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Capítulo VI
El juicio oral
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El debate en el Código Procesal Penal de la Nación*

I. El juicio y la Constitución Nacional


El nuevo CPP Nación dedica su Libro III a los juicios, incluyendo en el
Título I el juicio común, y en el Título II los juicios especiales: correccio-
nal, de menores y por delitos de acción privada. Aquí nos ocuparemos só-
lo del juicio común y, más precisamente, de sus dos primeras etapas, esto
es, la preparación del debate y su desarrollo.
Antes de entrar al análisis de las diversas reglas aplicables a esta parti-
cular etapa del procedimiento penal resulta necesario determinar cuáles
son los requisitos constitucionales que debe cumplir todo juicio. Nuestra
Constitución, como la inmensa mayoría de los textos fundamentales, dic-
ta pautas genéricas sobre la diversidad de derechos, garantías, instituciones
y relaciones que establece y organiza. Pero, probablemente debido a su de-
finida ideología liberal, no sucede lo mismo cuando se trata de regular las
facultades punitivas del Estado, es decir, el ejercicio del poder más violen-
to al que pueden ser sometido los habitantes. En este sentido, puede afir-
marse que los constituyentes plasmaron un programa político-criminal
acabado en el propio texto constitucional referido al modo en el que el Es-
tado debe llevar a cabo la persecución de los delitos. El objetivo de este
programa es la protección del individuo frente las arbitrariedades estata-

* Ponencia presentada al Seminario “El nuevo CPP Nación”, dirigido por el


Prof. Julio B. J. MAIER, en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, du-
rante el ciclo lectivo 1992. Publicado en AA.VV., El nuevo Código procesal penal de
la Nación. Análisis crítico, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1993, ps. 167 y siguientes.

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les, repetidas a lo largo de la historia del derecho penal moderno. Nuestra


Constitución es hija, en estos términos, del programa político-criminal del
ideario iluminista.
Por esta razón, no puede dejarse de lado la estrecha relación existente
entre el derecho constitucional y el derecho procesal penal ya que, según se
sostiene actualmente, este último no es más que derecho constitucional re-
formulado o derecho constitucional reglamentado, en el sentido del art. 28
de la CN1.
Pero este análisis del marco constitucional al que debe adecuarse el de-
recho procesal penal no puede terminar, como sucede en la mayoría de los
textos de la doctrina tradicional, en un producto fragmentado que, por un
lado, describe las exigencias constitucionales y, por el otro, describe la ley
procesal, sin derivar de aquellas exigencias consecuencias concretas que
descalifiquen y desechen las reglas procesales que no se adecuen al progra-
ma constitucional. Los derechos y garantías fundamentales reclamados por
el Iluminismo surgieron como freno al desenfreno punitivo del antiguo ré-
gimen. La necesidad del análisis aquí propuesto surge frente a la arbitrarie-
dad punitiva del derecho penal actual, ya que el programa iluminista aún
no se ha realizado, entre otras cosas, por la indiferencia reiterada ante las
garantías fundamentales que expresan las prácticas punitivas estatales2. Si
este enfoque se hubiera impuesto en nuestra doctrina y jurisprudencia, por
ejemplo, no podría haber susbsistido el viejo Código que, en todos sus as-
pectos, era contrario a las exigencias constitucionales. Afortunadamente,
algunos jueces y algunos autores creen, aún, en la supremacía constitucio-
nal tan declamada y, paradójicamente, escasamente practicada3.

1 Cf. MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1a, p. 195.


2 Cf. el Documento final del Programa de Investigación desarrollado por el
IIDH (1982-1986), coordinado por Eugenio R. ZAFFARONI, INSTITUTO INTERAMERI-
CANO DE DERECHOS HUMANOS, Sistemas penales y derechos humanos en América La-
tina (Informe final). Allí se analiza, entre otras cuestiones, los problemas conteni-
dos en la legislación penal (cap. I, ps. 7 y ss.), en la legislación procesal (cap. II, ps.
121 y ss.), y las omisiones legales y fácticas que constituyen violaciones adicionales
a los derechos humanos (cap. VII, ps. 283 y ss.).
3 Un fallo sobre la inconstitucionalidad del juicio sin jurados ha sido pronun-
ciado recientemente por CEVASCO, publicado en “No hay derecho”, nº 5, p. 14. Bue-

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Volviendo a nuestro marco constitucional, las disposiciones relativas a


las garantías y derechos del individuo y a las reglas de organización del po-
der judicial, nos llevan a un conclusión ineludible respecto al modelo de
procedimiento adoptado. Ello implica que el legislador no tiene libertad
para optar discrecionalmente por algún sistema de enjuiciamiento penal.
Nuestra Constitución sienta bases ideológicas claras en cuanto a la organi-
zación de la persecución penal. El contenido de sus cláusulas no deja lugar
a dudas. El modelo de enjuiciamiento propuesto debe ser un modelo que
respete, en lo esencial, los principios del sistema acusatorio.
El modelo inquisitivo consolidado en el siglo XIII, pero cuyo germen
ya puede encontrarse en el derecho romano imperial4, se opone al progra-
ma constitucional. En éste se adopta el modelo acusatorio, que regula un
sistema de enjuiciamiento en el que la sentencia se obtiene luego de un jui-
cio oral, público, contradictorio y continuo, y debe fundarse en los ele-
mentos introducidos válidamente a ese juicio. A ello se agrega una serie de
garantías que actúan como límites para la actividad estatal de persecución
y que, entre otras cosas, relativizan la necesidad de la búsqueda de la ver-
dad por razones derivadas de la exigencia de respetar la dignidad humana.
La exigencia del “juicio previo” a la que hace mención el art 18 de la CN
ha sido interpretada de diversas maneras. En primer lugar, se interpreta el
término como sinónimo de la sentencia judicial de condena, como funda-
mento de la actuación del poder penal material del Estado; así, juicio se en-
tiende como conclusión lógica de un razonamiento fundado en premisas5.
Una segunda interpretación entiende el “juicio previo” como proceso,
mientras que una tercera sostiene que hace referencia a la etapa del proce-

nos ejemplos del análisis de las exigencias constitucionales para llegar a conse-
cuencias concretas en cuanto a la ley procesal son, en la doctrina más reciente, los
trabajos de PASTOR, El encarcelamiento preventivo, y RUSCONI, División de poderes en
el proceso penal e investigación a cargo del ministerio público.
4 Cf. VÉLEZ MARICONDE, Derecho procesal penal, t. I, p. 93.
5 Cf. MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1b, ps. 240 y s. Según esta in-
terpretación, el “proceso” –que aparece como último término de la fórmula– es el
antecedente necesario de este “juicio” que representa su conclusión.

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dimiento que estudiamos, esto es, al debate6. En lo que aquí nos interesa,
cualquiera de las interpretaciones7 deja en claro que todo el procedimien-
to penal debe someterse a la regulación jurídica que haga posible la con-
creción de las garantías para el justiciable: “se debe tratar de un procedi-
miento jurídico, esto es, reglado por la ley, que defina los actos que lo com-
ponen y el orden en el que se los debe llevar a cabo”8.
La tercera de las interpretaciones es, según creemos, la que mejor refle-
ja el significado histórico-político de la necesidad de un juicio oral y pú-
blico como requisito de la imposición del castigo estatal9. Una interpreta-
ción coherente con el resto de las clásulas de la CN que influyen sobre los
diversos aspectos del método de persecución penal también conduce a sos-
tener nuestra afirmación. En el contexto procesal penal acusatorio de la
Constitución, el fundamento de la sentencia sólo puede surgir del juicio
oral y público. Ésta es la etapa principal y necesaria frente a la pretensión
de imponer una pena. No es una exigencia constitucional y, aun más, se
opone al modelo acusatorio, una instrucción burocrática y formalizada
que termina por desteñir y desnaturalizar la etapa del verdadero juicio –la
etapa instructoria de nuestra cultura jurídica no es lógicamente necesaria
para la realización del debate en el cual se decidirá sobre la imputación de
responsabilidad penal–. Esta afirmación no elude, por otra parte, la nece-
sidad del control de la acusación antes de la realización del juicio, como
tampoco la posibilidad de impugnación de las decisiones tomadas en ese
juicio, que forman parte del “proceso”. Toda imposición de una pena, de
este modo, debe ser precedida por el juicio oral y público que exige la CN
y, por ello, nuestro texto fundamental no admite prácticas tales como la del

6 Cf. TORRES BAAS, El procedimiento penal argentino, t. II, p. 26.


7 Ello porque para la primera interpretación se garantiza el proceso al final de
la fórmula, proceso que, obviamente, incluye la etapa de juicio. La segunda inter-
pretación no presenta problemas porque al referirse al proceso, allí quedan inclui-
das todas sus etapas. Y la tercera, porque asimila juicio a debate y, como la prime-
ra, utiliza el final de la fórmula para garantizar la aplicación de las reglas de garan-
tía a todo el proceso.
8 MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1b, p. 250.
9 Cf. BINDER, Introducción al derecho procesal penal, ps. 111 y siguientes.

