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EL PODER DE LA ACTITUD

Lucas era el tipo de persona que te encantaría odiar. Siempre estaba


de buen humor y siempre tenía algo positivo que decir. Cuando alguien
le preguntaba como le iba, el respondía: "si pudiera estar mejor, tendría
un gemelo".
Era un Gerente único porque tenia varias meseras que lo habían
seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras
seguían a Lucas era por su actitud. El era un motivador natural: Si un
empleado tenía un mal día, Lucas estaba ahí para decirle al empleado
como ver el lado positivo de la situación.
Ver este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a
buscar a Lucas y le pregunte: No lo entiendo... no es posible ser una
persona positiva todo el tiempo.
Como lo haces?. Lucas respondió: "Cada mañana me despierto y me
digo a mi mismo, Lucas, tienes dos opciones hoy: Puedes escoger estar
de buen humor o puedes escoger estar de mal humor. Escojo estar de
buen humor".
"Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una
víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello".
"Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su
queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo el lado
positivo de la vida".
Sí, claro, pero no es tan fácil, protesté. "Si lo es", dijo Lucas.
"Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo
demás, cada situación es una elección".
"Tú eliges cómo reaccionas ante cada situación, tú eliges cómo la
gente afectará tu estado de ánimo, tú eliges estar de buen humor o mal
humor".
"En resumen, TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA".
Reflexioné en lo que Lucas me dijo. Poco tiempo después, dejé la
industria restaurantera para iniciar mi propio negocio.
Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Lucas cuando
tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar contra ella.
Varios años mas tarde, me enteré que Lucas hizo algo que nunca
debe hacerse en un negocio de restaurante, dejó la puerta de atrás
abierta una mañana y fue asaltado por tres ladrones armados.
Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el
nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico
y le dispararon. Con mucha suerte, Lucas fue encontrado relativamente
pronto y llevado de emergencia a una Clínica. Después de ocho horas de
cirugía y semanas de terapia intensiva, Lucas fue dado de alta aún con
fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Lucas seis meses después del accidente y cuando le
pregunté cómo estaba, me respondió: "Si pudiera estar mejor, tendría
un gemelo". Le pregunté que pasó por su mente en el momento del
asalto.
Contestó: "Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber
cerrado con llave la puerta de atrás".
Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenia dos opciones:
Podía elegir vivir o podía elegir morir. "Elegí vivir".
No sentiste miedo?, le pregunté.
Lucas continuó -"Los médicos fueron geniales. No dejaban de
decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi
las expresiones en las caras de los médicos y enfermeras, realmente me
asusté. Podía leer en sus ojos: es hombre muerto. Supe entonces que
debía tomar una decisión."
Qué hiciste?, pregunté.
"Bueno, uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y
respirando profundo grité: -Sí, a las balas- mientras reían, les dije: estoy
escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto".
Lucas vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su
asombrosa actitud. Aprendió que cada día tenemos la elección de vivir
plenamente, la ACTITUD, al final, lo es todo.
Y recuerda, sólo se frustran aquellos que dejan de ver la parte
positiva de sus resultados.

Sorgo y chamico
por Mamerto Menapace, publicado en La sal de la tierra, Editorial Patria Grande

El sorgo estaba chico. Tal vez a no más de una cuarta de altura. Y el verano había exagerado la sequía con
varios días de viento norte.

A la hora de la siesta era casi preferible no mirar el sorgal. Su aspecto era más vale desalentados.
Chamuscado como estaba por el calor y el viento norte, el pequeño sorgal mostraba el sufrimiento de la
sequía.

Sólo el chamico parecía gozar de privilegio. Aunque mirado bien y de cerca, también él mostraba los efectos
de la sequía. Lo malo era que había mucho chamico. Y para el sorguito eso representaba un doble peligro.

Un peligro presente, ya que el chamico - nacido antes que el sorgo - lo aventajaba en vigor y le quitaba gran
parte de la poca humedad que tenía esa tierra resecada por el sol del verano que empezaba recién. Y además
era un peligro futuro. Sorgo y chamico semillarían juntos. Y juntos terminarían en los silos, y juntos pasarían a
la molida. Y dicen que la semilla de chamico es venenosa. Que hace abortar a las preñadas. Y era una pena
que el fruto de ese sorgal destinado a alimentar a los demás, estuviera envenenado por el fruto abortivo del
chamico.

