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La isla de Amistad

Juan M iguel Batalloso Navas


Idea original tomada de un cuento recogido de la WWW

En una de mis peregrinaciones a Santiago de Compostela, tuve la suerte de conocer a


un viejo y misterioso peregrino que me contó una increíble historia acerca de una isla en la que
él mismo vivió durante muchos años y de la que tuvo que salir precipitadamente.
Según me dijo, aquella isla estaba en la Polinesia y todas las personas sin excepción
que habitaban en ella gozaban de un bienestar y una felicidad que no tenía parangón con
ninguno de los países que el viejo peregrino había visitado.
Todos los hombres y mujeres que allí vivían tenían un trabajo con el que no sólo
obtenían holgadamente su sustento, sino con el que satisfacían sus deseos más íntimos y
espirituales, o como se dice ahora: sus necesidades de autorrealización.
Allí estaba todo perfectamente organizado y previsto para que sus habitantes
respiraran felicidad por todos los lados, pero no una felicidad sobrenatural, sino humana. Era
tan perfecta aquella isla, que allí convivían en sabia y serena armonía ciudadanos tan dispares
como el Sufrimiento y la Felicidad, el Dolor y el Placer, la Alegría y la Tristeza, la Riqueza y la
Pobreza, la Verdad y la Mentira, la Razón y la Sinrazón, la Soledad y la Compañía, la Libertad y
la Esclavitud, y otros muchos como la Amistad, la Política, la Religión, el Poder...
En una ocasión y con motivo de una de las grandes tormentas que en aquella isla de
vez en cuando se desataban y para las cuales estaban tecnológicamente muy preparados
puesto que conocían toda clase de terapias psicológicas y alternativas, y toda clase de
remedios orgiástcos y de liturgias anuales, la situación se complicó muchísimo hasta tal punto
que los dispositivos de alarma saltaron todos al unísono.
Esta vez no era una tormenta, sino un gran maremoto que amenazaba con destruir la
isla entera sin dejar rastro alguno de ella, de tal suerte que los ordenadores ya habían
calculado que la catástrofe se produciría en menos de veinticuatro horas.
Gracias a estas previsiones, todos los habitantes se dispusieron a abandonar la isla de
inmediato, para lo cual cada uno de ellos preparó sus barcos y fueron zarpando uno tras otro
hacia un destino, en principio desconocido para ellos pero que no les preocupaba porque
aquellas gentes habían estado siempre muy acostumbradas a la navegación por todos los
mares que formaban el inmenso archipiélago polinésico del que formaban parte: “El
Archipiélago del Bienestar”.
Paradójicamente cuando la mayor parte de los habitantes estaba ya levando anclas, la
Amistad un personaje del que todos decían querer intensamente, todavía estaba ensimismada
contemplando la hermosura de los verdes paisajes de las praderas y la calidez de los cocoteros
que dormían la siesta en las blancas arenas que bañadas por trasparentes aguas nacían de un
horizonte color turquesa, tras el que según la leyenda aparecía solamente algunas veces la
Gran Esperanza.
La Amistad en profunda meditación y acompañada del Dolor, la Soledad y el Llanto,
absorta en su contemplación rogaba y rogaba para que la Gran Esperanza apareciese y les
mostrase un nuevo camino hacia el Progreso y el Bienestar, pero esta vez la Gran Esperanza no
apareció.
Entretanto la Amistad más meditaba y recitaba largos y hermosos mantras, cada uno
de sus acompañantes fue abandonándola para ir a embarcar con urgencia en el buque del