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plea bargaining estadounidense, en la que se admite la imposición de una


condena obviando la etapa de juicio pero en el marco de un proceso legal.
Finalmente, cabe agregar que esta interpretación no impide la aplicación
de las garantías a todas las etapas del procedimiento penal, extendiéndolas,
incluso, a la etapa de ejecución de la pena10.
Definido, entonces, el “juicio previo” del art. 18, como el “debate”, de-
bemos determinar cuáles son las notas que caracterizan esta etapa del pro-
cedimiento. Para ello, el texto constitucional establece un amplio catálogo
de requisitos a los que el debate debe ajustarse. En algunos casos se refie-
ren exclusivamente a esta etapa –v. gr., el juicio es un juicio por jurados,
arts. 24, 75, inc. 12, y 118, CN–. En otros casos, los requisitos obligan a la
actividad estatal persecutoria en cualquier etapa del procedimiento –v. gr.,
inviolabilidad de la defensa, incoercibilidad del imputado como órgano de
prueba, art. 18, CN–. Estos principios gobiernan todas las etapas del pro-
cedimiento y, también, el debate, y constituyen y dan contenido a la garan-
tía del debido proceso legal, pues establecen los principios políticos que
sustentan el derecho procesal penal de nuestro país11.
Pero la elaboración dogmática de los principios que gobiernan el juicio
debe ir mucho más allá de la poco generosa construcción enunciada reite-
radamente por la Corte Suprema, en la que se afirma, simplemente, que las
“garantías que en materia penal, asegura y consagra con el Juicio Previo el
art. 18 de la CN, consisten en la observancia de las formas sustanciales del
juicio relativas a la acusación, defensa, prueba y sentencia dictada por los
jueces naturales del reo”12.
La necesidad de una construcción dogmática de los requisitos del jui-
cio constitucional queda en evidencia si consideramos que la elaboración
de la Corte sirvió para afirmar la validez constitucional del viejo procedi-
miento escrito que ha sido reemplazado por el nuevo CPP Nación.
Diversas razones evidencian la decisión de nuesta CN por el modelo de
enjuiciamiento. El régimen republicano y la ideología liberal que informa

10 Sobre la extensión de las garantías del debido proceso a la etapa de ejecu-


ción penal, cf. SALT, Tribunal de ejecución: ¿algo nuevo en la ejecución de las penas?
11 Cf. MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1b, p. 251.
12 Cf. Fallos 116:23, 119:284, 121:285, 125:285, 125:10, 134:242 y 279:365.

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todo el texto constitucional ya señalan una elección clara por el régimen


acusatorio. El estudio histórico indica que sólo un sistema de enjuicia-
miento acusatorio puede adecuarse a las exigencias de la república, en
cuanto al papel que desempeña el ejercicio de la función juridiccional y al
respeto de la calidad de sujeto de quien se ve sometido a la persecución pe-
nal. Diversas cláusulas constitucionales terminan de cerrar el diseño del
programa procesal. El principio de inocencia, el derecho de defensa y el
juicio por jurados, proyectan consecuencias sobre el juicio constitucional,
especialmente referidas al papel del tribunal, a la necesidad del contradic-
torio y a las exigencias de la inmediación y la publicidad. El desarrollo de
los diversos principios y garantías plasmados en nuestra ley fundamental
exige mucho más que lo que sostiene la Corte, y señala los principios bási-
cos de un modelo de juicio acusatorio que el legislador no puede dejar de
lado. La única razón para no aceptar estas premisas fundantes del juicio
previo es sólo la antigua y arraigada tradición inquisitiva proveniente de la
herencia jurídica española y del escaso desarrollo de la dogmática procesal
penal en nuestro medio. Ningún Estado republicano y respetuoso de los
derechos del individuo puede permitirse otro modelo de enjuiciamiento
distinto al garantizado en nuestra CN13.

II. El modelo y las partes


Si el juicio es una instancia en la cual se construye una verdad jurídica,
que maneja sus propios criterios, sus propias maneras de argumentar, sus
propias formas de producción de la verdad, podemos adentrarnos en él,
para calificarlo, a partir de las facultades que detentan los sujetos intervi-
nientes.
Este es un enfoque posible y, por supuesto, no el único. El debate pue-
de ser analizado desde los más diversos puntos de vista. Sin embargo, exis-
te una idea de la cual no podemos apartarnos. Cuando hablamos de juicio,

13 No resulta posible en el marco de este trabajo un análisis exhaustivo de to-


das las cláusulas constitucionales y sus consecuencias sobre el procedimiento acu-
satorio. Para un desarrollo de estas características, cf. BINDER, Introducción al dere-
cho procesal penal.

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estamos hablando de la existencia de un conflicto que lo provoca, de pre-


tensiones antagónicas, de intereses distintos que se enfrentan en una sala
de audiencias.
CHRISTIE, en un clásico artículo sobre los conflictos, las partes involu-
cradas en ellos y los modelos de juicio, se detiene en el análisis de un mo-
delo determinado, y enumera algunas de sus características14. A los fines
de este trabajo, seleccionaremos dos de ellas: la importancia del papel de-
sempeñado por las partes y, su contracara, la pasividad del tribunal. Estas
dos variables pueden ser utilizadas para analizar las reglas que estructuran
un debate, y alrededor de ellas girará nuestro análisis.
El derecho germánico nos brinda un buen ejemplo del modelo de jui-
cio en el que se encuentran presentes las variables mencionadas. Tal como
lo señala FOUCAULT, podemos considerar que las notas distintivas del pro-
ceso germánico son: a) no hay nadie que representando a la sociedad ten-
ga a su cargo acusaciones contra los individuos; para que hubiese proceso
penal era necesario que hubiese un daño, que al menos alguien afirmase
haber sufrido un daño y designase a su adversario; b) la intervención judi-
cial se lleva a cabo como una especie de lucha entre los contendientes; el
proceso penal será sólo una ritualización de la lucha entre individuos, una
manera reglamentada de hacer la guerra, y c) las partes pueden llegar a un
acuerdo, interrumpiendo estas hostilidades reglamentadas15.
A partir de este esquema podemos extraer algunas consecuencias. El
proceso penal es un lugar en el cual dos partes enfrentadas pretenden ate-
nerse a ciertas reglas de procedimiento para llegar a una decisión respecto
a un conflicto concreto y determinado. Porque hay individuos portadores
de intereses concretos podemos hablar de partes, y el tribunal interviene,
básicamente, para comprobar la regularidad de ese procedimiento en el
cual se construye la razón jurídica aplicable al caso. Cuando lleguemos al
final, siempre habrá alguien que pierda y alguien que triunfe. Nada hay en
este modelo que nos recuerde la regla de objetividad del ministerio públi-
co. El punto de partida es que las fuerzas desplegadas en la construcción de

14 Cf. CHRISTIE, Los conflictos como pertenencia, ps. 162 y siguiente.


15 Cf. FOUCAULT, La verdad y las formas jurídicas, ps. 66 y siguientes.

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la verdad jurídica son fuerzas que chocan, que se cruzan entre sí en un pro-
ceso que contiene a dos partes enfrentadas por intereses antagónicos.
Una palabra puede indicar la nota esencial de este tipo de juicio: contra-
dictorio. Es en este marco donde puede ejercerse en mayor medida el dere-
cho de defensa, ya que tal derecho presupone la existencia de una parte que
desarrolla la actividad que funda la necesidad de la defensa, esto es, un ata-
que16. Así como las garantías del imputado implican, eventualmente, el
abuso del ejercicio del poder estatal, la posibilidad de defenderse, entonces,
supone la actividad ofensiva de la parte a la que el imputado se enfrenta.
Frente a esta lucha entre dos partes sólo cabe un tercero: el árbitro de
la contienda. Y en un proceso que no es más que un enfrentamiento entre
dos partes antagónicas, este árbitro debe cumplir un papel neutral. Llega-
mos entonces, a partir de este modelo, a la falta de neutralidad del acusa-
dor y a la neutralidad decisoria del juzgador. Una descripción posible de la
relación entre estos tres sujetos que intervendrán en el proceso nos habla
de una relación horizontal y de lucha entre las partes, por un lado, y de su-
bordinación de ambas partes al juzgador neutral, por el otro. Y cuando de-
cimos juzgador neutral nos referimos, únicamente, a un juzgador que no
colabora con ninguna de las dos partes, sino que se limita a obligarlas a res-
petar las reglas del juego.

