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Salvador Pliego
Lienzo de flores en tu cuerpo dibujo
Lienzo perfecto
en que brega mi alma
pintando su dicha,
como la caricia misma
deleitándose en la obra viva.
Romances y veladas
Te miro enfrente
como un vino paladeable inagotable,
una luz sin cera que se agote,
una flor sin envase que te cerque.
Un lucero en tu semblanza,
cárcava de luna en que se hundió mi anhelo.
Toda fuiste: voraz, intrépida, aguerrida.
Velada de ilusiones proferidas
en que se ahogo el deseo de tu cuerpo.
El sabor del vino entre sorbo y sorbo;
La copa cristalina reflejándose en tus labios;
El más volátil de los cantos
en que la sonora copa se bebió tus besos.
Noche en que mi mano saboreó el tejido tierno.
Centelleos de los astros que miraban
impacientes la hora en que habría de comenzar
el suave acariciar y el lento aprendizaje de tus ojos.
Soledad y celos
Que no te toque
más que el viento de mis besos.
Que no te palpe
más que el soplo de mi boca.
Que no te cubran
más que mis voraces manos.
Que te vistan sólo mis quebrados ojos.
Y tú, a lo lejos,
bella y pura en tu sonrisa…
Allá en la lejanía… donde no te cubro,
donde no te escucho.
Allá en la lejanía…
Momentos
Me tientas y te tiento:
Tu mano hace en mí
lo que la semilla hace al fruto.
Me tocas y te toco:
La noche plasma en ti
lo que a mi pecho tu latido.
Me palpas y te palpo:
Te envuelves en mi cuerpo,
te fundes y diluyes.
Te acaricio y me acaricias:
De un torso a otro torso,
de un giro a otro giro.
Te instigo y me instigas:
Provocas e incitas,
provoco y seduzco.
Me acerco y te acercas:
La noche hace en el tiempo
lo que la cópula en el nido.
Te beso y me besas.
Te callas y me callo.
Te vuelcas y me vuelco…
En tu cuerpo y desnuda
Niña blanca
I
Niña linda, agua clara,
cristalina en tu mirada:
El mar te baña en su ostentosa falda;
El mar te cubre en caracolas cardas.
Mar de niña, niña clara,
en tu ojitos brilla la alegría
oceánica que me cautiva.
Nina hermosa del clavel y la burbuja.
Mar precioso que desprendes
el olor del sorgo en la mañana.
Niña linda, niña frágil,
tu risa aviva el mar
y me deslumbra.
II
Niña de agua, niña clara,
¿podrías alguna vez
besar la luna
y dármela en tus labios de mañana?
III
Nina pura y consagrada,
te amo igual que el alba a la mañana
y cuando se despunta el día
en alborada.
Niña linda, rosa blanca,
de tus ojos llevo el ala
y un pedazo de luna enamorada.
La creación
(Versos e ilusión)
I
Puedo con mis sueños
volar hasta la más lejana de las vistas.
Allá donde el cosmos se retuerce y se recrea,
donde el alba nace en las nébulas del universo.
II
Eres incógnita en la luz cósmica que alumbra esa marea.
Brota tu cuerpo de la constelada bruma de luceros.
Eres mía, aunque la noche me reclame la osadía.
III
Y al sexto día, de las entrañas,
la luz nació de una costilla,
y el iris de la noche
capturó en el firmamento
la más bella sonrisa
que jamás pudiese alguien venerar.
Y nació de esa sonrisa, en un venero, el universo.
IV
Tuve sensación de tierra y fuego.
Tuve palidez y hacinamiento de destierro.
Mas la noche en que en tu vientre
contuviese el respiro,
la profunda hilaridad del universo
me clavó tus labios,
y la noche se estrelló
para inmolarte en sus luceros.
V
Me creaste con tus ojos,
a tus labios me acogiste,
y al caer al lecho,
ese universo… el firmamento…
no sé cómo,
lo prendiste.
VI
No concibo el mar sin unos ojos.
No imagino la alborada
si no atrapo tu mirada.
No percibo una noche
sin tu boca enamorada.
Tus besos
“Es cuando te beso,
el instante en que todo lo posible e imposible
se resume a tu mirada.”
Mario Martín Morquencho León
I
Guárdame en tus besos mujer.
Déjame atrapar en estos versos
la sonrisa pletórica y distante.
Subirme a la barca de los sueños
para recorrer las profundas aguas de tus besos.