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Sufrimiento que aunque era viejo y muy pesado seguía navegando por todos los confines de la
Tierra.
De pronto al verse absolutamente sola y cuando ya habían pasado muchas horas y
comenzó inesperadamente a temblar la tierra, la Amistad empezó a correr hacia los
embarcaderos con objeto de hacerse un hueco en el barco del Amor, pero tristemente
comprobó que el barco estaba roto, y que el Amor ya se había marchado con su amada la
Ternura en el buque de la Alegría, en el que viajaban también, la Fiesta y el Placer.
Mientras tanto la isla seguía temblando y el embarcadero comenzó a resquebrajarse,
por lo que la Amistad se desgañitaba desesperadamente pidiendo ayuda a los barcos que
acababan de zarpar y que estaban todavía cerca para poder rescatarla.
Al verse en aquella situación la Amistad pidió ayuda a la Riqueza, que era una famosa y
vieja señora que tenía el mejor y más bien pertrechado de los navíos de la isla, pero la Riqueza
le contestó que no podía llevarla, porque llevaba mucho oro y plata en sus bodegas y
materialmente no tenía espacio para la Amistad. Que lo sentía mucho, pero que su carga le
resultaba indispensable para poder asegurarse el futuro de ella y de su familia, que aunque
estaba formada por poca gente, tenían muchas necesidades, que sus hijas Codicia, Envidia y
Competitividad, además de a su marido Egoismo, no podía dejarlos en tierra.
La Amistad dramáticamente suplicó entonces a otra gran dama que estaba a punto de
zarpar, que aunque tenía un sencillo y primitivo velero, había dado en varias ocasiones la
vuelta al mundo. Se trataba de la Libertad, que en aquella ocasión estaba verdaderamente
asustada, por ello había decidido llamar desesperadamente desde la orilla a la Compasión para
que le dejase un hueco en el barco del Sufrimiento. Pero la Compasión ya estaba muy lejos
como para volver, así que la Libertad contestó a la Amistad que no podía llevarla en su velero
porque eso le supondría un compromiso que la amarraría para siempre, y que ella era la
Libertad y que por tanto no podía ser esclava de nadie ni de nada y que de ninguna manera
quería sentirse obligada por ataduras en la que no pudiese ser libre, por lo que la Amistad
continuó gritando.
Casi desapercibida en una gran barcaza gris muy oscura y espigada, pasaba por allí la
Tristeza que al oír los gritos de la Amistad aceleró inmediatamente su marcha porque no
quería que nadie la viese ni le dijese algo que pudiera distraerla en su búsqueda del barco del
Sufrimiento.
Aunque el Sufrimiento y la Tristeza se conocían y parecían estar siempre enamorados,
nunca llegaron a casarse porque ninguno de los dos habían podido alcanzar el Absoluto ya que
cuando lo iban a conseguir siempre aparecía la Gran Esperanza en el horizonte y lo deshacía
todo, por ello muchas veces Sufrimiento y Tristeza llamaban a la Amistad, una de las pocas
personas que junto a la Fe era capaz de hacer frente a la Tristeza, al Sufrimiento y al Absoluto.
La Amistad siguió gritando mientras la isla estaba ya prácticamente hundida por la
parte oriental, zona en la que hacía poco tiempo habían habitado la Justicia, el Progreso, la
Igualdad con un mestizaje muy curioso de Poder, Religión, Ideología y Burocracia.
De pronto divisó al gran barco de la Política que iba conducido por el Magnífico y Gran
Partido Único y Verdadero que aunque decía que llevaba en sus camarotes a la Justicia, al
Progreso y la Igualdad, en realidad estas habían zarpado en el barco de la Utopía, que aunque
navegaba lento todavía seguía viajando hacia el horizonte a la búsqueda de la Gran Esperanza.
Lo cierto fue que el gran barco de la Política tampoco dio cobijo, ni hizo hueco para la
Amistad porque en realidad todos los asientos y camarotes estaban ya totalmente ocupados
por los partidarios del Magnífico y Gran Partido Único y Verdadero que había hecho también
una Grande y Magnífica Alianza con la Única y Absoluta Religión Auténticamente Eterna y
Verdadera, por lo que entre partidarios y creyentes de la Única y Absoluta Religión
Auténticamente Eterna y Verdadera pues no había sitio para la Amistad.

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De esta manera el gran barco de la Política siguió impertérrito su destino, barco en el
que curiosamente no iba la Fe, ya que su camarote que estaba reservado para la Esperanza y la
Caridad, había sido inmediatamente ocupado por el matrimonio formado por la Doctrina y el
Dogma.
De esta manera y delante de la Amistad fueron pasando grandes importantes barcos
que habían sido construidos con las últimas tecnologías del “Archipiélago del Bienestar” hasta
que de pronto se hizo un gran silencio en el que muy débilmente se oía una débil que
quebrada voz que decía:
- ¡Aaamistaaad! ¡Aaamistaaad! Corre, échate al agua, nada de prisa y vente en mi barco
que yo te llevaré siempre a donde tú me digas. ¡Aaamistaaad! Ven, yo te llevaré.
Tienes un sitio en mi barca.
Aunque se trataba de una barca viejísima hecha de remiendos de numerosos navíos,
galeones y barcazas de todas las épocas y llena de infinidad de inscripciones de todo los
viajeros que se habían embarcado en ella, lo cierto fue que la Amistad no se lo pensó dos
veces y comenzó a nadar hasta que por fin pudo subir a bordo, tras lo que inmediatamente fue
recibido por una delgadísima anciana cuyos ojos brillaban de la misma manera que el
horizonte por donde aparecía de vez en cuando la Gran Esperanza.
Tras darle la bienvenida, la Amistad se dio cuenta de que la barca era lentísima y que
únicamente avanzaba mediante un sencillo mecanismo de velas y remos de una simplicidad
asombrosa, mecanismo de navegación que estaba gobernado por una también anciana mujer
que se llamaba Serenidad, que estaba al frente de otros supervivientes de la isla, entre los que
se encontraba la Valentía, la Paciencia, el Coraje, la Voluntad y la Prudencia.
Entonces la Amistad preguntó a la anciana de brillantes ojos que se llamaba Sabiduría, que
cómo es que habían reparado en ella, cuando la isla había sido abandonada por todos. Y la
Sabiduría le contestó:
- Mira Amistad, aunque nuestra barca es muy vieja tiene la gran virtud de que siempre va
conducida por dos experimentados y capacitados comandantes. Ese viejísimo y canoso
anciano que lleva el timón se llama Tiempo y el otro comandante está ahora
descansando y es también una anciana que se llama Fe. De esta manera la Fe y el
Tiempo se han convertido en los mejores y más seguros marineros capaces de
llevarnos a cualquiera de los destinos de forma segura y además son los únicos que
pueden de curar todas las heridas y acercarse a las aguas de la Gran Esperanza.
Y entonces la Amistad le preguntó a la Sabiduría
- ¿Y cómo se ha dado cuenta el Tiempo de mi presencia, si yo estaba lejos y
prácticamente ya me estaba ahogando?
Y la Sabiduría finalmente le respondió:
- Porque únicamente el Tiempo ayudado por la Fe, es el único capaz de darse cuenta y
valorar la auténtica y verdadera amistad y el único capaz de hacer todo lo posible por
ayudarla.

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