16 Esta afirmación puede apreciarse más claramente en el modelo de enjuicia-


miento penal de EE.UU. Cuando las “partes” no desean luchar en juicio, a través
del procedimiento del plea bargaining se evita su realización. Cf. CARRIÓ, El enjui-
ciamiento penal en la Argentina y los Estados Unidos, p. 77. La utilización corriente
de este mecanismo de negociación entre las partes, puede ser, de todos modos,
cuestionada. En un sentido individual, porque es discutible que este mecanismo
implique una negociación en la que participa con cierto grado de libertad el im-
putado, sobre el que pesa la amenaza de juicio por un delito más grave o por una
pena más severa. Por otro lado, desde el punto de vista de la totalidad del sistema,
este mecanismo de evitación del juicio permite un aumento considerable de los ín-
dices de criminalización y de la población carcelaria a costa de los derechos fun-
damentales del imputado. Una descripción crítica de las consecuencias de este me-
canismo de negociación en BOVINO, Composición estatal, política criminal inquisi-
tiva y el art. 14 de la ley penal tributaria; LANGBEIN, Torture and Plea Bargaining; del
mismo autor, Sobre el mito de las constituciones escritas: la desaparición del juicio
penal por jurados.

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Si bien el esquema descripto por FOUCAULT es propio de un sistema


acusatorio material, bien puede adecuarse a los sistemas penales de la ac-
tualidad para garantizar el acusatorio formal e intentar cumplir con el pro-
grama iluminista. Para hacer posible tal adecuación es imprescindible, en-
tonces, el enfrentamiento de dos partes y la neutralidad del tribunal.
Dejando de lado, por el momento, el papel que debe cumplir el juzga-
dor –a lo que nos referiremos en el siguiente punto– y volviendo al texto
constitucional, cabe analizar ahora cuáles son las consecuencias de la
adopción de un modelo acusatorio en cuanto a la intervención de las par-
tes en el juicio.
Según el principio acusatorio, no ha de ser la misma persona quien rea-
liza las investigaciones y acusa, esto es, quien desarrolla la actividad perse-
cutoria y quien decide. Además, es la actividad persecutoria la que condi-
ciona el objeto de la decisión del tribunal, es decir que se limita la facultad
del órgano decisor exclusivamente a las cuestiones planteadas por el acu-
sador y que constituyen el objeto del proceso. Si se pretende agregar otros
hechos, se tornará necesaria una ampliación de la acusación originaria, pa-
ra habilitar al tribunal a pronunciarse sobre éstos17.
El modelo acusatorio pretende devolver al imputado la calidad de titu-
lar de derechos que el procedimiento inquisitivo le negó al transformarlo
en un simple objeto de la investigación. BAUMANN explica muy claramente
este problema cuando sostiene que la “división de roles de los órganos es-
tatales de persecución penal (el ministerio público averigua y acusa; el juez
juzga) es un fruto del derecho procesal francés. Esta división de los roles
no impide tan sólo la parcialidad del juez, sino que también suprime la ne-
cesaria posición de objeto del acusado en el derecho procesal común. La
circunstancia de que el acusado enfrente a alguien que se le opone (el mi-
nisterio público) da mayor libertad a su posición jurídica. Ya no es simple
objeto de una inquisitio por el juez omnipotente a quien debe guardarse de
atacar, sino un sujeto procesal y un contrincante del fiscal, contra el cual
puede arremeter enérgicamente, sin temer los inconvenientes y la parciali-
dad del juez”18.

17 Cf. BAUMANN, Derecho procesal penal, ps. 48 y siguientes.


18 BAUMANN, Derecho procesal penal, p. 49.

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Sin embargo, la posibilidad de considerar al ministerio público como


una parte en el proceso penal es criticada. Así, SCHMIDT cuestiona tal cate-
gorización al afirmar que el ministerio público es una autoridad dotada de
poder estatal cuyos intereses procesales no se pueden comparar con los del
acusado, ya que estos intereses están en un plano de valor superior. Al acu-
sado no le interesa la investigación de la verdad y el logro de una sentencia
justa19. Esta afirmación es más que discutible. En primer lugar, sostener la
superioridad del interés en la persecución penal sobre las garantías indivi-
duales implica el total desconocimiento de la función limitadora de las ga-
rantías. La actividad persecutoria será legítima sólo si respeta los derechos
del imputado y las garantías que los protegen: está supeditada a estos lími-
tes que aparecen, en consecuencia, en un plano superior al de la persecu-
ción estatal. Por otra parte, SCHMIDT habla de la verdad en términos abso-
lutos, es decir, como si existiera la posibilidad de determinarla de una vez
y de una sola manera, desde el enfoque del ministerio público u otro órga-
no del Estado, sin admitir la contingencia de esta forma de justicia20.
BAUMANN, en cambio, justifica la imposibilidad de hablar de un proce-
so de partes por la desigualdad de derechos y facultades del ministerio pú-
blico y del imputado, y porque el interés del ministerio público es la co-
rrecta actuación de la ley penal21. También estas afirmaciones pueden ser
criticadas. La diferencia de derechos y facultades no tiene demasiada rela-
ción con el carácter de partes. Las demás ramas del derecho brindan mu-
chos ejemplos en los cuales existe una gran diferencia entre los deberes y
derechos de los sujetos intervinientes en el procedimiento, y este hecho no
les quita el carácter de partes –v. gr., el derecho laboral, el derecho admi-

19 Cf. SCHMIDT, Los fundamentos teóricos y constitucionales del derecho procesal


penal, ps. 72 y siguiente.
20 La crisis actual del derecho penal y de su mayor manifestación, la pena es-
tatal, no parece abonar la tajante afirmación de SCHMIDT. Un panorama del estado
de la discusión entre las diversas teorías que intentan justificar la aplicación de la
pena en BELOFF, Teorías de la pena: la justificación imposible. Una reelaboración de
la justificación del castigo fundada en la necesidad de respetar las garantías del im-
putado en FERRAJOLI, El derecho penal mínimo, ps. 25 y siguientes.
21 Cf. BAUMANN, Derecho procesal penal, ps. 55 y siguiente.

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nistrativo, y aun el derecho civil en algunos supuestos, especialmente en el


derecho de familia–. Por otro lado, el interés en la realización del derecho
penal sustantivo del ministerio público es un interés como cualquier otro
y no puede considerarse objetivo. La simple existencia de la pena estatal no
torna objetivo el interés por su aplicación. Por el contrario, la decisión por
la aplicación de la pena implica una inequívoca toma de posición respec-
to de un sinnúmero de cuestiones que no resulta posible discutir aquí.
Finalmente, aun si coincidiéramos en el interés objetivo del ministerio
público, guiado por criterios de estricta justicia en la persecución penal,
otro argumento justifica su consideración de parte en el proceso penal,
ahora vinculado con cuál debe ser la función del juzgador. A los tribuna-
les no les corresponde la tarea de perseguir delitos, sino la de decidir sobre
las pretensiones que frente a ellos se plantean. Esta idea ha sido muy bien
señalada por el Procurador General Carlos DELFINO: “Lo único que se con-
sigue con negar al Ministerio Público las atribuciones que legítimamente
le corresponden, en su carácter de parte necesaria del proceso penal, es
confundir la misión de los organismos judiciales, con olvido de los precep-
tos más fundamentales y con perjuicio de la imparcialidad que es, por so-
bre toda otra consideración –incluso la del interés en la persecución de los
delitos–, la condición fundamental de una auténtica justicia. Los Tribuna-
les, aunque sean de la jurisdicción penal, han sido instituidos para juzgar
y no para perseguir a los delincuentes”22. Este párrafo distingue enfática-
mente las funciones del ministerio público (persecutorias) de las del tribu-
nal (decisorias). Esta división de tareas conduce a tratar al ministerio pú-
blico “como si” fuera una parte, ya que es esta la única manera de garanti-
zar que el tribunal cumpla con su función.
Definido el proceso penal como un lugar en el que las partes se enfren-
tan, entonces, cabe señalar algunas cuestiones vinculadas a sus facultades
para la construcción de la verdad en el marco del proceso.
Suele afirmarse que la meta del procedimiento penal es la averiguación
de la verdad histórica23. Sin embargo, diversas consideraciones, que trata-

22 Fallos 135:31 (destacado agregado).


23 Cf., por todos, MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1b, ps. 562 y si-
guientes.

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remos de enunciar sintéticamente, permiten cuestionar esta afirmación.


