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Triunfo Arciniegas

LOS RECORTADORES DE SOMBRAS

Il me reste d'etre l'ombre parmi les ombres

D'etre cent fois plus ombre que l'ombre,

D'etre l'ombre qui viendra et reviendra

Dans ta vie ensoleillée.

Robert Desnos, Dernier Poème

Ese era su oficio: recortar sombras. Día y noche. Sólo que las sombras eran

distintas, de acuerdo a secretas investigaciones: de día masculinas, de noche

femeninas, aunque no se reproducían, y dependía su consistencia de la hora y la

calidad de la luz en el momento de la mutilación. No dolía el tijerazo, como si de los

cabellos o las uñas se tratara. La gente apenas se daba cuenta. Pero enfermaba de una

melancolía incurable. La nostalgia de la sombra fue el cáncer de la época. Los viejos


morían primero, los niños y los poetas y los músicos luego. Y los borrachos. Por

último, después de los soldados y las sirvientas, los policías y los ladrones, los

empleados y los desempleados, y después de todos, las muchachas, quienes habían

adquirido la costumbre de jugar con alfileres. Las mujeres además perdían los

sedosos cabellos y las pestañas embadurnadas, qué patético tanto cadáver calvo, las

uñas se arrugaban bajo las multicolores capas de esmalte y los dientes se

desgranaban. Sobrevivían las vírgenes, agonizantes por otras razones y cuya excelsa

virtud era frágil y naturalmente inconservable. No tenía remedio el asunto: los

poderosos se sometieron a complicadas operaciones para lucir sombras inéditas,

sombras artificiales, sombras importadas, esterilizadas, elásticas y sobre medidas, qué

inútil. Los astutos y los desesperados usaron los alfileres de las muchachas con

sombras de segunda mano, y nada, nunca remediaron la melancolía. Tampoco se

encontraron los culpables. Las víctimas apenas recordaban el fugaz resplandor de

unas tijeras. Se extraviaban en el delirio, aplastados contra el muro del olvido, antes

de caer sin remedio en el silencio y la total quietud de la melancolía. Sólo una

sombra, la figura del día y la pesadilla colectiva, llenó la conversación y la primera

página de los periódicos. La situación empeoró cuando en los parques los árboles

perdieron la sombra, que se extendía como una serpiente dormida sobre el césped. Y
al mismo tiempo se pudrieron el entusiasmo con que los niños contemplaban los

distintos tamaños del animal dormido sobre el césped y la fascinación por las hojas

secas. No sólo los árboles, también los perros que buscaban su amparo bajo el sol y

bajo la lluvia. Y no sólo los perros, también los gatos. Y no sólo los gatos, las

mariposas, las polillas. Las telarañas y los nidos se desmigajaron. Hasta las mesas y

las sillas perdieron su sombra y se desmoronaron, y los escaños, y los viejos se fueron

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2 Los recortadores de sombras
de espalda al sentarse y el sombrero rodó como una bola que se hizo polvo y

despareció. Los ministros, las esposas de los ministros, los amigos de los ministros y

los amigos de las esposas de los ministros y los amigos de los amigos y sus esposas,

perdieron la perezosa sombra que se extendía sobre la alfombra de durazno. Y se hizo

el caos. La sombra adquirió cotizaciones fabulosas. El termómetro de la economía, en

su locura, estalló en la cara del presidente del país. Entre más sombras se perdían,

más inalcanzable se hacía el precio. Nadie sabía con exactitud quién compraba ni

mucho menos quién vendía. Ni para qué, pues de todas maneras la muerte no

respetaba linderos. Se creó la asociación pro defensa de la sombra como otro día se

creó la sociedad protectora de animales: inútilmente. Unos cuantos tipos fueron

acusados y fotografiados, juzgados por la muchedumbre enardecida y condenados a

muerte en las cámaras recortadoras de sombras, y nada cambió. Se pintaron señales

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3 Los recortadores de sombras
preventivas en todas partes, a la orilla de las carreteras, en las curvas y en los puentes,

en los supermercados y las esquinas más concurridas: delicadas tijeras abiertas.

Peligro, recortadores de sombras en la vía, atención, recortadores de sombras en la

zona. Please, s'il vous plait, por favor, manténgase alerta. Se publicaron ensayos,

libros, cursos rápidos y extra rápidos de conservación de la sombra. Se crearon

sofisticados mecanismos y drogas para endurecer y reducir, airear y mantener esta

parte del cuerpo, complicadas bolsas silenciosas y transparentes para cargar esta

agonía. Se crearon por ley cátedras y programas de televisión. Se recortó ante las

cámaras la sombra de un elefante, se enrolló técnicamente y se guardó en una caja de

fósforos, y se vio morir de tristeza al animal en cuestión de segundos. El pánico se

extendió como pólvora, echó raíces y se solidificó en el corazón como un árbol

gigantesco. Entonces, en los parques vacíos, en las casas vacías, en las iglesias

repletas de polvo de escaño y vestiduras de santos o entre el desenfreno de los

prostíbulos y el olor de los hospitales y los restaurantes, la gente recortó su propia

sombra y esperó.

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4 Los recortadores de sombras

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