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Barcelona 2006

CIUDAD Y CIUDADANIA EN LA CARTAGO PUNICA


CARLOS G. WAGNER
Universidad Complutense de Madrid*

ABSTRACT:

Punic Carthage even reached the appearance and character of a Mediterranean polis. The
Carthaginian citizens took an active part in the city works, had an absolute political sovereignty and
authority that were exercised in the People’s Assembly, were not exempt from military recruitment,
and fought in the navy. The fleet-and-city link was vital, and that is the reason for the crews to be
made up mainly of citizens. Greeks and other foreign people, whose children had a Punic name and
performed the sacrifice in the tofet, undoubtedly are samples of assimilation and it seems that they
could achieve the citizenship. Its internal history, in the course of which were developed the
political institutions Aristotle quotes, was not too different from that of other cities in the same
mediterranean scene.

LA CIUDAD Y SU FISIONOMIA URBANA

La Cartago púnica, pese a su ascendencia oriental, llegó a adquirir la fisonomía de una


ciudad mediterránea, una polis en el sentido más amplio del término. Los elementos más
significativos de su urbanismo, reflejo de su composición socioeconómica y política eran la
acrópolis1, o zona alta de la ciudad, emplazada en la “ciudad antigua” o Byrsa donde se levantaban,
entre otras edificaciones el templo de Eshmun2, divinidad protectora del emplazamiento y último

*
CEFYP (Centro de Estudios Fenicios y Púnicos).
1
Str., 17.3.4.
2
Str., 17.314; Liv., 42.24; App., Lib. 130.

103
reducto de la defensa frente a las tropas de Escipión; la plaza pública o ágora que, al menos en los
tiempos más recientes, se encontraba próxima a la zona portuaria3, el tophet4, recinto en el que se
desarrollada el polémico ritual del molk5, y las murallas6 que la protegían de los ataques del
exterior. Si bien había algunas calles estrechas y tortuosas, como las tres que subían desde la plaza
pública a Byrsa7, en su conjunto la ciudad presentaba un aspecto bien distinto al de las urbes
orientales, tal y como los testimonios literarios y arqueológicos nos han dejado conocer, con calles
amplias y rectas de entre seis y siete metros de ancho, mientras que en la llanura costera los
cimientos de los muros arcaicos corresponden con exactitud al posterior esquema ortogonal bien
documentado desde mediados del siglo V. a. C8.

Los propios ciudadanos cartagineses, al margen de oficios y ocupaciones, participaban


activamente en los trabajos urbanos, como nos informa una famosa inscripción9 que detalla los
trabajos de construcción y apertura de un calle que conducía al barrio marítimo situado en la parte
baja de la ciudad:

“...ha abierto y hecho esta calle, en dirección a la Plaza de la Puerta Nueva que se
encuentra en la muralla meridional, el pueblo de Cartago, en el año de los sufetes Safat y
AdoniBa’al, en tiempos de la magistratura de AdoniBa’al, hijo de Eshmuhill hijo de B... y de....hijo
de Bodmelkart, hijo de Hannón y de sus colegas. Fueron propuestos para este trabajo Admelkart,
hijo de Ba’alhanón, hijo de Bodmelkart en calidad de ingeniero de caminos, Yehawwielon,
hermano de Bodmelkart, en calidad de cantero. Y trabajaron en esto todos los mercaderes, los
porteadores, los embaladores, que están en la llanura de la ciudad, los pesadores de monedas y
aquellos que no tienen nada de dinero ni de oro y también aquellos que si tienen, los fundidores de
oro, y los artesanos del vaso, y el personal de los talleres de horno, y los fabricantes de sándalos,
todos juntos...”

La ciudad había sido planificada desde sus primeros tiempos, coincidiendo con el carácter
oficial de su fundación. A este respecto cabe señalar que en el relato semilegendario de la
fundación de Cartago10 se distinguen perfectamente dos momentos distintos. Uno, el de la
instalación de Elissa y sus compañeros en Byrsa, el otro, posterior, cuando ésta había adquirido ya
el aspecto de una ciudad, el de la fundación oficial con la búsqueda de un nueco y cercano
emplazamiento que daría lugar a Qarthadast. Este nombre, “Ciudad Nueva” no se le otorgaba por
tanto por oposición a la metrópoli, Tiro, sino como ocurre en otros lugares del Mediterráneo11 para
recalcar su carácter de refundación a partir de un emplazamiento preexistente. Un fragmento de
Solino recuerda que el primer nombre de Cartago no fue otro que el de Byrsa12. El nombre de esta
última procedería de una palabra fenicia que significaría “fortaleza”13 o “ciudadela” del semítico

3
App., Lib. 127-128.
4
L. STAGER, Carthage: A Wiew fron the Tophet, Phönizier im Westem: Madrider Beiträge 8, Mains, 1982, 155-166.
5
L. STAGER, The Rite of Child Sacrifice at Carthage, en J. G. PEDLEY, ed., New Light on Ancient Carthage, Ann Arbor,
1980, 1-11; S. RIBICHINI, Il sacrificio de fanciulli nel mondo punico: testimonianze e problemi, Riti funerari e di
olocausto nella Sardegna fenicia e punica, Cagliari, 1990, 45-66.
6
App., Lib. 92.
7
App., Lib. 128.
8
M. FANTAR, Carthage. La cité punique, Tunis, 1995, 40.
9
A. MAHJOUBI; M. H. FANTAR, Une nouvelle inscription carthaginoise, RANL, VIII,2,1, 1966, 201-209.
10
Just., 18.4 ss.
11
C. G. WAGNER, Una reinterpretación del término Qarthadast, Homenaje a M.H. Fantar, Túnez, e. p.
12
Sol., 20.10.
13
M. H. FANTAR, Carthage. Approche d’une civilization, T. 1, Tunis, 1993, 92.