En primer lugar, en el estadio cultural en el que se encuentra el derecho
procesal, la búsqueda de la verdad se ha relativizado en función del respe-
to a la dignidad humana, que pone límites a las formas a través de las cua-
les se averiguan los hechos objeto del proceso. Por otra parte, las nuevas
tendencias político-criminales se orientan hacia un quiebre del paradigma
de la verdad, a través de diversos mecanismos que representan la elección
de métodos que, genéricamente, conducen a la composición24. A ello se
agrega la duda de que el proceso sea una herramienta idónea para poder
determinar la verdad histórica respecto de un hecho. El juez no se enfren-
ta con los hechos, sino con proposiciones respecto de ellos. Y su actividad,
lejos de ser aséptica, está cargada por el subjetivismo25 y, también, por el
marco que ponen las reglas jurídicas para interpretar la realidad, que tor-
nan relevantes ciertos y determinados elementos, dejando de lado otros26.
BINDER señala, además, otros factores que agravan la situación: a) el efecto
distorsionante que siempre producen los canales de información que se
utilizan en el procedimiento penal; b) el efecto distorsionante que produ-
ce el tiempo que se extiende desde que sucede el hecho hasta que se inten-
ta su reconstrucción en el proceso, y c) el efecto que produce sobre la cons-
trucción del relato que ésta se realice “desde” las necesidades de la solución
a aplicar27.
Las consideraciones anteriores permiten afirmar, entonces, que sólo
podemos hablar de una verdad jurídica, es decir, de aquella que surge de
un proceso judicial en el cual las partes enfrentadas utilizan los más varia-
dos elementos discursivos, muchas veces combinados incoherentemente,

24 Cf. MAIER, Entre la inquisición y la composición.


25 Cf. ANDRÉS IBÁÑEZ, Acerca de la motivación de los hechos en la sentencia pe-
nal, p. 263.
26 Cf. CHRISTIE, Las imágenes del hombre en el derecho penal moderno. Si bien
este autor sólo hace referencia al efecto de redefinición del caso que produce la in-
tervención penal, el mismo efecto se produce, en realidad, en todo proceso judi-
cial. Sobre este punto, cf. COURTIS, La estrategia de nuestra araña, especialmente ps.
116 y siguientes.
27 Cf. BINDER, El relato del hecho y la regularidad del proceso: la función cons-
tructiva y destructiva de la prueba penal, p. 81.

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en función de una coherencia estratégica de defensa del interés que repre-


sentan en el conflicto. La verdad resulta acotada y permanentemente rede-
finida por su adecuación a las categorías legales y por las marchas y con-
tramarchas de la actividad probatoria, en una auténtica lucha por la cons-
trucción de la verdad del caso, utilizando las formas jurídicas disponibles
para las partes28. La sentencia, entonces, no es una aplicación de la regla
jurídica abstracta, sino el resultado de esta lucha por la construcción de la
verdad en la que intervienen las partes utilizando los múltiples discursos
introducidos en el proceso.
Conjugar este enfoque de la construcción de la verdad con la necesidad
de un juicio contradictorio permite establecer algunas consecuencias. La
primera de ellas es bastante obvia. Si el juicio implica el enfrentamiento de
dos partes, lo más relevante, en este marco, es la capacidad de las partes pa-
ra intervenir en la construcción de la verdad jurídica del caso –cuyo prin-
cipal elemento es la actividad probatoria–. Otra consecuencia, más intere-
sante, se refiere al modo en que habrán de implementarse las facultades de
las partes. Si de lo que se trata es de establecer un marco contradictorio, se-
gún lo ordena la CN, las partes deben tener plena capacidad para actuar
sobre todos estos elementos discursivos –v. gr., la declaración de un testi-
go, una peritación, un alegato–, y estas facultades deben ejercitarse frente
a quien decidirá la controversia. La facultad de operar sobre los dichos de
un testigo sólo se realiza si existen facultades contradictorias respecto de
ese testigo ante el tribunal que tomará la decisión. De este modo, se debe
permitir operar sobre todas las variables que pueden ser tomadas en cuen-
ta para arribar a la decisión. Afirmar lo contrario, y sostener que la deci-
sión está fundada, exclusiva o fundamentalmente, en elementos del discur-
so teórico, es cerrar ciegamente las facultades defensivas del imputado y,
con ellas, su posibilidad de influir en el juzgador29.

28 Cf. ABRAMOVICH, El complejo de Rock Hudson, p. 11.


29 Prestar atención a estas variables no teóricas no implica que la decisión sea
producto del azar o incontrolable para las partes, sino que significa un sincera-
miento frente a la realidad que permitirá operar sobre los elementos relevantes pa-
ra llegar a la decisión. Los estadounidenses, más pragmáticos, incluyen en la for-
mación de los abogados el estudio de un amplio número de variables informales y
cómo utilizarlas en un juicio a favor del interés que representan.

247
10.Debate 4/3/05 5:28 PM Page 248

el juicio oral

III. El tribunal
Debemos considerar, en este punto, cuáles son las exigencias constitu-
cionales para el tribunal que interviene en el juicio. Tal como lo adelantá-
ramos, el modelo acusatorio exige un tribunal cuya actividad está limita-
da por un requerimiento del ministerio público. Su función no es perse-
guir el delito, sino decidir sobre la pretensión penal planteada. Pero con es-
to es muy poco lo que sabemos sobre su actuación. Más allá de esta exigen-
cia, vinculada directamente al modelo acusatorio elegido, distintas reglas
referidas a la organización judicial aportan más información sobre las fa-
cultades del tribunal que habrá de intervenir para resolver sobre la preten-
sión penal.
En el programa procesal de la CN, la independencia del poder judicial
es una de las bases fundamentales que, sobre todo, está prevista en benefi-
cio de los justiciables. Este principio, que comprende tanto la independen-
cia del poder judicial respecto de los demás poderes, como la independen-
cia del tribunal del caso respecto de los demás integrantes del poder judi-
cial, está prevista para garantizar un juicio imparcial del juzgador frente al
caso concreto. VÉLEZ MARICONDE destaca que el fundamento de la inde-
pendencia es el aseguramiento de la imparcialidad en las decisiones30.
MAIER, por su parte, sostiene que no sólo por “ser independiente el juez
reúne todas las condiciones que garantizan su ecuanimidad, al decidir el
caso. La independencia es una condición necesaria para garantizar la ecua-
nimidad, pero no es la única, ni es, por ello, suficiente. Otra de esas condi-
ciones necesarias es colocar frente al caso, ejerciendo la función de juzgar,
a una persona que garantice la mayor objetividad posible al enfrentarlo. A
esa situación del juez, en relación al caso que le toca juzgar, se la llama im-
parcialidad”31.
Esta garantía básica se encuentra reconocida en numerosos documen-
tos internacionales, entre ellos, la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, que en su art. 8, nº 1, establece: “Toda persona tiene derecho a
ser oída... por un juez o tribunal competente e imparcial...”.

30 Cf. VÉLEZ MARICONDE, Derecho procesal penal, t. II, p. 72.


31 MAIER, Derecho procesal penal argentino, t. 1b, p. 484.

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el debate en el cpp nación

La imparcialidad del juez frente al caso implica la objetividad de la ac-


tividad jurisdiccional para posibilitar un juicio adecuado a los requisitos
constitucionales. Enfocado de esta manera el problema, queda claro que la
garantía de imparcialidad es el fundamento común de los principios del
juez natural e independencia judicial, que resultan instrumentales respec-
to de aquélla.
El primer aspecto de la imparcialidad está relacionado con la cantidad
de información que posee el tribunal al momento de iniciar el juicio. El
modo más efectivo para lograr este aspecto de la imparcialidad se logra
mediante el sencillo trámite de impedir que el juzgador tome conocimien-
to de la actividad previa a la iniciación del debate. El objetivo es fácilmen-
te alcanzable en el juicio en el que intervienen jurados, ya que estos recién
toman conocimiento de la causa cuando se inicia el debate. En la legisla-
ción alemana, que establece un tribunal escabinado, se impide que los es-
cabinos conozcan el expediente con el contenido de la investigación preli-
minar. Dice GÓMEZ COLOMER: “El contenido de los autos está excluido en
principio como fundamento de la sentencia. En este sentido, el Juez técni-
co puede tomar conocimiento de los mismos, pero el lego no lo tiene per-
mitido, por regla general, por el peligro grave de influencia inconciente”32.
Más allá del prejuicio que supone esta afirmación –no vemos cuál es la ra-
zón para distinguir entre legos y abogados en cuanto al peligro de la in-
fluencia inconciente–, ella evidencia la necesidad de que los jueces no to-
men contacto con el expediente para que la decisión se funde sólo en los
actos del debate. En el derecho federal estadounidense existe una serie de
parámetros para garantizar la imparcialidad del jurado respecto del caso
que le toca juzgar33.
Otro aspecto de la imparcialidad se relaciona con la calidad de las acti-
vidades que desarrolla el tribunal. Y en este punto el principio acusatorio
recobra toda su fuerza. El juzgador es ni más ni menos que eso, es decir, a
quien le incumbe decidir, y no a quien le corresponde impulsar el proce-

32 GÓMEZ COLOMER, El proceso penal alemán. Introducción y normas básicas,


p. 168.
33 Cf. KAMISAR, LA FAVE, e ISRAEL, Modern criminal procedure, ps. 1347 y si-
guientes.

