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Cuadernillo Nº 1

Jornada de Debate
“La responsabilidad del Estado
frente a las víctimas del delito”
Dip. Claudio Ferreño
Dra. Alicia Pierini
Dr. Gustavo Letner
Dr. Alberto Bovino
Dr. Miguel Talento
Dra. Alejandra Tadei
Lic. Dévora Tomasini
Dr. Eugenio Freixas
Prof. Ana Suppa
Lic. Mara Brawer

“Buenos Aires Piensa”


Conferencia: “Las víctimas
en el neoliberalismo”
Dr. Elías Neuman

Una publicación de la
Dirección General de Atención
y Asistencia a la Víctima
Cuadernillo Nº 1

Jornada de Debate
“La responsabilidad
del Estado frente a
las víctimas del delito”

Buenos Aires Piensa


Conferencia: “Las víctimas
en el neoliberalismo”

Una publicación de la
Dirección General de Atención y Asistencia a la Víctima
Contenido

Introducción 5
Sra. Gabriela Alegre

Jornada de Debate:
La responsabilidad del Estado frente a las víctimas del delito 7

Palabras de bienvenida 9
Dip. Claudio Ferreño

La víctima y el rol del Estado 12


Dra. Alicia Pierini

La víctima ante el principio de oportunidad y la mediación penal 16


Dr. Gustavo Letner

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas 23


y derechos de la víctima
Dr. Alberto Bovino

Vigencia de las garantías constitucionales 41


Dr. Miguel Talento

La asistencia a la víctima desde el Estado de la Ciudad de


Buenos Aires. Su problemática 46
Dra. Alejandra Tadei
Modelos de intervención en casos de violencia contra la mujer 51
Lic. Dévora Tomasini

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas 55


Dr. Eugenio Freixas

Ley de violencia familiar 67


Prof. Ana Suppa

La atención a la víctima en el marco de una política de 71


derechos humanos y de reconstrucción del vínculo social
Lic. Mara Brawer

Buenos Aires Piensa

Conferencia: Las víctimas en el neoliberalismo 77


Dr. Elías Neuman
Introducción

La difusión y promoción de los derechos humanos es una responsabili-


dad que atañe al Estado en su calidad de garante de los mismos. Realizar
acciones que posibiliten la reflexión, el debate y el conocimiento sobre la
normativa que garantiza el ejercicio de los derechos y los mecanismos para
hacerlos efectivos resulta absolutamente necesario para alcanzar su efecti-
va vigencia.
La temática de las víctimas dentro de una perspectiva de derechos huma-
nos permite comprender, por un lado, a la persona como sujeto activo capaz
de involucrarse en la demanda de sus derechos y, por el otro, a la atención y
asistencia por parte del Estado no como mero asistencialismo o concesión si-
no en tanto responsabilidad por la garantía de esos derechos.
El presente cuadernillo pretende ser una herramienta multiplicadora de las
reflexiones surgidas en dos actividades organizadas por la Dirección General
de Atención y Asistencia a la Víctima, que intentaron ser una instancia de in-
tercambio y producción de ideas entre distintos actores del quehacer institu-
cional, especialistas, profesionales y público en general.
Las primeras nueve ponencias fueron realizadas en el marco de la Jorna-
da de Debate “La responsabilidad del Estado frente a las víctimas del delito”,
realizada en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires el 3 de septiembre
de 2004. En los textos se consideran las políticas públicas destinadas a dar
respuesta a la problemática de las víctimas; el rol específico del Estado; los
enfoques particulares que adquieren estas políticas a través de las áreas de go-
bierno; y propuestas legislativas relativas a la temática.
El último artículo, “La víctima en el neoliberalismo”, corresponde a la
conferencia dictada por el Dr. Elías Neuman en el marco de Buenos Aires
Piensa, sus palabras nos invitan a pensar sobre las consecuencias de los mo-
delos económicos en las vidas de las personas y en nuestras sociedades.
La realidad de los derechos humanos es una tarea que requiere del com-
promiso de todos los actores sociales en la persistente interrogación sobre sus
actos y sobre las acciones y políticas de las instituciones que conforman la so-
ciedad. Es por ello que queremos agradecer a todos los que han participado
de estas propuestas y esperamos que esta publicación sea de utilidad en el ca-
mino por la construcción de una sociedad más justa.

Gabriela Alegre
Subsecretaria de Derechos Humanos
del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
JORNADA DE DEBATE

“La responsabilidad
del Estado frente a las
víctimas del delito”
Realizada el 30 de setiembre de 2004

Dip. Claudio Ferreño


Dra. Alicia Pierini
Dr. Gustavo Letner
Dr. Alberto Bovino
Dr. Miguel Talento
Dra. Alejandra Tadei
Lic. Dévora Tomasini
Dr. Eugenio Freixas
Dip. Ana María Suppa
Lic. Mara Brawer
Palabras de bienvenida
Sr. Claudio Américo Ferreño*

Señores diputados y diputadas, funcionarios del gobierno de la Ciudad


Autónoma de Buenos Aires, familiares de distintas víctimas del delito, alum-
nos de la Universidad de Buenos Aires, profesionales de la justicia, compa-
ñeras, compañeros:
Es un profundo honor para mí ser quien brinde a todos ustedes la bienve-
nida a esta Honorable Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
con el fin de recibirlos para realizar esta Jornada de reflexión y debate, don-
de vamos a discutir sobre un tema de vital importancia para los vecinos de
nuestra querida Ciudad, como es la responsabilidad del Estado ante las vícti-
mas del delito.
Sin embargo, esta Jornada recorrerá un camino que, sabemos antes de ini-
ciarlo, será de un desafío mayúsculo: recorrer el tema de la responsabilidad
del Estado ante las víctimas del delito no desde un discurso facilista sino des-
de la profundidad estructural de un problema, que tiene una única respuesta
aunque con grados de complejidad que lamentablemente lo convierten en un
tema difícil de resolver.
Debemos decir que la sociedad está percibiendo una clara sensación de in-
seguridad, motivada entre otras cosas por dos aspectos importantes y a veces
contradictorios: por un lado, acciones delictivas instaladas sobre todo en el co-
nurbano bonaerense y en algunas áreas de la capital con una respuesta policial
limitada como, por otro, la sensación de total desamparo que sienten, ante un
Estado que no sólo estuvo ausente para contrarrestar estas políticas, sino que

* Diputado por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Palabras de bienvenida / 9
fue ejecutor o instrumento de medidas que dañaron tan profundamente el te-
jido social de nuestra patria.
Hoy, el Estado, el gobierno que preside el compañero Presidente Dr. Nés-
tor Kirchner, está recuperando el rol que parecía perdido, el rol de intervenir
decididamente en lo económico y social, privilegiando la industria nacional,
recuperando el nivel de los salarios, generando —por sobre todas las cosas—
empleo, así como impulsando retenciones a las exportaciones de crudo con el
fin de evitar un incremento indiscriminado de lo precios. Este Estado deberá
ir construyendo un rol activo y orientador, no sólo para combatir la inseguri-
dad, con planes o medidas que apunten a un mediano o largo plazo, sino tam-
bién para apoyar decididamente a las víctimas de todo delito, a lograr su to-
tal recuperación social, económica y psicológica.
Las tareas a llevar a cabo son realmente de un carácter tan estructural que
generan, a veces, la sensación de que las soluciones son tardías e insuficien-
tes. Es que, recuperar las industrias, fomentar la creación de puestos de traba-
jo y hacer que la educación deje de tener casi exclusivamente un rol de con-
tención social para pasar a ser, nuevamente, una institución que recupere lo
pedagógico, como forma de recuperación de valores e identidades, son pro-
pósitos que llevarán un tiempo, aunque notamos una actitud gubernamental
fuertemente comprometida con los cambios.
Mientras estas medidas de largo plazo se van ejecutando, debe aparecer
permanentemente el Estado reparador, que haga que la víctima, que ya fue
vulnerada cuando fue agredida por la delincuencia o por el abuso de poder,
no sufra nuevamente lo que los juristas llaman la revictimización. El Estado
no puede estar ausente ante tanta injusticia, que a veces se torna de carácter
fundamental cuando la vida de la víctima se altera por las consecuencias que
ha generado el delito y que provoca quiebres emocionales, donde terminan
sufriendo consecuencias de extrema gravedad.
En muchas oportunidades, a los problemas económicos que las víctimas
sufren por la pérdida de dinero o bienes, se suman los otros inconvenientes
que se derivan del hecho delictivo, como heridas, lesiones y gastos médicos
o de trámites que deben abonar, con la complicación que ello acarrea, porque
muchos ciudadanos, sobre todo en los barrios más humildes, no se encuentran
en condiciones de soportar esas cargas.
El abuso del poder genera, en muchas oportunidades, la falta de confianza
que los ciudadanos tienen con respecto a las fuerzas policiales u otras institu-

10 / Claudio A. Ferreño
ciones estatales, o el complicado proceso judicial hace que muchas víctimas
deserten de tal oportunidad, porque encuentran que tales instituciones no tie-
nen en cuenta su reclamo y a veces, incluso, le generan un maltrato.
Definir un nuevo rol del Estado es, en primer lugar, hacerse cargo de su
historia, y su historia, la más reciente, está poblada de un territorio de ver-
güenza y exterminio. No somos indiferentes con los movimientos de dere-
chos humanos que, con diferencias y matices, lucharon incansablemente por
recuperar a sus hijos desaparecidos y a sus nietos.
El Presidente compañero Néstor Kirchner fue un contundente batallador
de la larga lucha por la anulación de las leyes de obediencia debida y de pun-
to final. La entrega de la ESMA para la construcción del Museo de la Memo-
ria, convenio suscripto entre el Gobierno Nacional y el Gobierno de la Ciu-
dad, fue otro hito fundamental en la recuperación crítica de nuestro pasado re-
ciente. Hemos impulsado todas estas medidas, de la misma manera que so-
mos solidarios con el resarcimiento económico que el Estado plantea con los
nietos de los compañeros desaparecidos.
Somos defensores de una tradición política donde el Estado siempre jugó
un rol activo en defensa de los ciudadanos, y no vamos a renunciar a esta mi-
rada. Es precisamente el Estado quien tiene la obligación de responder a la
realidad en todas las dimensiones que la realidad presenta.
El Estado es el encargado de dar explicaciones y respuestas a todos los
sectores sociales que demanden legítimas soluciones para sus problemas,
sean estos de salud, educación, vivienda, trabajo y, en este caso, seguridad,
pero deben hacerlo sin ningún tipo de discriminación.
No nos cansamos de afirmar que para el Estado debe valer tanto la vida de
una víctima de un barrio adinerado y de familia distinguida, como la de un
ciudadano humilde, que habite en un barrio carenciado, en una villa o un
asentamiento.
Estimados visitantes y distinguidos panelistas, estimamos que esta Jorna-
da será de una gran importancia, por la calidad de las exposiciones que escu-
charemos y por la presencia de este calificado público que nos visita, pero
queremos recalcar muy fuertemente y repetir hasta el cansancio, una vez más,
los principios que albergan nuestro sentir para encarar este tema tan compli-
cado: no hay política de seguridad, por más buena que ésta sea, si no hay ple-
na vigencia de los derechos humanos.
Bienvenidos a esta casa. Muchas gracias.

Palabras de bienvenida / 11
La víctima y el rol del Estado
Dra. Alicia Pierini*

Sabemos que para encontrarle respuestas a los desafíos del presente,


primero hay que formularse correctamente las preguntas. O al menos in-
tentarlo.
En ese intento, propongo hacernos estas preguntas: ¿por qué las ciencias
penales están tan centradas en el delito y el delincuente y no se han ocupado
con igual interés de la víctima?; ¿corresponde que la victimología forme par-
te de las ciencias penales o no? o ¿acaso la victimología es un subproducto de
éstas?; ¿por qué reducir el término víctima a tan sólo las víctimas de delitos?;
¿cuáles son todas las circunstancias que determinan clases posibles de vícti-
ma?, porque de ello deduciremos los diferentes roles del estado. Y ¿cuáles son
esos roles del estado? Deberemos diferenciar en ese análisis entre política pú-
blica, estatal, gubernamental. Además, ¿qué nos muestra la historia local en
relación con el protagonismo de las víctimas? y ¿a qué está obligado el esta-
do en cada caso y cada situación?
Podríamos seguir hasta el infinito. Pero, paremos aquí y empecemos a
desgranarlas.
Vamos por la primera: ¿por qué el derecho penal se ha ocupado más del
delincuente que de sus víctimas?
El derecho penal es un derecho coercitivo, es decir que pauta la conducta
del hombre en sociedad a partir de determinados valores que busca asegurar.
Las conductas que no se ajustan a esas normas que imponen valores son san-
cionadas a partir del poder coercitivo del estado.

* Defensora del Pueblo. Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

12 / Alicia Pierini
Por ser esencialmente punitivo el derecho penal ha centrado su dogmáti-
ca en las teorías del delito (antijuridicidad y tipicidad), las teorías justificato-
rias de la pena, la doctrina de la responsabilidad -dolo o culpa- y las formas
de aplicación de la pena.
Es decir, es un derecho que asegura valores a través del poder punitivo del
estado. Se asegura lo valioso. Podríamos comparar: ¿qué era valioso en la Edad
Media? Respuesta: la salvación del alma. ¿Cómo funcionaba el poder puniti-
vo?: a través de la Inquisición. El mayor pecado era la herejía, la brujería, etc.
Comparemos con la era capitalista actual. ¿Qué es lo valioso? Respuesta:
el mercado. ¿Los principales delitos?: los que atentan contra el derecho de
propiedad o el tráfico ilegal (el que burla las leyes del mercado).
Veamos en general las teorías de la pena: para el retribucionismo, la pena
es el correlato equivalente al daño causado; para la teoría de la prevención ge-
neral la pena es ejemplarizadora y disuade la posibilidad transgresora y para
la teoría de la prevención especial, la pena disuade de la reincidencia.
Zaffaroni ubica a la víctima como sujeto pasivo dentro de la prevención
especial: es la relación entre víctima y victimario. Considera que los derechos
de la víctima –sujeto pasivo del injusto penal– han sido descuidados porque
el derecho penal tiene historia coercitiva, moralizante y peligrosista sin tomar
en cuenta a la víctima, y agrega que el estado, en su afán de pautar conductas
coercitivamente, ha expropiado los bienes jurídicos que corresponden a la
víctima y sólo le deja la reparación civil. Es decir, se ha despojado a la vícti-
ma de sus derechos a ser desagraviada o resarcida en forma directa por el
agraviante y el Estado domina el campo porque tiene el poder punitivo, coer-
citivo, que es el máximo de los poderes.
Modernamente el derecho penal ha evolucionado y hoy busca la considera-
ción de la víctima, incluso como impulsora del proceso penal. La experiencia
nos enseña que no hay mejor investigador que el propio ofendido, y que tan só-
lo hay que resguardarse de que el ofendido no se desvíe hacia la venganza, por-
que entonces estaríamos regresando al “ojo por ojo” del primitivismo penal.
¿Corresponde que sea éste un tema de las ciencias penales o excede ese
marco? Es otra de las preguntas formuladas. Todo parece indicar que excede
el marco de las ciencias penales. Máxime cuando empezamos a ver que el
concepto de víctima se amplía a numerosas situaciones del entramado social.
Cómo encuadraríamos si no a las víctimas de accidentes de tránsito, las de
violencia familiar o institucional, las víctimas de abuso de poder -no siempre

La víctima y el rol del Estado / 13


estatal ya que también hay poder patronal-, o a las víctimas de la injusticia so-
cial.
Creo que los derechos de las víctimas son parte de los derechos humanos,
y los derechos humanos incluyen pero exceden el marco penal.
Como siempre en derechos humanos, el estado es el sujeto obligado pri-
mordial. Y complementariamente pueden serlo otros actores sociales, además
del propio autor de la violencia, a partir de reconocer el derecho de las vícti-
mas a la reparación del daño causado.
¿Cuáles son entonces los roles del estado?
Como sujeto Regulador: legisla con leyes de fondo y de forma; ejerce
la supervisión de cumplimiento; coordina sus áreas internas; distribuye
subsidios.
Como sujeto de Garantías: administra justicia; sostiene las tres agencias
(policía, justicia y penitenciarios); lleva adelante la prevención.
Como sujeto Educador: promueve, previene y divulga el derecho.
Tiene además la obligación de asistir: según la vulnerabilidad de la víc-
tima, y según situaciones y emergencia.
También tiene el estado un rol Científico: debe hacer el monitoreo, la es-
tadística, las bases de datos, la investigación.
Porque no olvidemos que, en su rol de prevención, debe ser preventor de
emergencias que puedan producir víctimas. No se es víctima por voluntad
propia, sino que se deviene víctima por hechos ajenos o acontecimientos no
previstos.
El Estado es el que diseña las políticas públicas. Por lo tanto, también di-
seña las políticas públicas en relación con las víctimas. Política pública quie-
re decir proponer algo a partir de una racionalidad consensuada que abarca lo
estatal y lo no estatal.
Algo es público si interesa a la sociedad, porque tiene fines públicos o por-
que se realiza con dineros públicos.
El Estado (sujeto del derecho público) interviene si puede dar solución pú-
blica a partir del ejercicio de los roles antes mencionados. Pero no nos enga-
ñemos, hay cosas que el estado no puede proporcionarle a la víctima: la falta
de amor, la falta de una familia o la falta de fe no las remedia el estado. No
puede proponerse el estado más que hacer bien la política pública posible de
ser hecha.
Público significa una racionalidad consensuada. Si no es consensuada la

14 / Alicia Pierini
política puede ser estatal o meramente gubernamental, pero no es política pú-
blica, sino la política de un sector del gobierno. No basta la voluntad del pre-
sidente para que una política se convierta en pública si no obtuvo consenso.
Y consenso no es lo mismo que encuesta.
El Estado siempre es sujeto obligado a contar con recursos para cada su-
puesto, pero cuando la víctima ha devenido víctima por responsabilidad o au-
toría de un agente estatal, el Estado es doblemente obligado.
La historia en nuestro país nos muestra un movimiento victimológico im-
portante. Sin embargo, habría que diferenciar situaciones:
- Cuando el estado ha ejercido el terrorismo (víctimas masivas).
- Cuando funcionarios del estado han violentado el deber de proteger u otro
deber.
- Cuando las instituciones estatales ejercen violencia.
- Cuando instituciones no estatales ejercen violencia o alguno lo hace dentro
de ellas.
- Cuando el espacio público es violento (tránsito-accesibilidad).
- Cuando en el espacio público ocurren hechos violentos.

Si el estado no cumple con sus deberes para con las víctimas está claro que
existe un sistema judicial para compelerlo a ello. Pero si éste fracasara, no ol-
videmos que existe también el sistema de la protección internacional, una vez
agotados los recursos internos. Está previsto en el Pacto de San José de Cos-
ta Rica a nivel regional y en el sistema de las Naciones Unidas.
Resumiendo, entonces, las víctimas tienen sus derechos, y deberían cono-
cerlos primero, y luego, ejercerlos por sí mismas. Protagonizar sus derechos
es una manera de reducir el daño de la victimización.
Son Derechos de las víctimas: exigir la prevención general y la especial;
la administración de justicia; la investigación de la verdad; la participación
durante el proceso; peticionar a las autoridades. Además, pueden exigir repa-
ración, subsidios y/o tratamiento.
Ya que tanto hoy se relaciona el tema de las víctimas con el de seguridad,
terminemos diciendo que -a nuestro modesto entender- la primer seguridad es
la seguridad de los derechos y la posibilidad real de su ejercicio.
La seguridad que queremos es la de no llegar a ser víctima.

La víctima y el rol del Estado / 15


La víctima ante el principio de
oportunidad y la mediación penal
Dr. Gustavo Adolfo Letner*

Durante años he aprehendido que la víctima “no era parte en el proceso”.


Esa palabra marca un estigma en la misma. Con esta respuesta, la víctima se
veía imposibilitada de ver el expediente, de consultar su caso, entre otras
cuestiones.
Sin embargo, como bien nos enseña Hassemer “la víctima es un partícipe
necesario en las constelaciones del delito más clásicas: hurto, robo, estafa, le-
siones, homicidio. Quien no encuentra un objeto de ataque válido como víc-
tima, no podrá ser autor de un delito...”
¿Por qué titule esta charla como “la víctima ante el principio de oportu -
nidad y la mediación penal”? Porque entiendo que la incorporación de di-
chos institutos significa una nueva visión del papel de la víctima en la sustan-
ciación del proceso y porque la incorporación de ellos determina la inserción
de ésta como protagonista.

Breve descripción de los institutos. El Principio de Oportunidad y la Me-


diación Penal

Principio de Oportunidad: Fundamentos para su introducción

El proceso penal no resulta ser una entidad aislada sino que es parte de to-
do el sistema penal, por lo tanto, éste debe expresar, respetando su papel ins-
trumental, las decisiones de la política criminal del Estado.

* Subsecretario de Justicia. Intervención Federal, Santiago del Estero.

16 / Gustavo A. Letner
El proceso penal debe ser una herramienta que no puede ser opuesta o in-
diferente, sino que debe ser funcional a la política estatal sobre el delito.
Ante este panorama, lo primero que se avizora es la problemática vincu-
lada entre el principio de legalidad y el principio de oportunidad. Las prime-
ras cuestiones que se presentan a modo de interrogante son:
- si vamos a admitir criterios de oportunidad en el proceso penal o no y,
- si la respuesta es afirmativa, el siguiente interrogante será: ¿cuáles serán
esos criterios?, ¿quién los determinará? y ¿qué objetivos perseguirán?

Hoy hay un amplio consenso entre los operadores del sistema en la inapli-
cabilidad práctica de la legalidad, al menos, en su desarrollo a rajatabla sin
excepciones.
El mayor problema que se observa consiste en que, frente a la incapacidad
del sistema de procesar todos los casos que ingresan y otorgarles una salida
de calidad, la falta de criterios de oportunidad específicamente establecidos
en la legislación lleva a que se utilicen “criterios de selección encubiertos”
que, además de no estar legislativamente previstos, carecen de mecanismo de
control e impiden diseñar una política criminal coherente en todo el país.
En tal sentido, es frecuente que los casos de poca relevancia sean archiva-
dos o reservados sin criterios de actuación uniformes y, también, que existan
supuestos de prescripción de la acción penal, generalmente en casos comple-
jos (delincuencia económica, etc.) que no poseen personas detenidas y cuya
tramitación se demora más allá del término razonable por el colapso que ge-
neran otros casos.
De una u otra forma, el sistema expresa su incapacidad y los operadores
judiciales se ven obligados a utilizar métodos, en ocasiones, de dudosa cons-
titucionalidad.
Sostener la actual rigidez legal de la persecución penal, férreamente orde-
nada por el principio de legalidad, conspira seriamente contra la eficacia de
aquella, pues, por un lado, priva al proceso de herramientas valiosas de inves-
tigación y por otro, genera un fenómeno inevitable de selección, informal e
irresponsable, de casos a perseguir, dando prioridad, perversamente, a los más
leves. Todo con un gran desprecio por la opinión de la víctima.
Este proyecto de modificación quiere revertir esta situación, en procura de
una persecución penal más justa y más eficaz, operando sobre aquellos aspec-
tos.

