Tomás era un campesino de muy buenos sentimientos, labrador, honrado y trabajador. Pero tuvo la mala suerte de casarse con una mujer calavera y desleal.
Él amaba inevitablemente a esta mujer infiel que tan
perversamente le pagaba cada vez que se ausentaba, ella recibía la visita de un amante. Había tenido muchas aventuras y posiblemente no dejaría de tenerlas porque a ella, un hombre le cansaba rápidamente, antes de que transcurriera los dos meses. A Tomás le contaban frecuentemente las aventuras de su mujer pero él no prestaba oídos a nadie, creía que todo lo que decían era puro chisme de sus enemigos.
Pero sucedió que una vez, Tomás entré en sospechas de su
mujer y para probar a su mujer y convencerse Tomás simuló realizar un viaje. Ella en cuanto supo que se ausentaría, con alegría le preparó la ropa y el fiambre y en cuanto se despidió no dio muestras de la menor pena por el viaje. La noche era profunda y la lluvia caía sobre los árboles mudos y las tapias. La tierra se había convertido en barro y las casas no se veían por la oscuridad. Tomás estaba escondido en un cerro y desde allí miraba su casa para ver quien podía entrar en ella durante su ausencia y robarle el honor y disputarse el amor de su mujer. Sus ojos se helaban de tanto mirar en la noche. Su cuerpo se enfriaba y la lluvia empapaba su poncho y chorreaba al igual que su sombrero. Nadie aparecía y él empezaba a convencerse que todo era una mentira inventada por sus enemigos. Le habían dicho que el amante de su mujer era uno que él conocía y hasta casi era su amigo, también le dijeron que durante el último rodeo habían compartido la misma cueva para pasar la noche. Eran las doce de la noche y nadie aparecía, paso un búho por los aires. Tomás se sentía cansado de estar sentado sobre las piedras del cerro y entonces camino rápidamente hacia la puerta de su casa y tocó la puerta, en el primer golpe nadie salió y él se puso muy nervioso en el segundo golpe su mujer contestó con una voz muy suave; y él respondió cambiando el tono de su voz, pronunciando el nombre de su rival y se cubrió todo el rostro con su poncho, la puerta se abrió y su mujer apareció casi desnuda.
¿Tu esposo no se dará cuenta de todo esto? Preguntó Tomás a
ella, quien le contestó riéndose que no, y calificando a su marido de zonzo. Tomás se enfureció. Cogió el puñal que llevaba bajo el poncho y apuñaló a su mujer, la apuñaló decenas de veces, enloquecido y llamándola puta hasta cansarse y después huyó protegido por la oscuridad. Los parientes de la muerta, ansiosos de venganza, enterraron al cadáver con una mano flotando sobre la tierra.
Esa mano que en vida acarició la piel de muchos hombres,
llamaría a su marido, que por más distante que se encuentre acudiría como una mosca atraída por la miel, merodeando hasta caer en la trampa que le había preparado. La mano sucia día tras día era cuidada de los perros hambrientos que vagaban por el cementerio y lo rociaron con líquidos desconocidos y misteriosos para que se pudriese. Y la comunidad se acercaba todos los días a ver si Tomás llegaba al lugar de sus desgracias. Como un zorro nocturno y ladrón Tomás llegó arrastrándose a la chocita de su madre. Ella al verla lanzó un grito al igual que sus hermanos. Huya le gritaron, ¡Estás loco de venir acá! todos esperan darte caza para matarte como un puna. Tomás lloró como un niño, le contaron todo. No, no quiero seguir huyendo, huyendo he perdido el juicio, ni un momento he dejado de pensar en mi casa, en mi tierra y quiero ver la tumba de la perdida. Su mamá y sus hermanos le dijeron que todo lo que le pasaba era porque la mano de la maldita faltaba enterrar, pero que pasaría pronto porque tarde o temprano la mano se podriría. Ante la resistencia de Tomás trajeron un caballo. Anda le dijeron monta el caballo, él te llevará donde quieras y así se acabará el hechizo y no tendrás ganas de regresar aquí, ni enloquecerás, porque caminarás con pies ajenos.
Tomás movió la cabeza y siguió llorando amargamente. De
pronto escucharon un ruido que se acercaba más y más a la casa.
¡Alguien te ha visto entrar! ¡y vienen todos hacia acá!, gritó
uno de sus hermanos. Anda hijito, suplicó su madre arrodillándose, anda, huye si me quieres. Tomás dejó de llorar, se puso de pie escuchó el ruido que iba hacía él. Beso a su madre y sus hermanos y saltó sobre el caballo que le estaba esperando en el patio y huyó como un rayo.
Pasado un tiempo, efectivamente la mano se pudrió, conforme
habían dicho su madre y sus hermanos del infortunado Tomás; pero él jamás regresó a la comunidad y no se supo más de su suerte. Magali Villanueva Tamaríz Seudónimo : Lucero 1er Puesto Concurso de Narrativa: “Historias y Memorias de mi Pueblo” Cuenca del Valle de Nepeña