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La Restauración 1875 - 1923

I.- Introducción

Se entiende por Restauración, la vuelta al trono de España de la dinastía borbónica


destronada tras la Gloriosa. Se restaura la dinastía, no la persona; por eso, antes de ini-
ciar los pasos para conseguir el asentimiento de las fuerzas militares y sociales que apo-
yaron el levantamiento en Sagunto del general Martínez Campos, Cánovas, consiguió
que Isabel II abdicara en su hijo, el Príncipe de Asturias, Alfonso. Él será el rey, Alfonso
XII, El pacificador, Isabel II permanecerá en París para no interferir, ni siquiera con su
presencia, en el reinado de su hijo.
Este periodo agrupa tres momentos de la historia de nuestro país:
 el reinado de Alfonso XII 1875 - 1885
 la Regencia de Mª Cristina de Habsburgo Lorena 1885 - 1902
 el reinado de Alfonso XIII hasta la proclamación de la Dictadura de
Primo de Rivera 1902 - 1923
En él, como veremos, terminan problemas como el carlismo, nacen otros como el
movimiento obrero o los regionalismos, se estabiliza la economía, se pierden las últimas
colonias en América y Asia, y se ocupa Marruecos tras una crudelísima guerra. Es por
ello, un periodo clave en nuestra historia; inclusive, desde el punto de vista cultural,
aparece el regeneracionismo de Joaquín Costa, la Institución Libre de Enseñanza de
Sanz del Río y Giner de los Ríos, la generación del 98 (dando origen a la llamada Edad
de Plata de la cultura española), se conceden los primeros Nóbel a españoles, se conso-
lida la prensa diaria en periódicos que hoy todavía existen (ABC, La Vanguardia, por
ejemplo), se construye la actual Universidad Complutense, la mujer comienza a incorpo-
rarse a casi todas las actividades: universidad, cultura, arte, política.
Su dificultad estriba en que el análisis de muchos de estos acontecimientos no se
circunscriben a uno de los tres momentos señalados, sino que abarcan dos o tres, incluso
algunos perduraran en años posteriores como la II República. Las fechas, por tanto, son
esenciales para poder comprender en profundidad el tránsito del XIX al XX.

II.- El sistema de la Restauración o canovista

Cánovas había ideado un modelo político con la intención de asegurar la perviven-


cia de la monarquía en España evitando todos los defectos del régimen de Isabel II y del
sexenio revolucionario.
Su sistema se resume en tres grande puntos:
 la teoría de la constitución histórica o constitución interna: según Cánovas, todos
los países civilizados a lo largo de su Historia, han mantenido una serie de institucio-
nes que habían garantizado la independencia y bienestar del país concreto. Cuando
alguno o todos de esas instituciones fallaba, la quiebra del Estado era irremediable y
los tumultos y conflictos sociopolíticos eran constantes. Afirmaba que en la historia
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de España existían tres instituciones que eran la clave en la que se apoyaba nuestro
devenir histórico y que eran, por tanto, connaturales a nuestra forma de ser, algo casi
como si fueran de origen genético. Estas instituciones son: la Monarquía, las Cor-
tes, depositarias junto con el Rey de la soberanía nacional, y la Religión católica.
Cánovas, en su análisis de España, explicaba que las grandes alteraciones en nuestro
país se habían producido cuando estas instituciones habían fallado por diversas cau-
sas: la I República, el desgobierno de Carlos IV, el absolutismo que al no convocar
Cortes había provocado, siquiera de forma indirecta, las guerras carlistas, y los males
que habían traído a España los liberales masones y protestantes procedentes de otros
países. La síntesis está un poco exagerada, pero es bastante acertada
 el equilibrio de las fuerzas del poder: Cánovas afirma que para conseguir la estabi-
lidad política y con ella el desarrollo social y económico, las fuerzas sobre las que
descansa el poder deben estar en equilibrio. Concibe una especie de balanza con dos
platillos en los que en uno se deposita el par (de fuerzas) ejecutante que son los par-
tidos políticos y en el otro platillo el par (de fuerzas) depositario de la soberanía. Si
hablamos de 2 pares de fuerza hablamos de 4 fuerzas: 2 partidos políticos - Liberal y
Conservador -, y el Rey y las Cortes. No se opone a que haya más partidos, pero
con dos es más fácil gobernar siempre que lleven a cabo una política pensando en
España y no en sus intereses partidistas. Es el turno de partidos, según el cual, cada
cierto tiempo, de forma casi automática, se relevaban en el poder los dos grandes par-
tidos presididos por sus líderes natos Antonio Cánovas del Castillo - Conservador
- y Práxedes Mateo Sagasta - Liberal -.
 La constitución escrita: fue la Constitución de 1876, deliberadamente ambigua
para concitar el apoyo de todos los políticos y de los diputados tanto monárquicos al-
fonsinos, como carlistas, como republicanos, de forma que los “grandes problemas”
se solucionaran en las leyes que desarrollaran la constitución.

Del turno de partidos y de la Constitución se hablará en su momento.

III.- El reinado de Alfonso XII, El Pacificador, 1875 - 1885

El proceso del advenimiento al trono de Alfonso se inicia a finales de 1874 en el


momento en que el Príncipe de Asturias cumplió 17 años, edad mínima, según la Cons-
titución del 69, en vigor, para ejercer la Corona. Con motivo de su cumpleaños, se hizo
público el llamado Manifiesto de Sandhurst, (la academia militar inglesa donde el
Príncipe cursaba estudios), en el que agradecía todas las felicitaciones recibidas y expli-
caba su postura en el caso de que fuera llamado a gobernar en España. Este manifiesto,
firmado por Alfonso, fue redactado por Cánovas del Castillo y en él se recogen las ideas
fundamentales en las que se basará el llamado sistema de la Restauración o sistema ca-
novista.
Cánovas no deseaba un pronunciamiento militar a favor del joven príncipe, pero los
acontecimientos se precipitaron y el golpe de Sagunto provocó el inmediato regreso del
ya Alfonso XII por la fuerza de las armas.
En enero del 75 comenzó su reinado este jovencísimo rey que solamente desobedeció
a sus ministros, especialmente a Cánovas, a la hora de elegir esposa; se enamoró de su
prima hermana Mª de las Mercedes Orleáns Borbón, la hija de Antonio, duque de Mont-
pensier y de la Infanta Luisa Fernanda Borbón y Borbón Nápoles. Fueron felices por
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breve tiempo (consúltese la filmografía, coplas y canciones de corro al uso) ya que la


reina falleció muy pronto y antes de dejar un heredero, pero esto en lugar de mal quistar-
le con los ciudadanos logró que las gentes del pueblo le quisieran mucho más porque,
como se decía en un cantar de la época “s´han casao por amor, como se casan los po-
bres”. En su segundo matrimonio sí estuvo presente la razón de Estado, casó con la Ar-
chiduquesa Mª Cristina de Habsburgo Lorena, de la que tuvo tres descendientes, dos
niñas: Mª de las Mercedes, y Mª Teresa, y un varón nacido póstumo Alfonso XIII (única
persona en el mundo, en aquel entonces, que nació siendo rey).

Política Interior

Los gobiernos de rey tuvieron que hacerse cargo de dos problemas heredados, y
otros dos nuevos, además de poner en marcha la máquina burocrática del turnismo y
aprobar la legislación correspondiente, comenzando por la Constitución.

1.- La Constitución de 1876:


La asamblea de “notables” elegidos para dar las características de la nueva constitu-
ción pretendieron que hubiera un equilibrio entre la de 1845 - moderada - y la de
1869 - democrática - para que se huyera de la tentación de modificar el texto consti-
tucional cada vez que se produjera una varianza política significativa.

Características :

 ambigüedad, otros hablan de la gran flexibilidad del texto. Sólo era taxativa en cuan-
to al principio monárquico y a la soberanía compartida
 régimen político: monarquía
 soberanía: compartida, el Rey y las Cortes
 división de poderes: si, pero entre ellos hay “colaboración y equilibrio”;
ejecutivo el Rey que nombra al presidente del gobierno y a los ministros;
legislativo: bicameral; parte de los senadores lo son por designación real y otros vita-
licios, el resto son elegidos mediante el voto
judicial: los tribunales
 declaración de derechos: amplia, sin exagerar. Se mantiene el derecho a la fundación
de centros escolares - Institución Libre de Enseñanza -; con respecto a la libertad re-
ligiosa, el Estado se manifiesta confesional, y se obliga a mantener al clero, pero se
permite la práctica privada de otras religiones.
 Sufragio: censitario; universal desde 1888

Esta constitución estará en vigor hasta 1923 cuando sea suspendida por la Dictadura,
y de nuevo entre 1929 a 1931 con la proclamación de la II República.

2 .- El turno pacífico

Es difícil comprender como triunfó en España la dinámica del turno pacífico inspi-
rado en el británico.
Para lograrlo Cánovas contó con la colaboración y apoyo de Sagasta que aceptó, tras
una serie de conversaciones con Cánovas, la fundación y el liderazgo del que sería el
Partido Liberal. Ambos, Liberal y Conservador, se turnarán en el poder de forma
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pacífica. Siempre se ha considerado que el Liberal era el partido de la oposición, de