Ávido de ti
la tormenta expandió de tajo
el relámpago en el árbol
y en el nido fue a caer
en mis callados labios.
III
¡Gritad, gritad!
Alfarero, hortelano, acerero,
joven jornalero del torno y de la rueca,
alegre carpintero del cincel y de la broca.
¡Gritad, gritad!
A la roca, a la semilla,
al ave en su crucero,
al pez en su odisea.
Gritadlo a todos y en la cima.
En la cumbre, en la taberna,
a la masa que hace pueblo y camino.
Gritadlo a pleno pecho y sin tapujos:
Llevo el éxtasis del contacto de sus besos.
Llevo el corazón colmado de sus labios.
Llevo el beso de su boca y en mi boca.
Llevo un beso y el canto enamorado.
Poesía tu mirada
Y le escribo a tu pupila
con el sentimiento profundo que me exalta;
El verso vivo de tus ojos
en la claridad de una mirada.
Tú, sólo tú
No encuentro maravilla
más allá de tu mirada.
No existe fundamento
más allá de tu pupila.
Evoco todo cuanto existe
y se resume siempre
en tus ojos que relumbran.
Prometeo
Y mi corazón se abrió
como la llama consumiendo al viento,
para propalar al orbe
el amor que vivo y que profeso:
Te amo mujer y a los ojos que venero.
A ti exalto como bruma incandescente,
de ti depende mi silencio hilarante,
a ti reclamo como el aire que me nutre.
Te amo mujer, y es todo lo que siento.
Te llevo adentro, en el fuego que me nace.
Te amo a ti, y es todo lo que siento.
Tu mimo
No fue la luna,
sino el aliento de la noche
y el beso prófugo despojado de tu boca.
Tú me creaste.
Así risueño e hilarante:
Pájaro sin alas en esteros luminados;
Humo blanco en las alturas y en los riscos;
Espora limpia sin tierra y surco al descubierto.
Busco en el universo la estrella que no me ha besado
y que oculte los rasgos que tu boca me ha enseñado.
Quizá a millones de años luz.
Quizá en el infinito aún no imaginado.
Prendida como estuario. Fulgurante como rayo.
Impredecible cual aurora.
Que lleve la alegría que yo mismo he robado.
Que muestre la sonrisa que nunca he ocultado.
Te vuelves mi universo.
Te vistes de mis días.
Te fraguas fresca de mi regocijo.
Tu vientre
Ebrio, ¡sí!
y no puedo esconder la copa de mi mano,
y no puedo encubrir el beso
que derrama de mi boca.
Aturdido entre tus brazos evoco
tu silencio y mi silencio.
Frenesí de copas, de besos y de aromas:
la callada copa en que marqué tus labios.
Frenesí de nudos y gargantas.
El amor volvió
He de confesarlo, sí,
que decirte amor rompió la calma que tenía.
He de confesarlo, ¡sí!,
que en tus aguas me perdía.
El amor volvió y en góndolas me iba.
He de confesarlo, ¡sí!,
preciosa dama mía,
que besé la luna
en la Venecia en que tú ibas.
Eras la noche
Radica en tu seno
el aroma dulce de la guaba,
el fresco otoño de las uvas
que se enraíza en los jardines.
No hay vestimenta
más que el alba frágil.
Ni siquiera rozan
con sus dedos
los rayos que broncean.
Eres la cosecha
de la fruta picoteada
en mi boca, en mis manos,
en cada poro abierto de mi tacto,
y te devoro como se devora
la semilla en el surco y en la tala.
Vivo en ti
Alfarera
Un día de la arcilla
juntaste las manos
y rajando mi pecho penetraste el costado.
Moldeaste mi cuerpo,
forjaste del horno el rojo amuleto,
dejaste ternura doquier en mi torso.
Me miras entonces,
y emerge en tu rostro
tu bella sonrisa
y me dice que todo se vuelve caricias.
Eres mujer
Mírame…
Cierra los ojos…
Tócame…
Deja que mis fantasías se desborden.
La carta
Sabes, desde ese primer día el despertar se ha vuelto diferente. Y no es que haya
cambiado algo, o tal vez si… ¡quién sabe!... Noto una sonrisa extraña por doquier voy
caminando, o será la mía que se asoma sin recato por donde ando deambulando.
Desde aquel día todo se volvió alegría. Aún recuerdo el momento en que te vi y sólo
opté por sacar un verso de mi alforja para leértelo entusiasmado. Mientras yo me
esmeraba al leerlo notaba tu mirada fija en mí y esa atención que de repente se volvió
delirio.