Había que tomar una decisión. Me llamaron para que viera el sorgal. A esa hora el sol ya apretaba, y el viento
norte se dejaba sentir.

¡Me dio pena el sorgo! Había algo de tristeza en sus hojas, un cierto cansancio y ganas de no seguir
aguantando más. El chamico aparecía potente, con sus hojas anchas y redondas, junto a las hojas afiladas de
las plantitas del sorgal.

Una solución parecía imponerse. La de los manuales. Una fumigación con herbicida, si fuera posible esa
misma tarde. Fumigación aérea era, o parecía ser, lo más seguro, lo más rápido. Al no estar todavía protegido
por el sorgo, el chamico presentaba toda su superficie a la fumigación y el efecto del herbicida ofrecía la
seguridad de realizarse sobre la maleza. Tomándolo de tardecita, con viento quieto y algo de rocío, el
herbicida quedaría sobre las hojas. A la mañana siguiente, con el apretar del sol, el castigo del veneno
actuaría con todos sus efectos.

Sí. Todo eso estaba bien, pensando en la manera de frenar o eliminar el chamico. Pero ¿y el sorguito?

Estaba el sorguito justo en ese momento de su crecimiento en que abiertas sus hojas, ofrece el follaje al aire y
a la luz mostrando su cogollo central, esa zona donde se genera la vida. El herbicida entraría también allí y
seguramente haría su efecto.
Era un pésimo momento para fumigarlo. Ni demasiado chico, ni demasiado grande. Y además sufrido por la
dura experiencia de una sequía que lo venía maltratando casi desde su madrugar.

El peligro estaba en que el sorguito no aguantaría la sacudida de la fumigación. Tal vez terminara por secarse
definitivamente. Y aunque quizá no se llegara a eso, era seguro que el tratamiento frenaría su desarrollo y que
el rinde del sorgal perdería un gran porcentaje en el momento de la desgranada.

La decisión, ustedes comprenderán, no podía tomarla basándome en la bronca al chamico. Tenía que tomarla
por amor al sorgal. En definitiva, ustedes estarán de acuerdo: lo que importaba en aquel campo no era la no
existencia del chamico, sino la abundancia del sorgo.

Y el sorgo aquel aquella tarde no se fumigó. Tal vez no fuera una decisión de ingeniero; era simplemente un
manejo de chacarero. De hombre con amor por su campo.

Pero pienso que hubo también detrás otro motivo. Aquel viento norte no podía durar eternamente. Los años
pasados en el campo me decían que todo viento norte carga agua, y que al final explota en una tormenta que
casi siempre termina en lluvia.

Había que tener fe en el cielo, que era quien podía mandarnos la lluvia.

Luego de la tormenta, y con el campo regado por ese llanto de las nubes, era probable que se pudieran tomar
pequeñas decisiones para acompañar el crecimiento. Tal vez entrar a azada, o aporcar los surcos. Tal vez una
fumigación terrestre.

En todo caso cosas que exigirían más tiempo, más dedicación, y bastante más esfuerzo. Cosas de las que sólo
es capaz un chacarero. Porque él se queda comprometido con el campo. Mientras que el ingeniero prefiere las
soluciones rápidas, ya que luego de tomadas, se va y tal vez sólo vuelve para la cosecha.

Para él el resultado se convierte en dato. Para el chacarero, en grano.

A veces pienso que en m vida he tenido dos grandes suertes.

La primera es haber nacido en el campo y con eso haber conseguido un profundo cariño por la tierra y los
sembrados. Como a mi tata le faltaba una pierna, siempre lo tuvimos en casa y de chiquitos nos hablaba y nos
contaba muchas cosas cuando trabajábamos al lado suyo. Mi tata fue un gran hombre.

La segunda suerte que tuve fue que el primer ingeniero con el que me inicié era también un gran hombre.
Recorriendo los sembrados, muchas veces me hablaba de sus hijos, de la cooperativa que organizaba en su
barrio, y de su amor por los hombres. Fue un gran ingeniero: tenía corazón de chacarero.

Realizar la lectura del cuento en grupo. Es importante que todos los presentes tengan una copia del texto. Se
pueden ir turnando dos o tres personas para leer el cuento en voz alta.