centro izquierda, para aquellos tiempos, claro, y el Conservador el del Régimen. No
es que no existieran otros partidos, claro que sí, pero no entraban en la dinámica del
poder, podían servir de testimonio para el electorado, pero nada más.
Las crisis gubernamentales se produjeron por cansancio en el poder, no por catástro-
fes, votaciones tumultuosas, ni nada parecido; aproximadamente cada 3’5 años, se
cambiaba el partido en el poder, se convocaban las correspondientes elecciones que
daban paso a los recién llegados, y a seguir viviendo; es decir, primero se cambia el
partido en el gobierno, y después el gobierno entrante convoca las elecciones que le-
gitimarán su acceso al poder. Los problemas pueden surgir cuando desaparece alguno
de los tres personajes del Régimen: el rey, Cánovas, o Sagasta. Cuando esto ocurrió,
al morir Alfonso XII, ambos políticos se comprometieron con el llamado pacto de El
Pardo, lugar donde murrio el rey, a seguir turnándose en la poltrona presidencial, por
lo que la minoría de Alfonso XIII no tuvo turbulencias interiores de gran calado.
También puede suceder que los electores deseen votar a otro candidatos que no
sean los oficiales, pero para solucionar estas “tentaciones” se instituyeron una serie
de prácticas corruptas que manipulaban el resultado de las elecciones; podían ser tres:
a) el encasillado, por el que en el Ministerio de la Gobernación, y antes de la consul-
ta electoral, se dictaban a los Gobernadores Civiles las consignas para que ganara
mengano o zutano, de tal forma que los escaños se repartían entre los dos partidos, y
dejaban alguno colgando para que la cosa pareciera normal.
b) el caciquismo: ya existía, por supuesto. El cacique local, si era el que se presenta-
ba a las elecciones, las tenía ganadas, si no era él, iba presentando a “su” candidato
por todos los lugares del distrito electoral y “asegurándose” la elección por los méto-
dos que fueran convenientes: sobornos, amenazas, promesas, etc.
c) el pucherazo: es la manipulación de los votos durante o tras las elecciones. Se llama
así, de forma despectiva, porque las primeras urnas medievales eran de barro y eran
frágiles. Había gente que votaba dos veces, por estar censada en dos pueblos distintos
(no había DNI); la urna electoral se colocaba a salvo de las crecidas del arroyo en lo
alto de un pajar y desaparecía misteriosamente la escalera de acceso tras votar las
personas convenientes; un anciano o un tullido tropezaba “casualmente” y se rompía
la urna; en otra circunscripción, por una extraña razón de la que se desconocen las
causas votaban los muertos (no se había rectificado el censo), los menores de edad
pero bien “hermosos” ellos.
Los fallos de este sistema electoral, que en definitiva, es el que hace y deshace en la
España de fines del XIX, se debe a que al ser un sistema, el de la Restauración, arbi-
trado para evitar las graves luchas políticas que habían desestabilizado el Estado,
constituye un pacto entre caballeros de todos los representantes de la clase política
que se comprometen a seguir una serie de reglas de juego predeterminadas
Ahora bien, como ya sabemos, conviene que no existan otras fuerzas importantes
que no sean los liberales y los conservadores; como esto ocurrió, los partidos políti-
cos terminaron siendo una clientela turnante, carente de doctrina y, hasta en muchos
casos, de programas específicos. El turnismo era una rutina, no el reflejo de un esta-
do de opinión política.
Las crisis son consecuencia de la situación interna de uno u otro partido, y el turno
se opera como resultado de esa dinámica interna (trabajar, descansar), que no el refle-
jo de los deseos de los ciudadanos. Como ya sabemos, primero se opera el turno polí-
tico y luego se organizan las elecciones que son ganadas de manera invariable.
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Cuando desaparezca el gran hacedor del sistema, Cánovas, todo entrará en crisis;
casualmente coincidirá con el comienzo del siglo XX. Los líderes políticos del XX
no aceptaban esta dinámica, ni tenían el carisma de Cánovas o Sagasta.

3 .- Problemas heredados:

 La tercera guerra carlista: con el rey en el frente Norte, se consiguió infundir moral
a las tropas y la campaña militar finalizó en febrero de 1876.
 La guerra de Cuba: llamada guerra larga o guerra de los 10 años porque fue co-
menzada en 1868; debido a los avatares de aquellos años, no se hizo casi nada por
acabarla. El inicio de la guerra estaba causado por la reivindicación de la abolición de
la esclavitud y el deseo de independencia, aunque se hubieran conformado con me-
nos. La insurrección había comenzado con el grito de Yara, promovido por grupos de
la burguesía con líderes como Máximo Gómez o Calixto García. Los insurgentes
siempre estuvieron ayudados por los norteamericanos. El hecho es que cuando Al-
fonso XII llegó al trono, Cánovas decidió que era el momento de acabar con aquello
y se envió al general Arsenio Martínez Campos como capitán general de la isla.
Éste, uniendo las batallas al diálogo, consiguió pactar con los insurrectos y llegar a
un acuerdo: el llamado acuerdo, tratado o paz de Zanjón (1878) por el cual se ponía
fin a las hostilidades y Martínez Campos se comprometía formalmente a lograr que
Madrid concediera la autonomía a la isla, cuyos representantes formarían parte de las
Cortes y la abolición de la esclavitud. El problema fue que en Madrid, cuando se
comenzó a discutir el acuerdo de Zanjón, se acordó abolir la esclavitud, pero lo de la
autonomía sonó a “músicas celestiales” lo que provocó la reanudación de la guerra
años después, ya muerto Alfonso XII.

4 .- Problemas nuevos:

 El movimiento obrero
(véase tema correspondiente)
 Los regionalismos (hoy nacionalismos).

Estos movimientos regionales, en el siglo XIX, fueron eso: regionales, no otra cosa y
jamás conviene exagerar o manipular los hechos. Sus inicios se corresponden, efectiva-
mente, con el reinado de Alfonso XII, y por ello está aquí, pero su desarrollo y su con-
versión en “problema” (vasco, catalán) es propio del siglo XX. Por tanto, aunque aquí se
siga todo su desarrollo hasta los comienzos del siglo XX - reinado de Alfonso XIII -,
hay que tener muy en cuenta la fechas.
A mediados el siglo XIX la recuperación lingüística, cultural e histórica se consolidó
de forma clara en las Vascongadas y Cataluña; otras regiones, como Galicia, también
tuvieron su momento de galleguismo cultural - Rosalía de Castro - , pero no se llegó a
un regionalismo político hasta bien entrado el reinado de Alfonso XIII. Por tanto nos
centraremos en el País Vasco y Cataluña.

El problema regionalista es, quizá, el más específico del XX aunque comenzara en


el XIX; responde a una constante histórica de insolidaridad entre los pueblos españoles,
notada ya en tiempo de los romanos: “los hispanos, cuando no encuentran un enemigo
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exterior, se sienten enemigos unos de otros”, situación que alterna con épocas de gran
solidaridad y entusiasmo en común. El último precedente de esta situación fue el canto-
nalismo de 1873. Ahora bien, el regionalismo - nacionalismo de la Restauración es dis-
tinto por cuanto la insolidaridad reviste un carácter regionalista en lo geográfico y na-
cionalista en lo visceral; el rasgo más genuino de esta época es el separatismo, o si se
prefiere, el prurito diferenciador entre la autonomía que se pretende (nosotros) y España
(ellos). En la actualidad se puede observar este hecho mucho más radicalizado en algu-
nos casos en los que se emplea el terror para conseguirlo.
Stanley Payne pone de relieve una carácter peculiar de los primeros regionalismos
españoles: nacen antes en las zonas más desarrolladas. Lo normal es lo contrario. Aquí
predominan los separatismos de las zonas más ricas. La clave radica, según Payne, en la
propia modernización que, con sus contactos con el exterior (Europa) y su tendencia a
formas de vida éstandar (hoy decimos occidentales) pone en peligro su idiosincrasia.
Entonces surge un movimiento de afirmación de la propia identidad que no va contra la
industrialización, sino contra lo que se cree el instrumento de la estandarización: el go-
bierno central o el poder central como se quiera llamar. Son movimientos tradicionalis-
tas(de derechas) sólo avanzado ya el XX, exclusivamente en algunos casos, serán capta-
dos, del todo o en parte, por movimientos de izquierda.

El nacionalismo catalán

Suele admitirse que el catalanismo surge de 4 corrientes distintas, que con el tiempo
llegarán a constituir una sola:
 el proteccionismo es una tendencia muy antigua que Cataluña encabezó, por
lo menos desde 1832, en defensa de su industria contra la competencia extra-
njera. A mediados del XIX surgió un fuerte movimiento proteccionista, apo-
yado en el capitalismo catalán. Deducción: parte de la burguesía es catalanis-
ta.
 el federalismo comienza a ser válido cuando se pasa de Pi y Margall, utópi-
co, a Valentín Almirall que fundó en 1879 el Diari català, en 1880 reunió el
primer congreso catalanista y en 1885 consiguió entregar a Alfonso XII un
“memorial de agravios”(se llamaba así en la Edad Media el informe que pre-
sentaban al rey de Aragón, reunidas en Cortes las tres coronas, los represen-
tantes del estado llano) De Almirall nació el lema Cataluña y adelante, hoy,
mañana y siempre.
 el elemento tradicional viene de una parte del carlismo y su valoración de los
fueros, y de otra del renacimiento del pensamiento católico. Se llega a afirma
por parte de algún representante de esta corriente que “Cataluña e Iglesia son
dos cosas imposibles de separar” y que “la Iglesia es regionalista porque es
eterna”.
 el renacimiento cultural va unido al movimiento de la Renaixença, un fuerte
movimiento de carácter romántico con escritores capaces de revalorizar la
lengua catalana. En 1859 se reanudó la tradición de los jocs florals (juegos
florales). En la 2ª mitad del siglo Jacinto Verdaguer - La Atlántida - y
Guimerá alcanzan la máxima cota del catalán escrito. Más tarde, a fines del
XIX otro grupo de literatos modernistas, entre los cuales Joan Maragall -
Oda a la Patria - y Rusiñol ingresarán en el catalanismo activo.
Entre los jalones iniciales tenemos la fundación , en 1877 de la Lliga de Cataluña,
un grupo romántico y tradicional. En 1891 la Unió Catalanista. En 1892, miembros de
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estos grupos redactaron las Bases de Manresa, en las que se aprecia un catalanismo
basado en lo tradicional, lo corporativo, y lo familiar.
Prat de la Riba, será el que, en el quicio de los dos siglos (XIX-XX), refundiría
todos los catalanismos en uno. El origen de su planteamiento estriba en la diferencia que
establece entre Estado y Nación, diferencia que existe en la realidad y que hasta la ac-
tual Constitución de 1978 no había sido recogida por ninguna legislación. Soñaba con
una gran Confederación Ibérica que englobaría, también, a Portugal y la Provenza. Su
papel histórico se limitó a sentar las bases definitivas del catalanismo: a inspiración suya
nació en 1901, el 12 de abril, la Lliga Regionalista, que comenzó a funcionar como
partido político. El artículo 1 de sus estatutos es muy claro: “trabajar por todos los me-
dios posibles para conseguir la autonomía del pueblo catalán dentro del Estado espa-
ñol”. No son separatistas, quieren la autonomía. En las elecciones legislativas de aquel
año resultaron elegidos los 4 primeros diputados catalanistas.
Seguidor de Prat de la Riba, ya en pleno siglo XX, será Francisco Cambó miembro
fundador de Solidaridad Catalana, que llegó a ser ministro durante el reinado de Al-
fonso XIII, no sólo por talento y preparación, sino, sobre todo, por su catalanismo mili-
tante. Murió poco después de terminada la Guerra Civil en el exilio.
En cuanto a su adscripción política, la Lliga es el partido de la burguesía catalana,
un partido de derecha. (Su continuación actual es CIU)