La víctima ante el principio de oportunidad y la mediación penal / 17


Sin necesidad de adentrarnos a un fundamento de índole filosófico en el
que se emparienta la legalidad con las teorías absolutas del fin de la pena y el
principio de oportunidad con la visión del delito como conflicto, y en su ca-
so, vinculada con las teorías relativas de la pena, es fácil advertir que la vi-
gencia ciega del principio de legalidad carece de sentido, convirtiéndose en
un sistema de inevitable selección de casos a tratar.
El reflejo estadístico de esta situación suele mostrar una realidad perversa
porque como no se puede tratar todo, como lo que llega al sistema no puede
ser totalmente investigado, juzgado y eventualmente sancionado y como hay
una impotencia de los órganos públicos para dar abasto frente a este número
de delitos, el referido procedimiento de selección por parte de los órganos pú-
blicos se orienta hacia un fenómeno de priorización inversa: en lugar de afec-
tar los recursos a la investigación, juzgamiento y eventual castigo de los de-
litos más graves o de mayor interés público, el sistema judicial afecta la ma-
yor parte de sus recursos a tratar a los más leves y a los cometidos por inte-
grantes de los sectores más vulnerables de la sociedad.
Frente a esta situación se hace aconsejable buscar el modo de evitar que
la aludida selección se siga haciendo sin criterio, sin responsables, sin con-
trol, sin racionalidad, y sobre todo, sin recepción de los argumentos teóricos
que la postulan como conveniente.
En otras palabras, la selección de conflictos se efectúa de todos modos. Se
trata de una decisión de política legislativa dirigirla institucionalmente o de-
jar que se produzca a ciegas.
Esta propuesta se inscribe dentro de lo que se conoce como oportunidad
reglada. Significa que, sobre la base de la vigencia del principio de legalidad,
se admiten excepciones, siempre que se encuentren previstas como tales en la
ley penal.
Los criterios de oportunidad permiten desformalizar las actuaciones insti-
tucionales en pos de resolver el conflicto de la forma más beneficiosa a las
partes (composición) y menos onerosa para el Estado (mínima aplicación del
costoso proceso jurídico penal); ello reduce los recursos derivados a esta con-
flictiva para su aplicación a casos relevantes por su gravedad.
Simplificar el proceso implica establecer claramente la primacía de lo sus-
tancial por sobre lo formal y lo sustancial es el conflicto humano que subya-
ce al proceso.
Son estas razones básicas: aumentar la eficacia del sistema para perseguir

18 / Gustavo A. Letner
casos graves de alta complejidad y potenciar su capacidad de resolver conflic-
tos, lo que permite disminuir la sensación de impunidad en la comunidad y
legitima al Poder Judicial como institución básica del estado democrático.
Tan es así, que en la actualidad no quedan sistemas procesales en el mundo
occidental moderno que no hayan legislado sobre criterios de oportunidad,
sea adaptando el modelo anglo-americano de discrecionalidad en la adopción
de dichos criterios, sea estableciendo el esquema centroeuropeo de oportuni-
dad reglada.
Entre los países que incorporaron el principio de oportunidad encontra-
mos a Bolivia, Chile, Paraguay y Venezuela, mientras que Argentina, Ecua-
dor y Colombia continúan con el principio de legalidad procesal mas allá de
contadas excepciones como resultan ser el juicio abreviado y la suspensión
del juicio a prueba.

Incorporación de la Mediación Penal

Ya la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su resolución nº 40/34


del 29 de noviembre de 1985, declaraba y proclamaba “procesamientos infor-
males para la resolución de conflictos, incluyendo mediación, arbitraje y el
uso de prácticas que permitan una conciliación y una reparación por el daño
sufrido por las víctimas...”
¿Qué se busca? Provocar el compromiso de las partes en el tratamiento de
un conflicto. Se abandona el rol de espectador para ingresar en una discusión
activa sobre su problema.
La posibilidad de ingresar el conflicto a un proceso de mediación abre la
llave para que el caso se resuelva exitosamente, repara de algún modo el da-
ño y, lo más importante, opera preventivamente para aminorar la posibilidad
de aparición de otros conflictos futuros, sin perjuicio de que la vía penal se
mantenga abierta.
Es importante buscar las soluciones conjuntas más que la atribución de
culpas. Pero atención, que cuando hablamos de reparación, también estamos
hablando de un sentido amplio buscando un sentido simbólico para las partes
y no sólo la reparación patrimonial -tal vez considerada la más valiosa-. Lo
importante es arribar a una solución deseada y no meramente alcanzada.
La mediación resulta útil particularmente en aquellos supuestos en que
hay vínculos previos -cuando no futuros- entre las partes, con viejos desen-

La víctima ante el principio de oportunidad y la mediación penal / 19


cuentros y malentendidos que nunca lograron disiparse. La resolución judi-
cial, en este caso, aun dictada con el mayor acierto, difícilmente logrará des-
trabar estos enconos. Es más, probablemente los exalte. Pensemos en los ca-
sos de amenazas.

La importancia del acuerdo

El acuerdo debe estar dirigido no en términos de culpas o responsabilida-


des sino expresar también las prestaciones actuales o futuras a las que las par-
tes se comprometen.
No cabe duda de que se trata de una nueva forma de ver el Derecho Pe-
nal: entender el delito como un conflicto y no como una mera infracción a una
norma; entender a la víctima como real protagonista en el proceso y dejar de
ver al Estado como el expropiador del conflicto; entender al Poder Judicial
como parte esencial del Estado y a sus actos como un verdadero servicio en
la búsqueda de la paz social; priorizar la prevención a la represión, en defini-
tiva, son todas caras de una misma moneda.
Obviamente la mediación penal no es un remedio mágico ni adecuado pa-
ra todo tipo de delitos o toda clase de personas pero de la experiencia practi-
cada, por ejemplo, en el Centro de Mediación Penal existente en el ámbito de
la provincia de Buenos Aires, puede decirse que se han realizado mediacio-
nes en delitos tales como usurpaciones, lesiones, daños, problemas de vecin-
dad, amenazas, retenciones indebidas, exclusiones del lugar, impedimento de
contacto e incumplimiento en deberes de asistencia familiar, con gran éxito
en su aplicación.
Entendemos, en consecuencia, que su incorporación al código procesal
penal de la nación se adaptaría a la realidad local, con óptimos resultados, por
lo que vale la pena intentarlo.

El sentido de la pena y/o la reparación

¿Por qué judicializar todo lo que ingresa? ¿Toda reparación merece ser pu-
nitiva? ¿Por qué no, alternativa?
La sanción penal no puede dar respuesta a todos los conflictos legítimos
entre las personas. El estado judicializa las situaciones de acuerdo a paráme-
tros impuestos por el ordenamiento jurídico, que no abarca la totalidad de los
conflictos.

20 / Gustavo A. Letner
La sanción penal debe estar reservada a la resolución de conflictos de al-
ta intensidad y alto impacto, por lo que se promueve una solución consensua-
da entre las partes, siempre que esto no agravie el interés público.
Estoy hablando de conflictos originados en disfunciones familiares o co-
munitarias que requieren una resolución rápida que, con la aplicación del de-
recho penal, tiene poca posibilidad de éxito en términos generales. El derecho
penal, en términos de sensaciones, siempre llega tarde, para el común de la
gente llega el día después... Esto no es nuevo. La imposibilidad del sistema
para procesar todos los datos que llegan a su conocimiento obliga al ministe-
rio público a iniciar un camino en la búsqueda de llevar soluciones a aquellos
casos que únicamente engrosaban las estadísticas, pero que concretamente ja-
más llegaban a una resolución. Es así que comienzan distintas instituciones a
hacer hincapié en las diversas experiencias que fueron apareciendo en ba-
rrios, municipios.
La demanda de la población generalmente tiene como primer lugar de
queja los organismos públicos, colegios, universidades, colegios de abogados
y éstos pasaron a ser depositarios de conflictos vecinales y familiares y debie-
ron adecuar su funcionamiento para el tratamiento, orientación y derivación
de la demanda.
De esta forma comienzan a surgir mecanismos de conciliación y media-
ción que poco a poco fueron tomando cuerpo, que están llegando a la resolu-
ción pacífica de los conflictos, sin llegar a la judicialización de los mismos.

Víctima del delito y Víctima del sistema

Es interesante observar cómo, en muchos casos, el desarrollo del proceso


va alejando a la víctima de lo que realmente le sucedió, ya sea por el rol prota-
gónico que el Estado adopta, por la intermediación de los abogados, etc.. La
víctima pasa a tener un rol pasivo, que generalmente la deja insatisfecha, mien-
tras que el denunciado y/o imputado asiste más a la secuencia de los pasos pro-
cesales que a su accionar y a la repercusión genuina que en el afectado tienen.
El derecho penal rara vez soluciona el conflicto a la víctima, ya que no
puede el sistema penal reponer las cosas al estado anterior al hecho. En mu-
chos casos, el demandante, más que buscar la vindicta por un hecho definido,
busca la resolución rápida de una circunstancia conflictiva mediante la inter-
vención estatal.

La víctima ante el principio de oportunidad y la mediación penal / 21


La insatisfacción de la ciudadanía respecto de la tramitación judicial vie-
ne dada por el hecho de que muchas controversias se manejan con variables
de poca posibilidad de éxito en términos jurisdiccionales. Algunas no están
definidas claramente con respecto a qué delito se trata y otras por la insufi-
ciencia probatoria, que son la gran mayoría de los casos.
Esta clase de litigios, por diversos motivos, es maltratada por la maqui-
naria judicial que rechaza sistemáticamente los casos que no se encuentren
nomenclados dentro del trámite en el cual se encuentran entrenados los ope-
radores judiciales. El desenlace es el mismo, la falta de resultados. O sea, ar-
chivo, demoras, desestimaciones, prescripciones, cuando no la pérdida literal
del expediente.
En el camino quedó la demanda originaria de la víctima y la necesidad de
una solución concreta a su conflicto. Víctima ésta que al sumar una nueva de-
fraudación a su interés de justicia pasa a ser también víctima del sistema ju-
dicial.
Toda esta charla invita a que reflexionemos, a repensar los roles, a buscar
nuevos caminos que brinden la posibilidad de alcanzar una solución más con-
sensual de los conflictos, que conducen a la simplificación del rito, al ahorro
de recursos humanos y materiales en la administración de justicia penal y, en
definitiva, como nos enseña Julio Maier, a lograr soluciones más “justas” y
menos autoritarias para el caso.

22 / Gustavo A. Letner
I n s t rumentos no vinculantes de
Naciones Unidas y derechos de la víctima*
Dr. Alberto Bovino**

I. Introducción

El título de esta presentación es, con seguridad, demasiado ambicioso. El


objeto de esta breve exposición consiste en analizar tres instrumentos de Na-
ciones Unidas que sólo revisten el rango de soft law, esto es, declaraciones no
vinculantes pero que contienen pautas que deben ser respetadas por los Esta-
dos miembro de la ONU.
Es importante señalar que el derecho penal y el derecho procesal penal
comparado de los países de nuestra región han comenzado a desarrollar ins-
tituciones que pretenden evitar las consecuencias nocivas de toda interven-
ción penal formal -incluso del sometimiento a proceso-, reducir el uso de la
sanción penal -especialmente de la pena privativa de libertad-, racionalizar la
política de persecución estatal -concentrando esfuerzos y aumentando la efi-
ciencia en la persecución de los hechos más graves- y, además y especialmen-
te, atender las necesidades reales de las víctimas -satisfaciendo sus legítimos
intereses- y proporcionar opciones efectivas a los infractores -posibilitando su
reinserción social-.
Estos desarrollos propios del derecho procesal penal comparado en nada

* Este documento es un borrador que sólo pretendió servir de guía para la exposición oral
llevada a cabo en el marco de la JORNADA DE DEBATE “La responsabilidad del Estado frente a
las víctimas del delito”. En modo alguno pretende ser un trabajo exhaustivo.
** Abogado, Universidad de Buenos Aires. Master in Laws, Columbia University School of
Law. Profesor de Derecho penal y procesal penal, Universidad de Buenos Aires. Abogado del
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Buenos Aires.

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 23


se vinculan con la disciplina denominada “victimología”, que es una rama so-
ciológica que representaría la contracara de la sociología del control jurídico-
penal1 -o criminología de la reacción social-. Esta disciplina, si bien compar-
te con esta presentación y con sus presupuestos, en cierta medida, un interés
genérico por la víctima, difiere sustancialmente con el enfoque aquí propues-
to, que implica -a diferencia de la victimología- un análisis jurídico y políti -
co-criminal de la participación de la víctima como sujeto del derecho penal y
procesal penal. En este sentido, se puede afirmar que el renacimiento del in-
terés por los derechos e intereses de la víctima es un problema de política cri-
minal común que se está abriendo camino2, especialmente en los ordena-
mientos procesales más modernos de los países de nuestra región3.
Estas nuevas transformaciones, que han tenido lugar autónomamente en el
marco del derecho penal y procesal penal interno, han sido acompañadas por
desarrollos que, corriendo por vías paralelas pero independientes, han produ-
cido un corpus normativo que integra el derecho internacional de los dere-
chos humanos más reciente, plasmado fundamentalmente en un sinnúmero de
instrumentos internacionales no convencionales que -junto con tratados y
convenciones-, sin embargo, cada día adquieren mayor importancia y mayor
carácter vinculante.

1 Sobre posibles definiciones de la disciplina, cf. Larrauri, Elena, Victimología, en AA.VV., De


los delitos y de las víctimas, Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires, 1992; Viano, Emilio, Victimology: A New
Focus of Research and Practice, en AA.VV., Victim’s Right and Legal Reform: International Pers -
pectives, Ed. Oñati IISL, Oñati, 1991.
2 Cf., sobre esta tendencia en América Latina, Bovino, Alberto, La participación de la víctima
en el procedimiento penal, en Problemas del derecho procesal penal contemporáneo, Ed. Del
Puerto, Buenos Aires, 1998.
3 Cf., entre otros, Abrahamson, Shirley S., Redefining Roles: The Victims’ Rights Movement, en
“Utah Law Review”, 1985, vol. 1985, ps. 517 y ss.; Cárdenas, Juan, The Crime Victim in the
Prosecutorial Process, en “Harvard Journal of Law and Public Policy”, 1986, vol. 9, ps. 357 y
ss.; Eser, Albin, Acerca del renacimiento de la víctima en el procedimiento penal, en AA.VV.,
De los delitos y de las víctimas, Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires, 1992; Gittler, Josephine, Expanding
the Role of the Victim in a Criminal Action: An Overview of Issues and Problems, en “Pepperdi-
ne Law Review”, 1984, vol. 11, ps. 117 y ss.; Joutsen, Matti, Listening to the Victim: The Vic -
tim’s Role in European Criminal Justice Systems, en “The Wayne Law Review”, 1987, vol. 34,
ps. 95 y ss.; Maier, Julio B. J., La víctima y el sistema penal, en AA.VV., De los delitos y de las
víctimas, citado; Peerenboom, R. P., The Victim in Chinese Criminal Theory and Practice: A His -
torical Survey, en “Journal of Chinese Law”, 1993, vol. 7, ps. 63 y ss.; Peris Riera, Jaime M.,
Situación jurídico-procesal y económica de la víctima en España, en AA.VV., Victim’s Right and
Legal Reform: International Perspectives, Ed. Oñati IISL, Oñati, 1991.

24 / Alberto Bovino
Además de los instrumentos de carácter convencional y de las declaracio-
nes que, a pesar de no ser instrumentos convencionales, ya han adquirido ca-
rácter obligatorio por haber alcanzado la jerarquía de costumbre internacional
-v. gr. la Declaración Universal de Derechos Humanos-, existen otros instru-
mentos internacionales no convencionales:
“Los instrumentos de derechos humanos de carácter no contractual
incluyen, además de las declaraciones, otros instrumentos denomina-
dos reglas mínimas, principios básicos, recomendaciones, o códigos
de conducta. La obligatoriedad de tales instrumentos no depende de
su nombre sino de una serie de factores...”4.
Su multiplicidad y valor han sido reconocidos expresamente. En este sen-
tido, se afirma que el vertiginoso desarrollo del derecho internacional de los
derechos humanos “se ha multiplicado en numerosos tratados, principios y
otros instrumentos internacionales, que conforman hoy este nuevo corpus
normativo”5.
Debe quedar claro, sin embargo, que más allá del reconocimiento teórico
que se les atribuya, estos instrumentos constituyen parte del derecho internacio-
nal de los derechos humanos. Respecto a estos instrumentos, se manifiesta:
“Los órganos políticos de la ONU y de la OEA, si bien carecen de poderes le-
gislativos, constituyen foros que favorecen la formación del Derecho Internacio-
nal Consuetudinario, pues facilitan la tarea de comprobar la práctica y la opinio
juris de los Estados. El Juez de la Corte Internacional de Justicia, Jiménez de
Aréchaga [...] merece ser citado:
‘Por otro lado, la Asamblea General no sólo es el órgano principal de las Nacio-
nes Unidas, sino también es un órgano formado de representantes de todos los
Estados miembros [...]. Esto significa que la Asamblea General es un foro en el
que [...] se reúnen casi todos los Estados, y en el que dichos Estados, después del
correspondiente debate, pueden expresar sus opiniones y su voluntad colectiva
respecto a los principios y normas jurídicas que han de regir la conducta de los
Estados’”6.

4 O’Donnell, Daniel, Protección internacional de los derechos humanos, Ed. Comisión Andina
de Juristas, Lima, 1989, 2ª ed., p. 18.
5 Abregú, Martín, La aplicación del derecho internacional de los derechos humanos por los tri -
bunales locales: una introducción, en AA.VV., La aplicación de los tratados sobre derechos hu -
manos por los tribunales locales, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1997, p. 3.
6 O’Donnell, Protección internacional de los derechos humanos, cit., ps. 22 y siguiente.

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 25


También debe quedar claro cuál es el importantísimo papel que debe cum-
plir el poder judicial para hacer efectivas las obligaciones internacionales.
Frente a un incumplimiento total o parcial de una obligación internacional de
cualquier órgano del Estado, “es a la justicia a quien corresponderá arbitrar
los medios para garantizar el goce del derecho, tanto porque en el derecho in-
terno el Poder Judicial es el garante final de los derechos de las personas, co-
mo porque es al estamento judicial al que compete la responsabilidad por la
incorporación de las normas internacionales al derecho interno”7.
Por lo demás, la inaplicación judicial de la norma contraria a las obliga-
ciones internacionales ni siquiera exige solicitud de parte pues, tal como se
señala, el sentido de las obligaciones derivadas de los instrumentos interna-
cionales de derechos humanos “es el de subrayar que la norma internacional
en materia de derechos humanos integra el orden jurídico vigente y goza de
una presunción de ejecutividad. Por ello, su invocación por la parte en el pro-
ceso no es conditio sine qua non para su aplicación por el juez, que puede
traerla al caso mediante la aplicación del principio iuria curia novit”8.
Así, por ejemplo, nos ocuparemos de los siguientes instrumentos: las Re-
glas mínimas de las Naciones Unidas sobre las medidas no privativas de la li-
bertad (Reglas de Tokio)9, las Directrices sobre la función de los fiscales10 y,
especialmente, de la Declaración sobre principios fundamentales de justicia
para las víctimas de delitos y abuso de poder11. Todos estos instrumentos in-
ternacionales no vinculantes -en especial las Reglas de Tokio y la Declaración
sobre principios fundamentales de justicia para las víctimas de delitos y abu-
so de poder- plasman principios del derecho internacional de los derechos hu-
manos que, con el tiempo, se transforman en derecho consuetudinario -como
hoy sucede, por ejemplo, con las conocidas Reglas mínimas de Naciones Uni-

7 Méndez, Juan E., Derecho a la verdad frente a las graves violaciones a los derechos huma -
nos, en AA.VV., La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales loca -
les, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1997, p. 532.
8 Pinto, Mónica, Temas de derechos humanos, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1997, ps. 51 y
siguiente.
9 Resolución 45/110 de la Asamblea General de Naciones Unidas del 14/12/90.
10 Informe del Octavo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Trata-
miento del Delincuente, La Habana, 27/8 al 7/9/90, resolución nº 26.
11 Adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas el 29/11/1985 por resolución
40/34.

26 / Alberto Bovino
das para el tratamiento de los reclusoS12- y, por lo tanto, derecho vigente.
Los estándares establecidos en esos instrumentos, por otro lado, coinciden
en gran medida con los principales fundamentos político-criminales de las
nuevas instituciones jurídicas reguladas en el proceso de reforma de la admi-
nistración de justicia penal que hoy tiene lugar en América Latina. Por este
motivo, se trata de instrumentos de gran utilidad, que nos brindan criterios in-
terpretativos que deben guiar todas las medidas de los Estados parte de la
ONU en el diseño e implementación de su política criminal. Es por estas ra-
zones que algunos de nuestros tribunales ya han aplicado estos instrumentos
internacionales en decisiones jurisprudenciales.
Debe quedar claro, por otra parte, que con la reforma de 1994, los crite-
rios de interpretación del derecho internacional de los derechos humanos for-
man parte del derecho vigente argentino. En este sentido, se señala:
“Luego de la reforma constitucional de 1994, las posibilidades de aplica-
ción del derecho consuetudinario de los derechos humanos se dan especialmen-
te en cuanto a los principios hermenéuticos y a los contenidos de algunas decla-
raciones adoptadas por las Naciones Unidas…”13.

II. Declaración sobre los principios fundamentales de justicia para las


víctimas de delitos y del abuso de poder

II. 1. La definición de víctima


El instrumento más importante en relación con los derechos de la víctima
del delito es, sin duda, la Declaración sobre los principios fundamentales de
justicia para las víctimas de delitos y del abuso de poder.
Una de las funciones más importantes de este instrumento consiste en la
amplitud con que define a quién se debe considerar víctima de un delito o de
abuso de poder. Así, entran en la categoría de víctimas:
• Las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclu-
sive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera
o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuen-

12 Informe del Primer Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Trata-
miento del Delincuente.
13 Pinto, Temas de derechos humanos, cit., p. 80.

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 27


cia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los
Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder.
• La calidad de víctima es independiente de que se identifique, aprehenda,
enjuicie o condene al perpetrador, como también independiente de la rela-
ción familiar entre el perpetrador y la víctima.
• Finalmente, la regla 18 extiende el concepto de víctima a las personas que,
individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas
o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sus-
tancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u
omisiones que no lleguen a constituir violaciones del derecho penal nacio-
nal, pero violen normas internacionalmente reconocidas relativas a los de-
rechos humanos.