Rumiando el relato
Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).

¿Qué sucedía en el campo sembrado con sorgo?

¿Qué dificultades había sufrido el sorgal? ¿Cómo estaba su crecimiento entonces?

¿Qué era el chamico? ¿Cuál era su peligro?

¿Qué alternativa se plantea para salvar la cosecha o parte de ella? ¿Qué inconvenientes tenía esta solución?

¿Qué hace finalmente el chacarero (hombre de campo)?

Elegir una frase del texto (releerlo rápido para ubicarla) que más le haya llegado/impactado a cada uno y
compartirla en voz alta.

Descubriendo el mensaje
El cuento nos habla de lo bueno y lo malo, que frecuentemente está mezclado, en el mundo, en las personas,
en uno mismo. Muchas veces en nuestra vida enfrentamos disyuntivas como la de este cuento.
¿Puedes relacionar la situación planteada en el cuento con alguna experiencia de tu vida personal?

Todos tenemos sorgo y chamico en nuestro propio sembrado (corazón)… ¿cómo hacer para que se desarrolle
más lo bueno que tenemos?

Es interesante reflexionar sobre las características del pensar y obrar que el autor señala sobre el chacarero y
el ingeniero. Aplícalas a tu vida… ¿cómo actuás frente a circunstancias semejantes a este relato?

¿Qué aprendes para tu vida? ¿Cómo puedes aplicar el mensaje del cuento?

El zorzal y las antenas


por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande.

Cuando uno parte, debe saber que jamás volverá a encontrar las cosas tal como las dejó. Porque aquello de lo
que uno se despide, continúa viviendo. La evolución y el crecimiento suceden tanto para el que parte como
para lo que quedan.

Que no te dé pena. Es la ley de la vida. Nadie puede regresar a la primavera del pasado. Sólo el que avanza
puede reencontrarse con las primaveras; aquellas que también avanzan hacia nosotros. Diría que sólo la vida
permite el reencuentro.

Cada tanto retorno a Avellaneda. A la del norte. Aquella que el nono gringo soñó cuando dejaba su Italia
ancestral, y aceptaba como terruño para sus hijos la tierra de los zorzales y los guazunchos.

Fue en enero de este año; en ese mes en que el Paraná asolaba el litoral, y la sequía quemaba lo que la
inundación no destruía. Porque así es nuestro norte: tierra de contrastes, a veces violentos. Igual que la
juventud. Territorio fecundo con mucho de nostalgia y bastante de ansiedad. Profundo deseo de comunión, y
honda sensación de soledad. Algo así como si la historia cinchara para adelante, y la geografía tironeara hacia
atrás.

Cada vez que regreso a Avellaneda constato el brotar pujante de las antenas. Casi de cada morada humana se
levanta la mano abierta de una antena de televisión, buscando atrapar la realidad novedosa que nos
comunica y nos masifica a la vez. Es ley de la vida. Necesidad de crecimiento.

Quizá fuera por eso que aquel zorzalito me impactó tanto. Su canto llenaba todo el barrio en la madrugada
caliente. Desde el camping, frente a mi casa, hasta la misma Iglesia, su canto limpio aleteaba sobre la confusa
mezcla de los otros ruidos. Lo busqué rastrillando con la mirada los árboles chicos y grandes. Y finalmente lo
descubrí parado en la parrilla de una antena. Pequeñito, allá en la altura, su voz joven y telúrica anunciaba
algo distinto y quizá más auténtico que todos los programas de televisión. Desde la misma antena, también él
proclamaba ingenuamente su gana de vivir y su necesidad de amor.

Era un canto sano, que le nacía de adentro. Sólo que, para captarlo no bastaba con conectar un aparato. Era
preciso encender un corazón.

Al partir de Avellaneda me traje dos temores y una esperanza. Temor de que me lo silencien de un gomerazo,
o de que lo sobornen con alpiste para que cante desde una jaula.

La esperanza la convierto cada día en oración: ¡Señor Dios: que mi zorzalito norteño no se muera nunca!

Me interesa vivamente el proceso que están realizando los jóvenes del norte. Su integración es cada día más
fuerte para con el resto del país a través de sus estudios terciarios y de capacitación profesional. Muchos de
ellos, como yo, buscan en las aulas del sur una ampliación de sus horizontes.

