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33 y 1/3 glam!

33 y 1/3 glam!

–Porque una vez que has comenzado –predicaba–, no hay razón


alguna para detenerse. El paso entre la realidad que ha de ser
fotografiada porque nos parece bella y la realidad que nos parece
bella porque ha sido fotografiada, es brevísimo. Si fotografías a
Pierluca mientras levanta un castillo de arena, no hay razón para no
fotografiarlo mientras llora porque el castillo se ha desmoronado, y
después mientras la niñera lo consuela mostrándole una concha en
medio de la arena. Basta empezar a decir de algo: “¡Ah, que bonito,
habría que fotografiarlo!” y ya estás en el terreno de quien piensa
que todo lo que no se fotografía se pierde, es como si no hubiera
existido, y por lo tanto para vivir verdaderamente hay que fotografiar
todo lo que se pueda, y para fotografiarlo todo es preciso: o bien vivir
de la manera más fotografiable posible, o bien considerar
fotografiable cada momento de la propia vida. La primera vía lleva a
la estupidez, la segunda a la locura.

Italo Calvino
La aventura de un fotógrafo

Esperaba oírle algún comentario sarcástico sobre el capitalismo


mundial que lo uniformiza todo en el planeta, pero N. calla.
–El imperio soviético se derrumbó porque ya no podía tener bajo
control naciones que querían ser soberanas. Pero esas naciones son
ahora menos soberanas que nunca. No pueden elegir ni su economía,
ni su política exterior, ni siquiera los slogans publicitarios.
–La soberanía nacional es desde hace mucho tiempo una ilusión –dijo
N.
–Pero, si un país no es independiente y ni siquiera quiere serlo,
¿habrá todavía alguien dispuesto a morir por él?
–No quiero que mis hijos estén dispuestos a morir.
–Lo diré de otra manera: ¿habrá alguien que aún ame a este país?

Milan Kundera
La ignorancia
33 y 1/3 glam!

equipo de redacción (33 y 1/tercio


fotógrafo de portada (leandro valdés
cover girls (evma / alexa
body art (ayler gonzález
dirección artística para cover girls (luis eligio pérez

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33 y 1/3 glam!

lista
(de pasarelas)

download 33
niccolo ammanitti respeto
vicente luis mora ¿postomodernidad? narrativa de la
imagen, next-generation y razón catódica en la narrativa
contemporánea
d. f. lewis haciendo cola detrás de gente loca
suzanne vega canciones
milay laviña de cómo odiar a un turista
josé b. adolph el anti-bestseller
leonardo guevara eutanasia y otros poemas
witold gombrowicz la despedida / el día del adiós
roberto bolaño un tercio de poesía
elena v. molina haciendo zapping entre 500 canales
extranjeros
daniel díaz mantilla realidad, literatura, poder
arnaldo muñoz viquillón tatuaje de aluminio / de cómo
puede ser el amor a primera vista
abel arcos lo que ellas quieren
pedro marqués de armas & catarina costa variaciones
sobre Francesca Woodman
rudy rucker un manifiesto transrealista
slawomir mrozek el informe / el proceso / liliputienses /
homenaje al héroe / revisión militar / mi lucha
jack kerouac beat poems

(traducciones de suzanne vega, jack kerouac, rudy rucker y d.f. lewis


pertenecen a rfi)
33 y 1/3 glam!

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La suerte de una literatura depende de la forma en que es leída.


juan villoro
El Quijote, una lectura fronteriza1

Arremeter no contra la institución de la literatura con mayúsculas,


sino contra la literatura como institución. Ambas cosas, aunque
terminan por coincidir en algún punto, se diferencian en la calidad del
impulso. Mientras la primera funda esa suerte de contraliteratura, a la
larga tan inútil como un mal juego de espejos, la segunda pretende
un movimiento más sutil, minoritario, que afecta solamente al gesto
del escritor a quien llamaríamos, en tal contexto, el escribiente. En
estos días la frase "si quieres cambiar el mundo empieza por
cambiarte a ti mismo" se repite en internet en espacios tan sui
géneris como la bitácora o blogosfera. El blog, así como la misma
internet, apuntan hacia una política de lo personal, y aquel que se
atreva a acotar aseveraciones tales como "la poca efectividad política
de la desintegración" y frases parecidas, debe tener en cuenta una
visión más actual de la historia, la visión que comienza y termina
contemplando la factibilidad del actor social, porque lee el cuerpo
social desde la complejidad y la fractalidad más que desde la
pirámide. Y ningún gesto es subestimable.
Partir desde lo personal pues no se pretende atentar más que contra
sí mismo. Urdir un trazado de lecturas que hablen de aquello a lo cual
se tiende como ente escribiente y viviente, porque se no aspira más
que a transformarse a sí mismo en el trayecto. Al respecto, cabe una
cita de Carlos Aguilera: dio al traste con un imaginario que entendía
lo literario como una pedagogía-de-lo-civil (aunque quizá esto fue lo
mejor que le sucediera), sino, con una mentalidad donde el saber iba
a ser algo más que el propio hecho de escribir libros, repensarlos..., y
la vida, más que el caos o el desastre acostumbrado, una suerte de
novelón burgués, folletín.
Aguilera, citando a Bataille, diciendo que algunos regímenes políticos
buscan eliminar la enfermedad que es en sí mismo el ser humano,
esa fecalidad que lo hace escribir, hablar, moverse... Hacer énfasis en
la enfermedad y, desechando cualquier forma de "cura", trabajar
sobre los movimientos imperceptibles. Aprovechando la tensión que
da el mostrar del arte y cierta literatura más que la enunciación de
certezas o el intento de lograr respuestas.
Simulacro. El decir no solo en lo que se dice, sino también en lo que
se calla (la literatura una suerte de partitura del pensamiento donde
el arte no es la de escupir palabras al papel, sino el de encontrar la
combinación más certera de silencios): leer también entre líneas e
incluso entre letras, como Andrés Ajens.

1
Referencias a artículos de villoro, ajens, y aguilera son de okupas, 7mo LP de 33 y
1/3.
33 y 1/3 glam!

replay

niccolo ammanitti
(roma, 1965)

respeto

Salimos al anochecer.
Vamos a divertirnos. A desmadrarnos.
Sabemos divertirnos. Sabemos sacar fuera lo mejor.
Nos montamos en el coche y decidimos ir a menearnos. A morir un
poco en la pista. Nos reímos y paramos en un bar de la provincial a
tomarnos unas copas.
Esta noche es distinta, y todos nos damos cuenta. A través de las
ventanillas abiertas aspiramos el aire que nos rebota en la cara a 180.
Somos una jauría de cabrones en movimiento. Somos como búfalos.
Pero más grandes. O como hienas. Pero más famélicos. Joder que si
estamos contentos esta noche. Y que hambrientos estamos.
Hambrientos de chocho. Hambrientos de chocho rizado.
Entramos en el aparcamiento, pero no hay un puto sitio. Como pasa
siempre los sábados por la noche. Lo dejamos en triple fila y todos
empiezan a pitar como imbéciles. Esperamos tranquilamente y vemos
que nuestro auto estorba. No deja pasar. Pero eso nos divierte. Nos
gusta. Es nuestro reto. Vengan a decir algo. Vamos. A ver si se
atreven.
Estamos aquí y se puede armar la de Dios.
Apoyados como imbéciles en el capó del auto.
¿Tienen algún problema?
Si piensan que somos unos jodidos gamberros, basta con que lo
digan.
Es su momento. Es el momento de las lamentaciones.
Pero no dan la cara. ¿Por qué?
Gallinas.
Entramos en la discoteca apiñados.
Hay montón de gente. Montón de pavas ignorantes.
Llevamos tejanos Cotton Belt y Uniform, y botas militares o doctor
Martens. Camisas a rayas o estampadas. El pelo largo y recogido
detrás. Corto a los lados.
Llevamos pendientes. En la oreja. En la nariz. En la ceja.
Nos ponemos a bailar. Nos gusta el techno. Es lo que nos va.
Es una música que se te sube por el culo, te atraviesa las tripas y se
propaga por dentro. Para hablar gritamos. Para hablar tenemos que
chillar.
33 y 1/3 glam!