De este modo, la Declaración coloca en idéntica situación tanto a las víc-


timas de delitos como a las víctimas de abuso de poder, en la medida en que
la acción que las hubiera victimizado, sin ser un hecho punible, constituya
una violación a normas internacionales de derechos humanos.
Mas allá de ello, los nuevos ordenamientos procesales, al mismo tiempo
que han adoptado, como regla, la figura del acusador particular o querellan-
te, como sujeto que posee facultades sustantivas en el procedimiento penal,
han ampliado la definición de víctima, si bien limitada a la víctima que ha si-
do afectada por la comisión de un hecho punible. Así, por ejemplo, el art. 70
del CPP Costa Rica dispone:
“ARTÍCULO 70.- Víctima
Se considerará víctima:
a) Al directamente ofendido por el delito.
b) Al cónyuge, conviviente con más de dos años de vida en común,
hijo o padre adoptivo, parientes dentro del tercer grado de consan-
guinidad o segundo de afinidad y al heredero declarado judicialmen-
te, en los delitos cuyo resultado sea la muerte del ofendido.
c) A los socios, asociados o miembros, respecto de los delitos que
afectan a una persona jurídica, cometidos por quienes la dirigen,
administran o controlan.
d) A las asociaciones, fundaciones y otros entes, en los delitos que
afectan intereses colectivos o difusos, siempre que el objeto de la
agrupación se vincule directamente con esos intereses”.

28 / Alberto Bovino
A su vez, el artículo 117 del CPP Guatemala define a la víctima -a la que
denomina “agraviado”- del siguiente modo:
“Artículo 117.- Agraviado. Este Código denomina agraviado:
1) A la víctima afectada por la comisión del delito.
2) Al cónyuge, a los padres y a los hijos de la víctima y a la persona
que conviva con ella en el momento de cometerse el delito.
3) A los representantes de una sociedad por los delitos cometidos con-
tra la misma y a los socios respecto a los cometidos por quienes la di-
rijan, administren o controlen.
4) A las asociaciones en los delitos que afecten intereses colectivos o
difusos, siempre que el objeto de la asociación se vincule directamen-
te con dichos intereses”.

II. 2. Acceso a la justicia


La regla que mejor resume los diversos derechos de la víctima garantiza-
dos en la DECLARACIÓN es, quizá, la regla 4. En ella se garantiza un trato dig-
no, el acceso a los mecanismos judiciales y el derecho a la reparación del da-
ño sufrido. Así, la regla 4 dispone:
“4. Las víctimas serán tratadas con compasión y respeto por su dig-
nidad. Tendrán derecho al acceso a los mecanismos de la justicia y a
una pronta reparación del daño que hayan sufrido, según lo dispues-
to en la legislación nacional”.

En cuanto a los mecanismos judiciales, el instrumento dispone que deben


establecerse y profundizarse “mecanismos judiciales y administrativos que
permitan a las víctimas obtener reparación mediante procedimientos […] que
sean expeditos, justos, poco costosos y accesibles”, y también prevé la obli-
gación de informar “a las víctimas de sus derechos para obtener reparación
mediante esos mecanismos” (regla 5).
La regla 6 es, probablemente, la que prevé la mayor cantidad de prestacio-
nes que deben ser puestas a disposición de la víctima en el marco de los pro-
cedimientos judiciales, con especial referencia al procedimiento penal. Así, la
regla citada establece los siguientes deberes:
“6. Se facilitará la adecuación de los procedimientos judiciales y admi-
nistrativos a las necesidades de las víctimas:
a) Informando a las víctimas de su papel y del alcance, el desarrollo
cronológico y la marcha de las actuaciones, así como de la decisión de

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 29


sus causas, especialmente cuando se trate de delitos graves y cuando ha-
yan solicitado esa información.
b) Permitiendo que las opiniones y preocupaciones de las víctimas
sean presentadas y examinadas en etapas apropiadas de las actuacio-
nes siempre que estén en juego sus intereses, sin perjuicio del acusado y
de acuerdo con el sistema nacional de justicia penal correspondiente;
c) Prestando asistencia apropiada a las víctimas durante todo el pro-
ceso judicial.
d) Adoptando medidas para minimizar las molestias causadas a las
víctimas, proteger su intimidad, en caso necesario, y garantizar su
seguridad, así como la de sus familiares y la de los testigos en su favor,
contra todo acto de intimidación y represalia.
e) Evitando demoras innecesarias en la resolución de las causas y en la
ejecución de los mandamientos o decretos que concedan indemnizacio-
nes a las víctimas” (destacado agregado).

Como se puede apreciar, la regla citada contiene todo un programa que re-
conoce derechos sustantivos a la víctima en lo que se vincula con los proce-
dimientos iniciados a raíz del hecho que la ha victimizado. Este programa, en
gran medida, se ha reflejado en los códigos más modernos de América Lati-
na, tales como por ejemplo, el CPP Costa Rica, el CPP Bolivia, el CPP Chi-
le, el CPP Paraguay, etcétera. Así, por ejemplo, el artículo 71 del CPP Costa
Rica14 dispone:
“ARTICULO 71.- Derechos de la víctima
Aunque no se haya constituido como querellante, la víctima tendrá los
siguientes derechos:
a) Intervenir en el procedimiento, conforme se establece en este Códi-
go.
b) Ser informada de las resoluciones que finalicen el procedimiento,
siempre que lo haya solicitado y sea de domicilio conocido.
c) Apelar la desestimación y el sobreseimiento definitivo.
La víctima será informada sobre sus derechos, cuando realice la de-
nuncia o en su primera intervención en el procedimiento”.

14 Utilizaremos el CPP Costa Rica como ejemplo pues es uno de los exponentes más para-
digmáticos del movimiento de reforma de la administración de justicia penal que se ha da-
do en América Latina en las últimas décadas.

30 / Alberto Bovino
La regla de la Declaración se complementa con disposiciones de las Di-
rectrices sobre la función de los fiscales, otro instrumento de la ONU, en cu-
yos considerandos se puede leer:
“Considerando que en la Declaración sobre los Principios Fundamentales de
Justicia para las Víctimas de Delitos y del Abuso del Poder se recomienda la
adopción de medidas en los planos nacional e internacional a los fines de mejo-
rar el acceso de las víctimas de delitos a la justicia y a un trato justo, al resarci-
miento, la indemnización y la asistencia…”.

De manera consistente con dicho principio, la regla 2.b de las Directrices


dispone:
“2. Los Estados adoptarán las medidas necesarias para que:
[…]
b) Los fiscales tendrán una formación y capacitación adecuadas y se-
rán conscientes de los ideales y obligaciones éticas correspondientes a
su cargo, de la protección que la Constitución y las leyes brindan a los
derechos del sospechoso y de la víctima, y de los derechos humanos
y libertades fundamentales reconocidos por el ordenamiento jurídico
nacional e internacional” (destacado agregado).

Por su parte, la directriz 13 complementa las obligaciones que surgen de


la DECLARACIÓN. En efecto, tal directriz establece:
“13. En cumplimiento de sus obligaciones, los fiscales:
[…]
b) Protegerán el interés público, actuarán con objetividad, tendrán de-
bidamente en cuenta la situación del sospechoso y de la víctima, y
prestarán atención a todas las circunstancias pertinentes, prescindien-
do de que sean ventajosas o desventajosas para el sospechoso;
[…]
d) Considerarán las opiniones e inquietudes de las víctimas cuando
se vean afectados sus intereses personales y asegurarán que se informe
a las víctimas de sus derechos con arreglo a la Declaración sobre los
Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de Delitos y
del Abuso del Poder” (destacado agregado).

En este sentido, los nuevos códigos prevén la consulta a la víctima cuan-


do se aplican mecanismos alternativos a la pena o a la persecución penal, co-
mo sucede, por ejemplo, con la consulta dispuesta por el art. 25 del CPP Cos-

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 31


ta Rica antes de resolver sobre la eventual aplicación del instituto de la suspen-
sión del procedimiento a prueba, o en el art. 76 bis del Código Penal argenti-
no para el mismo instituto, en relación con la oferta de reparación que realiza
el imputado. Lo mismo sucede con el consentimiento del agraviado previsto
en el art. 25 del CPP Guatemala para aplicar los criterios de oportunidad.
Más allá de los mecanismos de intervención mencionados, es importante
señalar los deberes de asistencia hacia las víctimas que, regularmente, se da-
rán simultáneamente con la intervención en los procedimientos judiciales, o
cuando se tramite un procedimiento, aunque la víctima no desee participar en
él. En este sentido, las reglas 14 a 16 de la DECLARACIÓN disponen:
“14. Las víctimas recibirán la asistencia material, médica, psicológica y
social que sea necesaria, por conducto de los medios gubernamentales, vo-
luntarios, comunitarios y autóctonos.
15. Se informará a las víctimas de la disponibilidad de servicios sanitarios
y sociales y demás asistencia pertinente, y se facilitará su acceso a ellos.
16. Se proporcionará al personal de policía, de justicia, de salud, de servi-
cios sociales y demás personal interesado capacitación que lo haga recep-
tivo a las necesidades de las víctimas y directrices que garanticen una ayu-
da apropiada y rápida.
17. Al proporcionar servicios y asistencia a las víctimas, se prestará aten-
ción a las que tengan necesidades especiales por la índole de los daños su-
fridos o debido a factores como los mencionados en el párrafo 3 supra”.

En este aspecto, algunos de estos deberes han sido recogidos por el texto
del CPP Nación, que en tres disposiciones establece:
“Artículo 79: Desde el inicio de un proceso penal y hasta su finaliza-
ción, el Estado nacional garantizará a las víctimas de un delito y a los
testigos convocados a la causa por un órgano judicial el pleno respeto
de los siguientes derechos:
a) A recibir un trato digno y respetuoso por parte de las autoridades
competentes;
b) Al sufragio de los gastos de traslado al lugar donde la autoridad
competente designe;
c) A la protección de la integridad física y moral, inclusive de su familia;
d) A ser informado sobre los resultados del acto procesal en el que ha
participado;
e) Cuando se tratare de persona mayor de setenta (70) años, mujer em-

32 / Alberto Bovino
barazada o enfermo grave a cumplir el acto procesal en el lugar de su residen-
cia, tal circunstancia deberá ser comunicada a la autoridad competente con la de-
bida anticipación.
Artículo 80: Sin perjuicio de lo establecido en el artículo precedente, la víctima
del delito tendrá derecho:
a) A ser informada por la oficina correspondiente acerca de las facultades que
puede ejercer en el proceso penal, especialmente la de constituirse en actor civil
o tener calidad de querellante;
b) A ser informada sobre el estado de la causa y la situación del imputado;
c) Cuando fuere menor o incapaz, el órgano judicial podrá autorizar
que durante los actos procesales en los cuales intervenga sea acompa-
ñado por persona de su confianza, siempre que ello no coloque en pe-
ligro el interés de obtener la verdad de lo ocurrido.
Artículo 81: Los derechos reconocidos en este capítulo deberán ser
enunciados por el órgano judicial competente, al momento de practi-
car la primera citación de la víctima o del testigo”.

Estos deberes cobran especial atención cuando se trata de víctimas de ac-


tos de violencia doméstica o de agresiones sexuales. El nuevo CPP Costa
Rica es un buen ejemplo de las medidas que pueden adoptarse para prote-
ger a cierta clase de víctimas que se encuentran en una especial situación de
desprotección. También las Oficinas de Atención a la Víctima que hoy son
creadas en todos los países y jurisdicciones en los cuales se ha dado un pro-
ceso de reforma son centros que intentan cumplir con los deberes señalados.

II. 3. Mecanismos conciliatorios

Otra de las formas de protección de los intereses de la víctima son los me-
canismos de solución alternativa de conflictos o institutos que buscan solu-
ciones composicionales. Todo ello para tratar de satisfacer la necesidad de re-
parar el daño causado. Es por ello que la regla 7 de la Declaración dispone:
“7. Se utilizarán, cuando proceda, mecanismos oficiosos para la solución de con-
troversias, incluidos la mediación, el arbitraje y las prácticas de justicia consue-
tudinaria o autóctonas, a fin de facilitar la conciliación y la reparación en favor
de las víctimas” (destacado agregado).
Para favorecer la utilización de estos mecanismos alternativos, las Direc-
trices establecen:

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 33


“18. De conformidad con la legislación nacional, los fiscales conside-
rarán debidamente la posibilidad de renunciar al enjuiciamiento, interrumpir-
lo condicional o incondicionalmente o procurar que el caso penal no sea consi-
derado por el sistema judicial, respetando plenamente los derechos del sospe-
choso y de la víctima. A estos efectos, los Estados deben explorar plenamente
la posibilidad de adoptar sistemas para reducir el número de casos que pasan la
vía judicial no solamente para aliviar la carga excesiva de los tribunales, sino
también para evitar el estigma que significan la prisión preventiva, la acusación
y la condena, así como los posibles efectos adversos de la prisión” (destacado
agregado).

Las Reglas de Tokio, por su parte, establecen en sentido coincidente res-


pecto de medidas alternativas a la pena la necesidad de atender los intereses
de la víctima:
“3. Salvaguardias legales
[…]
3.2 La selección de una medida no privativa de la libertad se basará en
los criterios establecidos con respecto al tipo y gravedad del delito, la
personalidad y los antecedentes del delincuente, los objetivos de la
condena y los derechos de las víctimas” (destacado agregado).

Nuevamente resulta útil acudir al CPP Costa Rica que, por un lado, con-
tiene una regla general que dispone como finalidad central del procedimien-
to la solución del conflicto y, por el otro, regula e incentiva la conciliación y
la reparación del daño como modos de terminar con el caso penal. Así, el art.
7 del CPP establece:
“Artículo 7.- Solución del conflicto
Los tribunales deberán resolver el conflicto surgido a consecuencia del hecho, de
conformidad con los principios contenidos en las leyes, en procura de contribuir
a restaurar la armonía social entre sus protagonistas”.

Por su parte, los artículos 30 y siguientes disponen:


“Artículo 30.- Causas de extinción de la acción penal
La acción penal se extinguirá:
[…]
k) Por la conciliación.
[…]
“Artículo 36.- Conciliación

34 / Alberto Bovino
En las faltas o contravenciones, en los delitos de acción privada, de ac-
ción pública a instancia privada y los que admitan la suspensión condicional de
la pena, procederá la conciliación entre víctima e imputado, en cualquier mo-
mento hasta antes de acordarse la apertura a juicio.
En esos casos, si las partes no lo han propuesto con anterioridad, en el momen-
to procesal oportuno, el tribunal procurará que manifiesten cuáles son las condi-
ciones en que aceptarían conciliarse.
Para facilitar el acuerdo de las partes, el tribunal podrá solicitar el asesoramiento
y el auxilio de personas o entidades especializadas para procurar acuerdos entre
las partes en conflicto, o instar a los interesados para que designen un amigable
componedor. Los conciliadores deberán guardar secreto sobre lo que conozcan
en las deliberaciones y discusiones de las partes.
Cuando se produzca la conciliación, el tribunal homologará los acuerdos y de-
clarará extinguida la acción penal.
El tribunal no aprobará la conciliación cuando tenga fundados motivos para es-
timar que alguno de los intervinientes no está en condiciones de igualdad para
negociar o ha actuado bajo coacción o amenaza.
No obstante lo dispuesto antes, en los delitos de carácter sexual, en los cometi-
dos en perjuicio de menores de edad y en las agresiones domésticas, el tribunal
no debe procurar la conciliación entre las partes ni debe convocar a una audien-
cia con ese propósito, salvo cuando lo soliciten en forma expresa la víctima o sus
representantes legales”.

II. 4. La reparación del daño sufrido


Por último, es importante señalar que la reparación del daño causado por
el delito o el abuso de poder es una preocupación central en la política cri-
minal contemporánea y en el ámbito del derecho internacional de los dere-
chos humanos. En este sentido, las reglas 8, 9 y 11 de la DECLARACIÓN e s-
tablecen:
“8. Los delincuentes o los terceros responsables de su conducta resar-
cirán equitativamente, cuando proceda, a las víctimas, sus familiares o
las personas a su cargo. Ese resarcimiento comprenderá la devolución
de los bienes o el pago por los daños o pérdidas sufridos, el reembol-
so de los gastos realizados como consecuencia de la victimización, la
prestación de servicios y la restitución de derechos.
9. Los gobiernos revisarán sus prácticas, reglamentaciones y leyes de
modo que se considere el resarcimiento como una sentencia posible en
los casos penales, además de otras sanciones penales.

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 35


11. Cuando funcionarios públicos u otros agentes que actúen a título
oficial o cuasi oficial hayan violado la legislación penal nacional, las
víctimas serán resarcidas por el Estado cuyos funcionarios o agentes
hayan sido responsables de los daños causados…”.

Sin embargo, debemos tener en cuenta el especial contenido que tiene el


concepto de reparación en el derecho penal, que no debe asimilarse a una in-
demnización civil. El concepto de reparación que se propone no se debe con-
fundir con el pago de una suma de dinero15. La reparación se debe entender
como cualquier solución que objetiva o simbólicamente restituya la situación
al estado anterior a la comisión del hecho y satisfaga a la víctima -v. gr. la de-
volución de la cosa hurtada, una disculpa pública o privada, la reparación mo-
netaria, trabajo gratuito, etc.-. Se trata de abandonar un modelo de justicia pu-
nitiva para adoptar un modelo de justicia reparatoria.
El modelo de justicia punitiva se caracteriza por definir la ilicitud pe-
nal como infracción a una norma. En él la persecución penal es pública y
no depende de la existencia de un daño concreto alegado por un individuo,
y los intereses de la víctima son dejados de lado. En este marco, la inter-
vención del derecho penal redefine un conflicto entre dos individuos -au-
tor y víctima- como un conflicto entre uno de esos individuos -el autor- y
el Estado.
El modelo de justicia reparatoria16, en cambio, se caracteriza por construir la
infracción penal como la producción de un daño, es decir, como la afectación de
los intereses de una persona determinada. La persecución permanece en manos del
individuo que ha soportado el daño y el Estado no interviene coactivamente en el
conflicto -que permanece definido como conflicto interindividual- y, cuando lo ha-
ce, es porque la víctima lo solicita expresamente. La consecuencia principal para
el autor del hecho en este modelo consiste, en general, en la posibilidad de poder
recurrir a algún mecanismo de composición que, genéricamente, permite el
restablecimiento, fáctico o simbólico, de la situación a su estado anterior.

15 Sobre los distintos significados de la reparación, cf. Rodríguez Delgado, Julio A., La repa -
ración como sanción jurídico-penal, tesis de doctorado, Barcelona, 1998, inédita, ps. 116 y
siguientes.
16 Sobre las diferencias entre justicia punitiva y reparatoria, cf. Lenman, Bruce y Parker,
Geoffrey, The State, the Community and the Criminal Law in Early Modern Europe, en AA.VV.,
Crime and the Law. The Social History of Crime in Western Europe since 1500, Ed. Europa Pu-
blications, Londres, 1980.

36 / Alberto Bovino
En este contexto, el dato más importante para determinar la razonabili-
dad del acuerdo consiste en la satisfacción de la víctima, y no en el punto
de vista de un tercero, ajeno al conflicto, que analice el contenido del
acuerdo aplicando criterios objetivos de proporcionalidad derivados del or-
denamiento jurídico. Así, si por un delito que ha causado un daño patrimonial
el acuerdo consiste en un pedido público de disculpas del imputado dirigido
a la víctima, y ésta se siente genuinamente satisfecha con esa medida repara-
toria, el acuerdo debe ser aceptado.
En este sentido, es necesario recordar que este mecanismo representa
un reconocimiento del interés concreto de la víctima, razón por la cual só-
lo la víctima, en principio, es la persona idónea para evaluar la justicia de
la reparación o del acuerdo. Así, aun cuando, en términos objetivos, la re-
paración no guarde proporcionalidad con el daño -por ejemplo, según las
reglas resarcitorias del derecho civil-, el juez debe respetar el acuerdo si
la víctima expresa su satisfacción. La reparación puede ser objetiva, co-
mo sucede si el imputado restituye una cosa hurtada, o simbólica, como su-
cede cuando se entrega una suma de dinero porque se causó un daño irrepa-
rable. Ahora bien, la reparación simbólica puede consistir en la entrega de
una suma de dinero, en la realización, por parte del imputado, de una pres-
tación, o en cualquier otro acto que represente la satisfacción de la vícti-
ma.
El CPP Costa Rica cuenta, entre las causales de extinción de la acción
penal, la reparación integral del daño causado, tanto cuando se trata de da-
ño individual como cuando se trata de daño social. Así, dispone:
“Artículo 30.- Causas de extinción de la acción penal
La acción penal se extinguirá:
[…]
j) Por la reparación integral del daño particular o social causado, rea-
lizada antes del juicio oral, en delitos de contenido patrimonial sin gra-
ve violencia sobre las personas o en delitos culposos, siempre que la
víctima o el Ministerio Público lo admitan, según el caso…”.
En este sentido, se reconoce, en referencia al concepto de reparación
del CPP Costa Rica, que “la reparación integral puede concebirse
como todo pago, compensación o acuerdo que deje satisfecha a la
parte que la exige. Dentro de la filosofía que plantea el Código del
96, pareciera que el sentido amplio es la forma adecuada de inter-
pretar el mandato de ‘reparación integral’. Verlo de otra manera se-

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 37


ría volver los ojos al Estado, nuevamente, para que sea el Poder Público
quien decida, en vez de la víctima, cuándo hay una reparación integral, con lo
cual nuevamente se estará expropiando el derecho de la víctima u ofendido de
d e c i d i r ”1 7 .

La preocupación por la reparación integral del daño ha motivado que


en la DECLARACIÓN se proponga una obligación complementaria a carg o
del propio Estado para aquellos casos en que el victimario no resulte ca-
paz de reparar el daño causado. Así, las reglas 12 y 13 de la DECLARACIÓN
prevén:
“12. Cuando no sea suficiente la indemnización procedente del delincuente o
de otras fuentes, los Estados procurarán indemnizar financieramente:
a) A las víctimas de delitos que hayan sufrido importantes lesiones corporales o
menoscabo de su salud física o mental como consecuencia de delitos graves;
b) A la familia, en particular a las personas a cargo, de las víctimas que hayan
muerto o hayan quedado física o mentalmente incapacitadas como consecuen-
cia de la victimización.
13. Se fomentarán el establecimiento, el reforzamiento y la ampliación de fon-
dos nacionales para indemnizar a las víctimas. Cuando proceda, también podrán
establecerse otros fondos con ese propósito, incluidos los casos en los que el Es-
tado de nacionalidad de la víctima no esté en condiciones de indemnizarla por el
daño sufrido”.