104
birtu/byat14,, mientras que en el de Qarthadast, la palabra qart está emparentada con qir, que
significa “muro” en fenicio y hebreo, y “ciudad” en otras lenguas semitas, como el moabita15,, por
lo que indicaría un complejo de construcciones en piedra, mampuestos o ladrillos16 que sugiere un
acto de refundación de carácter oficial que estaría evocando simbólicamente una recién adquirida
soberanía, fruto seguramente de un pacto entre los nuevos y antiguos habitantes. Así, en el relato de
la fundación de Cartago, “fundada con el consentimiento de todos” en palabras de Justino17 éste
quedaría también insinuado en la malograda petición de esponsales a la fundadora por parte de
Hiarbas, rey de un pueblo africano del lugar, mientras que nuestras fuentes18 afirman que, siglos
después, Asdrúbal, fundador de la Cartago de Iberia, se desposó con una “princesa ibera” y
estableció lazos de hospitalidad con los jefes y pueblos que ganó a su alianza, siendo nombrado
estratega supremo de los iberos19. En ambos casos una refundación oficial a partir de un pacto
serviría como elemento integrador de ambas comunidades dando legitimidad a la presencia de los
colonizadores. La Cartago arcaica, nacía pues, de un acto definido de voluntad y con la
planificación necesaria que no dejaba espacio al desarrollo impulsado por el azar o la
improvisación.

LA EVOLUCIÓN SOCIOPOLÍTICA

También la historia política de Cartago se parece más a la de ciudades como Corinto,


Atenas o la propia Roma, que a la de una capital de un reino oriental. La “tirania” y diversos
intentos de conseguir el poder por la fuerza de las armas –y no mediante disputas dinásticas o
intrigas de haren- fueron bien conocidos por los cartagineses y en el paralelo desarrollo político
interno vieron la luz instituciones en un principio inexistentes. Hacia el tercer cuarto del siglo VI a.
C, Malco20, que había combatido en Africa, Cerdeña y Sicilia, tras una derrota que le habría valido
el destierro, se negó a acatar la sentencia y, al frente de sus tropas, se apoderó de Cartago y ejecutó
a diez de los senadores que le habían condenado. Su hijo Cartalón, gran sacerdote de Melkart,
intentó mediar sin éxito en el conflicto. Finalmente, sus adversarios políticos denunciaron sus
aspiraciones a la realeza, y fue ejecutado. Ningún otro indicio, salvo la narración de Justino,
corrobora la historicidad de estos acontecimientos, que, sin embargo, no deben ser totalmente
ficticios21.

A “Malco”, cuyo nombre, que no es sino una trascripción consensuada de las diversas
variantes con que aparece en los manuscritos, -recuerda la nominación regia -mlk significa rey en
lengua fenicia22-, le sucedió Magón, probablemente la cabeza visible de un grupo político rival. La
función predominante que durante varias generaciones desempeñaron los miembros de su familia23,
los Magónidas, apenas difiere de la de los propios tiranos griegos, aunque es conveniente señalar el

14
W. HUSS, Der Name der Byrsa von Karthago, Klio 64, 1982, 403-406; cfr. CH. PIERI, Il nome semitico de Byrsa, Byrsa
1, 2003, 73-84.
15
J. C. L. GIBSON, Syrian Semitic Inscriptions, III, Hebrew and Moabite Inscriptions, Oxford, 1973, nº 16, 11. 12.24.29.
16
E. LIPINSKI, L´aménagement des villes dans la terminologie phénico-punique, L`Africa Romana, IX, Sassari, 1992,
125.
17
Just., 18.5.13 ss.
18
Diod., 25.12; Polyb., 10.10.9.
19
C. G. WAGNER, Los Bárquidas y la conquista de la Península Ibérica, Gerión, 17, 1999, 281.
20
Just., 18.7.16-18.
21
W. HUSS, Los cartagineses, Madrid, 1993, 307.
22
S. LANCEL, Cartago, Barcelona, 1994, 111.
23
Just., 19.2.5.

105
carácter militar de su poder tal y como enfatizan nuestras fuentes24 y la importante vertiente
religiosa del mismo25. Pero nuestras fuentes precisan también el carácter electivo del cargo26 y el
hecho de que la elección se ajustaba a las leyes27.

