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Emilio Ravignani”
Tercera serie, núm. 25
Ella quería a sus cuatro enemigos porque la gente del campo no siente los odios
patrióticos, pues eso es pertenencia de las clases superiores. Los humildes, los
que pagan más por ser más pobres y aquellos a quienes cada carga nueva
abruma, aquellos a quienes se mata a centenares y forman la verdadera carne
de cañón por ser los más numerosos, los que sufren horriblemente a causa de
las miserias de la guerra, no comprenden el ardor bélico, ni el honor excitable,
ni esas pretendidas combinaciones políticas que en seis meses agotan a dos
naciones, la vencedora y la vencida.1
9
10 RAQUEL GIL MONTERO
3 Raquel Gil Montero, “Población, medio ambiente y economía en la Puna de Jujuy, Argentina,
siglo XIX”. Enviado a evaluar a la Revista de la ADEH. Versión corregida de la ponencia presentada
en las XVIII Jornadas de Historia Económica, Mendoza, septiembre de 2002.
4 Noemí Goldman, “Crisis imperial, revolución y guerra (1806-1820)”, en: Noemí Goldman
(dir.), Nueva historia argentina. Revolución, república, confederación (1806-1852), Buenos Aires,
Ed. Sudamericana, 1998.
5 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina
criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. Este autor le dedicó a la guerra un importante espacio en el libro
Historia Contemporánea... citado y un estudio específico vinculado al estado fiscal en su libro Guerra
y finanzas en los orígenes del Estado Argentino (1791-1850), Buenos Aires, Ed. de Belgrano.
6 El caso más notable por la abundancia de trabajos de este tipo es, sin dudas, el de Güemes en
Salta. Para una síntesis cfr. Sara Mata, “Costo económico y social de la guerra de independencia. Salta
en la primera década revolucionaria”, en: Actas Segundas Jornadas de Historia Económica, CD
editado por la Asociación Uruguaya de Historia Económica, julio de 1999. De la misma autora,
“‘Tierra en armas’. Salta en la revolución”, en: Sara Mata (comp.), Persistencias y cambios: Salta y
el Noroeste argentino. 1770-1840, Rosario, Prohistoria, 1999, pp. 149-175.
7 Los intentos de cambio se dieron dentro de una moderada continuidad, como veremos más
adelante.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 11
EL CONTEXTO
Con las guerras de independencia se inicia una larga etapa de transición que se conoce
en la historiografía como de formación del Estado nacional. En toda América Latina,
8 Un trabajo reciente de Gustavo Paz incursiona en estos temas, poco conocidos, y analiza la
situación de las milicias en Jujuy y Salta, las consecuencias políticas y sociales de la guerra y, sobre todo,
la relación entre las elites y los gauchos. Cfr. Gustavo Paz, Province and Nation in Northern Argentina.
Peasants, Elite and the State, Jujuy 1780-1880. Tesis Doctoral. UMI Dissertation Services, 1999.
12 RAQUEL GIL MONTERO
está exento de polémica. Confróntese, entre otros, Tristan Platt, Estado boliviano y ayllu andino.
Tierra y tributo en el norte de Potosí, Perú, IEP, 1982; Heraclio Bonilla, “Estado y tributo campesino.
La experiencia de Ayacucho”, en Heraclio Bonilla (comp.), Los Andes en la Encrucijada. Indios,
comunidades y Estado en el siglo XIX, Quito, Ediciones Libri Mundi, FLACSO, Sede Ecuador, 1991,
pp. 335-366; Nils Jacobsen, Mirages of transition. The Peruvian Altiplano, 1780-1930, California,
University of California Press, 1993.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 13
11 El problema de los tributos en Jujuy fue tema específico de otro trabajo. Cfr. Raquel Gil
Montero, “Tierras y tributo en la puna de Jujuy. Siglos XVIII y XIX”, en: Judith Farberman y Raquel
Gil Montero, Los pueblos de indios del Tucumán colonial: pervivencia y desestructuración, Quilmes,
UNQ Ediciones, Ediunju, 2002.
12 Los censos del período independiente no incluyen las diferenciaciones étnicas. Los porcenta-
jes de población conforme a la filiación étnica varían según sea la fuente consultada. Somos conscien-
tes de los problemas que trae ajustarse a estas definiciones tan poco precisas.
13 Nos referimos al concepto acuñado por Assadourian. Cfr. Carlos Sempat Assadourian, “Eco-
nomías regionales y mercado interno colonial. El caso de Córdoba en los siglos XVI y XVII”, en:
Assadourian, El sistema de la economía colonial. El mercado interior, regiones y espacio económi-
co, México, Editorial Nueva Imagen, 1983.
14 RAQUEL GIL MONTERO
14 Cecilia Méndez, “República sin indios: la comunidad imaginada del Perú”, en: Henrique Urbano
(comp.), Tradición y modernidad en los Andes, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos
“Bartolomé de las Casas”, 1992, pp. 15-41.
15 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra..., citado, pp. 250-251.
16 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra..., citado, p. 252
17 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra..., citado, p. 253.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 15
y otra parte nos dejan entrever una suerte de reproducción de la sociedad y parte
de sus conflictos dentro de ambos ejércitos.
Los oficiales a cargo, gran parte de ellos “patricios” nacidos fuera de la re-
gión, estaban al mando de cuerpos heterogéneos de soldados criollos e indígenas
a los que despreciaban profundamente, como veremos a lo largo de este apartado.
Aquéllos entendían, y hasta aceptaban, con mucha más frecuencia las actitudes
de sus enemigos (obviamente las de sus pares) que las de sus subordinados. Aún
en los peores episodios bélicos, los oficiales prisioneros eran bien tratados, se
canjeaban, y se mantenía una buena comunicación.
Dentro de los ejércitos rioplatenses las relaciones entre los oficiales y los
diferentes sectores subalternos no eran iguales, sino que presentaban algunos
matices, con frecuencia sutiles. Con respecto a la mirada que tenían de los gau-
chos y criollos –que participaron activamente de las milicias– muchas veces se le
sumaba la admiración al desprecio. Por el contrario, a los indígenas –salvo esca-
sas excepciones– se los miraba con sospecha y desprecio. En este sentido, en la
Puna –como dijimos habitada por más de un 85% de indígenas residentes en el
ámbito rural– se vivía una situación mucho más parecida a la del Alto Perú que a
la de Salta, donde predominaban los gauchos.18
Visto desde la Puna, el período de las guerras de independencia puede parecer
confuso. Esta falta de claridad parte de un hecho concreto que fue la alternancia de
las autoridades en la región, ya que a lo largo de aquellos años fue dominada por
turnos, por uno y otro ejército, fueron cambiadas las autoridades según quien domi-
nara, y muchas veces fue tierra de nadie. Ni uno ni otro ejército podían garantizar la
ocupación completa de esta región enorme que se consideraba habitada por una
población evasiva y “poco confiable”, y que era demandada por ambas fuerzas.
Pero allí no terminan las incertidumbres. La principal hacienda de la región
pertenecía al marqués del Valle de Tojo, también encomendero de una de las dos
únicas encomiendas regionales que no sólo había persistido hasta el siglo XIX,
sino que aún conservaba una población muy significativa. El papel del marqués
con relación a la participación en la guerra de esta porción de los puneños fue
central, pero no unívoco.
Durante los primeros años de la guerra, el marqués actuó a favor del ejército
realista al mando de tropas, aunque también aprovechando sus fluidas relaciones con
los oficiales y con las autoridades de ambos ejércitos para hacer de intermediario.19
18 Estamos simplificando una realidad por demás compleja, ya que la participación indígena en el
Alto Perú fue diferente según la región y el momento analizados. Lo mismo pasó en la actual
Argentina. Aquí nos referimos a la situación más frecuente.
19 Fondo John Carter Brown Library, en adelante JCB. Extraordinaria ministerial de Buenos Aires.
Jueves 30 de abril de 1812. Carta de Goyeneche al virrey de Lima, Potosí, 19 de febrero de 1812. Cfr.
también José María Paz, Memorias póstumas, Volumen 1, Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 20.
16 RAQUEL GIL MONTERO
Seguramente, el marqués se sentiría más peruano que rioplatense en esta guerra, con
las ambigüedades que tenía en ese momento la expresión “peruano”.
Mirado con desconfianza por el gobierno central, fue llamado a Buenos Aires
en 1814, donde lo retuvieron hasta 1815 para mantenerlo alejado del escenario de
batallas. A partir de aquel momento, aunque por poco tiempo, se hizo cargo de la
defensa apoyando a Güemes y abandonando por un tiempo la mención de sus
títulos nobiliarios, en un gesto acorde a las circunstancias.20
El apoyo del marqués a la causa de la independencia fue breve: en noviembre
de 1816 fue tomado prisionero, con lo que, en palabras de Mendizábal –un estra-
tega español al que volveremos–, se contribuyó a que se tranquilicen Tarija y la
región sujeta al marquesado. A partir de allí y por algunos períodos, el cuartel
general realista se trasladó a Humahuaca y una vanguardia a Hornillos (una antigua
posta ubicada dentro de la misma Quebrada, aunque más cercana a la ciudad de
Jujuy), desde donde avanzaban hacia Salta.
Hasta ese mismo año de 1816, cuando cae prisionero su líder, encontramos
accionando en los alrededores de Yavi a un grupo organizado por el cura sustituto
de Yavi a favor de los realistas. De este grupo hay pocas referencias; lo curioso es
que coexistía con la defensa encabezada por el marqués, y prácticamente en el
mismo espacio. El responsable, teniente coronel doctor Zerda (además cura de
Yavi), organizó una milicia a la que llamó los Angélicos, en clara alusión y oposi-
ción a los Infernales, de Güemes.21
Tomado prisionero el marqués, la defensa continuó a cargo de Güemes hasta
su muerte, en junio de 1821, no sin grandes conflictos internos, disidencias con
Rondeau y con las autoridades de Jujuy, en medio de una gran penuria financiera
y de constantes avances de los realistas sobre Jujuy y Salta.
Las lealtades, descriptas con frecuencia como claramente definidas, no lo
eran tanto, no sólo en el caso del marqués que hemos reseñado, sino también con
respecto a otro sector de la población. Las autoridades acusaban de traidores y
dignos de poca confianza a la población indígena; sin embargo, los que realmente
trababan relaciones con los realistas eran, sobre todo, los sectores de las elites
urbanas. El ejército realista transitaba con gran frecuencia las provincias de Jujuy,
Salta y Tucumán (pertenecientes al “país enemigo”) contando con el apoyo de
algunos sectores locales, sobre todo en las principales capitales.22 Parte de la
población se replegaba con el avance realista, parte se quedaba manifestando su
20 Agradezco al Dr. Gastón Gabriel Doucet su generosa información acerca de la participación del
[los enemigos] continúan sus marchas sin ser sentidos, ni molestados, pues aunque corrían
rumores de que venían, se desprecian estos avisos, creyendo que sólo serían algunas partidas
de caballería campestre o gauchos, que querían robar ganado; es así que mientras descuidados
los nuestros en Salta (como Aníbal en Capua), no pensaban más que en festivas diversiones, se
hallaron el 15 de febrero con la noticia de que los enemigos estaban ya muy cerca, y aunque
entonces se hicieron algunos reconocimientos y salidas, no produjeron ventaja alguna.24
Es mucha verdad que hubo seducción en el ejército, particularmente en algún jefe y oficiali-
dad, y era consecuencia casi precisa en un pueblo de muchas mujeres insinuantes y de
muchos atractivos, adictas las más acérrimamente al gobierno intruso, y con quienes tenían
las más relaciones nada decentes.25
era subdelegado gobernador de Jujuy el año de 1812, cuando el brigadier don Pío Tristán
pasó con su vanguardia para el Tucumán, quien le dio el primer título a despacho que tuvo
de teniente coronel, que aprobó después el general Goyeneche. [...] Desde esta época como
el Ejército Real se ha mantenido en posesión de todo el país hasta Jujuy, el brigadier Olañeta
siempre ha estado de jefe de vanguardia, haciendo a veces sus correrías hacia Salta, según las
23 Sara Mata menciona en su trabajo, por ejemplo, casos de comerciantes que dejaban en manos
de simpatizantes realistas parte de sus bienes con la esperanza de recuperarlos cuando se hubieran
retirado. Cfr. “Costo económico y social...”, citado.
24 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, p. 51.
25 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, nota p. 52.
26 Joaquín Carrillo, Jujuy. Provincia federal argentina. Apuntes de su historia civil, Jujuy, UNJu,
órdenes del general en jefe que las disponía según las ocurrencias. Con el largo tiempo del
absoluto mando sobre unos mismos cuerpos, y a grande distancia del jefe principal, fue pues
tomando el brigadier Olañeta cierto ascendiente e influjo en aquellas tropas y como es casado
en Jujuy, y relacionado en el país, he aquí que según se dice fue entrando en negocios e
introducción de partidas de mulas con los del Tucumán.27
Mientras una parte de las elites mantenía relaciones cordiales con los enemi-
gos y sin embargo podía seguir viviendo en las ciudades, los sectores subordina-
dos que integraban las fuerzas militares, eran mirados con desconfianza por su
potencial traición. Nos detendremos en algunas expresiones vertidas por los res-
ponsables, en relación con los indígenas.
Hemos señalado que, desde 1815, el marqués queda a cargo de la defensa de
la Puna de Jujuy, respondiendo a Güemes, quien a su vez dependía militarmente
del ejército del Norte. Las fuerzas del marqués eran reclutadas entre la población
local (indígena), de la que desconfiaba. En 1816, le escribe a Güemes:
Tú debes creer que todos los indios son nuestros enemigos; y que éstos se hallan convirtién-
dose al enemigo de bomberos. A uno de ellos que pillaron mis avanzadas que ha sido Eusebio
Vilca, ayer lo pasé por las armas, basta de contemplaciones, ya es preciso rigor porque de lo
contrario nos veremos perdidos.28
Bien pasado por las armas el indio Vilca y su suerte sigan cuantos bomberos caigan en tus
manos: el enemigo nos enseña el camino y ya es preciso que nos hagamos respetar y temer.
Ojalá limpiemos toda esa cizaña, remitiendo a Salta cuando menos a todos los indios sospe-
chosos, con sus mujeres y familias para darles un destino en que sean útiles y no nos
perjudiquen.29
La visión sobre los indios que tenía el entonces joven oficial del Ejército del
Norte José María Paz era mucho más radical que la del marqués. En sus memo-
rias recuerda que:
Habíamos llegado a la avanzada y conversando con el oficial que la mandaba hacíamos los
últimos aprestos para seguir nuestro proyectado viaje a Challapata, cuando trajeron un indio
que dijo que el enemigo venía por el camino de Oruro. Se despreció completamente la noticia
del indio, porque, efectivamente, acostumbraban a mentir mucho y engañarnos todos los
días. [...] Apenas habrían pasado cinco o seis minutos, cuando los centinelas avanzados
anunciaron la presencia del enemigo, por el mismo camino de Oruro. [p. 91]
He olvidado decir que aunque no se habían reunido las fuerzas de Cochabamba, lo habían
hecho dos o cuatro mil indios desarmados y sin la menor organización, instrucción ni
disciplina. De estos indios, una parte fue destinada a arrastrar los cañones a falta de bestias
de tiro, y la mayor se colocó en las alturas que rodean el campo, para ser meros espectadores
de la batalla. Éstos no podían ser de la menor utilidad, y sin duda el objeto del general
Belgrano sólo fue de asociarlos en cierto modo a nuestros peligros y a nuestra gloria; pero los
que fueron destinados a arrastrar los cañones fueron positivamente perjudiciales. Al primer
disparo del enemigo y aún quizás de nuestras mismas piezas, cayeron por tierra pegando el
rostro y el vientre en el suelo y comprimiéndose cuanto les era posible para presentar menos
volumen; si les hubiera sido dado a cada uno cavar un pozo para enterrarse, lo hubieran
hecho, y hubiera sido mejor porque habrían quitado de la vista del soldado un objeto tan
disgustante.30 [p. 108]
la causa la ignoro porque comen bien, son socorridos semanalmente con dos reales, a nadie
se le maltrata, infiero que los indios son de la calidad de las golondrinas, que en llegando el
invierno buscan mejores temperamentos.31
Nuestros comerciantes son tan pobres diablos como nuestros hacendados; todo es miseria.
V. sabe que los caudales estuvieron en los europeos y que nuestros paisanos ahora empie-
zan; si les quitamos las alas antes de que crezcan, los dejaremos sin poder volar y por
consiguiente sin que nos puedan servir para lo sucesivo. Por otra parte, éste ni es comercio
ni merece semejante nombre, son unos vendedores a un pueblo pobre y miserable, cuyas
agendas están reducidas a hacer pan y empanadas, las que cesan cuando el pobre diablo del
ejército no tiene medio; lo que le sucede muy a menudo.34
32 Viviana Conti ha sido quien más profundizó en estos temas. Cfr. entre otros “Una periferia del
espacio mercantil andino: el norte argentino en el siglo XIX”, en: Avances de investigación en
Historia y Antropología, Salta, UNSa, 1989; “Articulación económica en los Andes Centromeridionales
(siglo XIX)”, en: Anuario de Estudios Americanos, XLVI, Sevilla, 1989; “Espacio económico y
economías regionales. El caso del Norte Argentino y su inserción en el área andina en el siglo XIX”,
en: Proyecto NOA N° 1, Sevilla, 1992.
33 Epistolario Belgraniano, citado, carta de Belgrano a Güemes, Tucumán, 22 de noviembre de
1816, p. 488. Rondeau curiosamente describe un panorama diferente, muy positivo, quizás por el tipo
de fuentes consultada (de carácter oficial) o quizás, porque “era de una bondad que rayaba en inepcia,
para el manejo de los negocios arduos de un ejército destinado a la guerra, en que el rival, Pezuela, había
demostrado tener habilidad y poder para causar severas derrotas” en palabras de Carrillo. Joaquín
Carrillo, Jujui. Provincia Federal Argentina. Apuntes de su historia civil (con muchos documentos).
Reimpresión facsimilar Jujuy, UNJu, 1989 [1877], p. 170. O quizás, finalmente, por la extrema igno-
rancia que tenía de lo que sucedía en la región, según los testimonios de Paz y otros militares, y por lo
que se desprende de la lectura de sus informes. Cfr. “Autobiografía del brigadier general don José
Rondeau”, en Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la historia argentina. Tomo
II. Autobiografías. Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960, pp. 1781-1842.
34 Epistolario Belgraniano, Tucumán, 14 de abril de 1817, p. 529.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 21
forma de tributo. Fue una realidad que hizo difícil aplicar las medidas pensadas en
otros contextos, como por ejemplo la abolición del tributo o la igualdad de los indios.
Es en este contexto que transita un ejército que reproduce estos conflictos,
que desprecia pero que a la vez necesita de los hombres y recursos locales. Aun el
marqués, que no venía de otra región sino que había vivido largamente en la Puna
y que conocía a la población, consideraba a los indios como dignos de poca
confianza, potenciales traidores. Y ni hablar de otros oficiales como Paz, que
pensaba que se los podía usar como bestias de carga, a falta de mulas, y que eran
cobardes, indisciplinados y taimados.
Se trató, además, de una larga guerra que afectó profundamente las bases
económicas, que requirió constantemente de hombres, ganados, pastos, dinero.
Sus consecuencias serán objeto de un apartado posterior.
35 Clemente Basile, Una guerra poco conocida, Jujuy, UNJu, 1993, apéndice 70, pp. 193-194,
tomo II.
22 RAQUEL GIL MONTERO
Las hostilidades continuaron hasta la caída del mariscal Santa Cruz (que go-
bernaba la Confederación) en febrero de 1839. El final de la guerra se debió a una
conjunción de motivos que relataremos brevemente. Hacia fines de 1838 se inició,
en Buenos Aires, el bloqueo francés que continuó a comienzos de 1839 afectando
seriamente la economía rioplatense, lo que disminuyó aún más los aportes de
Buenos Aires para el financiamiento de la guerra. Alejandro Heredia ya venía recla-
mando un mayor apoyo de las demás provincias, ya que les estaba costando
demasiado a las tres provincias del norte, sin conseguir demasiado. Como conse-
cuencia de las derrotas de Coyambuyo y de Iruya, se replegó primero a Jujuy y,
más tarde, a Tucumán, desmovilizando a las milicias.
El 12 de noviembre de 1838, Alejandro Heredia fue asesinado, lo que desen-
cadenó una rebelión en Jujuy que depuso a Alemán, y otra en Salta que hizo lo
mismo con Felipe Heredia. La guerra había afectado profundamente las econo-
mías provinciales y se consideraba muy difícil el cuidado de la frontera con
Bolivia. En ese momento la coyuntura ayudó a la firma de un tratado de paz
ventajoso para la actual Argentina, pues Santa Cruz estaba afectado por conflic-
tos internos y externos. El “conquistador ridículo”, como era estigmatizado el
mariscal por la sociedad limeña que lo odiaba más por ser mestizo que por ser
boliviano,36 cayó en enero de 1839, vencido por el ejército chileno, y poco más
tarde comenzaron las negociaciones de paz con el general Miguel de Velazco,
que se había sublevado contra Santa Cruz, al sur de Bolivia. El territorio de la
Puna fue devuelto en marzo de 1839.37
Si recordamos lo dicho para las guerras de independencia, es evidente que
estamos ante dos guerras diferentes, no sólo por las motivaciones y el contexto
político general, sino además por la duración y el impacto regional. Sin embargo,
hay algunas semejanzas muy significativas, sobre todo si las pensamos desde la
perspectiva de la Puna.
Entre las semejanzas nos interesa destacar la composición de los ejércitos que
actuaron en la guerra, las estrategias militares adoptadas en el territorio y, final-
mente, la visión que se tenía de los indios. Nos detendremos en estas semejanzas
a continuación.
“pillarla a bola”.38 Como en las guerras de independencia, las fuerzas militares llegaron
de afuera, se asentaron y demandaron alimentos y pasturas para los animales.39
La única mención que conocemos de un grupo reclutado dentro de la región es
del comienzo de las hostilidades. En julio de1836, ante la amenaza de la ocupación de
la Puna por una veintena de hombres llegados de Bolivia, Alemán crea cinco regi-
mientos y tres batallones y Heredia dispone la presencia de tropas en los puntos de
Yavi, La Quiaca, Santa Catalina, San Juan y otros puntos de la Puna como defensa.
De estas fuerzas, sólo un regimiento y un batallón estaban compuestos por puneños.
La composición del Batallón Dorrego (tres compañías), con tropas de Rinconada y
Santa Catalina, oscilaba entre 95 y 118 soldados hacia fines de 1836.40 Salvo esta
mención, durante el resto de la guerra no se habla más de estos grupos de puneños.
Hemos señalado que la sociedad de la Puna tenía más semejanzas con la de sus
compartes de Chichas y Lípez que con gran parte de lo que luego sería la Argentina.
Su situación, sin embargo, fue muy diferente y fueron justamente estas diferencias
las que pudieron haber operado como elementos de atracción para que los habitan-
tes de la Puna se volcaran por la anexión a Bolivia. Por ejemplo, durante la guerra, un
grupo de indígenas de la Puna de Jujuy, acudió al Gobernador de Lípez:
[pidiendo] licencia a nombre de nuestros compartes que componen Río S. Juan, Granados y
Antiquijos para agregarse a esta provincia y seguir pagando con nuestra contribución que es
de nuestro deber y es de nuestra entera voluntad.41
Para Platt había en Bolivia una relación estrecha entre tributos y derechos
sobre el uso de la tierra.42 Lo que puede haber pasado es que el ofrecimiento de
38 Andrés Fidalgo, ¿De quién es la Puna?, Jujuy, edición del autor, 1988, p. 15.
39 Esta situación establece una interesante diferencia con Salta, por ejemplo, donde las milicias
que luchaban provenían de la misma región y defendían sus tierras.
40 Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, en adelante AHPJ, Caja 1836-2, Rinconada y
Puna de Jujuy. Confróntese Tristan Platt, Estado boliviano..., citado, fundamentalmente caps. 1 y 2.
24 RAQUEL GIL MONTERO
pago de tributo a cambio de la tierra haya sido la manera de “tentar” a los puneños,
quienes, justamente, no tenían tierras.
En la actual Argentina no hubo una política central destinada a resolver el
“problema indígena” (extinción de las encomiendas, propiedad de las tierras de
comunidad, pago del tributo), sino que cada provincia tuvo que decidir lo que
haría. En el caso particular de la Puna, sólo poco más de un tercio habían sido
indios “originarios con tierras”, mientras los demás eran “forasteros sin tierras”.
Y si bien, teóricamente, los primeros deberían haber tenido derechos sobre sus
tierras, los descendientes del marqués transformaron el tributo en arriendo, de
manera tal que la relación con la tierra de los indígenas de la Puna se consolidó
hacia lo precario.43
Uno de los principales enemigos era el propietario de una hacienda que ya
mencionamos con anterioridad, la del marquesado del Valle de Tojo. Las tierras del
antiguo marquesado quedaron a uno y otro lado de la frontera internacional y el
sucesor de Campero, que vivía en Bolivia, cobraba los arriendos a quienes resi-
dían en sus propiedades jujeñas. El arriendo había reemplazado el pago del tributo,
en el caso de los antiguos encomendados del marqués.
Del mismo modo que durante las guerras de independencia con otros grupos
subalternos, las acciones realizadas para ganar el apoyo de los puneños estuvieron
siempre vinculadas a la suspensión del pago de los arriendos de aquellos que
participaran de las milicias o de los de sus familiares.44 Así, en 1837 Alejandro
Heredia, nombrado “Protector de Jujuy”, eximió del pago de los arriendos a todo
aquel habitante de los cuatro curatos de la Puna que sirviera en las milicias provin-
ciales e hizo extensivo este beneficio a los padres de los milicianos. Para Pavoni, si
bien los considerandos del decreto señalaban razones de justicia, lo principal es
que Heredia consideraba al sucesor de Campero como un aliado del mariscal San-
ta Cruz –que gobernaba la Confederación Peruano-boliviana–, y pensaba que con
esta medida se vería perjudicado.45 El oficio que Alemán le dirige a Rosas dice:
durante el gobierno de Güemes y continuó siendo tema de grandes debates tras su muerte. Poco a poco
las elites fueron restringiendo las atribuciones dadas a los milicianos en las guerras de independencia,
entre ellas el fuero militar y la excepción del pago de arriendo. Cfr. Gustavo Paz, Province and
Nation..., citado, especialmente caps. 4 y 5. Lo que antes había sido un derecho más generalizado, en
esta circunstancia se otorgaba en medio de restricciones crecientes y, sobre todo, de oposición por
parte de las elites.
45 Norma Pavoni, El Noroeste argentino en la época de Alejandro Heredia, Tucumán, Edicio-
nes Fundación Banco Comercial del Norte, Colección Historia, 1981, tomo II, p. 137, especialmente
capítulo III, tomo II. Confróntese también Archivo Histórico de Tucumán, en adelante AHT, Adminis-
trativo, volumen 46, Tucumán, 18 de abril de 1838, folio 388.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 25
Don Fernando Campero conocido por el marqués de Tojo, que nominalmente conserva el
extinguido título de Castilla, sirve en la vanguardia y es decidido enemigo de la República
Argentina, propietario de una parte considerable de terrenos en la Puna, a quien los naturales
contribuyen con sus arriendos en la cantidad anual de cinco a seis mil pesos. Lisonjeados los
milicianos con la promesa de Campero sostenida con la indemnización del gobierno de
Bolivia, era de recelar puedan ganar algún extravío en la voluntad y adhesión de nuestros
milicianos de la Puna. En este conflicto, y aconsejado de los sucesos, no cabía otro remedio
que anticiparme a prevenir el golpe que nos preparaba Campero, ganándose a los naturales
sus arrenderos para que vueltos contra nosotros sirviesen a las miras del general Santa Cruz.
Una pérdida semejante importaría a la República la falta de unos hombres, los más a propó-
sito para las armas en clase de infantes, pues sus naturales aptitudes los llama necesariamen-
te a ocuparse con utilidad en este servicio, y su número de más de cuatrocientos arrenderos
de Campero, no era de exponerlo a una pérdida sensible por defecto de arbitrios, que
conserven de nuestra parte brazos tan aparentes para la defensa.46
Esta guerra que esas provincias hicieron siempre con habilidad y con brío sabe S. E. que es
la más propia de la milicia tanto por el conocimiento práctico de las localidades cuanto que
la manera de sus operaciones no puede estar sometida a la austeridad de la disciplina militar;
privar al enemigo de todo género de subsistencia y movilidad, sorprender sus caballadas,
acechar sus movimientos, caer sobre las partidas que se alejen del ejército, mantener a éste
día y noche en continuas alarmas y evitar encuentros desiguales es el servicio más importan-
te de los milicianos.47
46 Norma Pavoni, El noroeste argentino..., citado, tomo II, p. 138. El decreto lleva fecha 11 de
mayo de 1837.
47 AHT, Administrativo, volumen 51, 10 de abril de 1838.
26 RAQUEL GIL MONTERO
Nada es más conveniente en el día por una multitud de circunstancias que separar del
contacto y comunicaciones a los habitantes del territorio de la Puna con los de Bolivia. La
campaña se abre y se trata de evitar los males que nos puedan causar las relaciones de
amistad, de familia y de comercio entre unos y otros. Después de mandar V. S. el número de
hombres que falta al completo de los 300 pedidos, ordenará una retirada de esos habitantes
y sus ganados de toda especie.49
c) La visión del indio. Hemos visto brevemente que se los seguía viendo a los
indígenas de la Puna como potenciales traidores, visión que se traslada a la pobla-
ción boliviana de esta ascendencia.
Así como se sospechaba que los bolivianos habían “tentado” a los puneños
para que adhirieran a la causa de Santa Cruz, Alejandro Heredia tenía el plan de
atraer a los ciudadanos de aquel país e inducirlos a formar parte de la actual
Argentina. Sin embargo, la desconfianza tenida para con los puneños era extensi-
va a muchos de los indios residentes en Bolivia. Cuando le transmitió su idea a
Felipe Arana y a Rosas (1837), este último le respondió que de todos los bolivia-
nos convenía atraer a un grupo, el
que existe desde la cuesta de Quirve para acá [se refiere a Tarija y Chichas], cuya principal
ocupación en un comercio franco será como era antes, el de la arriería, y que por el continuo
contacto de comunicación con las Provincias de Salta y Jujuy por su carácter más desenvuel-
to y que por haber en ellas más gente blanca que en lo interior de Bolivia, guarda más
analogía de carácter y de costumbre con nuestra población que con la de Potosí y Chuquisaca.50
48 Éste no era sólo un problema de los puneños; Belgrano tuvo que obligar a los jujeños a realizar
el éxodo porque también en la ciudad se mantenían relaciones familiares y comerciales con los
habitantes del Alto Perú. Recordemos que pasaba lo mismo en Salta, según las palabras de Medinacelli,
citadas en páginas anteriores.
49 AHT , Administrativo, volumen 47, Jujuy, 13 de julio de 1837, Pablo Alemán al teniente
gobernador de la Puna.
50 Basile, Una guerra poco conocida, citado, p. 94. La bastardilla es nuestra.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 27
para liberar a los países de los españoles y no se lo habían reconocido. Por ello
sostiene que los habitantes de más allá de la cuesta de Quirve:
Una de las semejanzas más importantes entre las dos guerras es la de las conse-
cuencias que ellas tuvieron para la región. Éste es el tema del siguiente apartado.
realidad demográfica incuestionable: mientras los actuales Sud Lípez, Sud Chichas
u Omiste, las tres provincias limítrofes con la Puna, tenían una composición de su
población muy semejante a lo que era el resto de Bolivia, la Puna, en cambio,
estaba en una posición absolutamente diferente del promedio de lo que después
sería la Argentina. Su situación fue entonces mucho más parecida a la de casi
cualquier parte de Bolivia que a la del resto de las provincias argentinas, pero las
decisiones se tomaban de este lado de la frontera.