III. La reparación integral en el sistema interamericano

Para finalizar, resulta adecuado señalar que más allá de las reglas y de-
beres citados, que tienen por objeto central influir en el derecho interno de
los Estados, es importante resaltar el concepto de reparación integral que
se abre camino desde hace años en el ámbito del derecho internacional de
los derechos humanos.
Para poner un ejemplo, es interesante señalar el caso del asesinato de la

17 ISSA EL KHOURY, Henry, La reparación del daño como causal de extinción de la acción penal,
en AA.VV., Reflexiones sobre el nuevo proceso penal, Ed. Asociación de Ciencias Penales de
Costa Rica, San José, 1996, 2ª ed., ps. 203 y s. (destacado agregado).
18 CORTE IDH, Caso Myrna M ACK CHANG vs. Guatemala, Sentencia de 25 de noviembre de
2003, las medidas que se enuncian a continuación corresponden al punto XVII —Puntos Re-
solutivos, párr. 301.

38 / Alberto Bovino
antropóloga Myrna Mack Chang18. En el caso Mack, la Corte Interamericana
ordenó, como medidas de reparación integral, las siguientes prestaciones:
a) El Estado debe cumplir con el deber de investigar efectivamente los he-
chos del presente caso, con el fin de identificar, juzgar y sancionar a to-
dos los autores materiales e intelectuales, y demás responsables de la
ejecución extrajudicial de Myrna Mack Chang, y del encubrimiento de
la ejecución extrajudicial y de los otros hechos del presente caso.
b) El Estado debe remover todos los obstáculos y mecanismos de hecho
y derecho que mantienen en la impunidad el presente caso, otorgar las
garantías de seguridad suficientes a las autoridades judiciales, fisca-
les, testigos, operadores de justicia y a los familiares de Myrna Mack
Chang y utilizar todas las medidas a su alcance para diligenciar el
proceso.
c) El Estado debe publicar dentro del plazo de tres meses a partir de la no-
tificación de la presente Sentencia, al menos por una vez, en el Diario
Oficial y en otro diario de circulación nacional, los hechos probados.
d) El Estado debe realizar un acto público de reconocimiento de su respon-
sabilidad en relación con los hechos de este caso y de desagravio a la
memoria de Myrna Mack Chang y a sus familiares, en presencia de las
más altas autoridades del Estado.
e) El Estado debe honrar públicamente la memoria de José Mérida Esco-
bar, investigador policial, en relación con los hechos del presente caso.
f) El Estado debe incluir, dentro de los cursos de formación de los miem-
bros de las fuerzas armadas y de la policía, y de organismos de seguri-
dad, capacitación en materia de derechos humanos y Derecho Interna-
cional Humanitario.
g) El Estado debe establecer una beca de estudios, con el nombre de Myr-
na Mack Chang.
h) El Estado debe darle el nombre de Myrna Mack Chang a una calle o pla-
za reconocida en la Ciudad de Guatemala y colocar en el lugar donde fa-
lleció, o en sus inmediaciones, una placa destacada en su memoria que
haga alusión a las actividades que realizaba.
i) El Estado debe pagar la cantidad total de u$s 266,000.00 (doscientos se-
senta y seis mil dólares de los Estados Unidos de América) o su equiva-
lente en moneda guatemalteca por concepto de indemnización del daño
material.

Instrumentos no vinculantes de Naciones Unidas y derechos de la víctima / 39


j) El Estado debe pagar la cantidad total de u$s 350,000.00 (trescientos
cincuenta mil dólares de los Estados Unidos de América) o su equiva-
lente en moneda guatemalteca por concepto de indemnización del daño
inmaterial.

40 / Alberto Bovino
Vigencia de las garantías
constitucionales
Dr. Miguel Talento*

La amplitud de la temática que se me ha asignado, “Vigencia de las garan-


tías constitucionales”, y la brevedad del tiempo de exposición estipulado pa-
ra los integrantes de la mesa determinan la necesidad de circunscribir el con-
tenido de mi intervención a aspectos específicos relacionados con esta Jorna-
da de Debate.
La ley Suprema de la Nación, en su primera parte, “Declaraciones, dere-
chos y garantías” y en incisos del artículo 75, recepta la evolución histórica
que han merecido el reconocimiento y la protección de los derechos natura-
les del hombre, al compás de los tiempos.
Estos derechos, de raíz histórica, forjados a partir de las luchas de los mo-
vimientos populares contra la opresión de los Estados absolutistas se institu-
yen, como lo enseña el profesor Norberto Bobbio, al inicio de la Edad Mo-
derna junto con la concepción individualista de la sociedad y se convierten en
uno de los indicadores principales del progreso histórico. Sostiene Bobbio
“que los derechos humanos, por muy fundamentales que sean, son derechos
históricos que nacen gradualmente, no todos de una vez y para siempre, en
determinadas circunstancias caracterizadas por luchas por la defensa de nue-
vas libertades contra viejos poderes”1. Y nuestro texto constitucional, en su
devenir, es ostensible expresión de dicha evolución.
Desde los denominados derechos de primera generación, dirigidos a ga-
rantizar la vida, la libertad personal y la llamada libertad negativa, reconoci-

* Diputado, Vicepresidente 2º de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


1 Norberto Bobbio, El tiempo de los derechos, Editorial Sistema, Madrid, 1991, p.14.

Vigencia de las garantías constitucionales / 41


dos desde la organización constitucional de 1853/1860, se llegó a la reforma
de 1949, en la cual se establecieron, en capítulos independientes al de los
“Derechos, deberes y garantías de la libertad personal” correspondiente a los
tradicionales hasta allí vigentes, los nuevos derechos de segunda generación.
Estos se incorporaron como “Derechos del trabajador, de la familia, de la an-
cianidad y de la educación y de la cultura” y de “La función social de la pro-
piedad, el capital y la actividad económica”.
Todos conocemos la suerte que tuvo la reforma de 1949, que introdujo el
espíritu del constitucionalismo social a nuestra Carta Magna tras el camino
que abrió la Constitución mexicana. Dicha reforma fue dejada sin efecto por
la “Proclama del 27 de abril de 1956” emitida por el gobierno de facto instau-
rado en septiembre de 1955. La Convención Constituyente, convocada por las
autoridades surgidas de aquel golpe de Estado a los fines de la reforma par-
cial de la Ley Suprema, sólo logró sesionar a los fines de incorporar al texto
de 1853/1860, con sus reformas de 1866 y 1898, el artículo denominado 14
bis y añadir entre las facultades del Congreso de la Nación, enunciadas en el
entonces inciso 11 del artículo 67, la de dictar el código del trabajo y seguri-
dad social. Reparó así, muy parcialmente, la exclusión que dictatorialmente
dispuso de los derechos sociales.
Reestablecido el sistema constitucional en la Argentina en 1983, con di-
versas motivaciones que no es materia aquí considerar, se impulsó la adecua-
ción de la Constitución Nacional para así hacer cesar la incertidumbre acerca
de la legitimidad del texto constitucional que, valga recordarlo, también ha-
bía sido objeto de una reforma de facto en 1972. Esta sólo afectó la segunda
parte de la Carta Magna, aun cuando al proscribir al General Perón para la
elección de marzo de 1973, determinó la necesidad de realizar dos elecciones
presidenciales en aquel año.
Así, en 1994 se reunió la Convención Constituyente reformadora de la
Constitución Nacional que, entre otras muchas significativas modificaciones,
incorporó al texto constitucional los derechos de tercera generación, entre
ellos el derecho a vivir en un ambiente no contaminado, igualmente estable-
ció que corresponde al Congreso proveer lo conducente al desarrollo huma-
no, al progreso económico con justicia social, a la investigación y al desarro-
llo científico y tecnológico, su difusión y aprovechamiento y los derechos de
los usuarios y consumidores.
En igual oportunidad, en el actual inciso 22 del artículo 75 de la Constitu-

42 / Miguel Talento
ción Nacional, se dispuso que las declaraciones, pactos, convenciones y tra-
tados allí enumerados, suscriptos por la Argentina en materia de derechos hu-
manos, en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía constitucional, no
derogan artículo alguno de la primera parte de la Constitución y deben enten-
derse complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos. Igual
jerarquía se ha establecido a futuro para los demás tratados y convenciones
sobre derechos humanos que sean aprobados por ambas Cámaras del Congre-
so con el voto de las dos terceras partes de la totalidad de sus respectivos
miembros.
¿Cuál es el valor de todas esas disposiciones constitucionales en materia
de derechos humanos? Y me refiero a todas ellas, desde las de 1853 a las de
1994. Frente a cualquier norma jurídica, y vaya si las incorporadas en la
Constitución Nacional lo son, podemos formularnos tres preguntas: ¿son jus-
tas o injustas?; ¿son válidas o inválidas?; ¿son eficaces o ineficaces? Estos
criterios de evaluación son, según Bobbio2, independientes entre sí. El prime-
ro, la justicia, corresponde al problema de la mayor o menor correspondencia
entre la norma y los valores superiores o finales que inspiran un determinado
orden jurídico y dan lugar a la filosofía del derecho como teoría de la justi-
cia.
El problema de la validez es el problema de la existencia de la regla en
cuanto tal, con independencia del juicio de valor sobre su contenido de justi-
cia y da lugar a la filosofía del derecho como teoría general del derecho.
El problema de la eficacia es el problema de si la norma es o no cumplida
y, en el caso de ser violada, que se la haga valer por medios coercitivos. Esta
cuestión da lugar, dentro de la filosofía del derecho, a la sociología jurídica.
No tenemos dudas en afirmar que las garantías constitucionales son justas
por ser el resultado del proceso histórico que vivió nuestro país como Nación
desde su organización nacional y responden a las aspiraciones de nuestra co-
munidad.
Tampoco dudamos de su validez dado el origen del órgano que las emitió,
expresión de la soberanía popular.
Sin duda, el problema irresuelto es el de la eficacia que remite a la cues-
tión de quién es o quiénes son los destinatarios de las normas que han esta-
blecido las garantías consagradas en el texto constitucional.

2 Norberto Bobbio, Teoría general del derecho, Editorial Debate, Madrid, 1996, págs. 33 y ss.

Vigencia de las garantías constitucionales / 43


La atribución de un derecho implica necesariamente la existencia de un
sujeto obligado. Es un principio jurídico reconocido que no hay derecho per-
sonal al que no corresponda una obligación personal.
Está claro que los beneficiarios de los derechos humanos consagrados en
nuestra constitución son todos los habitantes del suelo argentino, sin discri-
minación. Pero, ¿quiénes son los obligados a su observancia? Y, ¿quién o
quiénes tienen la responsabilidad por la inobservancia de tales derechos?
También es principio jurídico reconocido que no existe deuda u obligación
sin que exista responsabilidad por la ausencia del cumplimiento del deber o
por una acción positiva que vulnere el derecho de otro. Es decir, la responsa-
bilidad se da tanto por acción como por omisión.
E ingresando, en concreto, a la temática en consideración en este debate,
la problemática que se plantea es si además y en qué forma -subsidiaria o so-
lidaria a la de los autores y partícipes de los hechos que ocasionan víctimas-
el Estado es o no responsable por los daños provocados en razón de no haber
cumplido con su deber de garantizar los derechos consagrados para los habi-
tantes de la Nación.
Al derecho de toda persona a la vida, a su integridad física, a la supervi-
vencia en condiciones dignas, a su honor y honestidad, como a todos los de-
más derechos de primera, segunda o tercera generación corresponde la obli-
gación del Estado de garantizar tales derechos.
Las acciones que el Estado, como autor y a través de sus funcionarios, ha
ejecutado en detrimento de los derechos de las personas vienen siendo reco-
nocidas jurisprudencial y legislativamente desde antaño. También cuando se
ha tratado de omisiones de sus funcionarios atribuibles a negligencia, impru-
dencia o inobservancia de reglas de las artes o profesiones. Otro tanto, se ha
determinado, acontece cuando los daños corresponden a situaciones deriva-
das de la llamada responsabilidad objetiva por las cosas de las que se sirve.
El tema que queda abierto al debate es si el Estado, frente a la víctima de
un delito, debe responder como garante de los derechos de las personas, por
los daños y perjuicios consecuencia del acto ilícito y, en su caso, la extensión
de la reparación que fuere a su cargo.
También, y si en su caso, debe dejarse al criterio jurisprudencial la deter-
minación de la responsabilidad estatal para la hipótesis o si resulta necesario
reglamentar legislativamente la efectividad de la garantía.
Otro aspecto a considerar es si corresponde dejar librada a la apreciación

44 / Miguel Talento
de los jueces la determinación del monto de la reparación o establecer una es-
cala tarifaria.
Me pronuncio por la certeza de la garantía estatal, lo que implica la nece-
sidad de establecer legislativamente a nivel nacional la responsabilidad patri-
monial del Estado frente a todo ilícito que vulnere las garantías constitucio-
nales, con carácter solidario a la de sus autores o partícipes, y que dicha re-
paración sea integral, compensatoria de todos los daños materiales y morales
padecidos por la víctima y/o derechohabientes y lo más inmediata posible.
Consideraciones atinentes a la solidaridad social motivan esta postura.

Vigencia de las garantías constitucionales / 45


La asistencia a la víctima desde el
Estado de la Ciudad de Buenos Aires.
Su problemática
Dra. Alejandra Tadei*

La temática requiere entender las limitaciones con las que nos encon-
tramos en la Ciudad de Buenos Aires. Primero que nada, tenemos que enten-
der que cuando nos referimos a víctimas del delito estamos abordando el tema
desde la perspectiva del Código penal.
Nosotros, por la Ley Cafiero Nº 24.588, carecemos de las facultades que
tiene cualquier provincia de hacer Códigos de procedimientos y de tener tri-
bunales penales para que apliquen ese Código Penal. En consecuencia,
actualmente desde la Ciudad de Buenos Aires no podemos intervenir activa-
mente en lo que sería la modificación de las normas para posibilitar un rol
más activo de la víctima en el marco del proceso penal. Está fuera de nues-
tras tareas poder dictar nuestros Códigos de procedimientos y tener nuestros
propios jueces en la práctica de la justicia penal. No podemos participar en lo
que sería, desde mi punto de vista, la modernización o aplicación de los cri-
terios más modernos en materia de derecho penal en este aspecto. Por eso,
propiciamos la derogación de los artículos 7, 8 y 10 de dicha ley y, en este
sentido, es muy auspicioso que por primera vez desde la autonomía de la
Ciudad se hayan unido veinticinco diputados por la Capital (pertenecientes a
diferentes bancadas) para firmar los proyectos de derogación.
Sin embargo, la Ciudad no es ajena a prestar atención y asistencia a la víc-
tima, y aquí me refiero específicamente a “víctima de delito”, porque también
podemos hablar de “víctima” en sentido amplio, y allí observaríamos una
curiosa superposición de personas que son víctimas en general, porque son las

* Procuradora General del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

46 / Alejandra Tadel
personas más excluidas dentro de esta sociedad, pero vamos a acotar, en este
caso, el análisis a las víctimas de delito, haciendo la diferenciación entre deli-
tos cometidos desde el Estado, por abuso de poder de agentes dependientes
del mismo, y delitos comunes cometidos por particulares.
La Ciudad de Buenos Aires, a pesar de que no tiene directa competencia
para intervenir en el tema, no ha permanecido ajena a la problemática de la
víctima.
Históricamente surgió un reclamo de los vecinos respecto del acer-
camiento de la justicia penal a los barrios. Si bien esto era una inquietud que
había experimentado el Ministerio Público de la Nación en el caso de la
Fiscalía de Saavedra, esta idea fue retomada por los vecinos de la Ciudad de
Buenos Aires con varios aspectos positivos; entre ellos, tener la fiscalía más
cerca rompe con todas estas lógicas que se ofrecen en tribunales, explicadas
por el Dr. Letner en su ponencia.
Si el fiscal está en el barrio, tiene forzosamente que recibir a los vecinos,
explicarles en qué estado está la causa, tiene que atender en un horario más
extenso que las 13:30, hora en que cierran los tribunales, para que los veci-
nos puedan acudir y plantear allí no sólo la denuncia sino también solicitar un
acompañamiento durante el proceso de instrucción de la causa. Es por eso que
se celebró en el año 2001 un convenio con el Ministerio Público Fiscal de la
Nación, convenio que está ratificado por la Ley Nº 614, por el cual la Ciudad,
sin tener en rigor la obligación, se compromete a proveer ayuda material para
el mantenimiento de las fiscalías (Convenio de Cooperación N° 4, publicado
en el BOCBA N° 1138 del 22 de febrero de 2001)
Dicha ayuda comprende el alquiler del inmueble y la provisión de distin-
tos insumos que permiten que, aunque la fiscalía es nacional, funcione en el
barrio.
La primera fiscalía instalada a partir del convenio fue la Fiscalía de
Saavedra, extendiéndose luego a las Fiscalías de La Boca y de Pompeya
(Actas Acuerdo Complementarias de la Ley Nº 614 Nº 2 y Nº 10 respectiva-
mente).
Esta última fiscalía surgió a partir del reclamo y como pedido de los famil-
iares de víctimas de delito, especialmente de la madre de Ezequiel Demonty,
aunque en la zona había habido otros casos anteriores de víctimas de la
autoridad policial. Entonces, y particularmente en estos casos, el hecho de
tener la fiscalía cerca permite a los vecinos -que desconfían de la autoridad

La asistencia a la víctima desde el Estado de la Ciudad de Buenos Aires / 47


policial encargada de la recepción de la denuncia pero al mismo tiempo auto-
ra del delito- confiar en que el reclamo de los familiares puede funcionar
como forma de prevenir futuros abusos policiales, porque la presencia del
área judicial en el barrio funciona como control.
La Ciudad de Buenos Aires tiene de esta manera, como objetivo máximo,
derogar la ley Cafiero en estos aspectos pero, como algo previo, va colabo-
rando con el proceso de acercamiento de las fiscalías a los barrios. Además,
la Ciudad celebró un convenio institucional, el “Convenio para la creación de
un servicio asistencial jurídico gratuito para las víctimas del delito en el
ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, junto con el Colegio
Público de Abogados, la Procuración General de la Nación, y el entonces
Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, este
último encargado de otorgar una suma de dinero para aquellos abogados que
van a asistir jurídicamente, ya sea acompañando en una querella o acom-
pañando en una denuncia y en distintos tipos de trámites a la víctima de deli-
to (Texto del convenio aprobado por Decreto Nº 2353/GCBA/2003 publica-
do en el BOCBA 1834 del 9 de diciembre de 2003).
Finalmente la Ciudad también dictó a fines del año pasado dos leyes, por
una se crea un programa de asistencia a la víctima del delito cometido por
autoridad pública (ley 1224 publicada en el BOCBA 1851 del 6 de enero de
2004) y por la otra un programa de asistencia a la víctima de delito común
(ley 1216 publicada en el BOCBA 1851 del 6 de enero de 2004). Estos pro-
gramas son integrales, se desarrollan en el ámbito del Poder Ejecutivo y
prestan una asistencia social, psicológica y jurídica a cargo de la Dirección
General de Atención y Asistencia a la Víctima, encabezada actualmente por
la Lic. Mara Brawer.
Está claro que cuando hablamos de víctima de delito nos encontramos
ante un delito consumado, no estamos hablando aquí de prevención pero sí de
que el rol tradicional del Estado no sólo consiste en la persecución del autor
del delito, dejando de lado, quizás por los orígenes del derecho penal, toda
preocupación respecto de la víctima. Me parece que lo que estamos haciendo
en la Ciudad es asistir a la víctima no sólo desde el punto de vista jurídico,
acompañándola en la denuncia, sino también acompañarla en todos los
trámites que pueden ser muy agresivos y terminan causando revictimización.
Acompañar a la víctima como querellante, tal como comentaba el Prof.
Bovino respecto de la decisión de la Cámara Federal de obligar a los defen-

48 / Alejandra Tadel
sores a ser querellantes, provoca una gran contradicción en el Ministerio
Público de la Defensa, porque los defensores además de que son, propor-
cionalmente, muchos menos que los fiscales, tienen recarga de tarea y son los
que defienden al acusado, y justamente entonces, resulta contradictorio otor-
garle al mismo Ministerio Público, que tiene una sola cabeza y que tiene un
funcionamiento vertical, el rol de la parte contraria que sería el de querellar.
Nosotros por eso consideramos que también es interesante que los abogados
que forman parte del convenio puedan asesorar y, en el caso de que la persona
quiera, acompañar en el rol de querellante a la víctima. Pero hay además
muchísimas otras cosas y otro tipo de asistencias que no son sólo las
económicas, que se le pueden dar a la víctima, no para evitarle haber sido víc-
tima pero sí para tratar de minimizar, en lo posible, todo dolor y toda la pér-
dida que implica haber sido víctima de un delito.
Quiero decir que coincido con el principio de oportunidad explicado por
el Dr. Letner y que, si bien la Ciudad tiene un equipo interdisciplinario de
mediadores que funcionan en los Centros de Gestión y Participación y atien-
den conflictos entre vecinos (y también mediadores escolares, formando para
ello a los propios alumnos), me asusta un poco pensar en la mediación para los
delitos que se producen en el ámbito familiar. Parecería que se pretende mini-
mizar este tipo de delitos, los relacionados con la violencia doméstica, al pen-
sar que todo se puede resolver con una adecuada mediación entre agresor y
agredido. Más bien me parece que es más que importante, en estos casos, crear
conciencia de que esto es muy grave, de que son delitos y de que hay víctimas
de los mismos que probablemente requieran apoyo institucional (aseso-
ramiento legal, tratamiento psicológico, refugios, etc.) independientemente de
lo que se pueda hacer por la resocialización y tratamiento del delincuente.
Finalmente quería decir que estamos trabajando con la Dirección de la
Mujer también reconociendo los límites de no poder formar parte del tema
penal nacional, en algún tipo de contención de víctimas de delitos sexuales. En
estos casos suele ocurrir que, el hecho de hacer la denuncia, los sucesivos
exámenes médicos, etc., revictimiza generalmente a la mujer (sin descontar
que podría ser también un hombre quien sufriera este tipo de delito).
Estamos trabajando en todo esto pero no es fácil, ya que tenemos que con-
siderar que todo lo que hacemos en la Ciudad luego tendría que ser válido co-
mo prueba en un ámbito ajeno, que sería el de la Justicia Nacional. Estamos
trabajando para generar redes, para que el estudio médico se realice inme-

La asistencia a la víctima desde el Estado de la Ciudad de Buenos Aires / 49


diatamente en algún hospital de la Ciudad; todo lo cual podría servir como
prueba, tomando los debidos recaudos de testigos, etc., inclusive generar ban-
cos con muestras de semen que pudieran servir para hacer estudios compara-
tivos. Hay que trabajar para evitar la sucesión de pericias y de exámenes
médicos a los que son sometidas las víctimas de este tipo de delito. Para esto
requerimos la colaboración y el común acuerdo con el Ministerio Público de
la Nación, porque sino podemos hacer de todo pero después, no sirve en el
caso concreto como prueba.
Es importante reconocer también todo lo que están haciendo las víctimas
para hacer uso de determinados derechos. Me parece que en este país tenemos
historia desde las Madres de Plaza de Mayo, los familiares de detenidos y
desaparecidos, que en momentos en que no se hablaba de ciertas cosas, no
desistieron, siguieron dando vueltas a la Plaza y plantearon los reclamos
internacionales, contribuyendo muchísimo a iluminar toda esta temática. Pero
quiero decir que así como tenemos esa historia y esa tradición, hoy aparecen
también una serie de casos como María Soledad de Catamarca, el caso de
Santiago del Estero, o acá en la Ciudad de Buenos Aires la mamá de Ezequiel
Demonty, que evidencian que cuando se animan a salir de ese dolor tan terri-
ble que es haber perdido un hijo o un familiar muy querido y pueden denun-
ciar y luchar por el esclarecimiento de un tema, no sólo recuperan la dignidad
sino que también contribuyen mucho a prevenir futuros delitos.