La luz verde nos pone los ojos amarillos y resalta la caspa que
llevamos en los hombros. Sobre la camisa. Se baila apretados, y
entonces nosotros hacemos un corro dejando que haya un espacio
vacío en medio. Empujamos a los de atrás y nos da igual si alguien se
molesta.
En el suelo las baldosas cambian de color.
Rojo y verde y azul.
De pronto, cuando llevamos montón de tiempo meneándonos, vemos
tres chochos que bailan a un lado. Nos sonríen. Entonces rompemos
nuestro círculo y dejamos que entren en él. Ahora tienen sitio para
bailar más relajadas. Nosotros damos vueltas a su alrededor. Nos
sonríen agradecidas y están contentas. Que buena está la música
esta noche. Que buenas están, con las minifaldas y las botas militares
y los tops ajustados. Luego empiezan las luces estroboscópicas y ellas
desaparecen y reaparecen mil veces por segundo. Son unas macizas
con grandes tetas y a nosotros se nos empieza a poner dura.
Notamos que nos sube por los huevos y se llena de sangre, y
entonces el cerebro se vacía y los pensamientos se vuelven más
confusos. Es una droga que nos llena de azul la cabeza y de rojo el
rabo.
Una que dice llamarse Amanda se ríe y no para de llamar nuestra
atención. No sabe que hace ya un buen rato que sólo nos fijamos en
ellas, que lo que son es unas cochinas. Vamos a tomar algo y ellas
nos hablan de un grupo de música que no conocemos pero da igual.
Entre este grupo lo que se diga no importa. Ellas son gallinas
contentas de nuestro cortejo. Se habla. Se vuelve a bailar.
Salimos de la discoteca cuando ya ha amanecido. Las gallinas nos
siguen. Son tres.
Amanda.
Maria.
Paola.
Volver a meternos en el auto nos sienta bien. Nos sienta bien poner la
música a tope. Sentir que ha sido una noche más de desfase. Que nos
importa todo tres pepinos. Que todo va bien. Que hemos probado el
material otra noche. Que todo va muy bien. Y estamos contentos,
porque esas tres cochinas nos están siguiendo en su Uno gris
metalizado, y entonces nos reímos y nos decimos que son unas
auténticas putas y que solo piensan en el rollo. Y decimos que no es
posible que las mujeres estén siempre calientes. Y que fingen que no
les importa nada pero en realidad sólo tienen eso en la cabeza.
Atravesamos el campo. Un par de pueblos.
Llegamos a la costa.
Dejamos los autos en el aparcamiento desierto y caminamos entre las
dunas de la playa, donde sopla el viento. El viento lleno de arena.
Amanda y Paola están pasadas de rosca y de vez en cuando echan a
correr y se ponen a cantar Eros. Maria, en cambio, vomita junto a una
caseta. Está doblada y se apoya con una mano en la madera.
Papilla ácida y gin tonic.
33 y 1/3 glam!

Nosotros olfateamos el aire y se siente el olor del mar y las algas y el


viento y el vómito y el fuerte olor de su coño.
Ya no tenemos muchas ganas de esperar. Todo se ha vuelto
demasiado explícito. Las queremos a ellas, y ellas nos quieren a
nosotros. Solo tienen que superar todas las estupideces que les han
metido en la cabeza sus padres y la escuela y el pueblo. Ellas tienen
más ganas que nosotros, pero tienen que superar el obstáculo.
Amanda corre detrás de una duna y uno de nosotros la persigue.
Vamos adonde está Paola y le decimos que su amiga Amanda ha
desaparecido detrás de la duna con uno de los nuestros. Ella se ríe.
Dice que le parece que Amanda está loca. Nos dice que lleva toda la
noche tonteando con Enrico. Nosotros estamos de acuerdo. Se
bromea un poco. Nos reímos. Le preguntamos que qué cree que han
ido a hacer esos dos detrás de la duna. Ella sonríe y dice que somos
unos mal pensados. Que siempre estamos pensando en lo mismo.
Que han ido a coger florecitas detrás de las dunas y que desde allí
arriba se ve la salida del sol.
Maria se ha recuperado y avanza tambaleándose como una zombie.
Maria está ida. Si no sabes mearla no bebas, le dice Paola.
Damos vueltas a su alrededor y luego nos sentamos en el suelo.
Maria quiere darse un baño. No puedes en esas condiciones. Te
sentirías mal, le dice Paola. Sí que lo puede hacer, le decimos
nosotros. ¿Tú qué coño sabes si puede bañarse o no, eh? ¿Qué coño
vas a saber?
Maria se quita la chaqueta y el jersey.
La cosa se pone interesante. A ver adónde quiere llegar. Se quita las
botas.
Tremenda borrachera que tiene. Y la muy puta nos sorprende.
Se quita la minifalda.
Joder, se ha quitado la minifalda. Se ha quedado en sujetador y
bragas negros de encaje y medias. Tiene un cuerpazo de impresión.
No lo parecía. Quítate también el sostén, le decimos nosotros.
Enséñanos esas tetonas. Enséñanoslas. Paola no para de decir que no
puede bañarse, que el agua está helada y le va a dar un pasmo. Maria
camina dando tumbos hasta la orilla y se mete en el agua. Tranquila.
Nos entran escalofríos al verla allí media desnuda chapoteando. Nada.
Se ha puesto a nadar. Nada. Luego sale y empieza a tiritar. Entonces
alguien le da la chaqueta. Se arrebuja con ella. Tiene los labios azules.
Se deja achuchar y calentar por el que le ha dado la chaqueta, y
luego se deja besar.
Por fin.
Tenía que bañarse para ceder. Paola sigue mirando alucinada a su
amiga que se revuelca y deja que le pongan la mano en el culo. Son
unos idiotas, les dice a sus amigas. Lo hace porque es la más pesada.
Y las pesadas se creen que son especiales. Piensan en su cerebro que
estas cosas no son importantes y no valen nada. Les da vergüenza.
Se dirige al auto.
Se va porque nadie se la folla.
33 y 1/3 glam!

Vete.
Vete, es mejor. Maria está tumbada y se deja besar. Con los ojos
cerrados. Deja que le quiten el sujetador. Uno de nosotros empieza a
apretarle las tetas. Los pezones son oscuros y están duros. Maria ha
echado la cabeza atrás y se deja hacer. Se ríe. Deja que le muerdan
los pezones. Todos estamos encima de ella, y nos gusta verla allí.
Desnuda en la arena. Nosotros también nos reímos. Es una extraña
excitación la que nos entra. Vamos allá. Vamos allá. Lo está deseando.
Necesita rabo.
Necesita ser castigada. El que está encima de ella le baja las bragas.
La muy puerca no parece darse cuenta. Vamos allá. Vamos allá.
Es el momento del amor.
Le abrimos las piernas. Tiene un buen coño. Bien cuidado. No tiene
pelos que se le desborden por los muslos. Odiamos a las que los
tienen. Los detalles son importantes. Se los afeita.
¿A quién se lo enseñará?
Farfulla algo. Algo así como no. No quiero. Basta.
Es demasiado.
Es demasiado cuando fingen que no quieren. El amor en grupo
fortalece la personalidad. Nos bajamos los pantalones y dejamos las
trancas al aire. Las sujetamos con la mano y nos reímos. Mira. Mira, le
decimos. Levanta la vista y ve este metro y medio de polla. Mediría
más o menos eso si se las metiéramos una detrás de la otra. Se
queda embobada.
Empezamos a follárnosla por turnos. Nos tumbamos encima de ella y
apretamos. Se agita debajo de nosotros. La enganchamos bien. Al que
se corre pronto le cogemos por el culo. Está tumbada en el suelo y
parece un saco de cal. Animamos a que alguien la cambie de posición
y la coja por detrás. De pronto se recupera y dice que basta. Nos
implora. Nos suplica. Tú calladita. Tú calladita, le decimos. Pero ella
grita e intenta levantarse.
¿Adónde quieres ir?
Todavía no hemos terminado.
Vuelve a caerse al suelo. Seguimos. En lo alto de las dunas aparece la
otra amiga. Se queda alucinada cuando nos ve a todos desnudos
encima de Maria. ¿Qué están haciendo?, nos pregunta. ¿Cómo que
qué estamos haciendo? Nos estamos follando a tu amigo. Ahora
gritamos. Y nos tiramos encima de la desgraciada. Todos juntos.
Manada salvaje al ataque. Licaones detrás de una gacela. Con los
rabos tiesos. Escalamos las dunas a gatas. Ella se da la vuelta y huye.
Corre con la cabeza alta. Con la boca abierta. Nosotros vamos tras la
presa y nos dispersamos a sus flancos. Corre. De pronto da un
quiebro y se desmarca y cae rodando por la ladera de una duna de
arena y vuelve a estar tumbada en la playa. Se levanta y echa a
correr. Nosotros nos lanzamos abajo saltando. ¿Por qué no se para?
No queremos hacerle daño. Empieza a cansarse. Se ve. La suya es
una carrera extenuada.
33 y 1/3 glam!

