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¿Cuanto Estado y cuanto Mercado en la sociedad?

La revitalización de un debate
que sigue siendo determinante en la política contemporánea 1

Fernando Estenssoro 2

Un criterio determinante para la existencia y desarrollo de la humanidad es su carácter


social. La necesidad de organizarse como colectivo de individuos que requieren actuar
de manera asociada y gregaria para su sobrevivencia ha dado permanente vigencia a la
afirmación de Aristóteles de que el hombre es, por definición, un animal político. Y si
bien en este punto el consenso es amplio, la discusión surge al momento de preguntarse
cómo se organizan los seres humanos para su vida en sociedad. Vale decir, cómo se
distribuye el poder en el colectivo y cómo se definen los criterios de autoridad; cómo se
define el espacio de lo colectivo o público (lo que concierne a todos) y cómo se define
el espacio de lo individual y/o particular; cómo se toman las decisiones que afectan a la
vida en común y quienes participan de éstas, y/o cómo se organiza la actividad
económica. Este tipo de interrogantes, entre otras, son las que caracterizan una
determinada organización político-social.

Por cierto cada época histórica señalará la forma como se expresa el debate entre las
distintas perspectivas que coexisten al interior de las sociedades y que, por lo mismo,
expresan distintas respuestas a las preguntas planteadas. En este sentido, y manteniendo
una tendencia que viene desde el siglo XIX en adelante, y haciéndonos deudores de
Bobbio, vamos a señalar que uno de los clivajes más significativos para entender el
conflicto político contemporáneo estará dado por vigencia de la díada dicotómica
izquierda-derecha, y su relación con las variables también diádicas libertad-igualdad, y
Estado-mercado.

1
Artículo publicado en: De la Fuente, Gloria; Contreras, Sergio; Hidalgo, Paulo; Sau, Julio (editores);
Economía, Instituciones y Políticas en Chile. Serie Estudios. Volumen IV. Santiago, Gobierno de Chile-
Ministerio Secretaria General de la Presidencia-División de Estudios, 2009, pp. 37-56.
2
Doctor en Estudios Americanos. Magíster en Ciencia Política. Licenciado en Historia. Egresado de
Geografía. Se ha especializado en Historia de las Ideas y Mentalidades, época moderna y contemporánea,
así como en Teoría Política.

1
1. Algunas consideraciones conceptuales

Dado que planteamos una afirmación fuerte, debemos recordar sucintamente que Bobbio
señala que la díada antitética izquierda-derecha empleada, por lo menos desde hace dos
siglos, “para designar el contraste de las ideologías y de los movimientos en que está
dividido el universo, eminentemente conflictivo, del pensamiento y de las acciones
políticas” (Bobbio: 49), se transforma en una coordenada fundamental al momento de
construir los mapas ideológicos y doctrinarios actuales, entre otras razones, porque
izquierda y derecha son términos exclusivos y exhaustivos que, al constituir los polos
opuestos del eje político, dejan un amplio espacio central entre ambos extremos. Centro
que sólo adquiere identidad política en función de ambos extremos. 3

a) Izquierda-derecha y libertad-igualdad:
Bobbio, frente a la pregunta ¿qué es lo que define a la izquierda y a la derecha?,
propone que el criterio más frecuentemente adoptado “es el de la diferente actitud que
asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad” (Ibíd: 135).
En este sentido la derecha tiende a la desigualdad y la izquierda a la igualdad en lo que
se refiere a la dimensión sociopolítica de la vida humana, ya que, en otros aspectos los
hombres pueden ser tan iguales como desiguales. 4 Al respecto, la desigualdad se
asocia a resaltar la variable libertad individual y respeto a la propiedad individual en la
sociedad, característica política que define al liberalismo. De aquí su preocupación por
establecer límites a la autoridad, así como su oposición a las interferencias del Estado
en el campo de las actividades individuales y de la propiedad. En éste sentido, el
liberalismo clásico se estructura sobre la base del liberalismo político y el liberalismo
económico. Recordemos que para los contractualistas del siglo XVIII, es el contrato

3
Izquierda y derecha son términos exclusivos “en el sentido de que ninguna doctrina ni ningún movimiento
pueden ser al mismo tiempo de derechas y de izquierdas”, y exhaustivo “porque, al menos en la acepción
más rigurosa de ambos términos (...) una doctrina o movimiento únicamente puede ser de derechas o de
izquierdas” (Bobbio: 49). Evidentemente, esta ubicación polar de los términos permite “la configuración de
una línea continua sobre la cual, entre la izquierda inicial y la derecha final (...) se colocan posiciones
intermedias que ocupan el espacio central entre los dos extremos, y al que se le denomina, como se sabe, con
el nombre de ‘centro’”. Y, como se subentiende, el centro, por muy amplio que sea el espacio que pueda
allegar a ocupar en un sistema político determinado, sólo existe en función de la antítesis original izquierda -
derecha (Ibíd: 54, 55).
4
Particularmente, lo “igualitario parte de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que lo
indignan, y querría hacer desaparecer, son sociales, y como tales, eliminables; lo no igualitario, en cambio,
parte de la convicción opuesta, que son naturales y, como tales, ineliminables” (Ibíd: 145, 146).

2
social el que da origen a la sociedad política como algo distinto y posterior al estado de
naturaleza en que habrían vivido los hombres. Locke, al plantear los derechos de
propiedad privada como un derecho natural (iusnaturalismo) señala que éste es
anterior al surgimiento de la sociedad política (y el Estado) que emerge por medio del
contrato social. Además, este contrato se suscribe de manera voluntaria a fin de “evitar
y remediar los inconvenientes del estado de Naturaleza que se producen forzosamente
cuando cada hombre es juez de su propio caso, estableciendo para ello una autoridad
conocida a la que todo miembro de dicha sociedad pueda recurrir cuando sufre algún
atropello, o siempre que se produzca una disputa y a la que todos tengan la obligación
de obedecer” (citado en Valdés: 35).

b) Izquierda- derecha y Estado-mercado.