Pero es fundamental para la identidad de nuestra zona que no se nos muera nunca dentro del alma, y por
sobre las antenas de nuestra inteligencia, el canto limpio de nuestros zorzales terruñeros.

¡Cuidado con el gomerazo!... aunque le tengo más miedo al alpiste.


Guía de Trabajo Pastoral por Marcelo A. Murúa

Cuento El zorzal y las antenas, de Mamerto Menapace.


Publicado en el libro Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande.

Lectura

Realizar la lectura del cuento en grupo. Es importante que todos los presentes tengan una copia del texto.
Se pueden ir turnando dos o tres personas para leer el cuento en voz alta.

Rumiando el relato

Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).

• ¿De qué nos habla el relato?


• ¿Qué experimenta el autor?
• ¿Qué ha observado a su regreso a su tierra?
• ¿Qué ha concentrado su atención? ¿Por qué?
• ¿Cuál es su esperanza y su deseo?
• ¿Qué enseñanza ofrece el cuento?

Descubriendo el mensaje

Este es un lindo cuento para trabajar con jóvenes la realidad de la masificación y la libertad.

¿Cómo caracteriza a las antenas de televisión?

¿Qué descubre el autor una mañana? Releer las palabras con las cuáles describe el proceso de búsqueda y
encuentro… Comparar con la propia vida, ¿nos resulta sencillo encontrar signos de vida nueva en la
realidad que vivimos? ¿Qué actitudes personales predisponen para este descubrimiento?

¿Qué significado tiene el zorzal para el autor? ¿Qué se necesita para valorarlo?¿Qué comparación hace
entre el mundo de los jóvenes y la situación que plantea el cuento?

¿Qué cosas en la vida de los jóvenes actúan como las antenas del cuento? ¿Qué cosas nos masifican y nos
hacen perder identidad?

¿Qué cosas son como el canto del zorzal? Auténticas, propias, frescas…

Hacia el final el autor manifiesta su temor que al zorzal lo "sobornen" con el alpiste… para finalmente
enjaularlo… ¿qué tiene que ver esta comparación con la vida de los jóvenes, sus sueños, sus utopías, sus
cantos?

¿Cómo lo puedes aplicar a tu vida?

Compromiso para la vida

Sintetizar en una frase el mensaje del cuento para nuestra vida.

El verdeo
por Mamerto Menapace, publicado en Madera Verde, Editorial Patria Grande.

Nada debe perderse de lo que el Señor nos ha dado. Todo lo que en nosotros existe, tiene un sentido. Es
bueno, por ser Dios quien nos lo regaló. Y Dios nos pedirá cuenta del uso que de ello hayamos hecho.
Toda semilla nació para ser enterrada y morir, o para ser triturada sirviendo de alimento a la vida.

Pero en el mismo campo las semillas pueden tener historias distintas, aunque tengan el mismo origen.

Están los verdeos. Son sembrados que han de servir para forraje verde. De allí su nombre. En ellos todo es
inmediato, claro, directo. Las hojas son verdes y anchas, los tallos jugosos, las fibras a menudo cargadas de
azúcar. Todo invita a ser masticado, comido, devorado. En el verdeo todo busca crecer a fin de ser dedicado a
una finalidad inmediata: ser directamente puesto al servicio de la vida de otro, que al comerlo lo incorporará a
su existencia y subsistencia. El rebrote gasta hasta las últimas energías de la planta en una serie de acciones
inmediatas destinadas a alimentar el hambre de otros.

Es hermoso ver los verdeos cubiertos de animales. En los verdeos están las aguadas. Como venas que surcan
su cuerpo, los senderos mezclan sus rumbos llevando todos a las aguadas. Ellos son el lugar del encuentro
cuando aprieta el calor, o cuando cae la tarde.

El verdeo está bajo el signo de la urgencia. La del animal que necesita comerlo mientras es tierno y antes que
encañe. Pero también la urgencia de la tierra, porque se la necesitará pronto para la siguiente siembra. Por
ello hay que apurarle muchas veces la comida.

Los verdeos son indispensables. Mantienen la vida, la aceleran, apuran su término. Su sentido está en lo
inmediato. Su término es simplemente su fin. Se agota su sentido en el presente que lo realiza. Y su final será
el haber sido útil a la vida.