Cuanto más incoherente se vuelve ella más coherentes nos volvemos


nosotros.
Cuanto más insegura de poder salvarse está ella más seguros de
poderla atrapar estamos nosotros.
Se da la vuelta para ver dónde estamos, y nosotros estamos cerca y
no se da cuenta de una rama grande que la hace tropezar.
Cae al suelo.
Intenta levantarse, pero no lo consigue. Se habrá torcido un tobillo. Se
arrastra en la arena. Se arrastra.
Por favor, déjenme, dice.
Por favor. Por favor. Por favor.
Somos nosotros los que te rogamos.
Uno la coge por el pelo.
Tiene miedo. Hámster.
Le arranca la camiseta y la tira al suelo. Entonces ella coge una
botella de agua mineral y se la rompe en la cabeza. Le abre una
buena brecha en la frente. Una segunda boca. El rojo empieza a
escurrirle por la nariz y los ojos. El rojo de la sangre.
No nos has hecho daño.
No nos has hecho daño, puta.
No nos has hecho una mierda, puta.
Perdonen, perdonen, nos dice.
No.
No te perdonamos en lo absoluto.
Nos molestamos.
Uno coge una sombrilla oxidada y medio rota y se la clava en un ojo.
Se hunde perfectamente en la órbita, aunque a los lados salpica
papilla y sangre como en un tubo de pasta de dientes aplastado. Es
increíble esta chica. Aunque tiembla sacudida por espasmos mortales
y tiene una sombrilla clavada en el cráneo, todavía intenta huir. Se
levanta.
Es realmente increíble.
Nosotros, con los brazos cruzados, esperamos a que la palme, pero va
para largo. Entonces, exasperados, le arrancamos la sombrilla de la
cabeza y se la hincamos en el estómago. Mucha sangre. Mucha. El
asta atraviesa el cuerpo y se clava en la arena tiñéndola de rojo.
Luego abrimos la sombrilla. Es de flores con flecos mitad blancos
mitad rojos de óxido. La dejamos así. A la sombra.
Volvemos adonde está Maria. Todavía está tirada en el suelo. Nos mira
y luego se echa a llorar. Nosotros bailamos a su alrededor como en la
discoteca. Enróllate con el techno. ¿Por qué no bailas con nosotros?
Venga. Vamos, guapa. Levántate. Pero no nos parece que Maria tenga
muchas ganas. La ponemos de pie. Camina deprisa. Intentamos
abrazarla, pero no quiere.
¿Dónde están mis amigas?, pregunta.
33 y 1/3 glam!

Mira, una está debajo de la sombrilla. Ella se dirige hacia su amiga. Se


detiene. Cae de rodillas. Nos acercamos. Por favor no me maten, nos
dice. Nosotros no te mataríamos, pero tú luego se lo dirías todo a la
policía y nosotros no podemos acabar en prisión. La prisión nos
deprime. Le juro por Dios que no se lo diré a nadie, continúa.
Entendemos tu buena fe pero los policías son unos cabrones, te
obligarán a decir la verdad. Se lo dirás todo. Joder que si se los dirás
todo. Tenemos que darte matarile. Tú también lo entiendes. Entonces
cavamos en la arena un hoyo pequeño de unos treinta centímetros de
profundidad. Cogemos a Maria. Es buena. Al final se ha convencido y
se deja matar. Lloriquea como una niña. La cogemos por el cuello. Le
damos un par de besos y le metemos la cabeza en el hoyo. Luego lo
tapamos. La dejamos un poco así. Un par de minutos. Los brazos y las
piernas y las manos y las tetas se agitan y se estremecen sacudidas
por la muerte.
Todo termina.
La sacamos. Tiene una expresión rara. Está toda morada.
Los ojos están morados. La lengua está morada. La nariz está
morada.
Saltamos un poco. Nos desnudamos todos.
Estamos de alucine todos desnudos.
Somos de alucine y basta.
Volvemos al auto corriendo y gritando. Coño. Coño. Coño. Le gritamos
a la noche que se va. Premio. Premio. Al que corra más. Al que
aguante más.
La pesada está sentada tranquilamente en el capó del auto. Espera a
sus amigas.
Espera. Espera.
Es un momento. Un momento y está muerta. Un momento y su
cabeza está rota. Rota en la arena. Su cabeza está abierta como un
huevo de Pascua hecho de carne y de huesos y de pelo. La sorpresa
se escurre por la arena. Cerebro. Blando blando.
Y ahora basta. Basta.
Estamos cansados.
Queremos volver a casa.
El sol está subiendo. Se está separando de la superficie del mar. Sólo
un puntito lo mantiene todavía pegado al horizonte.
Volvemos a subir al auto. Unos pescadores van a pescar. Traen cañas.
El auto está en la provincial. La música a tope. Callados. No
hablamos. Estamos volviendo a casa. La caza ha terminado. De una
manera u otra ha terminado.
33 y 1/3 glam!

replay
33 y 1/3 glam!

vicente luis mora


(córdoba, 1970)

¿postmodernidad? narrativa de la imagen, next-


generation y razón catódica en la narrativa
contemporánea

el concepto de posmodernidad
Si tuviera que explicar lo que es la Posmodernidad, supongo que
recurriría a un personaje de cómic, llamado Onda de Radio. No
demasiado conocido, en realidad jamás ha sido dibujado fuera de la
imaginación de uno de los mejores narradores norteamericanos
últimos, Michael Chabon.
En su novela Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (2000), los
personajes principales se dedican al dibujo pulp para ganarse la vida,
y diseñan varios héroes de cómic, alguno de ellos memorable, como
este “Radio Wave”, cuya descripción es una auténtica síntesis de la
crisis posmoderna: es “un deslumbrantemente delineado, muy bien
vestido (Ansiedad por el estatus, Alain de Botton), suntuosamente
musculoso, y bellamente entintado héroe sin novia entrometida
(“instituciones concha”, de Giddens), colega problemático, irónica
identidad secreta (El crimen perfecto, Baudrillard), torpe comisionado
policial (transformación de los agentes en elementos revolucionarios,
señalada por Debord en La sociedad del espectáculo), talón de
Aquiles (aplicación individual de la Sociedad del riesgo de Beck),
cuerpos de aliados secretos, o búsqueda personal de venganza
(ejércitos privados, Kapúscinski, Lapidarium IV); solo la dudosa
habilidad apresuradamente explicada y bien usada de transmitirse a
sí mismo por el aire ‘en los raíles invisibles de las ondas radiales’, y
saltar inesperadamente desde la parrilla de un Philco hasta el
escondite de una pandilla de ladrones de joyas que aman el jazz”
(Chabon 2000: 149).
Tenemos un gran problema al hablar de posmodernismo porque
requiere tres requisitos previos: primero, saber qué es el modernismo,
del cual aquél supuestamente traería causa, segundo, precisar a qué
posmodernismo geográfico o cultural hacemos referencia. Tercero, la
relación entre posmodernismo y posmodernidad. El primer problema
no es asunto nuestro en este momento, aunque es obligatorio al
menos citar su existencia. El segundo es fácil, ya que se nos pide un
ámbito geográfico y cultural concreto: literatura en prosa
norteamericana posterior a los maestros del posmodernismo.
Respecto al tercero, en principio, sin perjuicio de deslindar más abajo
el concepto, podríamos dar por buena la sintética definición del
Sloterdijk de En el mismo barco: "la postmodernidad es la época
33 y 1/3 glam!