En este apartado nos concentraremos en dos de las principales consecuencias
que tuvieron las guerras: las económicas y las sociales.
La presencia del ejército en un lugar implica su manutención, la suspensión de
las actividades productivas, levas y persecuciones y muchas veces directamente
la destrucción de los medios de producción.52 La guerra requiere incesantemente
hombres, metálico, alimentos, armas y ganado.
Por las anotaciones de los curas podemos observar, aun a pesar de la escasez
de fuentes demográficas, que si bien la cantidad de puneños muertos estrictamen-
te por los ejércitos no fue tan elevada (apenas hay tres menciones), el problema
mayor radicó en la presencia de la guerra en el territorio, que obligaba a la gente a
emigrar y por ello a abandonar su producción.53
Una parte importante de la estrategia utilizada durante las guerras de indepen-
dencia para combatir al ejército realista era la llamada guerra de recursos que
consistía en retirar todo y sólo presentar batalla cuando no quedaba otro remedio.
Esto afectaba directamente a la población, situación a la que se sumaban las entra-
das de “los chichas” a la región y los robos que sufrían por parte de los oficiales
“patriotas”.54 En mayo de 1816, el marqués le comenta a Güemes que Olañeta
estaba asentado en Yavi:
Ignoro con qué designios pero me parece que sea con el de correr estos campos por hacerse
de ganado.55
52 La expresión, en este sentido, de un sargento que se estaba replegando después de la derrota de Sipe
Sipe, es muy elocuente. Dice Villanueva: “Íbamos felizmente por un camino poco frecuentado por los
ejércitos, por lo que abundaban los recursos”. Sargento Mayor Nicolás Villanueva, “Memoria sobre la
campaña de Sipe Sipe. 1811-1816”, en Biblioteca de Mayo..., citada, pp. 2071-2092. La cita en p. 2088.
53 En 1816, en el libro I de Defunciones de Rinconada, el cura señala que: “Por los peligros que
tenía a la vista ocasionados de la guerra, nada practicó en su ministerio y sólo se presentó una lista de
personas que se han sepultado en la que no constan los nombres ni apellidos, pero esto es inaveriguable
a causa de haber emigrado toda la feligresía a largas distancias, se sientan las partidas como se las
han encontrado”. La bastardilla es nuestra.
54 Un ejemplo de ello se puede observar en AHPS, cartas del Marqués a Güemes, Casabindo, 19 de
febrero de 1816. Los robos de los oficiales los denuncia el Marqués en su carta del 14 de febrero de
1816. Cfr. también AHPS, cartas del Marqués a Güemes, Casabindo, 14 de mayo de 1816.
55 AHPS, cartas del Marqués a Güemes, Casabindo, 14 de mayo de 1816.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 29
Este día [5 de mayo de 1817] llegó de vuelta a Jujuy el cuartel general y tropas que se
adelantaron hasta Salta, pues fue imposible subsistir por falta de víveres, y escaseando
absolutamente muchos artículos aun en Jujuy, determinó el general en jefe volver a situar el
ejército en sus antiguas posiciones de Yavi, Suipacha y Tupiza, donde estableció su cuartel
general; esta marcha retrógada ha sido una de las más penosas que pueda inferirse por la
suma escasez de alimentos y la caballería y acémilas de carga se destruyeron enteramente
por la total falta de pastos en la estación avanzada del mes de mayo.57
fue advertida por Tulio Halperin Donghi en su Historia Contemporánea..., citada, p. 104.
57 Mendizábal, Guerra de la América del Sur..., citado, p. 132.
30 RAQUEL GIL MONTERO
debido pesar en forma muy significativa, entre otras cosas, porque en un medio
ambiente como el de la Puna de lenta recuperación, reponerse de catorce años de
saqueos no debió ser tarea sencilla.
La sociedad estamental colonial, definida por la “calidad” de sus integrantes,
calidad que era prácticamente un sinónimo de etnia en las regiones como la nues-
tra, tenía raíces profundas. Los intentos rioplatenses por cambiar los legados
coloniales tuvieron sus límites claros y estuvieron directamente relacionados con
los intereses de las autoridades que tomaban las medidas. Así, para los criollos de
Buenos Aires resultó más fácil hablar de la abolición del tributo y de la libertad de
los indígenas en el Alto Perú o del apoyo de sectores “populares” como los gau-
chos de Güemes en Salta, regiones alejadas de Buenos Aires y con una composi-
ción étnica y social diferente, que tomar medidas tan radicales en los espacios
controlados por ellos, como se pudo ver en la actitud tomada contra Artigas.58
Por su parte, los criollos salteños o jujeños no fueron sólo actores pasivos de
las medidas porteñas. Aun cuando se los instara a abandonar ciertos aspectos de
su relación con los subordinados, sólo se tomaron las medidas consideradas ade-
cuadas a las circunstancias. Cuando en 1811 se envió a los cabildos la orden de
liberar a los sirvientes que denunciaran a sus amos si éstos ocultaban armas, en
Jujuy se decidió no publicar el bando porque no era conveniente.
Teniendo en consideración que esta ciudad está en el paso preciso de los desertores que
cada día regresan fugitivos del ejército y necesitan para sustraerse del castigo poner en
ejecución todos los delitos, matando si es preciso, robando y destruyendo cuanto pueden.
Que es el punto de reunión de Tucumanos, troperos y carreteros y de la gente de arriba
[...] con la irresistible dificultad de tener dentro de nosotros mismos a los enemigos de
nuestra frontera [...] El pueblo es uno en sus sentimientos, nada hay que recelar de él
contra la pública seguridad. En circunstancias que se creen tan críticas, sería la total ruina
de estos pueblos introducir un contagio tan fatal como el de la infidencia de los criados
para con sus amos.59
Otro tema complejo, heredado de la colonia y que estaba siendo debatido, fue
el de los indios, y particularmente las medidas a tomar en relación con la abolición
de los tributos. En este sentido la situación de Jujuy era significativamente diferen-
te a cualquier otra provincia de la actual Argentina ya que desde fines del siglo
XVIII –en parte como consecuencia de las Reformas Borbónicas y de sus inten-
tos por mejorar la recaudación–, se puso de manifiesto que la población indígena
de la Puna era la más numerosa del Tucumán colonial. Allí se concentraba aproxi-
madamente un 64% de la población total de la actual provincia de Jujuy, de los que
Las personas avecindadas radicalmente en los cuatro departamentos comprensivos del terri-
torio de la Puna, que voluntariamente quieran ser excepcionados del enrolamiento de los
Milicianos de la Provincia, pagarán en clase de contribución directa para sostén del Estado,
un canon anual que no excederá de tres pesos por persona.63
60 Raquel Gil Montero, Familia campesina andina. Entre la colonia y el nuevo Estado indepen-
diente en formación. Tesis doctoral presentada en la Universidad Nacional de Córdoba, inédita, junio
de 1999. Especialmente cap. 7.
61 Para el tema de los arriendos confróntese, entre otros, Guillermo Madrazo, Hacienda y enco-
mienda en los Andes. La puna argentina bajo el marquesado de Tojo. Siglos XVII a XIX, Buenos Aires,
Fondo Editorial, 1982. Gustavo Paz, “Indígenas y terratenientes. Control de tierras y conflicto en la
Puna de Jujuy a fines del siglo XIX”, Cuadernos de Ecira n° 2, Tilcara, Jujuy, 1988. Gustavo Paz,
“Tierra y resistencia campesina en el noroeste argentino. La Puna de Jujuy, 1875-1910”, en: Barragán,
Cajías y Qayum, El siglo XIX. Bolivia y América Latina, La Paz, IFEA, 1997, pp. 509-531.
62 Un análisis pormenorizado acerca de la abolición de los tributos, en Gastón Gabriel Doucet, “La
abolición del tributo indígena en las provincias del Río de la Plata: indagaciones en torno a un tema mal
conocido”, en: Revista Historia del Derecho, 21, Buenos Aires, 1993; también por David Bushnell, “La
política indígena de Jujuy en época de Rosas”, en: Revista Historia del Derecho, n° 25, Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1997, pp 59-84; “The Indian Policy of Jujuy
Province” en: The Americas, 55:4, abril de 1999, pp. 579-600. Si bien el trabajo de Doucet es para todo
el territorio del Río de la Plata, hay una especial referencia a lo ocurrido en las provincias del norte.
63 Eugenio Tello, Compilación de leyes y decretos de la Provincia de Jujuy, tomo I, Jujuy,
eran declarados como tales por “voluntad de los indicados, [a pesar de] que hay
entre los contribuyentes algunos individuos que no pueden llenar sus compromi-
sos”.64 Según el padrón, de 210 varones adultos que residían en ese departamen-
to, 177 deseaban ser contribuyentes y 33 milicianos; estos últimos eran “Don”,
alcaldes y otros indígenas concentrados sobre todo (aunque no únicamente) en el
pueblo, en Tafna (la viceparroquia) y en Yoscaba.
El monto que implicó esta contribución para el Estado provincial osciló entre
el 20% y el 25% de sus ingresos totales, aunque decayó en los años anteriores a
1851.65 En el debate parlamentario sobre su derogación, quienes estaban en con-
tra de la continuidad del tributo (importante para las necesidades del fisco) argu-
mentaban que los indígenas habían contribuido ocho veces más de lo que había
valido su cuota proporcional de servicio miliciano, sin recibir a cambio ni una
escuela.66 José María Uriburu, diputado por Cochinoca, fundamentaba su pedido
de derogación en:
el estado de miseria en que se hallan aquellos indígenas [...] que siendo casi todos de la clase
pastoril, y tan calamitosas las estaciones de los años últimos, no contando con otro recurso
que el de las cortas crías de ganado lanar y su trabajo personal, reducidos a un estado de
absoluta insolvencia, se experimentaba una grande emigración, dejando la Puna desierta se
van a Bolivia y a los valles Calchaquí en la Provincia de Salta o se vienen a la quebrada de
Humahuaca, como único recurso que han tocado para evadirse de tal pecho o contribución.67
cursivas son nuestras. La emigración, según Carrillo, contribuyó a la caída de la población de la Puna
en la década de 1840 que fue de un 2,5%. Cfr. Joaquín Carrillo, Descripción brevísima de Jujuy,
Provincia de la República Argentina, Jujuy, UNJu, 1988 [1889], p. 186.
GUERRAS, HOMBRES Y GANADOS EN LA PUNA DE JUJUY 33
eran florecientes sino que además no prestaban ningún servicio a la provincia, por
lo cual resultaba justo que contribuyeran a las decaídas arcas del gobierno. La ley
del 14 de febrero de 1851 derogó el “tributo personal en los cuatro departamentos
de la Puna [...] desde el día 1º de enero de 1852”.68 En 1853 vuelve a discutirse
este impuesto pero bajo el nombre de “contribución indigenal”, con el argumento
de que la derogación anterior había sido impulsada sólo por dos de los miembros
de la Legislatura (los dos representantes de la Puna); pero a pesar de ser aprobada,
la ley no tuvo efecto.
El tema de los tributos fue largamente discutido allí donde eran importantes
como parte del ingreso fiscal –era el caso de Jujuy–, donde, como ya vimos, la
población indígena era significativa, situación que puso de manifiesto su impor-
tancia para los ingresos del Estado provincial. Ésta no era, sin embargo, la com-
posición étnica de muchas de las demás provincias.
Consideramos que este impuesto fue, en parte, consecuencia de las guerras
en las que los puneños fueron vistos como personas dignas de poca confianza por
su condición de indios, que no sólo fueron considerados, con frecuencia, traido-
res y espías sino que además se pensaba que no habían hecho nada. Esto generó
lo que vimos en los debates legislativos reseñados: si los indígenas de la Puna no
son milicianos, es decir, no colaboran con la patria, y encima son traidores porque
quisieron entregar la Puna a los bolivianos, por lo menos que paguen impuesto ya
que, además, pueden. Para los indígenas, por otro lado, era preferible el impuesto
a las milicias, tal como se demuestra en la gran adhesión que hubo a la contribu-
ción, aun cuando se decía que la situación económica no ayudaba.
Este “pacto” del Estado con los indígenas marca una importante diferencia
con lo ocurrido del otro lado de la frontera, puesto que estaba relacionado con el
enrolamiento, tema que fue altamente conflictivo en las dos grandes guerras que
tuvieron lugar en la región, y no hacía referencia a la tierra ni reconocía derecho
alguno, como sí ocurrió en parte del territorio de la actual Bolivia.69
En las primeras décadas de la independencia se redefinió la relación de los
indígenas con el Estado; así, todos ellos serán categorizados como “milicianos” o
“contribuyentes” según haya sido su opción, hacia la década de 1840. Esta situa-
ción los diferencia de los demás habitantes de la provincia. Uno podría plantear
que esta diferencia en realidad es positiva, desde el momento en que tienen una
alternativa, cosa que no les pasaba a los demás. La alternativa se planteó en tanto
el ingreso fue significativo para el Estado y estuvo claramente asentado sobre
bases pragmáticas: mucha población y facilidad de recaudación ya que había sido
una larga tradición. Lo cierto es que en este hecho se puede analizar una situación
ambigua, en la que desde el gobierno central se define una teórica igualdad ante la
ley, pero una igualdad que está limitada en cada lugar según la composición social
y, seguramente, los poderes de negociación de los diferentes actores.
CONCLUSIONES
los puneños. Compartían esta situación, además, con los territorios fronterizos de
la actual Bolivia, que presentaban una realidad muy semejante a la descripta.
Si volvemos a nuestro interés inicial, que es explicar la reversión de las ten-
dencias demográficas en la Puna de Jujuy, que la llevaron de ser el espacio más
poblado de la actual provincia a ser expulsora de población, la clave está en el
comienzo de una situación de precariedad que no se atenuó, sino, por el contrario,
se agravó con el tiempo. Sobre esta población afectada severamente por la guerra,
se impuso un fuerte peso tributario. Hemos señalado, además, que es una región
que se recupera lentamente por sus condiciones ecológicas. Quizás esta recupera-
ción hubiera sido posible en circunstancias favorables, que no fueron las que
encontramos en la Puna de Jujuy. Pensamos que parte de la explicación de esta
carencia de apoyo radica en la condición étnica de la población: los “problemas”
heredados de la colonia se resolvieron en forma favorable al incremento de la
precariedad de estos indígenas, fundamental aunque no únicamente con respecto
a la propiedad de la tierra.
En los debates de la Legislatura Provincial en torno a los tributos, se puso de
manifiesto lo que las autoridades consideraban acerca de la población: eran relati-
vamente ricos (al menos en comparación con otros indígenas de la provincia),
pero sobre todo no habían colaborado como milicianos en las guerras. La “cola-
boración”, sin embargo, existió aunque nunca fue reconocida ya que consistió,
fundamentalmente, en ganado robado a los pastores de la Puna y el usufructo de
sus escasos pastos.
No pensamos que los puneños hayan sido víctimas pasivas de los ejércitos,
sino más bien que vivieron una situación como la descripta por Guy de Maupassant,
de habitantes de una región escenario de guerras cuyos objetivos no les pertene-
cían (o no los conocían, según la opinión de Belgrano, también del epígrafe).
Tampoco pensamos que hayan actuado en forma masiva y homogénea. Hemos
visto que el marqués se quejaba de indígenas que claramente tomaron partido por el
ejército realista; también que había algunos que deseaban pasar a tributar a Bolivia
por las ventajas que se les ofrecía; otros que emigraron frente a los conflictos o que
participaron de la defensa organizada por el marqués o en el grupo de Angélicos
realistas. Quizás, en lo único que se igualaron fue en las consecuencias de las gue-
rras: todos perdieron, aun los supuestos integrantes del equipo vencedor.
36 RAQUEL GIL MONTERO
RESUMEN
ABSTRACT
The main objective of this article is to study the strategies of war, and their economical
and social consequences for the population living in the territory in which the battles
were fought, and where the army established its encampments. We analyze the
independence struggles (1810-1825) and the war against the Peruvian and Bolivian
Confederation (1836-1839). In earlier investigations, we have noted that the begining of
the nineteenth century ushered in a long period of crisis reflected in the composition of
the population and in its rate of increase. The current work helps to explain these changes.
Key words: Independence war - War against the Peruvian and Bolivian Confederation
- Puna de Jujuy - native peoples - war for resources - Population changes
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”
Tercera serie, núm. 25
37
38 JUAN MANUEL PALACIO
1 Graciela Malgesini, “La historia rural pampeana del siglo XX: tendencias historiográficas argen-
tinas de los últimos treinta años”, Revista Interamericana de Bibliografía, 40:4, 1990; Eduardo José
Míguez, “La expansión agraria de la Pampa Húmeda (1850-1914): tendencias recientes de su análisis
histórico”, Anuario IEHS, 1, 1986; Hilda Sabato, “La cuestión agraria pampeana: un debate inconclu-
so”, Desarrollo Económico 106, 1987; idem, “Estructura productiva e ineficiencia del agro pampeano,
1850-1950: un siglo de historia en debate”, en Marta Bonaudo y Alfredo Pucciarelli (coords.), La
problemática agraria: nuevas aproximaciones, Buenos Aires, CEAL, 1993, vol. 3, pp. 7-50.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 39
2 Jaime Fuchs, Argentina, su desarrollo capitalista, Buenos Aires, Cartago, 1965; Horacio
Giberti, El desarrollo agrario argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1964; Mauricio Lebedinsky, Estruc-
tura de la ganadería, Buenos Aires, Quipo, 1967; James R. Scobie, Revolución en las Pampas.
Historia social del trigo argentino, 1860-1910, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968.
3 Entre otros, Guillermo Flichman, La renta del suelo y el desarrollo agrario argentino, Buenos
Aires, Siglo XXI, 1977; Jorge F. Sábato, La clase dominante en la formación de la Argentina
moderna, Buenos Aires, CISEA-GEL, 1987. Esta visión coincidía con la anterior en que esta fórmula,
económicamente sensata en el corto plazo, iba a estar sin embargo en la base del estancamiento
productivo de la región pampeana en la segunda posguerra, en tanto operó como un desestímulo
estructural para la necesaria innovación tecnológica. En el largo plazo, se tradujo en un retraso
tecnológico de nuestros productores respecto de sus competidores en el mercado mundial, que aún
hoy es difícil de salvar.
4 Véase entre otros, Juan L. Tenembaum, Orientación económica de la agricultura argentina,
Buenos Aires, Losada, 1946; Horacio Giberti, El desarrollo agrario argentino, Buenos Aires, Eudeba,
1964; James R. Scobie, Revolución...
40 JUAN MANUEL PALACIO
por lo elevado de los precios,5 tuvo que resignarse a ser arrendatario. Pero ade-
más, la vida agrícola era inherentemente inestable y transitoria porque estaba atrapa-
da dentro de las estancias y su lógica subordinada a la de la ganadería, que era la
actividad dominante en esos establecimientos. Y era esa inestabilidad la que deter-
minaba todo lo demás: el aislamiento del agricultor, que conspiró contra “un am-
biente” agrícola; la falta de inversión en su empresa, que conspiró contra su pro-
greso; la pobreza de su vida, que lo llevaba a vivir en viviendas precarias y a tener
una dieta deficiente; el monocultivo del trigo, que lo exponía a mayores riesgos,
jugándose a todo o nada en cada cosecha.6
Visiones posteriores, más atentas al comportamiento racional capitalista de
los estancieros, sostuvieron que el rol de la agricultura no se limitaba a servir a la
ganadería, sino que esa actividad representaba un elemento clave en las estrategias
de diversificación de inversiones y riesgos por parte de los ganaderos pampeanos.
La inclusión de arrendatarios en las estancias les proveía no sólo el forraje necesa-
rio para la invernada, sino también una actividad productiva alternativa, sin tener
que involucrarse directamente en la más riesgosa actividad agrícola.7
Esta visión, a su vez, generó una versión más suavizada –si no optimista– del
chacarero pampeano. Si bien, a diferencia de Scobie, el interés central de estos
trabajos no residía tanto en la identificación y caracterización de los chacareros, lo
cierto es que hacen extensivo a estos sujetos sociales el esquema teórico que
proponen para los grandes terratenientes. Por otra parte, a pesar de ser sólo el
producto de ese deslizamiento, la caracterización teórica del agricultor que resulta
del modelo ha demostrado tener la misma fuerza que el resto de las hipótesis y es
ingrediente fundamental de una imagen un poco optimista de la sociedad pampeana.
Es el resultado del esfuerzo de oponer al mundo rural semifeudal, exageradamente
opresivo y flaco en oportunidades que proponía la historiografía “tradicional”,
uno más moderno y libre, capitalista y móvil.8
Entre los pilares que sostienen esta visión más optimista se encuentra la ca-
racterización del chacarero pampeano como un empresario guiado por una estric-
ta racionalidad capitalista. Lejos del modesto campesino coartado en sus liberta-
des y sujeto a condiciones penosas de producción que parecía proponer como
imagen la visión tradicional, el chacarero se presentaba ahora como un empresario
rural, que tomaba decisiones libres sobre la mejor estrategia productiva para sus
empresas y hacía un uso económicamente racional de los factores de la produc-
ción, buscando maximizar sus ingresos. El mejor ejemplo de ello era el arrenda-
miento de la tierra, que ya no era visto necesariamente como una consecuencia
desgraciada de la concentración de tierras –como sugería la visión tradicional–
sino por el contrario como la opción más racional por parte de los agricultores,
dadas las condiciones del mercado de entonces.
Otro pilar de esta visión optimista es la supuesta ausencia de conflicto social.
Entre los grandes terratenientes y los agricultores –sostienen estos trabajos– no
hubo mayores conflictos de intereses sino un acuerdo fundamental basado en la
mutua conveniencia económica. De hecho, “pocas veces pudo encontrarse una
complementación tan conveniente entre los intereses de las dos partes –en este
caso propietarios y arrendatarios– en un negocio”.9 La ausencia de conflicto en la
región pampeana es prueba de la relación armoniosa que existió entre terratenien-
tes y arrendatarios, pero también –debe leerse– de la relativa prosperidad de am-
bos, que son presentados como socios en un “negocio”.
Bajo este paraguas interpretativo se han escrito en las últimas dos décadas –y
especialmente en la última– un conjunto de buenos trabajos de investigación, algu-
nos de ellos desde perspectivas geográficas o regionales más acotadas, junto a algu-
nos pocos estudios de empresa.10 Estos trabajos, sin que hayan logrado cerrar
Latin American Studies, vol. 22, n° 1, 1990; del mismo autor, Frontier Development: Land, Labor and
Capital on the Wheatlands of Argentina and Canada, 1890-1914, Oxford, Clarendon Press, 1994;
María M. Bjerg y Blanca Zeberio, “Mercados y entramados familiares en las Estancias del sur de la
provincia de Buenos Aires (Argentina) 1900-1930”, en Jorge Gelman, Juan Carlos Garavaglia y Blanca
Zeberio (eds.), Expansión capitalista y transformaciones regionales. Relaciones sociales y empresas
agrarias en la Argentina del siglo XIX (Buenos Aires, La Colmena, 1999), pp. 287-306.
11 A similares conclusiones habían llegado Barsky y Murmis en 1986. Véase Osvaldo Barsky y
Miguel Murmis, Elementos para el análisis de las transformaciones en la región pampeana (Buenos
Aires, CISEA, 1986). De todas maneras, las investigaciones citadas sirvieron para darle una base
empírica más sólida a dichas hipótesis.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 43
12 Véase Juan Manuel Palacio, “¿Revolución en las Pampas?”, Buenos Aires, Desarrollo Eco-
nómico, n° 140, 1996 y el debate que siguió en el número 146 de la misma revista (Eduardo Sartelli,
“¿Revolución en la historiografía pampeana?” y J. M. Palacio, “Sobre chacareros y conflictos
rurales: una respuesta a Eduardo Sartelli”, Buenos Aires, Desarrollo Económico, n° 146, 1997). La
historiografía “tardocolonial” ha indagado con éxito en estas dimensiones del conflicto social en la
campaña. Véase Raúl Fradkin, “Entre la ley y la práctica: la costumbre en la campaña bonaerense de
la primera mitad del siglo XIX”, Tandil, Anuario IEHS, n° 12, 1997; Ricardo Salvatore, “‘El imperio
de la ley’. Delito, Estado y sociedad en la era rosista”, Buenos Aires, Delito y Sociedad, n° 4-5, 1993-
94; Juan Carlos Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz
en Buenos Aires, 1830-1852”, Buenos Aires, Desarrollo Económico, n° 146, 1997.
44 JUAN MANUEL PALACIO
lado, lo hace a través del estudio de un caso –un partido de la provincia de Buenos
Aires que se estudia en detalle– y bajo la óptica del proceso de asentamiento de
sucesivas fronteras. Por fin, el trabajo sostiene que el proceso indisolublemante
ligado de la evolución de la estancia y del arrendamiento agrícola dentro de ella se
dio en la región pampeana, como en el resto de Latinoamérica, en el contexto de
un conflicto estructural entre los intereses de los terratenientes –o de los grandes
arrendatarios, titulares de establecimientos– y los de los medianos y pequeños
arrendatarios y subarrendatarios agrícolas dentro de las estancias. La mejor ex-
presión de este conflicto y de esos actores se dio en el sistema de estancia mixta,
aquel que combinaba la ganadería como actividad dominante en manos de la admi-
nistración de la estancia con la agricultura que se confiaba a medianos y pequeños
arrendatarios. Es por eso que el presente trabajo se limitará al estudio de la evolu-
ción del arrendamiento agrícola dentro de dichas estancias.
Durante el último tercio del siglo XIX, la incorporación de las economías latinoa-
mericanas al mercado mundial supuso una reorganización muchas veces drástica
de los mercados de factores en dichas economías y otra no menos marcada en los
establecimientos productivos. En el caso del mercado de tierras, este proceso se
tradujo en un importante aumento de la oferta, que tuvo diversos orígenes.13 En
primer lugar, el avance de la frontera productiva significó la enajenación de enor-
mes cantidades de tierra pública hasta entonces ociosas, que ahora se introducían
en el mercado. En segundo lugar, tierras en propiedad corporativa en manos de la
Iglesia o de las comunidades indígenas fueron también introducidas al mercado de
la mano de diversas estrategias no siempre inspiradas en la legalidad, que incluye-
ron desde una nueva legislación “liberal” hasta diferentes tipos de expropiaciones
y diversas formas de acción directa.14 Por fin, la tercera modalidad por la cual se
incrementó la oferta de tierras en la segunda mitad del siglo XX fue a través del
proceso conocido como “consolidación de la hacienda”.
Refiere esto al proceso según el cual, como reacción a una demanda
incrementada de alimentos y de ciertos cultivos comerciales (café, azúcar, algo-
dón) se llevó a cabo una reorganización productiva en las haciendas y plantaciones
(ed.), Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, 1991, vol. 7, pp. 1-49.
14 Para las llamadas “reformas liberales”, véase Ciro F. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Historia
15 Jan Bazant, Cinco haciendas mexicanas. Tres siglos de vida rural en San Luis Potosí, México,
El Colegio de México, 1980; idem, “Landlord, labourer, and tenant in San Luis Potosí, northern
Mexico, 1822-1910”, en Kenneth Duncan y Ian Rutledge, Land and Labour in Latin America,
Cambridge, Cambridge University Press, 1977, pp. 59-82; idem, “Peones, arrendatarios y aparceros
en México, 1851-53”, en Enrique Florescano (ed.), Haciendas, latifundios y plantaciones en Amé-
rica Latina, México, FCE, 1975.
46 JUAN MANUEL PALACIO
precios de las rentas.16 Esto derivó, con el tiempo, en que las haciendas pusieran
cada vez más el peso de la relación contractual en el salario y menos en la
relación de arrrendamiento. Para algunos autores, que tomaban como modelo
teórico la literatura europea de la transición, esto representaba un claro ejemplo
del triunfo de la “empresa señorial” sobre la “empresa campesina” en el Valle
Central chileno, y una prueba inequívoca del inexorable proceso de proletarización
del campesinado chileno.17
Otro buen ejemplo del proceso de consolidación de la hacienda lo dan los
contratos de “colonato” en el sudoeste del Estado de São Paulo, por los cuales los
inmigrantes europeos se incorporaron en las haciendas cafetaleras a fines del siglo
XIX. Estos contratos eran en realidad un punto de llegada de un proceso constan-
te de deterioro de condiciones contractuales más generosas de aparcería, con las
que se había iniciado la conquista de las tierras del oeste para la producción.18
Como en el caso de los ejemplos citados arriba, estos contratos también combina-
ban una relación de aparcería con derechos de acceso a parcelas de subsistencia
y un componente salarial para la recolección de la cosecha. Inicialmente, en los
denominados “contratos de formación” esos beneficios marginales eran particu-
larmente generosos, ya que trataban de compensar la baja productividad de la
planta de café durante los primeros años con mejores condiciones en las tierras de
subsistencia.19 Con el tiempo, sin embargo, la consolidación del sistema, conoci-
do como colonato, significó una reducción de esos beneficios marginales y un
aumento del componente salarial en la relación contractual.20
Un elemento clave de estos reacomodamientos en la organización de la ha-
cienda latinoamericana de esos años fue la fragilidad del ambiente contractual y
jurídico en el que se dieron. En efecto, la ausencia de contratos y la invisibilidad de
las relaciones laborales y contractuales estuvieron en la base del proceso y fueron
16 Véase Arnold Bauer, Chilean Rural Society from the Spanish Conquest to 1930, Cambridge,
Cambridge University Press, 1977; idem, “La hacienda ‘El Huique’ en la estructura agraria del Chile
decimonónico”, en Enrique Florescano, Haciendas, latifundios, pp. 393-414; Arnold Bauer y Ann
Hagerman Johnson, “Land and labour in rural Chile, 1850-1935”, en Duncan y Rutledge, Land and
Labour, pp. 83-102
17 Cristobal Kay, “The development of the Chilean Hacienda System, 1850-1973”, en Duncan
y Rutledge, Land and Labour, pp. 103-39; idem, “El desarrollo de la hacienda en Chile”, en C. Kay,
El sistema señorial europeo y la hacienda latinoamericana, México, Era, 1980, pp. 61-140.
18 Warren Dean, Rio Claro: a Brazilian Plantation System, 1820-1920, Stanford, Stanford
origen de muchos nuevos propietarios de tierras en la década de 1920. Véase Thomas H. Holloway,
Immigrants on the Land. Coffee and Society in Sao Paulo, 1886-1934, Chapel Hill, N. C., 1980;
idem, “The coffee colono of São Paulo, Brazil: migration and mobility, 1880-1930”, en Rutledge y
Duncan, Land and Labor, pp. 301-21.
20 Verena Stolcke, “The introduction of free labour on São Paulo Coffee Plantations”, The
Florescano, Haciendas, latifundios, pp. 105-131; idem, “Hacienda profits and tenant farming in the
Mexican Bajío, 1700-1860”, en Duncan y Rutledge, Land and Labour, pp. 23-58; idem, Haciendas
and Ranchos in the Mexican Bajío: León, 1700-1860, London, 1978.