De aquí entonces, podemos pasar a la relación entre las variables Estado-mercado,
donde claramente existe una valoración distinta entre igualitarios y no igualitario. Así,
para los liberales clásicos, cómo se desprende de Locke, una función principal del
Estado será proteger los derechos de propiedad de cualquier atropello, provenga de
otros hombres o del gobierno. A lo que debemos sumar el aporte de Adam Smith
(entre otros), cuando señaló que el hombre se mueve en la sociedad por su interés
individual antes que por el bien de los demás y, pese a esto, la sociedad funciona
perfectamente porque en ella actúa una mano invisible, el mercado, que coordina
naturalmente los distintos intereses particulares y egoístas por medio de la oferta y la
demanda. 5 Por su parte, J.S. Mills, que pese a su eclecticismo, es quien otorga la
fisonomía definitiva a la teoría del laissez faire (delineada por Turgot), señaló que las
leyes económicas de producción (o del mercado) son inmutables (léase naturales) y
sólo cabe acatarlas, en cambio existen otras leyes, las sociales, como las de
distribución, en donde interfiere la voluntad humana. De aquí entonces, los liberales
desde el siglo XVIII hasta los contemporáneos sostendrán por una parte, el carácter
voluntario y consensual de toda organización de sociedad, lo que implica una

5
Para Adam Smith, el primer elemento del capitalismo es el interés egoísta de los individuos que,
traducido en afán de lucro, mueve a la iniciativa privada. El segundo elemento es la competencia, donde
un individuo conciente de las demanda por satisfacer necesidades, produce aquellas mercancías que se
desean tanto como puede, motivado siempre por su afán de egoísta de lucro pero, además, motiva a otros
individuos, que también por fines egoístas, a producir el mismo artículo mejor y más barato. Y aquí surge
el tercer elemento de la sociedad capitalista, cual es la ley de la oferta y la demanda, siendo el mercado el
espacio donde estas se encuentran. De esta forma, intereses dispersos y contradictorios armonizan
espontáneamente o naturalmente y, por lo tanto, toda interferencia del Estado frente a este orden natural
es perjudicial e indeseable (Montenegro: 32-37; Covarrubias: 56-60).

3
concepción fuerte del individuo y una concepción débil respecto del Estado (el cual se
entiende, principalmente, como un medio para llevar a cabo aquellas tareas que el
interés individual deja sin hacer). Y por otra, considerarán que las leyes económicas
son leyes naturales y, por tanto el mercado se entiende también como un fenómeno
natural y anterior al surgimiento del Estado. Luego, el pleno respeto a las leyes
naturales y la libertad individual (política, social y económica) se transforma en un
valor fuerte de la ideología liberal y condición sine qua non que permite al individuo
satisfacer sus intereses y necesidades en la sociedad (Goodwin: 45-81).
Por el contrario, para los movimientos de izquierda y centro izquierda modernos, un
elemento central que ha impedido o ha tendido a impedir la igualdad en términos
sociales, es la propiedad individual o propiedad privada. Principalmente (si bien no
exclusivamente), la propiedad de los medios de producción. De aquí entonces, que sus
luchas políticas por la igualdad siempre han tendido a eliminar y/o restringir el
derecho a la propiedad privada e individual frente a la propiedad colectiva o social
(Bobbio: 168). Y, en este sentido, una de sus características prioritarias ha sido la
tendencia a otorgar al Estado una función principal al momento de terminar o
disminuir las desigualdades en la sociedad. Vale decir, el Estado será considerado un
instrumento clave para “igualar” a los hombres otorgándole así, una mayor valoración
a su intervención en la sociedad. 6

Estos planteamientos cobran sentido cuando se analiza la política contemporánea de los


sistemas democráticos, por lo menos del siglo XX en adelante. Así se ve que aquellos

6
Entre los filósofos principales en que se apoyan estos planteamientos que resaltan la acción del Estado en
la sociedad, figuran Rousseau y Hegel. Recordemos que es Rousseau el contractualista que señala que es la
división del trabajo y su consecuencia, la propiedad privada, el origen de la desigualdad entre los hombres.
Característica que surge junto con la sociedad civil o política tras el contrato social. Desigualdad que no
existe en el estado de naturaleza originario el cual, ante la ausencia de la propiedad, es por definición
igualitario. Por otra parte, Rousseau es el que da origen al concepto de Voluntad general al señalar, a
diferencia de Hobbes y Locke, que el contrato que origina la sociedad política no ocurre entre individuos,
sino que se trata de un contrato de “uno consigo mismo”. Este contrato tan singular, junto con transformar a
cada individuo en ciudadano, implica “la alienación total de cada asociado con todos sus derechos en toda la
comunidad”. Así, el cuerpo político que surge del contrato social, no resulta de la suma de las voluntades
individuales, sino que es expresión de la voluntad general que resulta de esta alienación total de cada
individuo que suscribe el contrato (Pisier, Duhamel, Chatelet: 63-67). Por su parte, Hegel, plantea que la
autorregulación natural del mercado no existe, debido a que toda sociedad expresa contradicciones entre sus
miembros al punto que éstas pueden poner en peligro la unidad de todo el colectivo, e incluso retrotraer la
situación al estado de naturaleza según lo entiende Hobbes (guerra de todos contra todos). Por lo tanto, el
Estado es el principio necesario que media y arbitra entre estos conflictos y garantiza la unidad del colectivo
o sociedad convirtiéndose así en el “depositario del interés universal del conjunto social” (Ibíd: 72-74).
Reflexión que está muy en sintonía con la voluntad general de Rousseau.

4
que priorizan los criterios de igualdad, tienden a valorizar el papel del Estado en la
sociedad, como garante del bien común, de lo colectivo o lo que es de todos, además lo
ven como el arbitro que puede contrarrestar las diferencias sociales que existen entre los
individuos. Y, doctrinariamente oscilan hacia el polo izquierdo del eje político. En
cambio, quienes enfatizan los derechos individuales, priorizan el criterio de libertad
individual, entendido como un derecho natural al igual como lo sería la propiedad
privada. Por lo tanto, se opondrán a la injerencia del Estado en la regulación de estos
derechos naturales, así como del mercado, que también es entendido como un fenómeno
natural. En este sentido, oscilan hacia el polo derecho del eje político.

Por lo tanto, podemos plantear que la crisis económica mundial que se desató el 2008,
en donde las variables Estado-mercado dominan la discusión sobre sus causas, así como
sus vías de solución, revitalizó nuevamente este debate izquierda-derecha que parecía
adormecido y, para algunos, definitivamente terminado, a raíz de la clara hegemonía
alcanzada por los defensores del mercado libre desde la década de los años ochenta y
noventa del siglo pasado.