después de Dios, y después de los imperios clásicos y de todas sus


sucursales locales": dicho en otro términos: la época en que vivimos
desde más o menos los años sesenta del pasado siglo, o más bien la
marca cultural de la misma. Esta difusa contemporaneidad acoge una
especie amplia de estilo o estética, que se llamaría posmodernismo.
Habría, según Cristina Garrigós, dos corrientes enfrentadas: "una, que
considera el postmodernismo como un movimiento que viene a
representar una ruptura con el modernismo, posición que defiende
por ejemplo Ihab Hassan (1982), y otra, que considera al
postmodernismo como continuación de la estética modernista, idea
que apoya Raymond Federman (1975). Para Barth, en cambio, el
postmodernismo debería superar estas cuestiones. Es difícil aquilatar
ese problema, pero, sobre todo, es bastante intrascendente. Lo
importante es que el posmodernismo eppur si move y, más allá de
sus orígenes, es pertinente establecer cuales sean sus notas, para
saber cuándo han sido superadas –en el caso que la "narrativa de la
imagen" o la “Next Generation” sean una superación, y no una vuelta
de tuerca–, o cómo hacerlo.
Respecto a la lista de caracteres, completando la definición expuesta
por Terry Eagleton en The Illusions of Postmodernism, que se queda
bastante corta, podemos establecer, como hipótesis de trabajo, estas
notas caracterizadoras, en las que aparecerán matices de la
posmodernidad como sociología y del posmodernismo como estilo
cultural: 1) La literatura posmodernista plantea un debate sobre la
realidad, concluyendo en una crítica general sobre sus sistemas y
códigos. 2) El talante posmoderno presenta tendencias nihilistas. 3)
Supone el desmoronamiento de las jerarquías del gusto y la opinión,
la decanonización, la abolición de la categoría kantiana de lo sublime;
y neopopulismo, eclecticismo del gusto, rebajamiento de la exigencia
artística y pasión por lo light, fácil de consumir y abierto a las
expectativas de cualquier clase de público, hincapié en lo local más
que en lo universal. 4) Para algunos, representa el nacimiento de una
sociedad civil opuesta a las ideas de homogeneización cultural y
política, "haciendo hincapié en términos de diversidad, variedad y
riqueza de discursos locales y populares, códigos y prácticas que
resisten y se repiten sistemática y ordenadamente". No es este el
momento de refutar tan refutables ideas; desde luego, su defensa es
lógica y vital para un posmoderno puro. 5) Final del logocentrismo
(Derrida), desaparición de los valores de verdad del discurso después
del “giro lingüístico” posterior a Heidegger y Wittgenstein. 6)
"Incredulidad ante las metanarraciones" (Lyotard, La condición
posmoderna) o grandes relatos que, según Habermas, intentaban
alcanzar una comprensión global del mundo, en todos sus aspectos,
desde Hegel (Habermas, Sobre Nietzsche y otros ensayos). 7) Su
estilo literario primordial es el collage, y su modelo formal el caos. 8)
Discontinuidad, ruptura del discurso lineal, a través de la
recuperación y uso extremo del fragmento como elemento
estructural, incluso de las obras más ambiciosas, aunque para
Jameson el fragmentarismo posmoderno se distingue del anterior
33 y 1/3 glam!

(Novalis, Schlegel), en que no busca ser una cosmovisión ni se


plantea siquiera la idea de totalidad. Los fragmentos, según esta
tesis, no serían partes, sino mónadas sin interrelación. 9) Abandono
de las teorías seculares sobre el autor, la originalidad y el concepto
del "derecho del autor" sobre la obra, con tres consecuencias:
posibilidad del plagio intertextual, introducción de la interpretación
libérrima de la obra, y combate contra la idea de propiedad
intelectual: surgen la deconstrucción y los movimientos
norteamericanos de "apropiacionismo". En nuestra literatura, la
relación entre géneros pasa desde las categorías totalmente
apartadas (generaciones de 1940 y 1950), la de los novísimos, donde
los autores comienzan a trabajar ambas categorías, prosa y verso, y
la de los 80-90, donde comienza a trabajarse sin distinción, a partir de
las influencias de la literatura norteamericana y de Borges, con textos
que incorporan lo intergenérico. 10) Gusto por lo híbrido, los mestizo,
la escritura entre géneros, la narración a medias entre la narración y
la ficción. 11) Metaficción, metarrelato, metateatralidad, metapoesía,
metahistoria, metautoría. Llamo meta/autoría a la frecuente aparición
del propio autor como personaje del libro (algo ya presente en los
estertores del modernismo, como en la Niebla de Unamuno),
realizada ya callada (Neuman, La vida en las ventanas), ya
declaradamente (Auster, La ciudad de cristal; Javier Cercas, El vientre
de la ballena; Gutiérrez Solís, Spin Off). La autorreflexividad, que para
Ibáñez es su característica principal, es una nota predominante
también en las demás ramas del saber. 12) Autoconciencia de la
narración: los libros se vuelven conscientes de sí mismos y se tratan
como estructuras autogenerativas, autoparódicas, especulares y
reflexivas. En la historia se cuenta su escritura, se reflexiona en el
principio sobre el acto de comenzar1. y se acaba el libro sentenciando
su conclusión. 13) Trasgresión, ironía, gusto paródico, irrisión. “En la
posmodernidad se ha producido un desplazamiento desde el ámbito
de lo necesario (lo real) al ámbito de lo posible (el juego)”, según
Maillard. Esta debe ser la razón por la que un autor como Lewis
Carroll ha podido convertirse en lugar común para entresacar citas
literarias, científicas e incluso filosóficas. 14) Globalización
económica2, transformación de la cultura en un producto más, sujeto
a las exigencias del mercad. 15) Cambio cualitativo en la posición de
los consumidores: para Bauman, el consumo es el eje en torno al cual

1
Este es el principio de la novela Mantra, de Rodrigo Fresán: “Mantra decía que
cualquier historia (...) sólo podía estar bien contada si comenzaba con el principio
de todas las cosas, con el big bang de la cuestión, con ese Había una vez... original
que nos incluye a todos”

2
“Lo que quizás habría que añadir ahora (...) es que postmodernidad y globalización
son una misma cosa. Se trata de las dos caras de un mismo fenómeno. La
globalización lo abarca en términos de información, en términos comerciales y
económicos. Y la postmodernidad, por su lado, consiste en la manifestación cultural
de esta situación”; F. Jameson, en “Postmodernidad y globalización. Entrevista a
Frederic Jameson”; Archipiélago, nº 63, noviembre 2004.
33 y 1/3 glam!