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el juicio oral

dimiento. La separación de las funciones instructorias y decisorias adquie-


re su máximo sentido en la etapa de juicio. Este requisito, que se vincula
directamente con la imparcialidad, según jurisprudencia pacífica del Tri-
bunal Europeo de Derechos Humanos34, no puede limitarse a la división
de la etapa instructoria y debate, adjudicando jueces distintos a cada una
de ellas. Necesariamente, este principio implica la pasividad del tribunal
durante el juicio. Si el titular de la acción es el ministerio público, sobre él
recae la obligación de actuar a favor de la persecución penal y el tribunal
no puede reemplazar su actuación y tampoco colaborar con ella. Aun
cuando el tribunal lleve a cabo el control de legalidad de los actos del mi-
nisterio público, ello no significa que pueda reemplazarlo. El fundamento
de esta exigencia de inactividad es claro: el tribunal no debe estar compro-
metido con la hipótesis persecutoria.
La presencia de un juzgador imparcial produce consecuencias respecto
a las posibilidades defensivas del imputado. En primer lugar, es más pro-
bable que el juzgador pueda resguardar las garantías del imputado si tiene
en mente que hay dos partes con intereses en pugna sobre cuyas activida-
des debe resolver; no es él quien está involucrado con la función persecu-
toria del fiscal, sino el propio fiscal. La imparcialidad también implica no
tomar partido frente a la hipótesis del acusador –hipótesis interesada, al
fin–, ni intervenir en favor de ésta, desequilibrando la balanza en contra
del imputado. Para decirlo con palabras de FERRAJOLI, la inquisición –que
de eso se trata– es un método de investigación, una lógica, una teoría del
conocimiento, que consiste, precisamente, en la formulación autorreflexi-
va de la acusación que, en vez de seguir, precede a la investigación, la orien-
ta y es, ella misma, guía y clave de la lectura de los hechos. El método, da-
da su base circular y tautológica, arroja como resultado la infalseabilidad
predeterminada de la acusación35.

34 Cf. los casos “Piersack”, del 1/10/82 y “De Cubber”, del 26/10/84. Una sínte-
sis de los argumentos de ambas decisiones en LOZADA, Imparcialidad y jueces fede-
rales.
35 Cf. FERRAJOLI, II caso “7 de aprile”. Lineamenti di un processo inquisitorio,
p. 189.

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el debate en el cpp nación

El papel del fiscal en este modelo parece, a simple vista, difícilmente


compatible con esa función que debe adecuarse a la regla de objetividad.
Sin embargo, no se trata de eliminar la regla de objetividad que pesa sobre
la actividad acusatoria, sino, precisamente, de que el órgano con facultades
decisorias pueda controlar la adecuación de la conducta del fiscal a la men-
cionada regla36.
Por otra parte, insistir con la objetividad del fiscal y no considerarlo
parte trae una consecuencia nociva adicional. Si éste actúa objetivamente,
¿qué es lo que lo diferencia del juez? Y si no hay diferencia entre la activi-
dad del fiscal y la del juez, ¿qué razón impide que el juez, actuando “obje-
tivamente” y con el fin de obtener la verdad histórica sobre el hecho en dis-
cusión, ayude al fiscal en esa tarea? La supuesta objetividad de los acusa-
dores-juzgadores y la verdad histórica como meta del proceso ya han de-
mostrado, con la triste actuación de la Inquisición, a qué lugar conducen.
Y si, debido a que la verdad histórica –como se afirma– es la meta del pro-
ceso, el imputado no sólo tiene que enfrentarse a la actividad del fiscal si-
no, además, a la actividad del juez, no estamos en presencia del juicio con-
tradictorio exigido por la CN, sino en un proceso diseñado con excesivas
desventajas para la actividad defensiva37.
Queda, de este modo, señalado sintéticamente el modelo de juicio re-
querido por el texto constitucional.

IV. La preparación del debate


El procedimiento principal o juicio es la etapa del procedimiento penal
realizada sobre la base de una acusación, cuyo eje central es un debate oral,

36 En este sentido, pueden apreciarse diversos fallos estadounidenses que han


resuelto que es obligación del fiscal comunicar toda evidencia exculpatoria de la
que tenga noticia en forma previa al juicio. Cf. CARRIÓ, El enjuiciamiento penal en
la Argentina y los Estados Unidos, p. 75.
37 La exigencia de una investigación integral en aras del descubrimiento de la
verdad es un objetivo histórico del proceso penal, y no un requisito constitucional.
Ninguna regla del texto constitucional permite afirmar que lo sea. Mal pueden, en-
tonces, subordinarse principios y exigencias expresos en la CN en pos de la averi-
guación de la verdad, fin contingente del proceso penal. Por lo demás, aun cuan-
do se admita la necesidad de averiguar la verdad, tal circunstancia no implica, en
modo alguno, que esta tarea corresponda al poder judicial.

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10.Debate 4/3/05 5:28 PM Page 252

el juicio oral

público, contradictorio y continuo, que tiene por fin específico obtener la


sentencia que resuelve sobre las pretensiones ejercidas. El juicio es esencial
por ser la porción mínima del procedimiento penal que debe existir siem-
pre, porque representa la forma más nítida y acabada de cumplir con la ga-
rantía del juicio previo. El acto que limita el objeto de conocimiento de ese
juicio es la acusación que, correctamente comunicada, permite el efectivo
ejercicio del derecho de defensa. El eje central del juicio es el debate y, pa-
ra asegurar su éxito, se lo debe preparar convenientemente. Su resultado
normal es la sentencia, por lo que el procedimiento principal abarca tres
etapas diferenciadas entre sí: la preparación del debate, el debate y la ob-
tención de la sentencia. Las reglas fundamentales del debate son la inme-
diación (oralidad, concentración e identidad física del juzgador), la publi-
cidad y el contradictorio38.
De los tres principios mencionados, nos detendremos aquí a enunciar
brevemente sólo dos de ellos. La inmediación intenta que el tribunal reci-
ba una impresión lo más directa posible de los hechos y las personas, y ri-
ge en dos planos distintos. El primero de ellos se refiere a las relaciones en-
tre quienes participan en el proceso y el tribunal, y hace necesario que es-
tén presentes y obren juntos. El segundo plano es el de la recepción de la
prueba e implica que, para que el tribunal se forme un cuadro evidente del
hecho y para que sea posible la defensa, la prueba se produzca ante el tri-
bunal que dictará la sentencia y durante el debate, lo que obliga a la iden-
tidad física del juzgador con los jueces que presenciaron el debate39.
El principio de contradicción, que rige ampliamente durante el debate,
implica que las partes tengan: a) la posibilidad de ser oídas por el tribunal;
b) la posibilidad de ingresar pruebas; c) la posibilidad de controlar la acti-
vidad judicial y de la parte contraria, y d) la posibilidad de refutar los ar-
gumentos que puedan perjudicarlas. Además, una consecuencia de este
principio es el deber que incumbe al juzgador respecto al fundamento de
su sentencia: es indispensable que su convicción emane de los actos del de-
bate, ya que son ellos los que han podido ser apreciados y discutidos por
las partes.

38 Cf. MAIER, La Ordenanza Procesal Penal alemana, t. II, p. 185.


39 Cf. BAUMANN, Derecho procesal penal, ps. 86 y siguientes.

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el debate en el cpp nación

La preparación del debate es la primera de las tres etapas del procedi-


miento principal o juicio común, según la denominación del CPP Nación.
El objeto de esta etapa es controlar la corrección formal de la acusación y,
en su caso, realizar distintas actividades tendientes a convocar a juicio a to-
dos los interesados, a integrar los medios de prueba que deben recibirse, a
fijar la fecha y hora de la audiencia, y a citar y hacer comparecer a todos los
que deban intervenir en él. Además, los actos preliminares tienen el obje-
to de evitar la realización del juicio en casos en los que la causa pueda te-
ner otra solución, provisoria o definitiva40.
El CPP Nación regula, en sus arts. 354 a 362, la etapa de preparación del
debate, casi sin diferencias con lo regulado en los arts. 366 a 375 del CPP
Córdoba que le sirvió de fuente.
La primer actividad del presidente del tribunal (art. 354) es verificar si
la acusación ha sido formulada correctamente. Si la acusación no presen-
ta defectos formales, el presidente citará al ministerio público y a las otras
partes para que en el plazo de diez días comparezcan a juicio, examinen las
actuaciones, los documentos y las cosas secuestradas, ofrezcan prueba e in-
terpongan recusaciones.
Las partes ofrecen pruebas, pueden requerir la designación de nuevos
peritos sobre puntos que no hayan sido objeto de peritaciones anteriores,
y ofrecer nuevos testigos expresando los hechos sobre los cuales serán exa-
minados (art. 355). El tribunal ordena la recepción oportuna de las prue-
bas ofrecidas y aceptadas (art. 356) y tramita las excepciones –antes de fi-
jada la audiencia– interpuestas por las partes y que no hayan sido plantea-
das con anterioridad (art. 358). Vencido el término de diez días de citación
a juicio y cumplida la instrucción suplementaria o tramitadas las excepcio-
nes, el presidente fijará día y hora para el debate, ordenando la citación de
las partes y de las personas que deban intervenir (art. 359). En esta etapa el
tribunal tiene facultades para acumular o separar juicios (art. 360) y para
sobreseer por distintos motivos (art. 361).
El primer problema que plantea el diseño de esta etapa es la interven-
ción, en la preparación del debate, de los mismos jueces que intervendrán
en él. Es evidente que, por escasa que sea la actividad que desempeñe el tri-