El nacionalismo vasco

A diferencia el catalanismo que se fue nutriendo de corrientes de origen muy diver-


so, el vasquismo, tal como lo conocemos en el siglo XX, parte de las concepciones de
una sola persona Sabino Arana Goiri. En su origen fue carlista, pero fue evolucionado
en su pensamiento hasta llegar al nacionalismo. Pertenecía a una acomodada familia de
navieros, todos ellos carlistas, y hasta hace pocos años se ha conservado su casa natal en
pleno centro de Bilbao; cuando en ella vivían los Arana era un caserío de familia bien
situado en un pueblo de las cercanías de Bilbao .
Los vascos, ligados por la historia a Castilla desde que el mundo es mundo, fueron
siempre celosos de sus fueros, privilegios y tradiciones. Mientras les fueron respetados
no hubo problemas. Ellos eran castellanos de Bilbao, Ondárroa, Guetaria, o Fuenterrab-
ía, de Álava o Mendigorría, después eran vizcaínos, guipuzcoanos o alaveses. Con la
uniformización borbónica comenzaron los problemas: perdieron sus fueros, se les obligó
a servir en el ejército (mili) cuando ellos, por privilegio plurisecular estaban exentos de
servir al rey de Castilla, porque eran nobles y aportaban sus mesnadas, y se les privó de
sus exenciones fiscales (los conciertos económicos). A esto se debe unir que al produ-
cirse la industrialización del norte de España, acudieron numerosos obreros, junto con
sus familias, de otros lugares de España en busca de trabajo, con lo que sus tradiciones
se comenzaron a perder.
Arana culpaba a la modernización, concepto en el que englobaba el proceso de indus-
trialización, la llegada de población foránea, y la pérdida de los fueros, de todos los ma-
les de Euskal Herria: los euskaldunes, y lo eskaldún, estaban amenazados de muerte si
las cosas seguían así.
Con estos elementos, y sin que sirva de crítica, el pensamiento de Arana elaboró la
doctrina nacionalista; el punto de partida, temporalmente hablando, se produjo el do-
mingo de Resurrección de 1882, día en el que paseando por la huerta de su casa y char-
lando con su hermano Luis, tuvo o sintió - son sus palabras - una especie de revelación:
los vascos no son españoles. La fecha del curioso suceso es la que hoy se conmemora
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con el nombre de Día de la Patria Vasca, el Aberri Eguna, que claro, cada año varía
dependiendo de cuando sea el domingo de Resurrección.
Bien pues si los vascos no son españoles, ¿qué son?, pues vascos; por tanto, deben
vivir, hablar, bailar, trabajar, comer, cantar, etc, como los vascos de antaño. Deben huir
de todo lo que sea “español” porque corrompe lo vasco y pervierte todo. Ejemplo: las
danzas tradicionales vascas son danzas guerreras, por eso bailan hombres, por ejemplo
el aurresku, bueno pues los “extranjeros”- maketos - han introducido el baile agarrao
(chico y chica) y eso pervierte la moral de las señoritas vascas que son muy, pero que
muy, decentes. Este ejemplo, es eso, un ejemplo, hay muchos más, pero por un señor -
don Sabino Arana - no se puede ni se debe juzgar a todos los vascos.
En un viaje a Cataluña entró en contacto con la obra literaria de Almirall, lo que
terminó de decidirle a dedicar todos sus esfuerzos a la defensa de su patria vasca, del
País Vasco, de Euskal Herría (jamás de Euzkadi, esto es un invento de los políticos ac-
tuales). Elaboró la primera gramática del euskara (no es euskera, esto es la versión ac-
tual en la que aparecen palabras como “telefonea”, es decir, “teléfono”), una monumen-
tal enciclopedia del vasquismo y fundó lo que podríamos llamar unas sociedades de
amigos en las que se dedicaban a fomentar el mantenimiento de todas las tradiciones
vascas; (anécdota: en Bilbao les echaron del piso que tenían alquilado porque al bailar,
con los brincos que pegan los dantzaris, se movían las lámparas del piso inferior).
En 1893, un grupo de amigos, visto el gran cariño que demostraba a su tierra, deci-
dieron hacerle un homenaje en Begoña, y cuando Sabino, a los postres, les propuso fun-
dar un movimiento independentista, los demás se quedaron asombrados y no le apoya-
ron.
El mismo año, fundó una revista, Bizkaitarra (Vizcaíno), al año siguiente con unos
cuantos seguidores, se estableció la Euskeldun Batzokija, o Junta Vasca. Meses más
tarde quemaron en Guernica la primera bandera española. En 1895 fundó el Bizkai Buru
Batzar, del que derivó, en fecha incierta el Partido Nacionalista Vasco.
Ideología: independentistas, republicanos, tradicionalistas y católicos. Lema: Jaun-
goikoa ta Lagi Zarra (Dios y Fueros). El vasquismo, al igual que el catalanismo, nacía
como lo que hoy entenderíamos como un movimiento de extrema derecha, aunque su
sentido exacto sea muy difícil de definir y exija muchísima prudencia.
No tuvo gran importancia desde el punto de vista político; alcanzaron algunas alcald-
ías, pero no llegaron al Congreso de los Diputados, aunque sí en las Diputaciones vas-
cas. A comienzos del XX, en vista de que no conseguía representación numerosa en las
Diputaciones y menos en Madrid, Arana abandonó el separatismo y se pasó a la fórmula
autonómica catalana. Sabino Arana murió en 1903, y el movimiento quedó en manos de
su hermano Luis; en aquel momento nadie podía imaginar lo que iba a ocurrir en el futu-
ro.
La anécdota política de aquellos primeros años fue el telegrama que, en 1898, don
Sabino envió al presidente de los EE.UU., Mc Kinley, felicitándole por el triunfo en la
guerra de Cuba y Filipinas sobre España; la que se organizó en Bilbao os la podéis ima-
ginar, la multitud, entre los que debía haber más de un huérfano y/o viuda de los mari-
nos muertos en la guerra, tomó al asalto su casa y estuvieron a punto de lincharle; afor-
tunadamente todo quedó en el susto.

III .- La Regencia de Mª Cristina 1885 - 1902


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A la muerte de Alfonso XII, su esposa se encontraba esperando el tercer hijo del


matrimonio, por lo que habría que esperar a su nacimiento, para saber quién iba a ser el
nuevo monarca español: la Princesa de Asturias Mª de las Mercedes, o un varón que
todavía no había llegado al mundo. En cualquier caso, era necesaria una Regencia debi-
do a la minoría de edad de ambas criaturas.
El problema político que se planteaba era, sencillamente, si los dos políticos del rei-
nado de Alfonso XII, Cánovas y Sagasta, iban a seguir como hasta entonces - unos añi-
tos tú, otros yo -, o las circunstancias iban a impedir el normal juego del turnismo. La
solución se encontró rápidamente mediante el llamado pacto del Pardo, que fue un
acuerdo oral entre ambos políticos nada más morir el Rey. Por ser un pacto entre caba-
lleros no existe ningún tipo de documento escrito, fotográfico o de cualquier otro tipo
que certifique documentalmente este hecho (hay numerosos historiadores que niegan su
existencia), pero lo cierto es que liberales y conservadores siguieron con el turno y la
política española no se desequilibró casi nada.

Pactado este acuerdo, Cánovas, primer ministro cuando murió Alfonso XII, presentó
su dimisión a la reina viuda, y propuso a Sagasta como recambio. Esto fue aceptado y
Sagasta comenzó su gobierno sin mayores dificultades tras realizar las pertinentes elec-
ciones. Con ello el Partido Liberal llegó al poder.

Política Interior

Entre 1886 y 1890 fueron los liberales quienes llevaron las riendas el gobierno. Fue
el momento de las grandes medidas legislativas promulgadas por el llamado “Parlamen-
to largo” ya que agotó casi totalmente la legislatura.
El programa quedó enunciado por Sagasta en mayo de 1886, y era la lógica conti-
nuación de los propósitos del gobierno de 1881:
 elaboración de la Ley de asociaciones (1887)
 elaboración de la ley del jurado (1888)
 Leyes de Procedimiento Administrativo (1888 - 1889)
 elaboración de una nueva ley electoral que reconociera el sufragio universal (1890)
 reformas de la Hacienda y en la Administración colonial (el problema de Cuba), que
no se llevaron a efecto.
 Promulgación del Código Civil (1889) hasta hace pocos años totalmente en vigor

A medida que transcurrió el tiempo, las dificultades de Sagasta fueron cada vez ma-
yores: crisis económica, comienzo de la descomposición de partido Liberal, presiones de
los republicanos, etc. Estos hechos, unidos a las criticas de Cristino Martos, presidente
del Congreso de los Diputados elegido por el partido de Sagasta, provocaron que en el
verano de l890 el general Martínez Campos recomendara a la regente un cambio de go-
bierno. Así se hizo y, tras las primeras elecciones mediante sufragio universal, Cáno-
vas volvió al poder.

Política Exterior
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El ministro de Estado (hoy Asuntos Exteriores) fue Segismundo Moret; partidario


de un política exterior más activa que la anterior, creó nuevas embajadas en Londres,
Berlín, Roma y Viena.
La gestión más importante de este ministro fue suscribir con Italia un pacto, en mayo
de 1887, que permitía el acceso a la Triple Alianza, integrada por Alemania, Austria e
Italia y que tenía como fin protegerse de Francia. Nuestro problema era, como casi
siempre, que en el vecino país allende los Pirineos, se reunían los conspiradores republi-
canos y de otros pelajes políticos (carlistas, por ejemplo), además en Marruecos, cada
vez teníamos más roces con los franceses por lo que decidimos acercarnos a Italia para
mantener el statu quo en el Mediterráneo y evitar, en lo posible, que los franceses se
expandieran por la orilla sur de este mar más de lo debido. Tanto Alemania como Aus-
tria no suscribieron el acuerdo entre Italia y España, aunque conocían su contenido y
estaban de acuerdo, igual que los ingleses, pero para el resto de las naciones fue un
acuerdo secreto.
Ahora bien, ni en las Antillas ni en Filipinas se hizo nada para arreglar definitiva-
mente el contencioso que tenían con la metrópoli; la dejadez de los políticos liberales de
esta época no se entiende a no ser que pensaran que lo mejor era que fueran indepen-
dientes y no se atrevieran a llevar a efecto esta medida. Sí que mejoraron las relaciones
comerciales con Cuba y se terminaron los últimos vestigios de la esclavitud (el patrona-
to sobre la antigua población esclava), pero nada más.

