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Capítulo VI
El juicio oral
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nos ejemplos del análisis de las exigencias constitucionales para llegar a conse-
cuencias concretas en cuanto a la ley procesal son, en la doctrina más reciente, los
trabajos de PASTOR, El encarcelamiento preventivo, y RUSCONI, División de poderes en
el proceso penal e investigación a cargo del ministerio público.
4 Cf. VÉLEZ MARICONDE, Derecho procesal penal, t. I, p. 93.
5 Cf. MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1b, ps. 240 y s. Según esta in-
terpretación, el “proceso” –que aparece como último término de la fórmula– es el
antecedente necesario de este “juicio” que representa su conclusión.
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dimiento que estudiamos, esto es, al debate6. En lo que aquí nos interesa,
cualquiera de las interpretaciones7 deja en claro que todo el procedimien-
to penal debe someterse a la regulación jurídica que haga posible la con-
creción de las garantías para el justiciable: “se debe tratar de un procedi-
miento jurídico, esto es, reglado por la ley, que defina los actos que lo com-
ponen y el orden en el que se los debe llevar a cabo”8.
La tercera de las interpretaciones es, según creemos, la que mejor refle-
ja el significado histórico-político de la necesidad de un juicio oral y pú-
blico como requisito de la imposición del castigo estatal9. Una interpreta-
ción coherente con el resto de las clásulas de la CN que influyen sobre los
diversos aspectos del método de persecución penal también conduce a sos-
tener nuestra afirmación. En el contexto procesal penal acusatorio de la
Constitución, el fundamento de la sentencia sólo puede surgir del juicio
oral y público. Ésta es la etapa principal y necesaria frente a la pretensión
de imponer una pena. No es una exigencia constitucional y, aun más, se
opone al modelo acusatorio, una instrucción burocrática y formalizada
que termina por desteñir y desnaturalizar la etapa del verdadero juicio –la
etapa instructoria de nuestra cultura jurídica no es lógicamente necesaria
para la realización del debate en el cual se decidirá sobre la imputación de
responsabilidad penal–. Esta afirmación no elude, por otra parte, la nece-
sidad del control de la acusación antes de la realización del juicio, como
tampoco la posibilidad de impugnación de las decisiones tomadas en ese
juicio, que forman parte del “proceso”. Toda imposición de una pena, de
este modo, debe ser precedida por el juicio oral y público que exige la CN
y, por ello, nuestro texto fundamental no admite prácticas tales como la del
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la verdad jurídica son fuerzas que chocan, que se cruzan entre sí en un pro-
ceso que contiene a dos partes enfrentadas por intereses antagónicos.
Una palabra puede indicar la nota esencial de este tipo de juicio: contra-
dictorio. Es en este marco donde puede ejercerse en mayor medida el dere-
cho de defensa, ya que tal derecho presupone la existencia de una parte que
desarrolla la actividad que funda la necesidad de la defensa, esto es, un ata-
que16. Así como las garantías del imputado implican, eventualmente, el
abuso del ejercicio del poder estatal, la posibilidad de defenderse, entonces,
supone la actividad ofensiva de la parte a la que el imputado se enfrenta.
Frente a esta lucha entre dos partes sólo cabe un tercero: el árbitro de
la contienda. Y en un proceso que no es más que un enfrentamiento entre
dos partes antagónicas, este árbitro debe cumplir un papel neutral. Llega-
mos entonces, a partir de este modelo, a la falta de neutralidad del acusa-
dor y a la neutralidad decisoria del juzgador. Una descripción posible de la
relación entre estos tres sujetos que intervendrán en el proceso nos habla
de una relación horizontal y de lucha entre las partes, por un lado, y de su-
bordinación de ambas partes al juzgador neutral, por el otro. Y cuando de-
cimos juzgador neutral nos referimos, únicamente, a un juzgador que no
colabora con ninguna de las dos partes, sino que se limita a obligarlas a res-
petar las reglas del juego.
