hs., antes del horario oficial, él ya marca su tarjeta y comienza su labor. Con un extraño orgullo, incluso con felicidad, arrastra su sombra por toda la ciudad, limpiándola. El es barrendero. Nada más y nada menos. Sus implementos son un escobillón, un carrito y dos palas: una normal y otra más pequeña para levantar papeles o arena. Una o mil veces ha pasado a tu lado y no recuerdas su rostro porque él hace su trabajo a conciencia. No necesita que nadie le diga cómo hacerlo ni qué empeño debe poner para terminarlo. Pero la realidad es que nunca acaba. Siempre hay una basura más, un montoncito más que recoger. A él no le hace mella que los escueleros o los transeúntes desubicados vuelvan a arrojar desperdicios después de haber barrido. Con paciencia, retrocede y levanta de nuevo la suciedad. Su sueldo no tiene la más mínima relación con la responsabilidad con que ejerce su función. Nunca nadie podrá apuntarle con el dedo porque es un empleado honesto. Consigo y con los demás. Alberto Mercado se llama. Tiene 54 años, dos hijos casados y 11 nietos. Viudo desde hace mucho tiempo, deja su casa al cuidado de una de sus nueras. Está tan defraudado de la política, que prefiere leer o hablar de fútbol. Es católico y, aunque cuando murió su Carmen le declaró la guerra a Dios, hoy de nuevo está en paz. Ya llegará el tiempo para preguntarle muchos porqués. Por el momento vive y trabaja con orgullo. Tito es el nuevo. Apenas hace unas semanas que llegó para trabajar de barrendero. Gana lo mínimo, pero ya “hace campaña” para pasar encima de su superior. En vez del típico y amigable sobrenombre de “Léka”, Tito le dice “Nde tujá inútil” o “Momia”. Por ahora marca su tarjeta a las 7:00 hs. Pero el coordinador de área tuvo que amonestarle dos veces con anterioridad. Le hicieron saber que la tercera sería la última llegada tardía. Pero ya logró dar vuelta las cosas. Se turna con un socio para marcar la tarjeta de salida. Día de por medio él marca la ajena y sale a hora. Al siguiente, el amigo marca la suya… pero Tito ya se hizo humo. No tiene idea de qué es la responsabilidad. Ni le importa. Sólo quiere farrear. Tiene tres hijos de tres mujeres diferentes y ni siquiera sabe los nombres de sus retoños. No acepta críticas, él cree que lo sabe todo y siente que la mala suerte es su amante compañera. Cuando “Léka” le recomienda cuidar su trabajo, o que debe poner más empeño, Tito le muestra el dedo medio. Ningún dedo le importa, ni siquiera el índice de sus compañeros o de la gente que le reclama cuando pasa con sus bártulos y hace como que no ve la basura. Con sonrisa burlona hace gala de sus más groseros gestos. El orgullo para él no tiene sentido. Hace tantos años que está en el Congreso, que entre bromas, dice que él “practica” para ser San Pedro. Sí, él trabaja en el cielo. Primero fue diputado y consiguió cambiar su humilde casa por una mansión y también “ganar” una estancia… y por supuesto, la obligatoria camioneta para las faenas campestres y otra para la familia. Ahora, el senado le resulta “más importante” y relajado. A nadie le rinde cuentas por las leyes que hace o deja de hacer. La ciudad luce oscura, opaca, como si el sol de la esperanza hubiera olvidado salir o como si hubiera confiado sus hijos a un San Pedro de elegante traje. Un San Pedro que no sirve a los hombres, sino a sus intereses personales. ¿Quién ejerce un verdadero control sobre la labor de los parlamentarios? Qué fácil sería en estos tiempos de informática publicar mensualmente en la web estadísticas de leyes presentadas o aprobadas por cada legislador. O mejor, en los medios escritos, cuál fue la actuación de cada uno de ellos. ¿Por qué no van “al descenso” cada seis meses los que se aprovechan inútilmente de una banca? Los que cobran por no hacer nada o dan la vuelta las cosas, como el barrendero Tito. Enlodan el nombre de aquellos servidores públicos que sí trabajan como “Léka”. ¿Por qué mantener empleados que buscan egoístas victorias a corto plazo, como un bono de combustible, y no tienen visión de estadistas, de planes a largo plazo? Esa es la pregunta. ¿Debemos aceptar este tipo de empleados que no sirven a sus patrones los ciudadanos? Sí. Así mandan las leyes. Pero ¿tenemos que aceptarlos? No. Es nuestro derecho y deber ejecutar los mecanismos para deshacernos de los traidores apátridas. Con gusto reconoceríamos los méritos de Léka y le daríamos la merecida retribución. Pero no a Tito, quien no comprende que su título de servidor público tiene como primera palabra un concepto que él no cumple. Se le paga por servir a los ciudadanos y no a sí mismo. Su sueldo no tiene la más mínima relación con la responsabilidad con que ejerce su función. Al igual que “San Pedro”. Debemos y tenemos que exigir empleados serviciales y no serviles, empleados que enaltezcan su banca y no se aprovechen de ella, empleados que sientan honor por cumplir su trabajo y no estigma porque sus colegas desconocen su responsabilidad. Hay muchos lékas entre nosotros, empleados que son fantasmas eficientes y que no vemos ni cuyos méritos reconocemos. Humilde, aunque profundamente sincero, aquí va este homenaje a los miles de empleados honestos que trabajan todos los días sirviendo a los compatriotas … … y no sirviéndose.