La desaparición de la “tiranía” de los Magónidas28 trajo, de forma paulatina, la instauración


de un régimen aristocrático moderado a cuya frente se encontraban los sufetes29, magistrados
supremos, similares en este sentido a los arcontes griegos o a los cónsules romanos. El cargo era
electivo, y se tenían en cuenta tanto la riqueza como los méritos personales30. Los sufetes, que
desde el siglo V a. C. parece que fueron dos, desempeñaban su cargo por un año, poseían un amplio
poder judicial y administrativo y eran los encargados de convocar a las dos asambleas de la ciudad
-el Consejo de los Ancianos y la Asamblea del Pueblo-, de las que presidían sus debates y les
presentaban los asuntos a tratar31. Parece que originariamente se ocupaban también de la dirección
del ejército y de las campañas militares, pero luego, desde finales del siglo V a. C., esta atribución
pasó a ser específica de los generales32. Es opinión generalizada que los sufetes eran elegidos entre
los miembros de la asamblea de ciudadanos, aunque ignoramos el procedimiento.

Las disputas políticas no fueron raras y no cesaron con la creación del tribunal de los
Ciento Cuatro, con el que la aristocracia pretendía controlar la vida política de la ciudad33. Se
trataba de un tribunal con atribuciones jurídicas especiales cuyos miembros eran elegidos de por
vida por los pentarcas, grupos de cinco magistrados con capacidad soberana de decidir sobre
múltiples e importantes asuntos, de entre aquellos que pertenecían a los Ancianos de Cartago34. Su
creación se remonta a algún momento en el siglo V a. C., como consecuencia de la ampliación de
poderes de la aristocracia frente a las pocas familias que, como la de los Magónidas, habían
monopolizado el poder. La transformación de Cartago en un estado agrario35 amplió la base
económica y social de la aristocracia, poco dispuesta desde entonces a aceptar el predominio de
aquellos pocos que monopolizaban los cargos públicos. Una de las funciones más importantes de
este tribunal consistía en vigilar la actividad de los jefes militares, que en el pasado habían gozado
de un poder excesivo.

Tras la caída en desgracia de los Magónidas, otra familia poderosa, la de Hanón el


Grande36, ejerció durante un tiempo el poder, aunque tuvo un rival importante en Eshmuniatón,
quizá el jefe de la mayoría en los Ancianos de Cartago37, que fue acusado de traición en la guerra
del 368 a. C, contra Donisio de Siracusa38. El propio Hanón intentó finalmente usurpar el poder

24
Just., 18.7.19; 20.1.1; 2.5; Diod., 11.20.1.
25
C. GH. PICARD, Le pouvoir suprême a Carthage, Carthago: Studia Phoenicia, VI, Lovaina, 1988, 121.
26
Hdt., 7, 166, cfr. S. LANCEL, Cartago, 111.
27
Diod., 13.43.5; 14.34.5.
28
L. MAURIN, Himilcon le Magonide. Crises et mutations à Carthage au début du IV siècle avant JC, Semitica, 12, 1962,
5-43.
29
C. KRAMALKOV, Notes on the rule of Softim in Carthage, RStF., IV, 1976, 155-157; M. SZNYCER, Le problème de la
royauté dans le monde punique, BCTH, 17, 1981, 291-301.
30
Arist., Pol., 2.11.9-10.
31
C. G. WAGNER, Cartago. Una ciudad: dos leyendas, Madrid, 2000, 185.
32
M. FANTAR, Carthage. La cité..., 56.
33
Just., 19.2.5.
34
Arist., Pol., 2.11.7-8.
35
YU B. TSIRKIN, The economy of Carthage, Carthago: Studia Phoenicia, VI, Lovaina, 1988, 129.
36
Just., 21.4.1.
37
S. LANCEL, Cartago, 113.
38
Just., 20.5.4, cfr. Diod., 15.73.

106
valiéndose de su fortuna y de sus esclavos, a los que reclutó y proporcionó armas, pero fracasó39.
Asimismo, tenemos noticia del exilio de Giscón, su hijo, y de su regreso en el 338 a. C.40. Con
ocasión de la invasión de Agatocles, otro general, Bomilcar, intentó alzarse en tirano apoyado por
tropas mercenarias. También fracasó. Más adelante tenemos noticias del enfrentamiento político
entre Amilcar Barca y otro Hanón41 y luego de la actividad política del mismo Aníbal, elegido
sufete en el 195 a. C. que aumentó las prerrogativas de la Asamblea del Pueblo y terminó con
algunos de los privilegios aristocráticos, como el carácter vitalicio de los Ciento Cuatro42.

LOS CIUDADANOS Y EL CUERPO CÍVICO

Con una población cosmopolita y multiétnica, en la que figuraban fenicios de otras


localidades orientales y mediterráneas, sirios, egipcios, griegos de procedencia diversa, sardos,
siciliotas, etruscos y otros itálicos, y un importante componente africano, los matrimonios mixtos
no eran raros, al menos entre la aristocracia. La epigrafía de las necrópolis y del tophet lo muestran
claramente43.