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III. El tribunal
Debemos considerar, en este punto, cuáles son las exigencias constitu-
cionales para el tribunal que interviene en el juicio. Tal como lo adelantá-
ramos, el modelo acusatorio exige un tribunal cuya actividad está limita-
da por un requerimiento del ministerio público. Su función no es perse-
guir el delito, sino decidir sobre la pretensión penal planteada. Pero con es-
to es muy poco lo que sabemos sobre su actuación. Más allá de esta exigen-
cia, vinculada directamente al modelo acusatorio elegido, distintas reglas
referidas a la organización judicial aportan más información sobre las fa-
cultades del tribunal que habrá de intervenir para resolver sobre la preten-
sión penal.
En el programa procesal de la CN, la independencia del poder judicial
es una de las bases fundamentales que, sobre todo, está prevista en benefi-
cio de los justiciables. Este principio, que comprende tanto la independen-
cia del poder judicial respecto de los demás poderes, como la independen-
cia del tribunal del caso respecto de los demás integrantes del poder judi-
cial, está prevista para garantizar un juicio imparcial del juzgador frente al
caso concreto. VÉLEZ MARICONDE destaca que el fundamento de la inde-
pendencia es el aseguramiento de la imparcialidad en las decisiones30.
MAIER, por su parte, sostiene que no sólo por “ser independiente el juez
reúne todas las condiciones que garantizan su ecuanimidad, al decidir el
caso. La independencia es una condición necesaria para garantizar la ecua-
nimidad, pero no es la única, ni es, por ello, suficiente. Otra de esas condi-
ciones necesarias es colocar frente al caso, ejerciendo la función de juzgar,
a una persona que garantice la mayor objetividad posible al enfrentarlo. A
esa situación del juez, en relación al caso que le toca juzgar, se la llama im-
parcialidad”31.
Esta garantía básica se encuentra reconocida en numerosos documen-
tos internacionales, entre ellos, la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, que en su art. 8, nº 1, establece: “Toda persona tiene derecho a
ser oída... por un juez o tribunal competente e imparcial...”.
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34 Cf. los casos “Piersack”, del 1/10/82 y “De Cubber”, del 26/10/84. Una sínte-
sis de los argumentos de ambas decisiones en LOZADA, Imparcialidad y jueces fede-
rales.
35 Cf. FERRAJOLI, II caso “7 de aprile”. Lineamenti di un processo inquisitorio,
p. 189.
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bunal en este momento, debe tomar contacto directo con el expediente re-
sultado de la instrucción. Y este contacto permite ingresar, de una sola vez,
toda la prueba producida en esta primera etapa del proceso, en las que las
facultades defensivas se ven limitadas. Este simple hecho, que podría evi-
tarse si el tribunal que preparase el debate fuera distinto del que interven-
drá en él, atenta contra las posibilidades de realización de la garantía de
imparcialidad. Un tribunal que verificó la acusación, revisó la pertinencia
de las pruebas, tramitó excepciones y realizó instrucción suplementaria es-
tá, prácticamente, en condiciones de dictar sentencia. Este hecho es defen-
dido y justificado por CLARIÁ OLMEDO con las siguientes palabras: “Los jue-
ces concurren al debate debidamente informados de los elementos de la
causa... Los jueces podrán así ir elaborando individualmente sus motiva-
ciones, y concurrir a la deliberación con elementos de juicio suficiente-
mente conformados”41. Precisamente lo que no debería suceder si se pre-
tende respetar la garantía de imparcialidad.