22 Bazant, “Peones, arrendatarios...”, p. 321. Unas páginas más adelante, a propósito de los benefi-
cios ocasionales que podían recibir los arrendatarios de tanto en tanto, expresa: “Pero ya que no había nada
escrito, estos privilegios ¿eran realmente derechos o meras concesiones del patrón?” (p. 325).
23 Bauer, “La hacienda…”, p. 398. La bastardilla es nuestra.
48 JUAN MANUEL PALACIO
24 En realidad, las interpretaciones “turnerianas” no han sido muy populares entre los intelectua-
les latinoamericanos en general. En contraste con la formulación positiva de Turner, las fronteras
latinoamericanas han engendrado mitos negativos, tanto en la literatura académica como en la
cultura popular y muy frecuentemente fueron vistas como lugares brutales e incivilizados. Frederick
Jackson Turner, “The Significance of the Frontier in American History”, Annual Report of the
American Historical Association, 1893, Washington, 1894, p. 200. Véase Tom R. Sullivan, Cowboys
and Caudillos: Frontier Ideology of the Americas, Bowling Green, Bowling Green State University
Popular Press, 1990, p. 31 y ss. Para una discusión historiográfica sobre la aplicación de conceptos
turnerianos al caso argentino a principios del siglo XIX, véase Juan Carlos Garavaglia, Pastores y
labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, Buenos
Aires, Ediciones La Flor, 1999, cap. 1; también Hebe Clementi, La frontera en América, Buenos
Aires, Leviatán, 1986-1988.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 49
25 Las vías de Buenos Aires del Ferrocarril del Sur llegan a Azul, en 1876, y en 1884, a Bahía Blanca,
que se convertirá en el puerto de salida de la producción de toda la región. A fines de 1891 se inaugura
la estación Dorrego, con la que se termina de unir el tramo de casi 200 kilómetros, entre la estación Tres
Arroyos y Bahía Blanca, a lo largo del cual se habían edificado siete estaciones además de la de Dorrego.
Esta unión se hacía cada vez más necesaria dado el crecimiento productivo de la zona más al oeste y la
importancia creciente del puerto de Bahía Blanca. Véase Funes, Historia, p. 180.
26 Hilda Sabato, Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1890,
Fuentes: 1869: Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires, El Porvenir, 1872.
1895: Segundo Censo de la República Argentina, Buenos Aires, Taller tipográfico de la
Penitenciaría Nacional, 1899.
1914: Tercer Censo Nacional, Buenos Aires, Rosso y Cía., 1916.
1922: Primer Censo Municipal, Coronel Dorrego, 1922.
1947: Primer Censo General de la Nación, 1947, Buenos Aires, 1951.
30 Véase Horacio Giberti, Historia económica de la ganadería argentina, Buenos Aires, Raigal,
1954, pp. 169-190; Peter Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1983, caps.
1-3; Sabato, Capitalismo..., pp. 44-49.
52 JUAN MANUEL PALACIO
(1) Alfalfa.
(2) Avena: 12469; alfalfa y otros: 35635.
31 Este sistema fue presentado por primera vez por un ganadero en el año 1892, en los Anales de
la Sociedad Rural Argentina, órgano representativo de los grandes intereses ganaderos. Véase Benigno
del Carril, “Praderas de alfalfa en la República Argentina”, Anales de la Sociedad Rural, vol. XXVI
(1892), n° 11, p. 274. Este esquema variaba (la cantidad de hectáreas, el plazo, el tipo de forraje) según
la zona de que se tratara, aunque el espíritu fuera el mismo. También tuvo un tiempo preciso –en las dos
primeras décadas del siglo, en que se da la mestización generalizada del ganado vacuno– luego del cual la
presencia de la agricultura en las estancias va a responder también a otras lógicas.
32 En este sistema, la historiografía tradicional de la región pampeana veía el origen de la
agricultura comercial en la Argentina, a la vez que su pecado original de haber nacido en una nociva
subordinación estructural a la ganadería. Al desarrollarse a la sombra de esa producción dominante
–dicen esos autores– la agricultura no lo hizo guiada por los patrones de inversión inherentes a esa
actividad, lo que derivó en una ineficiente asignación de recursos productivos en el sector. Por otra
parte, el hecho de no ser propietarios de las tierras que trabajaban habría desincentivado a los
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 53
% tierra % explotaciones
Año Agricultura Ganadería Total
agrícola agrícolas
diferencia de 1895 y 1914, en esos dos últimos censos las cifras se refieren a todas las explotaciones
agropecuarias, incluyendo a las ganaderas. Teniendo en cuenta que en esa producción la proporción de
arrendatarios es mucho menor que en la agrícola, es más que probable que el nivel de arrendamiento
en la agricultura se haya mantenido en esos años en la proporción de 1914, o incluso haya aumentado.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 55
En Coronel Dorrego, los años que van desde 1920 hasta la finalización de la
Segunda Guerra Mundial son los de la consolidación de una organización produc-
tiva, que es “mixta” desde el punto de vista de la producción pero que gira, desde
el punto de vista de su importancia social, cada vez más en torno a la agricultura
y, dentro de ella, a la agricultura del trigo. Esto refleja las grandes transformacio-
nes que se dieron en la región pampeana entre la Primera Guerra y el advenimiento
del peronismo, que a pesar de ser decisivos para su desarrollo posterior han sido
curiosamente descuidados por la historiografía.35
Esos años están marcados por dos fenómenos que se van a convertir en
permanentes en la vida productiva pampeana. Por un lado, la producción agrícola
llega al límite de su expansión horizontal hacia fines de la década de 1920, lo que
hace que todo incremento del producto deba obtenerse no ya por simples agrega-
dos de tierra sino por un aumento en la productividad de ése u otro factor, impli-
cando algún tipo de reorganización productiva. Pero, además, estos años inaugu-
ran una temporada de profundas crisis de mercado, de frecuencia e intensidad
desconocidas hasta entonces que va a ser decisiva para delinear la estructura
productiva. La Primera Guerra Mundial había favorecido temporariamente a la
ganadería por sobre la agricultura –gracias al aumento en los precios relativos de
las carnes y las ventajas relativas que tenían para los embarques internacionales
por sobre los cereales– pero había demorado la consolidación del chilled por
sobre la carne congelada como principal producción ganadera, dado el riesgo que
implicaba la guerra submarina para los embarques de ese producto. Al finalizar la
contienda, los precios de la carne, artificialmente inflados durante la guerra, se
derrumbaron al acomodarse a la demanda de tiempos de paz, provocando una
profunda crisis ganadera entre 1921 y 1923, que afectó especialmente a los gana-
deros más pequeños y menos diversificados. En seguida, los precios del trigo
comienzan a debilitarse en el mercado mundial, inaugurando una década de pre-
cios bajos que no va a ceder hasta 1935. Entretanto, la crisis de 1930 se suma a la
anterior para provocar numerosas quiebras entre los productores agropecuarios
y, además, la Segunda Guerra Mundial vuelve a pegar fuerte en los precios y en
la economía agrícola.36 Como si esto fuera poco, las décadas de 1920 y 1930,
35 Atrapados entre dos momentos aparentemente más atractivos para el análisis –entre otras
cosas, por una mayor disponibilidad de las fuentes censales– como son los de “gran expansión”
(1880-1914) y de “estancamiento” (1940-1960), las décadas de 1920 y 1930 han sido poco es-
tudiadas y representan un período oscuro en la historia del desarrollo agrario argentino, a pesar de la
convicción de que es, en esos veinte años, donde podrían encontrarse muchas de las claves del
posterior estancamiento pampeano. Existen en la producción reciente algunos trabajos que, por el
momento, son excepciones a esta regla. Véase, entre otros, Zeberio, “La utopía…”; Balsa, “La
lógica…”; Palacio, “Notas…”.
36 Javier Balsa, “El impacto de la Gran Depresión en el agro pampeano. El partido de Tres
37 Tanto que los fenómenos climáticos adversos son a veces puestos en un lugar similar al del
descalabro en los mercados en la explicación de la crisis del treinta. Véase Esther Iglesias, “Crises
Agraires du Sud-Ouest Pampeen, 1928-1938”, 2 vols., tesis doctoral, Université de Toulouse-Le
Mirail, 1972.
38 Quizás la mejor teorización sobre estas empresas corresponda a Jorge Sábato, La clase... Para
un estudio de caso de esta organización productiva, véase también Juan Manuel Palacio, “Arrendata-
rios agrícolas en una empresa ganadera. El caso de ‘Cruz de Guerra’ 1927-1938”, Desarrollo Econó-
mico 127, 1992. Es importante aclarar que la titularidad de una “estancia mixta” no dice nada sobre
el sistema de tenencia de la tierra del titular, pudiendo éste ser indistintamente propietario o arrenda-
tario de las tierras de la estancia.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 57
39 En la zona triguera, todas las empresas nuevas que se instalan entre 1914 y 1937, y un buen
porcentaje de las que eran sólo agrícolas o ganaderas en la primera de las fechas, pasan a ser mixtas en
la segunda. Las “estancias mixtas” de la zona triguera eran, como promedio, de menores dimensiones
que las que abundaban en las zonas ganaderas de la provincia (su promedio rondaba las 1.000 hectá-
reas). Véase Juan Manuel R. Palacio, “Notas para el estudio de la estructura productiva en la Región
Pampeana: Buenos Aires 1914-1937”, Ruralia 3, 1992, pp. 67-70.
58 JUAN MANUEL PALACIO
tanto, tuvo relación directa con las vicisitudes de esa vida productiva. Desde los
momentos iniciales en los que esa relación contractual se expresó en contratos
más generosos y amplios, el arrendamiento en Coronel Dorrego fue evolucionan-
do a lo largo de los años inequívocamente hacia contratos más limitados y hacia
una relación contractual crecientemente frágil e inestable.
La inestabilidad de la tenencia de la tierra, sin embargo, no había nacido con el
trigo. En los años previos a la difusión del cereal, cuando la economía giraba en
torno a la producción ovina y a la especulación con las tierras, los contratos de
arrendamiento ya eran bastante precarios. En Coronel Dorrego, era ésta la época
de la frontera ganadera y especulativa en que no estaba consolidada la propiedad y
una buena porción de los terratenientes no eran productores sino que poseían la
tierra con fines puramente rentísticos o especulativos. Algunos de ellos ni siquiera
se preocupaban por extraer de esas propiedades alguna renta, durante el tiempo en
que las tenían en propiedad, y simplemente las dejaban ociosas, esperando su
valorización. Otros, más racionales, sin llegar a involucrarse en la producción,
procuraban extraer renta de esa tierra, para lo cual generalmente nombraban un
administrador que se encargara de hacerlo. En este caso, lo que se procuraba
era arrendar porciones de tierra a ovejeros con contratos de corto plazo renova-
bles, por si era necesario enajenar la tierra. Como en esta época el objetivo
fundamental de la propiedad era el negocio inmobiliario, estos contratos conte-
nían cláusulas bien precisas de caducidad para cuando llegara el momento de
vender la tierra. Así, el que firmó Pedro Cambres en el año 1897, por el que
arrendaba una legua y media de campo (4.000 hectáreas) de propiedad de Emiliano
Baldéz, si bien era por un año renovable a dos en caso de que el arrendatario lo
quisiera, comprometía a Cambres en su cláusula tercera “a desalojar el campo
en cualquier época que su actual dueño el señor Baldéz lo enagenase, dentro de los
noventa días de la notificación que se le hiciere (...) en cuyo caso este contrato
quedará nulo y sin ningún valor”.40
A veces las cosas no eran tan civilizadas y ni siquiera figuraban esas cláusulas
en los contratos o simplemente no existía el contrato escrito. Es así como Gregorio
Cuestas Pereyra, en ese mismo año 1897, se enteró sólo judicialmente que la
chacra que había arrendado por un año a Cornelio Martínez ya no pertenecía a ese
señor sino a Martín Arribas, quien no sólo le pedía ahora el desalojo, sino que
desconocía todo arreglo anterior, incluidos los $200 que Cuestas ya había pagado
como parte del arrendamiento, por adelantado.41
Pero además de serlo como consecuencia de la actividad especulativa, estos
contratos eran especialmente inestables por el carácter mismo de la organización
40 Juzgado de Paz de Coronel Dorrego, Archivo Civil, Expediente n° 486, 10/2/1897 (en
aproximadamente.
44 JPCD - C, n° 1313, 10/3/03.
45 JPCD -C, n° 1398, 28/11/03.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 61
46 El contrato está contenido en una causa civil iniciada por un peón rural contra Depaolo, por
sino también a sus peones –los permanentes y sobre todo los más numerosos que
residían en la zona durante la cosecha–. Por fin, estas ventajas eran en realidad
mucho más grandes si se piensa que Argentieri era uno entre muchos y que, en
realidad, lo que tenía Depaolo frente a sí era todo un mercado cautivo representa-
do por la pequeña comunidad de sus subarrendatarios, obligados como Argentieri
a tener relaciones comerciales exclusivas con él. Paradójicamente, entonces, esos
primeros contratos, a la vez que eran más generosos desde el punto de vista
económico, fueron jurídicamente los más precarios.
Con el tiempo, el sentido y la orientación de la agricultura en la región pampeana
iba a cambiar, especialmente en las regiones que se iban a revelar más aptas para
esa producción. En esas regiones –como la zona sur de la provincia de Buenos
Aires– al interés ganadero en los agricultores como productores de forraje se fue
sumando el de la producción de cereales en sí misma, que ahora se combinaba en
un solo sistema de producción mixto. En la estancia mixta, lo que se trataba era de
lograr una organización productiva lo suficientemente flexible como para reaccio-
nar con agilidad a las frecuentes variaciones de los mercados. Esto se lograba
manteniendo activas, simultáneamente, las diferentes actividades productivas (la
agrícola, la ganadera vacuna y la ovina), con un bajo nivel de inversión en capital
fijo, lo que permitía redimensionar una u otra actividad en cada coyuntura, despla-
zando a las demás según indicaran los precios de mercado. En el caso de la agri-
cultura, que estaba en manos de chacareros arrendatarios, estos reacomodamientos
de la actividad de la estancia implicaban lisa y llanamente desplazamientos periódi-
cos de los arrendatarios, cada vez que el mercado lo indicara.48
Esta organización productiva suponía entonces un sistema de tenencia de la
tierra particularmente precario que posibilitara esos desplazamientos, sin los cuales
la estrategia diversificadora de estas empresas no hubiera sido todo lo exitosa y
difundida que fue. En otras palabras, la estancia mixta necesitó y promovió una
precariedad estructural de la tenencia de la tierra en la región pampeana para
poder prosperar.
Esta precariedad se lograba de diversas maneras, a veces aprovechando el
vacío legal existente –la falta de leyes o la falta de interés del Estado por aplicar-
las–; otras, trabajando la letra de la ley en los límites de las prácticas legales,
cuando no ignorando en forma abierta las normas con prácticas ilegales. La
forma más difundida de precarizar los contratos era celebrarlos verbalmente,
modalidad que reunía todas las ventajas de la intangibilidad. Esto explica la nega-
tiva generalizada de los terratenientes pampeanos a firmar contratos de arrenda-
miento por escrito, reticencia que se puso más en evidencia luego de sancionarse
leyes que así lo mandaban. En 1937, años después de haberse sancionado la
arrendatarios con contrato estaban en la categoría de uno a cinco años en el mismo censo.
52 Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, Primer Censo Municipal levantado el 30 de
LA LEY
Señor Presidente, nosotros vamos a hablar claro aquí. La ley se ha hecho con las mejores
intenciones en tiempos de emergencia, pero la realidad de las cosas hizo que, muchas veces,
con un contrato perfectamente legal por cinco años, el arrendatario tiene que irse a los dos o
tres años. Hay contratos redactados de tal forma que obliga al arrendatario a irse, es por eso
que nosotros con un espíritu de franqueza decimos: si la ley es burlada, suprimámosla.63
64 Palacio, “Arrendatarios…”, pp. 395-400. La única tierra fija que los arrendatarios tenían en
la estancia eran los pequeños predios (5-10 hectáreas) en donde estaban sus viviendas y animales de
trabajo, por los que pagaban un precio fijo por año y por hectárea.
65 Diario de Sesiones, año 1942, vol. 3, p. 786. La bastardilla es nuestra.
66 Carlos Alori Salas, Reajuste de Arrendamientos Agrícolas, Buenos Aires, Lajouane y Cía.,
1943, pp. 32-35; Noemí Girbal de Blacha, “Estado y economía en la Argentina de los años 30. La
organización del régimen agrícola como antecedente del nacionalismo económico peronista”, paper
presentado en el X Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, Santa Rosa, 6-8 de mayo,
1999, pp. 8-10; Mario Lattuada, La política agraria peronista (1943-1983), Buenos Aires, CEAL,
1986, vol. 1, pp. 29-36.
70 JUAN MANUEL PALACIO
La intervención del Estado para alterar las convenciones que libremente celebran las partes,
es siempre de un efecto desmoralizador, porque habitúa a los contratantes a no tener por
firmes las obligaciones contraídas y crea un ambiente de inseguridad en los negocios. [...]
Cree la Sociedad Rural Argentina que es inconveniente establecer, en momentos de emergen-
cia, leyes de esta naturaleza, porque la experiencia demuestra que luego se las erige en
conquista definitiva de los favorecidos, quedando así en forma permanente, en contra, sin
duda, del espíritu que animó a los iniciadores de ese remedio, que debió ser transitorio.69
La reacción no era ociosa. Leyes como ésa estaban marcando el principio del
fin de un largo período en el que los terratenientes manejaron el arrendamiento
agrícola a su antojo. Las normas que habían existido hasta entonces no impidieron
esos manejos, ya fuera por defectos en su concepción o por fallas o desidia en su
aplicación. Pero lo cierto es que el aparato legal en el que se desarrolló la produc-
ción triguera pampeana había ayudado poco a subsanar la precaria relación del
arrendatario agrícola con la tierra, que siguió siendo bastante imprevisible. Nada
es más sintomático que esa sensación de imprevisibilidad sobre el futuro que la
resistencia que siempre tuvieron los chacareros a construir sus viviendas en las
tierras arrendadas, más allá del tiempo que permanecían de hecho en ellas. En un
pasaje extraído de una entrevista con un chacarero de Coronel Dorrego, que per-
maneció como arrendatario casi sesenta años en el mismo campo de la sucesión
Glorialdo Fernández –desde 1926 en que arrendaba su padre, hasta el año 1986 en
que él mismo dejó de arrendar– éste decía lo siguiente:
–¿Caro? No. Era regalado. Pero como éramos arrendatarios... Que a lo mejor este año no,
el que viene no se sabe... Uno estaba quince años, veinte años, o dieciocho años... No sabía
uno... Como la gente hacía las cosas de palabra... al viejo le decían “tenés que irte” y nada,
se iba, así que...70
LA PRÁCTICA
Una de las bondades que sí tuvo la ley de arrendamientos de 1932 fue la de obligar
a los terratenientes a celebrar contratos por escrito y a registrarlos en el juzgado
de paz local. Más allá de que los que acataron la norma fueron sólo algunos, los
que sí lo hicieron, además de dar una mayor certidumbre a sus arrendatarios,
dejaron una huella que permite rastrear cómo eran las modalidades del arrenda-
miento en el partido durante la década de 1930 y los primeros años de la siguiente,
con alguna sistematicidad.
Entre 1933 y 1945 se registraron en Coronel Dorrego 1.800 contratos de
arrendamiento.71 Cada uno de estos documentos consistía en el contrato propia-
mente dicho y en algunos anexos como planos y poderes y, a veces, un inventario
de los bienes instalados en la parcela, como la casa habitación, los molinos, bebe-
deros y galpones.72 En el contrato figuraban los nombres del propietario y locata-
rio, la cantidad de hectáreas arrendadas, el plazo de la locación, la forma de pago,
el destino y, en algunos casos, ciertos condicionamientos acerca de qué debía
producirse y en qué proporción del suelo dentro del predio arrendado.
La consideración de esta fuente exige algunas aclaraciones previas. La prime-
ra se refiere a su representatividad. Según el archivo, en Coronel Dorrego se
encontraban en vigencia cada año un promedio de 370 contratos,73 lo que repre-
senta un 38% de los arrendatarios del partido si se toma como referencia el núme-
ro que provee el censo agropecuario de 1937 (966) como promedio para todos los
años del período. Esto pone dos límites precisos a la fuente. El primero es que no
se está frente al todo sino a una muestra, por más respetable que ésta sea, desde
el punto de vista porcentual. El segundo es que la muestra, seguramente, está
prorrogaron los arriendos una vez más, obligaron a incluir en los contratos el inventario discriminado de
bienes tanto del propietario como del arrendatario, descripción de la parcela con sus colindantes y el año
desde el cual estaba en manos del locatario. Véase Tecuanhuey Sandoval, La revolución..., pp. 55-6.
73 Este número es el producto de haber dispersado los contratos a lo largo de los años de su
vigencia.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 73
desviada hacia la legalidad, ya que es obvio que los que se decidían a celebrar
contratos por escrito ante la autoridad local iban a hacerlo de acuerdo a la ley: para
infringirla, mejor era la sombra del contrato verbal o al menos la del arreglo priva-
do aunque fuera escrito.
Pero, además, esta fuente plantea algunos problemas metodológicos. Uno de
ellos, que es general, reside en el hecho de que en el juzgado se registraban sólo los
nuevos contratos celebrados cada año, con lo que un estudio de todos estos años
exigió, para poder extraer conclusiones acerca de, por ejemplo, la evolución de las
hectáreas arrendadas, la tarea previa de distribuir los datos del período del contra-
to a lo largo de todos los años de su vigencia (v.g. asentar un contrato por cuatro
años celebrado a principios de 1933, repitiendo su registro en cada uno de los
siguientes años hasta 1937). Esta operación, técnicamente sencilla, conlleva sin
embargo una especulación: que el contrato haya durado lo que estaba escrito que
iba a durar, cosa que la fuente sola no puede asegurar. No hacer esa especulación,
sin embargo, hubiera redundado muy probablemente en un subregistro, ya que es
obvio que las parcelas arrendadas en un año dado no son solamente las que se
contrataron en ese mismo año sino también las contratadas en años anteriores y
todavía están vigentes. Otro problema es que la fuente es más útil para ilustrar
prácticas contractuales que para inferir tendencias generales sobre “el arrenda-
miento” en el partido, a lo largo del período. Así, las variaciones que se producen
en la cantidad de tierra arrendada son en realidad sólo variaciones en la cantidad de
los arrendamientos registrados. Y la lógica del registro no necesariamente coinci-
día con la lógica del arrendamiento.
Con esas salvedades, la evolución general de los contratos celebrados en el
partido, entre 1933 y 1945, permite extraer algunas conclusiones sobre la evolu-
ción de la práctica en los últimos años del período considerado en este trabajo. La
primera y más obvia de todas es que, aun cuando la ley de arrendamientos de 1932
obligaba a las partes a celebrar los contratos por escrito y a registrarlos en el
juzgado de paz local, sólo un porcentaje menor de los terratenientes elegía hacerlo,
escudados seguramente en la conocida indiferencia oficial para hacer cumplir la
ley, según se vio en el apartado anterior. En el caso de Coronel Dorrego, los
contratos registrados en el juzgado de paz representan poco más del 30% de los
arrendamientos existentes.
En cuanto a la duración de los contratos, la fuente indica que, aunque la ley de
1932 daba derecho al arrendatario a considerar su contrato por cinco años, los
terratenientes claramente preferían firmarlos por menores plazos. Según los datos
recogidos en el Cuadro 5, en Coronel Dorrego sólo 204, o el 11% de los 1.800
contratos, fueron firmados por cinco años o más, entre 1933 y 1945. Entre los
que así lo hacían destacaba la propietaria María Bernasconi, que entre los dos
campos que tenía en el partido –de 4.481 y 4.316 hectáreas, respectivamente–
arrendaba tierra a un total de 30 arrendatarios. Desde que en 1933 se hizo cargo
74 JUAN MANUEL PALACIO
es preciso hacer notar que más del 60% de las tierras arrendadas en el partido
pertenecían a propiedades de más de 1.000 hectáreas (cuadro 6). Se trataba de 42
propietarios poseedores de un total de 53 fracciones de campo de más de 1.000
hectáreas, que hacían del arrendamiento una práctica más o menos constante.75
En el cuadro 7 puede verse una lista completa de esas 53 fracciones con el nom-
bre de sus propietarios, la cantidad de hectáreas y el porcentaje anual de arrenda-
miento de cada una. Según puede verse en el cuadro, estos propietarios no arren-
daban todos los años los campos o la misma cantidad de hectáreas, sino que
entraban y salían del mercado periódicamente, aumentando o disminuyendo su
porcentaje de tierra dedicada al arrendamiento agrícola, de acuerdo al sistema de
producción mixto. Lo que descubren con toda claridad las variaciones en el por-
centaje de tierra arrendada son los desplazamientos de la actividad agrícola a la
ganadera que hacían, a veces con una frecuencia anual, estos establecimientos.
Con un promedio general de más del 50%, estos grandes establecimientos dedica-
ban al arriendo porcentajes variables de sus tierras –desde el 30% hasta la totalidad
del campo– indicando toda la gama de organizaciones empresarias, desde el extre-
mo de propiedades dedicadas enteramente a la obtención de renta hasta los distin-
tos tipos de organización mixta, con mayor o menor énfasis en la agricultura.
75 El dato de la cantidad de tierra que poseía cada uno de ellos fue tomado de los catastros del
partido de los años 1917 y 1939. Véase Planos Catastrales de los partidos de la provincia de Buenos
Aires (Buenos Aires, Gregorio Edelberg, 1939); y provincia de Buenos Aires, Dirección de Catastro,
Estado del Catastro al 24 de julio de 1939, La Plata, 1940.
Cuadro 7: Coronel Dorrego. Hectáreas arrendadas en estancias de más de 1000 hectáreas. 1933-1945
Propietario Has. 1933 1934 1935 1936 1937 1938 1939 1940 1941 1942 1943 1944 1945 PROMEDIO
Aparicio, Ricardo Lucio ot. 6861 45% 80% 56% 60% 60% 60% 70% 73% 77% 77% 77% 77% 68%
Arambarri Calzacorta, F. e h. 2671 88% 88% 88% 88% 88% 73% 73% 73% 73% 73% 81%
Bardi, Bletiza Potes de 1579 13% 13% 13% 30% 30% 72% 72% 72% 72% 72% 46%
Bardi, Bletiza Potes de 2050 96% 100% 86% 76% 76% 7% 73%
Bernasconi, María 4316 97% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 66% 61% 61% 95%
Bernasconi, María 4481 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 12% 12% 8% 99%
Chapar de Erramuspe, María y ot. 6000 2% 20% 51% 84% 53% 53% 20% 20% 38%
Chapar, Carlos María 6974 75% 86% 100% 67% 100% 100% 91% 100% 100% 85% 81% 81% 4% 82%
Chapar, Luis 1296 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Chapar, Raúl Enrique 3826 3% 3% 3% 94% 99% 99% 99% 99% 99% 99% 100% 100% 88% 76%
De la Serna, Mercedes A. de 1163 17% 17% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 96%
De la Serna, Mercedes A. de 2749 11% 11% 38% 38% 69% 69% 79% 79% 93% 98% 98% 98% 65%
Durañona, Rodolfo S. 6869 22% 41% 41% 60% 62% 70% 45% 45% 67% 60% 55% 31% 25% 48%
Echepareborda de Ahumada, María C. 3933 99% 100% 100% 100% 85% 49% 96%
Echepareborda, Carlos E. (suc.) y ot. 3490 48% 75% 54% 54% 54% 25% 52%
Elicabe, Ricardo 6725 71% 58% 57% 44% 57%
Ernest, M. L. y Reposi, A. 1879 58% 58% 58% 58% 58% 58%
Fernández Aguilera, Segundo (suc.) 4350 70% 70% 70% 70% 70% 100% 70%
Fernández Aguilera, Segundo (suc.) 8007 79% 79% 79% 79% 79% 79%
Fernández de Carrera, Amelia 2530 12% 12% 12% 19% 19% 92% 100% 19% 19% 34%
Fernández de Carrera, Amelia 5021 8% 8% 14% 14% 19% 54% 100% 87% 59% 17% 6% 37%
Fernández de Villota, A. y L. (suc.) 8007 6% 65% 65% 65% 81% 81% 71% 61%
Fernández de Villota, Arturo (suc.) 2500 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Fernández de Villota, Arturo (suc.) 4965 41% 41% 41% 41% 41% 93% 93% 93% 100% 75% 66%
Fernández de Villota, Gloria 3000 98% 98% 98% 98% 98% 100% 100% 100% 100% 100% 99%
Fernández de Villota, Gloria 4483 25% 25% 25% 25% 25% 7% 7% 7% 7% 7% 16%
Fernández de Villota, Luciano 2834 98% 98% 98% 98% 100% 73% 73% 73% 100% 100% 92%
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA...
Fernández de Villota, Luciano 3544 51% 51% 51% 51% 73% 80% 80% 80% 91% 91% 70%
Fernández de Villota, Pilar 2500 84% 84% 84% 84% 94% 100% 100% 100% 100% 100% 93%
Fernández de Villota, Pilar 5152 57% 57% 57% 57% 78% 57% 57% 57% 57% 76% 61%
77
Fernández de Villota, Ramiro 2231 71% 71% 71% 71% 81% 45% 45% 50% 50% 50% 61%
78
Cuadro 7: Coronel Dorrego. Hectáreas arrendadas en estancias de más de 1000 hectáreas. 1933-1945 (cont.)
Propietario Has. 1933 1934 1935 1936 1937 1938 1939 1940 1941 1942 1943 1944 1945 PROMEDIO
Gastambide, María R. Ballester de 1332 100% 100% 100% 98% 98% 98% 98% 98% 98% 98% 98%
Gisasola, José A. 2504 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Guisasola, José A. y Marg. 3487 97% 81% 81% 81% 81% 81% 81% 81% 81% 13% 13% 13% 13% 61%
Lanz, Martín 2666 18% 18% 18% 18% 18% 18% 18% 47% 47% 47% 29% 27%
López Arechávala, Juilián 3321 98% 98% 98% 98% 98% 93% 93% 93% 93% 93% 96%
Magnin, Francisca G. de 5720 18% 35% 35% 64% 64% 64% 64% 64% 58% 50% 50% 50% 51%
Naulé de Lisle, Isabel 1780 12% 12% 12% 12% 12% 21% 21% 21% 21% 21% 77% 61% 25%
Pérez Bustos de Miguez Gorgolas, Bibiana 1333 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
JUAN MANUEL PALACIO
Pérez Crespo Hnos. 1667 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Potes, Horacio 2634 80% 100% 84% 84% 84% 62% 32% 55% 55% 5% 5% 7% 7% 51%
Ricaud, Luisa 3941 63% 62% 68% 22% 93% 93% 76% 51% 51% 64%
Rodríguez, Arturo E. 1296 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Saguier, Elena Santamarina de 8786 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Sánchez Elía de Quintana, Carmen Adela 2700 79% 79% 79% 79% 79% 79% 79% 98% 98% 98% 98% 98% 98% 88%
Sánchez Elía, Raúl 1415 16% 41% 29% 29% 29%
Sánchez Elía, Raúl 2160 46% 46% 46% 46% 82% 83% 100% 100% 100% 64% 100% 100% 100% 84%
Sánchez Elía, Raúl 3345 83% 83%
Santamarina de Riglos, Mercedes 2938 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Urquiza de Bengolea, María Carolina de 2217 26% 14% 14% 18%
Urquiza de Zemborain, Rosa B. de 1411 56% 56% 56% 56% 85% 85% 85% 85% 100% 100% 76%
Urquiza, Amalia Josefina de 1307 42% 42% 42% 42% 42% 100% 100% 100% 100% 98% 98% 100% 98% 98%
Vanoli, José Raúl y otros 7399 9% 9% 21% 54% 62% 67% 80% 100% 70% 30% 30% 49%
Promedio Anual 57% 64% 62% 66% 72% 69% 69% 74% 78% 69% 65% 66% 60% 51%
76 Si en vez de las hectáreas de los contratos se toman las hectáreas arrendadas por cada locatario
–lo que se obtiene sumando las de aquellos arrendatarios que arrendaban más de una parcela simultá-
neamente– la media de tierra arrendada era de 429 hectáreas.