¿Cómo decirte ahora lo que siento, si he escrito tanto para ti y no encuentro más palabras
que arrancarle al viento? Y suspiro por tener del alba la palabra que a tu aliento
reconforte y quitarle al menos los vocablos que hagan manifiesto mi sentir. ¿Cómo
decirte ahora que esa sonrisa que departe por la vida me nació de ti y tu alegría si no
encuentro obra poética más que tu boca en mi boca?
Mira a lo lejos… Cierra tus ojos… Escucha el mar latiendo con sus olas. Rompiendo
espuma y crestas. Hablándole al viento como se hablan los sonidos. Seduciendo las
gaviotas con sus alas de bruma en regodeo. Visitando caracolas que brincan sobre
infinita grava.
Imagina el mar como aquel perdido verso que aún trato de encontrar. Como aquella bella
tarde que intento redactar volviéndola una ola o el azul mirar. Igual que tu mirada que no
logro descifrar… Imagínalo en silencio, que aún no cesa de volar y se va volviendo
canto, murmurándote al pasar…
Mira a lo lejos donde el canto habla entre versos y atrapa cada brisa que revienta en tu
mirar…
He tratado de encontrar palabras y decirte lo que siento… cómo es que llevo esa sonrisa
por doquier y muy adentro. Pero no hay palabras, lo sé. Simplemente le alegría que me
da el diario caminar.
Y resumo para ti esa alegría con los más simples vocablos que la mar me susurró: Te
amo.
Mira a lo lejos… Cierra tus ojos… Escucha la mar…
Sigue así: como tu boca, como tus ojos, como tus manos.
Igual la noche en su profundo canto besa la luna y el infinito.
La misma tarde, al alba, versa su copla para alumbrarla.
I
Sueña la luna que besaba al día,
¡ay de los sueños en que me tenía!
II
Estaba la luna bajo tu mirada…
En silencio la noche
con su manto negro iba y la acosaba
y la luna, en tus ojos, de cerca la atrapaba.
Yo toqué tus ojos con la suave yema que nació del alma
y besé tus labios con la luna nueva
que vistió de cala,
y palpé tu rostro en la oscura noche
bajo la mirada que la luna me guardaba.
Yo toqué la luna,
y en el resplandor del alba
la miré bonita,
la miré preciosa,
la besé en la boca.
Serenata
(En corrido mexicano)
Cherchez la femme!
¡Buscad a la mujer!
Aquella que del brazo de la lluvia ha besado
y ha dejado por doquier
rastros de un aroma inmaculado.
¡Buscadla a ella!
En el capullo de alelí y la gladiola,
en el azul del mar reflejando la farola,
en la pluma del merlín que en el cielo resplandece.
A ella misma,
que es pigmento de la tierra, alba y firmamento:
primavera seductora y otoño colorido.
La misma que en las manos
lleva el viento dulce de los trinos
y hace eco cada vez
que el ave hace suspiros.
Y si la encontrases,
y si la mirases,
decidle:
que guardo un beso para ella ilusionado.
Besarte toda
Mujer
¡Ah casquivana!,
que rodaste como piedra
entre los brazos y los besos
y sedujiste a cuanto caballero
puso la mirada en tu silueta.
Ibas como el agua: apaciguando sed,
acariciando las gargantas,
cautivando a aquel que en tu hermosura
veía el aposento y la lujuria.
No dejaste agasajo sin rozar tu vientre,
ni púrpura mirada que no halagase
la provocadora sed de tu figura.
Te diste toda como la semilla
que brotaba de la tierra
y germinaba con la gota
de la intemperancia y desenfreno.
Violín de guerra
El llanto se me escapa
en cada cuerda fracturada,
y el violín oye su nota silbando en la metralla
arpegios tristes de la aurora.
Tristeza
(Los versos de la soledad)
I
Lóbrega batalla te has crecido,
mi amiga, mi fiel escudera y compañera.
Penumbra que cobija mi ventura.
Soledad que nutre mis valijas.
En ti desvivo el ansia y el desasosiego,
la impertérrita oquedad de los sepulcros.
A ti recurro como ofrenda y sacrificio.
Te soy fiel como el labriego a su semilla.
II
¡Liberad la furia, fiera noche!
Devolved la afrenta que en los ojos se quedara,
que no guardo lágrimas,
más que la humedad
copiosa que quedase
por siempre inadvertida.
III
¡Dejad la guadaña alzada!
¡Dejad la guadaña izada!