Pero están también los campos de cosecha. Con ellos se es más exigente. Quizá la semilla sea la misma de
otra calidad. No todo verdeo tiene tripas para llegar a ser cosecha. El que exagera en follaje no aguanta una
espiga demasiado pesada.

Aquí todo está en función, en camino hacia algo que sólo tendrá sentido al final. Las hojas verdes no serán
usadas. Terminarán en chala. Los troncos, tal vez jugosos, se secarán en pie sin que nadie los aproveche ni
sepa nada de su ternura o de su dulzura. Regresarán a la tierra luego de la dura prueba de la trilla que corta y
tritura, y allí el barbecho los reintegrará al humus fértil de los nuevos ciclos. Su signo es la espera. Los campos
de cosecha no se cargan de animales. Las aguadas se cansan de reflejar el cielo y hasta quizá se cubran de
moho en su superficie, como si tuvieran pudor de reflejarlo.

El sentido de estos sembrados es la semilla. Hacia allí marcha todo lo que la planta elabora, vive o asimila.
Cuando la semilla despierta en la espiga, el crecimiento de la planta cesa; calla, se concentra y consumiendo
sus reservas termina por secarse inclinando la cabeza. Entonces comienzan a cantar las espigas en el trigal.

La cosecha es brutal: se corta, se tritura, se abandona. Pero también se recoge y se guarda. Lo fundamental
perdura. Aquello para lo que la planta se ha gastado, eso queda y es garantía de vida y de permanencia.

La semilla está segura. Ella será pan. O nuevamente será trigal. Es eterna, porque vive. Y vive multiplicada
porque ha muerto su individualidad. Por ella seguirán existiendo los nuevos verdeos, las viejas aguadas y los
animales que en ellas se abrevan.

Guía de Trabajo Pastoral por Marcelo A. Murúa

Cuento

El verdeo , de Mamerto Menapace.


Publicado en el libro Madera Verde , Editorial Patria Grande.

Lectura

Realizar la lectura del cuento en grupo. Es importante que todos los presentes tengan una copia del texto.
Se pueden ir turnando dos o tres personas para leer el cuento en voz alta.

Rumiando el relato
Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).

• ¿De qué nos habla el relato?


• ¿Cuáles pueden ser los destinos de la semilla?
• ¿Cómo son los "campos de verdeos"… cómo los "campos de cosecha? ¿Qué rasgos o
características presenta cada uno?
• ¿Qué destinos comparten? ¿En qué se diferencian?

Descubriendo el mensaje

El cuento nos ayuda a reflexionar sobre el sentido de la vida y los talentos que hemos recibido para dar
fruto.

¿Qué dones o talentos que has recibido tienen características de "campo de verdeo", es decir, están bajo
el signo de la "urgencia", prontos para ser compartidos en beneficio de los demás?

¿Qué dones o talentos que has recibido tienen características de "campo de cosecha", es decir, están bajo
el signo de la "espera", necesitan un crecimiento lento, sacrificio y cuidado, son semilla que dará fruto en
el futuro?

Los campos de "cosecha" se caracterizan porque sus plantas se consumen para dar la semilla… están
signados por la renuncia. Lee el texto del evangelio de , ¿cómo puedes relacionar el cuento, el texto y tu
propia vida?

¿Qué aprendemos para nuestra vida a partir del cuento?

la ranita del terraplén


por Mamerto Menapace, publicado en Madera Verde, Editorial Patria Grande.

Vivía nuestra ranita en una ciudad grande. Pero de la ciudad sólo conocía el arrebal donde había nacido; era
justamente la parte baja que las lluvias anegaban periódicamente. Por allí las máquinas de la municipalidad
casi no venían. Las cunetas estaban siempre llenas de agua; las baldosas de las veredas, al estar sueltas,
solían jugar malas pasadas a los que caminaban por ellas; y los zócalo de las casas se descascaraban un poco
por todos lados a causa de la humedad.

No es que no amara a su barrio. Pero aquellos detalles amargaban a la ranita, que prestaba demasiada
atención al ambiente que la rodeaba. Tenía algo de soñadora . Y lo sórdido de las cunetas, zócalos y veredas,
terminó por resultarle insoportable. Su descontento tenía algo de contagiosos, y creaba clima a su alrededor.
Porque hay que reconocer que su alma de poeta tenía la rara cualidad de comunicarse y transmitir sus
sentimientos.