2. El Estado de Bienestar v/s el Estado neoliberal.

La crisis económica mundial desatada en el 2008, tiene un inmediato referente en la


gran crisis de los años treinta del siglo XX, iniciada con el quiebre de la bolsa de Nueva
York del 24 de octubre 1929, cuando el entusiasmo especulativo que había generado el
ciclo expansivo del capitalismo llegó abruptamente a su fin tras el colapso de Wall
Street. Entonces, de manera muy similar al situación contemporánea, el fenómeno
especulativo caracterizado por la sobrevalorización de acciones sin ninguna relación con
su valor real, se sustentaba en un modelo liberal clásico de laizzes faire (en esa época
popularizado como modelo manchesteriano) y que creía ciegamente en que el mercado
libre, sin necesidad de un Estado interventor, mantendría el crecimiento y resguardaría
un proceso económico sano. Sin embargo, el impacto económico y social que a nivel
mundial significó la crisis del año 29, obligó a un replanteamiento de la doctrina de
libre cambio y de la relación Estado-mercado al interior del modelo económico liberal
capitalista y que significó que el sentido del “péndulo” político cambiara a favor del
Estado. Como es sabido, este proceso se apoyó en los postulados de J.M. Keynes, que
señalaban que en la economía capitalista los mecanismos espontáneos del mercado no

5
alcanzaban para garantizar el pleno empleo, evitar las crisis de sobreproducción y
asegurar el crecimiento económico sostenido. De aquí entonces, surgía la necesidad de
intervención del Estado a fin de regular el sistema económico y orientar la producción
de riqueza hacia los objetivos deseados como, por ejemplo, el pleno empleo. Para esto
el Estado debía regular la inversión y el consumo por medio de la manipulación del
gasto público, la regulación de salarios y las prestaciones sociales, entre otros aspectos.
De esta forma, Keynes proporcionó la base teórica para que los gobiernos de los
Estados capitalistas y democráticos (o estados liberales) funcionaran con déficit
presupuestarios a fin de quebrar los ciclos recesivos y sostener el crecimiento
económico junto a un ideal de pleno empleo. Planteamientos que reforzaron el arsenal
doctrinario de los partidos de tendencia socialdemócratas europeos que implementaron
estas teorías una vez alcanzado el gobierno, así como del partido Demócrata
estadounidense bajo la administración de F.D. Roosvelt, por lo cual estas ideas se han
tendido a identificar como doctrinas de centro-izquierda y/o izquierda moderada y
democrática. Ambos aspectos, teoría keynesiana y su asimilación doctrinaria por parte
de los partidos políticos mencionados, fueron claves para salir de la crisis de los años
treinta, levantar la economía europea de pos Segunda Guerra mundial y llevar al Primer
Mundo a un período de crecimiento económico y elevación de la calidad de vida, junto
a grados de bienestar para sus ciudadanos sin precedentes en la historia moderna. Y
todo este proceso conducido por un Estado fuerte, que por medio de la ampliación de
una burocracia altamente técnica, intervenía regulando la actividad económica,
asumiendo directamente tareas productivas, fijando precios y salarios y generando
programas sociales, entre otras medidas. Esta revalorización del papel del Estado
implicó, según Lubbert, un grado de “subordinación de los mercados a la política”
(citado en Abal y Nejamkis: 198) y permitió la inclusión al sistema político de sectores
sociales pobres y empobrecidos, que se habían tornado relevantes en las democracias
representativas. En este mismo sentido, estructuró la concepción del Estado de
Bienestar e influyó en el New Deal de Roosvelt en Estados Unidos 7 . Además, ayudo a

7
Básicamente, por Estado de Bienestar se entiende al esquema político y económico que en los
principales países occidentales de pos Segunda Guerra mundial puso en marcha, bajo la influencia de las
teorías económica de Keynes, un sistema que apuntaba a “corregir las injusticias del ‘capitalismo
espontáneo’, y en el cual el Estado será paulatinamente considerado como responsable del progreso social
de la población”, estas son las ideas que estructuran el “Estado Providencia, Estado de Bienestar o Estado
Benefactor” (Di Tella: 237-238). Políticamente, el Estado de Bienestar, se entiende como “un conjunto
de actividades de redistribución” que busca “garantizar un nivel de vida o bienestar a los ciudadanos,
poniendo una red de protección que aminore las desigualdades”. Se instala en la segunda mitad del siglo
XX, particularmente cuando el informe de William Beveridge, en Gran Bretaña, conduce a un “sistema

6
mitigar la influencia doctrinaria del socialismo soviético en la izquierda europea (y en
otras izquierdas del mundo también), 8 e implicó un período de tiempo en el que se
pensó que se había logrado la ecuación político-económica mágica: pleno empleo y
crecimiento económico, bajo un esquema capitalista democrático. Vale decir, un
modelo que funcionaba debido a que el Estado podía “mantener un nivel de gastos que
se incrementaban año a año, apoyado en niveles de presión tributaria que los capitalistas
estaban dispuestos a aceptar sin que ello significase dejar de invertir” y que llevó a
denominar al periodo de tiempo que va, más menos de 1940 hasta fines de los años
sesenta, como “los años dorados del capitalismo” (Ibíd: 199).

Sin embargo en la década de los setenta, en los países desarrollados, el Estado de


Bienestar comenzó a ser crecientemente cuestionado en la medida que éste esquema de
desarrollo capitalista de pos guerra comenzó a mostrar claros signos de agotamiento. 9
La perdida de dinamismo del crecimiento económico (expresado en tasas de
productividad cada vez más bajas), fortaleció las tesis de los economistas y teóricos

de aseguramiento público”, convirtiéndose así en un “pacto de cohesión social en economías de mercado


desarrolladas”. En este sentido, fue el Partido Laborista Británico, que llega al Gobierno con Clement
Attlee como Primer Ministro en julio de1945, el que estatizó el banco de Inglaterra, las industrias del
hierro, acero y carbón, los ferrocarriles y otros medios de transporte de larga distancia, aviación, cables y
radio, electricidad y gas, energía atómica y compra de algodón junto con establecer un sistema de
seguros “desde la cuna hasta la tumba” (Albi: 136-137; Montenegro: 159-160). Por su parte, en los
EE.UU., el Estado de Bienestar europeo tuvo su correlato en el New Deal, de F. D. Roosvelt, puesto en
marcha en la segunda mitad de los años 30 y que implicó una inédita intervención económica del estado
sustentado en un programa de déficit público a fin de paliar la emergencia provocada por la crisis del año
29, junto con “generar empleo mediante planes de obras públicas así como ampliación de la seguridad
social” (Abal y Nejamkis: 198).
8
Como bien plantea Ludolfo Paramio, el Estado de Bienestar permitió la superación de la aparente
irreconciabilidad entre democracia política y capitalismo, en la medida que paradójicamente la
ampliación de los derechos ciudadanos, como la extensión del sufragio universal, propia de los
capitalismo industriales occidentales de fines del siglo XIX y primera parte del XX (sobre todo entre el
período entreguerras mundiales) implicaba la paradoja política donde una mayoría de no propietarios
mantenía un sistema de propiedad que los excluía y que “además no les ofrecía solución a los problemas
más inmediatos: el paro, la inflación y una brutal caída de los niveles de vida que suponía para muchos el
hambre y la miseria. La crisis del año 29 y sus consecuencias sociales tienen seguramente algo que ver
con hecho de que las tentaciones totalitarias o autoritarias se generalizaran en países que parecían haber
entrado en la vía democrática. Y, sin embargo, tras la segunda guerra mundial, se produce aparentemente
una reconciliación entre democracia y capitalismo, que dura, por lo menos, hasta hoy: ciertamente con
serias tensiones matrimoniales…” (Paramio: 16). Por su parte, Albi señala que el alto gasto social que
implica el Estado de Bienestar, significa igualación de oportunidades y protección ante el infortunio y la
vejez. Políticas estatales que si bien se remontan a la segunda mitad del Siglo XIX en Europa, toman
auge tras el término de la Segunda Guerra Mundial, ayudando, “durante los últimos cincuenta años, a
obtener altos grados de paz social” (Albi: 136).
9
Entre otras razones por el fin de la era petróleo barato, y plenamente accesible para el Primer Mundo y
que había proporcionado energía a bajo costo facilitando su gran crecimiento económico de pos-guerra,
como quedó demostrado con el boicot que impusieron los países árabes a raíz de la guerra con Israel de
1973, así como el creciente control del mercado de producción y de precios de crudos que impuso la
OPEP.