77 Ése (824) es el número de arrendatarios que celebraron los 1.800 contratos en Dorrego en este
período. La diferencia reside en que muchos de ellos celebraron más de un contrato en el período, ya
sea en el mismo o en diferentes campos, en forma sucesiva o simultánea. Los estratos de tamaño del
Cuadro 8 se tomaron de un trabajo para el partido de Tres Arroyos, vecino al de Coronel Dorrego.
Véase Balsa, “La lógica...”.
Cuadro 8: Coronel Dorrego. Hectáreas trabajadas por cada arrendatario según tamaño de la explotación. 1933-1945
80
Escala 1933 1934 1935 1936 1937 1938 1939 1940 1941 1942 1943 1944 1945 PROMEDIO
menor 150 ha 1631 2916 2873 7789 8290 8228 8949 9986 10013 9896 10009 10026 8210
Casos 17 29 28 93 97 96 106 116 102 102 105 105 87
% ha 2,5% 2,8% 2,7% 4,9% 4,8% 4,7% 4,8% 4,8% 5,0% 5,4% 5,8% 6,5% 7,4% 5,0%
% Casos 11,6% 12,0% 10,9% 21,3% 20,4% 20,0% 20,4% 19,9% 18,2% 19,3% 21,2% 23,6% 25,8% 18,7%
Promedio ha 96 101 103 84 85 86 84 86 98 97 95 95 94 95
entre 150 y 299 ha 9759 16804 19131 34949 38447 39843 42125 46357 44281 42276 38578 35783 27407
Casos 45 76 86 159 174 180 191 214 204 195 179 167 131
% ha 14,7% 16,2% 17,7% 22.1% 22,1% 22,8% 22,5% 22,1% 22,0% 22,9% 22,5% 23,2% 24,6% 21,8%
% Casos 30,8% 31,4% 33,6% 36,6% 36,6% 37,6% 36,8% 36,8% 36,9% 36,9% 36,2% 37,5% 38,9% 35,7%
Promedio ha 217 221 222 220 221 221 221 217 217 217 216 214 209 218
JUAN MANUEL PALACIO
entre 300 y 599 ha 26694 40470 43264 53459 59773 58507 65129 72464 75266 71236 64303 50655 33659
Casos 63 100 106 134 148 146 161 180 190 178 161 126 85
% ha 40,3% 38,9% 40,0% 33,9% 34,4% 33,5% 34,8% 34,6% 37,4% 38,7% 37,6% 32,9% 30,2% 38,3%
% Casos 43,5% 41,3% 41,4% 30,7% 31,1% 30,5% 31,0% 30,9% 33,9% 33,6% 32,5% 28,3% 25,2% 33,4%
Promedio ha 424 405 408 399 404 401 405 403 396 400 399 402 396 408
entre 600 y 999 ha 8890 15537 15194 19540 24064 22232 25625 32593 29192 26558 22920 20334 15708
Casos 12 21 21 27 33 31 35 45 40 36 31 27 21
% ha 13,4% 14,9% 14,0% 12,4% 13,8% 12,8% 13,7% 15,5% 14,5% 14,4% 13,4% 13,2% 14,1% 15,5%
% Casos 8,2% 8,7% 8,2% 6,2% 6,9% 6,5% 6,7% 7,7% 7,1% 6,8% 6,3% 6,1% 6,2% 7,7%
Promedio ha 741 740 724 724 729 717 732 724 730 738 739 753 748 715
más de 1000 ha 19285 28243 27788 42176 43201 45893 45354 48223 42432 34341 35406 37302 26643
Casos 9 16 15 23 24 26 26 27 24 18 19 20 13
% ha 29,1% 27,2% 25,7% 26,7% 24,9% 26,3% 24,2% 23,0 21,1 18,6% 20,7% 24,2% 23,9% 19,3
% Casos 6,2% 6,6% 5,9% 5,3% 5,0% 5,4% 5,0% 4,6% 4,3% 3,4% 3,8% 4,5% 3,9% 4,4%
Promedio ha 2143 1765 1853 1834 1800 1765 1744 1786 1768 1908 1863 1863 2049 1569
Total ha 66259 103970 108250 157913 173775 174703 187182 209623 201184 18403 17216 1541000 111627
Total Casos 146 242 256 436 476 479 519 582 560 529 495 445 337
COMENTARIOS FINALES
78 Palacio, “Notas...”.
79 Bazant, “Peones, arrendatarios...”, p. 307.
82 JUAN MANUEL PALACIO
80 Bauer, Chilean Rural Society; Holloway, Immigrants on the Land; Brading, Haciendas and
Ranchos.
LA ESTANCIA MIXTA Y EL ARRENDAMIENTO AGRÍCOLA... 83
claramente opuestos. Utilizando los términos más técnicos que Kay usaba para el
caso de los inquilinos chilenos para la misma época, esos equilibrios expresaban el
estado del conflicto entre la “economía de la hacienda” y la “economía campesi-
na” en un momento dado.83
Esta indigencia legal del contexto contractual fue moneda corriente también
en otras latitudes. La existencia de un sistema legal deficiente y la complicidad de
un Estado para no hacerlo cumplir fueron herramientas decisivas para que el con-
flicto entre la economía de la hacienda y la economía campesina se resolviera a
favor de la primera, en buena parte de Latinoamérica. Se entiende así la fragilidad
del contexto contractual que se analizó brevemente aquí a través de la bibliografía
sobre otros ámbitos rurales latinoamericanos. La falta de contratos formales esta-
ban en la base de la explotación de los arrendatarios y aparceros mexicanos, tanto
como de los colonos paulistas o los inquilinos chilenos y era la clave para poder
jugar en cada momento del mercado con las dimensiones de las tierras que se les
concedía. Eso los hacía, en las palabras citadas de Arnold Bauer, para el caso
chileno, “los menos visibles de los habitantes rurales”, invisibilidad que era la
garantía de su desventajosa relación de poder con los terratenientes.
Este estado de cosas no iba a cambiar hasta que una decisiva intervención del
Estado a favor de los arrendatarios y aparceros no invirtiera el fiel de la balanza de
poder en las décadas siguientes. En el Valle Central chileno fue la intervención del
Estado la que decidió el juego a favor de “la empresa campesina” –los inquilinos–
algunas décadas más tarde, minando el sistema de hacienda vigente hasta enton-
ces. Por otro lado, una decidida reforma agraria en México en la década de 1940,
devuelve a los campesinos muchas tierras expropiadas durante el Porfiriato, tor-
nando inviables a muchas haciendas y plantaciones. Por fin, no es antes de la
intervención “populista” de los gobiernos brasileños en la cuestión agraria paulista
a principios de los años sesenta que decae el colonato como sistema, forzando a
las haciendas a negociar sus relaciones contractuales con un movimiento campe-
sino organizado con el patrocinio del Estado.84
En el caso de la Argentina, ese momento llegó con el advenimiento del
peronismo en la década de 1940, que iba a marcar el fin de la frontera en la región
pampeana, entendida ésta como la intemperie jurídica que había provocado la
indiferencia del Estado nacional y provincial por los problemas sociales del agro
83 Kay, El sistema. La forma en que se articularon estos conflictos a nivel local es uno de los
temas centrales de la tesis doctoral en la que se basa esta investigación. Juan Manuel Palacio, “The
Peace of Wheat: Judges, Lawyers, and Farmers in Pampean Agrarian Development, 1887-1943”,
University of California at Berkeley, Ph.D. Dissertation, 2000.
84 Cristobal Kay, “Chile: evaluación del programa de reforma agraria de la Unidad Popular”,
Buenos Aires, Desarrollo Económico 57, 1975; David A. Brading, Caudillos y campesinos en la
revolución mexicana, México, FCE, 1985; Nora Hamilton, México. Los límites de la autonomía de
Estado, México, ERA, 1983; Stolcke, Cafeicultura.
86 JUAN MANUEL PALACIO
85 Para un análisis detallado de la política agraria peronista, véase Lattuada, La política...; idem,
RESUMEN
ABSTRACT
The article analyses the historical evolution of tenancy in a rural district of the Province of
Buenos Aires (Coronel Dorrego), from the third part of the 19th century to the Second
World War, as a case in point of the broader phenomenon known as the “consolidation of
the hacienda system,” common to the Latin American rural world of the time. It focuses on
the farmer’s relationship with the land, through a detailed analysis of the tenancy contracts
that can be found in the Justice of the Peace’s archives of the district.
1. INTRODUCCIÓN
89
90 MARÍA ÉLIDA BLASCO
jerarquizar la función educativa de los museos, entre ellos pueden citarse Evangelina Bergada,
“Orígenes, evolución y función de los museos pedagógicos”, en Boletín nº 2, 1959, pp. 41-60;
Manuel Bejarano, “Los museos y la enseñanza de la historia”; en Boletín nº 4, 1964, pp. 57-63;
Jorge A. Ferrer, “Función de los museos en la educación. Atracción del público al museo a los
fines de la educación”, en Boletín nº 5, 1966, pp. 21-64; Miguel Alfonso Madrid, “Un aspecto de
la función pedagógica de los museos; técnica de un visita explicada”, en Boletín nº 6, 1967, pp.
51-68. Julián Cáseres Freyre, “Los museos folklóricos al aire libre y su importancia educativa y
científica para la Argentina”, en Logos, nº 13 y 14, 1977. Tercer Encuentro Nacional de Direc-
tores de Museos. Conclusiones y recomendaciones, Mar del Plata, Secretaría de Cultura de la
Nación, Dirección Nacional de Museos, 1986. Entre los numerosos trabajos presentados nos
parece relevante citar a Judith Spielbauer, “Implicaciones de la identidad para los museos y la
museología” (pp. 71-77); Bernard Deloche, “El Museo y las ambigüedades de la identidad patri-
monial” (pp. 78-84); André Desvalleés, “La identidad: algunos problemas planteados por su
definición y por el enfoque del museo en las cuestiones teóricas y prácticas que plantea” (pp. 85-
88); Tomislav Sola, “La identidad: reflexiones acerca de un problema crucial para los museos”
(pp. 89-91). En el año 2000, se realizaron las III Jornadas Nacionales “Enseñar a través de la
ciudad y el museo”, y llamativamente, fueron muy escasos los trabajos referentes a la conforma-
ción de las instituciones. Respecto a este tema sólo podemos citar las investigaciones de María
Ángela Fernández y Miguel Ángel Taroncher, “Una nueva escuela: empirismo y prácticas en el
Museo Escolar, 1895” y María Cristina Linares, “Museo y educación, una mirada sociohistórica”;
en C-D Ponencias, III Jornadas Nacionales “Enseñar a través de la ciudad y el Museo”, Mar del
Plata, 26 al 28 de octubre de 2000.
3 Irina Podgorny, “Huesos y flechas para la Nación: el acervo histórico de la Facultad de
Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata”, en Entrepasados, vol. 3, Buenos
Aires, 1992, pp. 157-165; “De razón a facultad: ideas acerca de las funciones del Museo de La Plata
en el período 1890-1918”, en RUNA, Archivo para las Ciencias del hombre, vol. 22, Buenos Aires,
1995, pp. 89-104; “De la santidad laica del científico Florentino Ameghino y el espectáculo de la
ciencia en la Argentina moderna”, en Entrepasados, nº 13, Buenos Aires, 1997, pp. 37-61; Irina
Podgorny y Gustavo Politis, “¿Qué sucedió en la historia? Los esqueletos araucanos del museo de La
Plata”, en Arqueología Contemporánea, vol. 3, Buenos Aires, 1992; Laura Inés Vugman, “Conme-
morando: del pasado del territorio a la historia de la Nación Argentina en las ferias y exposiciones
internacionales del cuarto centenario”, en RUNA , Archivo para las ciencias del hombre, vol. 22,
Buenos Aires, 1995, pp. 69-87; dentro del campo de la historia ver Mónica Quijada, “Ancestros,
ciudadanos, piezas de museo. Francisco P. Moreno y la articulación del indígena en la construcción
nacional argentina (siglo XIX)”, en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Tel
Aviv, 1998, pp. 21-46.
4 Peter Burke, “La nueva historia sociocultural”, en Historia Social, nº 17, 1993, pp. 105-114;
Roger Chartier, “El mundo como representación”, en Historia Social, nº 10, 1991, pp. 163-175, “De
la historia social de la cultura a la historia cultural de lo social”, en Historia Social, nº 17, 1993, pp. 97-
104; Natalie Davis, “Las formas de la historia social”, en Historia Social, nº 10, 1991, pp. 177-178;
Georges Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, Labor, 1995.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 91
5 Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, Buenos Aires, Emecé, 1995; Pablo
Buchbinder, “Vínculos privados, instituciones públicas y reglas profesionales en los orígenes de la
historiografía argentina”; en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio
Ravignani, nº 13, Buenos Aires, 1996, pp. 59-82; Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, Ensayos argen-
tinos: de Sarmiento a la vanguardia; Bs. As, Ariel, 1987; Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos
Aires fin de siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2000; Maristella Svampa, El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al
revisionismo peronista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto-Imago Mundi, 1994, pp. 85-134.
6 José Emilio Burucúa (dir.), Arte, sociedad y política. Nueva historia argentina, Buenos Aires,
Sudamericana, 1999; Burucúa, José Emilio y Ana María Telesca, “El arte y los historiadores”, en La
junta de historia y numismática y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938),
Buenos Aires, ANH, tomo II, 1996, pp. 225-238.
7 Adrián Gorelik, La grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires,
1887-1936; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1998; Jorge Francisco Liernur y Graciela
Silvestrín, El umbral de la metrópolis. Transformaciones técnicas y cultura en la modernización de
Buenos Aires (1870-1930), Buenos Aires, Sudamericana, 1993; Jorge Francisco Liernur, “‘Mestiza-
je’, ‘criollismo’, ‘estilo propio’, ‘estilo americano’, ‘estilo neocolonial’. Lecturas modernas de la
arquitectura en América Latina durante el dominio español”; mimeo, Buenos Aires, 2000.
8 Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad
argentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001; Fernando Devoto,
Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
9 Respecto a este tema, la Academia Nacional de la Historia publicó, en 1996, dos importantes
volúmenes que aportan numerosos datos sobre la conformación de las primeras colecciones de
documentos y objetos materiales reunidos, organizados y catalogados por los miembros fundadores de
la Junta de Historia y Numismática, la que a su vez, monitoreaba la labor realizada por los museos. Ver
La junta de historia y numismática y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938),
Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Tomo 1, 1995; Tomo 2, 1996.
92 MARÍA ÉLIDA BLASCO
2. METODOLOGÍA Y FUENTES
10 María Élida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján. El ciclo festivo del
Centenario de la Revolución de Mayo”, en Anuario del IEHS nº 17, Tandil, Facultad de Ciencias
Humanas, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2002, pp. 49-76.
11 Eric Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición, Barcelona, EUMO
Editorial, 1988.
12 Pierre Norá, “La loi de la mémoire”, en Le Debat, nº 78, 1994, pp. 187-191; respecto a la
importancia de los museos en los procesos de construcción de la nacionalidad apelamos a los concep-
tos definidos por Benedic Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la
difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 228-229.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 93
inmigrante en el destino. Un balance a partir de los casos de los españoles, franceses e italianos de
Luján”, en Cuadernos de Trabajo, nº 15, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional
de Luján, 2000, pp. 123-189. Respecto a las transformaciones socioeconómicas de Luján y a la
composición de su población véanse los trabajos de Norberto Marquiegui, en especial; “Aproxima-
ción al estudio de la inmigración ítalo-albanesa en Luján”, en Estudios Migratorios Latinoamerica-
nos, nº 8, 1988, pp. 51-81; “La inmigración española en Luján (1880-1920)”, en Estudios Migratorios
Latinoamericanos, nº 13, 1989, pp. 525-562; “La inmigración gallega a la Argentina. El caso de
Luján, 1880-1820”, en Ciclos, nº 4, 1993, pp. 133-153; “Los inmigrantes en los orígenes de las
empresas argentinas. El caso de la Sociedad Anónima de Electricidad de Luján (1911-1930)”, en
Cuadernos de Historia Regional, nº 16, Universidad Nacional de Luján, Luján, 1994, pp. 87-109; El
barrio de los italianos. Los ítalo-albaneses de Luján y los orígenes de Santa Elena, Luján, Librería
de Mayo, 1995; “Migración en cadenas, redes sociales y movilidad. Reflexiones a partir de los casos
de los sorianos y albaneses de Luján”, en Hernán Otero y María Bejer (comps.), Inmigración y redes
sociales en la Argentina moderna, IEHS-CEMLA, 1995, pp. 35-60.
14 Norberto Marquiegui, Ana María Silvestrin y Elisabet Cipolleta, “La inmigración italiana en
y cultural sumó a este espacio social una vitalidad inusitada: en 1917 el Comisiona-
do Municipal de Luján solicitó al gobierno provincial fondos para “rescatar” el
viejo Cabildo;16 en respuesta a ello José Luis Cantilo establecía por decreto la
utilización de este edificio como asiento definitivo del nuevo Museo Colonial e
Histórico de la Provincia de Buenos Aires.17
El presente trabajo, por lo tanto, propone reconstruir y contextualizar el pro-
ceso de fundación del Museo Histórico y Colonial, teniendo presente las diferentes
problemáticas sociopolíticas imperantes a nivel local, nacional y provincial. Para
ello hemos reducido nuestra escala de observación retomando los principios bási-
cos de la microhistoria ya que partimos de la premisa de que esta metodología nos
permitirá observar con mayor detenimiento la emergencia de elementos y proce-
sos que parecen perder relevancia si los analizamos en contextos globales.18 Te-
niendo presente lo sucedido en el resto de los países hispanoamericanos, 19 el
proceso de construcción de una fuerte ideología nacional en España desde fines
del siglo XIX20 y los acontecimientos producidos a nivel mundial que indudable-
mente influyeron sobremanera en la Argentina,21 intentaremos responder a los dos
interrogantes que consideramos esenciales para desentrañar el complejo proceso
de construcción de identidades desde la acción política concreta de los actores
sociales que las implementan: ¿cuáles son las características espaciales y
sociopolíticas específicas de la ciudad de Luján que hicieron posible la emergencia
de elementos culturales e identitarios tan poderosos y perdurables que veremos
actuar con posterioridad en la construcción de una “ideología nacional”?; ¿cómo
se combinaron y se seleccionaron estos elementos en la tradición local para
16 Vale recordar que hasta 1910, la sede municipal funcionaba en la planta edilicia del Cabildo. En
ese año, la municipalidad fue trasladada frente a la Plaza Colón, y en el edificio del Cabildo se instaló
la comisaría. Ante el deterioro de la edificación, muchas veces se pensó en derribarla, colocar en su
lugar una placa recordatoria y construir una nueva planta como ya lo había propuesto, en 1906, el
arquitecto Cristophersen para el Cabildo de Buenos Aires. Respecto al proyecto de Christophersen
ver Alejandro Christophersen, “Conmemoración del gran centenario”; en Revista de Arquitectura,
Buenos Aires, julio-agosto de 1906, pp. 88-89.
17 Desde 1972, esta institución pasó a denominarse Complejo Museográfico Enrique Udaondo,
Castro Leiva y F.-X. Guerra, De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza, Iber-Caja,
1994, pp. 349-381; Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider, Homogeneidad y nación
con un estado de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 2000.
20 Joaquín Varela, La novela de España. Los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus,
1999; Carlos Serrano, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación, Madrid, Taurus, 1999.
21 Respecto a la nueva función desempeñada por los intelectuales argentinos en la vida política y
social del país frente al estallido de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, ver Tulio Halperin
Donghi, Vida y muerte de la república verdadera (1910-1930), Buenos Aires, Ariel, 1999, pp. 55-103.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 95
Las fuentes documentales con las que contamos muestran una amplia riqueza
por su diversidad, por lo tanto, cada una de ellas ha sido explorada intentando
perseguir un objetivo preciso. En primer lugar, el libro de actas de la institución,22
permitirá extraer información acerca de la conformación de la Comisión Adminis-
tradora del Museo, los miembros que la integraron y sus vinculaciones con las
autoridades gubernamentales, los proyectos y las primeras acciones que llevó a
cabo. En segundo lugar, las fuentes periodísticas informarán sobre el desarrollo
de la ceremonia oficial de entrega del Cabildo por parte de las autoridades provin-
ciales a dicha Comisión. Esta celebración permitirá prestar especial atención a dos
aspectos centrales: las acciones concretas de los grupos de poder que aspiraban a
legitimar con su presencia su participación en el “proyecto Museo” y las actuacio-
nes de los destinatarios concretos del proyecto ideado: los vecinos, las asociacio-
nes de inmigrantes, los docentes y sobre todo los escolares y los niños, quienes,
como futuros ciudadanos, debían “embriagarse” de las mejores “tradiciones pa-
trias”. Pero esas tradiciones estaban claramente delineadas y reformuladas por las
elites políticas y culturales que administraban los diferentes niveles estatales. De
ahí que, teniendo presente el decreto de fundación del Museo y los discursos
pronunciados por las autoridades, en el tercer apartado analizaremos el proceso a
través del cual la elite dirigente “seleccionará”23 algunos elementos del pasado
transformándolos en “historia” oficial e intentará resguardar los restos materiales
de esa “historia” en el Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, veremos que las desavenencias políticas abortaron el proceso: a
manera de epílogo, por tanto, describimos la forma abrupta en que los miembros
de la Comisión del Museo renuncian a sus cargos hasta que las nuevas autoridades
provinciales renuevan la iniciativa de poner en marcha el Museo. Nuevamente, el
libro de actas de la Comisión y el análisis de la situación política nos ayudarán a
comprender mejor los conflictos y a visualizar su posterior solución.
22 Se trata de un libro de grandes dimensiones, foliado, que consta de cuatro actas labradas por los
integrantes de la Comisión Directiva del Museo. Agradezco a Mariana Luchetti y demás personal de
archivo del Complejo Museográfico Enrique Udaondo de Luján, por la gentileza con la que me han
permitido acceder a él.
23 Utilizamos el concepto de “tradición selectiva” acuñado por Raymond Williams, Marxismo y
Para evitar el derrumbe del edificio del Cabildo, en 1917 el Comisionado Municipal
de Luján, Domingo Fernández Beschtedt,24 solicitó ayuda monetaria al Interven-
tor Nacional de la Provincia de Buenos Aires, José Luis Cantilo.25 Como respues-
ta, el 31 de diciembre de 1917 se establecía por decreto la creación en esta edifi-
cación del Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires. A estos
efectos, Cantilo encomendaba su restauración a uno de los máximos exponentes
del estilo arquitectónico neocolonial, Martín S. Noel26 quien, entre enero y marzo
de 1918 debía realizar su trabajo. Los plazos eran demasiado cortos porque los
tiempos políticos así lo exigían. Recordemos que José Luis Cantilo debía dejar el
cargo de Interventor Nacional que Yrigoyen le había asignado el 24 de abril de
1917, ante la grave situación de anormalidad política que atravesaba la provin-
cia.27 Su función como administrador, en consecuencia, sería breve, lo que no le
impidió que, a ocho meses de asumir el gobierno y ante el pedido del Comisionado
de Luján, firmara el decreto de creación del Museo y solicitara a Noel la restaura-
ción del viejo edificio del Cabildo. Intentando una gestión rápida y eficaz para
borrar los vestigios conservadores, Cantilo no advirtió que serían las divisiones
internas dentro de su propio partido las que harían tambalear el proyecto lujanenese.28
24 Importante figura del radicalismo lujanense. Fue vicepresidente del Comité de la Unión Cívica de
Luján y formó parte de la juventud radical. Tuvo una de sus primeras actuaciones públicas en 1893, cuando
participó activamente, en Luján, en la toma de la Municipalidad y la comisaría, en un contexto de fuertes
manifestaciones sociales. En 1917, ante la intervención federal de la provincia de Buenos Aires, fue
designado Comisionado Municipal de Luján. “Un siglo de política y políticos”, en 100 años de la
Coronación de Nuestra Señora de Luján 1887-1987; edición especial de El Civismo, Luján, 1987, p. 22.
25 Cantilo participaba activamente en el radicalismo desde la década de 1890, integraba el
Comité Nacional de la UCR y había sido diputado provincial y nacional por la Capital Federal. En 1915
había fundado el diario radical La Época, del que fue su primer director; Richard Walter, La provincia
de Buenos Aires en la política Argentina, 1912-1943; Buenos Aires, Emecé, 1987, p. 68.
26 Ramón Gutiérrez, Margarita Gutman y Víctor Pérez Escolano, El arquitecto Martín Noel. Su
presidenciales de su líder, Marcelino Ugarte. De ahí que Yrigoyen prestó especial atención a la regulariza-
ción de la ley electoral de la provincia que negaba el derecho al voto, a los hombres de 18 a 21 años de edad.
28 Una aproximación a la cuestión de la relación entre el partido radical y la administración pública,
entre 1916-1930, y las divisiones internas del radicalismo en Ana Virginia Persello, “Administración
pública y gobiernos radicales, 1916-1930”, en Revista Sociohistórica, Cuadernos del CISH N° 8, UNLP,
2001. Para contextualizar esta problemática dentro de un marco temporal más amplio y analizar en
profundidad los cambios experimentados por la política de la provincia de Buenos Aires a lo largo del
período 1880-1912, ver Roy Hora, “Autonomistas, radicales y mitristas: el orden oligárquico en la
provincia de Buenos Aires (1880-1912)”, en Boletín de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, nº 23, Buenos Aires, 2001, pp. 39-77.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 97
Yrigoyen y al gobernador Crotto. Una explicación detallada de estos conflictos en Richard Walter, La
provincia de Buenos Aires..., pp. 66-88.
31 Libro de actas de la constitución del Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos
Aires. Archivo del Complejo Museográfico Enrique Udaondo. En adelante “actas”, folio 1.
32 Enrique Peña (1848-1924): coleccionista y numismático. En 1893 se incorporó a la Junta de
Historia y Numismática Americana, institución que tuvo activa participación en los debates acerca de
la construcción de estatuas o monumentos históricos. En 1906 accedió a la vicepresidencia de la Junta.
Carlos María Urien (1855-1921): historiador y abogado que se dedicó especialmente a las investigacio-
nes históricas en busca de exaltar los valores nacionales. J. J. Biedma (1864-1933): militar, publicista,
autor de trabajos históricos y biográficos y director, entre 1903 y 1905, del Archivo General de la
Nación. Miembro de la Junta de Historia y Numismática, entre 1897 y 1906. José Marcó del Pont
(1851-1917): abogado, numismático y coleccionista; en 1893 asume el cargo de secretario de la Junta
de Historia y Numismática. Juan C. Amadeo (1862-1935): Coleccionista y anticuario; desde 1897
miembro de la Junta de Historia y Numismática. Si bien Rafael Obligado, Carlos Noel, Clemente Onelli
y Federico Leloir no integraron la Junta de Historia y Numismática, sí formaban parte de la elite
intelectual de la época y mantenían estrechas vinculaciones con sus miembros.
33 “Informe general. sobre las escuelas del partido de Las Conchas”, Las Conchas, 30 de abril de
1918. A través de esta publicación de diez páginas, Udaondo informa al interventor Cantilo respecto
98 MARÍA ÉLIDA BLASCO
al trabajo que está desempeñando como Comisionado Escolar en ese distrito, destacando sobre todo
su proyecto de conformar un Museo Escolar que será inaugurado, finalmente, el 18 de noviembre de
1918; “Catálogo del Museo Popular de Las Conchas”, Tigre, 1920.
34 Enrique Larreta, Lo que buscaba don Juan. Artemis. Discursos, Madrid, Espasa Calpe, 1967, p. 110.
35 Para analizar la trayectoria política y cultural de Noel, ver María Silvia Ospital, “Vocación
edificio del Cabildo y dos años después de producida la incorporación de Ricado Rojas.
37 Revista editada por la Sociedad Central de Arquitectos y el Centro de Estudiantes de Arquitec-
tura, y vocera de los más importantes debates académicos dentro de la disciplina arquitectónica; José
Emilio Burucúa y Ana María Telesca, “El arte y los historiadores”, en La junta de historia y
numismática..., tomo II, pp. 232-233.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 99
una reforma en el estudio de las humanidades modernas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1971.
41 Ricardo Rojas, Eurindia, vol. 1, Buenos Aires, CEAL, 1993; vol. 2, Buenos Aires, CEAL , 1980.
42 Burucúa y Telesca “El arte y los historiadores...”; p. 232.
43 En el mismo discurso Larreta le manifiesta su gratitud a Cantilo por haber “puesto especial
empeño en apartar al nuevo instituto de las pasiones y vicisitudes de la política”. Agrega luego que
“hay entre nosotros personas de diferentes partidos y muchas que no pertenecen a ninguno” y que,
por lo tanto no ha de ser él “quien perturbe la tranquilidad de la casa”. Enrique Larreta, Lo que
buscaba don Juan..., p. 115.
100 MARÍA ÉLIDA BLASCO
44 Durante la década de 1910, el futuro Interventor había iniciado un arduo debate entre los
Los eventos festivos y las celebraciones son, ante todo, un tipo específico de
acción social que pertenece a la esfera de las prácticas simbólicas, entendiendo
por tales aquellas orientadas a la creación y transformación de los símbolos que
confieren sentido a la vida humana.49 Por ello, el primer rasgo que merece señalar-
se en la ceremonia oficial de entrega del Cabildo a la Comisión Administradora del
Museo es el hecho de que constituye una celebración que no sólo evoca un objeto
o acontecimiento sino que muestra y patentiza el valor que le otorgan tanto los
organizadores como los receptores del evento.
Como advertimos con anterioridad, el acta labrada por los miembros de la
Comisión del Museo deja traslucir lo ocurrido en Luján, el 28 de abril. Sin embar-
go, podemos ampliar la información consultando diversas fuentes periodísticas
que reprodujeron en sus páginas los hechos más relevantes del evento: es el caso
de los diarios capitalinos La Razón y La Nación, de los periódicos locales El
Civismo,50 La Opinión51 y La Perla del Plata52 cuya información analizamos con
especial atención por tratarse del órgano periodístico de la Basílica de Luján.
Concretamente, ni bien José Luis Cantilo se apresuró a señalar la fecha de la
celebración “las autoridades de la localidad resolvieron asociarse al acontecimien-
to”.53 El Comisionado Municipal invitó al vecindario a concurrir en manifestación
pública e invitó a preparar el escenario festivo: la población local “había adornado
sus casas con banderas argentinas y la propia Municipalidad distribuido insignias
nacionales, españolas y sudamericanas, a lo largo del recorrido”.54 Mientras tanto,
49 Antonio Ariño Villarroya, La ciudad ritual. La fiesta de las fallas, Barcelona, Anthropos,
1992, p. 214.
50 Órgano periodístico que comenzó a circular en 1916.
51 Órgano periodístico que comenzó a circular en 1904.
52 Órgano periodístico de la Basílica de Luján que comenzó a circular en 1890.