40 Cf. NÚÑEZ, Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, p. 317.

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10.Debate 4/3/05 5:28 PM Page 254

el juicio oral

bunal en este momento, debe tomar contacto directo con el expediente re-
sultado de la instrucción. Y este contacto permite ingresar, de una sola vez,
toda la prueba producida en esta primera etapa del proceso, en las que las
facultades defensivas se ven limitadas. Este simple hecho, que podría evi-
tarse si el tribunal que preparase el debate fuera distinto del que interven-
drá en él, atenta contra las posibilidades de realización de la garantía de
imparcialidad. Un tribunal que verificó la acusación, revisó la pertinencia
de las pruebas, tramitó excepciones y realizó instrucción suplementaria es-
tá, prácticamente, en condiciones de dictar sentencia. Este hecho es defen-
dido y justificado por CLARIÁ OLMEDO con las siguientes palabras: “Los jue-
ces concurren al debate debidamente informados de los elementos de la
causa... Los jueces podrán así ir elaborando individualmente sus motiva-
ciones, y concurrir a la deliberación con elementos de juicio suficiente-
mente conformados”41. Precisamente lo que no debería suceder si se pre-
tende respetar la garantía de imparcialidad.
Un problema más grave aún, relacionado con el planteo epistemólogi-
co de FERRAJOLI respecto de la lógica inquisitiva, es la facultad de ordenar la
instrucción suplementaria del art. 357. No se comprende esta inflación ins-
tructoria cuando querellante y ministerio público disponen, unos artículos
más atrás, de la facultad de solicitar diligencias probatorias adicionales en
la vista del art. 346, al momento en que el juez considera completa la ins-
trucción. Aun cuando el juez instructor, el ministerio público y el quere-
llante consideren completa la investigación, esta facultad permite al tribu-
nal de juicio ordenar, de oficio, la instrucción suplementaria. La aberra-
ción de esta intervención de oficio fue eliminada en el nuevo CPP Córdo-
ba, que en su art. 365 prevé sólo cuatro supuestos taxativos –dos de los
cuales se refieren a prueba irreproducible en el debate– y que se ordenan
siempre a pedido de parte.
Con estas facultades atribuidas al tribunal que intervendrá en el deba-
te, el modelo acusatorio pierde terreno, con evidente perjuicio para el im-
putado. El tribunal imparcial comienza a comprometerse con una hipóte-
sis determinada, en la que cumple un papel importante el expediente com-
pleto logrado durante la instrucción. La etapa instructoria, que sólo puede

41 CLARIÁ OLMEDO, Derecho procesal penal, t. III, p. 172 (destacado agregado).

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el debate en el cpp nación

ser fundamento para el requerimiento fiscal, proyecta su influencia sobre


la construcción de la verdad que tendrá lugar en el juicio y la decisión co-
mienza a formarse antes del debate. Nuevamente CLARÍA OLMEDO intervie-
ne para justificar: “Durante este período preliminar, el principio acusato-
rio que domina en el juicio está limitado por importantes interferencias
inquisitivas, impuestas por la indisponibilidad del objeto sustancial y la
necesidad de una investigación integral”42. ¿En qué modelo de justicia se
inscribe esta “necesidad”?
Por otra parte, la facultad de producir prueba irreproducible y defini-
tiva prevista en el mismo art. 357, del mismo modo que el supuesto del art.
200 sobre esta prueba durante la instrucción, también puede ser vista co-
mo una negación del juicio contradictorio, por las razones expresadas an-
teriormente, es decir, porque no se permite operar a las partes sobre la ac-
tividad probatoria durante el debate y ante el tribunal que resolverá el ca-
so. La influencia de la producción de esta prueba se refleja en la pérdida de
control sobre las distintas variables que pueden influir en la decisión. Si es
realizada durante la instrucción, determina esta etapa y, por lo tanto, influ-
ye sobre el tribunal al momento de preparar el debate. Si es realizada mien-
tras se prepara el debate, la influencia se multiplica, porque aun cuando se
produzca la prueba en un marco contradictorio, adelanta elementos de
juicio a los jueces, impidiendo que formen su convicción, exclusivamente,
durante el debate y no antes.
En el derecho federal estadounidense, la VI Enmienda otorga al impu-
tado el derecho a contradecir la prueba durante el debate, y por ello se li-
mita la posibilidad de que el fiscal utilice declaraciones de personas que no
testifiquen durante el juicio y que, por lo tanto, no puedan ser sometidas a
repreguntas por parte de la defensa. Por ello, se admite excepcionalmente la
introducción de la lectura de la declaración de un testigo que no compa-
rece al juicio43. Otras legislaciones también rodean de limitaciones la pro-
ducción de prueba anticipada –producida antes del debate para ingresarla
posteriormente en él sin necesidad de producirla de nuevo–. El CPP por-

42 CLARIÁ OLMEDO, Derecho procesal penal, t. III, p. 176.


43 Cf. KAMISAR, LAFAVE, e ISRAEL, Modern Criminal Procedure, ps. 1347 y si-
guientes.

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el juicio oral

tugués establece un procedimiento determinado, en el que se garantiza el


derecho de defensa, para la producción de esta prueba durante la investi-
gación preliminar (arts. 271 y 294) o la preparación del debate (art. 320).
En su art. 355 dispone, además, que no pueden ser valoradas las pruebas
que no sean producidas o examinadas en la audiencia, a menos que se tra-
te de actos procesales cuya lectura en el debate sea permitida, autorización
que se detalla en los dos artículos siguientes. El CPP italiano regula un sis-
tema similar en los arts. 392 (prueba anticipada durante la instrucción) y
467 (preparación del debate). Los arts. 511 a 513 regulan taxativamente los
actos que pueden ser introducidos al debate por lectura. La Ordenanza
Procesal Penal alemana, en los §§ 162, 193, 223, 224 y 251, también regula
la producción de esta prueba anticipada.
Otro aspecto destacable de la preparación del debate es la extraña re-
gla del art. 356 que prevé que, ante la posibilidad de que nadie requiera
pruebas, el presidente dispondrá la producción de aquella que estime per-
tinente. Ya podemos suponer a quién reemplazará el tribunal, necesaria-
mente, en esta insólita decisión de ofrecer pruebas. Nuevamente, en aras
de realizar la meta del proceso, se coloca al tribunal como colaborador del
fiscal en la tarea de construcción de la verdad. Esta sola regla desnuda la
ideología que informa el CPP Nación, y el papel que tal ideología le otor-
ga al juzgador en el debate. Nada más lejos del modelo acusatorio exigido
por la CN.
Otro aspecto problemático es la facultad para que las partes acuerden
entre sí la posibilidad de introducir al debate por lectura las declaraciones
testimoniales y las peritaciones de la instrucción. Si en nuestro derecho no
se puede omitir la realización del juicio, como sucede en el derecho esta-
dounidense, resulta una actitud por lo menos hipócrita admitir que, exis-
tiendo conformidad de las partes, el juicio se convierta en la mera lectura
de los actos de la instrucción. La inmediación, de esta manera, pierde todo
el sentido que pudiera tener al establecer la necesidad de que la sentencia
se funde en la prueba producida durante el juicio. Además, esto produce
efectos sobre la publicidad del debate, exigencia republicana que excede las
facultades dispositivas de las partes. La experiencia cordobesa ha indicado
que los tribunales, abusando de las facultades de incorporación de prueba
por su lectura, transformaron el debate en una silente teatralización en la
que el público contemplaba el desarrollo de la audiencia como algo inen-
tendible, y en la que el presidente, con el acuerdo obediente de las partes,
ordenaba al secretario agregar al acta del debate números de foja cuyo con-