7
políticos que sostenían que éste se debía a la intervención del Estado en la economía. 10
De esta forma, se trato de una década donde el “péndulo” de la política nuevamente
comenzaba a cambiar de dirección, esta vez hacia el polo derecho, de la mano teórica de
los liberales neoclásicos y política de los partidos Conservador de Gran Bretaña y
Republicano de los Estados Unidos, principalmente. Al respecto, cabe recordar que,
desde el punto de vista teórico, los partidarios del liberalismo económico clásico, que en
los años 30 y 40 del siglo XX, habían pasado a la defensiva producto de la hegemonía
que imponía el liberalismo reformista de Keynes, se dedicaron a repensar la doctrina y
constituir un corpus teórico que buscaría recuperar el protagonismo político en la
primera oportunidad que se diera. En este sentido, destacará la escuela de economía
política austriaca, particularmente con la obra de F. Hayek Camino de Servidumbre
(1944), y la escuela de Chicago en EE.UU., donde uno de sus más relevantes
exponentes será M. Friedman con su obra (escrita junto a su esposa) Libertad de elegir
(1979). Ambas escuelas serán claves en la repuesta que se dará al keynesianismo.
Compartirán compromisos ideológicos comunes, tales como “la creencia en la
eficiencia y las propiedades de realzar la libertad de la economía de mercado, la
propiedad privada, el gobierno de la ley y la soberanía del individuo” (Ashford y
Davies: 205). Los austriacos, pondrán un fuerte énfasis en el subjetivismo, el
individualismo, el proceso de mercado y la capacidad empresarial, entre otros aspectos,
y los estadounidenses destacarán, junto a los énfasis monetaristas, los aspectos
filosóficos de los principios económicos liberales, al señalar que los intereses de los
distintos grupos que componen una sociedad siempre se encuentran en conflicto parcial,
por lo tanto las doctrinas como el marxismo, que creían en la posibilidad de un orden
social totalmente armonioso cometían un profundo error. En este sentido, para la
escuela de Chicago, la gran ventaja de la economía de mercado consistía en el
reconocimiento de los límites del conocimiento social y por tanto, reforzaban la idea de

10
Además, en estos años las grandes empresas transnacionales comenzaron a integrarse en grandes
conglomerados que alentarían formas de producción flexible, apoyadas en crecientes innovaciones
tecnológicas, permitiendo la localización de plantas de ensamblajes parcial en distintas partes del mundo
para reducir costos e incrementar el valor del capita invertido (Huerta: 130). De esta forma se comenzaba
a implementar una lógica que al acentuarse e incluir al capital financiero, sobre todo tras el fin de la
Guerra Fría, pasaría a llamarse globalización.

8
que el mercado (libre), era el mejor “instrumento” para conocer las distintas demandas e
intereses de la sociedad. 11
Este renacimiento de las políticas antiestatistas se implementaron en Gran Bretaña tras
la llegada de la representante del partido Conservador Margaret Thatcher, a la cabeza
del gobierno (1979-1990), y en Estados Unidos con la era republicana iniciada por
Ronald Reagan (1980-1988), desde donde influyeron al resto del mundo originando un
proceso de hegemonía ideológica global tras el término de la Guerra Fría (1989-1991).
Vale decir, las propuestas liberales neoclásicas se implementaron vía partidos de
derecha por lo que se ha tendido a identificar a este proceso como la ideología de “la
nueva derecha”. 12 Estas propuestas implicaron la privatización de las empresas
nacionales y estatales y la desaparición de las reglas que regulaban “el comportamiento
de los mercados (…) para fomentar la actividad económica y los negocios”. Y como la
libertad económica debía ser llevada a su máxima expresión, también se recortaron y/o
terminaron con los servicios sociales que brindaba el Estado, generando una situación
donde “las personas deben ser obligadas a depender de sí mismas (…) En esencia, se
trata de una política neoliberal, fundada en la creencia de que la libre empresa, sin la
interferencia del Estado, producirá una economía saludable y eficiente a través del
mecanismo del mercado” (Goodwin: 203).

La concepción del Estado de Bienestar de inspiración keynesiana fue el foco de la


crítica política e ideológica neoliberal. Se planteó que su tamaño excesivo y la forma de
cumplir las funciones públicas, junto con su intervencionismo económico, estaban en la

11
Sucintamente el subjetivismo considera que las ciencias sociales no se ocupan de hechos “objetivos” o
regularidades rígidas sino de las acciones de los individuos sujetos a restricciones. En contraposición a
Smith y D. Ricardo, los subjetivistas consideran que el precio es determinado por preferencia de los
individuos, en el margen, más que por algún costo de producción objetivo. Por su parte el individualismo
enfatiza que los procesos económicos sólo pueden ser entendidos en términos de acciones y voluntades
individuales. De aquí la derivación política de que el desempleo sólo puede reducirse mediante la
modificación de un precio individual como es el del trabajo y no elevando la demanda agregada. Con
respecto al proceso de mercado, el sistema de intercambio nunca esta en equilibrio, si bien existe una
tendencia al mismo, por lo tanto el empresario cumple un papel crucial, ya que al aprovecharse sobre
alguna discrepancia de precios para obtener ganancias, empuja al mercado hacia el equilibrio. Por lo
tanto, para el funcionamiento sano de la economía siempre es necesario que exista provecho empresarial.
De esta forma, la escuela de economía política austriaca y la escuela de Chicago, con sus campeones
Hayek y Friedman, se convirtieron en la “columna vertebral de la economía política liberal clásica”
(Ashford y Davies: 92-95, 107-109)
12
Con relación al caso chileno, lo interesante de este proceso de recuperación de la hegemonía mundial
por parte de los liberales neoclásicos y los partidos de derecha, es que en nuestro país la “revolución de
derecha” es previo a la llegada de la Tatcher y Reagan al poder. En este sentido, los llamados “Chicago
boys” chilenos, con antelación al proceso ocurrido en Gran Bretaña y los EE.UU., aplicaron sus teorías
económicas a una sociedad concreta -la chilena-, bajo el manto protector de la dictadura militar de
Pinochet, por lo que convirtieron al país en una suerte de “laboratorio neoliberal” del mundo.