53 Actas, folio 5.
54 “Museo Colonial de histórico de la Provincia de Buenos Aires. Entrega del Cabildo de Luján,
lencia del “ser argentino”, ver Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, Ensayos argentinos..., pp. 182-
260; Maristella Svampa, El dilema argentino..., pp. 85-134; Raúl Fradkin, “Centaures de la pampa.
Le gaucho, entre l’historie et le mythe”, en Annales HSS, janvier-fevrier, nº 1, 2003, pp. 109-133.
59 Los conservadores, por ejemplo, incluían en sus mitines preelectorales a un contingente de
jinetes ataviados a la usanza gaucha, que lucían las boinas rojas (distintivo del partido de la Provincia
de Buenos Aires). Los radicales que llevaban boinas blancas patrocinaban rodeos, peñas y carreras de
caballos. Los dos partidos realizaban el tradicional asado criollo tal vez con el objetivo de atraer a los
argentinos nativos y también a los hijos o nietos de inmigrantes que, mediante la asimilación de estos
elementos culturales, buscaban acceder a integrarse con derechos plenos a la vida social. Respecto a
la asimilación del criollismo por los grupos inmigratorios ver Adolfo Prieto, El discurso criollista en
la formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988, pp. 18, 98, 131.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 103
Luján”.
64 Actas, folio 6.
65 Según la tradición local, Lezica y Torrezuri llegó al Río de la Plata y recorriendo las estancias
de Luján sufrió el impacto de “la fervorosa fe que los pueblos del Virreinato le profesaban a la virgen
de las orillas del Río Luján”. Al encontrarse enfermo, Lezica pidió que lo trajeran a los pies de la
imagen de la virgen. Allí, con la sola frotación de agua de un manantial cercano se produjo el
“milagro” de su curación. En agradecimiento, entonces, comenzó la construcción de un pequeño
templo en honor a la Virgen de Luján; Revista Nosotros, nº 64, año VI, p. 26. Sobre Lezica y Torrezuri
ver Jorge G. Cortabarría, “Don Juan de Lezica y Torrezuri. Actividades económicas y sociales de un
gran comerciante del Buenos Aires del siglo XVIII”, en Res Gesta, nº 22, Rosario, FDYCS UCA, julio-
diciembre de 1987, y Dedier N. Marquiegui, Estancia y poder político en un partido de la campaña
bonaerense (Luján, 1756-1821), Buenos Aires, Biblos, 1990, pp. 35 y 36.
104 MARÍA ÉLIDA BLASCO
8 de diciembre de 1763: ubicados al costado del estrado, los ancianos daban con-
tinuidad al mito fundador y legitimaban con su presencia al “patriciado lujanense”
reforzando la “identidad” local y fijando sus orígenes prístinos.
Acto seguido hicieron uso de la palabra los representantes políticos del pro-
yecto “Museo”: el Comisionado Municipal, el Interventor Nacional, el arquitecto
Martín Noel y Enrique Rodríguez Larreta, quien asumía públicamente la respon-
sabilidad de presidir la Comisión Administradora y, por lo tanto, llevar a feliz tér-
mino la obra proyectada por Cantilo.66 Precisamente, el interventor dejaría su
cargo con una gran dosis de alivio si esta última cuestión quedaba claramente
registrada por la comunidad local. Y parece haber logrado su objetivo ya que
terminado el acto “el pueblo que llenaba la plaza pública, solicitó vivamente la
palabra del Interventor Nacional, quien señaló las proyecciones del Museo, refirió
el alcance de la ceremonia, que había ocurrido en el interior del edificio y agrade-
ció la manifestación cariñosa y significativa tributada por el vecindario”.67
Mientras las damas y señoritas pasaban a la sala contigua para ser obsequia-
das con un lunch, en el patio del futuro Museo se les daba activa participación a
los grupos escolares que, acompañados por sus docentes, saludaban con flores y
aplausos al interventor y a la comitiva. Los niños no podían estar ausentes en el
particular evento ya que, de alguna manera, ellos debían ser los más ágiles recep-
tores del mensaje pedagógico que se pretendía transmitir: de ahí que la señorita
Elisa González en representación del personal docente de las escuelas locales pro-
nunció un discurso que, según el cronista de La Perla del Plata, constituyó “un
himno a los sentimientos de religiosidad y patriotismo”, elementos que “deben
marchar unidos en el futuro, pues fueron los que hicieron todo cuanto tiene de
ilustre la gloriosa villa”.68
Aunque algunos periódicos parecen no haberlo registrado,69 la ceremonia toda-
vía no llegaba a su fin: la revista del Santuario señala que posteriormente “la comitiva
se trasladó a la basílica. Monseñor Terrero la acompañó hasta el altar de la Virgen a
cuyos pies se arrodillaron junto con el prelado, el interventor y su comitiva”.70 El
acto no sólo dejó traslucir el poder de la cúpula eclesiástica, también evidenció las
acciones coordinadas entre la esfera política y religiosa, sobre todo a nivel local.
José Luis Cantilo, aparecen transcriptos según la publicación de La Perla del Plata del 5 de mayo de
1918, en Raúl Fradkin y otros, “Historia, memoria y tradición: la fiesta de la quema del Judas en
Luján”, en Cuadernos de Trabajo nº 17, Departamentos de Ciencias Sociales, Universidad Nacional
de Luján, 2000, pp. 69-72.
67 Actas, folio 6.
68 La Perla del Plata, 5 de mayo de 1918.
69 Tanto La Razón como La Nación coinciden en relatar que, luego de la ceremonia en el patio del
Cabildo, la comitiva se dirigió a la estación del ferrocarril para emprender el regreso a Buenos Aires.
70 La Perla del Plata, 5 de mayo de 1918.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 105
El interventor federal José Luis Cantilo, establecía la creación del Museo Colonial e
Histórico de la Provincia de Buenos Aires en un intento de resaltar el rol cumplido por
la provincia “que tan principal y característica actuación tuvo en la época de la colonia
y en la emancipación nacional”.71 Este rescate de lo “bonaerense” como cuna de la
tradición nacional “criolla” debía ir acompañado de reivindicaciones concretas en el
ámbito local; de ahí que la ciudad de Luján aparece como el nexo apropiado para
desarrollar fuertes sentimientos de pertenencia territorial: “Que la Villa de Luján debe
elegirse como asiento del Museo Colonial e Histórico de la provincia de Buenos Aires,
por existir en ella el venerable edificio capitular y por ser esta Villa la población más
antigua de la Provincia, centro verdadero de la tradición gauchesca de la llanura, cuyo
primitivo núcleo de habitantes data del año 1630, fecha en la cual aparece ya en la
historia como atalaya de Buenos Aires en su lucha contra el salvaje”.
En la reelaboración construida por Cantilo, el territorio –la antigua Villa de
Luján– parece haber desempeñado un papel fundamental en la historia de la
provincia y a la vez de la nación. Considerando que Luján fue la población más
antigua de la provincia, la historia “bonaerense” queda personificada en el terri-
torio lujanense, ya que ésta es la tierra de los antepasados y la de los orígenes
míticos de la comunidad provincial a la que Cantilo representa políticamente. En
un contexto signado por la afluencia inmigratoria y, por lo tanto, carente de
especificidad cultural, parece importante percibir la importancia del factor terri-
torial como elemento de singularización capaz de actuar como principio de dife-
renciación nacional,72 regional o local.
Este importante papel desempeñado por el territorio en la construcción nacio-
nal argentina permite explicar el hecho de que, en el discurso de Cantilo, Luján se
convirtiera en la cuna misma de la tradición gauchesca de la llanura pampeana que
además participó activamente en la lucha contra la “barbarie” indígena. Sin em-
bargo, en la reelaboración del pasado, no es sólo la “población criolla” la que
otorga importancia a esta ciudad. Son sobre todo sus ya nombradas instituciones
coloniales que demarcaron el territorio: “Que en el transcurso de nuestra evolución
cívica reaparece Luján con su Cabildo genuinamente criollo, defendiendo sus
fueros contra la preponderancia del de Buenos Aires y se convierte más tarde, con
Pueyrredón a la cabeza, en foco de resistencia contra el invasor de 1807”.73
Nuevamente, según el interventor, el Cabildo “genuinamente criollo” aparece
como la institución política originaria y a la vez primigenia de la provincia, lo que
permite diferenciarla tanto en el presente como en el pasado de la ciudad de Bue-
nos Aires. Esta diferenciación que transforma a la región en la cuna de la tradición
colonial es reivindicada por Cantilo con especial énfasis ya que le permite redefinir
la historia nacional desde una perspectiva provincial. Más aún, enfatizar la partici-
pación de Luján en las invasiones inglesas permitía mitigar la historia de un con-
flicto resuelto por la población eminentemente porteña y recalcar la participación
bonaerense en la lucha contra el “invasor”. En definitiva, la activa intervención de
Luján, vale decir, de la provincia de Buenos Aires en el pasado nacional la convier-
te en el nexo perfecto para redefinir la tradición argentina ya que, según el decreto,
“aún por encima de estos honrosos antecedentes, debe recordarse que la simiente
de la libertad encontró en Luján tierra propicia para su arraigo inicial, y en el
patriotismo ingénito de sus hijos, vigorosos elementos de difusión futura”.
De ahí que el objetivo no era sólo la restauración del antiguo Cabildo: “para su
fiel conservación es menester adaptarlo a un destino elevado y de carácter definiti-
vo”. Un museo que, como su nombre lo indica, se dedicara al rescate de la tradición
colonial. Esta característica esencial lo diferenciaba del Museo Histórico Nacional
dedicado a rescatar los orígenes institucionales de la Argentina. El Museo de Luján
estaría sustentado sobre la propia estructura edilicia del Cabildo, cuya arquitectura
–se empeña en resaltar Cantilo– “es del más puro estilo colonial”.
Efectivamente, en el acto oficial del 28 de abril, Martín Noel pronunció un discur-
so en el que explicaba las razones que lo guiaron en el trabajo de reparación del Cabil-
do, un edificio que atesoraba “el germen espiritual de la arquitectura de nuestra Pampa”74 y
por lo tanto se trasformaba en la musa inspiradora de todos aquellos arquitectos y
artistas que, como él, ansiaban “el nacimiento de una estética nacionalista”.
La asociación complementaria entre “estilo colonial” y “estética nacionalista”
estaba lejos de parecer descabellada. La evidente necesidad de proponer un estilo
arquitectónico que remitiera al pasado colonial hispánico como expresión
“auténticamente nacional” era planteada cada vez con mayor énfasis por los cír-
culos políticos e intelectuales de fines de la década del diez.75 A su vez, como ya
73 Decreto.
74 Martín Noel, “La arquitectura hispano-americana en el Cabildo de Luján”, en Contribución a
la historia de la arquitectura hispanoamericana, Buenos Aires, Ed. Peuser, 1921.
75 Ramón Gutiérrez, “Martín Noel en el contexto Iberoamericano. La lucidez de un precursor”, en
Ramón Gutiérrez, Margarita Gutman y Víctor Pérez Escolano, El arquitecto Martín Noel..., p. 17; Tulio
Halperin Donghi, “España e Hispanoamérica: miradas a través del Atlántico (1825-1975)”, en El
espejo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, pp. 78-91; Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano,
Ensayos argentinos..., pp. 161-209; Maristella Svampa, El dilema argentino..., pp. 85-134.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 107
lo había hecho Cantilo a través del decreto de creación del Museo, Noel intentaba
relacionar el concepto de “región pampeana-bonaerense” con el de “estética na-
cional hispánica”. Concretamente, respecto al cabildo manifestaba que: “Su fiso-
nomía característica de la provincia de Buenos Aires ordenaba el respeto por la
tradición regional [...] Dos eran las fábricas de nuestro Cabildo y a dos épocas
distintas pertenecieron [...] Traía la más antigua que fue erigida a mediados del
siglo XVIII, los trazados remanentes del viejo virreinato del Perú, que por vías de
Bolivia habían hecho camino por Salta, Tucumán y Córdoba hasta Buenos Aires
[...] La segunda [...] se nos allegaba, quizás por vías más directas, de una España
ya saturada de galicismos. Asimismo, las dos hermanaron y adquirieron en nues-
tro terruño un sabor indeleble de originalidad provinciana. Y era que, ya en una
corriente como en la otra, ocurría un proceso inconsciente, que fuerza es decirlo,
había hallado un crisol en la sierra andina –la llanura pampeana atenuó el enfervo-
rizado barroquismo de sus firmas exaltando en ellas el sésamo balsámico de nues-
tras praderas [...] A la sombra de este esparcimiento se construyeron nuestras
villas coloniales, modestas sí, pero ricas en esencia”.76
Capturar la “esencia espiritual” de estas villas coloniales en vías de desapari-
ción parece ser el objetivo de Noel. Y para concretarlo, que mejor que reparar el
edificio adoptando el estilo neocolonial, que, de alguna manera, intentaba resolver
las posibilidades de combinar la doble demanda de preservación y cambio; o si se
quiere, de modernidad y tradición en un espacio público en vías de moderniza-
ción. Sin embargo, no era tan sencillo: los debates dentro de la disciplina arquitec-
tónica respecto de la posibilidad de aplicar el neocolonial eran arduos y complejos,
tanto que se prolongaron durante las décadas del veinte y del treinta. Las posibili-
dades concretas de adaptar cierto tipo de edificios (cuyo valor radicaba en las
antiguas condiciones manuales de producción y los materiales utilizados para su
construcción) a las necesidades de la ciudad moderna eran escasas, por ello este
estilo arquitectónico no intentará reconstruir con exactitud los edificios históricos
sino “recrearlos”, modernizar las formas antiguas “de acuerdo con las necesida-
des espirituales, materiales y artísticas de la vida contemporánea”.77
Pero ¿cuáles eran las necesidades espirituales que ciertos sectores de la elite
cultural percibían como necesarias? Evidentemente el reencuentro con España.
De ahí que una de las personas más importantes del proyecto “Museo” fuese
Rodríguez Larreta, un reconocido hombre de letras de ascendencia española que,
según sus propias palabras, estaba profundamente convencido de que “jamás na-
ción alguna podrá sobrepujar las glorias espirituales y heroicas de España”.78
Este mensaje era profundamente internalizado en Luján. No por casualidad la
infanta Isabel de Borbón había visitado la ciudad durante los festejos del Centena-
rio de la Revolución de Mayo79 y se había sorprendido, no sólo ante la grandiosa
devoción popular de los lujanenses sino, también y sobre todo, al advertir las
enormes semejanzas urbanísticas entre Luján y las ciudades españolas. Las cau-
sas de este proceso de identificación, no sólo debemos buscarlas en la firme
decisión de los gobiernos comunales de construirlas y fomentarlas. La temprana
formación de la colectividad española, su enorme influencia en la estructura
socioeconómica de la región, y la acción propagandística reforzada por la propia
elite española, sobre todo desde fines del siglo XIX, tendiente a reafirmar entre los
inmigrantes el apego a los valores de su tierra originaria, exaltar sentimientos pa-
trióticos y recrear identidades de origen, estaban en el fondo mismo de la cues-
tión; sobre todo, en una comunidad que, desde finales de siglo, recibió la enorme
influencia de grupos inmigratorios italianos.80
De ahí que no puede sorprendernos el extraordinario “culto a España” preva-
leciente entre los lujanenses que fue activado por las autoridades con la creación
del Museo. Las similitudes materiales entre la escenografía urbana local y la “ma-
dre patria” se transmutaban a su vez en semejanzas espirituales que aparecían no
sólo como vitales, sino, sobre todo, como propias de la comunidad lujanense.
Dentro de ellas, el catolicismo ocupaba un lugar central: nuevamente la ciudad de
Luján y España tenían elementos comunes con los cuales identificarse.
La mayor parte de los fieles católicos del país reconocían a la Basílica de
Luján como uno de los mayores centros de peregrinaje, a los que concurrían
anualmente, muchas veces, estimulados por las propias autoridades políticas del
gobierno de turno: el 8 de mayo de 1887 una peregrinación nacional celebraba la
Jockey Club de Buenos Aires el 30 de noviembre de 1916; en Enrique Larreta, Lo que buscaba don
Juan..., p. 113.
79 En 1911 apareció en España una publicación en la que se relataban los acontecimientos produ-
cidos durante el viaje realizado por la infanta Isabel de Borbón a la Argentina, en ocasión de celebrarse
los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo; marqués de Valdeiglesias, Las fiestas del Centena-
rio en la Argentina. Viaje de S. A. R. la infanta doña Isabel a Buenos Aires, Madrid, 1911.
80 Norberto Marquiegui, “Liderazgo étnico...”; según datos obtenidos de los tres primeros censos
nacionales el autor advierte que, ya en 1869, los españoles eran el grupo nacional europeo más
representativo de todos los arribados a Luján. Si bien entre 1870 y 1880 se observa un declive conside-
rable, desde 1881 se advierte una lenta pero sostenida recuperación de grupos inmigratorios españoles.
Entre 1895 y 1914 los inmigrantes españoles se convierten en el grupo de mayor crecimiento del
período, consolidándose como la segunda comunidad en importancia detrás de los italianos.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 109
81 Enrique Udaondo, Reseña histórica..., pp. 318-319. Respecto de la importancia de las peregri-
naciones a Luján, sobre todo en la experiencia de las colectividades inmigratorias, ver Daniel Santamaría,
“Estado, iglesia e inmigración en la Argentina moderna”, en Estudios migratorios latinoamericanos,
nº 14, Buenos Aires, 1990, pp. 139-181.
82 Antonio Scarella, Pequeña historia de Nuestra Señora de Luján. Su culto, su santuario y su
Alcorta en 1910, ver “La iglesia y el mensaje presidencial” y “La iglesia y el Centenario de la
Independencia” en la Revista del Santuario de Luján La Perla del Plata, 15 de mayo de 1910, p. 36.
84 Loris Zanatta, Del Estado liberal...
85 María Élida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján...”.
86 Loris Zanatta y Roberto Di Stéfano, Historia de la iglesia argentina. Desde la conquista
hasta fines del siglo XX; Buenos Aires, Grijalbo, 2000, pp. 354-355.
110 MARÍA ÉLIDA BLASCO
De ahí que, al menos durante las tres primeras décadas del siglo, debemos cuidar-
nos de identificar la consolidación institucional de la iglesia con el conservaduris-
mo o con el radicalismo.87 Si pensamos la relación con este último –ya que es el
aspecto que nos ocupa– debemos tener presente que aun cuando Yrigoyen no
podría ser identificado como “anticlerical”,88 también es verdad que la dirigencia
política de su partido era ideológicamente muy heterogénea y no se acercaba en lo
más mínimo al proyecto de restauración integral del orden cristiano, ideado por la
jerarquía eclesiástica argentina. Estos motivos hacen necesario introducir una ma-
yor complejidad al problema y tomar en consideración otros aspectos menos ex-
plorados, tal vez más sutiles, que permitieron a la elite política y eclesiástica actuar
conjuntamente en la conformación de una identidad argentina que colocara como
valor supremo el respeto por la religión católica.
Como representante político de la provincia de Buenos Aires, Cantilo parece
haberlo comprendido. El Cabildo de Luján –y ahora el nuevo museo– se hallaba
ubicado en el centro histórico de la ciudad, frente a la Iglesia y la Plaza Belgrano,
un espacio urbano con amplia capacidad simbólica para engendrar la devoción
popular.89 El proyecto de instalar el Museo en ese lugar, en el que se encontraba
uno de los edificios más importantes de la Iglesia Católica, parece planeado con
una intencionalidad deducida de las propias palabras del interventor Cantilo. En el
discurso pronunciado ante la Comisión Administradora del Museo identifica al
Cabildo y al templo “como dos elementos de civilización, como dos columnas
sustensoras de la vida urbana”90 erigidas en mitad del siglo XVIII. La primera
reelaboración del pasado estaba en marcha: el templo al que se refiere Cantilo es el
que, según la tradición, fue construido por Lezica y Torrezuri y, posteriormente,
demolido para construir la Basílica. Por lo tanto, es inexistente a la vista de los
oyentes y pasa, entonces, a formar parte de la más antigua tradición. La misma
que permite identificar al templo católico y a una institución colonial como ele-
mentos primigenios de la vida urbana y civilizada de la provincia de Buenos Aires.
Prosigue Cantilo para finalizar su relato: “En sus dos representaciones del espíritu
y la inteligencia, esos dos edificios vecinos, ideados por una misma mentalidad,
constituyeron también un solo símbolo”.
Si las personas presentes giraron sus cabezas tratando de identificar los sig-
nos “ideados por la misma mentalidad” no iban a encontrarlos a simple vista en los
estilos arquitectónicos. Cada edificio –templo-basílica y Cabildo-Museo– remiten
pp. 99-108.
90 La Perla del Plata, Luján, 5 de mayo de 1918.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 111
ta, había fundado, en 1907, la Escuela Moderna de Luján, un innovador proyecto pedagógico que fue
clausurado en 1909, ante la declaración del estado de sitio; para mayor información ver Dora
Barrancos, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, Buenos
Aires, Contrapunto, 1990, pp. 98-127; Juan Suriano, Anarquistas. Política y cultura libertaria en
Buenos Aires. 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001. Por otro lado, debemos tener presente lo
sucedido en esta ciudad durante el Congreso de Librepensadores, realizado en 1913 por los integrantes
de la Liga Nacional de Libre Pensamiento, que acaparó la atención y la crítica no sólo de los
representantes de la iglesia local sino también de los órganos periódicos de la época. Para mayor
información acerca del desarrollo de la jornada ver La Perla del Plata del 6, 13 y 27 de julio de 1913.
94 La Razón, 29 de abril de 1918.
LA FUNDACIÓN DEL MUSEO COLONIAL E HISTÓRICO... 113
todo su empeño en llevar a cabo este objetivo: recordemos que desde fines del siglo
XIX, pero fundamentalmente en la primera década del siglo XX, las alternativas
promovidas desde los poderes públicos para “redefinir oficialmente” la tradición
nacional giraban básicamente sobre tres ejes: la construcción de monumentos histó-
ricos,95 la fundación de diversas instituciones oficiales encargadas de la investiga-
ción histórica96 y los museos de historia, pensados no sólo como lugar de resguardo
de los restos materiales del pasado, sino sobre todo, también, como instrumentos
complementarios de la acción pedagógica y formativa ofrecida por la escuela públi-
ca.97 En este contexto, la propuesta de Cantilo para la ciudad de Luján constituyó
una estrategia destinada a fortalecer esta tendencia pero, también, a ampliarla. La
clave: el reciclaje del edifico del Cabildo y la complejidad del proyecto cultural.
El museo provincial venía a dar cumplimiento a uno de los requerimientos
imprescindibles en una Argentina que avanzaba a pasos agigantados hacia la mo-
dernización: “reunir los innumerables y ricos elementos de su tradición, que se
encuentran dispersos y olvidados en ella, con mengua de la cultura patria”.98 Sin
embargo, Cantilo lo proyectaba también como una institución indispensable para
la enseñanza cívica y moral de niños y adultos ya que “admitido como está que en
su carácter de objetividad histórica, el Museo es prolongación y complemento de
la escuela”. Advirtiendo que desde fines del siglo XIX la educación patriótica se
alzaba como dispositivo central para la creación de una cultura homogénea,99 el
“proyecto museo” debía adquirir mayor complejidad haciendo hincapié en las ne-
cesidades espirituales y, sobre todo, emocionales de la población local.
De ahí que el Interventor Federal no dudó en aprobar la propuesta que Rodríguez
Larreta había lanzado en una de las primeras reuniones de la Comisión Administra-
dora: poner en funcionamiento dentro del ámbito del Museo una “escuela-taller”100
de alfarería y tejido donde “el zumbo de los telares se mezclara con el rumor de las
plegarias del santuario vecino y el tufillo de los hornos con el sahumerio de los
incensarios”.101 El objetivo del Presidente de la Comisión es claro al respecto:
95 En 1897 se funda la Comisión Nacional de Bellas Artes que desde 1921 va a estar presidida por
Nacional, las advertencias de Pablo Pizzurno y posteriormente Ricardo Rojas respecto a la necesidad
de que los escolares visitaran los museos históricos provocaron que hacia la segunda mitad de la década
del diez surgieran otras entidades destinadas al recuerdo del pasado nacional: el Museo Mitre en 1914,
el Museo Naval en 1915, y el Museo Popular de Las Conchas en 1918.
98 Decreto.
99 Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas...
100 Actas, folio 3.
101 Enrique Larreta, Lo que buscaba don Juan..., p. 117.
114 MARÍA ÉLIDA BLASCO
propuestas por Larreta, Noel y Cantilo con las plasmadas posteriormente, en 1924, por Ricardo Rojas
en Eurindia, vol. 2, pp. 75-79. En este trabajo, el autor realiza una poética descripción respecto a la
funcionalidad de los monumentos arquitectónicos asociándolos con lugares de contemplación y de culto
(templos) en donde se lleven a cabo los ritos que recuerden “la epopeya espiritual de la patria”.
103 Pedro Carlos González Cuevas, Acción española. Teología política y nacionalismo autorita-
106 Alain Mons, La metáfora social. Imagen, territorio, comunicación, Buenos Aires, Nueva
6. EPÍLOGO
RESUMEN
ABSTRACT
In 1918, in a time of important political definitions, a part of the radical party together
with outstanding people from the intellectual circle founded in Luján, the Museum
Colonial e Histórico from the Buenos Aires province with the aim of encouraging the
strength of the different identy proccesses. In order, to achieve this, they appealed to
the “hispanic-catolic tradition” notion and designed a cultural proyect which in time
it´s going to be tahen by the different social areas of the city wehere groups of spanish
and italian immigrants predominated; the museum as “the national traditions temple”.
JAVIER BALSA*
* UNLP-CONICET.
1 Las explotaciones dedicadas sólo a la agricultura, en la región pampeana, tenían un tamaño
medio de 46 ha en 1895 y de 194 ha, en 1914, y en Iowa e Illinois se ubicaban en torno a las 65 ha.
En cambio, el tamaño medio de todas las fincas agropecuarias en Francia, en 1892, era de 9 ha, en
Alemania era de 7 ha en 1895, y en Gran Bretaña de 25 ha, según los datos consignados en Karl
Kautsky, La cuestión agraria, México, Siglo XXI, 1983 (primera edición de 1899).
121
122 JAVIER BALSA
10 Nola Reinhardt y Peggy Barlett, “Family farm competitiveness in United States agriculture”,
en C. Gladwin y K. Truman (ed.), Food and Farm, Lanham, University Press of America, 1989.
11 Patrick Mooney, My Own Boss? Class, Rationality, and the Family Farm, Boulder and
London, Westview Press, 1988. Sobre el debate generado por el enfoque de Mooney pueden consultarse
Susan Mann y J. Dickinson, “One furrow forward, two furrows back: a Marx-Weber synthesis for rural
sociology?”, Rural Sociology, vol. 52 (2), 1987; Patrick Mooney, “Desperately seeking: one-
dimensional Mann and Dickinson”, Rural Sociology, vol. 52 (2), 1987, y Susan Mann y J. Dickinson,
“Collectivizing our thoughts: a reply to Patrick Mooney”, Rural Sociology, vol. 52 (2), 1987.
12 Sonya Salamon, “Persistence among middle-range Corn Belt farmers”, en C. Gladwin y K.
Hemos acotado la investigación a dos zonas con las áreas de mayor especializa-
ción en la agricultura maicera: los Estados de Illinois y de Iowa para el Corn Belt
norteamericano, y la zona norte de la provincia de Buenos Aires13 para la región
pampeana. Hemos seleccionado estas áreas, a pesar del tamaño desigual que pre-
sentan (zona norte: 22.012 km2, Illinois: 146.076 km2 y Iowa: 145.752 km2), ya
que históricamente han tenido un uso del suelo relativamente similar: alrededor de
dos tercios de la superficie dedicados a cultivos para cosecha. Incluso, dentro de
ellos se destaca el maíz en ambos espacios, con un crecimiento de la soja a lo
largo de todo el período.
Nuestra metodología ha sido la confrontación de los datos censales sobre la
cantidad y superficie de los diferentes tamaños de explotaciones entre 1937 y
1988, prolongando en algunos casos las reflexiones hasta fines del siglo XX. Las
fuentes básicas de este trabajo son los Censos Nacionales Agropecuarios de 1937,
1947, 1960, 1969 y 1988 y los Census of Agriculture de 1940, 1950, 1959, 1969,
1979, 1987 y 1997 (todos los gráficos y cuadros se han basado en estas fuentes).
Existen importantes diferencias metodológicas entre estos censos, tal como han
sido detalladamente analizadas por Azcuy Ameghino.14 En lo que respecta a la
comparación de los procesos de concentración, la primera dificultad es que los
intervalos de tamaño no coinciden exactamente –unos medidos en acres y otros
en hectáreas–. Ni siquiera dentro de un mismo país se respetaron los mismos
cortes a lo largo del tiempo. Para solucionar este problema se han elegido los
cortes más similares. Así por ejemplo, el primer intervalo que utilizamos es el de
hasta 25 hectáreas o hasta 70 acres (equivalentes a 28 hectáreas). No hemos
ajustado los intervalos hasta hacerlos coincidentes a través de estimaciones, no
sólo por dificultades con algunos supuestos necesarios para ello, sino principal-
mente porque buscamos mostrar diferencias sustantivas y no discrepancias me-
nores. Para esto alcanza con las grandes disparidades que se visualizan en los
gráficos, más allá de pequeñas disimilitudes en las escalas. Tampoco las
metodologías de relevamiento y de cómputo fueron coincidentes ni en ambos
países ni a lo largo del tiempo; sin embargo, consideramos que las tendencias
13 Incluimos en esta zona a los partidos de Baradero, Bartolomé Mitre, Carmen de Areco, Capitán
Sarmiento (en 1937 formaba parte de Bartolomé Mitre), Colón, Chacabuco, General Arenales, Junín,
Pergamino, Ramallo, Rojas, Salto, San Antonio de Areco, San Nicolás y San Pedro. Éstos son los
partidos de la provincia de Buenos Aires que constituyen la zona “predominantemente agrícola”, según
la regionalización de Pedro Gómez y otros, “Delimitación y caracterización de la región”, en O. Barsky
(ed.), El desarrollo agropecuario pampeano, Buenos Aires, INDEC-INTA-IICA, 1991.
14 Eduardo Azcuy Ameghino, “Los censos agropecuarios en EE.UU. y Argentina: comparaciones,
15 Cabe señalar que en el caso norteamericano abundan los trabajos que se refieren al conjunto del
país, mientras que para la Argentina, los estudios, en general, se focalizan más regionalmente.
16 Lenin había sostenido que, ya a comienzos del siglo XX, estaba teniendo lugar la eliminación
de las que denominó explotaciones pequeñas y medianas por las grandes, por las de tipo capitalista
(175 a 999 acres, es decir, 71 a 404 ha), aunque declinaban los latifundios (mayores a 1.000 acres).
Véase V. I. Lenin, “Nuevos datos sobre las leyes de desarrollo del capitalismo en la agricultura. El
capitalismo y la agricultura en Estados Unidos de Norteamérica”, en Obras Completas, t. XXII.
Buenos Aires, Cartago, 1960 (1a ed. 1917).
17 Willard Cochrane, “The need to rethink agricultural policy in general and to perform some
radical surgery on commodity programs in particular”, en J. Molnar (ed.), Agricultural Change,
Boulder and London, Westview Press, 1986.
18 Ronald Wimberley, “Trends and dimensions in U .S . agricultural structure”, en Molnar (ed.),
Agricultural..., p. 101.
