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José A. Carmona
En estos cuatro versos veo una antropología que habla de tres dimensiones en el
hombre, en contra de la tan traída dualidad, o bipolaridad, (cuerpo y alma) con la que
nos han aleccionado, educado e instruido durante siglos, desde la filosofía griega.
La sabiduría que nos habla de lo que en este desarrollo podemos llamar mística, o
dimensión espiritual. El conocimiento que se refiere a la iluminación de la mente y
que, siguiendo a Panikkar, podemos llamar noética, que es lo referente al alma. La
información que nos habla del conocimiento sensible, lo estético (del griego aistheta =
sensible) y que se refiere a la dimensión de los sentidos, lo referente al cuerpo.
Lo que me ha impulsado a hacer esta reflexión, siempre siguiendo a esos dos grandes
maestros a los que me he referido y me referiré en cada momento de este escrito,
aunque no los vaya citando a cada momento, ha sido el impacto que un silencio social,
que es ignorancia, me ha causado. Hace unos días hubo un eco muy pequeño en los
medios de comunicación sobre el hecho de que se hiciera publicidad sobre el ateísmo
en los transportes públicos de Barcelona, incluso llegó a haber una pequeña entrevista
con las personas promotoras de la misma, pero de seguida todo ha pasado al cajón del
más absoluto olvido. Algún grupo de confesión cristiana ha respondido en términos
similares, haciendo publicidad de su teísmo, por cierto con un eslogan muy
desafortunado, porque al fallar la ortografía de la frase, dice exactamente lo que no
quiere decir, el eslogan dice así “Dios si existe, (en forma condicional) vive la vida en
Cristo”, cuando lo que en verdad querrá decir será: “Dios sí existe, (pura afirmación)
vive la vida en Cristo”. La dialéctica de estos grupos y el silencio social posterior me
han provocado un profundo pesar interior, que me ha llevado a la reflexión que
desarrollo ahora en este blog.
La visión bipolar del hombre ha invadido de tal manera nuestra cultura que ha llegado
a inundar incluso la teología y algunos aspectos de la iluminación mística. Pero, es
hora de ir percibiendo, más que meramente pensando, que el hombre es cuerpo, mente
y espíritu (pneuma).
Pero, el hombre no sólo es cuerpo, sino que también es mente, psique (querer reducir
la mente al cerebro, como hace el cientifismo, tan extendido, es un reduccionismo y
un error categorial, según veremos), alma que percibe y experimenta en el más
auténtico significado de esta palabra las dimensiones sutiles del Ser. De hecho nuestra
tan cacareada ciencia, como empirismo puro, tiene muchísimo de mental, por ejemplo,
las matemáticas que no son más que una elucubración (mental) sobre lo sensible
(contamos unidades, medimos dimensiones o espacios). Así yendo a algo de lo más
simple, la solución de cualquier teorema es un ejercicio mental, ejercicio que no
pueden llevar a cabo los sentidos. Y la historia, la psicología y otras no son sino
disciplinas que usan la mente y cuyos objetos no pueden ser estudiados nunca por los
meros sentidos.
Así, pues, el hombre es tanto cuerpo, como psique o alma, como espíritu, amor o
consciencia abierta. Y no es una sola dimensión sin las otras, sino las tres a la vez, sin
separación entre ellas(salvo por la abstracción). Esta visión tripartita (trinitaria) de la
antropología se va abriendo camino por las rutas culturales del mundo actual.
Pero, quiero llevar mi reflexión hacia el tercer ojo de los orientales o los tres ojos del
conocimiento de los místicos cristianos, (los tres, no uno sin el otro).
Las afirmaciones a las que me he referido que hacen publicidad en contra o a favor de
la existencia de “Dios” están basadas en un paradigma determinado, un paradigma que
interpreta al hombre como animal racional, probablemente, o sea, como ser dual,
bipartito. Paradigma, o modelo incuestionado, que está inoculando su interpretación
desde los siglos remotos de la Grecia clásica.
Max Planck, premio nobel de física en 1918, afirma que los viejos paradigmas sólo
mueren cuando lo hacen sus adeptos. Y si esta afirmación es muy acertada en lo
referente a la física, no lo es menos cuando se refiere a otros tipos de conocimientos.