9
base de pérdida de competividad de las economías capitalistas desarrolladas
occidentales y su baja en el crecimiento económico. Ahora se proponía que la libre
competencia, sobre los fundamentos del derecho irrestricto de la propiedad privada,
servía tanto para expandir la esfera de las libertades políticas y económicas de los
ciudadanos, como para estimular la creatividad, el progreso técnico y el desarrollo
económico. Particularmente, se consideraba que la intromisión del gobierno en el
funcionamiento del sistema de precios era lo que deterioraba la estabilidad y los
equilibrios naturales del mercado, constituyéndose así, en la raíz de “todos los males de
la sociedad”, pues si todos los agentes económicos son iguales, poseen la misma
información y cuentan con una dotación de riqueza que utilizan de manera racional en la
adquisición de bienes y servicios, no se requiere que alguna instancia pública intervenga
en los procesos económicos” (Huerta: 134). De aquí entonces, el Estado volverá a ser
entendido bajo criterios minimalistas retirándose de las actividades vinculadas a la
actividad productiva y las políticas sociales e, igualmente, comenzó a ser tratado como
cualquier otro agente económico que debía someterse a la disciplina del mercado e
implementar programas de ajuste económico. Esta política quedo claramente plasmada
y en condiciones de ser aplicada a escala global en el llamado Consenso de Washington,
documento que en un principio se pensó para ser aplicado a los países del Tercer Mundo
dependientes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM),
como es el caso de América Latina, se constituyó en una suerte de carta magna mundial
contemporánea del Estado neoliberal, tras la caída del bloque soviético, cuando también
el ex-mundo comunista se unía a los partidarios de libre-mercado. 13

13
En este sentido, muy ilustrativo resulta la opinión del filosofo de la nueva derecha estadounidense, F.
Fukuyama, cuando explica que la imposición mundial de la principios económicos liberales neoclásicos
se debió a que sectores de las elites políticas a las que pertenecían, entre otros, M. Tatcher y R. Reagan,
aceptaron las tesis de que no sólo en el Primer Mundo, sin también en el mundo en vías de desarrollo, el
Estado interventor había llevado a generar fuertes déficits fiscales y a perder competitividad y dinamismo
económico. Por éste motivo instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) junto con la fuerte presión del gobierno de Estados Unidos
(Reagan), “recomendaron enérgicamente una serie de medidas enfocadas a reducir el grado de
intervención estatal en los asuntos económicos; se trataba de un paquete de medidas al que uno de sus
autores (Williamson, 1994) atribuyó la denominación de ‘consenso de Washington’ y al que sus
detractores en Latinoamérica llamaron neoliberalismo” (Fukuyama: 20). Lo cierto es que el Consenso de
Washington impuso como criterio determinante para solucionar la crisis financieras de los Estados en
desarrollo, la disciplina fiscal, la reorientación del gasto público hacia áreas de alto rendimiento
económico y la privatización de los activos públicos. Esto implicó una drástica disminución del aparato
público así como del gasto, particularmente en las áreas en que la actividad gubernamental estuviera
relacionada con las esferas económicas y sociales (Huerta: 134-136).

10
3. Las crisis económica mundial del 2008: un nuevo cambio de sentido del péndulo
político.

La hegemonía neoliberal, impuesta políticamente por Ronald Reagan y Margaret


Thatcher, trastocó las bases sobre las que había funcionado el sistema económico y
financiero internacional entre la décadas del cuarenta y setenta del siglo XX. Y, en este
sentido fue clave fue el giró que tomo el FMI. Recordemos que éste, al igual que el BM,
fue creado en 1944, para impedir la repetición de crisis como la del año 29 y la gran
depresión mundial que originó y, por lo tanto, debía asegurar la estabilidad económica
mundial. Institución de inspiración keynesiana, partía del supuesto que los mercados no
funcionaban a la perfección y a menudo fallaban, sobre todo en tiempos de crisis y
precisamente al momento de aportar los fondos necesarios para que los países pudieran
recomponer sus economías. Así, en caso de ser necesario el FMI debía aportar liquidez,
por medio de préstamos, para estimular la demanda agregada. Y si bien es cierto, esta
institución venía experimentando algunos cambios desde su creación, será bajo la
influencia de Reagan y Thatcher cuando modificará profundamente su sentido original y
comenzará a proclamar la supremacía del libre mercado con “fervor ideológico”
(Stiglitz: 38-40). De esta forma el mercado se sacralizó y, por lo tanto, se abandonaron
las políticas expansivas que el FMI había impulsado originalmente destinadas a subir el
gasto fiscal, bajar los impuestos, o reducir los tipos de interés para estimular la
economía, junto a la defensa de la acción del Estado para generar y mantener el empleo,
generando un giro tan radical al FMI, que hasta “Keynes se revolvería en su tumba si
supiese lo que ha sucedido con su criatura” (Ibíd). Por otra parte, esta hegemonía
neoliberal llevó a que las esferas financieras nacionales e internacionales se acoplaran
de forma asimétrica situación que, entre otras consecuencias, iba a producir procesos
especulativos globales de desastrosas consecuencias. 14

Sin embargo y pese a esta hegemonía, la contra-teoría económica de matriz keynesiana


al liberalismo ortodoxo nunca desapareció totalmente, y a comienzos de las dos mil ya

14
“Las plazas financieras se interconectaron y los inversionistas individuales e institucionales, pudieron
acceder a nuevos y variados instrumentos financieros con tasas de interés variable que representaron
rendimientos diferenciados. Con esto, la puerta a la especulación, que tanto preocupaba a Keynes por sus
efectos sobre la disponibilidad de recursos para el fondeo y el financiamiento de la inversión, se abrió de
par en par; fenómeno que se reforzó por el escaso o nulo control de los movimientos de capital de corto
plazo, que adquirieron una dinámica propia e independiente del comportamiento del sector real de la
economía y de los flujos comerciales” (Ibíd: 129-130).