19 En 1986, el 38% de los productores de Iowa tenía deudas que superaban el 40% de sus bienes y
las tasas de endeudamiento eran más elevadas entre los productores más jóvenes. Véase Richard
Kirkendall, “An history of american agriculture from Jefferson to revolution to crisis”, en Glenn L.
Johnson y J. Bonnen (ed.), Social Science Agricultural Agendas and Strategies, East Lansing,
Michigan State University Press, 1991, pp. 18-19; y Mark Friedberger, Farm Families & Change in
20th Century America, Lexington, The University Press of Kentucky, 1988, pp. 191-192.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 127
20 A diferencia de los años treinta, no era posible absorber los déficit a través de las remuneracio-
nes al trabajo, que ahora tenían una incidencia menor en los costos de producción. Una ola de suicidios
de productores y algunos asesinatos conmovieron a la región, y recién hacia 1986 comenzó a salirse
de la crisis. Véase Friedberger, Farm Families...
21 Kirkendall, “An History...”, pp. 19-21. Por otra parte, la concentración, al menos durante los
ochenta, habría sido más elevada en los condados donde tuvo lugar una mayor intensificación en la
agricultura y en la mecanización, véase Don Albrecht, “The Correlates of Farm Concentration in
American Agriculture”, Rural Sociology, vol. 57 (4), 1992.
22 En los estados de la Región Central Noreste (conformada por los estados de Wisconsin, Illinois,
Indiana, Michigan y Ohio) quedaban para 1978 sólo el 40% de la cantidad de explotaciones presentes en
1900 (cuando alcanzó su máximo histórico). En cambio, en la Región Central Noroeste (integrada por
los Estados de North Dakota, South Dakota, Nebraska, Kansas, Minnesota, Iowa y Missouri) permane-
cía un 52% de las existentes en 1930 (su momento máximo). Véase J. C. van Es, D. Chicoine y M.
Flotow, “Agricultural technologies, farm structure and rural communities in the Corn Belt: policies and
implications for 2000”, en L. Swanson (ed.), Agriculture and Community Change in the U.S., The
Congressional Research Reports, Boulder and London, Westview Press, 1988.
23 Van Es y otros, “Agricultural technologies...”, p. 138.
24 En este sentido, se ha resaltado que en 1969 las explotaciones con un nivel de venta superior
a los 20.000 dólares (a precios de 1964) pasaron a concentrar el 76% del total de ventas del sector,
mientras que cuarenta años antes sólo vendían el 15%. En el otro extremo, las unidades con ventas
anuales por debajo de los 10.000 dólares, que representaban el 96% de las explotaciones, sólo
concentraban el 9% de las ventas de 1969. Véase Eugene Havens, “Capitalist development in the
United States: State, accumultion, and agricultural production systems”, en E. Havens y otros,
Studies in the Transformation of U.S. Agriculture, Boulder, Colorado, Westview Press, 1986. Otro
trabajo destaca que las 50.000 explotaciones de mayor tamaño concentraban el 23% del total de
ingresos en 1960, pero para 1977 daban cuenta del 36%. Véase Lyle Schertz, “Farming in the United
States”, en U.S. Department of Agriculture, Structure Issues of American Agriculture, Agricultural
Economic Report 438. Washington DC, 1979, p. 27.
25 K. Goss, R. Rodefeld y F. Buttel, “The political economy of class structure in U.S. agriculture: a
theoretical outline”, en F. Buttel y H. Newby (ed.), The Rural Sociology of the Advanced Societies.
Allanheld Osmun, 1980.
128 JAVIER BALSA
Existe otra línea de pensamiento que, reflexionando desde distintos marcos con-
ceptuales, no encuentra tan evidente la tendencia hacia una bipolarización de la agricul-
tura norteamericana. Más bien sostiene que tiene lugar una relativa superviviencia de
las explotaciones basadas fundamentalmente en el trabajo familiar.30 En este sentido,
Gilbert y Barnes, luego de estudiar en panel la evolución entre 1950 y 1975 de una
muestra de explotaciones de Wisconsin, concluyen que a pesar de que la mayoría de
explotaciones que generan un ingreso equivalente al intervalo entre la mitad de la mediana de los
ingresos de los hogares de Estados Unidos y una vez y media su valor. Véase Gladwin, “The case...”. Sin
embargo, no encontramos útil esta metodología para catalogar las explotaciones pampeanas. Hemos
hecho la estimación correspondiente con datos de 1997, de una muestra para las localidades pampeanas
con más de 5.000 habitantes, incluyendo la Capital Federal (Encuesta de Desarrollo Social del SIEMPRO).
La existencia de una elevada proporción de los hogares por debajo de la línea de pobreza genera que
queden como “grandes explotaciones” unidades de producción con superficies cultivadas muy reducidas
(por ejemplo sólo 75 ha de maíz alcanzarían para proveer los ingresos 1,5 veces la mediana general).
29 Cochrane, “The need...”, p. 394.
30 Una síntesis de esta perspectiva puede consultarse en Ricardo Abramovay, Paradigmas do
las family farms tuvo que abandonar el sector, la forma de producción basada en el
trabajo familiar se “reprodujo” con un número menor de unidades.31 Esto está en
consonancia con el planteo de Friedmann, en el sentido de que el aumento en el tamaño
de los medios de producción no debe ser tomado como signo de una transformación,
esto es, del reemplazo de una forma de producción por otra.32 Precisamente Madden
analizó que la difusión de innovaciones tecnológicas (que permitían la producción
eficiente de explotaciones cada vez mayores con unos pocos trabajadores) había abierto
la posibilidad de que unidades productivas de tamaños medianos fueran operadas ex-
clusivamente por la mano de obra familiar.33 Estas unidades medias serían las que más
se expandieron durante el período estudiado.34
Dentro de esta perspectiva, Salamon ha encontrado dos tipos de productores con
diferentes motivaciones (que tienen su raíz en diferencias étnicas, según sus orígenes
inmigratorios): yeoman y entrepreneur. Las características de los primeros les habrían
permitido continuar con sus explotaciones a pesar de las adversidades, y de este modo
se explica buena parte de la persistencia de la mediana explotación en el Corn Belt.35
Más aun Barlett, a partir de su estudio de caso de un condado de Georgia (orientado a
la producción de granos y ganado, relativamente similar al Midwest), sostiene que la
desaparición de las family farms es un mito. Demuestra que las unidades muy grandes
tuvieron mayores dificultades durante la crisis de los años ochenta, de modo que no
encuentra una tendencia hacia las large scale industrial-type farms.36
Según esta línea argumental, la concentración se habría desarrollado sobre la
base de la unidad familiar y, por lo tanto, las grandes explotaciones no habrían
alcanzado un peso significativo.37
presented at the 51st annual meeting of the Rural Sociological Society, Athens, GA, 1987.
32 Friedmann, “World market...”.
33 Madden, Economies of size...
34 Fueron las explotaciones medias (moderate, con ventas anuales de 100.000 a 199.999 dólares
de 1982) las que más crecieron en cantidad de establecimientos entre 1969 y 1982, al tiempo que
incrementaban su participación relativa en las ventas mucho más que las unidades very large –con
ventas por encima del medio millón– y sólo algo por debajo del incremento de las unidades large. Por
otra parte, para 1978 las moderate-sized full-time family farms constituían el 30% del total de
explotaciones y producían el 45% del total de ventas. Véase Abramovay, Paradigmas...
35 Salamon, “Persistence...”. Del mismo modo, un estudio de productores desplazados durante
los ochenta en la zona triguera evidencia que no habrían existido diferencias estructurales con los que
lograron permanecer, sino disparidades en sus características personales (edad, estado civil, tamaño
de la familia, educación y año de inicio en la actividad). Véase R. Rathge y otros, “Farmers displaced
in economically depressed times”, Rural Sociology, 53 (3), 1988.
36 Peggy Barlett, “The ‘disappearing middle’ and other myths of the changing structure of
agriculture”, en Molnar (ed.), Agricultural...; y Peggy Barlett, American Dreams, Rural Realities,
Family Farms in Crisis, Chapel Hill and London, The University of North Carolina Press, 1993.
37 Las corporate farms realmente grandes (con ventas mayores al medio millón de dólares, y con un
tamaño medio de 2.193 ha) tan sólo ocupaban el 1,8% de la superficie agropecuaria de los Estados Unidos,
en 1974. Véase Abramovay, Paradigmas..., pp. 156 y 160; y Kirkendall, “An History...”, p. 21.
130 JAVIER BALSA
38 De este modo, las unidades con más de 1.000 ha, que concentraban el 61% de la superficie
pampeana en 1914, retenían el 42% en 1937. Las explotaciones de 100 a 500 ha pasaron del 24% al
36%. Véase Osvaldo Barsky y Alfredo Pucciarelli, “Cambios en el tamaño y el régimen de tenencia
de las explotaciones agropecuarias pampeanas”, en Barsky (ed.), El desarrollo...
39 Javier Balsa, “Tierra, política y productores rurales en la pampa argentina, 1937-1969”,
1960-1980”, en Barsky y otros, La Agricultura Pampeana, Buenos Aires, CFE-IICA -CISEA , 1988.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 131
pampeana, 1950-1984, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1986; Centro de Estudios y
Promoción Agraria, “Transformaciones sociales en el agro pampeano, 1970-1985”, Realidad Eco-
nómica, n° 92/93, 1er. y 2do. bimestre de 1990; Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”; José
Pizarro y Antonio Cascardo, “La evolución de la agricultura pampeana”, en Barsky (ed.), El desarro-
llo...; y Floreal Forni y María I. Tort, “Las transformaciones de la explotación familiar en la
producción de cereales de la región pampeana”, en J. Jorrat y R. Sautu (comps.), Después de Germani.
Exploraciones sobre la estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1992.
44 Pizarro y Cascardo, “La evolución...”; Forni y Tort, “Las transformaciones...”; y Miguel
Peretti, “Reaccionar antes de que sea tarde”, Chacra y campo moderno, n° 763, junio de 1994.
45 Raúl Fiorentino, La política agraria para la región pampeana en las últimas décadas,
Buenos Aires, CISEA (doc. 5), 1984; y Felipe Solá, Empresas agrícolas, diferenciación, rentabilidad e
impactos de políticas alternativas, Buenos Aires, CISEA (doc. 12), 1985.
46 Fiorentino, La política...; Osvaldo Barsky, “La evolución de las políticas agrarias en Argentina”, en
Planeta, 1993; Eduardo M. Basualdo, “El nuevo poder terrateniente: una respuesta”, Realidad
Económica, n° 132; Eduardo Basualdo, “Características e incidencia de los terratenientes bonaeren-
ses”, Informe de Coyuntura, n° 36, CEB, La Plata, 1998. Sin embargo, este análisis ha sido discutido
por otros especialistas: Mario Lattuada, “Una lectura sobre el Nuevo Poder Terrateniente y su
significado en la Argentina actual”, Realidad Económica, n° 132, 1994; y Osvaldo Barsky, “La
información estadística y las visiones sobre la estructura agraria pampeana”, en O. Barsky y A.
Pucciarelli, El agro pampeano. El fin de un período, Buenos Aires, FLACSO-CBC, UBA, 1997.
48 Mario Lattuada, “Un nuevo escenario de acumulación. Subordinación, concentración y hete-
49 En estos once años dejaron su lugar en la producción un 41% de los productores con explota-
ciones de hasta 25 ha, un 28% de los que poseían entre 25 y 100, y un 20% de 100 a 500 ha;
incrementándose al mismo tiempo el número de las mayores de 500 ha, en un 24%, véase Eduardo
Azcuy Ameghino, “Las reformas económicas neoliberales y el sector agropecuario pampeano (1991-
1999)”, Ciclos, n° 20, 2000, pp. 204-205. En este partido, entre 1960 y 1999 desapareció algo más
del 70% de las explotaciones con menos de 100 ha, según Gabriela Martínez Dougnac, “Un nuevo
sujeto social? Aportes para la definición del ‘chacarero’ pampeano en la segunda mitad del siglo XX”,
Ponencia presentada a las VIII Jornadas Interescuelas/departamentos de Historia, Salta, 2001.
50 Los 130 pools identificados, con una extensión promedio de 24.000 ha, habrían llegado a
concentrar el 17% del área sembrada en la región pampena. Véase Marcelo G. Posada, “Agricultura,
economía y sociedad: pools y fondos de inversión en la pampa argentina”, Informe de Coyuntura, n°
36, CEB, La Plata, 1998.
51 Los trabajos comparativos más significativos sobre la Argentina han sido realizados con Canadá
y se centran en la primera expansión agropecuaria. Véase Jeremy Adelman, “Frontier development:
land, labour and capital on the wheatlands of Argentina and Canada, 1890-1914”, Thesis Submitted for
the Degree of Doctor of Philosophy at the University of Oxford, 1989; y Carl Solberg, The Prairies
and the Pampas: Agrarian Policy in Argentina and Canada, 1880-1930, Stanford, 1987. También
existe una compilación de trabajos comparativos de los desarrollos económicos argentino y australiano,
véase John Fogarty y otros, Argentina y Australia, Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 1979.
Otros autores han considerado las visiones comparativas que los especialistas formularon acerca de los
desarrollos agrarios de la Argentina y los Estados Unidos, o analizaron las diferencias en los costos de
producción entre 1890 y 1914, favorables para la región pampeana. Véase Tulio Halperin Donghi,
“Canción de otoño en primavera: previsiones sobre la crisis de la agricultura cerealera argentina (1894-
1930)”, Desarrollo Económico, vol. 95, 1984; y José Villarruel, “Las ventajas competitivas de una
estepa humedecida: la pampa, 1890-1914”, Ciclos, n° 3, 1992.
52 Comparación planteada de un modo más explícito en la pregunta incluida en el título del
trabajo de Guillermo Flichman, Notas sobre el desarrollo agropecuario en la región pampeana
argentina (o por qué Pergamino no es Iowa), Buenos Aires, CEDES , 1978.
53 Carl Taylor, Rural Life in Argentina, Baton Rouge, Lousiana State University Press, 1948. A
lo largo del presente artículo hemos transcripto algunas de sus comparaciones con el Corn Belt.
54 Osvaldo Barsky, “La caída de la producción agrícola en la década de 1940”, en Barsky y otros,
La agricultura...
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 133
Este autor, en otro trabajo, señala que en el agro pampeano la crisis que sufrieron
los agricultores en los setenta y ochenta no se había traducido en un fenómeno de
quiebras masivas y rápida concentración (como sí habría ocurrido en los Estados
Unidos, donde los productores fuertemente endeudados vieron perder sus unida-
des): en el caso argentino las dificultades se expresaban en la imposibilidad de
renovar los equipos de maquinarias, descapitalizándose, pero no generándose nor-
malmente la pérdida de la propiedad de la tierra.55 Por su parte, Azcuy Ameghino
menciona que en los noventa, durante la vigencia de la convertibilidad, habrían
desaparecido cerca de un tercio de las explotaciones agrarias de la región pampeana,
mientras que en el mismo período, en la zona núcleo del agro estadounidense, la
eliminación de farms alcanzó el 5,9%.56 Este autor es el único que se aboca a un
estudio comparativo muy cuidadoso de las estructuras agrarias del Corn Belt y la
región pampeana a fines de los años ochenta.57 En su trabajo, coteja Iowa (con
algunas referencias a Kansas) y la provincia de Buenos Aires, focalizando luego
sobre la zona norte de esta última y los condados más agrícolas de Iowa. Esta
investigación trabaja de un modo sincrónico sobre un único momento histórico
(1987/1988) e incluye un reprocesamiento del censo agropecuario de 1988, a fin
de hacer idénticos los intervalos de tamaño argentinos con los de Estados Unidos.
praderas”, Cuadernos del PIEA, vol. 3, 1997. Haremos mención a los hallazgos de este trabajo cuando
abordemos el período analizado allí.
134 JAVIER BALSA
durante las primeras décadas del siglo XX fueron claramente distintas. En el Corn
Belt se desarrolló cierto proceso de concentración de la producción, mientras que
en la pampa maicera encontramos desconcentración. En Iowa, si bien entre 1850
y 1870 el tamaño medio de las explotaciones había descendido58 y luego se había
estabilizado (después de un pequeño aumento en la década de 1880, el tamaño
medio se estabilizó en torno a los 156 acres), a partir de 1920 se desarrollaron
procesos de consolidation, fusión de pequeñas unidades con otras de tamaño
mediano. Entre 1920 y 1945 se redujo fuertemente la cantidad de unidades de 50
a 174 acres, mientras que creció el número de las explotaciones mayores a los 260
acres, y especialmente las de más de 500 acres.59 Por su parte en Illinois el tama-
ño medio se elevó de 124 acres en 1900 a 145 acres en 1940, y llegó a 173 acres
en 1955. Durante estos 55 años se duplicó el número de unidades mayores a 500
acres, mientras que las reducciones más significativas ocurrían en el intervalo de
50 a 99 acres.60
En el caso de la zona norte de la provincia de Buenos Aires, no se ha detectado
un proceso de concentración sino más bien una desconcentración: entre 1914 y
1937 las unidades de más de 1.000 hectáreas perdieron un 20% de la superficie
total agropecuaria, y la mayor parte se dirigió al estrato de explotaciones de 100 a
500 hectáreas.61
Pero ¿hasta qué punto estas tendencias disímiles llegaron a borrar las notorias
diferencias iniciales? Una primera aproximación a los datos censales disponibles
para realizar la comparación pareciera indicar que al final de los años treinta no había
grandes diferencias entre ambas zonas: la proporción de explotaciones por interva-
los de tamaño es relativamente similar, tal como puede observarse en el gráfico 1.
58 El tamaño promedio se redujo de 185 acres en 1850 a 134 acres para 1870, gracias a que tanto
los ferrocarriles como los especuladores individuales habían vendido sus lotes en fracciones más
pequeñas. Véase Earl Heady, Pattern of Farm Size Adjunstment in Iowa, Agricultural Experiment
Station, Iowa State College of Agriculture and Mechanic Arts, Research Bulletin 350, Ames, Iowa,
1947, pp. 291-292.
59 Heady, Pattern of Farm Size...
60 M. L. Mosher, Farms are growing larger, Agricultural Experiment Station, University of
70%
52%
45%
Illinois
Illinois
35%
Iowa
Iowa
26%
26%
Norte
Norte
19%
Bs.As
Bs. As.
17%
16%
15%
12%
10%
9%
5%
3%
2%
2%
2%
1%
1%
1%
0%
0%
0%
0%
0%
Bs.As
Norte Bs As. hasta 25 25 a 75 75 a 100 100 a 150 150 a 200 200 a 300 300 a 625 625 y más
Corn Belt hasta 28 28 a 73 73 a 105 105 a 154 154 a 202 202 a 284 284 a 405 405 y más
62 Tanto en los Estados Unidos como en la Argentina hemos calculado la superficie ocupada por
cada estrato a partir del valor medio del intervalo, ya que para 1937 y 1940 sólo se contó con el
número de explotaciones por estrato de tamaño.
63 Barsky y Pucciarelli, “Cambios en el tamaño...”.
136 JAVIER BALSA
70%
Illinois
41%
37%
Iowa
28%
25%
24%
Norte
19%
19%
17%
Bs As
15%
13%
9%
9%
7%
7%
7%
5%
4%
3%
3%
3%
2%
1%
1%
1%
0%
Bs.As
Norte Bs As. hasta 25 25 a 75 75 a 100 100 a 150 150 a 200 200 a 300 300 a 625 625 y más
Corn Belt hasta 28 28 a 73 73 a 105 105 a 154 154 a 202 202 a 284 284 a 405 405 y más
100%
Explotaciones
1937/40
75%
Superficie
50%
Illinois
Illinois
Iowa
Iowa
Norte Bs.As
Norte BS. AS.
25%
0%
0% 25% 50% 75% 100%
Número
Número
Durante la segunda mitad del siglo XX tuvo lugar una profunda transformación en
las tecnologías de producción agrícola. Sus efectos sobre la estructura agraria fue-
ron rápidamente considerados por los especialistas destacados en las estaciones
experimentales del Corn Belt, como así también por los de la estación de Pergamino.
Todos los análisis efectuados en el Corn Belt encontraron que los costos se
reducían intensamente al incrementarse la extensión de las unidades. En los traba-
jos realizados durante los años cincuenta, el tamaño óptimo (la extensión en la cual
el costo por unidad de producto es menor) se ubicaba en torno a las 142 hectáreas
(350 acres),70 aunque algunas estimaciones que incluían ajustes globales según la
70 Así, por ejemplo, un estudio de comienzos de los años sesenta calculó que el tamaño óptimo en
Iowa para alcanzar el costo mínimo eran 680 acres (275 ha), véase Earl Heady y R. Krenz, Farm size and
cost relationships in relation to recent machine technology, An analysis of potential farm change by static
and game theoretic methods, Agricultural an Home Economics Experiment Station, Iowa State University,
Research Bulletin 504, Ames, Iowa, 1962. Para la zona oeste de Minnesota se encontraron costos siempre
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 139
decrecientes, que se reducían sustancialmente hasta los 800 acres. Véase L. Rixe y H. Jensen, Cost
advantages to size of farm in Red River Valley farming, University of Minnesota, Agricultural Experiment
Station, Station Bulletin 469, 1963. Incluso en la actividad lechera, el tamaño óptimo para un tambo se
había estimado en 756 acres, según Boyd Burton y H. Jensen, Economies of Size in Minnesota Dairy
Farming, Agricultural Experiment Station-University of Minnesota, Station Bulletin 488, 1968.
71 En un amplio estudio, se estimó cuál hubiera sido el tamaño óptimo para 1959 en cada uno de
los estados del Corn Belt, utilizándose dos estimaciones. La primera (minimum-costs reorganization),
considerando las cuestiones meramente técnicas, ubicó el óptimo en los 342 acres para Illinois y 360
para Iowa. La segunda estimación (market-clearing reorganization), realizando un nuevo ajuste a
partir del mercado (ya que el aumento de la producción, debido a la mayor eficiencia de las unidades
mejor organizadas, habría llevado a un exceso de oferta), estimó un óptimo mucho más elevado: 924
y 801 acres, respectivamente. Véase Robert Muckenhirn, Efficient organization of the farm industry
in the North Central Region of the United States in 1959 and 1980, Agricultural and Home Economics
Experiment Station, Iowa State University, Research Bulletin 560, Ames, Iowa, 1968.
72 T. Miller y otros, Economies of Size in U.S. Crop Farming, Washington, Department of
Agriculture, Agricultural Economic Report N° 472, 1981.
73 Según un estudio focalizado en la mitad norte de Illinois, por encima de los 260 acres (105 ha)
perdían importancia los incrementos en la eficiencia debidos al tamaño, véase Mosher, Farms are
growing... Estudios realizados a mediados de los años cincuenta para la zona central de Iowa (especializada
en la producción de granos) afirmaban que las diferencias de costos por el uso de diferente maquinaria no
resultaban lo suficientemente importantes como para determinar el tamaño, especialmente en el caso de
las unidades basadas en el trabajo familiar: una unidad con 160 acres podía coexistir con otras de 240 o 360
acres. Véase Earl Heady y otros, Farm size adjustments in Iowa and cost economies in crop production
for farms of different sizes, Agricultural Experiment Station, Iowa State College, Research Bulletin 428,
Ames, Iowa, 1955. Sin embargo, estudios realizados unos años más tarde encontraron que los costos se
elevaban abruptamente por debajo de los 320 acres, incluso considerando al trabajo familiar como un
recurso fijo en el corto plazo. Véase Heady y Krenz, Farm Size... Coincidentemente, nuevos trabajos
estimaron que el costo se incrementaba aun cuando se recurriese a servicios de maquinaria contratados (al
menos por debajo de los 160 acres). Véase Loren Ihnen y E. Heady, Cost functions in relation to farm size
and machinery technology in Southern Iowa, Agricultural and Home Economics Experiment Station,
Iowa State University, Research Bulletin 527, Ames, Iowa, 1964.
74 Los estudios realizados a comienzos de los años ochenta, encontraron que en el Corn Belt las
economías de tamaño no parecen haber afectado a las unidades por encima de las 296 acres de superficie
cultivable, ya que las explotaciones de este tamaño captaban el 90% de la tasa de ganancia de las unidades
de 639 acres, que eran las de tamaño óptimo. Véase Miller y otros, Economies of Size..., p. 20.
140 JAVIER BALSA
Por otra parte, además del tamaño óptimo, existían limitaciones a la incorpo-
ración de maquinaria a las explotaciones: muchas de las nuevas máquinas necesi-
taban de importantes extensiones para que su compra fuera rentable.75
A los problemas de las economías de escala se agregaban las dificultades que
tenían las pequeñas explotaciones, e incluso muchas medianas, para obtener un ingre-
so que les permitiera a las familias solventar un nivel de vida estándar, ya que los
ingresos netos por unidad de producción se fueron reduciendo intensamente a lo largo
de las décadas estudiadas. Así, una explotación en el centro de Illinois recibía 3,15
dólares por cada bushel de maíz en 1941-1942; 0,61 dólares en 1959-1960; y sólo
0,12 dólares en 1974-1980, a valores constantes de 1980.76 Varios trabajos han cote-
jado los ingresos rurales en comparación con los de un asalariado urbano o con los
requerimientos para un nivel de vida estándar de un productor rural medio: en general,
se evaluó que la extensión mínima para obtener estos ingresos era de 70 a 90 hectáreas
(entre 170 y 220 acres),77 y esta superficie era mayor para los años ochenta.78
75 Así, por ejemplo, ya en 1929, se había calculado que eran necesarios al menos 200 acres para
obtener un uso eficiente del tractor, incluso uno de tamaño pequeño. Véase John Hopkins, Horses,
Tractors and Farm Equipment, Agricultural Experiment Station, Iowa State College, Bulletin 264,
Ames, Iowa, 1929, pp. 386-387. Por otra parte, en los años sesenta, se estimó que por debajo de los 200
acres no era rentable comprar una cosechadora, excepto que se saliera a cosechar campos vecinos.
Consultar John Scott y C. Cagley, The economics of machinery choice in corn production, Agricultural
Experiment Station, University of Illinois, Bulletin 729, Urbana, Illinois, 1968, pp. 18-19.
76 W. B. Sundquist, K. Menz y C. Neumeyer, Corn production technology: implications for
resource use, supply vulnerability and farm structure, University of Minnesota, Department of
Agricultural and Applied Economics, Staff Papers Series, St. Paul, Minnesota, 1983.
77 Para fines de los cincuenta se estimó que se necesitaban 214 acres dedicados a la agricultura en
aparcería en el sudoeste de Iowa para obtener los ingresos de un obrero urbano. Véase Earl Heady y
otros, Plans for beginning farmers in Southwest Iowa with comparison of farm and nonfarm income
opportunities, Agricultural and Home Economics Experiment Station, Iowa State College, Research
Bulletin 456, Ames, Iowa, 1958. Por otra parte, en Illinois los ingresos de las unidades de 50 a 99
acres eran la mitad de los de un asalariado, y para alcanzar los gastos denominados “estándar” de un
productor familiar (con tres hijos, una casa moderna, asegurar el retiro y la continuidad de la explo-
tación) era necesario como mínimo una unidad de 180 a 339 acres. Véase Mosher, Farms are
growing... En Iowa las unidades de 80, e incluso las de 160 acres, tan sólo podían maximizar sus
recursos buscando algún empleo urbano complementario, quedando como opción realizar tareas fuera
de la explotación, con la maquinaria sobrante. Véase Gerald Dean, E. Heady y H. Yeh, An analysis of
returns from farm and nonfarm employment opportunities on Shelby-Grundy-Haig soils, Agricultural
Experiment Station, Iowa State College, Research Bulletin 451, Ames, Iowa, 1957. Al mismo
tiempo, en la explotación promedio había casi el doble de la fuerza de trabajo de la requerida por un
nivel aceptable de eficiencia. Véase H. B. Howell, “Adjustments in farm size and resources in Iowa
agriculture”, en E. Heady y J. Heer (ed.), A Basebook for Agricultural Adjustment in Iowa, Part II,
Prospects for the years ahead, Iowa State College, Special Report 21, Ames, Iowa, 1957.
78 Mientras la mediana de los ingresos anuales de los hogares norteamericanos, en 1978, era de
15.064 dólares (según consta en Gladwin, “The case...”, p. 269), a una explotación de 76 acres (31 ha) en
el Corn Belt sólo le restaban 7.400 dólares como ingresos del productor (incluyendo la retribución por la
propiedad de la tierra, el trabajo del productor y su familia, la ganancia del capital y toda otra retribución
de los factores que no requerían desembolsos efectivos); una unidad de 140 acres (56 ha) lograba ingresos
de 13.750 dólares, y una de 270 acres (109 ha), 31.489 dólares. Véase Miller y otros, Economies of Size.....
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 141
Una última limitación para que los pequeños productores no quedaran fuera de los
avances tecnológicos era el incremento del capital necesario para comenzar una explo-
tación. Así, por ejemplo, a comienzos de los años ochenta una unidad de 300 acres
requería de un millón de dólares en inversiones, incluyendo la compra de la tierra.79
En el caso del agro pampeano, las investigaciones son mucho menos numero-
sas.80 En líneas generales, entre las 100 y las 200 hectáreas se encontraron impor-
tantes reducciones en los costos de producción, evidenciándose un incremento en
la escala óptima a lo largo del período analizado.81
Una preocupación recurrente en los estudios argentinos parece haber sido
determinar el tamaño necesario para que fuera rentable la incorporación de los
avances tecnológicos, especialmente la opción entre compra y contratación de
servicios. Se estimó que sólo por encima de las 90 hectáreas era preferible la
cosecha mecánica del maíz, en relación con la recolección manual,82 mientras que
rentabilidad 2,6 veces mayor en las unidades mayores de la muestra (de 102 a 136 ha) en Pergamino que
en las más pequeñas (de 37 a 48 ha). Además, en las pequeñas no se podía utilizar todo el trabajo familiar
disponible. Véase Walter Schaefer, Análisis económico de las explotaciones agrarias, Buenos Aires,
INTA, 1960. Lo mismo se concluyó a comienzos de los sesenta para las unidades de Pergamino con
menos de 100 ha. Véase Edgardo Gilles y J. A. Nocetti, Organización y resultados económicos de
predios rurales en un área de extensión, Pergamino, Argentina, 1960, Pergamino, INTA, 1962. Por otra
parte, a fines de los sesenta se encontraron, en los partidos de Pergamino, Salto, Rojas y Bartolomé
Mitre, costos totales por hectárea decrecientes al aumentar el tamaño de los predios. En el caso de la
producción agrícola se reducían hasta un 57% respecto de los valores del estrato “chico” (50 a 120 ha),
y un 86% en la producción ganadera. Más que un decrecimiento progresivo, se halló un salto que se
producía en torno a las 200 ha. Sin embargo, se descubrió que los ingresos por hectárea eran decrecientes
al aumentar el tamaño. El resultado final era una escasa variación de los ingresos netos por hectárea y
en la rentabilidad, en relación con el tamaño de las explotaciones analizadas. Véase Alejandro Peyrou,
“La adopción del cambio tecnológico y la intensidad del uso de la tierra en el área maicera de la zona
pampeana”, Tesis de Maestría de la Escuela para Graduados en Ciencias Agropecuarias de la República
Argentina, Castelar (inédita), 1971. A comienzos de los ochenta, podemos ver que los costos de cosecha
de trigo se incrementaban en un 51% al pasar de 100 a 200 ha; los del maíz un 49% al pasar de 140 a 280
ha; y los de la soja un 48% de 140 a 280 ha, según los datos que constan en José Pizarro y Miguel Ángel
Cacciamani, Evaluación económico-financiera de una alternativa de inversión en maquinaria agríco-
la, Informe Técnico 171, Pergamino, INTA , 1981.