gira la existencia actual en el mundo 4, lo que acaba implicando que


“la producción estética hoy ha quedado generalmente integrada en
producción de comodidad”. 16) Absoluta ausencia de parámetros
éticos o morales: todo vale. 17) Feminismo. 18) Presentificación del
pasado, pastiche histórico, ruptura de la historicidad, reciclado de
géneros y estilos, anacronismo, “recuperación del pasado y juego –
citacional y parodiante– de las rememoraciones críticas y de la
mezcla de tradiciones”. Frente a la actitud moderna, para la cual “el
relato histórico ha constituido su principal modo narrativo”, lo
posmoderno es ahistórico, sustentado en el instante, e incapaz de ver
el pasado como “una ordenada colección de acontecimientos, una
sucesión de causas y efectos”. Quizá en esa falta de conciencia
histórica hubiera que tener en cuenta el dato de que el
posmodernismo es un movimiento genuinamente norteamericano y
que esta nación, como ha apuntado Czeslaw Milosz, tiene una
incapacidad psicológica absoluta para captar la dimensión histórica
de los hechos, debido a sus apenas doscientos treinta años de
existencia. 19) En conexión con lo anterior, “un debilitamiento
consecuente de la historicidad, en nuestra relación con la Historia
pública y en las nuevas formas de nuestra temporalidad privada”
(Jameson). 20) Nueva superficialidad, en todos los sentidos:
tendencias culturales huecas (Gilles Lipovetsky, La era del vacío) arte
superficial (Tom Wolfe, La palabra pintada), falta de profundidad
literaria (José Ángel Valente, Las palabras de la tribu), pensamiento
débil, “una nueva cultura total de la imagen o del simulacro”,
(Jameson), dentro de un extendido cansancio de estilos “puros” y del
conocimiento del medio: el principio de ininteligibilidad provoca que
podamos “descansar no en nuestra ignorancia, pero sí a pesar de
nuestra ignorancia” (Maillard). 21) Gusto por la falsificación, la
traducción falsaria o infiel (el fraile Vella de El archivo de Egipto de
Sciascia, el Ermes Manara de Calvino en Si una noche de invierno un
viajero, el Pierre Menard de Borges) y la idea de conspiración, que es
la falsificación manipuladora llevada a la política, omnipresente sobre
todo en el cine estadounidense desde los años noventa (Ibáñez;
Ricardo Piglia, Formas breves, Crítica y ficción). 23) El estilo
posmoderno se preocupa más por el espacio que por el tiempo, como
consecuencia de que el tiempo es desde Bergson una coordenada
subjetiva, mientras que el espacio es más social, más relativo a la
realidad simultánea y plural del mundo. Esto se muestra casi más en
el arte contemporáneo que en la literatura. 24) Indiferencia
ideológica: frente a las últimas ideologías, que criticaban las
anteriores, “en la postmodernidad se daría la indiferencia y el juego:
es decir una situación en la que se abandona la idea de la búsqueda
de un valor auténtico y universal. No se trata de una indiferencia de
tipo psicológico donde todo le da igual al sujeto, son de una situación
en la que es imposible escoger una ideología frente a otra” (Jon
Kortázar). 25) Constructivismo: “Se hacen construcciones que se
reflejan como reflexiones, y que se expresan como construcciones y
no como mímesis. La reacción posmoderna al realismo es bien
conocida, y de hecho, a veces se define la postmodernidad como una
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reacción al realismo” (Kortázar). 26) Americanización: “la modernidad,


el mundo racional que se fundó en el siglo XVIII, fue una construcción
europea, pero la posmodernidad es un fruto especialmente
norteamericano. En la modernidad predominaba la razón universal,
pero la posmodernidad, acabado el mundo bipolar, globalizados los
mercados, es el reino del multiculturalismo. Y, precisamente, los
norteamericanos encarnan a los grandes gestores y amantes de la
mezcla de estilos, del kitsch, del zapping” (Verdú). 27)
Descontextualización argumentativa. Los escritores –sobre todo
ensayistas– posmodernos utilizan una técnica expositiva que me
parece de un peligro notable: extrapolar párrafos enteros de otros
libros sobre materias distintas a la del ensayo "huésped", para variar
completamente su sentido, sustituyendo una palabra o su contexto, y
dotando a este irregular proceder del rango de argumento. Se
diferencia del collage en que no se busca el sinsentido, sino aportar el
sentido a quo al texto adoptivo. Pongo varios ejemplos: el propio
Jameson, que en Postmodernism utiliza los esquemas categoriales de
la esquizofrenia en Lacan para entender la construcción literaria
posmoderna; la crítica de arte Rosalind Krauss y el filósofo García
Calvo, que para hacer la exposición de las tendencias de la escultura
actual y el análisis fenoménico del tiempo, respectivamente, acuden
al desarrollo de un campo matemático; o Harold Bloom, quien en
Cábala y crítica (1979), saca de contexto textos de Peirce y de
Nietzsche, sustituyendo en los de este último la palabra "ideal" por la
palabra "poema", y creyendo que con eso contribuye de algún modo
a elucidar la cuestión poética.
Para el profesor alemán Peter Zima, lo definitivo es que las
características anteriores, de las cuales él señala bastantes, están
dirigidas a la indiferencia, y este es el hecho diferencial respecto a
sus apariciones modernas, románticas e incluso, según casos,
renacentistas. Jameson se muestra reacio a considerar la posibilidad
de conceptuar la posmodernidad (si la tomamos como fenómeno
histórico consistente en la pauta cultural dominante del capitalismo
tardío, pero así es como la considera él, y nosotros en parte) "en
términos de juicios morales o moralizantes", puesto que según su
criterio estaríamos ante un error categorial, al intentar criticar algo
que nos rodea y nos supera. Ahí difiero; creo que no sólo es posible
criticar la posmodernidad como pauta cultural (y el posmodernismo
como su traducción estilística dentro de las artes), sino, seguramente,
necesario, aunque más dentro de la ética que de la moral, concepto
que suscita en mí cierta alergia y muchas susceptibilidades en
amplios grupos de la población. El arte no debe tener moral, pero sí
ética: no en el sentido de que sus contenidos vayan dirigidos a la
reforma de la sociedad (que pueden, si quieren; pero no es esencial al
arte ni lo define), sino ética en el sentido de un respeto por la propia
idea de arte, o si se prefiere, debido a la actual imposibilidad de
deslindar qué sea arte, del respeto a la obra de arte, en cuanto
intención artística, en cuanto propósito duradero, en cuanto
búsqueda, en fin, de algo superior en el hombre, sea inmanente o
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trascendente. La cuestión es que si consideramos que cualquiera no


puede ser artista y que no siempre el artista logra los fines artísticos
que se propone, es claro que lograr esa obra de arte ha de ser el
resultado del más grande esfuerzo del hombre más capacitado por su
talento –natural o desarrollado–, y por eso mismo, valioso. En estas
condiciones (pero son las nuestras), la ética artística consiste en no
desviarse de ese rígido y exigente camino.
Para terminar con esta introducción teórica, acordaremos que es clara
en ella la importancia del prefijo “post” en la palabra post o
posmodernismo1. Es cierto que, como señala Linda Hutcheon:

discusiones sobre el postmodernismo en estos días parecen tender


más hacia confusas autocontradicciones, quizás por la naturaleza
paradójica del asunto en sí mismo. Charles Newman, por ejemplo, en
su libro provocativo The Post-Modern Aura (1985), comienza por
definir el arte postmoderno como ‘comentario en la historia estética
de cualquier género que adopte’ (...) De todas formas, al postular una
versión americana del postmodernismo, abandona esta definición
metaficcional intertextual para llamar a la literatura americana una
‘literatura sin influencias primarias’, ‘una literatura que carece de
paternidad reconocida’, sufriendo de la ansiedad de la no-influencia.

Hutcheon estudia autores como Doctorow, Morrison, Barth o Pynchon


para refutar estas débiles tesis, ya que como observa, es
contradictoria esta afirmación con la posterior del propio Newman por
la cual la literatura norteamericana es resolutivamente paródica y
pone “distancia entre sus antecedentes literarios” de modo irónico.
Pero, como dice la propia Hutcheon, si hablamos de postmodernismo,
“siempre hay una paradoja en el centro de ese ‘post’: la ironía marca
de veras la diferencia con el pasado, pero los ecos intertextuales
funcionan simultáneamente para afirmar –textualmente y
hermenéuticamente– la conexión con el pasado”. Por lo demás, la
huida del pasado referencial también depende de ciertos
condicionantes culturales. Así, del mismo modo que otro ejemplo
prototípico de la posmodernidad europea, Yasmina Reza, el novelista
Michael Chabon no puede (ni quiere) renunciar a su herencia cultural
judía, retomando sus antecedentes no de modo paródico, ni irónico,
sino desde el más explícito y solemne de los homenajes. No es
casual, desde luego, que el primer capítulo de Las asombrosas
aventuras de Kavalier y Clay se titule “El artista de la fuga”,
recordando el relato de Kafka “Un artista del hambre”, ni que uno de
los personajes que dibujan los protagonistas se llame El Golem.