11
sonaban fuerte varias voces expertas de renombre mundial que llamaban a urgentes
cambios en el modelo neoliberal. Entre otras razones, se argumentaba que la falta de
regulación de los mercado, particularmente el financiero, venía provocando serias crisis
económicas de alcance mundial, además del verdadero desastre social que significaban
las directrices del Consenso de Washington para la gran mayoría de los países pobres y
en desarrollo, a lo que se puede agregar las opiniones que planteaban que un profundo
malestar social se comenzaba a incubar en los Estados Unidos y Europa, entre otras
razones, por el retroceso de las políticas propias del Estado de Bienestar.15 En este
sentido, una coyuntura favorable para los defensores del papel del Estado en la
economía fueron las crisis económico-financieras de alcance mundial que ocurrieron en
la década de los noventas y que indicaban que algo funcionaba mal en el “mercado
perfecto” (por ejemplo, la crisis de México de 1994 conocida como tequilazo y,
especialmente la crisis Asiática de 1997). Estas crisis de los años noventa vistas hoy día,
se asemejan a una suerte de “ensayo general” de la gran crisis mundial iniciada el 2008
y que, al igual que la crisis de 1929, fue gatillada por el estallido de las burbujas
financieras especulativas. Esta vez se trato de la crisis Subpime (hundimiento de las
acciones hipotecarias) de los Estados Unidos, que comenzó siendo un problema de
liquidez en los mercados financieros internacionales, luego alcanzó a la economía real,
y termino como una recesión económica mundial.

Lo interesante, es que al igual que lo ocurrido a comienzos de los años 30, la magnitud
de crisis del 2008 puso en entredicho la hegemonía de las tesis económicas liberales
clásicas y neoclásicas y volvió a plantear la necesidad de fortalecer la intervención del
Estado en la economía por medio de aumentar el gasto público, regular los mercados,
impulsar una política social redistributiva y proteger el empleo, entre otras medidas. Al
respecto, ilustradoras resultan las opiniones que en octubre de 2008 entregó el
historiado británico Eric Hobsbawm, al ser entrevistado por la BBC, sobre el impacto de
la crisis. Frente a la pregunta “Muchos hablan de lo está pasando como un regreso al
estatismo e incluso al socialismo. ¿Usted cree que es así?”, señaló:

15
Al respecto interesante resultan las tesis George Soros, que en una fuerte crítica a los gobiernos
republicanos de los noventa y dos mil de los Estados Unidos, va a expresar el peligro de crisis de gran
nevergadura que se cernía sobre las sociedades capitalistas y abiertas (en el sentido de Popper) como la
estadounidense; además de pronosticar, con bastante antelación, algo muy similar a la crisis especulativa
de las Subprime que estalló en julio del 2007 y que termino por desencadenar la crisis económica mundial
del 2008. Al respecto ver, Tiempos Inciertos (2006).

12
Bueno, ciertamente es la más grave crisis del capitalismo desde la década del 30. Recuerdo un
titular hace unos pocos días, en el Financial Times, que decía: “El capitalismo en convulsión” (…)
Y esto está siendo reconocido como el fin de una era específica. Sin dudas, se hablará más de (John
Maynard) Keynes y menos de (Milton) Friedman y (Friedrich) Hayek. Todos están de acuerdo en
que, de una forma u otra, habrá un mayor rol para el Estado. Ya hemos visto al Estado como el
prestamista de última instancia. Quizás regresaremos a la idea del Estado como el empleador de
última instancia, que es lo que fue bajo FDR (Franklin Delano Roosevelt) en el “New Deal” en
Estados Unidos. Lo que sea, será un emprendimiento público de acción e iniciativa, que será algo
que orientará, organizará y dirigirá también la economía privada. Será mucho más una economía
mixta que lo que ha sido (…) por 30 años todos los ideólogos dijeron que todo iba a estar bien: el
libre mercado es lógico y produce crecimiento máximo (…) Decían que funcionaría mejor que
cualquier otra cosa. Ahora sabemos que lo que pasó es que se crearon condiciones de inestabilidad
enormes, que han creado condiciones en las que la desigualdad afecta no sólo a los más pobres,
sino cada vez más a una gran parte de la clase media (http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/business/
newsid_7680000/7680432.stm).

Lo cierto es que destacados economistas, como los premios Nobel Joseph Stiglitz
(2001) y Paul Krugman (2008), identificados con el neokeynesianismo y que
argumentan sobre la necesidad de poner término y/o relativizar un esquema económico
al que califican como “fundamentalismo de mercado”, han tendido a ser más
escuchados y, por tanto, más influyentes, en el nuevo escenario económico mundial. Por
ejemplo, Stiglitz, cuando se le pregunto por las consecuencias de la crisis Subprime en
los Estados Unidos y qué medidas proponía para superarla, señaló:

Claramente, necesitamos no sólo una nueva regulación, sino otro diseño del sistema regulador (…)
En consecuencia, en primer lugar, para corregir el problema necesitamos líderes políticos y
encargados de políticas que crean en la regulación. Además de eso, tenemos que establecer un
nuevo sistema que pueda hacer frente a la expansión de los instrumentos de finanzas y financieros
más allá de los bancos tradicionales (…) La agenda de la globalización ha estado estrechamente
vinculada con los fundamentalistas del mercado; la ideología de los mercados libres y la
liberalización financiera. En esta crisis, hemos visto el fracaso de las instituciones más orientadas
al mercado en la economía más orientada al mercado y que corren hacia el gobierno en busca de
ayuda. Todo el mundo dirá ahora que éste es el fin del fundamentalismo de mercado. En este
sentido, la caída de Wall Street es para el fundamentalismo de mercado lo que la caída del Muro de
Berlín fue para el comunismo; le dice al mundo que esta forma de organización económica no es
sustentable (http://aquevedo.wordpress.com/2008/09/19/joseph-stiglitz-y-la-crisis-financiera-actual-el-fin-
del-fundamentalismo-de-mercado/).

A su vez, Krugman viene insistiendo que los Estados Unidos debe volver a una suerte
de nuevo New deal si realmente pretende salir de la crisis económica. Para él, lo único
que cabe hacer es convencerse, lo antes posible, que “vamos a tener que volver a un
sistema parecido al que emergió del New deal, con ajustadas regulaciones para las
instituciones financieras y bancos, límites en la toma de riesgos, altos impuestos para
aquellos que ganan mucho. Tasas más bajas crean incentivos, pero son incentivos para
arriesgar el dinero de otras personas en juegos peligrosos. Hay que actualizar muchas
cosas para este siglo, pero básicamente nuestros abuelos lo habían hecho bien. Ellos
entendieron que las finanzas sirven, pero que son peligrosas y que deben estar cercadas

13
y ajustadas con regulaciones” (http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/ 2-122071-2009-03-
25.html).