82 Juan Billard, Análisis de los aspectos económicos de las máquinas juntadoras y cosechadoras de
maíz en la República Argentina, Buenos Aires, Asociación Argentina de Productores Agrícolas, 1957.
142 JAVIER BALSA
Como hemos podido observar, en ambas zonas las economías de tamaño (aso-
ciadas al desarrollo tecnológico) y los bajos ingresos que percibían los pequeños
productores (al potenciarse la escasa superficie con la indiferenciación productiva y
las economías de tamaño) habrían afectado gravemente a las explotaciones por
debajo de las 100 hectáreas, e incluso a las de 100 a 200 hectáreas en la pampa
maicera. Pero ¿en qué medida estos condicionantes económicos produjeron real-
mente un proceso de concentración de la producción en ambas regiones?
83 Eduardo Ramperti y Alberto Amigo, Ahorre cosechando y almacenando a granel, [s/d], 1963.
84 Juan Nocetti, Costos comparativos de tres alternativas para realizar labores culturales en
predios de la zona de Pergamino, Informe técnico 20, Pergamino, INTA, 1963. En este mismo trabajo
se estimó que el tamaño óptimo para la plena utilización del tractor eran 185 ha de maíz o 267 de trigo.
85 Rodolfo Frank, “La administración eficiente de la maquinaria (3). Capacidad de trabajo y
contratistas”, Proyección Rural, n° 7, 1968. Sin embargo, dos estudios basados en grandes unidades
ubicadas en la zona oeste de Buenos Aires elevan sustancialmente la estimación del tamaño aconse-
jado para la utilización de equipos propios, véase Bernardo Ostrowski, “Cálculo de eficiencia física y
económica de maquinaria agrícola”, Revista CREA, n° 25, 1970; y Arturo Santamarina, “Análisis
económico de los equipos de maquinaria agrícola”, Revista CREA, n° 32, 1971.
86 Gilles y Nocetti, Organización y resultados..., p. 48.
87 Juan Carlos Torchelli, “El minifundio de la región maicera argentina”, Tesis de Maestría de la
Escuela para Graduados en Ciencias Agropecuarias de la República Argentina, Castelar (inédita), 1972.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 143
Durante los cincuenta años siguientes a 1940 se produjo, en ambas regiones, una
fuerte reducción en el número de explotaciones. Encontramos que para fines de
los ochenta sólo quedaban alrededor de la mitad de las presentes a fines de los
años treinta.
Detrás de esta reducción en el número de explotaciones y del consiguiente
aumento del tamaño medio ¿cuál ha sido el cambio en la composición de las unida-
des? El gráfico 4 permite avanzar en este sentido, a partir de la equiparación del
área de los Estados norteamericanos a la superficie del norte bonaerense. La re-
ducción había sido más drástica en los estados del Corn Belt, y especialmente
intensa la crisis de las explotaciones de 28 a 105 hectáreas que tanto peso tenían al
comienzo del período: sólo quedaba, en 1987, una de cada cuatro de estas unida-
des presentes en 1940. Resulta entonces evidente la crisis del modelo de la
Homestead Act, con sus unidades de 160 acres (65 hectáreas) para el Midwest.88
En cambio, en el norte de Buenos Aires quedaban la mitad de las unidades de esta
escala. Cabe recordar que en la pampa bonaerense, al comienzo del período, las
explotaciones de 25 a 100 hectáreas tenían una importancia mucho menor que en
el Corn Belt. Por lo tanto se arribó a una relativa equiparación en la significación
numérica de esta escala de unidades en ambas regiones, constituyendo algo más
de un tercio del total de explotaciones (como se observa en el gráfico 4).
Por otra parte, resultó de similar magnitud la reducción en el número de muy
pequeñas unidades (menores a las 25 hectáreas): tanto en Illinois como en la pampa
norteña quedaron una de cada dos de estas explotaciones presentes en 1937/1940
(en Iowa la reducción fue un tanto menor). En cuanto a las unidades de 100 a 200
hectáreas, observamos que en el norte bonaerense tuvo lugar una reducción signifi-
cativa (quedó algo más de la mitad), mientras que en Iowa el número de estas
explotaciones se incrementó levemente, y en Illinois se redujo sólo un poco. Vemos
entonces cómo en el caso de la pampa maicera la concentración afectó a estas
unidades medianas de un modo que no ocurrió en el caso norteamericano.
Por último, en las tres zonas estudiadas creció la cantidad de explotaciones
mayores a las 200 hectáreas. Sin embargo, este fenómeno fue mucho más intenso
en el Corn Belt que en la pampa norteña: en Iowa, por cada unidad de esta escala
88 Según los estudios de la estación agrícola experimental de Iowa, a mediados de los años
70%
52%
45%
Illinois
Illinois
35%
Iowa
Iowa
26%
26%
Norte
Norte
19%
Bs.As
BS. AS.
17%
16%
15%
12%
10%
9%
5%
3%
2%
2%
2%
1%
1%
1%
0%
0%
0%
0%
0%
Norte Bs
Bs.As
As. hasta 25 25 a 75 75 a 100 100 a 150 150 a 200 200 a 300 300 a 625 625 y más
Corn Belt hasta 28 28 a 73 73 a 105 105 a 154 154 a 202 202 a 284 284 a 405 405 y más
Aunque, como hemos visto, para 1987/1988 se habían reducido las diferen-
cias en la distribución de las explotaciones según el tamaño, persistía la asimetría
en la importancia territorial de las grandes unidades.89 Como podemos observar
89 Azcuy Ameghino ya había destacado que en 1987/1988, en Iowa, existía un fuerte peso de las
unidades productivas de 105 a 404 ha (68% de la superficie), en comparación con la zona norte de Buenos
Aires, donde sólo ocupaban el 33%. Al mismo tiempo, señalaba que en esta zona predominaban las
unidades de más de 404 ha (con el 52% del área), que tenían escasa importancia en Iowa (15%). Este autor
analizaba, además, la distribución de la superficie agrícola, destacándose el norte bonaerense porque casi la
mitad de la superficie implantada con cultivos anuales se concentraba en unidades mayores a las 404 ha,
mientras que este tipo de explotaciones sólo detentaban el 15% de la superficie cosechada en los condados
agrícolas de Iowa. Era en el estrato de 105 a 404 ha donde se encontraban dos tercios de la superficie
cosechada de este estado norteamericano. Véase Azcuy Ameghino, “Buenos Aires, Iowa...”, p. 57.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 145
en el gráfico 5, las explotaciones con más de 810 hectáreas (más de 2.000 acres)
tenían un peso marginal en el agro del Corn Belt, mientras que las mayores a
1.000 hectáreas ocupaban más de un cuarto de la pampa norteña. En cambio, en
el Corn Belt eran mucho más importantes las unidades de 50 a 400 hectáreas:
concentraban alrededor de dos tercios del área censada, mientras que en la pampa
maicera sólo detentaban el 42%.
34%
34%
29%
26%
26%
Illinois
22%
20%
19%
Iowa
15%
14%
14%
Norte
11%
BS. As
Bs AS.
9%
6%
5%
4%
4%
3%
2%
2%
2%
0%
As. hasta 25
Bs.As
Norte Bs 25 a 50 50 a 100 100 a 200 200 a 400 400 a 1000 más de 1000
Corn Belt hasta 28 28 a 57 57 a 105 105 a 202 202 a 405 405 a 810 más de 810
Tamaño de las explotaciones en hectáreas
Tamaño de las extensiones en hectáreas
de las unidades mayores a 200 hectáreas, que pasaron de detentar el 51% de la zona
en 1947 90 al 71% en 1988 (cuadro 2). La mayor parte de este incremento se ubicó
en las explotaciones de 400 a 1.000 hectáreas, que captaron un 16% de la superficie
total de la zona. Como contracara, las explotaciones de 25 a 200 hectáreas sólo
tenían el 26% del área, cuando cuarenta años antes poseían el 46%. Vemos que no
sólo perdura un patrón concentrado históricamente, tal como lo destaca Azcuy
Ameghino,91 sino que éste se ha incrementado. Sin embargo, entre las grandes
unidades tuvo lugar un retroceso en la importancia de las muy extensas: las explota-
ciones de más de 2.500 hectáreas redujeron en un 10% su peso territorial, confir-
mando las afirmaciones de Barsky y Pucciarelli92 (una extensión relativamente simi-
lar a la que captaron las unidades de 1.000 a 2.500 hectáreas).
90 Utilizamos el año 1947 y no 1937, porque para el primero contamos con intervalos similares
100%
Explotaciones
1987/88
75%
Superficie
50%
Illinois
Illinois
Iowa
Iowa
BS. As
Norte Bs AS.
25%
0%
0% 25% 50% 75% 100%
Número
148 JAVIER BALSA
1999, en el norte bonaerense las unidades de menos de 100 ha constituían el 53% del total de
explotaciones, pero sólo daban cuenta del 10% del área. Mientras que en Iowa, en 1997, continuaban
siendo el 57% de las unidades y ocupaban el 17% de la superficie censada.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 149
200
100
90
80
70
60
50
Norte Bs.
Norte BS. As
AS.
40
Iowa
Iowa
30 Illinois
Illinois
1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000
Años
95 Así, por ejemplo, en 1969, el 42,4% de los beneficios gubernamentales fueron hacia el 5%
más rico, mientras que el 20% más pobre de los productores rurales sólo recibió el 1,1%. Véase S.
Mann y J. Dickinson, “State and agriculture in two eras of american capitalism”, en Buttel y Newby
(eds.). The Rural...
96 Ada S. de Nemirovsky, “Debates sobre la perdurabilidad de los farmers en Estados Unidos”,
Ruralia, n° 6, 1995.
97 Esta iniciativa naufragó en el Congreso, ante un rechazo generalizado de casi todos los
sectores políticos y corporativos, con excepción de la National Farmers Union (la única entidad,
junto con algunas unidades del movimiento granger, que durante esas décadas demandaba medidas que
frenasen el proceso de concentración). Sobre el Plan Brannan pueden consultarse Murray Benedict,
Farm policies of the United States, 1790-1950, A study of their origins and development, New York,
The Twentieth Century Fund, 1953; David Brewster, “Historical notes on agricultural structure”, en
U.S . Department of Agriculture, Structure Issues...; y Virgil Dean, “Why not the Brannan Plan?”,
Agricultural History, vol. 70 (2), 1996.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 151
Censos: EE.UU./Arg.
1940/1937 1950/1947 1959/1960 1969 1987/1988 1997/1999
Illinois 59 64 78 93 139 144
Iowa 65 68 77 97 122 139
Norte Bs. As. 99 90 107 117 176 221*
* Estimación para toda la zona a partir del Censo Experimental de Pergamino, 1999.
98 El concepto de proceso social regresivo permite comprender la dictadura militar no sólo como
un fenómeno destructivo, sino como el intento de transformar las bases sociales del poder que habían
predominado desde mediados de siglo. Véase Juan Villarreal, “Los hilos sociales del poder”, en E.
Jozami y otros, Crisis de la dictadura argentina (1976-1983), Buenos Aires, Siglo XXI, 1985.
99 Friedberger, Farm Families...
100 Alrededor del 11% de la superficie agropecuaria de la zona norte habría pasado durante los años
noventa de las unidades de 25 a 500 ha hacia las de 500 a 2.500 ha (destacándose el intervalo de 1.000 a
2.500, que absorbió el 7% del área). En el Corn Belt norteamericano también se acentuó el proceso de
concentración, entre 1987 y 1997, en favor de las unidades grandes y en perjuicio no sólo de las pequeñas
unidades, sino también de las explotaciones medianas (incluso sobre las unidades de 203 a 405 ha).
152 JAVIER BALSA
para 1999 en el norte bonaerense sólo quedaría la mitad de las unidades existentes en
1969, mientras que dos tercios de las unidades habrían sobrevivido en los Estados
norteamericanos analizados. Para fin de siglo las unidades promedio del norte bonae-
rense serían 59% más grandes que las de Iowa, y 53% mayores que las de Illinois,
como se puede observar en el cuadro 3.
REFLEXIONES FINALES
Como hemos visto, al comienzo del período analizado (hacia 1940) resultaba pal-
pable el éxito que había tenido en el Midwest el modelo de las family farms propie-
tarias de predios mediano-pequeños, y el tamaño más elevado de las unidades de la
pampa maicera (en general en aparcería), e incluso la presencia de explotaciones de
gran extensión dentro de un área de gran aptitud agrícola. El modelo norteamericano
no sólo había garantizado la propiedad a los pequeños y medianos productores, sino
también una distribución más equitativa de la superficie agropecuaria, más allá de la
forma de tenencia del suelo que presentaban las unidades productivas.
Durante los siguientes cincuenta años, tanto en el Corn Belt como en la pam-
pa maicera el proceso de concentración fue muy intenso: desaparecieron más de
la mitad de las explotaciones agropecuarias que existían en 1940. En ambas regio-
nes, entre 1937/1940 y 1987/1988 el fenómeno más importante ha sido la pérdida
de la mayor parte de la superficie que controlaban las explotaciones menores a
100 hectáreas. La similitud de ambos procesos y la tendencia siempre creciente en
el tamaño medio remiten directamente al efecto de los factores técnico-económi-
cos, ya que las escalas más afectadas fueron aquellas que, según los estudios
revisados, presentaban claras deseconomías de tamaño y niveles de ingresos por
debajo de los requerimientos de consumo de las familias rurales.
Coincidentemente, en términos de reducción en el número de pequeñas explo-
taciones y de superficie perdida, la concentración fue más drástica en los dos esta-
dos del Corn Belt que en el norte bonaerense, donde las pequeñas unidades tenían
menos importancia al comenzar el período estudiado. La tenencia en propiedad, si
bien pudo haber favorecido la resistencia de algunos, no constituyó un reaseguro
para la mayoría de los pequeños productores norteamericanos. Esta crisis de las
pequeñas unidades no siempre significó la pérdida de la propiedad, ya que la concen-
tración se realizó sobre todo en base a la expansión en arriendo. La forma de tenen-
cia que más creció durante estas décadas ha sido la de los part-owners (quienes
combinan una parte de su explotación en propiedad con el arriendo de otra u otras
parcelas): en 1950 controlaban el 21% de la superficie de Iowa, y para 1987 poseían
el 55%, mientras que en el caso de Illinois pasaron de tener el 29% al 60%.
LA CONCENTRACIÓN DE LA AGRICULTURA ENTRE 1937 Y 1988... 153
101 Por ejemplo, en 1997 tan sólo el 1% de la superficie censada en Illinois y Iowa estaba en
manos de explotaciones de más de 2.025 ha (5.000 acres), a pesar de que duplicaron su importancia
entre 1992 y 1997.
102 Resulta importante destacar que el 21,7% de las explotaciones familiares (sin aporte asalariado)
de la zona agrícolo-ganadera del norte bonaerense (incluyendo casi los mismos partidos que nuestra
selección) presentaban en 1988 pluriactividad del productor. Véase Guillermo Neiman, S. Bardomás y D.
Jiménez, “Estrategias productivas y laborales en explotaciones familiares pluriactivas de la provincia de
Buenos Aires”, en G. Neiman (comp.), Trabajo de campo, Buenos Aires, Ediciones Ciccus, 2001.
154 JAVIER BALSA
103 En Illinois y Iowa, en 1997, sólo un 23% de estas unidades contrataban asalariados por más de
150 días al año, y las que lo hacían, tomaban en promedio algo menos de dos trabajadores. En cambio,
en la pampa maicera para 1988, el 78% de las unidades de 200 a 1.000 ha contrataban asalariados
permanentes (en un promedio de 1,6 trabajadores por establecimiento). Incluso si consideramos cual-
quier tipo de contratación de asalariados (sin importar los días que trabajaron), en el Corn Belt sólo el
56% de estas unidades contrataban asalariados, mientras que en la pampa norteña lo hacía el 82%.
104 En este mismo sentido, si bien en ambas zonas la mayoría de las explotaciones de mayor
tamaño tenía asalariados permanentes, el número de empleados por unidad era casi tres veces mayor
en el caso del norte bonaerense. En la pampa maicera casi la totalidad de las explotaciones con más
de 1.000 ha tenían asalariados permanentes, y aquí su cantidad alcanzaba un promedio de ocho por
establecimiento. Asimismo, el 70% de las unidades de más de 810 ha en Illinois, durante 1997,
contrataban personal asalariado de forma permanente (más de 150 días al año), y en Iowa este
porcentaje era del 62%. Pero, cabe aclarar que cada una de estas unidades tan sólo tenía alrededor de
tres asalariados permanentes (un umbral un tanto bajo para considerarlas empresas plenamente
capitalistas), según Parvin Ghorayshi, “The identification of capitalist farms. Theoretical and
methodological considerations”, Sociologia Ruralis, vol. 26 (2), 1986.
105 Más allá del debate existente acerca de su importancia en el conjunto de la producción y de su
106 Para 1988, en el norte bonaerense tan sólo el 37% de los productores de 200 a 400 ha residía
en su establecimiento, mientras que, en esta escala, el 85% en Iowa y el 82% en Illinois vivían en su
explotación en 1997. Incluso entre los productores con más de 810 ha, en Iowa, el 79% residía en su
establecimiento, y el 64% en el caso de Illinois; en tanto que sólo el 18% de los productores con más
de 1.000 ha vivían en su explotación en el norte bonaerense, en 1988.
107 Al respecto, ver las consideraciones sobre los farmers del Midwest elaboradas por Mooney, My Own...
108 Javier Balsa, “Transformaciones en los modos de vida de los productores rurales medios y su
impacto en las formas de producción en el agro bonaerense, 1940-1990”, ponencia editada en las
actas de las XVII Jornadas de Historia Económica, Tucumán, septiembre del 2000 (CD-Rom).
109 Recién en los últimos años han cobrado cierta notoriedad luchas, movimientos de resistencia
y debates académicos que, desde distintas perspectivas, reclaman la necesidad de pensar acerca del
modelo de desarrollo agrario deseado para la Argentina. Una interesante muestra de estas propuestas
han sido las mesas redondas de las Segundas Jornadas Interdisciplinarias de Estudios Agrarios y
Agroindustriales (realizadas en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA , en noviembre de 2001)
donde los pequeños y los medianos productores no sólo explicaron sus luchas, sino que propusieron
explícitamente reanalizar el desarrollo agrario argentino.
156 JAVIER BALSA
RESUMEN
ABSTRACT
This article compares the evolution of farm size and the acreage they occupied in
U.S.’ Corn Belt and the Agricultural Zone of the Argentine Pampas. The first part
devotes to the contrast between both regions in the late thirties. Then, there is an
analysis of their evolution during the following fifty years. Along with census data,
technical reports of the Agricultural Experiment Stations of both regions were used.
Finally, some hypotheses dealing with the factors that could have influenced in the
concentration process were introduced.
NOTAS Y DEBATES
MANUEL CHUST*
Las Cortes, en Cádiz,1 van a aprobar dos trascendentales decretos en sus prime-
ros días de sesiones: la libertad de imprenta y la soberanía nacional. Detengámo-
nos en este último. Diego Muñoz Torrero, diputado por Extremadura, intervino en
la Cámara gaditana. Proponía las bases originarias consustanciales a todo primer
liberalismo: dotar de legitimidad a la representación en las Cortes basada en la
soberanía que estaba depositada en la nación.
La Cámara accedió a su propuesta. De inmediato intervino Manuel Luján,
también diputado por Extremadura, para sorpresa de la mayoría de los diputados.
En connivencia con Muñoz Torrero, presentó un texto de once puntos que reco-
gía detenidamente la iniciativa de éste, fundamentalmente: la legitimidad de los
diputados como representantes de la nación, de sus Cortes, el reconocimiento de
157
158 MANUEL CHUST
2 Cfr. José Barragán Barragán, Temas del liberalismo gaditano, México, UNAM , 1978. En espe-
cial el 2º capítulo.
3 Entre la abundante bibliografía sobre el Estado puede consultarse la obra clásica de Reinhold
Zippelius, Teoría general del Estado, México, Editorial Porrúa-UNAM , 1998.
CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO... 159
DE IGUALDADES Y LIBERTADES
4 Cfr. Rafael Sánchez Mantero, Fernando VII, Madrid, Espasa, 2003; Rafael Sánchez Mantero
(ed.), “Fernando VII. Su reinado y su imagen”, Ayer nº 41, Madrid, 2001; Miguel Artola, La España
de Fernando VII, Madrid, Espasa, 2000.
5 En especial la del 9 de febrero sobre igualdad.
6 Cfr. Manuel Chust, “De esclavos, encomenderos y mitayos. El anticolonialismo en las Cortes
de Cádiz”, Mexican Studies/Estudios mexicanos, vol. 11, nº 2 (1995), pp. 179-202.
160 MANUEL CHUST
10 En la Carta de Bayona las Cortes gozaban de una representación de las provincias de España
e Indias –22 americanos de un total de 172 diputados– además de establecer una serie de derechos
individuales. Pero lo más importante es que proclamaba la igualdad de derechos entre las provincias
españolas y americanas (art. 87), la libertad de cultivo, industria y comercio (art. 88 y art. 89),
prohibía la concesión de privilegios y monopolios comerciales y establecía el derecho de representa-
ción a través de su elección por los ayuntamientos.
CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO... 163
“La union del Estado consiste en el Gobierno ó en sujecion á una autoridad soberana, y
no requiere otra unidad. Es compatible con la diversidad de religiones, como se ve en
Alemania, Inglaterra, y otros países, con la de territorios, como en los nuestros, separa-
dos por un inmenso Océano; con la de idiomas y colores, como entre nosotros mismos,
y aun con la de naciones distintas, como lo son los españoles, indios y negros. ¿Por qué,
pues, no se ha de expresar en medio de tantas diversidades en lo que consiste nuestra
union, que es en el Gobierno?”.13
“La definición de la Nación española es muy general (...) en esta se expresa que la Nación es
la reunion de todos los españoles de ambos hemisferios, las familias particulares que están
reunidas entre sí, porque jamás hubo hombres en el estado de naturaleza; y si hubiera alguno,
nunca llegaría al ejercicio de su razon: estas familias se unen en sociedad, y por eso se dice
reunion. Es una nueva union y más intima que antes tenian entre sí: y de los españoles
de ambos hemisferios, para expresar que tan españoles son los de América como los de
la Península, que todos componen una sola Nación. Esta Nacion; Señor, no se está
discusión del Acta Federal mexicana de 1824. En esta ocasión su propuesta triun-
fará, pero en un México republicano y federal.
La discusión más escabrosa estaba por llegar. La comisión de constitución, con
el propósito de preservar el texto constitucional, redactó una última frase que desató
una dura y agria polémica pues agregaba “y de adoptar la forma de gobierno que
más le convenga”. Es decir, la soberanía no sólo residía en el conjunto de los “espa-
ñoles de ambos hemisferios”, tal y como había proclamado el artículo 1º, sino que
además se reservaba el derecho de mantener o no el sistema monárquico como
forma de Estado. La alternativa, en estos momentos históricos, sólo era la república.
Aconteció una fractura en el liberalismo hispano. Ciertamente era una cues-
tión central. Lo paradójico, y aquí habrá que volver a insistir en desentrañar algu-
nos tópicos, es que la defensa del artículo, tal y como lo propuso la comisión,
corrió a cargo de Agustín Argüelles. Éste, que había salido varias veces a la
tribuna para declarar su fidelidad al sistema monárquico, tras las reivindicaciones
autonomistas y federales de los americanos, intervino categóricamente a favor de
mantener esta redacción como defensa constitucional frente a veleidades absolutistas
del monarca.
Los liberales más moderados se opusieron. Felipe Aner, diputado catalán, no
dudaba en declarar que:
“El Congreso oye todos los días la lamentable confusión de principios en que se incurre,
que con tal que en España mande el Rey, las condiciones ó limitaciones se miran como
punto totalmente indiferente. Se supone con facilidad que la forma monárquica consiste
únicamente en que uno solo sea el que gobierne, sin echar de ver que este caracter le hay
tambien en el Gobierno de Turquia. Y cuando se habla de trabas y restricciones, al instante
se apela á que se mina el Trono, y se establecen repúblicas y otros delirios y aun aberra-
ciones del entendimiento.
(...) Por lo mismo, la comision ha querido prevenir el caso de que si por una trama se
intentase destruir la Constitución diciendo que la Monarquía era lo que la Nación desea-
ba, y que aquella consistía solamente en tener un Rey, la Nación tuviese a salvo el
derecho de adoptar la forma de gobierno que más le conviniere, sin necesidad de insu-
rrecciones ni revueltas.”16
Finalmente este texto no fue aprobado por la Cámara. Será la primera y última
vez que Argüelles pierda una votación en los debates del texto constitucional.
SOBERANÍA Y TERRITORIO
17 Como la petición de José Roa y Fabián, diputado por el Señorío de Molina, que en tono airado
reclamaba su inclusión en la división territorial. Cfr. Manuel Chust, La cuestión nacional americana
en las Cortes de Cádiz, Valencia, Fundación Instituto de Historia Social UNED-Instituto de Investiga-
ciones Históricas UNAM , 1999, p. 144.
CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO... 167
evidenciaba que el nuevo Estado era incapaz, por el momento, de dotarse constitu-
cionalmente de una división satisfactoria. Ésta era la redacción del artículo 11:
“Se hará una división más conveniente del territorio español por una ley constitucional,
luego que las circunstancias políticas de la Nación lo permitan”.
Pero ¿cuál era la estrategia de los peninsulares? ¿Por qué esta manifiesta desigual-
dad provincial? La división territorial suponía una división administrativa y política, la
creación de diputaciones provinciales que aglutinaran el control y poder económico y
político de las provincias y fueran, supuestamente, un referente para el Estado centra-
lista que los diputados peninsulares proyectaban.
Pero ésta no era la estrategia de los americanos. Éstos, Miguel Ramos de
Arizpe al frente, confiaban en esta institución provincial como el órgano capaz de
gestionar un autonomismo económico y soberano en lo político. Se basaban en
que las instituciones electivas también eran depositarias de soberanía. Así, esta
división territorial ¿suponía también para los americanos una diversidad de sobera-
nías? Eso era al menos lo que pretextaron, como veremos más adelante, los libe-
rales peninsulares para oponerse a las pretensiones autonomistas y descentraliza-
doras de los americanos.
Diego Muñoz Torrero, por parte del liberalismo peninsular, argumentaba:
“Estamos hablando como si la Nación española no fuese una, sino que tuviera reinos diferen-
tes. Es menester que nos hagamos cargo que todas estas divisiones de provincias deben
desaparecer, y que en la Constitución actual deben refundirse todas las leyes fundamentales
de las demas provincias de la Monarquía, especialmente cuando en ella ninguna pierde. La
comision se ha propuesto igualarlas todas; pero para esto, lejos de rebajar los fueros, por
ejemplo, de los navarros y aragoneses, han elevado á ellos á los andaluces, á los castellanos,
etc... igualándolos de esta manera á todos para que juntos formen una sola familia con las
mismas leyes y Gobierno. Si aquí viniera un extranjero que no nos conociera, diria que había
seis o siete naciones. La comision no ha propuesto que se altere la division de España, sino
que deja facultad á las Córtes venideras para que lo haga, si lo juzgaren conveniente, para la
administracion de justicia, etc. Yo quiero que nos acordemos que formamos una sola Nación,
y no un agregado de varias naciones”.18
“Si las Córtes representan á la Nación, los cabildos representan un pueblo determinado”.19
“Yo tengo a los diputados provinciales como representantes del pueblo de su provincia,
cuando hasta los regidores de los ayuntamientos se han visto como tales aun antes de
ahora. Unos hombres que ha de elegir el pueblo, y cuyas facultades les han de venir del
pueblo ó de las Cortes, que son la representacion nacional, y no del poder ejecutivo, son
representantes del pueblo”.20
ser sustituido por las diputaciones provinciales. Cfr. La diputación provincial y el federalismo mexi-
cano, México, El Colegio de México, 1955.
23 Véase el interesante estudio preliminar y selección de discursos de Joaquín Varela Suanzes-
De inmediato se decretó una amnistía para los encarcelados por delitos políti-
cos, la proclamación de los decretos doceañistas, la restitución de los ayunta-
mientos constitucionales, de las diputaciones provinciales y la formación de una
Junta provisional consultiva. Volvía el doceañismo, también para y en América.
Doceañistas: propuestas, ideología y políticos que ahora iban a ser superados en
sus reivindicaciones por sectores más radicales del liberalismo peninsular y ame-
ricano. Paradójicamente, las propuestas políticas en la península se radicalizaron
hacia la democracia, mientras que en la mayor parte de las repúblicas americanas,
esta radicalización será nacionalista –independentista– pero no ideológica y políti-
ca, ya que la base jurídica, política y social doceañista, en general, no será supe-
rada en los nuevos Estados americanos.
La Junta convocó a elecciones, reunió a las Cortes y suprimió la Inquisi-
ción, restableció los jefes políticos, la libertad de imprenta, etcétera. La Carta
Magna comportaba la concepción hispana de la revolución: la integración cons-
titucional de los territorios americanos que no estaban bajo el poder de la insur-
gencia o que permanecían independientes. Las nuevas Cortes iniciaron sus se-
siones el 9 de julio de 1820.
Hasta 1821 no comenzaron a llegar los diputados propietarios americanos
alcanzando la cifra de 52 que, junto a los suplentes, completarían una representa-
ción americana de 77 diputados. Una diputación calificada por ellos de insuficiente
y desigual que provocó que los representantes americanos volvieran a plantear, el
15 de julio de 1820, una protesta, ya que éstos sólo tenían 30 escaños, lo cual
suponía un tercio de lo que les correspondía.
Otra vez la cuestión de la representación nacional. Lo hemos mencionado, lo
reiteramos. Las circunstancias de los años veinte habían variado con respecto al
anterior período constitucional. Los seis años de represión absolutista fueron casi
decisivos para frustrar la vía autonomista hispana al cercenar con dureza cual-
quier pretensión liberal, tanto peninsular como americana, y, por otro lado, la
reacción absolutista condujo a las filas de los insurgentes a muchos criollos “equi-
libristas”25 para los que el autonomismo representaba una opción evolucionista
para transformar el régimen colonial.
Los americanos reiteraron la crítica a los decretos liberales de las Cortes que
bloqueaban las autoridades peninsulares en América, lo cual se traducía en una
gran desconfianza en la administración peninsular. Se estaba fraguando un nacio-
nalismo singular que ya no era el amplio y general americanismo sino que se
particularizaba, cada vez más, en los distintos territorios, otrora grandes divisio-
nes administrativas de la monarquía.
Mexico in the age of democratic revolution (1750-1850), Lynne Rienner Publishers, Boulder, 1994,
pp. 71-98.
172 MANUEL CHUST
26 Manuel Chust, “Federalismo avant la lettre en las Cortes hispanas, 1810-1821”, en Josefina
27 Cfr. Enric Sebastiá Domingo, La revolución burguesa, Valencia, Fundación Historia Social-
UNED ,2001; Carlos Marichal, La revolución liberal y los primeros partidos políticos en España,
1834-1844, Madrid, Cátedra, 1980.
