retumbó en todo el lugar: “!Guerra de
salchichas!” había gritado Marco con el rostro rebosante de euforia.
Pasaron unos incómodos segundos. Marco miró en todas direcciones
esperando contar con un cómplice. Nadie, absolutamente nadie decía
una sola palabra, el único sonido audible era el de Estela lloriqueando.
En la cafetería reinó un silencio desconcertante. Ni siquiera nosotros sus
amigos podíamos comprender la tontería que se le había ocurrido a
Marco. Al no encontrar eco en sus actos, Marco gritó: ¡¿Qué? ¿no les
pareció Putitos?! Después de esa ocasión no volvimos a ver Marco en la
escuela un mes entero. Ahora que lo cuento me da mucha risa, ¡Marco
tenía pantalones!, pero en ese momento sabíamos que se había metido en
serios problemas, mira que arrojarle salchichas en la cara a la sobrina del
director…
Me reí sinceramente. Fue una locura. A la par que me hablaba pervert boy
de las anécdotas con Marco crecía mi curiosidad por conocerlo. Debo decir
que todas, absolutamente todas las historias que me contó tenían que ver
con travesuras de adolescente. Por los relatos de pervert boy, la efgie que
me había formado de Marco no coincidía del todo, más bien, en nada. Marco
en los relatos de pervert boy, parecía de esos niños roba-tortas que no
pueden faltar en un colegio. Ésos que siempre aborrecí desde muy niña, los
mismos que me parecían infnitamente tontos, sucios y patanes. Marco no
podía ser uno de ellos. Bueno, tal vez estoy siendo muy estricta, puede ser
que Marco haya tenido una adolescencia muy divertida, ahora seguramente
tendrá muchas cosas que contar…
Israel García Plata

Sin darme cuenta, detrás de mí estaba una chica, había estado ahí desde
alguna parte del relato apoyada con las manos en el respaldo de mi silla. Al
encontrarme con su mirada dijo:

-Hola, soy Karen-


Sonreí un poco, había algo en su rostro que me provocaba antipatía.
-Hola- me limité a decir. Se hizo un silencio incómodo.
Irrumpió Pervert boy:
-¡Cuéntale Karen!, cuando Marco corría detrás de las niñas y una vez que las
alcanzaba les subía la falda para verles los calzones, hasta a ti te tocó ¿no es
así?
-Sí, ¡es un cabrón!, respondió ella.
No quería escuchar más, me dieron ganas de ir al baño. Me disculpé y pedí
permiso. Frente al espejo del baño me miré, otra vez me sentí ridícula, me
pregunté qué hacía ahí escuchando a un grupo de desconocidos hablar de
gente, lugares y anécdotas igualmente desconocidas. Y todavía peor,
esperando desde hace ya buen rato a un desconocido. Pensé que lo mejor
sería dejarle el teléfono celular a pervert boy para que él se lo entregara a su
dueño. Yo había tenido sufciente, debía irme ya. Saqué el celular de mi
bolso, miré la imagen de la pantalla para ver la sonrisa de Marco, sí, parece
que sí, es una sonrisa inquieta, una sonrisa traviesa, ¡viéndolo bien tiene cara
de pingo! Salí del baño, andaba hacia la mesa con la mirada en el celular y
en el suelo para no tropezar cuando se plantaron ante mí una par de botas
rojas. Se trataban de un par de botas rojas rojas rojas con la textura imitación
de piel de cocodrilo. Una voz ronca y algo chistosa me hizo levantar la
mirada. Me decía:
-Oye, me dicen que traes mi celular.
No lo podía creer, era Marco. Lo tenía delante de mí. Las imágenes estáticas
del celular habían cobrado vida, tenía a Marco delante de mí con unas botas
vaqueras rojas rojas imitación piel de cocodrilo.
-¡Marco!- dije entre preguntado y afrmando sorprendida.
Lo miré de pies a cabeza, estaba vestido francamente ridículo. Usaba un
sombrero café de ala ancha, muy ancha, tanto que alcanzaba los límites de la
irrisión. Se había dejado crecer el bigote. Vestía una camisa a cuadros roja
con blanco, a la altura del cuello llevaba una especie de dije con la imagen
de un par de cuernos. Usaba un cinturón de hebilla enormemente ridícula
que presumía un gallo irguiendo el pecho emplumado, se había metido a la
fuerza y seguramente con mantequilla un pantalón digno de charro color
beige, una vez que lo pude ver de espaldas pude notar que del bolsillo
trasero derecho asomaba una especie de pañoleta roja con la imagen de un
caballo con la crin al aire.
Suspiré hondo, muy hondo. No podía creer que ese maniquí de peletería
fuera Marco. Era una broma, debía serlo. Algo andaba mal, había una
Israel García Plata

confusión. Con la sorpresa mezclada con el vértigo que aún en mi estómago


se refugiaba pregunté:

- ¿Este celular es tuyo?-


Apenas lo pregunté supe que era una tontería, era obvio que ése era Marco,
ésa era su cara, ésos sus ojos y ésa su boca. ¿Qué había pasado? ¿Por qué
vestía así?

- Sí, es mío. Lo perdí hace unos días ¿vas a creer? Andaba bien pedo y ni
supe donde lo dejé. Jaja. Me valió madre pinche celular. Son como las
viejas, se te pierden si no las cuidas. Oye morrita, pero ¿cómo es que
viniste hasta aquí a traérmelo? ¡Qué buen pedo mi amor!
Estaba atónita, hablaba como naco y además decía groserías. Se había
venido abajo la imagen del Marco que tenía en mente. Era horrible, era una
caricatura, una broma. ¿Qué había pasado con el Marco de las fotos, la
música, la poesía? No pude soportar la avalancha de contradicciones que
estaba experimentando y pregunté:

- Vi en tu teléfono que tienes música de Thelonius Monk.

- ¿Te-lo- qué?- dijo con cara de idiota-

- De la banda de jazz…

- Sepa la chingada, ya venía eso cuando me lo vendieron.

- ¿Y las poesías de Vallejo, los fragmentos de Rayuela de Cortázar que


traías en tus documentos?

- Igual, el pendejo ése que me lo vendió quién sabe qué mamadas le metió.
Oye preciosa ¿nos echamos una chelita o qué? -me dijo con voz imitación
norteña mientras me pasaba la vista lascivamente por el cuerpo-
Me sentí terriblemente humillada, sentía ganas de reírme como tonta, de
reclamarle, de abofetearlo o tal vez abofetearme yo misma. Muchos
sentimientos encontrados fueron los que experimenté en ese momento.
Estaba muy confundida, tenía ganas de que me dieran explicaciones, pero ¿a
quién se las iba a pedir? ¿Quién me había engañado? ¿Quién era el culpable
de esta farsa? Sin decir más, le di su celular. Me disculpé por no poder
“echarme la chelita” y sin despedirme de pervert boy ni de Karen salí del
lugar. Camino a mi casa no pude evitar reír a la vez que sentía un dolor en el
corazón de causa desconocida. Estuve a punto de llorar pero el simple
hecho de pensarme llorando por aquello me provocó risa. Llegué a mi casa,
había anochecido, me quité las zapatillas que ya no aguantaba, me lavé la
cara, fui por una leche con café, me tiré en el sillón y prendí la tele, veía un
documental sobre el periodo de reproducción del cangrejo violinista.
Me levanté a la misma hora, ya ni siquiera es necesario usar el despertador
que siempre suena a las 6:50 de la mañana, automáticamente y con la
precisión de un reloj abro los ojos con puntualidad feroz, no importa si estoy
desvelada. Salgo siempre con el estómago vacío, nunca me da tiempo de
desayunar a pesar de que me lo proponga.
Israel García Plata

Esta vez desviaron la ruta que suelo tomar para ir a la escuela, al parecer
están haciendo reparaciones en el asfalto o algo así parecí escuchar decir a
mi papá, tuve que caminar tres cuadras más. Mientras caminaba para tomar
el camión me sucedió algo verdaderamente increíble, el destino mismo se
había burlado de mí por segunda ocasión, a penas una cuadra antes de
llegar a la parada noté que sobre el suelo había un volante en el que se
anunciaba la presentación de una banda de jazz muy famosa en los Estados
Unidos, levanté el volante y ¡juro que no miento!, debajo de él se encontraba
un teléfono celular. Entendí inmediatamente que el destino también sabe
hacer bromas y que esta vez había sido yo su víctima. Leí rápido el volante,
lo hice bolita y lo lancé lo más lejos que pude, en cuanto al celular, me
coloqué en línea recta ascendiente sobre él y le dejé caer un hilo de baba
agria concentrada de toda la noche.

You might also like