El gobierno de Cánovas. 1890 - 1892

El regreso de los conservadores fue un paréntesis ante la desintegración interna de


los liberales.
Al ser las primeras elecciones con sufragio universal, podría ser interesante observar
lo que este fenómeno produjo en la composición del Congreso de los Diputados compa-
rando su composición en 1891 y 1886:

Nº de Diputados

Partidos 1886 1891


Liberal 278 74
Conservador 56 253
Republicanos 22 31
Carlista 2 7
Otros 34 34

¿Hay alguna deferencia notable con sufragio universal o censitario? El turno funcionó a
la perfección y así siguió funcionando. Ahora bien, estos resultados lo fueron a escala
nacional, para el Congreso, pero en las municipales sí se apreciaron diferencias muy
importantes: Madrid, y Valencia, entre otras ciudades, fueron gobernadas por alcaldes
republicanos.

Pero al igual que el Liberal, el Conservador sufrió una crisis interna por el enfrenta-
miento entre los “segundones” (hoy se les llama barones) del partido Francisco Silvela,
representante de la política de moralidad pública ya que era consciente de las crecientes
11

críticas al sistema del turnismo, y Romero Robledo que representaba la postura más
dura con las colonias (a sangre y fuego contra ellos) y la total y absoluta intervención del
gobierno en los diferentes procesos electorales (le llamaban el gran elector).
Ante la situación de quiebra del partido, como si ya presintieran que a Cánovas le
quedaba poco tiempo de vida y comenzaran a afilar los dientes por lograr el cargo de
sucesor, los conservadores abandonaron el gobierno que, la reina madre y regente, Mª
Cristina, entregó a los liberales a fines de 1892

El nuevo gobierno liberal y la crisis de las colonias 1892 - 1897

Sagasta, en el nuevo gobierno, logró integrar a la mayor parte de los “segundones”


del partido. Diversos acontecimientos, como los incidentes en Melilla, los atentados
terroristas (ver anarquismo) tuvieron cono consecuencia que pareciera que el gobierno
era un títere en manos de los ciudadanos. Lo más significativo de estos años es el pro-
blema colonial y los intentos de solución reformista propuestos por Antonio Maura.
Durante el gobierno de los conservadores, Romero Robledo había introducido algu-
nos cambios que facilitaron las relaciones económicas de Cuba con los EE.UU., pero
que también habían dividido la isla en una serie de provincias o departamentos con la
intención de centralizar, aun más la política española en la colonia. Maura, liberal, am-
plió el censo electoral y creó un gobierno insular dotado de amplias competencias que
logró conquistar a los partidarios de la autonomía de la colonia. Su intento no tuvo el
éxito esperado ya que muchos miembros de su partidos, empezando por Sagasta, critica-
ron estas medidas, por lo que el político presentó la dimisión y comenzó a mantener una
actitud muy crítica en relación con el sistema político de la Restauración; pasados pocos
años, su actitud y sus críticas serán llamadas regeneracionismo y él, junto con otros
pensadores, además de cambiar de partido, serán estudiados en su momento (comienzos
del siglo XX).
Ante la dimisión de Maura, y el consiguiente fracaso de sus intentos, se vio claro
que las posibilidades de conservar la colonia eran cada vez más difíciles, por no decir
imposibles. A comienzos de 1894 José Martí fundó el Partido revolucionario cuba-
no, que luchó por conseguir la independencia. Dos años antes, 1892, en Filipinas, había
aparecido la Liga Filipina liderada por Rizal; era una asociación secreta, independentis-
ta, democrática y anticlerical. Ambos grupos, cada uno en su espacio geográfico, fueron
los grandes protagonistas al final del siglo en su lucha contra España para lograr la inde-
pendencia, de forma que, desde 1895, toda la política española estuvo subordinada a la
crisis colonial.

La guerra chiquita - 1895 - 1898.

Se llama así, teniendo en cuanta su duración frente a la “guerra larga”, la última que
se mantuvo en las colonias y que llevó a la catástrofe del 98.
El nuevo levantamiento en Cuba, iniciado en febrero del 95 con el grito de Baire,
estaba dirigido por Martí, Máximo Gómez , Calixto García y Antonio Maceo que, a su
condición de revolucionario, unía la de ser mulato. El gobierno de Sagasta presentó la
dimisión y fue sustituido por Cánovas, en lo que sería su último gobierno.
Los combates se iniciaron con la muerte en una emboscada de Martí, y Cuba se le-
vantó como un solo hombre contra España clamando venganza; ante ello, el gobierno
12

volvió a enviar a Martínez Campos a Cuba para que calmara la rebelión, pero aquello ya
no era como en 1878 y el general pronto se dio cuenta de la situación: fracasados los
intentos de diálogo, se pidieron refuerzos militares a la metrópoli que iniciaron una gue-
rra tradicional fracasando estrepitosamente ya que los cubanos les hacían frente en la
manigua (tipo de vegetación característica de Cuba) con una guerra de guerrillas. Ante
la situación y viendo que los insurgentes no sólo estaban en el campo de batalla sino
inmersos en el seno de la sociedad civil, para evitar una matanza inútil pidió su relevo
siendo sustituido por el general Valeriano Weyler.
Éste, tras su llegada en 1896, inició una represión durísima contando con unos
200.000 efectivos el ejército español (esta cifra no hizo sino aumentar, de ahí que fuera
una guerra impopular y más cuando irremediablemente se perdían las colonias; os re-
cuerdo el dicho popular: “más se perdió en Cuba, y volvieron cantando”). La táctica de
Weyler para aislar a los insurrectos consistió en concentrar a la población rural en zonas
determinadas a salvo de los insurrectos, y acotar la zona dominada por la guerrilla con
una serie de barreras, llamadas trochas, con el fin de ir aniquilando poco a poco a las
partidas de guerrilleros. El sistema fue un éxito si no se cuenta a los muertos, heridos, y
daños a las cosas. Evidentemente, los ánimos de los cubanos se enardecieron con tal
sistema y reanudaban la lucha con esfuerzo mayor, mientras que el ejército regular, aun-
que seguían aumentando sus efectivos, cada vez sufría más bajas por el paludismo y
otras enfermedades tropicales (anécdota, Santiago Ramón y Cajal, que estuvo en Cuba
como médico militar, llegó a la conclusión de que la picadura de los mosquitos y el vivir
entre aguas estancadas eran la causa del paludismo).
En mayo de 1897 los EE.UU. se declararon beligerantes, de forma que ya pudieron
ayudar a los cubanos en su lucha de forma lícita, ahora bien, es ayuda material, de parti-
culares que con los medios a su alcance: prensa, envíos de medicinas, comida, etc, hicie-
ron lo que pudieron por la causa independentista.
Cánovas intentó introducir reformas que calmaran los ánimos, pero llegaron las va-
caciones de verano, y con ellas el descanso estival que para Cánovas fue el descanso
eterno ya que fue asesinado en el balneario de Santa Águeda por un anarquista italiano,
Angiolillo, de forma que aquellas reformas que tenía en la cabeza se fueron con él a la
tumba y no se sabrá nunca qué habría pasado si la bala no hubiera acertado en su cabeza.
En fin, muerto Cánovas, Sagasta volvió al poder y después de observar que más de la
mitad de la isla estaba pacificada gracias al sistema de las trochas, los liberales conside-
raron que era el momento de cambiar de táctica y comenzar el diálogo. Weyler fue susti-
tuido por el general Blanco que recibió instrucciones muy concretas de defenderse del
enemigo si atacaba, pero nada más. En noviembre se concedió una amnistía y un régi-
men de autonomía política impulsados por Segismundo Moret; aquellos planes llegaron
tarde, los mambises querían la independencia y los EE.UU. deseaban como fuera, que
los españoles abandonaran el Caribe, por las buenas o por las malas.
Mientras esto ocurría en Cuba, en Filipinas las cosas también estaban fatal; Rizal
había sido detenido y condenado a muerte y la insurrección forzó a que en 1897 se sus-
cribiera el Pacto de Biacnabató.

Lo peor no era la guerra sino que en EE.UU. había sido elegido presidente en 1897
el representante de los republicanos Mac Kinley que apoyaban la intervención directa,
es decir con tropas, en la guerra de Cuba y Filipinas, por supuesto, para que lograran su
independencia. Esto significó un nuevo cambio en el rumbo de la guerra ya que, en
cualquier momento, se podía producir un incidente entre España y EE.UU. que obligara
a una guerra entre ambos países.
13