Un problema más grave aún, relacionado con el planteo epistemólogi-
co de FERRAJOLI respecto de la lógica inquisitiva, es la facultad de ordenar la
instrucción suplementaria del art. 357. No se comprende esta inflación ins-
tructoria cuando querellante y ministerio público disponen, unos artículos
más atrás, de la facultad de solicitar diligencias probatorias adicionales en
la vista del art. 346, al momento en que el juez considera completa la ins-
trucción. Aun cuando el juez instructor, el ministerio público y el quere-
llante consideren completa la investigación, esta facultad permite al tribu-
nal de juicio ordenar, de oficio, la instrucción suplementaria. La aberra-
ción de esta intervención de oficio fue eliminada en el nuevo CPP Córdo-
ba, que en su art. 365 prevé sólo cuatro supuestos taxativos –dos de los
cuales se refieren a prueba irreproducible en el debate– y que se ordenan
siempre a pedido de parte.
Con estas facultades atribuidas al tribunal que intervendrá en el deba-
te, el modelo acusatorio pierde terreno, con evidente perjuicio para el im-
putado. El tribunal imparcial comienza a comprometerse con una hipóte-
sis determinada, en la que cumple un papel importante el expediente com-
pleto logrado durante la instrucción. La etapa instructoria, que sólo puede
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tenido era desconocido para los asistentes44. El hermetismo propio del po-
der judicial es, de esta manera, celosamente resguardado.
Finalmente, algunas consideraciones sobre una modificación introdu-
cida por la ley 24.121. El art. 55 del CPP Nación, en la redacción original
de la ley 23.984, establecía: “El juez deberá inhibirse de conocer en la cau-
sa cuando exista uno de los siguientes motivos: 1) si en el mismo proceso
hubiere pronunciado o concurrido a pronunciar sentencia o auto de pro-
cesamiento; ...”. Pero el art. 88 de la ley 24.121 modificó el CPP, suprimien-
do el párrafo transcripto. El art. 58 del CPP termina de complicar la cues-
tión al establecer que se podrá recusar al juez “sólo cuando exista uno de
los motivos enumerados en el art. 55”. A la contrariedad con la garantía de
imparcialidad de las facultades del tribunal de juicio en esta etapa de pre-
paración del debate, debe sumarse, luego de esta modificación, la posibili-
dad de que intervenga como integrante de este tribunal un juez que con-
currió a pronunciar sentencia o auto de procesamiento. Esto es lo que su-
cedió, precisamente, en una causa en la cual el fiscal recusó a uno de los
jueces por haber intervenido como tribunal de alzada durante la instruc-
ción, confirmando la prisión preventiva del imputado. El fiscal, interpre-
tando que existía temor de parcialidad, y sin que ello implique reproche
personal alguno al magistrado en cuestión, sino la simple constatación ob-
jetiva de haber participado en una decisión anterior en la causa, solicitó el
apartamiento del juez del tribunal de juicio. El tribunal no llegó a com-
prender el planteo deducido por el fiscal y no hizo lugar a la recusación. El
mismo tribunal, en otra causa, hizo lugar al pedido de apartamiento sólo
porque el mismo magistrado se excusó (había confirmado una sentencia
condenatoria contra el coimputado, y en el nuevo caso se llevaba a juicio
al otro coimputado, rebelde en el juicio anterior), y por tratarse de “razo-
nes de delicadeza personal y para evitar una violencia moral”. Las causales
de apartamiento de los jueces no protegen la delicadeza personal o la vio-
lencia moral de los jueces, sino que son el modo de garantizar su impar-
cialidad respecto del caso concreto y –luego de estos fallos no parece tan
obvio recordarlo– la imparcialidad es una garantía a favor de los indivi-
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V. El debate
Los dos capítulos siguientes del CPP Nación establecen diversas pautas
que definirán las reglas del juego que habrá de llevarse a cabo entre las par-
tes y el tribunal, consagrando diversos principios típicos de esta etapa del
procedimiento que, como ya se ha dicho, debería ser el eje principal del
proceso contradictorio.
La publicidad del debate, consagrada en el art. 363, junto con sus ex-
cepciones, obedece a la necesidad de control ciudadano sobre los actos del
poder judicial, pretensión política que se impuso luego de la Revolución
Francesa. El siguiente artículo limita el acceso a la audiencia de algunas
personas en particular.