Una primera distinción se establecía, como en muchos otros lugares entre los residentes y
los que gozaban del derecho de ciudadanía44. Por las inscripciones sabemos que la comunidad
cívica, el pueblo de Cartago, que integraba a todos aquellos que poseían la ciudadanía se
encontraba dividida en “los grandes” drnm, la aristocracia, una clase de ricos propietarios de tierras
y comerciantes que se servían del trabajo de esclavos y de la población semidependiente, y srnm,
que las fuentes latinas a menudo denominan como “plebeyos”45, si bien ignoramos si esta división
se hallaba formalmente reconocida en las leyes o existía sólo de hecho. Las inscripciones
cartaginesas también nos muestran a los miembros de esta aristocracia, que poseía grandes riquezas
y ejercían los cargos más relevantes, como magistrado, general o sacerdote, trasmitiéndoselos de
padres a hijos, como si de una función hereditaria se tratara46. No es raro encontrar ejemplos en la
epigrafía funeraria y votiva de familias cuyos miembros han desempeñado durante generaciones el
cargo de sufete, o de aquellas otras que acumulan diversas magistraturas y sacerdocios47.

El pueblo, por su parte, estaba formado por pequeños campesinos y modestos mercaderes y
artesanos que poseían alguna propiedad, y cuyos oficios aparecen mencionados frecuentemente en
numerosas inscripciones votivas o funerarias48. Semejante uso documenta de por sí la existencia de
una cierta capacidad económica, y parece probable que algunos de estos pequeños propietarios
utilizaran la mano de obra de algunos pocos esclavos49. Existen, en efecto, documentos en los que
se mencionan nombres de esclavos cuyos dueños no ejercen ningún cargo ni oficio sobresaliente.
Trabajando en la agricultura, el comercio y las manufacturas, parece que podían permitirse una
vida un tanto desahogada. Son estas gentes las que, a partir de mediados del siglo IV y, sobre todo,

39
Just., 21.4.6; Arist., Pol., 5.7.4.
40
Diod., 16.81.3.
41
J. GÓMEZ DE CASO ZURIAGA, Amílcar Barca y la política cartaginesa (249-237 a. C.), Alcalá de Henares, 1996, 284-
296.
42
Liv., 33.46.
43
M. FANTAR, Carthage. Approche..., 171 ss.
44
C. G. WAGNER, Cartago..., 168.
45
YU B. TISKIN, Carthage and the problem of polis, RstF, XIV, 2, 1986, 132-3.
46
M. H. FANTAR, Carthage. Approche..., 180 ss.
47
RÉS, 249; CIS, I, 5988, 5979.
48
W. HUSS, Los cartagineses..., 322 y 331; M. H. FANTAR, Carthage. Aproche..., 182.
49
YU B. TISKIN, Carthage..., 132.

107
durante el III a. C, irrumpen con sus ofrendas en el tofet50, hasta entonces reservado casi
exclusivamente a los miembros de la aristocracia. La estandarización de las urnas y las
inscripciones, que muestran ahora breves genealogías y ocupaciones y oficios comunes, frente al
anterior predominio de las genealogías largas y los cargos públicos y de prestigio51, es un claro
indicio de la "democratización" de un rito que en tiempos precedentes parece haber involucrado,
sobre todo, a las grandes familias cartaginesas. Justo en el momento en que Aristóteles nos informa
de las prerrogativas de la Asamblea del Pueblo.

LA ASAMBLEA DEL PUEBLO

El cuerpo de ciudadanos, que se organizaban en agrupaciones que Aristóteles52 denomina


hetairias en donde compartían comidas comunes, gozaba de suprema soberanía y autoridad que se
ejercía en el seno de la Asamblea del Pueblo, si bien en la práctica la elite gobernante controlaba
los resortes del poder y resultaba prácticamente imposible para un ciudadano de a pie acceder a los
cargos y rangos de más prestigio. Como en otros lugares del Mediterráneo es posible que no
existiera ningún impedimento jurídico sino, más bien, trabas de tipo práctico. Aristóteles nos
informa de que en Cartago la riqueza personal era tenida en cuenta, tanto como la competencia, en
la elección de los cargos, que no estaban retribuidos53.

En un principio las atribuciones de la Asamblea del Pueblo parecen haber sido limitadas,
pues carecía de la capacidad de autoconvocarse y los asuntos le eran presentados por los
magistrados o los Ancianos, si bien parece que no se limitaba a escuchar las decisiones del
gobierno, ya que cualquier ciudadano podía tomar la palabra y oponerse a la propuesta presentada.
Esto es lo que indican algunos testimonios, como los de Aristóteles o Apiano54, lo que permite
suponer que era un derecho consolidado al menos desde mediados del siglo IV a. C. En todo caso,
tal cosa sólo sucedía, al menos en un principio, cuando los Ancianos y los sufetes no lograban
ponerse de acuerdo. En ese momento la asamblea de los ciudadanos era soberana y como tal podía
pronunciarse. Más tarde fue adquiriendo poderes más amplios, como el de reunirse
espontáneamente cuando las circunstancias, particularmente graves, así lo exigían55 o encargarse de
establecer la legalidad de una manumisión y de llevar el registro de los libertos56. Luego, a partir
del siglo III a. C., pasará a elegir a los generales57 y por fin también a los sufetes, si bien esto
último fue una de las consecuencia de las reformas introducidas en tiempos de Aníbal58, tras el
segundo conflicto bélico con Roma. Para aquel entonces las atribuciones de la Asamblea del
Pueblo son ya mayores, destacando la capacidad de deliberar y proponer resoluciones. Algo que no
le gustaba mucho a Polibio59, como se desprende de su crítica al sistema político cartaginés:

50
C. G. WAGNER, Problemática de la difusión del molk en Occidente fenicio-púnico, en: J. ALVAR; C. BLÁNQUEZ; C. G.
WAGNER (eds.) Formas de difusión de las religiones antiguas, ARYS, 2, Madrid, 1992, 119.
51
L. STAGER; R. WOLFF, Child Sacrifice at Carthage. Religious Rite or Population Control?, Biblical Archaeology Reviw,
10, 1984, 45-.47.
52
Arist., Pol., 2.11.2.
53
Arist., Pol., 2.11.
54
Arist., Pol., 2.11.5-7; App., Lib., 94.
55
M H. FANTAR, Carthage. Approche..., 235.
56
En este sentido ver las consideraciones al respecto de M. SZNYCER, en Semitica, 25, 1975, 56-57.
57
Diod., 25.8; Polyb., 1.30.1; 82.12.
58
J. M. BLÁZQUEZ; J. ALVAR; C. G. WAGNER, Fenicios y cartagineses en el Mediterráneo, Madrid, 1999, 562.
59
Polyb., 6.51.

108
“Por entonces en Cartago la voz del pueblo era predominante en las deliberaciones; en
Roma era el Senado quien detentaba la autoridad suprema. En Cartago, pues, era el pueblo el que
resolvía y entre los romanos la aristocracia; en las disputas mutuas prevaleció esta última. En
efecto, Roma sufrió un desastre militar total, pero acabó ganando la guerra a los cartagineses
porque las deliberaciones del senado romano fueron muy atinadas” (TRAD. M. Balasch Recort).

LA ADQUISICIÓN DE LA CIUDADANÍA

No parece que una procedencia de otro lugar haya constituido siempre un obstáculo para
alcanzar la ciudadanía cartaginesa, al menos a partir de cierta época. Algunos indicios así lo dejan
suponer. Algunas inscripciones del tofet y las necrópolis muestran nombres griegos, como Euclea,
Istanis, Pamfilia o Casidoro, escritos unas veces en carácteres helénicos y otras mediante una
fórmula bilingüe60. En la necrópolis de Sta. Mónica, donde se agrupan muchas de las tumbas de
personas de los sectores sociales más importantes, como magistrados, generales o altos
funcionarios, encontramos fenicios de Oriente que se entierran junto a los notables de la sociedad
cartaginesa, en ocasiones unidos por los vínculos del matrimonio61. Estelas del tofet han sido
erigidas por fenicios procedentes de Sicilia, Ibiza o Cerdeña62.

Griegos cuyos hijos toman un nombre púnico y realizan el sacrificio en el tofet son sin
duda ejemplos de asimilación pero ¿era acompañada ésta siempre de la ciudadanía?. Sabemos que
las autoridades políticas podían conceder este privilegio a los extranjeros, por ejemplo como
recompensa de servicios prestados en el campo de batalla. En circunstancias normales era requisito
indispensable, como en otros lugares, ser libre y de padre cartaginés, sin que parezca que importara
mucho el origen de la madre. Pero una persona nacida en Cartago, aunque de familia extranjera,
¿era considerado cartaginés?. Así permiten suponerlo, al menos, algunos testimonios epigráficos y
ciertos pasajes de los textos antiguos63. Por otra parte, también sabemos gracias a Aristóteles64 que
los cartagineses tenían acuerdos de doble ciudadanía, por ejemplo, con los etruscos:

“...pues en este caso los etruscos y los cartagineses y todos los que tienen esa clase de
acuerdos entre sí serían como ciudadanos de una sola ciudad; y estos tienen desde luego acuerdos
sobre las importaciones y pactos de no agresión; pero ni se han creado magistraturas comunes a
todos para esos asuntos, sino que son diferentes las de unos y otros, ni se cuidan unos de como
deben ser los otros, de que ninguno de los sujetos a esos tratados sea injusto ni cometa infamia
alguna, sino solamente de que no se dañen unos a otros...”. (TRAD. C. García Gual y A. Pérez
Jiménez).

Dado que el tofet era un recinto especial y había una muy estrecha relación entre este lugar
sagrado y la ciudad65, de la que siempre forma parte, institucionalmente podríamos decir que era un
espacio público destinado a ritos privados, lo que se observa en el carácter individual de éstos
según expresa el contenido de las inscripciones en las estelas que a menudo los acompañan. Parece,
por tanto, claro que el tofet llegó a representar de alguna manera el tejido social urbano por ser una
de las instituciones típicas de las ciudades fenicias en el Mediterráneo, cuya difusión se ha

60
CIS, I, 191, 5984; C y G. PICARD, Le voeu d´Adrestos Protarchou, Karthago, XVI, 1973, 35-39.
61
CIS, I, 5945.
62
CIS, I, 266, 267, 4523.
63
Polyb., 2.2.4; Liv., 24.6.2.
64
Arist., Pol., 3.9.
65
S. F. BONDI, Per una riconsiderazione del tofet, Egitto e Vicino Oriente, 2, 1979, 139-150.