1
Tensión que no tiene nada de residual o secundaria: “pero hay más que simple
tautología hacia la relación entre modernismo y postmodernismo si podemos
diseñar un argumento sobre como el fenómeno posterior emerge de su predecesor
–sobre, en otras palabras, engreimiento histórico”; Brian McHale, Posmodernist
Fiction; Routledge, New York, 2001.
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acercamiento a procedimientos técnicos intrínsecos


Por mi parte creo que, situando el concepto en el estrecho marco de
la narrativa norteamericana de las últimas décadas, el
posmodernismo no es otra cosa que la sustitución contemporánea del
nihilismo semántico moderno por el nihilismo técnico. Pero antes de
ver cómo se ha hecho esto, habría que explorar la causa. Según Italo
Calvino,

En la forma en que la cultura actual ve el mundo, existe una


tendencia que aflora contemporáneamente por varios lados: el
mundo, en sus distintos aspectos, se ve como discreto y no como
continuo. Empleo el término "discreto" en su sentido matemático:
cantidad "discreta" es la que se compone de partes separadas.

La pérdida de la Weltanschauung o visión global, la caducidad del


"gran relato" explicador del mundo, es una de las bases de la
posmodernidad. Los escritores y pensadores posmodernos recogen la
antiquísima técnica del fragmento, no por elección, sino por
resignación. Se comienza a tener la imagen de que el mundo es
demasiado complicado, variado e inabarcable para percibirse
sincrónica y simultáneamente, de un solo vistazo literario o reflexivo.
La percepción de la totalidad sólo puede hacerse de un modo
fragmentario, y los esquemas literarios comienzan a incardinarse
desde esta nueva concepción global. Otro factor de cambio es la
muerte de la verdad absoluta e individualista del siglo XIX y su
sustitución por un pensamiento laico, desencantado, relativizado
desde frentes científicos y filosóficos, desconfiado acerca de lo que le
rodea y plenamente englobado en un sentido amplio de eso que se ha
llamado después "la ética de la sospecha". El logocentrismo, como
dice Lyon, deja su lugar a la pluralidad de discursos, sobre todo
audiovisuales. Los progresivos medios de comunicación /
manipulación de masas agravan estos elementos y comienzan a
triturar la conciencia, ya de por sí bastante perdida, del individuo, que
perplejo e incómodo ante el mundo que le rodea, comienza a
confundirlo con su representación. El escritor J. G. Ballard lo ha visto
de este modo:

en el pasado siempre asumimos que el mundo externo a nuestro


alrededor había representado a la realidad, sin importar cuan confusa
o incierta, y que el mundo interior de nuestras mentes, sus sueños,
esperanzas, ambiciones, representaba el reino de la fantasía y la
imaginación. Estos roles… a mi parecer, se han revertido.

Ballard, cuya literatura está aún por colocar en el lugar de honor que
merece, y que antecede a veces en lustros o décadas en invenciones
técnicas a supuestos descubridores, está en un término intermedio,
entre la generación modernista y la posmoderna, en el que también
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están instalados Kosinski1 o Philip K. Dick2: todos centran su obra


precisamente en esa brecha que abre la percepción suspicaz sobre el
entorno; en realidad, esta desconfianza en la realidad es uno de los
mitos intelectuales de los dos últimos siglos. Es una de las
consecuencias del nihilismo, y una de sus categorías es las dudas
acerca de la verdad. Para Paul Auster, "la realidad no existe", y para
el Alejandro Rossi del Manual del distraído "la realidad mantiene
todavía una aire de familia, pero ya no es precisamente el rostro que
conocíamos". Un escritor clave en el entorno que tratamos, John
Barth, mantenía que: "la realidad es un bonito lugar para ir de visita,
pero uno no desearía vivir allí, y la literatura nunca lo ha hecho por
mucho tiempo". Toda esta teoría, que lleva siglo y medio siendo el eje
del discurso, ha pasado ahora a conformar ese discurso, a impregnar
de nihilismo la arquitectura del texto literario.
Observemos este párrafo de Mark Leyner My Cousin, My
Gastroenterologist:

Coge una copia de das plumpe denken la más desacreditada revista


en idioma alemán publicada en nueva inglaterra como explosión de
crema de huevo en matanzas de factorías filatelistas pasa la página
semen radioactivo que brilla en la oscuridad hallado en canadá pasa
la página modernos hotentotes transportan jóvenes en bolsas
resellables de sandwich pasa la página wayne newton nombra al
útero de su madre jardín del edén de una sola capacidad morgan
fairchild llama a sally struthers loni anderson.

Lo escrito recrea la impresión de pasar las páginas de la revista, del


mismo modo que los versos del poema "China" de Bob Perelman,
estudiado por Jameson, responden a un libro de fotografías que se
encontró el poeta por la calle, siendo “las oraciones del poema en
cuestión son entonces los propios encabezamientos de Perelman para
esas fotografías”; podemos relacionar esto con lo que tenía el cut-up
de Burroughs de pegado y corte. En todos estos casos la sucesividad
escrituraria da la falsa impresión de que existe continuidad en la
mente del escritor, cuando no hay tal cosa. Si unimos a estos
procedimientos, cada vez más frecuentes, la irreductible tendencia
sintética de los SMS y palabras y emoticones utilizadas en Internet,
parece muy posible que cualquier tipo de actividad literaria pronto

1
“Kosinski se sitúa en un estadio intermedio entre ambas corrientes narrativas de
tal modo que comparte ciertas técnicas con la novela modernista y una visión
cosmogónica coherente con los mundos caóticos ofrecidos por la última hornada de
novelistas norteamericanos”; Ana Antón-Pacheco Bravo, “Entre la tradición y la
vanguardia: el universo de ficción de Jerzy Kosinski”, en VV.AA., Actas del IV
Congreso de la Asociación Española de Estudios Anglo-Norteamericanos; Ediciones
Universidad de Salamanca, 1984.
2
En este caso, estamos ante una versión tardomoderna del esse est percipi de
Berkeley: “Dick quiere poner de manifiesto que los límites entre lo normal y
anormal, entre la alucinación y el estado de conciencia, son muy difusos. (…) El
problema no está en las teorías, sino en la percepción”; José Luis Molinuevo,
Humanismo y nuevas tecnologías; Alianza, Madrid, 2004.
33 y 1/3 glam!

supondrá la abolición categorial de lo que hoy se determina


“paratexto” (conjunto de signos escritos y visuales que suele
acompañar a un texto escrito; como la imagen de la portada, la
solapa, la entradilla, etcétera; todos ellos pueden aportar sentido al
texto central o completarlo), por ser ya indistinguible del texto
mismo. Jonathan Franzen, Eggers y otros narradores jóvenes incluyen
ya diversos documentos gráficos insertados en el texto, Mark Z.
Danielewski en House of Leaves (2000) dinamita la página literaria
rompiendo su continuidad, y la última novela de David Eggers, Ahora
sabrán lo que es correr, prescinde de la imagen de portada,
comenzando la narración en la portada misma. Ya no hay paratexto:
las primeras frases dan ya esa imagen de marca buscada por la
editorial y el autor. Todo esto da un poco una sensación de
agotamiento constructivo que nos suena familiar: nos recuerda al
agotamiento semántico, existencial, nihilista, de los últimos coletazos
de la literatura moderna: Beckett, Kafka, Musil, Unamuno, Papini y un
largo etcétera. El estilo de George Saunders ha sido así descrito por
Jordi Costa: “estilo fracturado, en el que a veces las frases se mutan
en interrogaciones inválidas”.
Egolf satura sus interjecciones y sistemas de referencias hasta
volverse ocasionalmente críptico. Obsérvese esta frase de Foster
Wallace:

cuyo costoso Joysuit corporal con cuatro extensiones para apéndices


humanos rápidamente dio paso (2014) al ya conocido "Polierótico
Joysuit" de cinco extensiones y a la primera generación de Virtual
Female DXF Meshes en tres dimensiones (KEY en JOYSUIT,
POLIEROTIC; en TELEDIDDLER; en MESH, DXF; en MODELING
NAUGHTY; KEY secundaria en Notas Históricas para DISEÑO,
COMPUTADORA ASISTIDA; para FEMALE, VIRTUAL)

Los extremos se mueven entre el no-signo (lenguaje entrecortado y


montado a lo Burroughs) y la no-significación (la oscuridad sísmica de
DeLillo1), esto es, la disposición lógica de una frase que no quiere
decir absolutamente nada, o no es su significado lo que interesa, sino
sólo la disposición.
Varios de los textos de Mark Danielewski en House of leaves ni
siquiera pueden leerse porque están al revés, o superpuestos con
otros, o tachados; otras veces su disposición recuerda a las de
Leyner:

John day embalmed windows yore trespasses rectopathic


1
DeLillo, en una entrevista con Anthony DeCurtis, asociaba a la dificultad de la
percepción de la verdad en la era de la sociedad de la información su propia
dificultad creativa: “Siempre me ha gustado ser relativamente oscuro (…) Creo que
es ahí adonde pertenezco, ahí es adonde pertenece mi trabajo”; cf. “Social and
cultural Views of the Great Sixties in DeLillo’s Underworld: The Subversive Reality”,
en Visiones contemporáneas de la cultura y la literatura norteamericana en los
sesenta; Universidad de Sevilla, 2002.
33 y 1/3 glam!

elephants place de la concorde karmic opaque Cimmerian


a person’s entity x-ray euphony Quisling ohms
paralipomena stones hammers
sea prolix tide norths spoons eels
pompidou hints sour dolorously in
red lines ostracized virgen.

