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Introducción
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Alumnos de la Carrera de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
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Profesor de la Carrera de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México
[andres.sandoval@uia.mx]
características de este tipo de centros de recreación nocturna. Posteriormente
se realiza una descripción etnográfica del bar “Tropicana” y de los actores
sociales que ahí concurren.
¿Por qué realizar una investigación sobre la cultura de los antros de ficheras?
Los antros de ficheras han sido sin duda una figura central en la cultura de la
vida nocturna de la Ciudad de México, como refugio de la bohemia de las
décadas de los 30s, 40s y 50s donde las cabareteras o ficheras servían como
musas para compositores y novelistas.
Como comenta Serna (2003), en los años treinta, cuando la clase media se
debatía entre la represión y el pecado culposo, Agustín Lara enriqueció el
erotismo de las masas con un arte de amar extraído de los prostíbulos.
Canciones como Luces de Nueva York, interpretada por la Sonora Santanera y
compuesta por Tito Mendoza; así como Cabaretera del puertorriqueño Bobby
Capó, son ejemplos que se suman a esta tendencia.
A partir de los años sesenta, la figura de las ficheras perdió su aura de glamour,
pero a cambio, como ya se mencionó, dio origen a un género cinematográfico,
muy popular en la década de los setenta y ochenta en México. Películas como
Bellas de noche (1974) y Las ficheras (1976), ambas dirigidas por Miguel M.
Delgado, iniciaron la corriente del cine de ficheras.
Actualmente, los antros de ficheras están en proceso de extinción, en gran
medida como consecuencia de la inequitativa competencia que representan los
table dance, al ofrecer a los clientes una forma evolucionada del tibio erotismo
de los antros de ficheras, servido ahora en la mesa, aderezado con ritmos
cadenciosos, ambiente a media luz y con postres a base de caricias y roces
íntimos
Sin embargo, los antros que ocupan este estudio, siguen teniendo un grupo de
clientes asiduos, principalmente formado por caballeros que alcanzaron a vivir la
época de oro del cabaret, pero también por jóvenes contemporáneos que
satisfacen sus necesidades de esparcimiento y diversión en estos lugares.
Estos antros tienen sus raíces en los cabarets de los años 30s y 40s donde
trabajaban mujeres que se sentaban a lado del cliente y lo incitaban al consumo
de bebidas por medio del cachondeo conversacional.
A cada una de estas mujeres se les entregaba una "ficha" o algún boleto por
cada bebida o por cada botella que lograban vender a los clientes, de ahí el
nombre de "ficheras". La labor de estas "ficheras" se enfocaba a coquetear con
el cliente, bailar con él y, en algunas ocasiones, y sólo si se acordaba por fuera,
ir a un hotel de paso, a cambio de una remuneración económica.
Ya para los años 50s, el tipo de baile de las "ficheras" se volvió más provocativo.
Era una modalidad del danzón, el cual consistía en un movimiento de la cintura
para abajo, al cual se le bautizó como meneadillo.
Hoy, los bailes que realizan estas mujeres son aún más provocativos y ahora los
cabarets se llaman "table dance", donde el baile ha cedido su lugar al streap
tease, que consiste en ir desnudando el cuerpo poco a poco a ritmo de alguna
melodía que se complementa con una pequeña actuación sobre un escenario.
"La sexualidad es el fin último y primero del table dance, que está desprovisto de
los elementos estéticos y coreográficos del cabaret al volverse innecesario
gastar dinero en shows. Los espectáculos de baile y canto más elaborados
ceden su paso a la improvisación, a la sexualidad que se expresa en bruto."
(García, 2004; en Riveroll, 2004)
Por un lado es la nostalgia la que hace que subsistan y creen nuevos antros con
las viejas prácticas de las ficheras, pero también porque cumplen una función
particular y satisfacen diferentes necesidades de esparcimiento en sus
visitantes.
Objetivos
De esta manera los objetivos puntuales del presente trabajo, son los siguientes:
Fue en un cabaret...
El lugar era efectivamente notorio, con dos enormes palmeras de luz neón
enmarcadas por luces rosas igual de estridentes que deletreaban “Tropicana” y
una gran botella inflable de Bacardí en la puerta. A la entrada, alguien
ingenuamente pregunto si habría valet parking. Nadie sintió la necesidad de
contestar y nos estacionamos subiendo a la banqueta.
Nos reciben dos hombres que preguntan si hay algún menor de edad y nos
revisan para asegurarse que no portamos armas. Del lado derecho se observa
una cartulina advirtiendo que la no se puede ingresar con tenis ni vestidos de
manera informal.
Para llegar al bar hay que subir unas escaleras, sucias y por las que baja aire
viciado. Un piso arriba se encuentra un salón grande en forma rectangular
totalmente abierto y sin divisiones. Al centro está la pista de baile y las orillas
están ocupadas por mesas. Estos pasillos están separados del centro tan sólo
por algunas sencillas columnas que sostienen un segundo medio piso, con la
arquitectura de “patio” característica de un salón de baile.