109
achacado muchas veces a la influencia de Cartago. ¿Podía, entonces, cualquiera, hacer un sacrificio
en el tofet o solo quienes poseían o habían alcanzado la ciudadanía?.. ¿Cómo explicar entonces las
inscripciones en caracteres griegos hechas por alguien que tenía también un nombre griego o las
realizadas por esclavos?. A modo de mera hipótesis que precisa necesariamente de ulteriores
indagaciones, podríamos sospechar una doble ciudadanía para aquellas personas con nombre griego
y otros extranjeros que cumplen con los rituales del molk. Pero persiste el problema de los esclavos,
que sin duda no eran ciudadanos en manera alguna. ¿Era este un privilegio que podían concederles
sus dueños o alguna autoridad pública en determinadas circunstancias?. Según prueban las
inscripciones66, los esclavos podían casarse y formar su propia familia, así como ofrecer sacrificios
y erigir estelas en el tofet67. En este punto quizá debamos pensar, al hablar de los sacrificios
realizados por los esclavos, que ello sugiere que estaban integrados en la casa -la unidad doméstica-
aunque no en la comunidad cívica, la ciudad.

LA PARTICIPACIÓN DE LOS CIUDADANOS EN EL EJÉRCITO

La participación en el ejército constituía una de las obligaciones y prerrogativas de los


ciudadanos68. Una de las falacias que ha circulado desde la misma Antigüedad69 mantenía que los
ciudadanos cartagineses no estaban sujetos a obligaciones militares70 porque, como se ha dicho
muchas veces, su ocupación principal era el comercio, y la ciudad no tenía enemigos temibles en
Africa. Esto hacía que la guerra se desarrollara casi siempre en suelo extranjero, y que pudiera ser
considerada como una sucesión de crisis temporales, a las que se podía hacer frente con medidas
también temporales71. La separación de las funciones políticas de las militares, rasgo único entre
las antiguas comunidades políticas mediterráneas, y la utilización de ejércitos mercenarios, que se
atribuye a las reformas militares de Magón72, habrían tenido como consecuencia que en Cartago
nunca llegara a desarrollarse entre los ciudadanos un auténtico sentido de la solidaridad y de la
conciencia del valor de la ayuda recíproca. Así que si nunca hubo democracia en Cartago fue
porque nunca existió un cuerpo de ciudadanos armados que la sustentara73. Otras veces se piensa
que como nunca existió una auténtica clase de campesinos propietarios, la ausencia de un ejército
ciudadano era algo que venía condicionado por la propia estructura socioeconómica.

No obstante, tales aseveraciones carecen en gran medida de fundamento74. Afirmar que


nunca hubo democracia en Cartago es una generalización que no resiste su contrastación con lo que
afirman nuestras fuentes. Como ya se ha visto Polibio reprochaba, si bien para los últimos tiempos,
justamente lo contrario y Aristóteles75 es particularmente claro al respecto:

“Por una parte, los reyes (sufetes) son dueños, junto con el consejo de ancianos, de
presentar unas cosas y de no presentar otras ante la asamblea del pueblo, siempre que se pongan de

66
CIS, I, 236, 2751.
67
M H. FANTAR, Carthage. Approche..., 185 ss.
68
YU B. TISKIN, Carthage..., 139 y 140.
69
Diod., 5.38.3; 16.79.2; Polyb., 6.26.1-2.
70
J. P. BRISSON, Carthage ou Rome?, Paris, 1973, 25; F. DECRET, Carthage ou l`empirede la mer, Paris, 1977, 84; G. CH
y C. PICARD, La vie quotidienne à Carthage au temps d’Hannibal, Paris, 1982,199.
71
B. H. WARMINGTON, Storia d Cartagine, Turín, 1968, 169.
72
Just., 19.1.1.
73
B. H. WARMINGTON, Storia..., 174.
74
C. G. WAGNER, Guerra, ejército y comunidad cívica en Cartago, en: P. SAEZ; S. ORDOÑEZ (eds.) Homenaje al profesor
Presedo, Sevilla, 1994, 826 ss y 832.
75
Arist., Pol, 2.9.5-6.

110
acuerdo todos. De lo contrario, el dueño de decidirlas es el pueblo. En los asuntos que ellos
presentan le conceden al pueblo no sólo el derecho de oír las opiniones de los magistrados, sino de
decidir soberanamente, e incluso le es posible a quien quiera contradecir a los que hacen las
propuestas, lo que no sucede en los otros regimenes.” (TRAD. C. García Gual y A. Pérez Jiménez).

Por otra parte, una lectura atenta de los textos antiguos nos muestra a los ciudadanos de
Cartago participando activamente en las guerras de Sicilia de los siglos V y IV a. C., junto a
mercenarios y aliados de diverso origen, y combatiendo igualmente en Africa en tiempos de la
invasión de Agatocles. A este respecto las noticias que proporciona Diodoro76, a pesar de su
insistencia en la desconfianza de los cartagineses hacia los soldados ciudadanos y su preferencia
por los mercenarios, son de inestimable valor, ya que desmienten la idea tan extendida de que el
enrolamiento de los ciudadanos en el ejército sólo tenía lugar en circunstancias excepcionales77.