50 / Alejandra Tadel
Modelos de intervención en casos
de violencia contra la mujer
Lic. Dévora Tomasini*

La problemática de la victimización considera al tema de la violencia fa-


miliar no sólo como referida a situaciones explícitas de violencia física sino,
también, a aquellas que están en el orden de lo psicológico, lo sexual, lo eco-
nómico, etc.
La complejidad del entramado que constituye el fenómeno de la violencia
familiar requiere un abordaje transdisciplinario, en tanto son situaciones que
implican a un sujeto tomado como un todo, afectan a la persona en sus múl-
tiples aspectos.
Si bien la ley 24.417 enmarca a cualquier miembro que forme parte de la
familia como posible víctima de la violencia, este término -tomado desde lo
cotidiano- alude a situaciones que sufren las mujeres y los niños/as, ya que
las estadísticas indican que una de cada tres o cada cinco mujeres en Améri-
ca Latina sufre alguna forma de violencia. Evidentemente ésta es una situa-
ción que se puede dar también hacia un hombre pero lo cierto es que, no in-
genuamente, son las mujeres y los/las niños/as las víctimas privilegiadas de
la violencia doméstica.
En el modelo androcéntrico de la modernidad y la cultura patriarcal domi-
nante se homologa el concepto de diferencia al de desigualdad. Hombres y
mujeres son diferentes, pero tienen igualdad de derechos. Circula una frase
que nosotras intentamos reforzar desde nuestra tarea cotidiana que dice: “ab-
soluta tolerancia a las diferencias, pero cero tolerancia hacia las desigualda-
des”. Las situaciones de violencia en una cultura patriarcal, como la que pre-

* Coordinadora del Servicio Público de Asistencia Integral a la Violencia Doméstica y Sexual.


Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Modelos de intervención en casos de violencia contra la mujer / 51


domina, conducen a pensar en relaciones singulares que están unidas a la
ideología del poder que replica dicho modelo y que trae aparejadas fuertes
asimetrías entre hombres y mujeres y entre “mayores y menores”. Es impor-
tante aclarar que recién en los últimos años se está produciendo una modifi-
cación positiva en el modo de nombrar a niñas, niños y adolescentes, ya que
lo habitual es nombrarlos como menores, porque nuestra cultura todavía hoy
sigue simbólicamente sosteniendo cuestiones que tienen que ver con una
fuerte asimetría en los vínculos interpersonales; por lo cual no es difícil pen-
sar que las principales relaciones de violencia en el ámbito doméstico se dan
hacia mujeres y niños/as.
Hay muchos autores que diferencian entre violencia emocional, violencia
física y violencia sexual aunque, a decir verdad, tanto las estadísticas como el
análisis de la casuística que nosotras llevamos a cabo desde hace muchos años
dentro de la Dirección General de la Mujer, nos muestran que estas diferentes
manifestaciones de la violencia siempre van relacionadas. No hay violencia fí-
sica sin una previa y paralela violencia psicológica. En realidad, en primera
instancia la violencia sexual es también física y psicológica. Es más, en la ma-
yoría de los casos, una golpiza culmina con la violación marital.
Cada vez son más los casos que llegan a la consulta en la Dirección Ge-
neral de la Mujer, y la pregunta circulante es si hay más violencia hacia las
mujeres y si hay más violencia en el ámbito de las relaciones interpersonales.
La verdad es que nosotras no tenemos la respuesta, no sabemos si hay más o
menos violencia, lo que sí sabemos es que, por suerte, hoy en día estas situa-
ciones han empezado a dejar de estar invisibilizadas; hay más mujeres que se
atreven a comentar estas situaciones y esto es fundamental para el desarrollo
de nuevas y más eficientes políticas públicas. Hoy contamos con ciudadanas
y ciudadanos que empezaron a pensar que existen nuevas y mejores formas
de vivir y de vincularse en el ámbito de las relaciones amorosas.
Desde nuestro trabajo en la Dirección General de la Mujer (GCABA),
pensamos que hay por lo menos tres ejes fundamentales desde donde abordar
esta problemática: el asistencial, el preventivo y el promocional.
Desde lo asistencial, trabajamos con un abordaje transdisciplinario. Con-
tamos con equipos compuestos por profesionales de disciplinas diferentes pe-
ro complementarias: por un lado, el trabajo social y la sociología; por otro,
la psicología, que aporta también elementos sustanciales y, finalmente, el de-
recho, que es fundamental en el tratamiento de la violencia doméstica. Pero,

52 / Dévora Tomasini
a diferencia de otras instituciones, el gran desafío que nosotras estamos inten-
tando -con mayor o con menor éxito- es que no existan miradas recortadas
por los diferentes saberes de cada disciplina sino, por el contrario, intentamos
construir diagnósticos y estrategias únicas de abordaje elaborados en forma
conjunta y basados en las distintas aportaciones teóricas de las profesionales
intervinientes.
Lo contrario sería entender a las personas como si fueran compartimentos
estancos, como si en realidad cuando hablamos de un sujeto que padece vio-
lencia, no nos estuviéramos refiriendo a una persona integral, indivisible, que
está padeciendo en todas y cada una de las áreas de su vida. Estamos hablan-
do de personas que desde su padecimiento van construyendo su subjetividad,
estamos hablando de personas que han sido vulneradas en sus derechos hu-
manos, estamos hablando -en definitiva- de personas a quienes la violencia
les atravesó su condición de existencia. Con lo cual, lo que nosotras hacemos
es un diagnóstico único donde intervienen las tres disciplinas, tratando de mi-
rar al sujeto como un todo. Y, a su vez, teniendo en cuenta que se trata de mu-
jeres que están sujetadas a una cultura -esto es, habladas por una cultura- que
comprende un conjunto de creencias y valores que les son propios y que de-
finen los modos de vivir y relacionarse de los sujetos en sociedad.
Contamos con nueve centros integrales que brindan asistencia psicológica,
legal y social. La asistencia psicológica brindada puede ser individual o grupal,
dependiendo del caso. Esta diferenciación responde a que en determinadas cir-
cunstancias la persona requiere, en un primer momento, abordar su problema
de manera individual y luego se la integra al grupo. Para nosotras es prioritaria
la asistencia psicológica porque las mujeres vienen con un proceso muy fuerte
de aislamiento, producto de la violencia familiar pero, además, ésta también
produce una indefensión aprendida a partir de tantos años de maltratos.
En situaciones de extrema gravedad contamos con el Refugio Mariquita
Sánchez, donde se brinda asistencia y alojamiento, apoyo psicológico, patro-
cinio jurídico gratuito y se desarrollan actividades que apuntan a lo promo-
cional, para que las mujeres puedan volver a insertarse en el mercado laboral,
volver a rearmar vínculos sociales y familiares. En relación con esto último,
uno de los fenómenos más fuertes que se producen en las situaciones de vio-
lencia familiar, es que las mujeres terminan rompiendo sus relaciones con la
familia de origen, en función de esta coerción permanente que tienen con la
relación de pareja.

Modelos de intervención en casos de violencia contra la mujer / 53


Nuestra subjetividad se constituye ligada a modelos y valores sociales, por
lo cual cuando abordamos la problemática de la violencia, lo hacemos desde
lo asistencial y, evidentemente, en esto tiene que ver lo político, lo económi-
co y lo ideológico. La violencia familiar, la violencia doméstica, la violencia
en el noviazgo, la violencia en general, en todos los vínculos interpersonales,
constituye un fenómeno social que está ligado a estos tres ejes. Entendemos
por político a las relaciones asimétricas que existen entre los sujetos; asime-
trías que a veces están en el orden de lo simbólico y otras en el orden de lo
real. Hay un ejemplo de esto en un muy lindo video que muestra que cuando
se les pregunta a niños de muy corta edad “Si se te rompe la bicicleta y tenés
que llevarla a arreglar, qué pasa si cuando llegas a la bicicletería te encontrás
a una señora que es la que está arreglándolas?” y el niño contesta: “Y… no
se la dejo, porque las mujeres de eso no entienden”.
Por último, en lo preventivo, trabajamos con escuelas, organismos barria-
les y organismos no gubernamentales, a través de un programa que se llama
“Sembrando caminos para la no violencia”. Allí trabajamos con adolescentes,
con padres/madres de niños y niñas que concurren a los colegios y también
con docentes. Al abordar las cuestiones que tienen que ver con las relaciones
entre los distintos géneros lo hacemos en función de los mitos que aún sub-
sisten, de cómo es visualizada la mujer en la sociedad, de cómo es socializa-
da, de qué se espera de ella y qué se espera de los varones.
Cabe agregar que la violencia de género es la violencia hacia la mujer y
hacia el hombre, en tanto no se respeta la singularidad de cada sujeto. Pero si
bien esto es así, tenemos que decir que hay un largo camino que recorrer en
cuanto a la situación de las mujeres, porque somos nosotras las que padece-
mos con mayor frecuencia situaciones de desventaja respecto de los varones.
Desde lo preventivo y promocional trabajamos para romper con las valo-
raciones desiguales de hombres y mujeres, que están ligadas a la cultura pa-
triarcal. Lo promocional tiene que ver con generar una cultura basada en el
cuidado del otro, en la aceptación del otro como un ser diferente, en el respe-
to de esas diferencias, en la no dominación de hombres y mujeres, en la equi-
dad y buscando el empoderamiento y la autonomía de las mujeres, estimulan-
do la posibilidad de ocupar espacios de poder.

54 / Dévora Tomasini
Victimología hoy, estrategia frente a
las nuevas modalidades delictivas
Dr. Eugenio Freixas*

En principio, me parece oportuno esbozar una introducción acerca de có-


mo llego a estar en esta situación de referirme, frente a ustedes, a las cuestio-
nes vinculadas con la asistencia de personas que han sido víctimas de delitos.
La respuesta guarda relación con mi pertenencia a la Oficina de Asistencia In-
tegral a la Víctima del Delito, cuyas labores se desarrollan en el marco de las
tareas que lleva adelante el Ministerio Público Fiscal desde 1998.
Tras la reforma de la Constitución Nacional en 1994 y, en especial, tras la
sanción de la ley de Ministerio Público en marzo de 1998, es claro que los ob-
jetivos que persigue la actuación del Ministerio Público Fiscal son dos: a) la
defensa de la legalidad y b) la defensa de los intereses generales de la socie-
dad. En ese marco, además, la ley establece como deber/atribución el diseñar
la política criminal del Ministerio Público Fiscal (art. 33 inc. e).
Desde ese marco normativo, el Procurador General entendió que la forma
de explorar y profundizar sobre la definición de los “intereses generales de la
sociedad” era profundizando los lazos con la comunidad y descubriendo, a par-
tir de ese contacto, sus intereses y preocupaciones, para lo cual se dispuso la
puesta en funcionamiento del “Programa de Acercamiento a la Comunidad”.
En el marco de ese acercamiento, se terminó de definir, con certeza, que
la asistencia a las víctimas constituye una materia desatendida en la práctica
y cuya atención no sólo es legítimamente reclamada por la comunidad, ade-
más, constituye un imperativo ético para la función del Ministerio Público.
Esta categórica definición proviene de analizar la situación de las víctimas

* Director de la Oficina de Asistencia Integral a la Víctima del Delito dependiente de la Pro-


curación General de la Nación.

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas / 55


desde la óptica de los derechos humanos, a través de las normas y principios
que los inspiran, aun cuando constituya tal vez una novedad -y por ello su-
ponga enfrentarnos a alguna dificultad-.
El análisis de ambas dimensiones nos pone, además, frente a un gran de-
safío pues, a poco que uno repase las normas internacionales de derechos hu-
manos, cae en la cuenta que, en relación con las víctimas de delitos, poco se
dice en esos instrumentos, salvo aisladas excepciones, entre las que resalta la
Convención sobre los Derechos del Niño.
El imperativo ético al que aludiera lleva aparejada la necesidad de una mi-
rada omnicomprensiva del conflicto social que significa el delito, pues resul-
ta necesario quitar al reclamo legítimo de las víctimas el siempre peligroso
costado sectorial -y por lo tanto sesgado- y el mirarlo a la luz de las normas
de derechos humanos nos permite salir de este lugar y evitar que esos recla-
mos se conviertan en mensajes funcionales a campañas duras de represión del
delito y sus consecuentes campañas de ley y orden.
Estas campañas siempre son planteadas sobre conceptos superficiales y
efectistas, con capacidad para reunir adeptos rápidamente. Por ello resulta ne-
cesario evitar adoptar posturas que remitan a la idea de que si se aumenta la
protección de los derechos humanos de los delincuentes, por ello se deja sin
herramientas eficaces a la policía y si se incrementan las facultades otorgadas
a los organismos de prevención y represión, por ello se deja en situación de
indefensión a los ciudadanos. Esta antinomia conduce a la conclusión de que
existen derechos humanos de unos y otros, de civiles o militares, de izquier-
da o de derecha, de víctimas y de victimarios.
Establecernos en la idea “universal” de derechos humanos nos permite una
visualización más amplia e integradora, a la hora de abordar las cuestiones re-
lacionadas con las víctimas. El concepto de derechos humanos debe alcanzar a
todos los actores involucrados. Ninguno debe quedar ajeno a su consideración.
En este sentido, es todavía extenso el camino que debe transitar nuestro país.
Los avances criminológicos vinculados con la criminalidad, especialmen-
te la criminalidad urbana, han puesto de manifiesto las diferencias notables
que existen entre una criminalidad conocida -la cifra real- y la criminalidad
oculta -o cifra negra- que comprendería los delitos que no llegan a conoci-
miento de las instituciones.
Estos avances han demostrado que el foco de la problemática de la crimi-
nalidad se ha dirigido al autor del delito, marginando a la víctima.

56 / Eugenio Freixas
La preocupación exclusiva por el delincuente ha conducido a las institu-
ciones a desatender a la víctima y en muchos casos a revictimizarla a través
de la intervención de las agencias estatales.
Materializado el delito, la víctima no encuentra acabada satisfacción en la
puesta en marcha de los mecanismos de la justicia penal. Su asistencia exige
recursos interdisciplinarios por parte del estado.
La comisión de un delito trae aparejado un conflicto social cuya resolu-
ción necesita de la intervención de distintas disciplinas para abarcarlo en for-
ma completa.
La paz social que se alteró podrá restablecerse integralmente cuando la
víctima logre superar -en la medida de lo posible- el daño causado. No alcan-
za con que el Estado logre satisfacer su pretensión punitiva ante el ordena-
miento jurídico alterado. La víctima no debe quedar al margen, necesita de la
asistencia que evite o morigere las consecuencias del miedo, el desamparo, la
ignorancia, la pérdida de tiempo -cuando no el maltrato-, que constituyen has-
ta ahora consecuencias previsibles para ella tras la comisión de un delito, co-
mo consecuencia de la actividad que despliega el Estado para investigar la in-
fracción y procurar la sanción de los responsables.
Idéntico panorama se puede apreciar en relación con los testigos. Tanto
aquellos convocados formalmente como los que no han sido individualizados
se sienten desprotegidos y temerosos, conspirando esa situación contra el es-
clarecimiento de los delitos e incrementando la sensación de inseguridad.
La asistencia, con un enfoque clínico-criminológico, implica una labor de
individualización en relación con cada caso, de manera que permita advertir
la situación por la que atraviesa la víctima, su historia y, en especial, las le-
siones sufridas como consecuencia del delito.
La comprensión de la situación de sufrimiento en la asistencia a la vícti-
ma constituye un factor esencial a la hora de proporcionar una asistencia efi-
caz. La víctima se encuentra humillada socialmente como consecuencia del
delito. Sufre físicamente, emocionalmente y moralmente el aislamiento y la
desorganización, que la conducen al autoconfinamiento, a la desconfianza y
al temor a una nueva victimización.
En estas condiciones, la asistencia victimológica debe comprender diver-
sos momentos y niveles que corresponde que intervengan en forma integral:
un primer nivel lo constituye el asistencial-terapéutico. Un segundo nivel es
el de orientación e información.

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas / 57


El trabajo victimológico debe basarse en la inmediatez, la que se traduce
en la velocidad institucional para atender la urgencia y en la comprensión de
la específica situación delictiva. Debe partirse de una actitud de credibilidad
del relato victimológico, buscando establecer una relación de confianza basa-
da en un nivel de comunicación sencillo y fundamentalmente emotivo, que
proporcione seguridad.
La actitud de credibilidad revaloriza a la víctima, lo cual es un aporte
esencial para restablecer su autoestima. Esta disposición genera confianza y
otorga tranquilidad, constituyendo la base para una asistencia integral.
El segundo nivel en la asistencia victimológica es complementario al an-
terior, corresponderá a la orientación e información a la víctima. Este nivel
abarca diversos momentos, desde la información básica sobre los derechos
que le asisten, hasta el acompañamiento profesional en el recorrido por las
instituciones de la administración de justicia, servicios de salud y otras a las
que la víctima debe concurrir.
El valor de estos acompañamientos radica en evitar una nueva victimi-
zación, en este caso institucional, a la vez que refuerza decisiones trascen-
dentes como la referida a la formulación de la denuncia, que en definitiva
es la que permite conocer el hecho delictivo, identificar al infractor y apli-
car la sanción penal y que, en la esfera personal de quien ha sido afectado
por la comisión de un delito, constituye una toma de posición y, a la vez, un
reclamo de ayuda dirigido a la sociedad, formulado desde una vivencia de
temor ocasionada por el impacto causado por la comisión del delito.
Tras volcar estas consideraciones, y con la perspectiva que da el transcur-
so del tiempo, deseo resaltar que es evidente el progreso y vigor de la tarea
de asistencia victimológica.
Hoy no hay discusión posible alrededor de si las víctimas deben recibir
asistencia y las resistencias corporativas se advierten cada vez más tenues.
Sin embargo también es cierto, y es ésta una cuestión a la que deseo in-
gresar, que se están presentando novedosos desafíos vinculados con nuevas
formas criminales que específicamente me interesa señalar por tratarse de
modalidades relacionadas con la criminalidad organizada que, en algunas
ocasiones, reviste carácter internacional.
Los puntos en los que deseo hacer foco son: la trata de personas, la pros-
titución infantil y los secuestros extorsivos.
Se trata de delitos con víctimas de carne y hueso, cuya suerte aún no es

58 / Eugenio Freixas
objeto de interés concreto en lo que concierne a la situación de la víctima y a
su asistencia por parte del Estado pese a la extensión del daño que padecen.
Ello se debe en parte a lo dificultoso de su visualización -dificultad que
contribuye, además, a que la investigación penal no reciba el impulso adecua-
do en estos casos- o a la dificultad que plantea desarrollar la actividad asis-
tencial cuando aún se sigue ejecutando el delito.
Todo ello lleva a establecer diferencias con los planteos asistenciales más
clásicos.
En general la Justicia Penal carece de la preparación y diseño adecuados
para hacer frente a la investigación y a las consecuencias de la delincuencia
organizada. Estos problemas se incrementan cuando, además, las organiza-
ciones son transnacionales y los hechos se cometen simultáneamente en di-
versas ciudades y países; con imputados y víctimas que poseen nacionalida-
des diferentes, emplean idiomas diferentes y la segmentación de la tarea de-
lictiva impide la visualización completa de la actividad ilícita.

Trata de personas

En el caso de la trata de personas estamos frente a lo que se ha denomina-


do “la esclavitud moderna”.
Se ha dicho que la consideración de su prevención y su tratamiento es uno
de los mayores retos de los derechos humanos en nuestra época.
Visualizar la existencia de organizaciones delictivas que lucran con el so-
metimiento de las personas, y asistir a las víctimas, es una tarea que el mun-
do en general, y nuestro país en particular, aún no ha encarado seriamente.
Los casos, contados, aislados y excepcionales, en los que se ha investiga-
do este delito han revelado con crudeza la ausencia de recursos establecidos
para tratar en tiempo y forma las consecuencias que siguen al desbaratamien-
to de una organización criminal.
Suele suceder que la trata de persona se considera un problema menos gra-
ve que, por ejemplo, el tráfico de estupefacientes.
En general, la trata de seres humanos suele implicar -además de la explo-
tación sexual- una gran variedad de actividades delictivas que incluyen el se-
cuestro, la violencia psicológica, la violación, la reducción a la servidumbre
y la privación de la libertad.
En la respuesta estatal, un elemento decisivo lo constituye la cooperación

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas / 59


multilateral. La delincuencia organizada transnacional, por su naturaleza, exi-
ge respuestas definidas y, entre otras cosas, un grado de cooperación interna-
cional que habitualmente no es necesario para el control y la prevención de
otras formas de delincuencia.
Entre las estrategias puntuales que se imponen como adecuadas para el tra-
tamiento victimológico de este tipo de manifestaciones delictivas se cuentan:

• La realización de campañas de conocimiento público/sensibilización;


• la creación de una red de seguridad para víctimas;
• el mantenimiento de una vía permanente destinada a la recepción de recla-
mos y denuncias de víctimas;
• el suministro de alojamiento transitorio;
• la posibilidad de retornar al país de origen.

En atención al recelo que muchas de las víctimas pueden tener respecto de


la actividad estatal (fundado en su propia intervención -forzada- en algún tra-
mo del delito), y dada la trascendencia del testimonio de la víctima en el pro-
greso de la investigación, se vuelve de particular importancia la asistencia di-
recta en la generación de un vínculo de confianza en la actividad estatal que
permita el avance de la pesquisa.
Como ya se ha planteado en otros países, es necesario desde un primer
momento reconocer a las víctimas de trata de personas como víctimas de una
actividad criminal diseñada con el fin de obtener beneficios a partir de su
mantenimiento en una situación de servidumbre coactiva. Se trata de situacio-
nes en las que el consentimiento proporcionado por la víctima carece de rele-
vancia en atención al condicionamiento del que es objeto su voluntad.
Es importante insistir en esta definición por cuanto uno de los motivos que
impide la adecuada comprensión de la trata de personas parte del hecho de
dar por sentado que la víctima consiente el trato del que es objeto.
La provisión de una recepción, un alojamiento y la consideración de un
eventual reintegro a los lugares de origen, y sortear los riesgos de una revic-
timización, son actividades que deben ser encaradas desde el momento del
contacto inicial con la víctima.
En muchas oportunidades podemos encontrarnos ante víctimas extranje-
ras, en cuyo caso son mayores las consideraciones que deben realizarse por
cuanto el desconocimiento de la lengua local y de las prácticas culturales de-

60 / Eugenio Freixas
riva en mayores dificultades en la relación de la víctima con la administración
de justicia.
Por ejemplo, es posible que la denuncia no sea adecuadamente compren-
dida debido a las dificultades para comprender el relato por parte de los ope-
radores judiciales
En definitiva, es claro que en razón de la vulnerabilidad que caracteri-
za a estas víctimas (ignorantes del idioma o la cultura del país, de los pro-
cedimientos judiciales y de los servicios a los que pueden recurrir), en es-
te tipo de procesos se incrementa el riesgo de incurrir en victimización se-
cundaria.
En los casos de contrabando de migrantes, o trata de personas, es posible
que las propias víctimas sean inicialmente tratadas como infractores, lo que
contribuye a desinteresarlas en informar o denunciar sobre la situación que
las damnifica. No es sencillo condenar a un responsable de la trata si se ha de-
portado a los testigos principales.
La posibilidad de que sean deportadas impide que las víctimas procuren
ayuda de los organismos estatales. De allí entonces que resulte trascendente
advertir tales circunstancias para permitir un desarrollo más eficaz de las in-
vestigaciones.