La guerra hispano - norteamericana - 1898 -

Como tal, es difícil que la encontréis, pues es una fase, la última y definitiva, del 98.
El hecho es que a comienzos del 98, y para evitar cualquier reticencia entre ambos
gobiernos que mantenían “afectuosas relaciones” —aunque los periódicos propiedad de
mister Hearst animaran a los yankis a terminar con el oprobio de la opresión española en
“su” continente— los EE.UU. enviaron el acorazado Maine que llegó al puerto de la
Habana a finales de enero del 98 (para corresponder un buque de la Armada española
había realizado una viaje de buena voluntad a los EE.UU. siendo recibido con toda cor-
tesía y los festejos de rigor): hubo fiestas, bailes y demás, hasta que la noche del 15 de
febrero el Maine voló por los aires. Aquello fue el detonante; los EE.UU. se negaron a
que los españoles participaran en la investigación que, al poco tiempo, determinó que
“alguien” había puesto una mina submarina en el casco del buque. Evidentemente ese
“alguien” era España, por lo que sin más preámbulos EE.UU. declara la guerra a España
a lo largo y ancho de todo el mundo (se temió y previno un ataque en la península). De
todas formas el gobierno estadounidense planteó la posibilidad de olvidar lo ocurrido si
España le vendía Cuba por 300.000.000 dólares.
Que a los españoles se les planteara esto fue peor que si a todo el país le hubieran
arrancado las muelas sin anestesia y de golpe: los actos patrióticos se multiplicaban, los
políticos lanzaban discursos inflamados, la prensa, para qué decir, incluso se compusie-
ron zarzuelas (Cádiz, La patria chica, etc) exhortando a vengar tamaña ofensa, Y se
vengó, claro que sí. Costó muy poco: en la batalla de Cavite (Filipinas) el almirante
Montojo perdió toda su flota frente a los yankis dirigidos por el comodoro Dewey que
no tuvieron ni un herido; eso sí repatriaron a los españoles hechos prisioneros en Filipi-
nas una vez acabada la guerra.
Quedaba Cuba, Puerto Rico, y Guam, de los que nunca se habla. La isla tenía muy
buenas fortificaciones por lo que se podía hacer frente a un ataque en condiciones de
defensa, por ello (es un suponer) el gobierno ordenó al almirante Pascual Cervera To-
pete que desde Cartagena se hiciera cargo de la flota para luchar contra los barcos de
EE.UU. Cervera, convencido de la inutilidad del esfuerzo, expuso en diversas cartas que
se conservan, su oposición a las órdenes del gobierno, pero como militar no tuvo más
remedio que partir para Cuba y, tras cruzar el Atlántico sin mayores dificultades, en lu-
gar de anclar en el puerto de La Habana, eligió la bahía de Santiago de Cuba para pre-
parar sus barcos para la batalla y atacar al enemigo en cuanto asomara la cabeza. Y la
asomaron, claro; el problema fue que el canal para salir del puerto de Santiago es largo,
estrecho, y los barcos tiene que ir en fila india por lo que a lo más que se podía aspirar,
era a tocar algún barco enemigo, tratar de defender lo que no tenía defensa, y hundirse
con toda la gloria y la honra intacta. Eso pasó; Cervera ordenó que todos los marinos
vistieran el uniforme de gala con todas su condecoraciones y preparó la salida de forma
que iniciaran la marcha los barcos más rápidos para distraer al enemigo abriéndose en
abanico, y después los más pesados para que pudieran salir a alta mar y plantar batalla a
los acorazados norteamericanos.
Se perdió la flota; muchos murieron; Cervera, medio ahogado, fue salvado por un
hijo suyo que, como pudo, le llevó hasta la orilla donde todos los españoles supervivien-
tes fueron hechos prisioneros y trasladados a los barcos enemigos. Todos fueron desar-
mados, eran presos, pero cuando llegaron a Nueva York los marinos americanos devol-
vieron al almirante su espadín, que se negó a recoger, aunque después se le envió.
14

Todo esto que os parecerá una bobada está lleno de simbolismo para un militar: su
arma, la que sea, solamente se entrega al enemigo cuando se rinde, nunca cuando es
derrotado, por eso Cervera no la quería recoger; los americanos, con ese gesto lo que
quisieron decir en lenguaje simbólico era que aquel almirante, y todos los hombres a su
cargo, habían luchado por su país como unos héroes, que no se habían rendido, que so-
lamente habían sido derrotados por los políticos, que les habían mandado a una muerte
segura, y no por los militares en el campo de batalla.
A su regreso a España, el almirante don Pascual Cervera Topete, por haber perdido
la flota, fue sometido a consejo de guerra sumarísimo; se salvó, siendo declarado ino-
cente, porque pudo presentar como pruebas todas las cartas que había enviado al gobier-
no exponiendo lo descabellado del plan. Las actas del juicio se conservan, igual que el
resto de los papeles relacionados con este desastre.
Y por fin, tras largas negociaciones, en diciembre del 98 se firmó el Tratado de
París o Paz de París por la que España entregaba todos sus territorios: Cuba sería inde-
pendiente, pero tutelada por EE.UU.; Puerto Rico, Filipinas y Guam, para los america-
nos.
Pero la historia no acabó ahí, la guerrilla siguió actuando en Filipinas hasta que ex-
pulsaron a los yankis (en este periodo es cuando se produce la odisea del fuerte de Ba-
ler), Cuba, nominalmente independiente, siguió dependiendo de su vecino del norte;
Puerto Rico sabéis como está y Guam es una base de la flota americana en el Pacífico.

FIN DEL IMPERIO COLONIAL ESPAÑOL

Consecuencias del “desastre”. La crisis de fin de siglo

El Tratado de París fue el fin del imperio; al año siguiente, España vendió los ar-
chipiélago de las Carolinas, las Marianas y Palaos (todos en el Pacífico sur) a Alemania.
España quedó reducida a potencia de segunda y solamente se permitió, por parte de
las potencias europeas, que se dedicara a colonizar Marruecos para que los ingleses no
controlaran las dos orillas del estrecho de Gibraltar.
Para la sociedad española, lo sucedido fue un desastre, de ahí viene la denominación
de “desastre del 98”. Unos echaron las culpas a otros y no se consiguió arreglar nada.
Para los políticos lo fundamental fue seguir como siempre, controlando el poder y el
turnismo sistema que, como se ha visto, hacía aguas por todas partes.
Hubo sectores opuestos a la guerra: industriales catalanes, y republicanos; pero cuan-
do llegó el momento cumbre - el Maine - todos se declararon fervientes belicistas
Los sectores populares, más afectados por el servicio militar, no protestaron en exce-
so; curiosamente en esta guerra casi no hubo ni prófugos ni desertores, y además de los
generales de siempre, la historia ha mantenido viva los nombres del “héroe de Casco-
rro” (Eloy Gonzalo, un hijo bastardo) y de los defensores del fuerte de Baler en Filipi-
nas, entre otros menos conocidos.
La oposición más cerrada a la guerra partió del PSOE y de los anarquistas, como es
natural, aunque sus protestas no tuvieron eco, igual que las de los nacionalistas periféri-
cos (véase nacionalismo vasco)

El mayor impacto lo sufrió el propio sistema político. Los gobiernos se sucedieron


de forma acelerada, y comenzaron a surgir voces, no sólo la de Maura, que preconizaban
15

una política distinta más honrada, como los regeneracionistas, los nacionalistas catala-
nes, o Eduardo Dato, seguidor de Silvela, que preconizaba una política estatal que in-
terviniera promulgando leyes de contenido social.
De todas formas, el ultimo gobierno de Sagasta, constituido en 1901, también el
último de la Regencia, fue el final del turnismo real, aunque se mantuvieron las aparien-
cias.

IV .- El reinado de Alfonso XIII - 1902 - 1931

Aunque de iure y de facto, Alfonso XIII ostentó la corona española hasta abril del
31, acabaremos el estudio de la Restauración en el año 1923, momento en que se produ-
ce el golpe del general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja que dio paso a la Dictadu-
ra presidida por él.
Antes de abordar los problemas de la política de este reinado, es conveniente dedicar
un tiempo a la explicación del regeneracionismo, movimiento que tiene una gran im-
portancia en los primeros años del siglo XX

El regeneracionismo

Antes ha sido calificado de movimiento porque movilizó a un número de españoles,


políticos, literatos, ideólogos, que preconizaron un cambio de actitud de las élites diri-
gentes en todos los órdenes de la vida nacional. Aquellos hombres eran conscientes ple-
namente de la crisis por la que pasaba España, pero veían nuevos caminos para salvar al
país y sacarle de la situación de hastío y hartazgo en el que se encontraba. No eran unos
utópicos, ni tampoco unos optimistas irresponsables: sabían lo que decían, por qué lo
decían y daban las soluciones para acabar con los desmanes de la corrupción política el
clientelismo de los unos con los otros y poner a trabajar juntos en armonía a todos los
españoles - de todas las ideologías - para sacar adelante España. Eran patriotas, está cla-
ro, pero ni tenían orejeras para no ver los problemas reales, ni eran unos ilusos que con-
fiaran en la bondad natural de los hombres.
El intento de “regenerar” España se caracteriza, en el plano político, por la denuncia
sistemática y sin ambages del sistema de la Restauración y proponen tres tácticas o al-
ternativas para terminar con la situación existente:
 renovación del sistema desde el sistema mismo
 infiltración en él para cambiarlo radicalmente
 su expugnación, para sustituirlo por otro distinto.
El primer tipo, corresponde a lo que se puede llamar “el regeneracionismo en el poder”:
es decir, que los políticos turnistas acepten cambiar el sistema desde dentro; que sean
capaces de promulgar las leyes o tomar las medidas necesarias para acabar con la co-
rrupción. Este modelo iría desde la llegada al gobierno, en 1899, de Silvela hasta la caí-
da de Maura en 1909 o como mucho hasta el asesinato de Canalejas en 1912.
El segundo comienza con la aparición del partido reformista en 1912 y la del movimien-
to maurista en 1913, que no consiguieron, al menos directamente, su objetivo. El primer
intento serio por derribar el régimen como tal, no ocurre hasta la crisis de 1917; pero en
realidad la coraza, más bien el blindaje, no se quiebra del todo hasta la Dictadura de
Primo de Rivera en 1923.
16

El tercero, el triunfante y definitivo, no llega hasta 1931 con la proclamación de la II


República.
Las razones de esta desmoralización posterior al 98 que, en definitiva, no es más que
una actitud de análisis y censura de todos los problemas del país, hay que buscarla en
una crisis de la conciencia española tan grave como la que se produjo a fines del XVII
con la pérdida de la hegemonía mundial. Se plantea revisarlo “todo”, y se quiere “trans-
formarlo - para mejorarlo - “todo”. Se denuncian los problemas y se proponen solucio-
nes algunas, las más, irrealizables a corto plazo, pero la esperanza en un futuro mejor
(observad la semejanza de esta propuesta con las ideas de Falange Española) justifica,
incluso, lo injustificable como las continuas apelaciones a la necesidad de “un cirujano
de hierro” hecha por muchos prohombres del momento.