El debate sobre la demostración racional de la existencia, o no, de un absoluto, es
buena prueba de ello. Hay mucha gente aferrada al paradigma de la razón como única
forma de conocimiento para todo aquello que se escape a los sentidos, al ojo de la
carne. Abundar en las pruebas racionales, como hizo el mismo Tomás de Aquino,
apoyado últimamente en Aristóteles (yo no oso criticar por mi cuenta a estos genios,
sino que me apoyo en otros genios) para demostrar la existencia de Dios, es ser
totalmente deudor de este paradigma racionalista, que imperó dictatorialmente en toda
forma de cultura de la Edad Media. La fe, que era en la inmensa mayoría creencia,
venía impuesta e indiscutida, y a ella se aplicaba la razón para todo. Se trataba de un
sistema racionalista.
Los tres ojos (carnis, mentis, fidei), que hemos citado de algunos autores místicos del
medievo, se corresponden con los tres dominios del ser que destaca la filosofía
perenne: el dominio ordinario (el de la vigilia), el sutil (propio de muchos místicos) y
el causal (que se da en los más elevados como Buda, Jesús de Nazaret -al margen de,
no negando, lo que diga la fe cristiana-...).
El ojo de la carne tiene su dominio en el reino del espacio, del tiempo de la materia.
Se trata de un reino compartido por todos aquellos que poseen un ojo de la carne
similar (mamíferos y animales superiores). Es el llamado ojo empírico. Hemos de
advertir que la palabra empírico, empleada en este término, está muy reducida en su
significación original. Empírico significa experiencial, pero aquí se limita a
experiencia sensorial, no a cualquier otro tipo de experiencia.
El ojo de la mente, o de la razón, al que Buenaventura llama lumen interius, es el que
se desenvuelve en el dominio de los conceptos, de la lógica, las matemáticas, el
mundo de la ideas.
Como ya hemos venido repitiendo ni el conocimiento, ni la estructura antropológica
del hombre se dan en tres dimensiones separadas en la realidad (no hay más
separación que la de la abstracción). Por ello, el conocimiento mental no se da sin el
carnal, sino que asumiendo a éste lo transforma y eleva, utilizando la imagen visual de
un objeto para convertirla en concepto y poder así, como dice Piaget, el genial suizo,
creador de la epistemología genética (la mente operacional formal), trabajar sobre los
objetos sin tenerlos presentes. Por ejemplo, la mente puede trabajar con los árboles sin
tenerlos presente, ni siquiera a uno, gracias al concepto que ha elaborado del árbol. El
ojo de la mente recoge gran parte de su “información” del ojo de la carne, pero, no
todo lo que elabora es sensible, como sucede en las llamadas ciencias humanas:
lógica, psicología, historia, hermenéutica... y también en las matemáticas, la ciencia
exacta.
Una cosa tan sencilla en matemáticas (geometría) como es la demostración del
teorema de Pitágoras (o cualquier teorema) nunca puede ser fruto del ojo de la carne,
de los sentidos. Pese a las demostraciones que algunos primatólogos nos hacen de las
habilidades y conocimientos de los primates más avanzados, no pueden mostrarnos
que elaboren ni un solo concepto, no digamos que ¡Escriban El Quijote!
Es un hecho incontestable “que nosotros no solo vemos con nuestros ojos, sino
también con nuestra mente” ¿Cómo si no podríamos concluir la certeza de una idea?
Aportar en estos momentos una cita del genio científico de Einstein puede que nos
ayude a iluminar algo más nuestro ser, inmerso en una cultura, en un paradigma que
niega la existencia de cualquier tipo de conocimiento que trascienda la razón.
Hasta que llegó el modernismo. Con Kant, hombre de profunda fe, se separó la fe de
la razón, su doctrina queda claramente expuesta en el libro “Crítica de la Razón pura”.
Con él se desligó el campo de la fe, el contemplativo, del de la mente o razón. Con
Galileo y Kepler, pese a la tremenda persecución que tuvieron que sufrir. Aprendimos
a separar lo sensible de los otros mundos. Nos enseñaron que el método de
conocimiento con lo sensible es la medición y no la catalogación, como se pensaba
desde Aristóteles. Y con todo ello la misma Biblia quedó reducida a su mundo, al
mundo de lo contemplativo.
