Professional Documents
Culture Documents
mx/
Estados Unidos es sin duda un país guerrerista. Tras vencer al ejército inglés
y alcanzar su independencia en 1783, el núcleo de las 13 colonias
fundadoras inició su expansión desplazando a las tribus originarias de sus
tierras, a los franceses de la Luisiana (entonces toda la franja central del
país) y a los españoles de Florida, avanzando de ahí al oeste hasta anexarse
Texas, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y California, la mitad del
México de entonces (1848), y apropiándose simultáneamente (1846) de la
región noroccidental (Oregon, Idaho y Washington) mediante tratado con
Inglaterra, y finalmente de Alaska mediante compra a Rusia en 1867.
Los costos de una guerra, indica el autor, son con frecuencia olvidados
cuando ésta se debate, sin embargo, la mayoría estadounidense considera
que dichos costos – en dólares y en sangre – son aceptables
siempre y cuando sean bajos. Pero si las estimaciones de las bajas llegan a
los miles, si los precios del petróleo se disparan, si el conflicto empujará la
economía a una recesión o requiere de fuertes aumentos en los impuestos,
y si Estados Unidos se convertirá en paria del mundo por atacar duramente
a la población civil, entonces quienes toman las decisiones en la Casa
Blanca y el Congreso deberían pensarlo dos veces.
La Guerra del Golfo, por su parte, marcó para Estados Unidos el fin de la
bonanza económica asociada a la guerra al decrecer incluso el PIB.
Sin embargo, lo que suele olvidarse es que los reclamos y demandas sobre
estos recursos son ya y serán muy numerosos. En primer lugar, dado el
rezago actual de Irak, la mayor parte de ese dinero tendría que usarse para
la importación de alimentos, medicinas y otros bienes básicos, así como
para el consumo interno de combustibles; otra parte tendrá que emplearse
para financiar la reconstrucción de la infraestructura económica.
Adicionalmente, Irak tiene filas de acreedores esperando desde la guerra de
1991 cuando le acumularon reclamaciones por más de 300 mil millones de
dólares, de los cuales debe la gran mayoría, aparte de su deuda externa por
cerca de 100 mil millones adicionales. Así, pensar que dados estos reclamos
y necesidades básicas será factible desviar recursos para pagar a las
fuerzas de ocupación no deja de ser una sinrazón económica y política, aún
reduciendo el gasto social al máximo como ha ocurrido en Afganistán en
donde en el año fiscal que terminó en septiembre de 2002 Estados Unidos
gastó 13 mil millones en la guerra y 10 millones únicamente en apoyo civil y
ayuda humanitaria. Así las cosas, tal parece que será el pueblo
estadounidense el que acabe financiando la guerra y sus secuelas en un
juego perverso, según lo vemos, donde todos pierden excepto las
corporaciones, contratistas y petroleras.