Muchas veces había escuchado comentar la hermosura de las grandes ciudades, con calles prolijas, plazas
cuidadas y avenidas arboladas. Estas descripciones no hacían más que aumentar su disgusto por todo lo
desagradable que veía continuamente a su alrededor. Y como le suele pasar a los soñadores, comenzó a
polarizar sus sentimientos. Todo lo desagradable, molesto y prosaico decidió que se había dado cita en su
ciudad natal. Mientras que todo lo lindo, lo armonioso y elegante, debía encontrarse en la ciudad ideal que
comenzó a imaginarse como existente en algún lugar.

Por el bajo de su barrio cruzaba justamente el ferrocarril. Allí las vías circulaban sobre un alto terraplén que, a
varios metros de altura, amurallaba el horizonte impidiendo ver todo lo que quedaba del otro lado. Y nuestra
ranita decidió, vaya a saber uno por qué, que justamente detrás del terraplén debía estar la ciudad magnífica
de la que tanto le habían hablado. Y fue tal su convicción que decidió trepar el terraplén a fin de gozar de la
visión de aquella ciudad tan distinta de la suya.
El trabajo fue muy arduo. Porque nuestro animalito no tenía experiencia de salto en alto. Sólo conocía el salto
en largo. Pero esta de Dios que lo lograría, porque Dios ayuda al que se esfuerza. Y la ranita alentaba su
esfuerzo con el enorme deseo que tenía de ver la ciudad de sus sueños. Y finalmente llegó a la cumbre del
terraplén.

Pero no vio nada. El riel de hierro de una cuarta de altura le cortaba todo el campo visual de izquierda a
derecha en kilómetros de distancia. Por más que ensayó nuevos saltos, nada logró ver. Pero no se dio por
vencida. Se dio cuenta de que su posición horizontal dejaba sus ojos por debajo del nivel de las vías. Otra cosa
sería que optara por la postura vertical. Y con un enorme esfuerzo, finalmente se paró sobre sus patitas y con
las manos apoyadas sobre el hierro extendió su visita en lontanza.

Lo que vio la dejó admirada. Realmente no lo hubiera esperado. Una hermosísima ciudad se presentó ante sus
ojos. Más allá de los barrios bajos se abrían hermosas avenidas, casas de varios pisos, calles rectas y limpias.
Las plazas eran una belleza, y el río brillaba más allá enmarcando la ciudad. Embelesada, la ranita se dijo a sí
misma:

-Verdaderamente, ésta sí que es una ciudad magnífica. La mía no tiene comparación con ésta que estoy
viendo. Desde hoy me voy a vivir a la ciudad de calles rectas y de plazas arboladas.

Pero en realidad la ranita al ponerse en vertical, no había visto lo que estaba delante suyo, sino lo que había
dejado a sus espaldas. Porque las ranas no tienen sus ojos delante de su cara, sino encima de su cabeza. Y al
ponerse en vertical, lo que había descubierto era su propia ciudad, la que había dejado tras suyo al subir al
terraplén. Sólo que esta vez había tenido la oportunidad de verla desde la altura y en plenitud. Pero era su
misma ciudad natal, de la que ahora lograba ver detalles que no conocía. O mejor dicho: antes había conocido
de ella sólo ciertos detalles. Justamente los más cercanos y quizá los más prosaicos.

Entusiasmada con lo que había descubierto decidió bajar hacia la ciudad nueva. Y en realidad lo que hizo, fue
simplemente descender hacia su propia ciudad de siempre. Pero ahora llevaba en los ojos y en el corazón una
visión distinta, una visión de plenitud y de armonía totalizadora.

Al llegar a las primeras cunetas de la ciudad se reencontró con los mismos detalles prosaicos de siempre: las
baldosas sueltas y los zócalos descascarados. Sólo que ahora los veía con ojos distintos, mientras se decía:

-¡Bah! Estos son sólo pequeños detalles molestos de una magnífica ciudad.

Y desde entonces la ranita comenzó a ser feliz. Y como ella lo transmitía, los demás comenzaron a ser felices a
su lado. Lo que es la manera más auténtica de ser felices.

Rumiando el relato

Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).

• ¿De qué nos habla el relato?