Marco Normativo

A partir de la sanción de la Ley 25.632, que aprobó la Convención Inter-


nacional contra la Delincuencia Organizada Transnacional, se ha establecido
un auténtico y completo programa estatal de prevención y enfrentamiento de
la delincuencia organizada. En él se impone el deber de prestación de asisten-
cia y protección a las víctimas, en particular en casos de represalia o intimi-
dación, y la designación de procedimientos para que sean consideradas sus
opiniones y se les proporcione una indemnización.
En los protocolos que complementan la Convención se señala, además,
el deber de proteger la privacidad y la identidad de las víctimas de estos
delitos y la aplicación de medidas dirigidas a la recuperación física, psico-
lógica y social de las víctimas -incluso en cooperación con organizaciones
no gubernamentales- a través del suministro de alojamiento adecuado; ase-
soramiento e información; asistencia médica, psicológica y material y el
otorgamiento de oportunidades de empleo, educación y capacitación.

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas / 61


Prostitución Infantil

La explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes hasta los


18 años de edad es una de las violaciones más severas de sus derechos huma-
nos. A la vez que un acto delictivo, es una forma de explotación económica
asimilable a los trabajos forzosos y la esclavitud.
De acuerdo con el Protocolo Relativo a la Venta de Niños, la Prostitución
Infantil y la Utilización de los Niños en la Pornografía, que complementa la
Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño -incorpora-
da por la Ley 25.763 a nuestro plexo normativo- el estado argentino ha adop-
tado el deber de incluir en su legislación penal toda utilización de un niño en
actividades sexuales a cambio de remuneración o de cualquier otra retribu-
ción.
También ha adoptado el deber de castigar estos delitos con penas adecua-
das a su gravedad.
La obligación decomprender esta actividad en la legislación penal ya se
deducía del Convenio 182 de la OIT (aprobado por la Ley 25.255), aun cuan-
do no dejaba -ni deja- de causar reparo la caracterización de la prostitución
infantil como una actividad laboral.
Sin embargo, la realidad en los países de la región muestra que en muy po-
cas naciones están tipificados los delitos relacionados con la explotación se-
xual comercial. Son pocos los casos denunciados y menos aún los casos que
son investigados de manera exhaustiva y sancionados penalmente. Estas si-
tuaciones se presentan en gran medida por deficiencias y/o vacíos en las le-
gislaciones penales.
Entre los objetivos asignables a la actividad asistencial se cuentan:

a) Proporcionar a la víctima infantil una persona de su confianza desde el pri-


mer contacto con la administración y la policía, durante el interrogatorio y
la investigación y a todo lo largo de los procedimientos judiciales, a fin de
velar por una asistencia apropiada y jurídica.
b) Desarrollar métodos específicos para proteger a la víctima infantil de abu-
sos sexuales y a la víctima infantil del tráfico de personas de una ulterior
traumatización durante las actuaciones penales.
c) Velar por la seguridad de los niños víctimas, así como por la de sus fami-
lias y los testigos a su favor, frente a intimidaciones y represalias.

62 / Eugenio Freixas
d) Evitar todo contacto de la víctima infantil y la víctima con el delincuente
utilizando, por ejemplo, siempre que sea posible, recursos tecnológicos
con ese fin, durante las actuaciones judiciales.
e) Impedir la publicación prematura de las pruebas.
f) Proteger eficazmente la intimidad e identidad de la víctima infantil.
g) Suspender la prescripción del delito de abusos sexuales contra los niños
hasta por lo menos cinco años después de que la víctima infantil haya al-
canzado la mayoría de edad.
h) Promover y proporcionar la atención complementaria y la terapia para la
víctima infantil, financiadas por el delincuente, el producto decomisado
del delito y/o fondos especiales creados por los gobiernos.
i) Ofrecer atención a la víctima infantil del tráfico de personas en una institu-
ción abierta segura o un ambiente familiar.

Protección de Mujeres

A los señalamientos hasta aquí efectuados, corresponde añadir que es co-


mún que la administración de justicia no considere en forma adecuada las
cuestiones de género.
Esta circunstancia se añade a la ausencia de trato adecuado de las cuestio-
nes originadas en la falta de una consideración conveniente de las víctimas de
la delincuencia organizada.
El resultado conduce a concluir que la violencia de la que es objeto una
víctima se incrementa como consecuencia de la intervención de una organi-
zación delictiva y, además, por su condición de mujer o niña. Un ejemplo lo
proporcionan los casos de explotación sexual.
En ese sentido, las Conferencias Mundiales sobre la Mujer han propicia-
do la generación de respuestas eficaces para enfrentar la violencia criminal y
la explotación en contra de mujeres y niñas.
De los grupos victimizados como consecuencia de la actividad de la delin-
cuencia transnacional, ninguno sufre las consecuencias tanto como el integrado
por las mujeres. Ellas, junto con los niños, son especialmente vulnerables.
La mujer está expuesta a un riesgo mayor de victimización como conse-
cuencia de su desigualdad en relación con el hombre.
Entonces, es responsabilidad de los estados, en especial de la administra-
ción de justicia, garantizar su integridad y seguridad, especialmente eliminan-

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas / 63


do el empleo de argumentos o prácticas estereotipadas que contribuyan a ad-
mitir, tolerar o depreciar la violencia dirigida contra ellas.

Secuestros extorsivos

En el caso -lamentablemente en boga- de los secuestros extorsivos, el de-


safío transita por la adecuada asistencia de quienes son objeto de la extorsión:
los familiares y allegados de la persona privada de la libertad.
El sometimiento, por parte de los delincuentes, a un proceso de desgaste,
realizado con un elevado grado de premeditación, tiende a atraer la atención
de los medios de comunicación y genera indignación moral y una extensa
sensación de temor entre la ciudadanía.
En razón de que lo que se halla en juego tiene una trascendencia evidente
-la confianza de la comunidad en las instituciones estatales- las legislaciones
han explorado y establecido regímenes jurídicos especiales para la represión
y prevención de la delincuencia organizada.
Sin embargo, no se ha avanzado sino intuitivamente y por la obligación
que genera la repercusión pública, en la contención y asistencia de las vícti-
mas de extorsión, y en la asistencia de la víctima de la privación de libertad,
una vez ocurrida su liberación.
La tensión generada por la imposibilidad de eludir la extorsión y el des-
borde y la desestructuración que provoca el ilícito debe ser abordada desde el
estado para atenuar tales efectos e incluso para que las víctimas eviten tomar
en soledad decisiones cruciales para la resolución del caso.
El contacto temprano con las víctimas permitirá sentar las bases de una re-
lación de confianza que sirva de sustento al tratamiento de las consecuencias
del hecho, una vez finalizada la comisión del delito.
Finalmente, para todas estas categorías de delitos complejos provenientes
de formas de criminalidad organizada, la Protección de víctimas y testigos es
otro aspecto relevante por considerar.
En los casos en los que se denuncia o enfrenta una organización delictiva,
es común advertir el temor de las víctimas, o de los testigos, a las represalias
que pudieran provenir de las asociaciones criminales.
Ello guarda relación con la mayor probabilidad de que una asociación cri-
minal cuente con los medios y el interés por frustrar el proceso de investiga-
ción penal, a través de intimidaciones.

64 / Eugenio Freixas
Para afrontar adecuadamente esta situación es imperativo contar con pro-
gramas de protección de testigos, que contribuyan a asegurar la participación
del testigo, y permitan contar con la valiosa información que pueda aportar.
Una restricción en esta materia está constituida por los obstáculos finan-
cieros o presupuestarios. Sin embargo, a partir de la evaluación de la relevan-
cia del testimonio, la inclusión del testigo y de su núcleo familiar en un pro-
grama de protección se torna imprescindible para posibilitar el progreso de
investigaciones complejas.
Ello conduce a la reflexión sobre los criterios por emplear en la gestión de
este tipo de programas, especialmente en lo relativo a la inclusión del Testi-
go en el Programa o a su exclusión.
En nuestro país, a mediados de 2003 se creó el Programa Nacional de Pro-
tección a Testigos e Imputados (Ley 25.764), inicialmente con el propósito de
contribuir a la investigación más eficiente de los delitos de secuestro extorsi-
vo, aun cuando en la actualidad se considera su aplicación a otros tipos delic-
tivos.
El programa constituye una reglamentación de los deberes impuestos tan-
to en la Convención Interamericana contra la Corrupción, aprobada por la ley
24.759, como en la Convención Internacional Contra la Delincuencia Orga-
nizada Transnacional, aprobada por la Ley 25.632. La primera, en el sentido
de proteger (incluso la identidad) a los funcionarios públicos y ciudadanos
particulares que, en un caso, denuncien de buena fe actos de corrupción. La
segunda, propiciando la protección eficaz contra eventuales actos de represa-
lia o intimidación a los testigos y a sus familiares y demás personas cercanas
cuando proceda.
Entre las medidas que se consideran aplicables se cuentan la reubicación
y, cuando proceda, la prohibición total o parcial de revelar información rela-
tiva a su identidad y paradero; y la utilización de tecnologías que permitan
que se proporcione el testimonio sin que se ponga en peligro la seguridad del
testigo.
En definitiva, la detección del crimen organizado y la efectiva imposición
de las leyes deben ser complementadas con un enjuiciamiento exitoso. Para
obtener la condena de miembros de organizaciones criminales es factor esen-
cial la cooperación de la gente.
Los testigos deben tener la certeza de que al proporcionar su testimonio,
ni su vida ni su propiedad, o la de su familiar, estarán en riesgo.

Victimología hoy, estrategia frente a las nuevas modalidades delictivas / 65


Conforme la relevancia del testimonio y su situación, esta protección pue-
de ser dada antes, durante y/o después del procedimiento judicial. Un testigo
puede ser el acusado al que se le ha otorgado inmunidad, la víctima o una ter-
cera parte.
Se trata de evitar la posibilidad de que el acusado u otro individuo procu-
ren impedir que se produzca un testimonio en su contra o que puedan forzar
al testigo a dar falso testimonio, amenazándolo o lastimando a algún miem-
bro de su familia o al propio testigo.
Algunos países tienen programas específicos de protección de testigos,
mientras que otros tienen incorporadas reglas de protección de testigos en sus
códigos de procedimientos criminales, de manera que, si una protección ade-
cuada puede ser dada a los testigos, la ley habrá servido a su propósito.
Una de los principales interrogantes por resolver en la gestión de un pro-
grama adecuado de protección de testigos es definir el alcance de la protec-
ción. ¿Debería el testigo y/o su familia recibir protección o asistencia sólo du-
rante el tiempo del juicio, o debería ésta continuar indefinidamente tanto
tiempo como exista la amenaza? ¿De cuánto debería ser la asistencia finan-
ciera? El acierto en la respuesta a estas preguntas determinará el éxito o el fra-
caso del Programa de protección.
En definitiva, corresponde establecer procedimientos que resulten efica-
ces para la salvaguarda de quienes deben cumplir con el deber de colabora-
ción con la justicia y proporcionarse asistencia a las personas que resulten tes-
tigos de hechos delictivos y cuyas vidas se encuentren en riesgo como conse-
cuencia de que su testimonio resulta relevante para el progreso de la investi-
gación judicial.
Ello es necesario no sólo en procura de asegurar una más adecuada admi-
nistración de justicia sino que, además, se da cumplimiento al deber del Es-
tado de garantizar la seguridad de los ciudadanos, evitando el resultado im-
punidad en la lucha contra el crimen organizado.

66 / Eugenio Freixas
Ley de violencia familiar
Prof. Ana Suppa*

La violencia es un fenómeno que atraviesa todas las prácticas humanas y


es reconocido como un grave problema social frente al cual el Estado tiene un
papel fundamental. Sin embargo, existe una forma de violencia invisible y si-
lenciosa que se da en el seno de la familia, en el ámbito de las relaciones más
íntimas de las personas y que tiene sus raíces en modelos de familia basados
en una autoridad paterna indiscutida que instala un poder, muchas veces, ejer-
cido abusivamente y, frente al cual, se espera obediencia y sumisión.
Este tipo de violencia a la que llamamos doméstica o familiar es tan vie-
ja como el mundo y, a pesar de ello, hace relativamente poco tiempo que ha
empezado a ser vista y considerada como un flagelo social. Muchas veces, no
sólo es silenciosa e invisible para los que están fuera del círculo íntimo don-
de se produce sino, también, para las propias víctimas que la asumen como
algo natural en sus vidas y ante lo cual no cabe más que la resignación.
La familia fue siempre el ámbito privado por excelencia, un ámbito en el
que no resultaba conveniente que el Estado interviniera y en el que reinaba,
de manera casi absoluta, la premisa de que “los de afuera son de palo” y que,
por ende, lo que ocurre puertas adentro de las casas no compete más que a
quienes viven en ellas.
En ese marco, la violencia familiar era absolutamente invisible tanto des-
de el punto de vista social como jurídico y así permanecía, salvo que termi-
nara en un homicidio o en un hecho que por sus características configurara un
delito y, por alguna circunstancia, saliera a la luz. Y remarco especialmente

* Diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Ley de violencia familiar / 67


el hecho de que saliera a la luz porque cientos de delitos -lesiones, violacio-
nes, abuso sexual- se cometen a diario puertas adentro de las casas sin que
nadie más que víctima y victimario se enteren.
Desde hace ya unas décadas este fenómeno ha comenzado a hacerse visi-
ble, en parte, porque la familia ha dejado de ser un ámbito exclusivamente
privado y se entiende que los derechos de las personas, el derecho a la vida,
a la integridad psicofísica y a la libertad están por encima de todo derecho a
la privacidad que pueda alegarse. Por otra parte, la familia ha comenzado a
dejar de ser el ámbito idealizado que fue hasta no hace mucho tiempo y se la
ha comenzado a pensar como un ámbito donde también se juegan intereses y
se producen conflictos. En este nuevo contexto, la obligación del Estado de
amparar la vida, la integridad y la libertad de las personas se extiende más allá
de la puerta de los hogares.
En mi proyecto de ley hemos reformulado el concepto de grupo familiar
abarcando no sólo a los matrimonios o uniones de hecho sino también a to-
dos los convivientes, tengan o no relación de parentesco y también a quienes,
aun no conviviendo, están o han estado vinculados por relación de pareja. Es-
te nuevo concepto fue surgiendo de la propia realidad que nos ha mostrado
que la violencia familiar o doméstica va mucho más allá del tradicional es-
quema del marido o del padre golpeador y alcanza otros vínculos, incluyen-
do los noviazgos y que los delitos cometidos en el seno de los hogares por
personas que conviven son los menos denunciados y los que registran mayor
magnitud de cifra “negra”.
El papel del Estado frente a esto no puede ser, en modo alguno, de pasivi-
dad o de intervenir cuando el problema se conoce. Por el contrario, el Estado
tiene la obligación de intervenir antes, básicamente por dos razones:

• Por su deber de amparar los derechos y la dignidad de las personas y pre-


venir su posible vulneración,
• Por su deber de implementar políticas de prevención de la violencia en ge-
neral.

Es sabido que la violencia familiar tiende a reproducirse, hijos de padres


golpeadores suelen ser padres y maridos golpeadores y lo mismo ocurre con
quienes han sido reiteradamente abusados en su hogar. Se trata de conductas
que tienden a repetirse y que se extienden a toda la comunidad. La violencia

68 / Ana Suppa
doméstica es un potente abono para el desarrollo de la violencia en general y
desde esta perspectiva trasciende el interés y derecho de las víctimas concre-
tas y se transforma en el interés de la comunidad toda.
A fines del año pasado la Legislatura sancionó una ley para la prevención
de la violencia familiar y para brindar protección y asistencia a las víctimas.
Fue un proyecto largamente debatido en el seno de la Comisión de Mujer y
recibió aportes de innumerables sectores que lo fueron enriqueciendo y per-
feccionando.
Sin duda, los tribunales que deben entender en la aplicación de una ley lo-
cal de Violencia Familiar son los Tribunales de la Vecindad con especializa-
ción en materia de violencia familiar y doméstica. Lamentablemente estos tri-
bunales aún no se han creado y, por ello, el proyecto de ley sancionado esta-
blecía que hasta tanto los mismos fuesen puestos en funcionamiento, se ha-
rían cargo de los casos de violencia familiar los tribunales nacionales.
La ley fue vetada con el cuestionable argumento de que los tribunales na-
cionales se encontrarían con dos leyes de violencia familiar, una de origen na-
cional y la otra de origen local y que esto generaría conflictos en relación a
cuál de las dos leyes aplicar. Estos argumentos resultan objetables pues am-
bas leyes no sólo no son contradictorias sino que se complementan, pues apli-
cándose la ley local se está aplicando de hecho también la ley nacional con el
agregado de un procedimiento que reconoce las características específicas de
la Ciudad. Pero más allá de esto, creo que la objeción del Poder Ejecutivo
puede ser zanjada dado que el único artículo vetado es el que establece la
competencia transitoria de los tribunales nacionales, manteniéndose intacto y
sin objeciones todo el resto de la Ley.
Por ello, apenas tomé conocimiento del veto, decidí presentar un nuevo
proyecto que recoge el texto del anterior con algunas pequeñas modificaciones
que a mi juicio lo mejoran y que establece la competencia del Fuero Conten-
cioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires en las causas
de violencia familiar, hasta tanto se organicen los Tribunales de la Vecindad.
Hace pocos días una mujer fue brutalmente golpeada y violada en una al-
cantarilla, en una zona que está en el límite entre la Ciudad y la Provincia. Es-
to generó que, además de todos los padecimientos atravesados, la víctima se
encontrara con que no le tomaban la denuncia porque no se ponían de acuer-
do en cuál jurisdicción debía intervenir.
Esto también ocurre en la Justicia, donde muchas veces se discute cuáles

Ley de violencia familiar / 69


son los tribunales competentes para entender en los casos de violencia fami-
liar, por eso estamos trabajando conjuntamente con la Secretaría de Justicia
para que se firme un convenio de traspaso de la competencia en esta materia
desde Nación a la Ciudad.
En esta línea de trabajo vengo abogando para la creación, en la justicia lo-
cal, de lo que hemos dado en llamar tribunales temáticos, tribunales que se
especialicen en un tema y trabajen en él con verdadero conocimiento de to-
das las variables que lo atraviesan. En el caso de la violencia familiar, estoy
convencida de que éste es un tema que no sólo requiere una formación muy
específica sino también contar con la sensibilidad suficiente para encarar es-
ta problemática y proteger a las víctimas. No me canso de decir que a esta ley
no basta con conocerla, hay que sentirla.
No quisiera terminar estas palabras sin responder a la propuesta de un ex-
positor que habló previamente y que presentó a la mediación como una alter-
nativa posible en los casos de violencia familiar. Quienes trabajamos este te-
ma desde hace muchos años sabemos que la mediación en este tipo de casos
no es posible porque se trata de una relación de profunda disparidad, donde
hay un agresor que ejerce su poder abusivamente y brutalmente y una vícti-
ma que queda sometida a ese poder sin posibilidades de salir del círculo de
violencia sin ayuda. La víctima no está en condiciones de sentarse a negociar
con su agresor, lo que necesita es protección, seguridad y fundamentalmente
recuperar la autoestima que está muy deteriorada. El agresor tampoco está en
condiciones de negociar, lo que tiene que hacer en todo caso y si tuviera la
voluntad es tratarse. Por otra parte, no hay nada que negociar ni acordar, la
violencia debe terminarse y la víctima debe ser protegida.
Por eso digo que hace falta un serio compromiso de todas y todos los que
tenemos alguna responsabilidad institucional, hay que trabajar en las escue-
las, en los hospitales, en los barrios, hay que crear conciencia en nuestros fun-
cionarios/as, legisladores/as y jueces y en los ciudadanos y ciudadanas en ge-
neral, es decir que hay que producir un fuerte movimiento que ponga este te-
ma en la agenda entre los más urgentes y graves problemas a resolver. Los
convoco a todas y todos a interiorizarse del problema de la violencia familiar
y del abuso infantil y a que nos acompañen en nuestra lucha.

70 / Ana Suppa
La atención a la víctima en el marco
de una política de derechos humanos
y de reconstrucción del vínculo social

Lic. Mara Brawer*

La creación del Centro de Atención y Asistencia a la Víctima en la Ciu-


dad de Buenos Aires

La Dirección General de Atención y Asistencia a la Víctima, de la Subse-


cretaría de Derechos Humanos, fue creada por Decreto 2696/3, como res-
puesta del GCBA a la necesidad de sistematizar y otorgar mayor especifici-
dad al abordaje de una problemática en la que ya se venía trabajando desde
las diferentes áreas de gobierno.
Cuenta con un Centro destinado a brindar asistencia jurídica, psicológica
y social a las víctimas del delito y del abuso de poder. Este Centro, que fun-
ciona desde febrero/marzo de este año, fue creado por las Leyes 1216 y 1224.
La asistencia a la víctima se orienta a atender las consecuencias directas
del delito, es decir el proceso de victimización primaria, y a prevenir la victi-
mización secundaria y terciaria.
Estos propósitos delimitan tres niveles de intervención. El primer nivel se
centra en la atención de los efectos derivados del ilícito. El segundo nivel, en
la victimización secundaria, entendiendo por tal al desamparo que experi-
menta la víctima en su encuentro con los controles formales (policía, admi-
nistración de justicia) y en algunos casos con otras instituciones públicas ta-
les como los hospitales. El tercer nivel de intervención se focaliza en la vic-
timización terciaria, que refiere a la falta de contención e incomprensión que

* Directora General de Atención y Asistencia a la Víctima, Subsecretaría de Derechos Hu-


manos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La atención a la víctima en el marco de una política de derechos humanos / 71


experimenta la víctima en sus relaciones informales (barrio, trabajo, amigos,
núcleo familiar, etc).
En función de los objetivos antes mencionados, el Centro brinda los si-
guientes servicios:

l. Área Jurídica:
– Hacer saber a la víctima de manera sencilla y accesible sus derechos.
– Recepcionar y tramitar denuncias.
– Realizar un acompañamiento del procedimiento judicial.
– Propiciar una instancia de mediación sólo en los casos que pueden admi-
tir este tipo de procedimiento.