Yo sufro tanto en el alma,
que un día que la sombra caiga,
la muerte en su gesta brava
conmigo habrá de usarla.
IV
Me basta el silencio
para cabalgar conmigo mismo.
Recorrer el prado y los molinos
guarecido en la amargura
de un pollino.
Que no tengo Caballero
que levante envergadura,
ni cobijo alguno de Hidalguense investidura.
V
De mis soledades voy y vengo en el camino,
y el día que me quieran
guardaré cobijo
con la cara al frente hacia el encino.
Guardare cobijo y dejaré la tumba al camino.
VI
Alma mía cuando vas herida,
la tristeza es fiel amiga
cuando azoras en cuclillas.
Alma herida, que te vas esquiva.
VII
Un día de llorar caminos,
¡se quedaron tantos!…
¡se quedaron tantos!…
IX
Cada cual con su tristeza,
la rabia y la oquedad.
Yo tengo la mía propia,
me basta mi soledad.
X
Poeta triste
recogiendo los pelmazos de alegría,
¿cuando te quedaste
en esta ausencia
recogiendo los pedazos de la risa?
Y aquellas carcajadas
que eran obras de algazara
se quedaron frías
en las muecas y en las rimas,
como aquel payaso
de las tristes carcajadas.
Alegraos poetas,
juglares del verso,
cantores del vino,
alegrad esas coplas
con risueñas palabras.
Un canto entusiasta,
un sonido que exalta,
una estrofa en una guirnalda,
el susurro de la luciérnaga
prendida en la palma,
el despertar de la abeja por tan sólo tocarla,
un búho en la altura desplumando biznagas,
el circo de hormigas bailando su danza.
Canto I
(Donde se narra la historia del pueblo de El Alto y el pueblo de El Bajo.)
Canto II
(Donde se narra de cómo inicióse la contienda y sus consecuencias.)
Canto III
(Donde se narran las trágicas y tristes batallas a consecuencia del consabido ultraje.
De cómo pulularon quejidos y fuertes blasfemias. De los chismes que corrieron para
generar intrigas en ambos frentes. De una que otra ofensa proferida, además de los
castigos al oprobio, del engaño y la traición. Así como la incertidumbre por la falta
de Doncellas Vírgenes durante la cresta del aguerrido conflicto.)
Amén.
(…)
- No entendí. ¿Cómo que amén y ya? ¿Qué quiso decir con eso?
¿Y todo lo que iba a narrar?
- He dicho amén.
- ¿Y la Virgen Doncella?
- Prosigo.
Canto IV
(Donde se ilustra de los pormenores del susodicho ultraje.)
Canto V
(Donde se concluye la historia y el canto del juvileo.)
El cóndor
I
Tierra adentro,
cordillera de serpientes,
pincullos secos de chacra negra y sol ardiente.
La llama acecha al vuelo
en su vertiente sedentaria.
Voy a ti,
pueblo ancestral, regia temple,
en la cimitarra de plumas y sonidos,
en el pico, en el ala de mazorcas y delirios,
a saborear las rutas que en la historia
el hombre hizo destino,
a planear el vuelo de la altura hecho vestigio,
a dejar la sangre que no encontró camino.
II
Así el cóndor habla,
tierra inca, tierra noble;
El portal de piedra,
de la roca en que naciste.
III
Así naciste:
Hombre pico, hombre ala,
hombre garra, hombre pluma.
En la ladera de la tierra,
en la remota cima y la montaña,
en el surco de tu herida.
Ahí donde sangraste
con las lágrimas de piedras y campanas.
En el precipicio de la historia y sus hazañas.
Convertido en cóndor.
Desgarrando al hombre y sus entrañas.
IV
Vuelo en ti,
sideral raza protegida,
universal bandera del cielo y de la orilla.
Fui a la cordillera en busca del camino
y logré del cóndor su pluma en mi costilla
para robarle al Inca la humilde sencillez
del viento, la gesta y la semilla,
y descubrir del ave
la altivez del vuelo y de la vida.
Lágrimas de viento,
el corazón de la pobreza.
Te vio correr cuando nacías.
Te vio volar en su agonía.
Latinoamérica canta
I
(El nacimiento)
Háblame de ti: de tu viento, de tu olvido.
Entierra ese vértigo en mi adolorido hastío.
Volveré al vientre de tu sufrido grito
y gritaré contigo largas noches el quejido,
y lloraré contigo como cuando era niño.