Como vemos, una literatura de este tipo no está al servicio del


significado, sino del efecto. Estudioso de las relaciones del cine con la
literatura, Danielewski intenta llegar (como el Kubrick de 2001)
directamente al inconsciente del lector, utilizando recursos visuales,
relacionados con los massmedia, lo que significa, además de un
intento de evolucionar los recursos literarios, la denuncia de la
situación crítica de los mismos en una civilización audiovisual. Luego
volveremos a este tema.

esquema de la narrativa estadounidense última


La narrativa estadounidense más joven sigue envuelta, como no
podía ser menos, en la tensión edípica de cómo liberarse de la
anxiety of influence (Bloom) respecto de sus padres posmodernos
(Barth, Pynchon, DeLillo), sin perder de vista dos de sus referentes
claves: el mercado y la omnipresencia de los medios de comunicación
de masas. Respecto al primer factor, se reproducen los problemas con
que se encontraron los primeros maestros: abandonados los
esquemas del último modernismo, una vez que la literatura había
llegado a la asfixia formalista y autorreferencial, una vez que se veía
poseída por una incontrolable “ansia por el retorno del referente”
(Brooks), se encontró con la paradoja de que el referente… ya no
estaba. La idea de realidad de la cual nacían todas las teorías y
prácticas modernistas sobre el realismo había sido machacada por los
descubrimientos de Freud, los descubrimientos científicos de Planck,
Prigogine y Einstein y por el relativismo terminal de la filosofía.
Cabe dudar si la posmodernidad se impone, en estas condiciones, por
decisión de los autores o por pura inercia, al no tener otro territorio
donde operar que la misma idea de operación literaria. También Darío
Villanueva dice que las características de la posmodernidad “pueden
todavía favorecer” una concepción formalista de la literatura frente a
una más “genetista” o tendente a la mimesis entendida como
relación indispensable con un modelo concreto de realidad, que se
refleja desde la obra. El hecho es que, sin plantearse demasiado estas
cuestiones, parece que los más jóvenes narradores norteamericanos
se han lanzado a operar entre las ruinas de esta devastación con la
más irresponsable de las alegrías, aunque según el lúcido Ballard, es
precisamente esa ingenua despreocupación el signo –sociológico y
literario– posterior al modernismo:
33 y 1/3 glam!

Al contrario, me parece que el movimiento Moderno pertenece al


siglo XIX [...] De ninguna manera el movimiento moderno tiene
ninguna relación con los hechos del siglo XX [...] sus elementos son
introspección, pesimismo y sofisticación. Pero si algo encaja en el
siglo XX es el optimismo, la iconografía del mercado de masas e
ingenuidad.

De este modo, los hijos de la posmodernidad navegan a sus anchas el


proceloso mar de la edición, utilizando a veces materiales propios del
best-seller, como Jonathan Franzen (dos ejemplos europeos del mismo
caso serían H. Mankell y Luis Manuel Ruiz), y siguen de cerca las
evoluciones de la tecnología, así como las influencias de la misma en
las relaciones interpersonales o en la creación de literatura (David
Foster Wallace; en España, su discípulo y traductor Javier Calvo, el
relatista Eloy Fernández Porta y el novelista Germán Sierra). El
resultado de esta mezcolanza, a la que habría que unir el
conglomerado a-ideológico y técnico propio de los estertores del
posmodernismo, es un estilo rápido, ágil, no pocas veces insustancial
y quebradizo, pero que tiene el encanto de la frescura, de la amplitud
de miras cultural y de un sano sentido del humor1, volcado siempre
en delatar las contradicciones de la propia sociedad que genera tal
paroxismo.
Trazar un mapa es complicado, ya que las etiquetas críticas que se
han propuesto son varias. Mientras que en España, por obra de la
editorial Mondadori, las conocemos como Next-Generation, David
Foster Wallace ha propuesto etiquetas como “narrativa de la imagen”,
o, últimamente, “late model literature”, esta última para referirse a la
tendencia representada por Susan Daitch. Eloy Fernández Porta
justifica esta rúbrica por cuanto es históricamente significativa. A su
juicio hay dos lugares comunes en la última literatura corta: “el
primero, la convicción según la cual, a diferencia de la mayor parte de
las literaturas europeas, la narrativa breve norteamericana pasa
intocada o no pasa por el proceso de las vanguardias históricas”, en
una suerte de retraso histórico denunciado ya en los años 60; el
segundo,

la discusión del modelo de relato sentimental sobre los problemas de


la clase media que en esa misma época encarnan revista como New
Yorker o Story. La concordancia de estas dos ideas –el relato como
forma atrasada y la temática de la clase media como preocupación
prioritaria– resultarán determinantes en la configuración de una serie
de modelos y propuestas que configuran el posmodernismo
norteamericano.
1
Más de un lector habrá pensado de la monumental La broma infinita, de David
Foster Wallace, lo que el propio autor incluía en la novela como una metaironía
disfrazada de cine experimental: “la duración total de La broma era exactamente
hasta que se fuera de la sala el último espectador de piernas cruzadas harto de
contemplar su propia imagen inmensa y de proyectada, de sí mismo como
espectador de arte y ensayo presa de un especial sentimiento de mala leche, de
estafa e indignación”
33 y 1/3 glam!

Para Juan Francisco Ferré, el nombre que reciben la generación


compuesta, entre otros, por Thomas Pynchon, Robert Coover, Don
DeLillo, David Foster Wallace, Kathy Acker o William T. Vollmann (y
aquí representada sólo por el antes citado Eloy Fernández Porta) es la
que llama Avant-Pop,

viniendo Avant a significar la necesidad de la innovación e incluso la


experimentación con la forma (no hay nuevos contenidos sin la
aparición de nuevas formas), y viniendo Pop no a sacralizar
únicamente su vinculación estética con ninguna cultura actual del
consumo y la mercancía sino a destacar simplemente que la creación
del escritor no se concentra ya en la descripción de mundos privados
o exclusivos, más bien apartados del mundo de referencias del lector,
sino que parte de ese mundo de referencias conocidas (la cultura así
llamada “de masas”), se lo apropia con preferencia para llegar a
convertirlo en extraño o irreconocible.