• ¿Cuál es el personaje principal? ¿Qué rasgos o características presenta?
• ¿Qué nos relata el cuento sobre la vida de la ranita? ¿Qué desilusión tenía?
• ¿Qué decide hacer? ¿Adonde se encamina?
• ¿Qué sucede al final del cuento? ¿Para qué le sirvió el terraplén?

Descubriendo el mensaje

El cuento nos ayuda a reflexionar sobre aceptar nuestras limitaciones y cambiar la mirada sobre nosotros
mismos.

¿Qué juicio tenía la ranita, protagonista del cuento, sobre su ciudad? Compara esta actitud con la mirada que
a veces tenemos de nosotros mismos...

¿Nos cuesta ver lo bueno que tenemos? ¿Nos cuesta aceptar las limitaciones, o aspectos a mejorar que
tenemos? ¿Por qué?

¿Qué situación impulsa el cambio de mirada de la ranita?


¿Qué cosas/personas/situaciones te han servido de "terraplén" en la vida... para cambiar la forma de ver las
cosas? Compartelo con los demás. Hacer juntos un catálogo de "terraplenes" que nos puedan ser útiles a
todos.

¿Qué aprendemos para nuestra vida a partir del cuento?

Pataleando
por Mamerto Menapace, publicado en Madera Verde, Editorial Patria Grande.

Pasado algún tiempo, nuestra Ranita salió con una amiga a recorrer la ciudad, aprovechando los charcos que
dejara una gran lluvia. Ustedes saben que las ranitas sienten una especial alegría luego de los grandes
chaparrones, y que esta alegría las induce a salir de sus refugios para recorrer mundo.

Su paseo las llevó más allá de las quintas. Al pasar frente a una chacra de las afueras, se encontraron con un
gran edificio que tenía las puertas abiertas. Y llenas de curiosidad se animaron mutuamente a entrar. Era una
quesería. En el centro de la gran sala había una enorme tina de leche. Desde el suelo hasta su borde, un
tablón permitió a ambas ranitas, trepar hasta la gran ola, en su afán de ver cómo era la leche.

Pero calculando mal el último saltito, se fueron las dos de cabeza dentro de la tina, zambulléndose en la leche.
Lamentablemente pasó lo que suele pasar siempre: caer fue una cosa fácil; salir, era el problema. Porque
desde la superficie de la leche hasta el borde del recipiente, había como dos cuartas de diferencia, y aquí era
imposible ponerse en vertical. El líquido no ofrecía apoyo, ni para erguirse ni para saltar.

Comenzó el pataleo. Pero luego de un rato la amiga se dio por vencida. Constató que todos los esfuerzos eran
inútiles, y se tiró al fondo. Lo último que se le escuchó fue: "Glu-glu-glú", que es lo que suelen decir todos los
que se dan por vencidos.

Nuestra Ranita en cambio no se rindió. Se dijo que mientras viviera seguiría pataleando. Y pataleó, pataleó y
pataleó. Tanta energía y constancia puso en su esfuerzo, que finalmente logró solidificar la nata que había en
la leche, y parándose sobe el pan de manteca, hizo pie y salto para afuera.

Rumiando el relato

Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).

• ¿De qué nos habla el relato?


• ¿Cuáles son los personajes principales?
• ¿Qué sucede en un paseo? ¿Qué dificultad/peligro encuentran?
• ¿Cómo reacciona cada ranita ante la situación inesperada?
• ¿Qué sucede al final del cuento? ¿Qué características personales positivas enseña este relato?

Descubriendo el mensaje

El cuento nos ayuda a reflexionar sobre el sentido del esfuerzo y la perseverancia.

¿Encuentras semejanzas o parecidos entre la situación que viven las ranitas y algún momento de tu vida?
¿Cuál? Compartirlo con los demás.

¿Qué diferencias observamos en la conducta de las dos ranitas? ¿Te ha sucedido alguna vez actuar como
alguna de ellas? ¿En qué situación? Compartir.

¿Qué características personales positivas reconoces en la ranita que salvó su vida? ¿Conoces personas con
estas características? Mencionar ejemplos y compartir.
¿De qué manera podemos crecer en esas características?

¿Qué aprendemos para nuestra vida a partir del cuento?

Compromiso para la vida

Sintetizar en una frase el mensaje del cuento para nuestra vida.

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