Cabe señalar que Krugman aparece en la actualidad como el principal contradictor de la


escuela de Chicago y se mantiene en una dura polémica con ellos por sus posturas
neoliberales frente a la crisis. La más reciente estalló tras la publicación en el New York
Times, de su artículo “Como los economistas entendieron todo mal”; y que fue
duramente respondido por Edward Snyder, decano de la Escuela de Negocios de
Chicago, junto a otros académicos aludidos como John Cochrane. 16

Igualmente cabe destacar que la arremetida contra las ideas neoliberales también vienen
de la propia Casa Blanca tras la elección del demócrata Barak Obama. El singular hecho
de que su llegada a la presidencia de los Estados Unidos coincidiera con el
desencadenamiento de la crisis, lo llevó inmediatamente a implementar políticas de
intervención económica, a fin de evitar las quiebras masivas, no sólo de la banca, sino
también de las grandes empresas productivas estadounidenses cómo la automotriz.
Medidas impulsadas, en gran parte, por el recuerdo de las consecuencias económicas y
sociales desencadenadas tras el quiebre de la bolsa de Nueva York del año 29. En este
sentido, los años 2008 y 2009 en Estados Unidos parecen ser la segunda parte de una
antigua película de los años treinta cuando la hegemonía de los economistas liberales
clásicos fue reemplazada por la de los “estatistas” keynesianos. Todas estas medidas,
junto a otras como la nueva política de salud que busca implementar el presidente
Obama o la iniciativa de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) para de regular
los salarios de los altos ejecutivos bancarios son, a no dudarlo, mucho más cercanas a
Keynes que ha Hayek o Friedman y han encendido el escenario político estadounidenses
(y también mundial) a raíz del desafío que han lanzado a la dominante ortodoxia
neoliberal. 17

16
Dado que esta polémica es muy reciente, sólo estamos esbozando sus líneas centrales que apoyan
nuestra tesis. Para mayor actualización sobre ella, ver La Tercera, Santiago, 19 de septiembre de 2009, p
39, y 20 de septiembre de 2009, p.37. El Mercurio, Santiago, 20 de septiembre de 2009, p. B3.

17
La creciente oposición que viene enfrentando Obama a sus políticas sociales, como es su plan de
reforma del sector de la salud, ha llevado a que sus detractores lo acusen de “estatista” y “socialistas”.
Ver, La Tercera, Santiago, 20 de septiembre de 2009, p. 37.

14
4. A modo de conclusión, algunas reflexiones para el caso latinoamericano y
chileno.

Como resulta evidente, los procesos descritos y que han determinado el curso de la
economía (e influido de manera importante en los acontecimientos políticos) desde los
años treinta hasta el día de hoy, tanto en Europa como en los Estados Unidos, también
repercutieron en la política de América Latina en general y Chile en particular,
acomodándose a sus peculiares características históricas y socio-culturales. En este
sentido, si bien el impacto de la crisis mundial de los años treinta, así como las
restricciones al comercio internacional que significó la Segunda Guerra Mundial,
motivó políticas de desarrollo económico y social inspiradas en los ejemplos europeos y
estadounidense, 18 es que es altamente discutido considerar que en estos países se dieron
ejemplos de Estados de Bienestar propiamente tal, incluso en los que se consideraban
como países socialmente más avanzados (Argentina, Uruguay y Costa Rica). 19

Por el contrario, en lo que no hay discusión es que desde los años ochenta y noventa en
adelante, las políticas públicas fueron dirigidas de acuerdo a las “directrices” que se
plasmaron en el Consenso de Washington, que no es mas que el “acuerdo del FMI, el
BM y el departamento del tesoro de los EE.UU., sobre las políticas correctas para los
países subdesarrollados” (Stiglitz: 44). Estas políticas impuestas -austeridad fiscal, la
privatización y la liberalización de los mercados buscaban-, buscaban poner orden en
gobiernos cuyas economías habían perdido el control presupuestario y experimentaban

18
Eeconómicamente se conocieron como políticas de desarrollo hacia adentro y de sustitución de
importaciones con un Estado claramente interventor y regulador de la actividad productiva y del mercado.
19
De acuerdo con Ottone y Vergara, quienes rechazan las posturas que sostienen que sí existió Estado de
Bienestar en América Latina, entre la pos guerra y los años setenta del siglo pasado (caracterizados por
procesos de industrialización hacia adentro y de sustitución de importaciones), e incluso hablan de
“Estado de Bienestar periférico”, en realidad no se puede utilizar este concepto para describir a los
estados de esta parte del mundo de ese período. Por el contrario, señalan que lo que “existió fue un Estado
de orientación mesocrática, de centralidad, estatal y clientelas parcialmente inclusivas (…) que logró
generar un compromiso social con inclusión de los sectores más organizados y políticamente influyentes,
pero disminuyendo apenas la matriz de desigualdad y los niveles de pobreza e indigencia” (Ottone y
Vergara: 141). Por su parte, Huerta, hablando para el caso mexicano pero que, en términos generales, se
puede hacer extensivo al resto de Latinoamérica, plantea que lo que existió entre los años cuarenta y
setenta, fue un Estado interventor y no un Estado benefactor. Y la diferencia entre ambos, radicaría en
que “el primero se dio en los países en los que la burguesía ha sido secularmente incapaz de conducir la
estrategia de desarrollo; en tanto que el segundo fue un apoyo al proceso de valorización del capital en las
naciones del capitalismo maduro. En éstas el Estado, por medio del gobierno y de las políticas de gasto
público, favoreció la movilidad de la escala social, a partir de mejorar las condiciones de acceso de la
población a los satisfactores y permitir la incidencia de las demandas sociales en la ejecución de los
programas públicos” (Huerta: 131).

15
procesos inflacionarios agudos. Como señala Huerta, la crisis de productividad que se
había incubado en las economías occidentales y el agotamiento de la estrategia de
sustitución de importaciones en los países en desarrollo (claramente manifiestas en los
años setenta) coincidió con el resquebrajamiento del régimen de paridades fijas que
disparó las tasas de interés “y, ya que las economías en desarrollo habían contraído
previamente grandes montos de pasivos, se produjo un desorden financiero
internacional que derivó en el problema de la deuda externa de la década de 1980,
situación particularmente crítica para América Latina” (Huerta: 134-136). Y como el
neoliberalismo va a entender que el origen de la crisis económica, radicaba en el tamaño
y el funcionamiento del Estado benefactor en los países desarrollados, y del Estado
interventor en los menos desarrollados, éstos fueron drásticamente reorientados de
acuerdo a los nuevos criterios impartidos por el FMI.