El máximo representante ideológico del regeneracionismo fue Joaquín Costa, un


aragonés que, de abogado, pasó a ser una especie de profeta de una España renovada.
Su pensamiento se puede resumir en unas cuantas frases, ya tópicas por repetidas,
pero no por ello menos ciertas: “lo que España necesita es pan, escuela y echar siete
llaves al sepulcro del Cid”; “el hambre no es monárquica ni republicana”; “gobernar
es regar” son de las más conocidas; hay más pero con estas nos basta.
Costa pensaba que el problema radical de España no estaba en quién tenía que go-
bernar, ni en el sistema político, ni en cosas por el estilo. El consideraba que el proble-
ma real de España era el hambre y la incultura; mientras eso no se solucionara el país
seguiría al garete, la corrupción aumentaría, los políticos seguirían siendo “turnantes”
matemáticos, y las elecciones amañadas la forma de democracia a la española. Si os dais
cuenta, Costa considera que los españoles tenían hambre material, hambre intelectual, o
espiritual, si se prefiere, y hambre de dejar de una vez para siempre las glorias pasadas y
poner los pies en el hoy real y cotidiano.
Para acabar con el hambre de comida Costa, como nacido en una tierra más que se-
ca, reseca - no hay nada mejor que visitar su pueblo natal para comprender la razón que
le asistía -, y dominada por unas cuantas familias, propugna una reforma agraria en
profundidad: no sólo repartir las tierras de manera justa y equitativa, sino repoblar los
montes pelados, construir canales y pantanos para llevar las aguas que se pierden en el
mar a los campos necesitados. Una vez que en España floreciera la agricultura, volver-
íamos a figurar entre los países ricos.
Por lo que se refiere a la cultura, defendía una generosa política educativa (que, por
cierto, no llegó hasta la República) pero en las escuelas de los pueblos y en los institutos
de enseñanza media, no en la Universidad y no porque pensara que la Universidad era
para los ricos, sino porque en aquellos momentos se estaba viviendo en España la “ge-
neración de Plata” de nuestra cultura: literatos, investigadores, ensayistas, pintores,
científicos, inventores, filósofos, pedagogos, ingenieros, etc. Es preciso acabar con el
analfabetismo, para ello hay que fundar escuelas bien dotadas, dignificar la figura del
maestro (“pasa más hambre que un maestro de escuela”).
Y “echar siete llaves al sepulcro del Cid”: ¡vaya metáfora!. En definitiva, señores
políticos, estamos en el siglo XX, la corrupción y la desidia se han apoderado de la clase
política, los obreros y los campesinos se mueren de hambre, dejad de hablar de Lepanto,
Trafalgar, las Navas de Tolosa, o Castillejos, bajad a lo concreto a lo de hoy y empezad
a poner soluciones; ¿cómo? Con un “cirujano de hierro” que corte la gangrena, y cure al
país enfermo, un civil o un militar da lo mismo; lo importante es que funcione.
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Además de Costa, el general Camilo García de Polavieja (más conocido como Po-
lavieja), el conde de las Almenas, Francisco Silvela, sucesor de Cánovas, y Antonio
Maura, sucesor de Silvela en el partido pero que procedía del Partido Liberal (este par-
tido no estaba a favor del regeneracionismo) son los grandes representantes del regene-
racionismo que, además de todo lo expuesto por Costa, consideraba muy necesaria la
“descentralización, y abrir caminos a la variedad regional”.

El reinado de Alfonso XIII

La monarquía parlamentaria de Alfonso XIII continuaba el régimen de la Restaura-


ción con dos novedades: la intervención directa del rey en la política activa y la des-
aparición de los políticos que habían dado vida al régimen.

Política interior

 Es el momento la España de los problemas: con esta denominación se calificaba casi


todo
 el problema regionalista
 el problema del turnismo
 el problema militar
 el problema de Marruecos
 el problema social (movimiento obrero)
 el problema del regeneracionismo.
 el problema de los partidos opositores al régimen (republicanos)

En su momento iremos estudiando, analizado, o describiendo cada uno de ellos, ahora,


pasamos a ver una panorámica global que nos aclara la crisis del turnismo; se incluyen
los diferentes gobiernos del reinado así como sus variados presidentes del gobierno;
algunos de ellos como Maura, Villaverde, Silvela, Moret, ya han aparecido en páginas
anteriores, bien al hablar de la crisis del 98 y los últimos gobiernos de la Regencia, bien
al hablar del regeneracionismo - fenómenos que no hemos de despreciar -.Otros, la ma-
yoría, hacen en estos momentos lo que podríamos llamar “su presentación en la socie-
dad política”, muchos eran los sengundones de los segundones de Cánovas y Sagasta y
arrastran rencillas, celotipias, y envidias atrasadas por no haber llegado antes al poder.
Personajes como el conde de Romanones, Canalejas (tercer presiente del gobierno
asesinado durante su mandato), Dato (cuarto presidente del gobierno asesinado durante
su mandato), Sánchez Toca, Cambó (en el poder por nacionalista), saltan a la arena
política.
Es también interesante observar que aparecen los llamados “gobiernos de concentra-
ción” en los que hay políticos de diversos partidos, generalmente en los momentos de
graves crisis en el país, incluso un “gobierno nacional” con participación de nacionalis-
tas catalanes.
De todas formas, desde el punto de vista político, lo más grave fue la participación
directa del rey en la política sin respetar las elecciones, por ejemplo, o sustituyendo mi-
18

nistros o presidentes de gobierno prácticamente a su antojo. Esta actitud del monarca fue
imitada por numerosos colaboradores.
De aquellos años surge una nueva conjugación del verbo dimitir, porque el rey “di-
mitía” al ministro que se pusiera por delante; “casualmente” los políticos, durante el
reinado de Alfonso XIII no fueron cesados, sino que todos, “fueron dimitidos” ya que de
manera curiosa todos terminaban presentado la dimisión a la menor sugerencia, chanza,
o recriminación del monarca o sus subalternos (hay anécdotas que, de ser ciertas todas
ellas, explicarían el por qué del final de aquel reinado: desde ministros de la Guerra que
“no tenían ...” para acabar con lo de Marruecos, pasando por militares que recibían tele-
gramas que decían “ Olé tus ...”, sin importar el número de muertos que hubieran que-
dado entre los barrancos del Rif, a tenientes de Ingenieros a los que se les ordenaba le-
vantar un muro sin cemento y se les decía por telegrama que lo suplieran “con disciplina
y valor” y al contestar el muchacho, por telegrama, que “había mezclado arena, agua,
piedras, disciplina y valor y que como no fraguaba le mandaran cemento” se le metía un
arresto de aúpa).

Gobiernos de la monarquía 1902 - 1923

Años Ideología Ptes. del gobierno


1902 - 1905 Gobiernos Conservadores Silvela, Villaverde, Mau-
ra, Azcárraga, Villaverde,
Silvela
1905 - 1907 Gobiernos Liberales Montero Ríos, Moret,
López Domínguez, Moret,
Vega Armijo
1907 - 1909 Gobierno Conservador MAURA
1909 - 1913 Gobiernos liberales Moret, Canalejas, Roma-
nones
1913 - 1915 Gobierno Conservador DATO
1915 - 1917 Diversos gobiernos Romanones(liberal), Garc-
ía Prieto (gobierno de con-
centración), Dato (conser-
vador), García Prieto (de
concentración)
1918 - 1920 Gobierno Nacional de García Prieto, Romano-
Maura y Cambó nes, Maura
1920 - 1922 Variadas Dato, Sánchez Toca,
Allende Salazar, Maura -
Cambó, Sánchez Guerra
1922- 1923 Concentración liberal GARCÍA PRIETO

Los políticos regeneracionistas, como Francisco Silvela, Antonio Maura o Cana-


lejas, para acabar con el turnismo, el clientelismo político y los que Costa llamaba oli-
garquía y caciquismo propugnaron medias legales - cada uno en su momento - con las
que se consiguiera lo que llamaban “el descuaje del caciquismo” de forma que los polí-
19

ticos que resultaran elegidos, no sólo liberales y conservadores sino de todas las tenden-
cias y credos políticos, fueran los representantes de la España real y no de la España
oficial. Poco fue lo que se alcanzó, pero poco a poco nacionalistas, socialistas, republi-
canos, tradicionalistas, o radicales comenzaron a poblar los escaños del Congreso.

 El problema regionalista o nacionalista

Habíamos dejado el catalanismo en 1901 con el nacimiento de la Lliga Regionalista que


ese año ya consiguió cuatro escaños en el Congreso. A lo largo del reinado de Alfonso
XIII la presencia y el problema de “lo catalán” será una de las constantes permanentes
desde cualquier punto de vista. Los conflictos en Barcelona se desataron por una cues-
tión ajena al catalanismo y sus reivindicaciones. En 1905 un periódico satírico catalanis-
ta, el Cu-cut, publicó un chiste que se consideró insultante por parte de los militares.
Las iras de la guarnición de Barcelona se desataron y un grupo de oficiales atacó y des-
truyó la redacción del Cu-cut y de la Veu de Catalunya. El gobierno central se vio en la
alternativa de castigar a los militares o de solidarizarse con su acto, con lo que se pondr-
ían en contra del movimiento catalanista. Como diversas unidades militares, en otros
puntos de España, hicieron causa común con la guarnición barcelonesa, el gobierno se
vio en la necesidad de promulgar la Ley de Jurisdicciones, que favorecía a los milita-
res, en virtud de la cual los delitos contra la patria serían juzgados por un tribunal militar
(por ejemplo la publicación en la prensa de críticas).
La medida, y la impunidad de los asaltantes, provocó una reacción que no se espera-
ba en Madrid: una gigantesca manifestación que convocó a gentes de todas las clases
sociales, credos políticos y religiosos y transcurrió por las calles de Barcelona (anécdota:
dícese que en la cabecera de la manifestación iba el obispo de Barcelona, del brazo del
jefe de la masonería de la ciudad, que se cogía de un socialista, a su lado un anarquista,
los de la Lliga y otros partidos) aquellas personas tenían en común algo muy importante:
eran catalanes y en aquel momento era lo que les importaba y les unía. De aquella mani-
festación, nació Solidaridat Catalana - coalición de partidos catalanes - en la que parti-
cipaba Cambó.
Otra manifestación de la actitud de los políticos catalanes hacia Madrid puede verse
en la Asamblea de Parlamentarios, promovida por Cambó, de 1917, (reunión de dipu-
tados de partidos descontentos con el gobierno de Dato, la clausura de las Cortes y la
suspensión de las garantías constitucionales, que, reunidos en Barcelona, defendían la
idea común de disolver el régimen, la convocatoria de Cortes constituyentes y la acepta-
ción de la voluntad popular conforme a los más puros principios democráticos. Aquello
terminó como es de suponer, como el “rosario de la aurora: a garrotazos”. Esta Asam-
blea volverá a aparecer en el problema militar, en la crisis del 17, en el movimiento
obrero, ¿está clara su importancia?.
Cambó llegaría al poder casi como una concesión a los catalanes, pero el “proble-
ma” no se resolvió; uno de los puntos fundamentales de la Dictadura de Primo sería la
resolución del regionalismo catalán.