2. Área Psicológica:
– Contener a la víctima y a su grupo familiar en la situación de crisis.
– Recomendar y/o implementar tratamiento en caso que sea necesario.

3. Área Social:
– Trabajar junto con la persona afectada y su grupo familiar las posibles so-
luciones a los problemas sociales ocasionados por el delito.
– Gestionar el acceso a los recursos disponibles, tanto estatales como no gu-
bernamentales.

Además, funciona en la Dirección General un área de capacitación, res-


ponsable de la formación de agentes de gobierno y referentes comunitarios
en Derechos de las Víctimas y procedimientos para hacerlos efectivos.

La asistencia a la víctima en el marco de los derechos humanos

El modo en que organizamos y pensamos este servicio responde a una se-


rie de interrogantes:
¿Por qué asistir a la víctima desde el Estado?, ¿por qué esta asistencia se
enmarca en una política de derechos humanos? y ¿qué significado particular
adquiere la atención a la víctima en el contexto actual?
Para empezar a responder a estas preguntas, pensemos qué le pasa a una
persona que ha sido víctima de un delito. Lo primero que observamos es un
inmenso dolor, miedo, impotencia, desorientación. La persona se encuentra

72 / Mara Brawer
en una situación de vulnerabilidad, en tanto el delito provoca una alteración
significativa en sus condiciones de vida.
En su búsqueda de justicia, debe enfrentarse a un procedimiento judicial
que desconoce, en el que participa sólo en calidad de testigo, desconoce los
derechos que la asisten, siente temor por la represalia de la que puede llegar
a ser objeto con motivo de la denuncia. Presenta inquietudes tales como cuál
va a ser el plazo de resolución de la causa, si es necesario que contrate un abo-
gado, si el imputado se encuentra detenido, entre otras.
La persona sufre consecuencias graves y en ocasiones irreparables, entre
ellas:

- pérdida de ingresos, de vivienda, imposibilidad de trabajar por un cierto


período,
- necesidad de afrontar gastos extraordinarios (tratamientos, estudios clíni-
cos, medicamentos, gastos para acceder a los servicios de salud y a las ins-
tancias judiciales),
- lesiones que le impiden continuar con sus actividades habituales,
- daños psíquicos como resultado de la agresión vivida.

En esta búsqueda de justicia hay dos derechos humanos comprometidos y


que es necesario garantizar: el derecho de acceso a la justicia y el derecho a
la información.
Estos derechos son fundamentales pero es necesario tener en cuenta que
los derechos de la víctima no se limitan a aquellos relacionados con el fun-
cionamiento del sistema de justicia, sino que también se ven comprometidos
en igual medida otros derechos, de carácter económico, social y cultural.
El estado no puede estar ausente ante esta situación, en tanto involucra
una vulneración de los derechos humanos. Tiene el deber de garantizar que
esa persona que se encuentra en una situación particular de vulnerabilidad,
que es un sujeto de derecho, reciba una protección adecuada por parte de las
instituciones públicas.
La relación es mucho más clara cuando se trata de situaciones de abuso de
poder, ya que existe una responsabilidad directa del Estado por violación a los
derechos humanos. En estos casos el proceso de revictimización es aún más
notorio debido a que las instituciones que deben dar respuesta a la víctima
aparecen comprometidas en el propio hecho delictivo. La sensación de temor

La atención a la víctima en el marco de una política de derechos humanos / 73


y desprotección es mayor, en tanto quienes violan los derechos son aquellos
que deben protegerlos. De este modo, el abuso de poder compromete la legi-
timidad de las instituciones.
Desde la perspectiva de los derechos humanos, nuestro trabajo, tanto en
los casos de delitos cometidos por particulares como en los de abuso de po-
der, se sustenta en dos pilares.
Por una parte, la asistencia es concebida como garantía de derechos, es de-
cir, desde la responsabilidad del Estado.
Por otra, la asistencia se sustenta en la concepción de la persona que ha si-
do víctima de un delito como sujeto activo, capaz de participar plenamente y
tomar decisiones referidas a la elaboración de la experiencia traumática y a la
defensa de sus derechos.
Desde esta perspectiva se intenta superar un modelo de asistencia basado
sobre la buena voluntad del Estado y la compasión del que sufre. La asisten-
cia que se sustenta en la compasión o que se lleva a cabo como una concesión
del estado coloca a la persona en un rol pasivo, de mero receptor de ayuda pú-
blica, y conlleva un fuerte riesgo de estigmatización y, por lo tanto, de revic-
timización.
Es necesario, entonces, ser concientes de que trabajamos con personas que
han sido víctimas de un delito; no “son víctimas” sino que han devenido víc-
timas. No es una esencia que define a un sujeto y le da ciertos atributos per
se. Es un sujeto con sus singularidades y sus historias personales.
Esta distinción es fundamental. Las imágenes victimizantes obstaculizan
la representación de las personas como plenos sujetos de derecho, capaces a
su vez de percibirse a sí mismas como tales.
Y en este punto nos interesa detenernos en otra de las ideas centrales que
orientan nuestra tarea. La asistencia es una respuesta ante una situación indi-
vidual pero, al mismo tiempo, tiene un sentido estratégico en el plano social:
el fortalecimiento de la ciudadanía.
Ese sujeto activo, que reclama y exige activamente el cumplimiento de sus
derechos, se constituye como ciudadano frente al Estado. Ya no se trata de un
individuo que elabora su experiencia traumática sólo en el plano individual
sino que, en la defensa de sus derechos, interactúa con otros ciudadanos que
han vivido experiencias similares o que comparten y apoyan el reclamo. En
este sentido, la noción de ciudadanía supone el pasaje de una dimensión indi-
vidual a lo social, en tanto pertenece a la esfera de lo público.

74 / Mara Brawer
El ejercicio efectivo de la ciudadanía, entendida como el conjunto de prác-
ticas jurídicas, políticas, económicas, culturales que definen a una persona
como miembro competente de una sociedad, requiere de un aprendizaje. Y es
responsabilidad del estado promover la reflexión sobre el significado e im-
portancia de la vigencia de los derechos humanos, sobre los derechos que se
ejercen cotidianamente, los que son vulnerados y sobre las posibilidades que
están al alcance de los ciudadanos para ejercerlos plenamente. En la medida
en que los ciudadanos conozcan sus derechos y los procedimientos para ha-
cerlos efectivos, y en la medida en que incrementen sus niveles de organiza-
ción comunitaria, estarán en mejores condiciones de defenderlos y reclamar-
los con mayor determinación y fundamento.
Y en nuestro contexto actual, en el que la profundización de la desigual-
dad y la exclusión de amplios sectores de la población ponen al descubierto
-a la vez que acentúan- un proceso de deterioro de los vínculos que dan sen-
tido y mantienen unidos a los sujetos dentro de una sociedad, el fortaleci-
miento de la ciudadanía no puede soslayar la necesidad de reconstrucción del
vínculo social.
En una sociedad fragmentada como la nuestra, la reconstrucción del vín-
culo social es condición para que el reclamo de un grupo no resulte indiferen-
te, o más aún, excluyente, en tanto niega los derechos de los otros.
Por el contrario, el respeto a los derechos humanos presupone que la legí-
tima defensa de los propios derechos sea ejercida en el marco del reconoci-
miento y respeto de los derechos de los demás y de un “mínimo de necesida-
des y oportunidades aseguradas para todos”.
Por este motivo, otro eje que orienta el trabajo de este Centro consiste en
la idea de que la atención a la víctima se integra a una política de reconstruc-
ción del vínculo social.
Esta perspectiva supone tomar una fuerte distancia de posturas que pro-
fundizan la polarización víctima-agresor. Enfatizar la importancia de garanti-
zar los derechos de la persona que ha sido víctima no conlleva el detrimento
de los derechos de la persona que cometió el delito.
La universalidad de los derechos humanos significa que éstos son válidos
para todas las personas y en todas las circunstancias, aun para aquellas que
han infringido la ley. Por supuesto que quienes cometen un delito deben ser
juzgados atendiendo a un conjunto de normas que rigen el proceso penal.
Para finalizar, destacamos la importancia de que la asistencia a la víctima

La atención a la víctima en el marco de una política de derechos humanos / 75


se enmarque en una política destinada a generar condiciones para la plena vi-
gencia de los derechos humanos. Para que éstos no sólo sean proclamados en
instrumentos internacionales sino que se concreticen, es decir, que cada ciu-
dadano pueda ejercerlos. Así concebida, la asistencia tiene un sentido estraté-
gico para fortalecer la construcción de una sociedad democrática, ya que no
es posible pensar una democracia sin el respeto a los derechos humanos.

76 / Mara Brawer
BUENOS AIRES PIENSA

Conferencia:
“Las víctimas en
el neoliberalismo”
Realizada el 8 de noviembre de 2004

Dr. Elías Neuman


La víctima en el neoliberalismo
Elías Neuman*

Agradezco a la Licenciada Mara Brawer, ocupada y preocupada por la


asistencia de la víctima del delito y a mi buen amigo Federico Ravina por la
honrosa invitación que me cursaran para hablar de estos temas de nuestra
preocupación. No puedo evitar la sorpresa, al enterarme recién, que esta reu-
nión también está patrocinada por la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Es el caso, que a fines de marzo de este año la Facultad de Derecho de esa
Universidad, me echó de mi cargo docente -impartía Victimología y Control
Social-, porque me decretaron viejo ya que excedí los sesenta y cinco años de
edad. Estoy aquí porque sigo siendo profesor de postgrado de esa Facultad,
ya que por una razón ética no aceptaría dar, dada la circunstancia apuntada,
conferencias ni en jornadas ni en congresos organizados por cualquier insti-
tución oficial.
Tal vez resulte interesante crear un organismo de inteligencia dentro de la
administración de la Universidad. Los argentinos, tan afectos a ese tipo de
servicios del Estado, a punto que pagamos impuestos para crearlos a fin de
que nos investiguen, deberíamos propugnar uno nuevo para la U.B.A. Obser-
ven lo que ocurre en estos momentos, en especial si hay en la sala algún fun-
cionario de la Universidad, pues resulta un dislate que por un lado me echen
y, por el otro, me acojan.

* Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Especialista en Derecho Penal y Criminología.


Docente de Posgrado de la Facultad de Derecho de la U.B.A.

Las víctimas en el neoliberalismo / 79


Quisiera que esta tarde nos ayudemos a pensar sobre un tema del cual so-
mos actores y, a la vez, desde hace tres decenios, inescrutables testigos pre-
senciales. Se trata de lo que está ocurriendo en nuestros países latinoamerica-
nos; los cuales han tenido que sufrir de manera sincrónica el arribo de fuer-
zas militares, en la década de los años setenta del pasado siglo, que tomaron
por la fuerza sus gobiernos. Salvo Venezuela, Costa Rica, Colombia y Méxi-
co, todos los demás fueron gobernados abruptamente de una manera sangui-
naria, crapulosa, canallesca, metiendo miedo al miedo, por lo menos en nues-
tro país, Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia… Esos militares venían
acompañados deeconomistas que, de modo invariable, habían pasado por
Universidades de los Estados Unidos, con masters en Chicago o Harvard, con
el decidido propósito de inyectar el neoliberalismo o alguna forma nueva de
capitalismo financiero y de servicios.
Cumplido su nefasto cometido, de manera también abrupta, cesaron esos
gobiernos militares, a fines de la década de 1970 o comienzos de los años
ochenta. Los Estados se institucionalizaron pero ya sentían cómo los capita-
les internacionales y nacionales, que no sabían prácticamente dónde obtener
el lucro de mayores ganancias mediante la globalización, el achicamiento del
Estado y las privatizaciones, pudieran meterse en sus entrañas y hacer cesar
al régimen capitalista industrial o de producción.
Quienes nos dedicamos a las Ciencias Sociales desde cualquier ámbito o
tarea, investigación, docencia, tenemos que advertir este traspaso de un capi-
talismo a otro y preguntarnos e intentar establecer cuáles son las modificacio-
nes operadas y, fundamentalmente, si es posible sostener en estos términos el
sentido ético de la vida humana. O, si se quiere, cuál es el rol de los cientos
de miles de personas de “abajo” y cómo se proyecta el Estado sobre sus vi-
das. Adelanto, y espero dar ejemplos que lo avalen, que hemos pasado del
darwinismo social al malthusianismo.
Creo que hay una ingente cantidad de seres humanos que no interesan,
cientos de miles que son víctimas inermes de un sistema social y político lla-
mado neoliberalismo o neoconservadorismo. Cuando me refiero a nuestro
país -un país demasiado rico para ser pobre, pero, a la vez, un país esencial-
mente injusto- hay que pensar que, cuando nos referimos a violencia, no de-
bemos olvidar y, al contrario, poner ineludiblemente de relieve, que la mayor
violencia en la Argentina es la del hambre.
Los medios masivos de comunicación han logrado fagocitar e imponerse

80 / Elías Neuman
sobre la opinión pública -más que de ésta, hoy deberíamos hablar de “opinión
publicada”, capaz de convertir el escándalo en espectáculo y en tender telo-
nes de niebla con la finalidad ulterior de pasar sobre las cosas que realmente
importan…-. En tal sentido, da la impresión que el hambre no vende en los
medios. Y se trata ¡del hambre sin tapujos! que no es estado de desnutrición
como dicen algunos organismos internacionales y algunas monografías pres-
cindibles, si no el que se incrusta en los seres humanos con los efectos de una
extraña droga, que duele físicamente y que, en nuestro país, conduce a la
muerte de decenas de cientos de personas, sobre todo niños y ancianos, sin
pensar en las secuelas de minusvalías síquicas y físicas que acarrea, en espe-
cial a los niños.
Si bien la inseguridad es una violencia de otro tipo, sería bueno analizar
cómo es que hemos llegado a estas circunstancias. Cuando se habla de inseguri-
dad inmediatamente se piensa en los delitos callejeros y urbanos, cometidos por lo ge-
neral por la gente de abajo. En México dicen que ésta es una forma de tener la mirada
siempre hacia abajo, lo que no permite “voltearla” hacia arriba porque, si así lo hiciéra-
mos, tendríamos en Latinoamérica la posibilidad de advertir que existe una violen-
cia enorme y extendida como es la que emerge de los delitos de corrupción y
soborno que se pergeñan entre las alfombras rojas de ministerios, financieras,
bancos. Y allí están también los grandes fraudes administrativos con moneda,
construcciones faraónicas, compras y ventas de bienes del Estado o que el
Estado no debería vender ni privatizar.
Hay una cantidad enorme de delitos white collar de extrema violencia por
sus efectos en el entramado social. Cabe añadir los grandes tráficos de nues-
tra era. Debemos mencionar en principio el de drogas -en que se venden se-
res humanos a la droga y no al revés-; el de armas de todo tipo; o el de san-
gre humana; de mujeres; de prostitución infantil; y se habla del de órganos…
Y habrá que mencionar delitos no convencionales como el de polución de la
tierra, el agua y la atmósfera; los delitos tecnotrónicos; los de falsificación de
medicamentos y alimentos; los de instigación al odio racial, religioso, políti-
co y de sexo, incluso a través de los medios de comunicación. Una cantidad
enorme de delitos de una violencia inusitada que sin embargo han sido esca-
moteados o no están dentro del ámbito de conocimiento público. Y cuando
por razones de arcana índole llega a caer algún delincuente económico en el
ejido de la justicia y la pena, no pasará a ser alojado en las mismas cárceles
y, si en todo caso, llegan a ellas, serán alojados en lo mejor de lo peor.

Las víctimas en el neoliberalismo / 81


Piensen que, por ejemplo, un sólo delito cometido por una trasnacional
oligopólica, tiene un coste económico y social cientos de miles de veces ma-
yor que aquellos por los cuales están encerrados todos los delincuentes en la
cárcel por delitos contra la propiedad. Uno solo de estos hechos delictivos
puede llegar a generar regiones de una enorme pobreza.
Somos también testigos de la aparición de un nuevo y abrumador perso-
naje: el excluido social, que por las circunstancias que le tocan vivir se en-
cuentra histórica y socialmente por debajo del esclavo. Piensen ustedes que
en la historia de la humanidad el esclavo ha tenido siempre un amo, un em-
pleador que cuidara de él y por otra parte, trabajo; además, un proyecto inter-
no: su libertad. El excluido social no tiene nada de eso. Despierta en la ma-
ñana y no sabe si ese día va a comer, si ese día podrán llevar alimentos a sus
hijos, a su familia, o si podrán lograr medicamentos si se enferman, mientras
se encuentra atenazado por el desempleo y por la pérdida absoluta de autoes-
tima, de dignidad...
Cabría preguntar si en estas circunstancias estas personas pueden ser con-
sideradas como seres libres. Es claro que lo son para las leyes, que suelen ser
excelentes en el papel, pero para quienes hacemos uso de una mediana sensi-
bilidad social, la respuesta es la contraria. ¡No son libres! Y se trata, como di-
go, de cientos de miles y, entre otras cosas, hemos estudiado que son institu-
yentes del Estado.
Señalo con absoluto rigor que estos seres humanos no son libres, aunque
como hombre de derecho tendría que desdecirme, porque las leyes son pare-
jas para todos; pero como victimólogo y criminólogo jamás podría acordar
con esto. No son libres y no olviden que se trata de cientos de miles de per-
sonas en todo América Latina que es lo que más duele.
Perdonen ustedes el paréntesis o la digresión. Alguna vez escribí -fue una
teoría que levantó ampollas en Madrid- que es preciso en materia civil, dejar
de utilizar una terminología legada por el Derecho Romano a la actualidad,
donde se habla de sujetos de derecho -incluso en nuestro Código Civil, en el
art. 30, los humanos pasan a ser entes jurídicos-. Hay que reemplazar “suje-
to de derecho” por persona humana. Claro, “persona humana” parece una tau-
tología, un pleonasmo, pero es que los abogados hablamos de “personas jurí-
dicas” y por ello, a veces, es preciso diferenciar.
Que los jueces juzguen personas humanas, que los derechos humanos re-
caigan sobre personas humanas -agregando con Ortega y Gasset “y sus cir-

82 / Elías Neuman
cunstancia”-. Una justicia verdadera y no una justicia victimizante como la
que poseemos tiene, en primer lugar, el deber de juzgar seres humanos y no
meros expedientes. Personas con su problemática individual y social, es de-
cir, sus circunstancias.
Hay personas que se encrespan cuando se habla de estas cosa porque, se-
gún se observa, para el criterio que sustento, el delincuente no deja de ser per-
sona. Prefieren la comodidad discriminatoria de seguir pensando en focetas
occipitales, licencefalias, cromosomas, peligrosidad social y no se detienen
siquiera en dar un paso sobre la vulnerabilidad de tantos seres. Prefieren no
advertir la problemática social de esas personas que vengo someramente des-
cribiendo, que las lleva en múltiples casos a lanzarse por el atajo de las adic-
ciones y de la delincuencia.
Cuando se investiga a los reformatorios, así llamados genéricamente, aun-
que en realidad son “deformatorios” de la personalidad del chico pues sólo
sirven para subrayar el encono social que traen, cual si se tratase de la mate-
ria prima de una gran industria que se denomina “delincuencia”, de la que vi-
vimos muchas personas, aunque algunas luchando en su contra, vemos que
esos jóvenes son siempre de los sectores más desprotegidos de la sociedad.
Esos reclusorios siempre están poblados de chicos morochos, que parecen
clonados. Al menos sus vidas lo son.
Hace unos años, en ocasión de participar en unas jornadas criminológicas,
visité muy cerca de la ciudad de Corrientes la llamada “Colonia Hogar Gene-
ral San Martín”. Resulta lamentable que el nombre del padre de la patria se
ligue a una suerte de pocilga tan deprimente, donde se albergaban más de
ciento cincuenta jovencitos, en su mayoría transgresores penales, pero tam-
bién aquellos que los jueces han decidido disponer por no tener recursos ni
otro sitio más adecuado. Eran chicos sin hogar a los que se aplicaba la vieja
cantinela de “situación de riesgo” para llevarlos al “riesgo aniquilante” de sus
personas y había también, chicos díscolos cuyos padres los llevaban para que
los contengan allí.
Quien se decida a investigar en nuestro país, verá a esos mismos jóvenes
en seccionales policiales, en las horribles Alcaidías de las provincias patagó-
nicas, las mazmorras de la provincia de Buenos Aires o en la provincia de
Córdoba, donde además de chicos de la calle hay chicos que viven en las al-
cantarillas del río Suquía y, si tienen cuentas con la justicia, van a dar a la lla-
mada “cárcel de menores”. Entretanto la Constitución Nacional en el art. 75

Las víctimas en el neoliberalismo / 83


inc. 22 nos dice otra cosa muy distinta, según todos sabemos -a partir de los
propios jueces intervinientes-, con respecto al trato de niños y jóvenes en la
Convención de los Derechos del Niño, que es nuestra ley suprema.
Aunque no resulte un paliativo ni remedio para semejante desgarradura
social, es esta una situación que se advierte en todos los países de Latinoamé-
rica y la selectividad penal se extiende a sus cárceles. He acuñado en el tiem-
po una suerte de muletilla dolorosa: “la cárcel sólo alberga delincuentes fra-
casados”.
En cuanto a la selectividad penal no es exclusivo patrimonio de los países
periféricos del capital mundial. Lo propio ocurre en los países centrales. Hoy
Estados Unidos registra un record de algo más de 2.000.000 de presos. De
ellos, el 50% son negros, el 25% es hispano parlante y el restante 25%, ex-
tranjeros y anglos. Vale decir que viendo nuestras cárceles, nuestros reforma-
torios y conociendo toda esta temática, tenemos que llegar a la conclusión
concreta y sin tapujos que al Derecho Penal y la aplicación de la ley penal,
son francamente discriminatorios. En una palabra, primero se define a quie-
nes y luego se los institucionaliza en el chaleco de cemento.
Nosotros hemos sido instruidos por la idea de la readaptación social del
delincuente, pero este asunto encarna hoy una vulgar falacia. En principio di-
ré que son palabras que si bien no se engendraron en él, sí se robustecieron al
amparo del Estado de Bienestar keynesiano, que el capitalismo industrial, en
época de bonanza, prometía. Entonces se subrayó, como nunca antes, la doc-
trina de readaptación social sin proporcionar alguna definición concreta, ni si-
quiera descriptiva, de lo que es y en qué consiste esa readaptación. Hoy, cuan-
do se habla de ella, se lo hace en un lenguaje sobreentendido.
Si tomamos la literalidad de estas palabras nos vamos a encontrar que
“readaptar” implica que alguna vez las personas objeto de esa readaptación
han estado adaptadas. Entonces, cabe preguntar: ¿adaptadas a qué? A un mun-
do, a un grupo de pertenencia social, a una formulación de clase social que
los ha impelido al delito. Si decimos “social” tenemos que pensar que cuan-
do egresan de una cárcel, en libertad definitiva o condicional, van a reencon-
trarse con ese grupo. Me estoy refiriendo a delincuentes presos y entonces ca-
bría preguntar: ¿cómo podríamos readaptar a un delincuente económico si por
razones de arcana índole un juez decide encarcelarlo y luego es condenado a
pena de prisión? ¿Cómo podríamos readaptar socialmente a un delincuente de
este tipo? Personas que están más socializadas que nosotros, que viajan por