Se ha querido reducir esta participación ciudadana en los ejércitos cartagineses a un


privilegio aristocrático78. Los jóvenes de las mejores familias cartaginesas combatirían en un
regimiento de élite, el batallón sagrado79, cuyos efectivos ascendían a dos mil quinientos hombres.
Pero ello no implica que ciudadanos de otra extracción social no formaran en las filas del ejército,
en la célebre falange cartaginesa, sino que los hijos de la aristocracia suponían, como se ha dicho80
“la flor y nata” del reclutamiento. La noticia de Diodoro de Sicilia81 sobre la intentona de Bomilcar
en el 309 a. C, es sumamente representativa por lo que merece la pena detenernos en ella:

“En Cartago Bomilcar, que había planeado durante mucho tiempo instaurar la tiranía,
buscaba una ocasión apropiada para sus planes.....Cuando Bomilcar había pasado revista a los
soldados en la que se llamaba Ciudad Nueva, que se encuentra a poca distancia de la vieja Cartago,
despidió al resto, más cogiendo a aquellos que estaban unidos en conspiración, quinientos
ciudadanos y unos mil mercenarios, se autoproclamó tirano. Disponiendo a sus hombres en cinco
columnas atacó matando a todos aquellos que se le oponían en las calles. Ya que un extraordinario
tumulto estalló en la ciudad, los cartagineses supusieron en un principio que el enemigo había
penetrado y la ciudad estaba siendo traicionada, cuando, no obstante se conoció la verdadera
situación los jóvenes se reunieron, formaron compañías, y avanzaron contra el tirano. Pero
Bomilcar, matándolos en las calles, se dirigió con rapidez al ágora, y encontrando allí muchos de
los ciudadanos desarmados los masacró. Sin embargo, los cartagineses, después de ocupar los
edificios en torno al ágora, que eran altos, lanzaron grandes y pesados proyectiles, y los
participantes en el levantamiento comenzaron a ser abatidos, ya que la plaza estaba dentro de su
alcance. Sin embargo, puesto que estaban sufriendo severamente, cerraron filas y forzaron la salida
a través de estrechas calles hacia la Ciudad Nueva, siendo continuamente golpeados con los
proyectiles desde todas las casas a las que se acercaban”

Se percibe claramente como los ciudadanos cartagineses formaban parte de las tropas, tanto
de las que apoyaron la insurrección, como de las que se opusieron a ella. Es más, los jóvenes
fueron capaces de organizarse con rapidez para hacer frente a los sublevados, lo que implica que ya
habían recibido un adiestramiento militar previo y sabían muy bien lo que tenían que hacer.

76
Diod., 11.1.5; 13.44.8; 14.75.2-4; 20.17.2.
77
F. DECRET, Carthage..., 81.
78
C. GH. PICARD, Le pouvoir...,119-120.
79
Diod., 18.80.4; 20.10.6.
80
W. HUSS, Los cartagineses..., 319.
81
Diod., 20.44.

111
Los ciudadanos continuaron estando presentes en la movilización del 256 a. C. contra
Régulo82, así como en las luchas del 240 a. C. contra los mercenarios sublevados83 y en el 205 a. C.
contra Escipión. En el 146 a. C. los últimos defensores de la ciudad eran todos ciudadanos, y en el
propio ejército de Aníbal, que era sin duda un ejército de tipo helenístico, había muchos de ellos84.
Los cartagineses que servían en el ejército pudieron incluso haber llegado a desempeñar, como
ciudadanos en armas, cierto papel político, reunidos en asamblea se les conoce como “la gente del
campamento” (m mhnt ), y monedas con esta leyenda fueron acuñadas durante las guerras de
Sicilia85. Una inscripción ha permitido sospechar que incluso algunas mujeres, tal vez las esposas
de los soldados, se hallaban bajo la autoridad del ejército86

LA PARTICIPACIÓN DE LOS CIUDADANOS EN LA MARINA CARTAGINESA

Pero donde la participación ciudadana era más relevante en las cuestiones militares era en
la marina de guerra. Aunque a partir de las conquistas de Hanón en el siglo V a. C. Cartago llegó a
contar con un gran territorio bajo su directa administración, desde un principio y para el resto de
sus tiempos la gran “chora” de Cartago, el espacio que la abastecía y del cual vivían gran parte de
sus habitantes no fue otro que el mar87. Los textos antiguos son unánimes al insistir en la habilidad
y la capacidad náutica mostrada por marineros y tripulaciones88, lo que precisamente confería su
superioridad a la flota militar de Cartago. No cabe duda de que se trataba de gente largamente
entrenada. El nexo entre la flota y la ciudad era vital y es por esta razón que estaban compuestas
principalmente por ciudadanos cartagineses89 a los que se les exhortaba a luchar por la defensa de
su patria90.