Con respecto a los vascos, nada que decir.


El galleguismo y el valencianismo no tuvieron importancia en el primer tercio del
XX.
20

 El problema obrero

Habíamos dejado la organización del movimiento obrero a finales del reinado de


Alfonso XII.
En 1887, con la aprobación de la Ley de Asociaciones se dio carta de legalidad al
movimiento sindical y político de los obreros españoles.

El anarquismo

Anselmo Lorenzo, el líder histórico, tras veinte años de pequeñas reuniones comar-
cales y la etapa virulenta de los atentados terroristas, comenzó a propugnar la necesidad
de fundar una asociación anarquista que superara, por su amplitud, a la existente Soli-
daridad Obrera radicada en Cataluña. Los acontecimientos de la Semana Trágica,
1909, que fueron achacados a los anarquistas y culminaron con el juicio y ejecución de
Ferrer Guardia, dieron alas al movimiento anarquista, o mejor dicho, anarcosindicalis-
ta, y en el Congreso obrero de Barcelona de 1910, decidió superar la Confederación Re-
gional de Trabajo de Cataluña constituyendo la Confederación Nacional del Trabajo
(C.N.T.), legalmente nacida en septiembre de 1911. Ahora bien es importante hacer
notar que los grandes líderes del siglo XX: Pestaña, Seguí no vieron con agrado los
acontecimientos de la Semana Trágica y prefirieron seguir aferrados a la idea de la huel-
ga general revolucionaria; por su parte, Buenaventura Durruti siguió defendiendo y
practicando el terrorismo (moriría durante la Guerra Civil en circunstancias extrañas). El
crecimiento de afiliados fue constante superando a la UGT de manera evidente; en 1919,
714.028.
En contra de su ideología, decidieron apoyar la huelga general de 1917, por lo que
sufrieron un brutal represión, especialmente en Cataluña durante los años siguientes
gracias a la ominosa “ley de fugas” de Martínez Anido.

El socialismo

En los primeros 30 años del siglo XX, la actuación de los socialistas que ya conta-
ban con partido político y representantes en el Congreso, sindicato, prensa, y estaban
mucho más organizados y cohesionados que los anarquistas, fue más pacífica, aunque
no por ello menos reivindicativa. Participaron en la Asamblea de Parlamentarios y en la
huelga general de 1917, mantuvieron, durante los años del trienio bolchevique una agi-
tación social constante en sus zonas de implantación.
En estos años surgen otros destacados líderes del PSOE y/o de la UGT como Fran-
cisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, y Fernando de los Ríos
entre otros.
En cuanto al número de afiliados, de 1900 a 1904 la UGT pasó de 26.000 a 56.000,
para tener, en 1921 240.114.
A partir de 1910 con Pablo Iglesias en el Congreso, se produce un trasvase del voto
obrero de los republicanos a los socialistas en los núcleos urbanos, pero este proceso
tardará mucho tiempo en ser definitivo. En 1918 los socialistas tenían ya 18 diputados
Con respecto al tema candente de la época: Marruecos, los socialistas siempre se
mostraron contrarios a cualquier forma de colonialismo así como a que fuera la clase
trabajadora la que pagara las consecuencias: mili, hambre, despidos, etc.
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El sindicalismo católico

Creció y se afianzó naciendo el Consejo Nacional de Corporaciones católico -


obreras, la Solidaridad de Obreros vascos - 1911 - y la Federación Nacional de Sin-
dicatos Católicos - 1912 -. Sus afiliados eran pocos, en 1920 unos 20.000 aproximada-
mente.

 La guerra de Marruecos y el problema militar

Tras la crisis del 98 con la pérdida de las colonias en el Pacífico y América, la aten-
ción de los sectores políticos se volcó hacia Marruecos.
A finales del reinado de Isabel II, tras la guerra de África, España había conseguido
afianzar sus posiciones - Ceuta, Melilla y territorios aledaños - con otros conocidos co-
mo la zona del Rif. Como Marruecos estaba controlado por España y Francia, para evi-
tar expansiones por cualquiera de los dos países, también para evitar la presencia de un
tercer país en la zona, Alemania, y para aislar, en los posible, las tribus marroquíes más
belicosas se había firmado en 1906 el Tratado de Algeciras que delimitaba netamente
las dos zonas de ocupación.
A comienzos del siglo se había descubierto en el macizo montañosos del Rif una
minas de mineral de hierro que rápidamente comenzaron a ser explotadas; para trasladar
el mineral hasta el puerto se comenzó a construir un ferrocarril desde Melilla. Los rife-
ños, caracterizados por su belicosidad, atacaban frecuentemente las obras así como a las
tropas encargadas por el gobierno de proteger el tendido ferroviario. Estos incidentes,
cada vez más frecuentes provocaron la necesidad de enviar más tropas para mantener el
control de la zona. En 1909 tiene lugar el desastre del barranco del Lobo, lugar cercano
a Melilla y el gobierno determinó no esperar más.
Lo que no se entiende es que el gobierno de Maura decidiera enviar a Marruecos a
los reservistas barceloneses y no a las tropas entrenadas para ir a Marruecos que se
encontraban en el Campo de Gibraltar. El hecho es que aquellos reservistas, en su in-
mensa mayoría padres de familia, embarcaron en Barcelona con disgusto de todos. Los
socialistas y anarquistas comenzaron con las protestas tanto en la calle como en sus
órganos de expresión haciendo notar que a la guerra iban los obreros y sus hijos, mien-
tras que los de la burguesía se libraban mediante la redención en metálico. UGT y Soli-
daridad Obrera declararon en Barcelona la huelga general. La ciudad se llenó de barrica-
das, los destrozos en inmuebles - conventos, iglesias, domicilios particulares, edificios
públicos civiles y militares, etc -, fueron enormes así como el número de víctimas. La
última semana de julio de 1909 ha pasado a nuestra historia con el nombre de Semana
Trágica. Las tropas salieron a la calle y reprimieron el estallido con la ayuda de refuer-
zos llegados de otras provincias. En Barcelona se suspendieron las garantías constitu-
ciones y una férrea censura de prensa impidió a los españoles conocer qué estaba ocu-
rriendo en Cataluña. Hasta entrado el mes de agosto los periodistas no pudieron infor-
mar de lo que había pasado, y de lo que estaba pasando. El resultado fue culpabilizar a
los anarquistas de lo sucedido y fusilar, entre otros, a Francisco Ferrer Guardia como
instigador de los hechos. Este señor, pedagogo, había fundado una institución educativa
la Escuela Moderna, era anarquista, pero jamás se ha podido probar que instigara directa
o indirectamente a la insurrección; su ejecución provocó una indignada protesta interna-
cional: manifestaciones, apedreamiento de embajadas, etc. Pero la guerra continuaba y
todo se archivó pronto. En España se culpó al presidente del gobierno de todo y el grito
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de ¡Maura no! se escuchaba a toda hora, de forma que se produjo un relevo en el gabi-
nete. Pero la guerra continuaba y se siguieron enviando más y más soldados.
En este contexto de guerra se enmarca el llamado problema militar. La cuestión
estribaba en que los oficiales que eran destinados a Marruecos, o lo solicitaban volunta-
riamente, tenían la posibilidad de ascender por escalafón (antigüedad) y por méritos de
guerra, de forma que, al poco tiempo de su salida de la Academia se colocaban por de-
lante, en graduación, de bastantes de sus compañeros de promoción. Este hecho causaba
indignación entre el colectivo de oficiales engrosado desde la guerra de Cuba, y cada
vez más numeroso por la guerra en Marruecos; algunas Armas del Ejército, no contem-
plaban la posibilidad de ascensos por méritos de guerra, lo que causaba, evidentemente,
una clara desigualdad y enfrentamientos entre los “africanistas” (los que estaban en Ma-
rruecos) y los “no africanistas” o “peninsulares”. Ante estos hechos y otros como el po-
co reconocimiento que recibían de la sociedad civil que les consideraba como una suerte
de parásitos que cobraban mucho y trabajaban poco y encima mal porque no ganaban las
guerras, y siguiendo la tendencia de sindicación de tantísimos españoles, en 1916 co-
menzaron a constituirse, más o menos clandestinamente, las Juntas Militares de Defen-
sa, dirigidas por el coronel Márquez que consiguió extenderlas en todas las guarniciones
excepto en Madrid. Reclamaban un sistema de ascensos por escala cerrada (no a los
ascenso por méritos de guerra), fin del favoritismo del Monarca hacia determinados mi-
litares, o cuerpos, y una mejora en las condiciones económicas y profesionales. Estaban
integradas por coroneles, comandantes y capitanes: ni un general, ni un sargento llega-
ron a ser admitidos; por ello se habla de un “sindicato” mesocrático, las graduaciones
medias del ejército.
Los liberales hicieron lo imposible por acabar con ellos, pero no pudieron y el pri-
mer ministro dimitió en 1917; los conservadores, con Dato como primer ministro, logra-
ron controlar la situación ya que el ministro de la Guerra, La Cierva, paralizó la revolu-
ción poniéndose al frente de ella: se hizo nombrar presidente de las Juntas Militares de
Defensa. Quedaron reconocidas y fueron una auténtica forma de poder.
En aquel momento, las Juntas cambiaron su programa: ya no eran reivindicaciones
laborales sino políticas. Pedían la reunión de Cortes constituyentes, la renovación de las
clases dirigentes, y la desaparición del caciquismo.

HAGO NOTAR QUE, EN EL VERANO DEL 17, CONFLUYERON UNA


HUELGA GENERAL REVOLUCIONARIA, LA ASAMBLEA DE
PARLAMENTARIOS Y LAS JUNTAS MILITARES DE DEFENSA (esta es la
CRISIS DEL 17).