84 / Elías Neuman
todo el mundo, que tienen una sonrisa de acrílico que nosotros no exhibimos,
visten mejor que los jueces, que los fiscales y que, para terminar la figura di-
ría que también van a los programas de televisión que sus empresas auspician
y se enojan terriblemente hablando del robo de pasacasettes. (Advierto que
estoy trazando una figura más o menos gráfica y que no se la debe ver como
lombrosiana…)
Concluyamos, pues, que no sabemos qué es la “readaptación social”, ello
al margen de no conocer readaptados, salvo algún caso donde había una fa-
milia muy fuerte que esperó, sostuvo y alentó al egresado de la prisión. Una
cosa es segura, la readaptación social se vinculó durante muchos años al he-
cho del trabajo carcelario y se decía en cierta época, no sin razón para aquel
entonces, que el individuo que engendrara en la cárcel una vinculación seria
con el trabajo o que se robusteciera en ella, al volver a la libertad iba a tener
de donde asirse y, por ende, encontrar una posibilidad de salir del delito. To-
do esto, como dije al principio, estaba dado para un sistema capitalista de pro-
ducción, donde, claro está, eran bienvenidos los operarios pues constituían un
eslabón imprescindible de la cadena de producción.
Pero, ¿qué ocurre en el capitalismo financiero de hoy? En la realidad con-
creta de nuestros días sería algo así como enseñarles a trabajar o a robustecer
el ánimo de trabajo para que luego, ya en libertad, deambulen días y días sin
conseguirlo, del mismo modo que no lo logra casi nadie en extramuros.
La readaptación social del delincuente ha sido y hoy se advierte de mane-
ra elocuente, una falacia que pasa a integrar un lenguaje sobrentendido, sim-
bólico y sin contenido. Además la readaptación social figura en la ley y las le-
yes, según se sabe, suelen ser excelentes en el papel. Insisto, allí donde se
efectúe una investigación de campo ¡tan sólo una! nos permitirá advertir que
la realidad ensucia todas las cosas y las leyes pasan a ser peticiones de prin-
cipio. Fíjense lo que nos pasa con lo único que tenemos de primer mundo en
nuestro país: el art. 75 inc. 22 de la Constitución Nacional, que regula nada
más ni nada menos que los Derechos Humanos del hombre, la mujer, los ni-
ños y jóvenes. Cabe abrigar la convicción de que esos derechos humanos se-
rán fundantes de una democracia consolidada y estable en el país cuando se
apliquen de modo irrestricto.
Todo conduce a replantear la misión (o, al menos, la nueva postura a adop-
tar) del hombre de derecho. La Constitución Nacional ampara a los Derechos
Humanos que deberían constituirse en la doctrina social y política de nuestra

Las víctimas en el neoliberalismo / 85


bisoña democracia; pero el caso es que adolecemos de demócratas verdade-
ros y de instituciones democráticas. Además existen millones de personas que
no saben siquiera qué son los Derechos Humanos pero que fungen, según las
fuentes del derecho, como instituyentes del Estado.
Frente a todas estas situaciones bosquejadas aquí en gruesos trazos, debe-
ríamos preguntarnos: ¿quién es el hombre de derecho? ¿Siguen las Faculta-
des creando tecnócratas legales con circunspectas anteojeras, o emergen abo-
gados con conocimientos serios de las realidades sociales -en amplio sentido-
del país y la urdimbre histórica y político social que las proyectaron.
En principio cabría decir que en las Facultades de Derecho se trasmite
el saber como quien trasmite el poder, de una manera acrítica y, por ende,
ahistórica, también aséptica pues no deja expresarse a los jóvenes. Se espe-
ra, eso sí, que reflexionen. Lo mismo sucede con otras carreras sociales,
donde los paradigmas y las consignas unívocas y personales de la cátedra
son más importantes que las verdaderas realidades que se recogen en los
trabajos de campo y en experiencias de los alumnos por observación parti-
cipante y, cuando el alumno viene con todos esos elementos, deberá subsu-
mirlos y adecuarlos a tales paradigmas y consignas, reduciendo problemas
sociales severos a cuestiones de índole epistemológico. En la Facultad de
Derecho por ejemplo, colonizamos la mente del estudiante con una sobrea-
bundancia de doctrinas alemanas que luego no se recogen en acusaciones,
defensas o sentencias que se aplican en el país. Pero así de inescrutable es
la dogmática…
Sostengo que el sistema neoliberal y las medidas políticas y económico-
financieras que se tomaron para su implementación ha hecho caer por la bor-
da del contrato social a millones de personas. Personas que ya no podrán por
sí, por sus propios medios, asirse con fuerza y reincorporarse. Es que hoy por
hoy, en los países centrales y en los periféricos, se advierte una garrafal pér-
dida o anestesia profunda con respecto al sentido ético de la vida humana y,
por el contrario, hay una tangible e inmensa cantidad de seres humanos que
no reingresarán al sistema porque, sencillamente, no interesan.
Quiero ilustrar mis palabras con un hecho personal, anecdótico, que con-
sidero significativo y que se produjo en el año 1995. Se trata de un, en apa-
riencia, curioso diálogo que tuve en México con un secretario de salud públi-
ca y, a la vez, uno de los más reconocidos hematólogos del país. Estaba, por
entonces, investigando el VIH/SIDA en prisión -que luego diera lugar a mi li-

86 / Elías Neuman
bro “SIDA en prisión: un genocidio actual-. Un amigo común me llevó a co-
nocer al funcionario.
Mi primera pregunta fue: -Dr. ¿cuál es la política que tiene México en ma-
teria de drogas ilícitas?
Muy rápidamente me contesta: -Pues, no tenemos políticas.
Entonces le dije: -Creo que mi pregunta siguiente va a resultar sobreabun-
dante: ¿cuál es la política de México en materia de SIDA en prisión?
Y en su respuesta reiteró: -No tenemos política...
Me incorporé. Le dije: -No quiero tomar su tiempo, aunque lo que resta-
ría es preguntarle: ¿por qué no tienen política?
Contestó rápidamente, mientras me invitaba a reponerme en la silla: -pues
esa es la pregunta mi amigo. No tenemos política porque esa es nuestra polí-
tica. Lo nuestro es la política de la no política…
Sentí como una especie de impacto especial. Creo que el secretario captó
mi asombro y me dijo: -Le he preparado este libro, que no podrá salir de aquí,
para que se informe y luego seguiremos platicando.
El libro que me alcanzó era una suerte de programa del Banco Mundial.
Mi anfitrión me invitó a tomar asiento en un sillón y a leerlo por el tiempo
que lo deseara, mientras quedó hablando con nuestro amigo común. Era un li-
bro de excelente encuadernación, de tapas azules y su texto y contenido vol-
cado en inglés y castellano. Voy a dividirlo en tres grandes capítulos por sen-
tido elemental de síntesis.
El primer gran capítulo traía una historia muy detallada de la irrupción del
SIDA desde el año 1980 al año 1995 y las diversas teorías de las razones de
esa irrupción que, en un principio se achacó, según se sabe, a la promiscui-
dad homosexual.
Un segundo gran capítulo en que aparecían todos los hallazgos de los labo-
ratorios, me refiero a las formas de monitorear la enfermedad para detectarla, los
análisis Elisa y Wester Blot y a los antiretrovirales para el tratamiento. Allí apa-
recía cada medicamento junto con el laboratorio que lo producía, la explicación
de la acción terapéutica correspondiente y, en todos los casos, puntualmente, su
precio. Así, un larguísimo listado. Se tomaba, por ejemplo, la tercera etapa de la
seropositividad y cómo debería ser aplicado el cóctel de drogas agregando el tra-
tamiento médico y su precio eventual y, por último, los procesos y gastos que
demandaban las enfermedades huéspedes, el régimen alimentario calórico que,
en su caso, debía recibir el paciente con su correspondiente costo.

Las víctimas en el neoliberalismo / 87


En un tercer gran capítulo se señalaba a los gobiernos, mediante diagra-
mas ejemplificativos que, adjuntando un índice demográfico del país y las
cantidades de infectados y su situación médica seropositiva (que allí se ejem-
plificaba) se podía entonces, sólo entonces, acceder a un subsidio del banco.
Allí advertí que el sentimiento ético con respecto a la vida humana se ha-
bía trastocado. Que importaba más su evaluación por el costo, riesgo y bene-
ficio.
Han cambiado los términos de la vida: la política pasó a llamarse econo-
mía, o mejor aún, finanzas, y la moral, política. Habrá que releer a Robert
Malthus -aquel economista de finales del siglo XVIII- que señalaba que las
guerras eran necesarias pues una buena cantidad de personas debería morir
para asegurar la buena alimentación -que el crecimiento poblacional tornaba
escasa- de los elegidos.
Hay otros hechos concretos que, por ejemplo, ocurren en nuestro país,
desde su institucionalización, rumbo a una democracia plena y estable a la
que aspiramos pero aún no hemos arribado ni estamos en situación de prede-
cir cuándo será. Hablamos, eso sí, de nuestra democracia, con excesiva lar-
gueza, pues aún no vivimos en ella. Es que la democracia requiere de demó-
cratas e instituciones democráticas. Un ejemplo lo proporciona la policía que,
en su tiempo, fuera el brazo adjetivo de la dictadura militar. Desde 1983, nun-
ca se intentó un cambio estructural o ideológico de la institución y, de tal mo-
do, construir una policía para la democracia que redujera la agresión, supe-
rando la dicotomía con el pueblo. Uno creía, con cierta fugacidad humana,
que se trataba de una suerte de error político o de la política, en especial, cri-
minológica.
Adolfo Suárez, que fue el primer presidente en España después del fran-
quismo, lanzó la idea de la necesidad de crear instituciones para la democra-
cia. Hablaba de policía, justicia, ejecución penal y periodismo para la demo-
cracia y exhortaba a las diversas regiones a constituirla. El país vasco fue uno
de los primeros que adoptó la idea de policía para la democracia, creando una
institución en su propia policía, que por entonces debía luchar contra la ETA
y el GRAPO. De pronto les dijeron: “Uds. tienen que ser una policía democrá-
tica y no autoritaria”. Hubo resistencias, pero dentro de la misma institución,
la idea tomó inusitado impulso y se enrolaron en ella cientos de funcionarios
policiales. Se hicieron cursos, seminarios, jornadas, diálogos y experiencias
prácticas, teniendo en la mira a los Derechos Humanos y fue creciendo con el

88 / Elías Neuman
apoyo interdisciplinario, de múltiples personas dedicadas a la problemática
de seguridad y delito.
Se creó “Policía para la Democracia” como una institución transitoria o
provisoria. Cuando se logró el nivel que se consideró adecuado y una inme-
jorable relación con el pueblo, cesó su existencia. Lo mismo ocurrió con
“Jueces para la Democracia” en Madrid.
En la Argentina, desde 1983 a la fecha, la política llevada a cabo por los
distintos gobiernos fue la de pactar con la policía de la dictadura, es decir, re-
cibirla tal cual venía. No se encaró por político o proyecto alguno el cambio
estructural e ideológico que, con la ayuda de todos, la policía y el pueblo to-
do, requieren. Continúa la violencia policial autoritaria y temida a la vez que
se ahondan las dicotomías con la enorme mayoría de la población.
Pero ¿cómo opera el pacto y qué quiere decir pactar con la policía?
¿Cuáles son los intereses y los fines que se persiguen para que los políti-
cos desde el poder pacten con la policía? Con un entusiasmo demoscópi-
co fui de los que creí, en su momento, que se trataba de mera desidia o un
garrafal olvido, eso de no propiciar el cambio estructural de la policía vio-
lenta y delictiva. Pero, a poco andar, advertí que cualquier intendente del
más lejano e ignoto pueblo sabía con qué policía contaba y así también
gobernantes de provincia y de la Nación y ese laissez faire y ese dejar pa-
sar tenía una urdimbre acuciosa, severa y dramática más allá de lo espera-
do y que cabría estudiar detenidamente.
¿En qué consiste el pacto? Se trata de un guiño sobreentendido y, a veces,
una decisión concreta, pero consensual, que emana del poder para el logro in-
mediato de los medios de control social. Los términos son, con un más o un
menos: “señores, si nos vemos en la necesidad de reprimir, ustedes deberán
acudir inmediatamente y seguir las órdenes que impartamos y, hasta un cier-
to punto, si sienten que técnicamente tienen que hacerlo, quedan facultados a
proceder, hasta nuevo aviso… Nosotros a su vez cerramos los ojos, sellamos
los labios, para que puedan continuar con aquellos ‘negocios tradicionales’ de
buena parte de sus jefes”. Palabra más o menos, en eso consiste el espíritu de
este pacto espurio.
Hay todo un proceso que se está siguiendo en la actualidad en el que se
advierte que el gobierno de la Nación y el de la Provincia de Buenos Aires se
decidieron por no pactar. Restaría saber cuáles son los programas de política
criminal o criminológica que se piensa instrumentar, tenemos derecho a sa-

Las víctimas en el neoliberalismo / 89


berlo tanto como a colaborar como pueblo para el logro de una policía demo-
crática con una criminalística moderna, actualizada.
Todo lo referido a la inseguridad y a la impunidad requiere de progra-
mas. Y tener presente que la impunidad implica una nueva violación de la
ley penal; porque las leyes penales están hechas para ser cumplidas y la im-
punidad sortea esa circunstancia e implica la no justicia. Además, la impuni-
dad alimenta.
En nuestro país es impresionante la cantidad de celebérrimos casos impu-
nes. Bastaría recordar los de la AMIA, la Embajada de Israel, o el estallido
de Río Tercero en Córdoba, donde un polvorín podría haber arrasado toda la
ciudad, además las muertes prodigadas por la policía y apañadas, desde hace
tantos años, por el poder político.
Y en cuanto a la mano dura cabe recordar que en nuestro país existe la pe-
na de muerte, claro que de modo extrajudicial. Las leyes no la autorizan, la
han proscripto. En el Art. 18 de la Constitución Nacional, en su espíritu y su
letra, como también en el Pacto de San José de Costa Rica en su Art. 4 ins. 4,
se señala concretamente que aquel país que haya derogado la pena de muer-
te no la puede volver a reinstaurar y nuestra pena de muerte se derogó en épo-
cas de Alfonsín, en 1983. De este modo, la pena de muerte, restaurada por la
dictadura, no existe como tal y nuestro país figura entre los abolicionistas, sin
embargo se aplica extrajudicialmente por la policía, concretamente, en aque-
llos casos que se han denominado públicamente “gatillo fácil”. Y hablo de pe-
na de muerte extrajudicial porque es un organismo del poder punitivo del Es-
tado la que la lleva a cabo.
He hecho una investigación sobre la temática que me ha servido para acla-
rar algunas escabrosas situaciones. Cuando por los años 1985-1986, la policía
mataba diariamente en los llamados “enfrentamientos” que en realidad eran “ra-
toneras”, decidí llevar una suerte de carpeta con las publicaciones del diario Cla-
rín y el diario El Día de La Plata. Allí aparecían casi todos los días noticias que
invariablemente decían: “Cayeron tres hampones”, “Cayeron dos hampones”,
“Tres malhechores menos”. Llegué a contabilizar veintiocho muertes en diez
días. Por entonces el Ministro de Gobierno de la Provincia señalaba, en La Plata,
que eso era eficacia policial, desnudando algo que se encontraba detrás de todas
estas muertes, conocido mundialmente como “operación limpieza”. Primero la
orden viene de arriba y después se hace un hábito, un modo de trabajo poli-
cial. El “gatillo fácil”, como la tortura, pasan a ser instrumentos de trabajo.

90 / Elías Neuman
Fue entonces que con un grupo de seis colaboradores decidí realizar una
investigación de campo, investigando en las cárceles de Sierra Chica, Merce-
des, Olmos, Batán, Devoto y Caseros, a los futuros recipiendarios de esa pe-
na de muerte extrajudicial, o sea, a los delincuentes “de la pesada”. Ellos de-
cían, concreta y unánimemente: “mire, antes salíamos a hacer un trabajo y si
perdíamos nos encanutaban, ahora la policía sale de fierros y nosotros tam-
bién”. En los reclusorios mexicanos y en la desaparecida prisión de Carandi-
rú, en San Pablo, oí similares versiones.
La interpretación que realizamos venía a ratificar que “la violencia engen-
dra más violencia”. Es una guerra donde mueren delincuentes, policías pero
también mirones, transeúntes y rehenes. En segundo lugar debiéramos dete-
nernos a meditar ¿quién engendró esta violencia, la policía o los delincuen-
tes? Y en tercero, advertir, sobre todo en tiempos en que se presume que la
solución está en leyes severísimas, que frente a una pena de muerte aquí y
ahora, donde no hay acusación ni juicio previo, los delincuentes no se disua-
den, no se intimidan, sino que deciden responder con sus armas y causan nue-
vas muertes (de policías). Es la guerra…
Vivimos en tiempos en que políticos de diversas extracciones en nuestro
país y en otras latitudes manipulan al sistema penal como una nueva forma de
obtener sufragios, demostrando una teatral fortaleza. Cuanto más débiles y
banales son sus programas políticos y de acción social, aparecen como más
severos, incluso en el gesto. Hablan de leyes represivas para reforzar ciertas
tesis de tolerancia cero y de mano dura que el Manhatam Institute proclama
en su venta de tecnología. Pero han hecho creer a muchos de nosotros la fa-
lacia de que a través de la represión se pueden solucionar problemas sociales.
Sin embargo, nunca ha ocurrido así en la historia de la criminalidad y, ade-
más, la prevención especial y general que, se dice, dimana de la ejecución de
la pena resulta hoy -lo fue siempre- tan falaz como el discurso de la readap-
tación social del delincuente.
Hoy, resultan precisos y contundentes otros argumentos ávidos de reali-
dad. Cabría explicar que no es la pena más draconiana la que puede disuadir,
sino el pleno empleo. Los gobernantes tendrían que estar abocados funda-
mentalmente a eso, para que sea posible retornar a la dignidad del trabajo.
Faltaría hablar de otra pena de muerte, la que se produce en las cárceles,
el “gatillo fácil carcelario”, que resulta más fácil pues los delincuentes están
a la mano y muchos los consideran ex hombres o simples categorías legales

Las víctimas en el neoliberalismo / 91


pero no ya seres humanos. Tal vez no estén equivocados porque el Estado no
se apropia simplemente de la libertad deambulatoria o locomotiva del deteni-
do sino de su entera vida.
Hay que solucionar problemas carcelarios, que significan vidas, legislan-
do y aplicando medidas alternativas de la prisión tradicional. Muchas enfer-
medades curables -tuberculosis, hepatitis, cardiovasculares, neumonías, por
ejemplo- no son tratadas ni medicadas y terminan en muerte. Existe una enor-
me cantidad de depresivos endógenos y de neurosis depresivas reactivas que
en su faz extrema permite ver reclusos que deambulan, catatónicos, solicitan-
do elementos para matarse. Todos lo saben pero nadie hace nada y llega un
día en que se suicida. Y hay suicidios que no son tales… Otras muertes se pro-
ducen por falta de pago, sobre todo en materia de drogas. Nos quedaría el SI-
DA y las revueltas y motines que nos llevarían a una nueva conferencia.
Para concluir, me gustaría decir que el liberalismo político a finales del si-
glo XVIII nos legó tres apotegmas: libertad, igualdad, fraternidad. De la li-
bertad hemos hecho el destrozo más notable; de la igualdad, otro tanto; nos
queda la fraternidad humana, que debe ser encauzada con sentido distributi-
vo, es decir, ético, moral, jurídico y económico. Es aquí donde, en gran mo-
do, entra en juego la ayuda a las víctimas de delito, además de su participa-
ción como actora en el drama y en la causa penal. La causa tiene que alber-
gar a la víctima y el juez debe tener los medios para que sea reparada en to-
dos los otros aspectos personales y familiares que haya sufrido como damni-
ficada por el delito. Además, el Estado no deja de tener corresponsabilidad en
ciertos delitos por falta o falsa seguridad.
Existe una justicia restaurativa y un principio de oportunidad que debe
abrirse paso en la justicia penal para lograr la reparación de la víctima, la gran
olvidada. Aquí sí cabría hablar de la readaptación social de la víctima del de-
lito.
En síntesis: sé que algunos aspectos de la temática desarrollada pueden re-
sultar ríspidas, pero mantengo que nuestros países latinoamericanos han crea-
do un estado penal autoritario dentro de las democracias, para una gran can-
tidad de seres humanos de abajo que fungen en la mira futura como probables
insumisos. Un especialísimo terrorismo de Estado, encabezado por la inhu-
manidad de lo humano: el hambre y sus violentas muertes. Además del silen-
cio crepuscular de gobiernos y de medios de difusión, habrá que añadir la ma-
nipulación política del sistema penal que tiende a la represión, más severa, so

92 / Elías Neuman
capa de la inseguridad ciudadana. Esa represión recae sobre millones de per-
sonas de abajo que sólo por ello interesan al neoliberalismo, ya que su rein-
clusión social resulta problemática y, por lo tanto, es necesario su control so-
cial. Todo lo cual es funcional al sistema.
Por último, muy sinceramente quiero decirles que no he venido a hablar
aquí para incomodar a nadie sólo, según dije al principio, a ayudarnos a pen-
sar. Pero si entre ustedes, alguien se ha sentido incómodo, junto a mis discul-
pas le rogaría que recuerde aquellos versos del gran poeta norteamericano
Walt Whitman que cierran un poema, diciendo: “Si vas a un desfile y un sol-
dado equivoca el paso, no lo juzgues, no te burles, no te rías, puede estar es-
cuchando otros tambores”. Gracias.

Las víctimas en el neoliberalismo / 93


Gobierno de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Jefe de Gobierno
Aníbal Ibarra

Vicejefe de Gobierno
Jorge Telerman

Jefe de Gabinete
Raúl Fernández

Subsecretaria de
Derechos Humanos
Gabriela Alegre

Directora General de Atención


y Asistencia a la Víctima
Mara Brawer

Av. Roque Sáenz Peña 547 4º


Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel. 4342-0528/4958/6103/7797
4331-7417 / 4345-6969
dgayav@buenosaires.gov.ar

SUBSECRETARIA DE DERECHOS HUMANOS


Dirección General de Atención y Asistencia a la Víctima

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