28 DSC, 4 de noviembre de 1836, p. 120.
CONSTITUCIÓN DE 1812, LIBERALISMO HISPANO... 175
“Estas leyes especiales envolverán una libertad igual á la de la Península en cuanto sea
compatible con las circunstancias de aquellos países. Ese es el gran principio, el principio de
los hombres de Estado, que tales necesitamos ser en el año 37”.29
El principio de los “hombres del 37”, aludido por Argüelles, era consumar la
revolución burguesa en España. Y si para ello era necesario renunciar a su propia
historia constitucional, al mito del Doce, parecía más que dispuesto a realizarlo.
Agustín Argüelles:
“Además, no debemos perder de vista que esos señores Diputados tienen los mismos
poderes que nosotros para expresar sus ideas, para promover sus intereses y para hacerlo
con todo calor, con toda la vehemencia análoga a su fibra, á sus facultades mentales y á sus
cualidades físicas. Que me diga el Sr. Vila, cuya capacidad y talento gubernativo reconozco,
que efecto produciría en su provincia el que en ciertas circunstancias críticas, interpelando al
29 Ibidem, p. 2039.
176 MANUEL CHUST
1837”, en De súbditos del rey a ciudadanos de la nación, Castellón, Universitat Jaume I, 2000, pp.
93-115.
178 MANUEL CHUST
RESUMEN
ABSTRACT
This article analyzes the debate around the constitution of Cadiz in 1812. The study is
centered particularly on the debates and the role that the constitution granted to the
Spanish colonies.
RESEÑAS
João Paulo G. Pimenta, Estado e Nação no fim dos impérios ibéricos no prata
(1808-1828), San Pablo, Editora Hucitec, Fapesp, 2002, 266 páginas.
Este libro, cuyo origen fue una tesis de maestría, forma parte de la colección
Estudos Históricos en la que se publican textos dirigidos a un público amplio y no
sólo académico. Dicho propósito resulta escrupulosamente respetado en este caso,
ya que se trata de un trabajo escrito en forma precisa y amena. Pero no es esto lo
más interesante en ese sentido, sino el hecho de que no sólo da a luz nuevos
conocimientos retomando y profundizando investigaciones desarrolladas por la
historiografía iberoamericana reciente, sino que también ensaya formas de aproxi-
mación a los problemas planteados que en sí mismas constituyen aportes novedosos
y significativos para lograr su mejor comprensión.
El trabajo describe y analiza los intentos de construcción de nuevos poderes
políticos en la región del Plata al entrar en crisis el imperio español y el portugués.
Más precisamente, se detiene en lo acontecido entre 1808, cuando se produjeron las
abdicaciones de Bayona y el traslado de la corte portuguesa a Brasil, y 1828, al
concluir la guerra por el territorio oriental entre el Imperio de Brasil y las provincias
del Plata. El solo hecho de ofrecer un panorama claro y sistemático de la historia
política del período hace que la obra resulte de gran interés. Sin embargo, eso no es
todo, ya que también propone una relectura de esa historia ritmada por dos procesos
imbricados entre sí, pero que resulta necesario diferenciar: la crisis del vínculo
colonial y la del Antiguo Régimen. Crisis que, como se evidencia en el trabajo,
tuvieron diversas cronologías y modalidades en Brasil y en el Río de la Plata.
Su punto de partida es la crítica de lo que José C. Chiaramonte ha caracteriza-
do como el “mito de orígenes” de las historiografías nacionales latinoamericanas.
Desde esta perspectiva, el devenir político del período sólo podía pensarse como
parte de un proceso de maduración de nacionalidades cuyo necesario desemboque
179
180 RESEÑAS
El libro está estructurado en dos partes claramente diferenciadas por sus con-
tenidos y sus objetivos. La primera, titulada “La deconstrucción”, consta de dos
capítulos que tienen como propósito situarse ante las tradiciones historiográficas
y fundamentar la investigación. La segunda, titulada “La reconstrucción”, consta
de cuatro capítulos en los que se vuelcan sus resultados. En cada uno de ellos se
tratan problemas específicos a la vez que se siguen los procesos en forma
cronológica, permitiendo así, al lector, apreciar mejor los diversos contextos po-
líticos examinados. En ese sentido, y aunque resulta comprensible dado el origen
del libro, es de lamentar que la información brindada sobre la historia de Brasil no
sea la misma que la referida a las provincias rioplantenses. De hecho, de la evolu-
ción política de éstas se incluyen varios mapas, mientras que no hay ninguno del
área luso-americana.
El primer capítulo es un examen crítico de las historiografías nacionales que
recupera algunos planteos de autores como Zum Felde y Prado Júnior, concen-
trándose después en enfoques más recientes propuestos por Real de Azúa,
Chiaramonte y Forastieri da Silva. El segundo capítulo examina los cambios que
sufrieron las concepciones sobre el territorio en ese período, destacando que de
espacios discontinuos articulados por el monarca, con contornos imprecisos y
constantes redefiniciones, se va a pasar a la noción de un territorio continuo que
forma parte de la soberanía nacional. De ese modo, y aunque se hubiera manteni-
do una continuidad jurisdiccional, se trataría de otro territorio, en tanto se trans-
formó el concepto así como también sus atributos y funciones.
El tercer capítulo, “América sede del Poder”, es un examen de las prime-
ras transformaciones provocadas por el traslado de la Corte y la administración
portuguesa a Brasil y por la creación de gobiernos locales en Hispanoamérica.
Este proceso es enmarcado en una cultura política que se había venido renovan-
do desde fines del siglo XVIII al calor de las reformas ilustradas que introduje-
ron innovaciones ideológicas y nuevas prácticas. Entre ellas, el nacimiento de
la prensa americana a través de lo cual se dio forma a una nueva dinámica en
la vida pública.
Uno de los aportes del libro, en éste y en los siguientes capítulos, es mostrar
las referencias cruzadas en la prensa de Río, Buenos Aires y Montevideo. En este
caso, el interés reside en la posibilidad de poder apreciar las diferencias existentes
en cada uno de esos nuevos centros políticos, así como también los cambios y las
continuidades ideológicas. En ese sentido, el autor destaca que si bien las alterna-
tivas de organización territorial se basaban en una lógica de Antiguo Régimen,
empezaba a cobrar forma la idea de una identidad territorial homogénea y conti-
nua, expresada por ejemplo en el concepto de fronteras naturales que tendría
capital importancia en el futuro. En cuanto al concepto de nación, y salvo en el
caso de la prensa porteña, seguía haciendo referencia al conjunto de la monarquía
formada por vasallos de un soberano sin importar dónde se encontraran.
182 RESEÑAS
un Estado unitario. Como nota el autor, esto aceleró los procesos de centralización
del poder y de asociación entre los conceptos de Estado, nación y territorio, si
bien no cobraron en ese momento su forma definitiva. La razón es que todavía
existía un estado de indeterminación en el proceso de construcción de comunida-
des políticas y de identidades, hecho que incluso, dificultó la creación de ejércitos
para esa guerra. La paz marcaría a la vez la ruina del proyecto unitario en las
provincias rioplatenses, la debilidad del poder imperial en Brasil y el surgimiento de
una nueva entidad, la República Oriental del Uruguay, que redefiniría la situación
existente en la región.
Pimenta concluye que las tensiones en el área no desaparecerían hasta que
estuvieran consolidados los Estados nacionales que redefinirían el problema terri-
torial. Como se habrá podido apreciar, su trabajo procuró mostrar algunas muta-
ciones conceptuales que se constituirían en sustento de esas futuras entidades. El
rastreo de esos elementos conceptuales necesarios para fundamentar los futuros
Estados nacionales a veces atenta contra la comprensión de aquello a lo que están
haciendo referencia en el momento de su enunciación. De todos modos, esto
resulta un hecho menor frente al interés que presenta esta obra, ya sea por los
aportes específicos de la investigación, por el ordenamiento y la clarificación de
información que suele ser tratada por separado y, por eso mismo también, por
hacer evidente el potencial que tienen este tipo de aproximaciones.
FABIO WASSERMAN
Universidad de Buenos Aires
La publicación del libro de Mateo es la feliz concreción de un hecho que, por espe-
rado y merecido, debe llenar de satisfacción. Para los que ya conocíamos el trabajo
efectuado para su maestría en La Rábida, significa ver en el papel con tinta y tipo-
grafía un estudio que circulaba en fotocopias de segunda y tercera mano. Por fin,
ahora está al alcance en forma de libro. Por otro lado, trataremos de superar cierta
subjetividad para resumir el libro de alguien con el cual compartimos innumerables
congresos y reuniones, a la vez que ciertas ideas básicas acerca de metodologías y
corrientes historiográficas. En efecto, entre la Red de Estudios Rurales y el Grupo
de Investigación en Historia Rural Rioplatense, la distancia mayor es la que existe
entre Buenos Aires y Mar del Plata y es sólo física. Hecha esta aclaración que
debemos a nuestra objetividad, pasaremos a reseñar el libro que nos ocupa.
184 RESEÑAS
un Estado unitario. Como nota el autor, esto aceleró los procesos de centralización
del poder y de asociación entre los conceptos de Estado, nación y territorio, si
bien no cobraron en ese momento su forma definitiva. La razón es que todavía
existía un estado de indeterminación en el proceso de construcción de comunida-
des políticas y de identidades, hecho que incluso, dificultó la creación de ejércitos
para esa guerra. La paz marcaría a la vez la ruina del proyecto unitario en las
provincias rioplatenses, la debilidad del poder imperial en Brasil y el surgimiento de
una nueva entidad, la República Oriental del Uruguay, que redefiniría la situación
existente en la región.
Pimenta concluye que las tensiones en el área no desaparecerían hasta que
estuvieran consolidados los Estados nacionales que redefinirían el problema terri-
torial. Como se habrá podido apreciar, su trabajo procuró mostrar algunas muta-
ciones conceptuales que se constituirían en sustento de esas futuras entidades. El
rastreo de esos elementos conceptuales necesarios para fundamentar los futuros
Estados nacionales a veces atenta contra la comprensión de aquello a lo que están
haciendo referencia en el momento de su enunciación. De todos modos, esto
resulta un hecho menor frente al interés que presenta esta obra, ya sea por los
aportes específicos de la investigación, por el ordenamiento y la clarificación de
información que suele ser tratada por separado y, por eso mismo también, por
hacer evidente el potencial que tienen este tipo de aproximaciones.
FABIO WASSERMAN
Universidad de Buenos Aires
La publicación del libro de Mateo es la feliz concreción de un hecho que, por espe-
rado y merecido, debe llenar de satisfacción. Para los que ya conocíamos el trabajo
efectuado para su maestría en La Rábida, significa ver en el papel con tinta y tipo-
grafía un estudio que circulaba en fotocopias de segunda y tercera mano. Por fin,
ahora está al alcance en forma de libro. Por otro lado, trataremos de superar cierta
subjetividad para resumir el libro de alguien con el cual compartimos innumerables
congresos y reuniones, a la vez que ciertas ideas básicas acerca de metodologías y
corrientes historiográficas. En efecto, entre la Red de Estudios Rurales y el Grupo
de Investigación en Historia Rural Rioplatense, la distancia mayor es la que existe
entre Buenos Aires y Mar del Plata y es sólo física. Hecha esta aclaración que
debemos a nuestra objetividad, pasaremos a reseñar el libro que nos ocupa.
RESEÑAS 185
Con este libro Mateo culminó sus estudios acerca de la demografía de Lobos
y de la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX. Ahora, retenido por
otros aspectos históricos de su ciudad natal, sigue aplicando una buena parte de la
metodología desarrollada durante su incursión por los temas rurales. En él enton-
ces resume y complementa, a través del beneficio del espacio y de la visión de
conjunto que proporciona un libro, todas sus búsquedas y reflexiones sobre la
materia. Con una muy acertada elección de las citas introductorias de cada uno de
sus capítulos y subdivisiones, como la que encabeza el primero de ellos, debido a
la pluma de Italo Calvino, y una muy atrayente redacción, va desgranando lenta-
mente todos los temas que han sido motivo de preocupación de buena parte de la
historiografía rural rioplatense.
De manera que en la introducción, bajo el acápite “El mundo rural bonaerense:
los enfoques, los problemas, las perspectivas” nos encontramos con una lúcida
reseña historiográfica de lo que se ha dado en llamar la nueva historia rural del Río
de la Plata, entendiendo como tal la estrecha franja entre este río y el Salado, y la
Banda Oriental, con su posterior expansión. Pasa lista a todas las preguntas surgi-
das a partir de mediados de los ochenta y a las respuestas logradas hasta la fecha
de finalización del libro, preguntas que por otra parte él contribuyó a formular. A
partir de estas puestas en blanco, una de las cuales es el “descubrimiento” de la
presencia de campesinos en la pampa que adoptaban la forma de la familia nuclear
como modo de organización básica de sus vidas, justifica la pertinencia de utilizar
en los estudios históricos una metodología de análisis de la sociedad desarrollada
por la sociología desde la década de 1950: el Network Analysis.1 Los capítulos
dedicados a este análisis son la parte más novedosa de todo su libro, ya que hasta
ahora este tipo de herramienta había sido utilizado sólo para los estudios de la elite
pero nunca había sido aplicado a la totalidad de una comunidad y menos aún a los
sectores subalternos.
Precisamente, en el capítulo 1, presenta los conceptos teóricos sobre los
cuales va a basar su análisis. Justifica la pertenencia del estudio del clientelismo en
una sociedad en transición desde las formas de representación de antiguo régimen
a otras más nuevas fundadas en la individualidad, ya que son esas “formas que
resisten bien el desarrollo del capitalismo”.2 Este clientelismo estaría constituido
por una intrincada red de vínculos no sólo verticales, sino también horizontales
que proporcionaban al campesino una cierta protección ante la incertidumbre que
planteaban los cambios en la sociedad y la economía posindependencia, pero tam-
bién a los que voluntariamente se sometía el individuo al migrar desde diversos
1 Últimamente traducido por sus epígonos españoles e hispanoparlantes en general como Aná-
lisis de Redes Sociales (ARS). Cfr. la revista electrónica que editan en http://revista.redes.es/webredes.
2 José Mateo, Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de Buenos
Aires) en el siglo XIX, Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, GIHRR, 2001, p. 39.
186 RESEÑAS
3 Juan Carlos Garavaglia, “De ‘mingas’ y ‘convites’: la reciprocidad campesina entre los paisa-
nos rioplatenses”, en Anuario IEHS, nº 12, Tandil, Instituto de Estudios Histórico-sociales, Universidad
Nacional del Centro, 1997.
4 Un manual muy práctico que puede agregarse a los citados por Mateo es Josep A. Rodríguez,
Análisis estructural y de redes, Cuadernos Metodológicos nº 16, Madrid, Centro de Investigaciones
Sociológicas, 1995.
188 RESEÑAS
5 Mateo, p. 223.
6 Parafraseando a Garavaglia. Juan Carlos Garavaglia, Liberato Pintos. Un pobre (rico) pastor
de la campaña bonaerense en el siglo XIX, Ponencia presentada en las XV Jornadas de Historia
Económica, Tandil, 1996. También en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata,
XVIII-XIX, Rosario, Homo Sapiens, 1999.
7 Por ejemplo Jorge Gelman, “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la
campaña”, en N. Goldman y R. Salvatore (comp.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un
viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998.
RESEÑAS 189
DANIEL SANTILLI
Instituto Dr. Emilio Ravignani
DANIEL SANTILLI
Instituto Dr. Emilio Ravignani
metodológica a fines de los años 80 sino que demostró ser un campo sumamente
fértil que ayudó a renovar el debate historiográfico local, muy especialmente en el
ámbito de la historia política. En segundo lugar, porque la exhaustiva descripción
que el volumen proporciona sobre la vida asociativa de Buenos Aires en la primera
mitad del siglo XIX, y más especialmente en la década de 1850, abre numerosas
pistas de análisis que involucran procesos que interesan tanto a los especialistas en
historia política como también a aquellos comprometidos con la historia social,
económica, cultural, de las ideas. Una de las grandes virtudes que elevan a la obra
de Pilar González a la categoría de “lectura obligada” para historiadores y alumnos
dedicados al aprendizaje del oficio de historiador es, justamente, su capacidad de
articular las diferentes dimensiones del proceso histórico a partir de la selección y
el recorte de un objeto muy cuidadosamente definido desde las primeras páginas
del texto: tal es el estudio de las “prácticas relacionales de la población de la ciudad
de Buenos Aires” entre 1829 y 1862. Objeto indisolublemente unido a la hipótesis
central que recorre el libro y que dota a las prácticas de sociabilidad de un poten-
cial explicativo respecto al problema más general de la constitución de la nación
argentina. En este último plano es donde reside la tercera razón que hace del libro
reseñado un referente ineludible. Su aporte al debate sobre los orígenes de la
nación argentina lo coloca en un espacio privilegiado, donde el renovado interés
por el tema no elude el carácter polémico que su reedición provoca, aún cuando
dicha polémica esté despojada de las viejas perspectivas más “ideologizadas” que,
desde el siglo XIX hasta no hace mucho tiempo, se ocuparon del problema.
En este caso, estamos frente a un impresionante estudio sobre las prácticas
de sociabilidad desplegadas en Buenos Aires en el período indicado, cuya riguro-
sidad se expresa en muy diferentes planos: en la reconstrucción fáctica –donde se
destaca tanto la cantidad como la calidad de la información proporcionada–, en el
uso de las fuentes –archivos privados, fuentes policiales y prensa periódica (por
citar sólo las más representativas)– y en las metodologías utilizadas. El despliegue
de técnicas cualitativas y cuantitativas le permiten a Pilar González insertar el
voluminoso material recogido –heterogéneo y fragmentario– en un esquema expli-
cativo general y crear, además, un “contexto de demostración” para muchas de
sus hipótesis que, aunque excesivo en algunos pasajes para el formato de un libro
destinado a un público más amplio que el de una tesis doctoral, no deja dudas
sobre una de las principales motivaciones que mueve a la autora en términos de su
estrategia narrativa: que el lector, finalmente, se rinda frente a las evidencias, tal
como confiesa en las conclusiones.
¿Frente a qué evidencias debe rendirse el lector, entonces, y hacia qué conclu-
siones? En principio, hacia la que ya se enuncia a modo de “tesis” en la introduc-
ción: “El movimiento asociativo moderno y, más globalmente, las formas de so-
ciabilidad contractuales fueron un factor de transformación de la sociedad y de las
representaciones que ésta se daba de sí misma. En este sentido, sirvieron para
RESEÑAS 191
lector. Claridad, sin embargo, que parece diluirse cuando la autora busca articular
tales hipótesis con aquella más atractiva y ambiciosa que coloca en el centro del
análisis el problema de la nación. La tensión que esta cadena causal expresa no se
deriva en este comentario de la escala espacial seleccionada –sobre la que volveré
a continuación– ni de poner en discusión el problema de los orígenes de la nación;
la tensión aquí subrayada reside en la ausencia de una mediación adecuada entre
un contexto en el que predomina la puesta en escena de la “empiria” –vinculada a
la primera dimensión aludida por François Guerra sobre las mutaciones de la so-
ciabilidad– y un marco de suma abstracción, representado por las dos siguientes
dimensiones: el nacimiento de la política moderna y la construcción de la nación.
Cuando la autora retoma las nociones de sociabilidad y civilidad, para concluir que
el estudio del lazo asociativo nos informa sobre estas dos figuras identitarias de
nuestro imaginario político, que “en el Río de la Plata están claramente asociadas
a la nación”, es quizás donde este salto entre los dos planos antes indicados que-
dan en una más transparente evidencia.
Cabe destacar, sin embargo, que algunos de los ejemplos trabajados parecen
alcanzar mayor visibilidad que otros, resultando menos forzada la relación entre
las prácticas relacionales y las representaciones de la nación. El caso de la maso-
nería es uno de ellos. Pero que en este ejemplo la relación se haga más visible no
debe soslayar el hecho de que la masonería representa, dentro del universo de
asociaciones estudiadas, un caso excepcional. Y lo es por el mismo motivo que
Pilar González señala, al admitir que, si la masonería se adelanta al Estado en la
organización de una estructura nacional, lo es porque “para la Orden es impera-
tivo ligar su suerte a la de la nación”, dado que la consolidación de una red
masónica –por las características ya conocidas que asume– “implica cierta iden-
tificación con un poder nacional”. Aun cuando la autora relativiza este ejemplo
(del que cabe aclarar se extrae una riquísima información desconocida hasta el
momento), al afirmar que “es difícil generalizar la historia de la implantación de la
masonería durante la secesión del Estado de Buenos Aires al conjunto del movi-
miento asociativo, y no se puede decir que todas las asociaciones hayan reclama-
do una jurisdicción nacional como marco de su desarrollo”, admite inmediatamen-
te que “aun cuando su desarrollo se limite a la ciudad de Buenos Aires, la identidad
entre asociación y nación no desaparece”.
Ahora bien, el reflexionar sobre esta relación causal no significa cuestionar o
negar la pertinencia del planteo más general de la autora ni mucho menos rechazar
lo que Guerra considera como uno de los principales méritos del libro al señalar
que “por primera vez, en esta escala, la descripción viva y concreta de los ámbitos
y las formas de sociabilidad va a la par con la ponderación global y el análisis
conceptual”; se trata, en todo caso, de marcar las asimetrías que se detectan entre
esa descripción concreta y el análisis conceptual, tributario éste del modelo explica-
tivo que pone por eje la noción de tránsito de una sociedad tradicional (corporativa
RESEÑAS 193
MARCELA TERNAVASIO
Instituto Ravignani, U.N.R., CONICET
El tercer gran libro de Nathan Wachtel nos conduce por un itinerario novedoso,
pero, como se verá, estrechamente ligado con el resto de su obra. Después de La
visión de los vencidos, publicada en francés en 1971, y de El retorno de los
antepasados, cuya edición original es de 1990, hay un delgado hilo conductor que
atraviesa toda su obra: las relaciones entre la memoria y el olvido.
196 RESEÑAS
MARCELA TERNAVASIO
Instituto Ravignani, U.N.R., CONICET
El tercer gran libro de Nathan Wachtel nos conduce por un itinerario novedoso,
pero, como se verá, estrechamente ligado con el resto de su obra. Después de La
visión de los vencidos, publicada en francés en 1971, y de El retorno de los
antepasados, cuya edición original es de 1990, hay un delgado hilo conductor que
atraviesa toda su obra: las relaciones entre la memoria y el olvido.
RESEÑAS 197
Sin embargo, ese mismo lector –si habiendo pasado por la experiencia de los años
sesenta y setenta, no es especialista en el tema– quedará atónito ante ciertos aspectos
del funcionamiento de la Inquisición: en ella, hasta la tortura misma estaba reglamenta-
da y tenía sus etapas y sus límites. Decir que uno termina por “admirar” tan terrible
institución sería un absurdo completo, pero no podemos evitar compararla con la
bestialidad salvaje e inhumana de nuestras dictaduras. Jamás un inquisidor habría
pronunciado aquellas palabras blasfemas de los torturadores “¡Yo aquí soy Dios!”.
Pero el libro tiene, como dijimos, un hilo conductor muy claro: las relaciones
entre la memoria y el olvido. Y es aquí donde nos encontramos con el resto de la
obra del autor, en la cual ese tema ocupó siempre un lugar central. Mas, en el
complejo intinerario de la cultura del marranismo, no sólo hay un problema de
dificultosa recomposición de la memoria, también –y he aquí otro tema
“americanista”– hallamos un tipo específico de mestizaje; en efecto, la condición
marrana da lugar con cierta frecuencia a un mestizaje religioso con componentes
católicos y judíos formando un peculiar bricolage, un entramado de creencias, en
donde pueden aparecer “San Moisés” y San Antonio haciéndose mutua compañía
en un panteón casero. Y también nos topamos (por cierto, sólo en determinados
casos) con una forma de pensar las relaciones con el mundo religioso particular-
mente “moderna”, en la cual determinados atisbos de libertad religiosa son clara-
mente perceptibles. Por supuesto, las figuras más destacadas en este ámbito serán
198 RESEÑAS
En la historiografìa argentina del siglo XX, el de José Luis Romero fue un caso
indudablemente clave en la construcción de una renovación disciplinar que por
razones políticas conocidas encontraría su materialización recién después de 1983.
Romero aparece como un organizador central de nuevas sendas en la investiga-
ción y escritura históricas. Esta lectura que configura un pasado donde Romero
es un antecedente prestigioso no carece de verdad. Esa adecuación no significa,
empero, que su figura pueda ser reducida a esta imagen retrospectiva.
Una primera cualidad de Situaciones e ideologías en América Latina consiste,
precisamente, en recordarnos cuán vigorosamente el pensamiento de Romero hacía
198 RESEÑAS
En la historiografìa argentina del siglo XX, el de José Luis Romero fue un caso
indudablemente clave en la construcción de una renovación disciplinar que por
razones políticas conocidas encontraría su materialización recién después de 1983.
Romero aparece como un organizador central de nuevas sendas en la investiga-
ción y escritura históricas. Esta lectura que configura un pasado donde Romero
es un antecedente prestigioso no carece de verdad. Esa adecuación no significa,
empero, que su figura pueda ser reducida a esta imagen retrospectiva.
Una primera cualidad de Situaciones e ideologías en América Latina consiste,
precisamente, en recordarnos cuán vigorosamente el pensamiento de Romero hacía
RESEÑAS 199
lugar a la vieja cuestión que tensiona a quien pretende reflexionar, a la vez, como
científico y como político.
Este volumen recupera textos publicados por José Luis Romero en las dos
últimas décadas de su labor intelectual. Puede leerse en ellos una mirada que hace
del pasado de las ideologías un horizonte donde transitan sus preguntas básicas.
Sin embargo la reedición de estos textos, todos ya aparecidos en volúmenes ante-
riores, presta una inteligencia peculiar que hay que reconocer. En efecto, en esta
nueva impresión se reúnen escritos que pueden organizarse bajo tres registros: en
primer lugar, los trabajos metodológicos y conceptuales, que fundamentan una
historia social de las ideologías en Latinoamérica, donde las “ideas” siempre están
a destiempo de las “situaciones” dado que por su carácter exógeno, en tanto
productos de “contactos de cultura”, estuvieron destinadas a no ajustarse del todo
bien a las condiciones locales. Romero insiste en la importancia de la transforma-
ción que supone toda “recepción” anudada a experiencias primarias que implican
a quienes las sostienen o sienten en contextos de gran complejidad, y donde fun-
damentalmente una relación de correspondencia entre sujeto e ideas está desde el
inicio sometida a un desplazamiento persistente.
Se trata de los textos incluidos en Latinoamérica: situaciones e ideologías
(1967): “Situaciones e ideologías”, “Los puntos de vista: historia política e historia
social”, “La situación básica: Latinoamérica frente a Europa”, “Situaciones e ideo-
logías en el siglo XIX”, “Situaciones e ideologías en el siglo XX”, “Democracias
y dictadura”. “Podría decirse”, señala Romero, “que el desarrollo latinoamericano
resulta de cierto juego entre una vigorosa originalidad y una necesidad de adecuarla
luego a ciertos esquemas de origen extraño que la limitan y constriñen”. He aquí
expresada sucintamente una dialéctica que proviene de la tradición morfológica
que, antes que de Ortega Gasset y de Simmel, deriva de la fuente de donde éstos
la bebieron y que Romero conocía bien: J. W. Goethe.
En segundo lugar, nos encontramos con escritos dedicados a explicar la espe-
cificidad de la historia latinoamericana frente a Europa. En ellos tiene lugar pre-
eminente la cuestión de la peculiaridad de su experiencia urbana y el modo en que
éste se configuró en su relación específica con la sociabilidad rural que él mismo
–con una lógica distinta– había seguido en sus investigaciones medievalistas. Los
textos incluidos son los siguientes: “La ciudad latinoamericana: continuidad euro-
pea y desarrollo autónomo” (1969), “La ciudad latinoamericana y los movimien-
tos políticos” (1969), “Campo y ciudad: las tensiones entre dos ideologías” (1978).
Nos encontramos aquí con discusiones que iluminan la lectura de su gran obra de
1976, Latinoamérica: las ciudades y las ideas.
En tercer lugar, se articulan los trabajos propiamente historiográficos donde
Romero despliega sus intereses políticos en el estudio de las ideologías. Así es como
se incluyen los textos donde se analizan los pensamientos políticos que van desde la
emancipación hasta la época contemporánea del autor: El pensamiento político de
200 RESEÑAS
OMAR ACHA
Universidad de Buenos Aires
202 RESEÑAS
estudios en el que se insertó. La estructura del libro saca el mayor provecho del
avance de estas subáreas de estudio: su cuerpo central explora una selección de
problemas parciales, o “campos de conflictos” entre el peronismo y la iglesia –la
educación, la diversidad religiosa, la familia–. Hay también cruces fructíferos con
áreas no específicas de lo religioso, como la historia de mujeres o el campo cultu-
ral. Y es esta informada variedad, justamente, la virtud principal del libro, pues al
internarse más a fondo por las avenidas abiertas, por cada uno de los elementos,
agrega densidad a los estudios previos. Un aporte en este sentido es el detenido
análisis del conflicto entre el peronismo y la iglesia en el área de la educación (cap.
V), objeto de viejas hipótesis que algunos trabajos (de Loris Zanatta y Silvina
Gvirtz, por ejemplo) empiezan a poblar de evidencia empírica. Desbrozando sus
diversos elementos (la religión en las escuelas, la universidad, la peronización del
currículo, etc.), Bianchi muestra el fracaso casi inmediato del conocido sueño
eclesiástico de imposición del catolicismo en las escuelas públicas, como también
la temprana apuesta del episcopado a la enseñanza privada como espacio alterna-
tivo para dicho proyecto. Otro tema bien desarrollado es el de las relaciones del
peronismo con las religiones no-católicas, y en particular con las “religiones po-
pulares”. El conocido escándalo del pastor milagrero, Hicks, ha ganado sentido
por una buena contextualización sociológica, y ha cobrado vivacidad gracias a la
utilización de fuentes que como la popular Ahora reflejan cabalmente la dimensión
cultural y la especificidad religiosa de dicho fenómeno (p. 254 y ss.).
Fundir una serie de indagaciones parciales en un texto unitario es, lo sabemos,
más que clausurar una investigación de largo plazo: implica presentar una visión
global del tema que los reúne, desarrollar a fondo las ideas básicas que son su
motor. Y es aquí donde esta obra es más débil. Bianchi lleva los hilos de su inves-
tigación más lejos, pero la selección y el punto de llegada de esos hilos reserva
pocas sorpresas. La educación, las religiones no-católicas, Evita, las objeciones
morales formuladas desde la Iglesia a la cultura popular, son temas que ya han
sido explorados para indagar las relaciones entre catolicismo y peronismo, con
resultados muy parecidos a los que propone este trabajo. Las informadas digresio-
nes de Catolicismo y peronismo se incorporan, pues, a una narrativa general del
proceso que no desafía casi ninguna de las ideas ya instaladas sobre la naturaleza
de esta compleja relación. Es cuando se trata de pasar de los subtemas a la inter-
pretación de su lugar en el proceso mayor que el libro pierde fuerza, porque sigue
de cerca (por momentos, duplica) caminos previamente trazados. (Es sintomático
que esto sea particularmente evidente en el primer tercio del texto, que examina el
ascenso del peronismo a la luz de los debates católicos; y vuelve a serlo al final,
cuando se trata de dar cuenta de la crisis.) Detrás de la variedad temática de
Catolicismo y peronismo, el lector no puede evitar echar de menos cierto riesgo
intelectual. Mientras tanto, la propuesta de Bianchi amplía una narrativa del tema
que ya nos es familiar: un peronismo que nace ligado a la Iglesia por su original
204 RESEÑAS
LILA CAIMARI
U. de S.A./CONICET