II
(Sangre Azteca)
Yo caminé en tu vientre,
geografía pura de faisanes:
junto al ocelote, al tucán y el guacamayo.
Escondiéndome del ahuehuete;
Seduciendo su milenaria corteza y su añoranza;
Hablándole al jazmín de sus colores;
Pintando vainas en tupidas selvas;
Describiendo colibríes, tan pequeños,
que aún el alba se prendía de sus alas.
III
(América: su extensión)
IV
(El pueblo habla)
V
(Belleza de la tierra)
VI
(El hombre)
Levanta tu bandera
y deja que mi canto se vuelva uno
donde piedra, surco y vida hizo destino.
Llévame a la cumbre,
a la pirámide del hombre,
y hazme en ella el quejido, la palabra y su martirio.
I
Viento al viento, del hombre su latido.
De cumbre en cumbre
subí a los litorales de las nubes,
a la esponja de la gota fulminada de humedad y cielo,
entre fulgurantes vértices dorados de rocío.
Eran alas,
y sólo tú viniste a consolarme
cuando yo lloraba entre alambradas;
A pegar las alas en el alma,
a cargar las plumas cuando tú me consolabas.
Eran alas
donde sólo tú me resguardabas.
Eran alas…
Eran alas que pegaste en el alma abandonada,
y surqué con ellas,
de tu mano,
los espacios y la vida en enramadas.
III
Me reconozco
pájaro de mimbre,
pájaro de estambre,
pájaro sin vuelo.
IV
Yo era vuelo:
pájaro que picoteaba el arenal
o sembraba con sus garras
el trigal en la madera.
Yo era vuelo:
El sideral ser sin tierra,
de la búsqueda del hombre entre montañas.
De la estatua germinada entre guirnaldas.
Nacido de la tierra misma y sin fronteras,
sin litoral ajeno, sin cerca alguna que me atara.
Yo era el hombre y las alas mis amarras.
Yo era el viento y la alas mi cabaña.
Sin fronteras, tan sólo el vuelo en mis entrañas.
Nacido entre los hombres sin fronteras.
V
¿Era el dulce trino en pleno vuelo que escuchaba
un murmullo sutil de lira que tocaba
o eras tú quién me llamaba?
VI
Oh los anhelados gritos del ave en la enramada.
Oh las plumas que en las nubes desvanecen cual esporas.
Oh los aleteos que se escapan y van como suspiros.
I
Y si cae la tierra,
y si cayese
de las manos,
si cayese hasta la zanja
del dolor de los quebrantos,
o se fuese entre los llantos
sacudiendo las miradas,
como un río en desconsuelo
que en las rocas se santigua
y flagela de por vida.
Y si cayese boca arriba,
de sus fauces, pecho arriba,
¿quién dará la mano
que del suelo en agonía
al hombre levantara?
¡Ay! Si cayese toda,
la madre tierra,
la tierra toda,
si se fuese toda,
y la sangre en las rocas taladrara
del grito que el valiente aclamara,
entonces,
a cerrar los puños,
a cerrarlos todos,
a doblarlos firmes,
para retener el polvo
con el que la nada nos forjara.
Y si hubiese un hombre,
uno sólo,
un sólo hombre
en la entraña de la tierra
que cerrase el puño,
que cerrase del vértigo
la herida abierta,
como Heraldo Blanco
que dormita en los adentros,
en lo profundo,
allá en el alma,
callaría el llanto
e iría en las llanuras a galope vivo,
de la crin del cieno,
en el corcel de aire,
a galope vivo,
sin tener fronteras
ni buscar destinos,
en la paz del mirlo
que nos dio el camino,
a gritarle al mundo
de las alas blancas
que de un niño se abrazaban,
a gritarlo al viento,
a galope vivo,
a galope vivo.
II
Cabalga y cabalga,
a galope y correa.
Amarradme en el ala,
a la crin y la cerda.
Despuntad la lancera
y empuñadla hacia enfrente
y bregad los jinetes
del confín y la muerte.
Cabalga jinete,
cabalga hasta el alba,
a galope, a galope,
donde el viento encendióse.
Cabalga jinete
derrotando a la muerte,
despierta de nuevo
a la lid y al combate.
Era un poeta
Y de lejos señalaba
la barca azul dorada
donde a veces se embarcaba.
Y navegaba y navegaba
hasta alcanzar la curva
en que la mar se desbordaba.
Y al estar en ella
sacaba un verso
de la vela que soplaba
o del mástil que apuntaba
hacia el espacio que miraba.