El problema mayor para los países de América Latina habría estado en que, al ser
implementadas estas medidas bajo la estrecha perspectiva ideológica neoliberal -que
acepta de manera casi religiosa la creencia que la mano invisible del mercado opera a la
perfección y no necesita del apoyo del Estado-, se impusieron demasiado rápido y sin
generar las política paliativas para las consecuencias que un proceso de este tipo podía
implicar, sobre todo las consecuencias sociales (Stiglitz: 89-131). Particularmente se
debe considerar que un ciudadano de latinoamericano no contaba las con medidas de
protección de envergadura semejante a la de los estados de bienestar europeos o los
seguros sociales que resguardan a los ciudadanos en los Estados Unidos y además, lo
poco que existía en este sentido se estaba desmantelando y/o se intentaba desmantelar.

En el caso de Chile, que como señalamos, se adelantó al Consenso de Washington, las


duras consecuencias sociales que significo la “liberalización” de la economía no
impidieron que este proceso se llevara con una profundidad y rapidez sin precedentes en
el resto del mundo (salvo a lo ocurrido muy posteriormente en los ex países comunistas
de estilo soviético), debido a que se impusieron bajo la más férrea y represiva dictadura
militar de su historia. Como bien señalan Ottone y Vergara, el “trágico fin de la
democracia” en 1973, “coincidió con el fin de un modelo de desarrollo y una cierta
concepción del Estado. El modelo así llamado de sustitución de importaciones fue
drásticamente reemplazado por un modelo de apertura económica a los mercados
mundiales, y aquella concepción del Estado como rector de la vida nacional fue

16
sustituida por la concepción de Estado subsidiario” (Ottone y Vergara: 141). En este
nuevo Estado subsidiario o neoliberal, las concepciones propias de un Estado de
Bienestar eran rechazadas por maximalistas y la actividad social del Estado se entendía
como una acción subsidiaria “de lo que el mercado produciría como movilidad social”
(Ibíd.). Sin embargo, tras la recuperación de la democracia en 1990 y el inicio de la era
de los gobiernos de la coalición política de centro-izquierda conocida como La
Concertación, en Chile se comenzaron a aplicar políticas públicas de carácter social que
de manera muy gradual y sin terminar con el criterio dominante de Estado subsidiario o
neoliberal, buscaban instalar niveles crecientes de equidad, superación de la pobreza e
incidir en la redistribución de los ingreso. De esta forma, paulatinamente los distintos
gobiernos concertacionistas que se han venido sucediendo desde esa fecha en adelante,
fueron sentando las bases de lo que podría llegar a ser un sistema de protección social
garantizado por el Estado y de clara inspiración en los estados de bienestar europeos. 20
De igual forma y como ha ocurrido a nivel mundial, la gravedad de la crisis económica
internacional del 2008, revitalizó una polémica en donde los defensores de una acción
clara y decidida del Estado, destinada a regular las imperfecciones del mercado y
hacerse cargo de aumentar los criterios de equidad (igualdad) en la sociedad,
comenzaron a sonar cada vez más fuerte en un intento por pasar a la ofensiva política
frente a los neoliberales ortodoxos.

Como resulta claro, estas contraposiciones teóricas respecto del papel que se le asigna al
Estado y al mercado en la estructuración de la sociedad, tienen claras expresiones
políticas. De aquí entonces, podemos aventurar, a título de hipótesis, que si bien el
cambio de sentido en la dirección del péndulo político entre un polo y otro esta muy
determinado por la evolución del ciclo económico del capitalismo, la profundidad del
cambio dependerá en gran medida, de los partidos y/o coaliciones políticas que asumen
los gobiernos en las democracias representativas. Así, en la actualidad, dado que en

20
Particularmente en la administración de la Presidenta Bachelet (2006-2010), este sello social quedó de
manifiesto. Bajo el nombre de RED PROTEGE, su Gobierno articuló una serie de políticas sociales en un
sistema que buscaba explícitamente abrir oportunidades y reducir los riesgos, particularmente para los
sectores más pobres y vulnerables de la sociedad. Entre estas se puede mencionar la política de
construcción de salas cuna y jardines infantiles; el reforzamiento del plan de becas de educación escolar y
superior; el subsidio a la contratación de jóvenes; las garantías explícitas de salud que incorpora el plan de
nombre AUGE; el aumento del subsidios para la vivienda y el fortalecimiento del subsidio para
reparación y mejora del entorno; los Programa Chile Solidario que apuntan a el reforzamiento del Seguro
de Cesantía; la reforma al sistema previsional, entre otras. Para profundizar sobre estas políticas se puede
navegar por la página web: http://www.gobiernodechile.cl.

17
Estados Unidos se instala un flamante presidente demócrata de mayor sensibilidad
neokeynesiana, se podría esperar (si tiene éxito en su gestión) un giro bastante profundo
y de repercusión mundial considerando el peso especifico de éste país en el contexto
internacional. En Europa, en cambio, en varios países, la mayor intervención del Estado
para salir de la crisis esta siendo aplicada por partidos de derecha (véase el caso
francés), por lo cual sería sensato preguntarse ¿cuán profundo será éste giro?

Para el caso chileno, igualmente, el tema político es clave para la evolución de éste
proceso. Sobre todo el presente año 2009, en que el sistema de partidos se prepara para
una nueva contienda electoral a fin de definir la presidencia de la República para el
período 2010-2014. Cuando terminaba este artículo, tanto el candidato de la centro
izquierda -La Concertación-, y el candidato de la izquierda -Pacto Juntos Podemos-
declaraban que de triunfar gobernarían bajo claros criterios de “más Estado” para
regularizar la acción del mercado. Por el contrario, el candidato de la derecha -La
Alianza- se refería a la necesidad de “mejor Estado”, termino que los representantes de
sus partidos políticos se encargaban de aclarar, enfatizando que solo el mercado libre y,
por lo tanto, un Estado pequeño y no interventor, era garantía de una sociedad libre y de
superar la crisis económica.

De esta forma ¿cuánto Estado y cuánto Mercado?, es la clave respecto de como hoy día
se expresa el debate político fundamental de la sociedad. Debate de clara oscilación
pendular entre un polo izquierdo y otro derecho, según se presenten las evoluciones el
ciclo económico, por lo menos en las sociedades capitalistas y democráticas de nuestro
tiempo. Y todo indica que el actual ciclo político, asociado a la gran crisis económica
que se vive, estaría agrietando profundamente la hegemonía neoliberal ortodoxa, y
potenciando nuevamente a los “defensores” del Estado. Por cierto, en gran medida, los
resultados políticos de las elecciones decidirán si esta hipótesis es valida o no, por lo
menos, para el caso chileno.

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o http://aquevedo.wordpress.com/2008/09/19/joseph-stiglitz-y-la-crisis-financiera-actual-el-fin-
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o http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/business/ newsid_7680000/7680432.stm.
o http://www.efrei.cl/
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o http://www.arrate2010.cl/

19

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