En términos macroestratégicos la función bélica del estado cartaginés, con su componente


puramente militar, aparece relacionada con otros componentes, geográficos, económicos, sociales,
políticos y culturales, caracterizando un tipo de mentalidad y una actitud, estratégica y psicológica,
en las que la guerra no constituye otra cosa que un método, extremo, de sostener el propio sistema
económico. Elementos estructurales de esta forma de actuar, dada la interrelación entre economía y
guerra que supone, son la amplitud geográfica, el activo papel de mediador comercial que le
permite unir el Atlántico con el Mediterráneo y el sistema de rutas marítimas con la infraestructura
que lo hace posible91. Desde época arcaica su liderazgo al frente de una confederación marítima
descansaba, en buena medida, en su poderío naval lo que permitía, manteniendo el mar libre de
piratería y garantizando la seguridad de los transportes comerciales, ejercer una hegemonía real
sobre sus aliados y socios comerciales92, muy similar a la que tiempo después ejercería Atenas al

82
Polyb., 1.34.6.
83
Polyb., 1.73.75 y 87.
84
Polyb., 7.9.1.
85
C. G. WAGNER, Guerra..., 833.
86
A. FERJAUI, Â propos de l`inscripction punique CIS, I, 5866 mentionnat l `armée, en: Y. LE BOHEC, (ed.), La première
guerre punique. Autour de l`auvre de M. H. Fantar . Actes de la Table-Ronde de Lyon (mercredi 19 mai 1999), Lyon,
2001, 119-122.
87
C. G. WAGNER, Cartago..., 93-123.
88
Diod., 20.6.2; Polyb., 1.46.12; 51.4; 6.52.1-4.
89
S. MEDAS, La marineria cartaginese, Sassari, 2000, 110-118.
90
Polyb., 1.27.1.
91
L. LORETO, La convenienza di perdere una guerra. La continuità della grande strategia cartaginese, 290- 238/7 a. C., en:
Y. LE BOHEC, (ed.), La première guerre punique. Autour de l`auvre de M. H. Fantar . Actes de la Table-Ronde de Lyon
(mercredi 19 mai 1999), Lyon, 2001, 39 ss.
92
C. G. WAGNER, Cartago…, 97-108.

112
frente de la Liga de Delos. Y hay buenas razones para pensar que desde un principio los ciudadanos
cartagineses, cuya asamblea es mencionada en solitario por Justino93 para el siglo VI a. C., eran
reclutados y entrenados para formar las tripulaciones de una flota, que como se advierte en el inicio
del Periplo de Hanón94, está a disposición de las decisiones del gobierno de la ciudad. Así que el
sentido de la solidaridad y la conciencia del valor de la ayuda recíproca sería estimulado no solo
por su participación en el ejército sino, también y de modo significativo, por su presencia en las
expediciones y combates navales, a bordo de las naves que habían hecho posible la supremacía de
Cartago en el mar.

Pilotos, timoneles, oficiales de ruta y de proa, jefes de remeros y los remeros mismos
sabían hacer bien su trabajo. En una trirreme ciento setenta remeros estaban dispuestos sobre tres
niveles superpuestos y cada remo era empujado por un sólo individuo. Esto requería una
coordinación extraordinaria que exigía que todos y cada uno de los remeros fueran expertos, es
decir, profesionales. Un solo movimiento equivocado podía obstaculizar al resto y dar al traste con
la maniobra, lo cual en medio de una batalla no era precisamente lo más deseable95. Por el
contrario, en las birremes y pentecónteras, que se utilizaron cada vez más en la época de las guerras
contra Roma, varios remeros atendían cada remo, cinco en el caso de las pentecónteras, por lo que
sólo era necesario que uno de ellos fuera experto para dirigir el movimiento del remo, mientras que
los otros se limitaban a proporcionar la energía muscular96. Esto permitía reclutar remeros no tan
expertos. Los cambios en las tácticas de la guerra naval convertían ahora en protagonistas a los
soldados frente a los marineros.

Tal vez la proximidad de la plaza pública, donde celebraba sus sesiones la Asamblea del
Pueblo, a la zona portuaria de época helenística97, signifique algo más que una vecindad
topográfica señalada por los autores antiguos en la última época de Cartago, precisamente cuando
aquella goza de mayores prerrogativas. En este sentido, la antes mencionada aseveración de Polibio
de que en Cartago, en la época de la guerra de Aníbal, era el pueblo el que resolvía al ser su voz la
predominante en las deliberaciones, quizá nos permita entrever una posterior política de rearme
naval, una vez fracasado el intento de los Bárquidas de compensar la pérdida de la eparjía siciliota
con la conquista de Iberia, que era contraria a las disposiciones que lo impedían tras la conclusión
de la segunda guerra contra Roma98, sostenida, esta vez, por el demos cartaginés. En este posible
contexto, las palabras de Gulussa, hijo de Massinissa, denunciando ante el Senado de Roma el
inminente rearme naval de Cartago violando la paz del 2001 A. C.99 pueden adquirir un nuevo
sentido.

93
Just., 18.7.16.
94
Hann., Per., 1.
95
S. MEDAS, La marineria..., 120.
96
S. MEDAS, La marineria..., 144.
97
S. LANCEL, Cartago, 173-181; S. MEDAS, La marineria..., 26-33.
98
Polyb., 15.17.3; S. LANCEL, Aníbal, Barcelona, 1997, 227.
99
Liv., 43.3.5-7.

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