Y la guerra continuaba en Marruecos y seguían muriendo españoles, y seguían par-


tiendo españoles a luchar en el Rif (zona Este)y en la Yebala (zona Oeste del protecto-
rado) contra los dos grandes enemigos de España: Abd el Krim, perteneciente a la beli-
cosa tribu de los Beni Urriaguel y El Raisuni
La guerra entró en su fase de mayor actividad cuando el general Dámaso Berenguer
fue nombrado Alto Comisario (1919). Este militar se propuso ir ocupando las diferentes
zonas del protectorado de forma lenta pero constante y segura, de manera que las tres
zonas ocupadas por España y separadas entre sí, quedaran unidas formando un frente
común. Primero se unió la zona del Estrecho - Ceuta y Tetuán - con la del Atlántico -
Arcila - Larache -; luego se ocupó la Yebala que culminó en 1920 con la entrada en
Xauen. Faltaba el Rif, y aquí se produjo la catástrofe, el comandante general de Melilla,
general Fernández Silvestre (más conocido como Silvestre) comenzó la ocupación del
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Rif, según unos por su cuenta y riesgo (cosa que no suele hacerse en ejército), según
otros, adelantándose a las ideas de Berenguer.
Silvestre escogió atacar por el interior - zona montañosa y seca donde las haya -
para caer sobre los rifeños, que ocupaban las costa de la bahía de Alhucemas, por la
espalda. Así se hizo estableciendo bases en Dar Dríus, Tafersit, y Annual. Problema: el
número de tropas del ejército de Silvestre era elevado pero cubrían una larga zona por lo
que estaban estirados como una cuerda y en cualquier momento podían ser atacados en
puntos intermedios, aislados unos de otros, lejos de los puestos de abastecimiento de
agua, sin posibilidad de lograr refuerzos.
Conocido el despliegue del ejército español por Abd el Krim, en julio, hacia el día
20, de 1921, de manera imprevista, se lanzó al ataque. La batalla de Annual, más bien el
desastre de Annual, no es para ser descrito. La retirada se realizó sin orden ni concierto
al grito (en voz baja) de sálvese quien pueda, las pérdidas de los españoles fueron incon-
tables: soldados, armas, mulos, municiones, etc. Las barbaridades que cometieron no
son para descritas, y mientras esta retirada se iba produciendo, como Melilla estaba des-
guarnecida, decidieron atacar también la ciudad, pero antes llegaron refuerzos especial-
mente del Tercio de Extranjeros, la Legión, fundada pocos años antes por Millán As-
tray.
Lógicamente, al lado de la desbandada están los héroes: el Regimiento de Caballería
de Alcántara que llevó a cabo la última carga, sable en mano, de nuestra historia prote-
giendo la retirada (no quedó casi nadie vivo o entero), la resistencia de “blocaos” sin
agua, ni comida, ni municiones, días y días hasta que pudieran rescatarles o enterrarles;
los rehenes despellejados vivos que no abrieron la boca (en el informe de Indalecio Prie-
to sobre el descalabro, consta que un clérigo musulmán le preguntó qué invocación era
en la religión cristiana la expresión ¡ay madre mía!; cuando el diputado socialista aclaró
al musulmán su ignorancia e inquirió la razón de la pregunta, el moro, con la mayor
indiferencia y naturalidad, contestó que era lo que repetían los españoles mientras les
torturaban); las mujeres de Melilla, esposas de militares, que para defender sus casas e
hijos echaron mano de lo que pudieron y muchas y muchitos fueron degolladas/os de-
lante de los restantes. “Melilla ya no es Melilla; Melilla es un matadero, donde van los
españoles a morir como corderos” canción popular que todavía se recuerda y se canta.
Se abrió un expediente, el llamado expediente Picasso, del que se pudo extraer que
más de 9.000 cadáveres se pudrieron al sol, más los heridos rematados en las kabilas,
más los prisioneros torturados, más, ni se sabe qué más. El cadáver de Silvestre nunca
apareció por lo que existen varias leyendas sobre su misteriosa muerte.
Las Cortes exigieron responsabilidades, el discurso de Indalecio Prieto es antológico;
el prestigio del ejército quedó por los suelos. La vergüenza y la indignación hicieron
presa de los ciudadanos de a pie que no entendían nada (son espeluznantes los partes de
guerra publicados en periódicos como el ABC). Comenzó a surgir el nacionalismo ga-
llego, y Cambó ya no quería nada con los gobiernos de Madrid.
La situación alcanzó tal virulencia, que en Gran Bretaña, un parlamentario se pre-
guntó si no había llegado el momento de reducir a España a un estado colonial.
A finales de 1922 la situación era de crispación en todos los sectores.
El fin de la guerra, llegó con la Dictadura de Primo de Rivera; se firmó un acuerdo
con Francia de colaboración para acabar con aquella sangría, y en poco tiempo 1925 -
1926, todo quedó resuelto. El desembarco en la bahía de Alhucemas, septiembre de
1925 (primera operación en la historia mundial en la que se produjo el ataque combina-
do de los tres ejércitos - Tierra, Mar, Aire -) precipitó el final; Abd el Krim fue sorpren-
dido, y para no caer en manos de los españoles se entregó a los franceses que le deporta-
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ron, de por vida, a la isla Reunión. Hasta 1927 no acabaron las última operaciones, pero
desde 1925 en España nos olvidamos de la guerra como un problema.

 Los partidos opositores al régimen. Los republicanos

El movimiento republicano en realidad ya existía desde el comienzo de la Restaura-


ción, basta con pensar en los federalistas de Pi i Margall, pero en los años de la cesura
de los dos siglos, adquirió un nuevo carácter regeneracionista (recordemos la frase de
Costa el hambre no es monárquica ni republicana). El desastre del 98 tuvo un efecto
galvanizador para el republicanismo, aunque luego, con el paso del tiempo las esperan-
zas de que España se convirtiera en una república tendieron a disminuir y en 1923, últi-
mas elecciones de la Restauración, el voto republicano fue bastante menor que a princi-
pios de siglo (¿quizá porque votaron socialista?).
El republicanismo tuvo una influencia en los medios intelectuales y representó un
papel reformista en el aspecto social y liberal en los político. A comienzos de siglo se
opuso a la intervención de militares en la política y adoptó una posición ante el clerica-
lismo, que a menudo degeneró en anticlericalismo. Por ejemplo, cuando Canalejas de-
cidió, como liberal, flexibilizar la interpretación de la Constitución con respecto a la
legitimidad de otros cultos, permitiendo que pusieran en la puerta de sus templos un
cartel anunciando los actos, o cuando promovió la ley del candado (1910) por la que no
se permitía la entrada e instalación en España de órdenes religiosas nuevas sin permiso
(ya estaban todas), casi los únicos que no se echaron las manos a la cabeza, y apoyaron
las medidas, fueron los republicanos; (cotilleo: se dice que la mujer de Canalejas le
amenazó con el destierro al sofá del salón y incluso la separación - para aquellos tiem-
pos un escándalo - si salía aprobada la dichosa ley; se aprobó, pero se ignora qué ocurrió
con el matrimonio).
Muchos, por no decir todos, los intelectuales de la época fueron republicanos; esto no
quiere decir que por ser intelectual hay que ser republicano y de izquierdas; recuerdo
que hubo, hay y habrá republicanos de derechas.
La fórmula más original de republicanismo fue la del Partido Radical de Alejandro
Lerroux. Este político, poco culto, demagogo, que llegó a ser acusado, con fundamento,
de corrupción administrativa, llegó a movilizar a las clases populares de Barcelona, en-
tre las que consiguió un considerable prestigio, similar al que tuvo el escritor Vicente
Blasco Ibáñez entre las clases populares valencianas.
Otro movimiento de carácter republicano fue el Partido Reformista de Melquíades
Álvarez (asesinado en Madrid, en la cárcel Modelo, en los primeros meses de la Guerra
Civil), fundado en 1912. Entre sus miembros estuvieron algunos de los más conocidos
intelectuales españoles: el filósofo José Ortega y Gasset y el ensayista y político Ma-
nuel Azaña. En muchos sentidos su posición era antitética al populismo del Partido
Radical y su programa insistía sobre todo en los contenidos, más que en el cambio de
régimen propiamente dicho. Si lo comparamos con otros partidos europeos, el más cer-
cano en sus postulados sería el Partido Laborista británico.
Aunque a comienzos de siglo el republicanismo pudo dar la sensación de que llega-
ba a poner en peligro grave las instituciones políticas de la Monarquía, con el transcurso
del tiempo, a lo largo del reinado de Alfonso XIII, su “peligrosidad” respecto de las ins-
tituciones fue decayendo. En realidad las únicas posibilidades que tenían los republica-
nos radicales eran los propios errores de la Monarquía.
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Política Exterior

Además de los viajes que el joven rey realizó al extranjero, a Londres en busca de
novia y se la trajo del brazo - Victoria Eugenia de Battemberg -, a París, donde sufrió
un atentado del que se salvó milagrosamente, la política exterior de su reinado está mar-
cada por la I Guerra Mundial en la que España decidió declararse neutral. Nunca se debe
considerar la guerra de Marruecos como política exterior ni por lo más remoto.
La neutralidad de España entre 1914 y 1918 supuso diferentes clases de fenómenos:
 jocosos: había bares, cafés y casinos para germanófilos y anglófilos
 ideológicos: las derechas eran germanófilas, en su mayoría, mientras que las
izquierdas anglófilas
 educativos: los niños en las escuelas parece que aprendían, en algunos casos
y según el talante del maestro/a, la geografía de los germanófilos o de los
anglófilos a base de sembrar el mapa de Europa de banderitas de los países
correspondientes.
 políticos: mucho más serios que los anteriores; a momentos de estricta neu-
tralidad (Dato), siguieron otros (Maura) algo vacilantes, y por fin otros de
declarada beligerancia del presidente del gobierno conde de Romanones, a
favor de los aliados, aunque el gobierno siguiera siendo neutral. Los proble-
mas surgieron cuando los submarinos alemanes comenzaron a atacar mercan-
tes españoles, Romanones se vio forzado a dimitir y no se tomó ninguna me-
dida para solucionarlo hasta casi el final de la guerra momento en que se de-
cidió incautar algunos navíos alemanes; en aquel momento, las pérdidas espa-
ñola ascendían a más de 300.000 toneladas.

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