El principio de inmediación se encontraba establecido expresamente
en el art. 291 del proyecto de 1986, según el cual el debate se debía realizar
con la presencia ininterrumpida de las personas llamadas a dictar senten-
cia, del ministerio público, del imputado y de su defensor, y de los demás
intervinientes o sus mandatarios. En el CPP nacional –como en el CPP
Córdoba, 1939-1970– no hay una norma expresa que reconozca este prin-
cipio, pero la regla jurídica puede construirse con los arts. 365, 366, 367,
368, 374 y 396, que establecen como requisito ineludible para la realización
del debate la asistencia de los miembros del tribunal, el defensor, el fiscal y
el imputado, aunque este último puede retirarse de la audiencia después de
leída la acusación y de su propia declaración.
La continuidad del debate surge claramente del art. 365, que dispone
que se realizarán tantas audiencias sucesivas como resulten necesarias, pre-
viendo la posibilidad de suspenderlo por un plazo máximo de diez días,
45 Las causas mencionadas son “Sosa, M. I. s/art. 302 del CP” y “Stocolin, A. M.
y Abraham, O. N. s/art. 302 del CP”, del tribunal oral penal económico integrado
por CORTELEZZI, OYUELA y LANDABURU. La primera fue resuelta el 23/11/92 y la se-
gunda, el 14/12/92. En ambos casos se trataba del apartamiento de CORTELEZZI. El
caso “Sosa” es analizado en esta misma obra.
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supuestamente, según las pruebas del juicio. Nadie puede dirigir un inte-
rrogatorio si no se ha informado previamente de las actuaciones de la eta-
pa instructoria. La segunda consecuencia es que, a través de esta facultad,
se desaloja al árbitro de su lugar, y se lo obliga a tomar partido anticipa-
damente. Esta posición en que se coloca al tribunal lo determina a formu-
larse, en este momento, una hipótesis sobre los hechos discutidos y, en
cuanto tal hipótesis esté formulada, más difícil le resultará al imputado
destruirla, desarticularla, para construir la verdad desde su interés en el
conflicto. La lucha queda planteada, en estos términos, en un sentido in-
verso al que indica el principio de inocencia. El imputado deberá atacar
más duramente para construir la verdad jurídica sobre su ausencia de cul-
pabilidad.
El segundo aspecto que surge de las disposiciones citadas es, en cierto
modo, un agravante del anterior. Nos referimos a las facultades del tribu-
nal de ordenar, de oficio, actos tendientes a la investigación integral del he-
cho. Esta decisión del legislador agrava considerablemente el problema, ya
planteado, de la formulación de una hipótesis que compromete anticipa-
damente la convicción de los jueces. Además, termina de poner en eviden-
cia cuál es el papel del tribunal, es decir, un papel que en nada se parece al
papel de árbitro que debe cumplir en un juicio contradictorio. La situación
se torna evidente para el imputado y su abogado defensor: la lucha lo en-
frenta no sólo al acusador sino también al tribunal. Las posibilidades de
contradicción se ven reducidas. El “árbitro” no sólo puede aportar elemen-
tos que contribuyen a la construcción de la verdad, sino que, además, po-
see facultades para impedir el uso de ciertas armas o estrategias de la par-
te que intenta defenderse.
La justificación de todas estas negaciones al contradictorio viene im-
puesta, como señala CLARIÁ OLMEDO, “por la indisponibilidad del objeto
sustancial y la necesidad de una investigación integral”47. Lo que no que-
da claro es por qué razón estos objetivos del proceso penal no pueden ser
cumplidos imponiendo la obligación de perseguirlos a un solo órgano –el
ministerio público– y no a dos. Si el contradictorio es una exigencia cons-
titucional derivada del derecho de defensa del imputado, basta con obligar
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