Al fondo, una pared está cubierta por espejos que dan la ilusión de que el sitio
es más grande y también ayudan a que las miradas se crucen y multipliquen
entre los asistentes. En la pared contraria hay algunas ventanas que dan
ventilación al lugar. Las mesas y las sillas son color verde, de hierro y forradas
de plástico, estaban cuidadas y limpias.
En una de las esquinas del primer piso está la barra, lugar al que sólo se
acercan los meseros a dar cuenta de los pedidos. Justo sobre ella en el segundo
piso están los baños, cuartos pequeños, descuidados y sucios, con paredes
grafiteadas y con las separaciones de madera entre urinarios rotas.
En el salón también hay una rockola de la cual se escucha música antes de que
llegue el grupo a tocar en vivo. El catálogo musical era bastante variado, se
podía encontrar desde Intocable, Selena o los Tigres del Norte hasta Héroes del
Silencio o los Fabulosos Cadillacs.
Y la verdad que no era tan difícil saber que se trataba de las legendarias
“ficheras”, aunque solo las conociéramos por las películas de Rafael Inclán o
Alfonso Sayas. Frente a la mesa pasó una mujer enfundada en un vestido tan
corto que apenas llegaba a la mitad de su muslo, que deslumbraba por la
cantidad de chaquiras, brillantinas, lentejuelas y pedrería y tan ventilado debido
al agujero estratégicamente colocado en su vientre dejando ver los bordes de
sus pechos. Su actitud fría e indiferente, su exceso de maquillaje, su peinado
elaborado aunque pasado de moda y su grupo conformado por mujeres con
faldas cortas, botas a la rodilla y medias, blusas con chaleco, o bien minifaldas
con tops o blusas escotadas y pantalones muy apretados, no dejaban espacio a
dudas. Algunas mascaban chicle, otras fumaban. Su caminar era peculiar, pues
se contoneaban de un lado a otro, como si fueran campanas.
Los hombres, cuyas edades iban de los veintitantos a los casi 70 años, variaban
en su vestimenta. Algunos iban de pantalón de mezclilla y camisa (algunas lisas
y otros con estampados tipo “Versace”), algunos con cadenas y esclava, otros
con arete. Eran pocos los que iban de vestir: pantalón y camisa “formal”. Alguno
iba vestido con traje y sin corbata; algo formal para lo que ameritaba el lugar,
pero adecuado para la ocasión. En todo caso se notaba cierto cuidado y esmero
de la mayoría por verse bien y arreglados, bañados y peinados.
Cada quién atendía simplemente a los asuntos del grupo con el que asistía y no
se involucraba con los demás, excepto al momento del baile, en el que todos
compartían el espacio en común y por la gran afluencia en éste, debían de estar
muy pegados unos con otros, pero a pesar de esto no parecían muy concientes
de la presencia de los demás, no les dirigían ni siquiera una mirada y ni siquiera
intentaban ser el centro de atención de los demás al mostrar elaboradísimos o
apantallantes pasos de baile.
Había una chica de unos 24 años aproximadamente, al parecer iba con su novio.
Vestía de una manera muy provocativa, llevaba minifalda, que no dejaba nada a
la imaginación, top o blusa escotada, de la cual se asomaba un brassiere
blanco. Tenía actitud confiada de su cuerpo, porque se “lucía” por toda la pista
cuando bailaba, evidentemente queriendo ser observada por los asistentes.
Durante el baile eran el hombre quien guiaba los pasos de la pareja, pero
indistintamente sacaban a bailar hombres a mujeres o mujeres a hombres.
Las ficheras se encontraban situadas en algunas mesas, generalmente en
grupos de cuatro. Ellas sonreían a los clientes del lugar, algunas les ofrecían
botana, otras se acercaban a “hacer la plática”. Una muestra del lenguaje e
ideología de las ficheras se constató en el baño, mientras ellas sostenían una
plática que llegó hasta nuestros oídos por la estridencia de su voz:
Al cuestionar a nuestro mesero sobre si era posible que la actividad con las
ficheras traspasara las paredes del local, nos confesó que aunque no era lo
normal sí llegaba a pasar, pero tenían que ser clientes habituales, tanto del lugar
como de ellas.
Sin embargo, no todos los hombres iban por las ficheras. Uno de ellos se acercó
a nuestra mesa y caballerosamente sacó a bailar a una de nuestras
compañeras. Ella accedió, con un poco de pena. Mientras bailaban, él trataba de
mostrar algunos de sus mejores pasos, complicados y llamativos, mientras que
su pareja no pudo seguirle el paso y tuvieron que bailar de manera más
tradicional. Claro que esto no desanimó al Don Juan y aprovechó otras dos
ocasiones para repetir la invitación y en ninguna de éstas recibió una negativa.
Hallazgos de investigación
Las ficheras
La apariencia física de este grupo de mujeres no deja lugar a dudas sobre el
papel que juegan en el Tropicana. Todas ellas lucían atuendos llamativos,
vestidos provocativos, entallados y con pronunciados escotes. Aquí es donde se
lleva a la práctica el dicho “el que no enseña, no vende”, pues fue fácilmente
comprobable que había una correlación, si no exclusiva, sí significativa, entre la
proporción del cuerpo que conservaban cubierta y el rating que tenían entre los
parroquianos. Lo anterior sin que pareciera importar el hecho de que la mayoría
de las ficheras ostentaban físicos más bien “rellenitos”.