Este es el error categorial del cientifismo, que nos invade aún en nuestros medios
culturales (universidades, libros, conferencias, prensa, televisión...), aunque en buena
medida va retrocediendo. Y es en este error categorial en el que se sitúan los
autodenominados “ateos” (que han hecho es publicidad tan falta de visión). Por
supuesto que Dios no es demostrable por la razón, pues pese a las famosas cinco vías
de Santo Tomás y las miríadas que le han seguido en esto, Dios no es objeto que caiga
dentro de la dimensión de la razón, sino de la contemplación, de la fe (que no puede
ser confundida con la creencia, que también es fruto de la razón). Por esta razón la
publicidad contraria cae en el mismo error, Dios no es objeto de creencia, sino de fe,
de experiencia íntima, directa a la que se llega tras mucho tiempo de ejercitar el ojo de
la contemplación. Por descontado que dicha experiencia ha de ser cotejada con la de
muchos otros que siguiendo el mismo camino de adiestramiento del ojo de la
contemplación hayan llegado a experiencias similares, de igual manera que los que
hace ya muchos años (y hoy también) llegaron a la experiencia de ver las células por
medio del microscopio tuvieron que cotejar sus datos con otros que habían hecho lo
mismo. Los tres ojos han de ser adiestrados para que puedan ver en sus propias
dimensiones. Si la mente no tiene ninguna formación matemática, nunca podrá
entender el teorema de Pitágoras. Y no por ello es teorema es falso.
Con respecto a la diferencia entre creencia y fe, ya he escrito suficientemente en este
blog, pero traigo a colación unas palabras que Daniel Meurois pone en boca de María
Magdalena:
“He experimentado en mí misma los efectos del riesgo y del movimiento en cada paso
que he decidido dar... porque soy un testigo vivo de lo que Él encarna. He puesto mis
huellas dentro de las suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber
imitado su actitud, sino de haber descubierto su esencia...
Y ¡no es una cuestión de creencias!... la creencia es una fuerza ciega; suele reposar en
la simple confianza ingenua, a aveces en lo arbitrario... crea fanáticos... Yo te hablo de
fe porque la fe es una certeza, un conocimiento directo y fuera del tiempo de Aquello
que es.
... Es como un soplo que ningún muro ni ninguna prisión podría contener, ni siquiera
frenar. Os sitúa en el Espíritu del Maestro, en ese espacio que ninguna palabra podría
describir... Ahí es donde se redescubre el sentido del Amor... Ahí es, finalmente,
donde el “siempre” se confunde con el “ahora”.
Estas palabras, que según Meurois, pronunció en verdad la Magdalena, tienen todas
las cualidades que orlan nuestro pensamiento discursivo, cuando habla de la
experiencia contemplativa. Se trata de una experiencia que va más allá de la razón,
pero a su vez, puede ser expresada muy imperfectamente con palabras, palabras que
pueden facilitar unos indicadores, unos signos o señales que nos dicen por dónde hay
que ir para llegar a la experiencia. Y no podemos extrañarnos de que esto sea así, pues
las expresión verbal que está sobre lo sensible es incapaz de expresar el sabor de una
tarta de chocolate, por ejemplo. Nos dirá sabe a chocolate, con lo que no nos ha dicho
nada, si nosotros no hemos probado antes el chocolate. Lo único válido que puede
hacer la palabra es darnos la receta (mostrar el camino a andar) para hacer la tarta, una
vez hecha, la probamos y sabemos cuál es su sabor. Si usted quiere tener una
experiencia de lo sutil, de lo divino, haga meditación (la del testigo, o vispasana, o
cristiana...) durante quince o más años y poco a poco se irá acercando a dicha
experiencia.
Decir, como hacen muchos empiristas seguidores de Freud, que esta experiencia no es
más que una esquizofrenia, provocada por los años de entrenamiento y disciplina, es
negar de entrada toda posibilidad de que haya otras dimensiones distintas a las
sensibles en el Kosmos, cosa muy similar a la actitud de Simplicio que negaba las
afirmaciones que hacía Galileo, aduciendo razones y nunca comprobando los hechos.
Y por otra parte, es difícil aceptar que un número muy elevado de personas se haya
sometido a unas prácticas tan exigentes, como el zen, la meditación gnóstica... durante
tantos años para experimentar una simple esquizofrenia.