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el debate en el cpp nación

tenido era desconocido para los asistentes44. El hermetismo propio del po-
der judicial es, de esta manera, celosamente resguardado.
Finalmente, algunas consideraciones sobre una modificación introdu-
cida por la ley 24.121. El art. 55 del CPP Nación, en la redacción original
de la ley 23.984, establecía: “El juez deberá inhibirse de conocer en la cau-
sa cuando exista uno de los siguientes motivos: 1) si en el mismo proceso
hubiere pronunciado o concurrido a pronunciar sentencia o auto de pro-
cesamiento; ...”. Pero el art. 88 de la ley 24.121 modificó el CPP, suprimien-
do el párrafo transcripto. El art. 58 del CPP termina de complicar la cues-
tión al establecer que se podrá recusar al juez “sólo cuando exista uno de
los motivos enumerados en el art. 55”. A la contrariedad con la garantía de
imparcialidad de las facultades del tribunal de juicio en esta etapa de pre-
paración del debate, debe sumarse, luego de esta modificación, la posibili-
dad de que intervenga como integrante de este tribunal un juez que con-
currió a pronunciar sentencia o auto de procesamiento. Esto es lo que su-
cedió, precisamente, en una causa en la cual el fiscal recusó a uno de los
jueces por haber intervenido como tribunal de alzada durante la instruc-
ción, confirmando la prisión preventiva del imputado. El fiscal, interpre-
tando que existía temor de parcialidad, y sin que ello implique reproche
personal alguno al magistrado en cuestión, sino la simple constatación ob-
jetiva de haber participado en una decisión anterior en la causa, solicitó el
apartamiento del juez del tribunal de juicio. El tribunal no llegó a com-
prender el planteo deducido por el fiscal y no hizo lugar a la recusación. El
mismo tribunal, en otra causa, hizo lugar al pedido de apartamiento sólo
porque el mismo magistrado se excusó (había confirmado una sentencia
condenatoria contra el coimputado, y en el nuevo caso se llevaba a juicio
al otro coimputado, rebelde en el juicio anterior), y por tratarse de “razo-
nes de delicadeza personal y para evitar una violencia moral”. Las causales
de apartamiento de los jueces no protegen la delicadeza personal o la vio-
lencia moral de los jueces, sino que son el modo de garantizar su impar-
cialidad respecto del caso concreto y –luego de estos fallos no parece tan
obvio recordarlo– la imparcialidad es una garantía a favor de los indivi-

44 Cf. RODRÍGUEZ, Comentarios al nuevo Código Procesal Penal de Córdoba, p. 41.

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el juicio oral

duos sometidos a persecución penal y no de los jueces45. Esta modifica-


ción, entonces, es otra manifestación contraria al modelo de juicio previs-
to en la Constitución Nacional.

V. El debate
Los dos capítulos siguientes del CPP Nación establecen diversas pautas
que definirán las reglas del juego que habrá de llevarse a cabo entre las par-
tes y el tribunal, consagrando diversos principios típicos de esta etapa del
procedimiento que, como ya se ha dicho, debería ser el eje principal del
proceso contradictorio.
La publicidad del debate, consagrada en el art. 363, junto con sus ex-
cepciones, obedece a la necesidad de control ciudadano sobre los actos del
poder judicial, pretensión política que se impuso luego de la Revolución
Francesa. El siguiente artículo limita el acceso a la audiencia de algunas
personas en particular.
El principio de inmediación se encontraba establecido expresamente
en el art. 291 del proyecto de 1986, según el cual el debate se debía realizar
con la presencia ininterrumpida de las personas llamadas a dictar senten-
cia, del ministerio público, del imputado y de su defensor, y de los demás
intervinientes o sus mandatarios. En el CPP nacional –como en el CPP
Córdoba, 1939-1970– no hay una norma expresa que reconozca este prin-
cipio, pero la regla jurídica puede construirse con los arts. 365, 366, 367,
368, 374 y 396, que establecen como requisito ineludible para la realización
del debate la asistencia de los miembros del tribunal, el defensor, el fiscal y
el imputado, aunque este último puede retirarse de la audiencia después de
leída la acusación y de su propia declaración.
La continuidad del debate surge claramente del art. 365, que dispone
que se realizarán tantas audiencias sucesivas como resulten necesarias, pre-
viendo la posibilidad de suspenderlo por un plazo máximo de diez días,

45 Las causas mencionadas son “Sosa, M. I. s/art. 302 del CP” y “Stocolin, A. M.
y Abraham, O. N. s/art. 302 del CP”, del tribunal oral penal económico integrado
por CORTELEZZI, OYUELA y LANDABURU. La primera fue resuelta el 23/11/92 y la se-
gunda, el 14/12/92. En ambos casos se trataba del apartamiento de CORTELEZZI. El
caso “Sosa” es analizado en esta misma obra.

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el debate en el cpp nación

luego del cual deberá comenzar nuevamente. La oralidad, finalmente, está


ordenada en el art. 363 y reafirmada en diversas disposiciones, tales como
el art. 372, que obliga al tribunal a dictar sus resoluciones verbalmente.
Pasemos ahora a una esquemática descripción de lo que sucederá en la
sala de audiencias. Constituido el tribunal y verificada la presencia de los
intervinientes, el presidente –que dirige el debate– pide la atención del im-
putado y ordena la lectura del requerimiento fiscal y, en su caso, del auto de
remisión a juicio, tras lo cual declara abierto el debate (art. 374). Hecho es-
to, se plantean y resuelven, en un solo acto, las nulidades de la etapa de pre-
paración y las cuestiones derivadas de competencia territorial, unión o se-
paración de juicios, y admisibilidad o incomparecencia de órganos de prue-
ba (art. 376). Finalizadas estas incidencias, se recibe la declaración del im-
putado y la prueba. Luego de la recepción de la prueba se concede la pala-
bra sucesivamente al actor civil, al querellante, al fiscal y a los defensores del
imputado y del civilmente demandado, para que aleguen y formulen sus
acusaciones y defensas. Sólo el fiscal, el querellante y el defensor podrán re-
plicar, correpondiendo al defensor la última palabra. Finalmente, el presi-
dente pregunta al imputado si tiene algo que agregar, convoca a las partes a
la audiencia para la lectura de la sentencia y cierra el debate (art. 393).
Los modos de incorporación de los actos al debate son, sintéticamente,
los siguientes. El requerimiento fiscal y el auto de remisión a juicio son leí-
dos (art. 374). Si existen cuestiones incidentales, éstas se discuten y resuel-
ven oralmente (arts. 377 y 372). La declaración del imputado se realiza
oralmente (arts. 378 y 380). Los dictámenes de los peritos son leídos y, si
hubieran sido citados, pueden ser interrogados y declaran oralmente (art.
383). Los testigos también declaran oralmente (art. 384). Los documentos
son leídos (art. 392) y los elementos de convicción secuestrados se exhiben
a las partes y testigos (art. 385).
Si bien el principio es que los actos deben realizarse durante el debate,
se permiten varias excepciones en casos en que se autoriza su lectura, siem-
pre que se hayan respetado las formas de la actividad probatoria previstas
para la instrucción. Así, se permite la lectura de declaraciones testimonia-
les en los siguientes supuestos: a) por acuerdo de las partes; b) cuando no
comparezca el testigo citado y las partes estén de acuerdo; c) para demos-
trar contradicciones o variaciones entre éstas y las prestadas en el debate;
d) por fallecimiento, ausencia, imposibilidad de localizar o impedimento
de un testigo, y e) cuando el testigo hubiere declarado por exhorto o infor-
me (art. 391). También se pueden leer documentos varios, tales como la

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denuncia, declaraciones de coimputados, actas judiciales, actas de inspec-


ción, registro domiciliario, requisa personal y secuestro (art. 392). Las ex-
cepciones al principio de inmediación –o al contradictorio– son demasia-
das ante la simple lectura del texto del CPP Nación. Este texto permite la
posibilidad señalada por VÉLEZ MARICONDE –ideólogo del texto fuente– de
realización de esa “monstruosa idea de que al imputado se lo condena en
virtud de pruebas recibidas a sus espaldas y antes del verdadero juicio”. La
construcción de la verdad, en este contexto, permite escasas posibilidades
al imputado y aumenta las posibilidades de la hipótesis acusadora. No es-
tamos hablando sólo de prueba producida en la instrucción con interven-
ción de las partes –como los supuestos del art. 200–, sino también de va-
riados elementos discursivos, que entrarán a la lucha por la reconstrucción
del hecho, que ingresan al proceso fuera de toda posibilidad de control del
imputado como, por ejemplo, la denuncia. Pero ello no es todo. Si analiza-
mos algunos artículos en particular veremos cómo el diseño del juicio pre-
senta una coherencia claramente contraria a la posibilidad de un juicio
efectivamente contradictorio.
El síntoma más claro de la ideología de este diseño no contradictorio
está constituido por las disposiciones relativas a la declaración del imputa-
do. Según el art. 378, si éste se niega a declarar o incurre en contradiccio-
nes, se le harán notar y el presidente ordenará la lectura de las declaracio-
nes de la instrucción. El art. 379 dispone que en caso de varios imputados
podrán ser alejados de la audiencia los que no declaren, aunque deberán
ser informados sumariamente de las declaraciones anteriores. Por su par-
te, el art. 380 prescribe que el imputado no podrá hablar con su defensor
antes de responder a las preguntas que se le formulen. El buen inquisidor
no lo podría haber hecho mejor. La idea fuerza es, indudablemente, arran-
car la confesión al imputado, arrinconarlo señalando sus contradicciones
para poner en evidencia su culpabilidad –que el tribunal, en este diseño,
presupone–. En cuanto a la declaración del imputado, las ventajas se colo-
can claramente a favor de la hipótesis acusadora, mientras aquél pierde ca-
pacidad defensiva. Si el fundamento de la sentencia debe surgir de los ac-
tos producidos en el juicio y allí esta presente el imputado con su facultad
de declarar como le plazca o de no declarar, no se entiende por qué razón
se debe leer la declaración prestada con anterioridad. La facultad de no de-
clarar durante la audiencia es una frase vacía de contenido e independien-
te de la voluntad del imputado, que se ve amenazada por la introducción
leída de su declaración previa. La información sumaria que recibe el im-
putado desalojado de la audiencia sobre la declaración de otro imputado