El maquillaje es exagerado, sobrecargado y muy vistoso. Las cejas bien
definidas; los ojos delineados con lápices de punta gruesa, las sombras de
colores fuertes, pestañas postizas que hacían al ojo aún más vistoso, los labios
siempre en color rojo. El decorado de la cara permite hacer aún más evidente la,
de por sí, poco sutil práctica del coqueteo.
Los clientes
Los hombres lucen vestimenta formal, pantalón de vestir y camisas lisas o
estampadas. En todos los casos, el esmero en el arreglo personal era algo
evidente, la ropa bien planchada, los zapatos boleados y el aspecto de haberse
bañado hace pocas horas. Estos elementos reafirman una de las conclusiones
que se desarrolla más adelante: la ilusión del ligue y el cortejo.
b) La música
El baile es sin duda uno de los valores agregados más apreciados en este tipo
de antros. Tanto clientes como ficheras hacen evidente su gusto por el baile,
brindando verdaderas exhibiciones, desarrollando pasos elaborados y
complicados y cuidando en todo momento la estética de sus movimientos. Un
gesto común, consiste en fijar la vista en un punto determinado, de modo que a
la hora de dar vueltas su cabeza se queda se mueve para permitir que no se
pierda el punto de referencia, el resultado es que la cabeza gira de modo
desfasado con respecto al resto del cuerpo, movimiento que por momentos
recuerda a las bailarinas de ballet.
d) Las interacciones
Una de las diferencias más patentes entre los table dance y los antros de
ficheras, y que constituye el mayor atractivo de estos lugares para sus clientes,
es que, al menos en ese espacio físico y temporal, persiste la ilusión de la
conquista y la fantasía de cortejo.
En este ritual, los clientes participan desde el cuidado de su arreglo personal; su
actitud galante con las ficheras, que se ve reflejada en la compra de regalos
como dulces, flores y peluches para las ficheras, como si fueran sus parejas
sentimentales, aunque solo convivan durante el tiempo que duran algunas
canciones y aún cuando apenas crucen alguna palabra.
Se puede inferir que los clientes asiduos a este tipo de lugares acuden porque
se sienten incapaces de conquistar, por méritos propios, a una pareja. De modo
que el pago por el servicio de acompañamiento y por el baile se convierte en una
relación de poder, que se ve materializado en la compras de las fichas. El cliente
consigue compañía a cambio de una retribución económica, siendo un elemento
indispensable la falacia del cortejo.
e) Algunas ventajas
Más allá de la nostalgia, el hecho de que sigan existiendo los antros de ficheras
y que sobrevivan aun con competencia de un table dance al otro lado de la calle,
refleja que las opciones predominantes actualmente no satisfacen las
necesidades de esparcimiento de un segmento de la población. Estas
necesidades que pueden satisfacerse en estos espacios ya han sido descritas
en los incisos anteriores de este apartado.
Por otro lado, para las ficheras también existen considerables ventajas. Primero
porque es una opción de trabajo para aquellas que ya pasaron sus mejores años
y difícilmente podrían subir a la pasarela de un table dance y realizar los
acrobáticos bailes que exige el oficio.
Además, las exigencias en cuanto al físico se ven diluidas por la importancia que
se le atribuye a las habilidades para el baile. Es claro que la gran mayorías de
las mujeres que se desempeñan exitosamente como ficheras, no tendrían la
misma suerte en un table dance.
Otro factor importante es que la fichera tiene mayor capacidad de negociación,
dado que también juega en la simulación de cortejo. En el table dance las reglas
son mas rígidas, y los límites están preestablecidos. Las ficheras tienen la
capacidad de negociar los costos de sus servicios y los límites de la interacción
con base en elementos subjetivos, sin que el establecimiento intervenga en ello.
A modo de conclusión
Por otra parte, la evidencia del tipo de necesidades sociales que son cubiertas
en estos espacios –eminentemente afectivas–, da cuenta de una característica
imperante en las sociedades modernas: la dificultad de sus miembros para
establecer, de manera exitosa, relaciones interpersonales.
Referencias
- Serna, Enrique (2003) “Giros negros: La deshumanización del antro”.
Versión mimeográfica.
Sitios de internet
- La Prensa Gráfica.
[http://archive.laprensa.com.sv/20040905/fama/fama1.asp]
Consultado el 4/07/05
- Los Cineastas
[http://www.loscineastas.com/cine%20mexicano/Historia/22.htm]
Consultado el 3/07/05
- El Poder de la Ética
[http://www.elpoderdelaetica.com//valores/valor97.html]
Consultado el 4/07/05
- Carrillo, Iván (2005) “Las teiboleras llegaron ya... y llegaron bailando za,
za, za”
[http://www.univision.com/content/content.jhtml?cid=465020]
Consultado el 7/07/05