Aún hay más, los practicantes de los ejercicios del camino místico han mostrado
siempre una sensatez total en las cosas ordinarias de la vida, ¿Se pondrían de acuerdo
medio centenar de esquizofrénicos simplemente para ir al lavabo? Por favor, antes de
hablar de esquizofrenia, hagan la prueba; no digan que el pastel de chocolate no sabe a
nada a la vez que se niegan a probarlo.
Esta visión de los tres ojos del conocimiento nos lleva, a la vez que se deduce, a la
conclusión de que en el hombre existe una triple dimensión, sin separación, una triple
dimensión que forma un nudo que es el hombre (vuelvo a recordar que la palabra
hombre incluye tanto a la mujer como al varón, no se refiere sólo al varón, eso es un
reduccionismo en el que ha caído nuestra cultura machista), un nudo formado por tres
cuerdas, si faltan las cuerdas (aunque sea uno) no hay nudo, si no hay nudo no hay
hombre.
Pero, durante siglos la mística cristiana ha estado influenciada por la visión bipartita
del hombre. Y la experiencia mística se reducía a aquella a la que nos abre el tercer
ojo. Con esta visión hemos de recurrir a una cosmología dualista de lo natural y lo
sobrenatural, en la que la experiencia mística representaría un nivel superior, un nivel
superior, al que se llegaría sólo por la gracia. Las consecuencias de esta dicotomía son
visibles en nuestro mundo llamado cristiano, y en el de todos que han participado de
esta visión, como el Islam, la más terrible ha sido las guerras de religión. Para evitar
esto se ha querido recluir la mística al orden de lo privado, inoperante para la vida
pública. Social y política. “La religión no debe meterse en política”. El místico sería
un especialista en el terreno de lo “sobrenatural”.
Mas la religión no es una especialización, ni una institución. La experiencia mística
transciende el mito del individualismo, que nos carcome en estos tiempos. No hay
nudo, no hay hombre con una sola cuerda, ni siquiera con dos, son necesarias y
siempre las tres. Y el hombre no es solo individuo sino también sociedad (somos seres
culturales, necesitamos y somos las instituciones, la sociedad, incluso para aprender a
pensar somos sociales...), como la Trinidad: No hay una substancia que supere las tres
personas (como parece insinuar el monoteísmo, aunque calle en el cristianismo), ni
hay tres (in Trinitate qui incipit numerare, incipit errare) lo que sería un triteísmo, sino
pura relación.
Quiero terminar este escrito con unas palabras muy iluminadoras de R. Panikkar:
“”Si por experiencia mística entendemos la experiencia completa (de los tres ojos) se
superan las dicotomías... que suponen un dualismo cosmológico sin caer en un
monismo idealista que niega toda diversidad real...
esta experiencia holística no es meramente racional, sin ser por ello irracional... el
ámbito racional no cubre toda la realidad y la experiencia mística lo “ve”. Esto quiere
decir que no podemos reducir al hombre a “animal racional”. Ésta es la función del
tercer ojo:la intuición de una realidad no asimilable por la razón, pero no en
contradicción con ella...”
Espíritu.segun la filosofia Academica
Espíritu
Se toma muy frecuentemente por el alma racional. Lat. Anima. Spiritus. El alma y
el espíritu, que son una misma cosa, como lo es el Sol y los rayos. Mientras los
Oficios Divinos anden en su punto, abundarán bienes de cuerpo y espíritu.
Vale tambien don sobrenatural, o generalmente dado por Dios, cual es la Divina
Gracia, para obrar bien y rectamente, o especialmente concedido para algun
efecto particular:
Significa también Se llama tambien la facultad, el vigor natural Virtúd: y así
tratar y hablar de espíritu, es lo mismo que tratar y hablar de virtud. Porque en
cosas de espíritu en poco tiempo tiene mucha experiencia.
Vale asimismo ánimo, valor, brío, esfuerzo, valentía y aliento.
1- el espíritu existe.
2- el espíritu está dentro de nosotros.
3- a pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de ignorancia,
separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese
Espíritu interno.
4- hay una salida para ese estado de caída, de error o de ilusión; hay un Camino
que conduce a la liberación.
5- si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un Renacimiento, a una
Liberación Suprema.
6- esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el sufrimiento.
7- el final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia
todos los seres sensibles.