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es el tímido pero inequívoco reconocimiento de que, como en los tiempos


de la Inquisición, se pretende sorprender al acusado para llegar, ineludible-
mente, a la construcción de su culpabilidad. Una cita puede ayudar a com-
prender mejor esta afirmación. En los consejos de El manual de los inqui-
sidores puede leerse: “Durante el interrogatorio conviene que el acusado se
siente en una silla más baja, más sencilla que el sillón del inquisidor. El in-
terrogatorio se hará de forma que se evite sugerir al acusado qué es lo que
se pretende, indicándole con ello el modo de eludir las preguntas peligro-
sas... El inquisidor prestará suma atención a la manera de responder del
testigo –se refiere, en realidad, al imputado, a quien se hacía jurar obliga-
ción de decir verdad–. Si ve que el interrogado responde con precaución y
astucia, le tenderá trampas forzándole con ello a responder correcta y cla-
ramente”46. Y los parecidos no son coincidencias.
Si bien este problema se focaliza exclusivamente en la declaración del
imputado, el que analizaremos a continuación informa diversas disposicio-
nes referidas a la actividad que se desarrolla en el debate, cerrando la cohe-
rencia del diseño de un juicio no contradictorio. Veamos algunos ejemplos.
El presidente del tribunal recibe las declaraciones de testigos y peritos (art.
375), como también del imputado (art. 378). El mismo sujeto puede dispo-
ner el alejamiento de uno de los imputados cuando otro declara (art. 379),
y el orden de la actividad probatoria (382). El tribunal puede resolver de
oficio sobre la inspección de un lugar, y disponer el reconocimiento de per-
sonas y la realización de careos (art. 387). También puede ordenar la recep-
ción de nuevas pruebas (art. 388), y la lectura de la denuncia y otros docu-
mentos (392). Los demás jueces pueden formular preguntas a las partes,
testigos, peritos e intérpretes (art. 389).
Advertimos en todas estas disposiciones dos aspectos diferentes. El
primero de ellos es la facultad del tribunal de interrogar a los órganos de
prueba. Este simple hecho ya produce dos consecuencias inevitables y que
debilitan las fuerzas del imputado en la lucha por la verdad que se realiza
en el juicio. La primera de ellas implica esa “necesidad de llegar al juicio
bien informados” de la que hablaba CLARIÁ OLMEDO, es decir, el ingreso de
todo el expediente al ámbito de conocimiento de quienes deberán decidir,

46 EIMERIC y PEÑA, El manual de los inquisidores, ps. 144 y 146.

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supuestamente, según las pruebas del juicio. Nadie puede dirigir un inte-
rrogatorio si no se ha informado previamente de las actuaciones de la eta-
pa instructoria. La segunda consecuencia es que, a través de esta facultad,
se desaloja al árbitro de su lugar, y se lo obliga a tomar partido anticipa-
damente. Esta posición en que se coloca al tribunal lo determina a formu-
larse, en este momento, una hipótesis sobre los hechos discutidos y, en
cuanto tal hipótesis esté formulada, más difícil le resultará al imputado
destruirla, desarticularla, para construir la verdad desde su interés en el
conflicto. La lucha queda planteada, en estos términos, en un sentido in-
verso al que indica el principio de inocencia. El imputado deberá atacar
más duramente para construir la verdad jurídica sobre su ausencia de cul-
pabilidad.
El segundo aspecto que surge de las disposiciones citadas es, en cierto
modo, un agravante del anterior. Nos referimos a las facultades del tribu-
nal de ordenar, de oficio, actos tendientes a la investigación integral del he-
cho. Esta decisión del legislador agrava considerablemente el problema, ya
planteado, de la formulación de una hipótesis que compromete anticipa-
damente la convicción de los jueces. Además, termina de poner en eviden-
cia cuál es el papel del tribunal, es decir, un papel que en nada se parece al
papel de árbitro que debe cumplir en un juicio contradictorio. La situación
se torna evidente para el imputado y su abogado defensor: la lucha lo en-
frenta no sólo al acusador sino también al tribunal. Las posibilidades de
contradicción se ven reducidas. El “árbitro” no sólo puede aportar elemen-
tos que contribuyen a la construcción de la verdad, sino que, además, po-
see facultades para impedir el uso de ciertas armas o estrategias de la par-
te que intenta defenderse.
La justificación de todas estas negaciones al contradictorio viene im-
puesta, como señala CLARIÁ OLMEDO, “por la indisponibilidad del objeto
sustancial y la necesidad de una investigación integral”47. Lo que no que-
da claro es por qué razón estos objetivos del proceso penal no pueden ser
cumplidos imponiendo la obligación de perseguirlos a un solo órgano –el
ministerio público– y no a dos. Si el contradictorio es una exigencia cons-
titucional derivada del derecho de defensa del imputado, basta con obligar

47 CLARIÁ OLMEDO, Derecho procesal penal, t. III, p. 176.

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al fiscal a perseguir la investigación de la verdad histórica y a trabajar en


procura de una investigación integral. Ninguna razón abona esta decisión
de sumar al tribunal la función de acusador, más que una larga y afirmada
tradición inquisitiva que se opone a la vigencia de un juicio contradictorio
que signifique, realmente, una lucha entre dos partes antagónicas con
igualdad de armas. Además, siendo el contradictorio una exigencia consti-
tucional, nada impide que el tribunal pueda volcarse, durante el juicio, en
contra de la hipótesis acusadora y en beneficio del imputado. En este mar-
co de análisis, sostener lo contrario implicaría utilizar una garantía en con-
tra de aquél a favor de quien ha sido establecida.
A las consideraciones hasta aquí formuladas, cabe agregar la experien-
cia de cincuenta años de la provincia de Córdoba. Ha escrito CAFFERATA
NORES sobre el CPP de 1940: “El juicio quedó reducido, en muchos casos,
a un ejercicio de comprobación acerca de la eficacia de las pruebas (que no
debían ser definitivas) en orden a la certeza necesaria para condenar: ‘los
jueces de instrucción se han convertido en verdaderos tribunales de sen-
tencia’ –destacando que los autores de esta última frase son altos magistra-
dos y funcionarios del poder judicial–”48.
Agrega RODRÍGUEZ: “Quién sabe, lo que nunca entendieron los partida-
rios de la Escuela Procesal de Córdoba, es el significado del Juicio. Obse-
sionados como estaban en su idea fanática de la persecución de todos los
delitos, de averiguar precisa y exactamente la verdad real del hecho inves-
tigado, a través del llamado principio de la libertad probatoria, de la im-
parcialidad como atributos in se del Ministerio Público y del titular de la
Jurisdicción, ensoberbecidos en su poder de disposición de honor y ha-
cienda de las personas, olvidaron de un modo perverso, por su puro afán
de poder, de ejercicio irracional del poder que el Estado había delegado en
la Jurisdicción, los razonamientos más simples acerca de esta parte del pro-
ceso: el juicio”49.

48 CAFFERATA NORES, Introducción al nuevo Código Procesal Penal de la Provin-


cia de Córdoba, p. 72.
49 RODRÍGUEZ, Comentarios al nuevo Código Procesal Penal de Córdoba, p. 55.

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Se cierra el debate, y los jueces que hayan intervenido en él pasarán in-


mediatamente a deliberar en sesión secreta, según ordena el art. 396. La
verdad ha sido construida, probablemente mucho tiempo atrás. La inexis-
tencia del contradictorio ha obligado al imputado a oponerse, en su lucha
por la reconstrucción del hecho, a los ataques desplegados durante el jui-
cio por el fiscal y por ese otro acusador, el tribunal.

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