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El servicio jerárquico que Jesús confió al colegio de los doce y el monárquico de Pedro no
deben considerarse como fines en sí mismos. La autoridad está siempre en dependencia del
fin a conseguir y por eso en la Iglesia debe estar al servicio de la fe, del encuentro entre Dios
y el hombre.
Por eso Jesús dio a su Iglesia una potestad más importante: la del magisterio, a través del cual
continuará a resonar en el mundo la palabra de Cristo que es el vehículo de la fe.
¿Qué es la potestad de magisterio? Es la facultad de enseñar, de proponer una doctrina a los
discípulos. Esta facultad la tienen los maestros, es decir, todos aquellos que se proponen
instruir a otros.
Este magisterio ordinario se ejerce entre los hombres y el que enseña está obligado a exponer
las razones intrínsecas de una doctrina para que se acepte o se rechace en virtud de su
evidencia. Así, este magisterio humano produce en los discípulos la ciencia porque les hace
conocer las razones de una verdad.
A diferencia del magisterio ordinario, el magisterio de la Iglesia es de carácter autoritario; es
decir, propone una enseñanza para que se acepta como verdadera bajo la autoridad de Dios
que revela para engendrar la fe. Por provenir de Dios no puede engañarse ni quiere
engañarnos. Presupone la existencia de la revelación, el mandato de enseñar conferido a la
Iglesia y la obligación impuesta por el mismo Dios a los hombres de aceptar todo lo que este
enseñe.