líneas de desarrollo narrativo


Hay diversos tratamientos técnicos. Uno de ellos, muy practicado por
John Barth y que siguen en algunos párrafos o relatos los jóvenes, es
la técnica magnetofónica, que tiene por objeto el desarrollo del tono
conversacional. Franzen lo utiliza en la trascripción de conversaciones
grabadas por la policía en Ciudad veintisiete; David Foster Wallace en
Entrevistas breves con hombres repulsivos y también está en el
cosmos estructural de House of Leaves, de Danielewski. También está
la línea decodificadora, que supone la alteración de géneros de
discurso para contar historias, utilizando elementos en principio
lejanos a la literatura, pero tangenciales a la misma. El origen no está
ni en Pynchon ni en DeLillo, sino en un autor asombroso, el citado J.
G. Ballard. Dentro de esta línea decodificadora, Ballard tiene un relato
que es el índice de una biografía. Por las escuetas entradas de ese
índice se deduce, perfectamente y sin fisuras, el retrato completo de
la persona biografiada. Foster Wallace copia el mecanismo para hacer
un relato, “Rotulus praeteritus”, con una entrada de hiperdiccionario,
a partir de las diversas definiciones de la palabra “rollo” en un futuro
cercano; en nuestra lengua, Rodrigo Fresán desarrolla en Historias
argentinas (1993) un relato excepcional sobre un músico
estrambótico, a partir de los créditos interiores de un LP. Como
vemos, las utilizaciones de estos procedimientos no suponen un
distanciamiento de los antecedentes literarios, y no dejan, por tanto,
de ser posmodernas.
Y hay otra técnica narrativa muy interesante, que denomino línea de
fragmentación estanca. Me parece la aportación clave para distinguir
la narrativa de Foster Wallace del posmodernismo. Se trata de textos
que se integran en un “ciclo”, pero sin pertenecer a un “sistema” o
campo narrativo, sino a una mera disposición secuencial, por
33 y 1/3 glam!

voluntad del autor. Aunque no se evita la autoreferencialidad (a la


cual, además, se trata con ironía, no sólo por la remisión a notas a pie
de página, sino por el mismo tratamiento parodiador de Foster), el
procedimiento es nuevo. Lo fragmentario aquí no es la frase ni el
párrafo, al modo del cut-up de Burroughs, sino la disposición de los
cuentos. Foster utiliza el procedimiento en Entrevistas breves con
hombres repulsivos. De este modo se esquivan las tentaciones
tardomodernas y tan recurrentes en el posmodernismo del mise en
abîme y la estructura circular.

narrador e identidad
Si estudiamos el tema del sujeto en estos narradores, hemos de decir
que permanece en ellos la constante de la disolución posmoderna del
yo. Como venía a decir Zygmunt Bauman, la identidad duradera y
bien amarrada ya no constituye un activo; cada vez más y de un
modo cada vez más evidente, se convierte en un pasivo, cuyo
objetivo no es fijarse inamovible, sino lo contrario1 : esto frustra por
fin la tensión individualizadora y solipsista que la narrativa había
sostenido desde Defoe hasta mediados del siglo XX2: puede que
Joyce, Musil o Beckett describieran la desaparición del sujeto, después
de sus primeras apariciones en el Romanticismo alemán (Schlegel,
Novalis), pero es claro que sólo los autores posmodernistas escriben
como sujetos desestructurados, en textos desestructurados. Como es
natural, esto debe tener repercusión también en el tratamiento de la
división de géneros. Para Linda Hutcheon3, la categoría psicológica del
autor abre caminos intermedios, de modo que pueden presentarse las
ficciones como biografías (el Kepler de Theodore Banville), como
autobiografías (Running in the Family, de Ondaatje), o como
disquisiciones históricas (Shame, de Salman Rushdie); hasta el
ensayo teórico, como indica Hutcheon a partir de la Cámara Lúcida
(1981) de Barthes, se contamina de la memoria proustiana. Estos
terrenos intermedios quedan claros en nombres de esta última
1
Según juicio de Enrique García Díez, “si para la novela existencialista la falta de
identidad significaba la angustia de encontrarse en un mundo absurdo, para el
narrador de la novela postmodernista la identidad no es más que una cuestión
literaria: el saberse inmerso en el bucle narrativo de la tradición donde la idea de
originalidad personal es un sueño de fantasiosos”; “La modalidad digresiva en la
novela actual”, en Actas del IV Congreso de la Asociación Española de Estudios
Anglo-Norteamericanos; Ediciones Universidad de Salamanca, 1984.
2
Debido a que “la historia de la ficción desde Defoe hasta nuestros días ha sido una
marcha imparable hacia esa interiorización o hacia un individualismo cada vez más
radicales”; Manuel Villar Raso, “Reflexiones sobre la violencia”, en Amor, Odio y
Violencia en la Literatura Norteamericana; Alcalá de Henares, 1994.
3
Antes, había escrito que “el sujeto que percibe no se asume ya a una entidad
coherente, generadora de significado. Los narradores de ficción se transforman
desconcertadoramente múltiples y difíciles de localizar (como en The White Hotel
de D. M. Thomas) o resolutamente provisionales y limitados –muchas veces
minando su propia aparente omnisciencia (como en Niños de la Medianoche de
Salman Rushdie). En los términos de Russell, con el posmodernismo comenzamos a
encontrar y somos desafiados por ‘un arte de perspectivas cambiantes, de doble
autoconciencia, de significado local y extendido”.
33 y 1/3 glam!

hornada de narradores, como James Gunn, autor de El coleccionista


de juguetes (2001). Para Gunn, el protagonista de su novela, que se
llama como él, no debe ser confundido con su persona, o al menos no
del todo, aunque el hermano del personaje esté inspirado en su
propio hermano y el compañero de habitación tenga el mismo nombre
que el chico con el que compartió piso mientras la escribía. “Hay
muchas diferencias. Para ser sinceros, la idea me entusiasma. La línea
que separa la ficción de la mentira es muy fina”. Es obvio que la
última literatura de Javier Cercas, sobre todo Soldados de Salamina
(2001) y La velocidad de la luz (2005) tienen grandes puntos de
contacto con esta forma de entender la construcción del personaje
principal de la novela.
Otra constante es el modo en que los personajes se ven a sí mismos,
y dialogan con su conciencia en la ficción. El protagonista de la novela
de David Eggers, Ahora sabrán lo que es correr (2003), Will
Chmielewski, es un polaco con dificultades para mantener la
concentración. Tiene diálogos imaginarios con las personas con las
que se cruza, a las que ve como en una película, sobre la que puede
volver y corregir. Estos diálogos se representan abriendo comillas
francesas, y a veces se intercalan con los otros, reproduciendo dos
discursos: uno, el que el personaje quiere tener con la persona (por lo
general, mucho más duro y directo; algo que recuerda las
asociaciones libres de Ally McBeal en su conocida serie televisiva), y
otro discurso, mucho más matizado y social, que es el que tiene
realmente con los demás personajes. En la novela de Tristan Egolf La
chica y el violín (2002), los diálogos con el yo del personaje central
interior se muestran en cursiva, y en este caso la violencia verbal es
hacia el propio Charlie, del todo justificada, por cierto. Hay que decir
que este procedimiento es exactamente el mismo que el de Jay
McInerney en Luces de neón: “Odias a Tad Allagash. A casa. Todavía
estás a tiempo. Quédate. Ataca. Tu interior es una república de
voces”. En una fecha de nacimiento intermedia, Franzen utiliza el
mismo procedimiento en The Twenty Seventh City para las voces
interiores de la jefa de policía Jammu.

movilidad/inmovilidad
Como contradiciendo la inmovilidad posmoderna, la mayoría de estos
escritores sitúa sus obras en países distintos de los Estados Unidos,
algunos de ellos exóticos. Así, Jamaica Kinkaid, nacida en 1949,
obtuvo un gran éxito con Annie John (1985), sobre la infancia y
juventud de una niña en las Indias Occidentales; Eggers localiza su
acción en Senegal y el propio título de su libro, You shall know our
velocity (2003), hace referencia a la dislocación espacial. Como dice
Chabon en la primera página de Las asombrosas aventuras de
Kavalier y Clay, “nunca era una simple cuestión de escaparse.
También era una transformación”. Sin llegar a la Bildungsroman,
puesto que el viaje posmoderno es esencialmente corto y rápido,
frente a los inacabables trayectos modernos, la esperanza de cambiar
33 y 1/3 glam!

durante la experiencia del viaje es esencial para estos autores,


aunque en realidad se cae en una de las lacras de la experiencia
psicológica posmoderna: la necesidad angustiosa de huida. El
personaje central de la novela de Chabon es en realidad el personaje
de cómic que dibujan entre los dos, significativamente llamado El
escapista (personaje que puede estar inspirado en Jim Steranko,
célebre dibujante de cómics y escapista profesional). También la
necesidad de huida del barrio marginal de Charlie, en La chica y el
violín de Egolf, es el leit motiv de la novela:

–Muy sencillo –respondió–. Te la estabas trabajando, ¿Por qué no?


¡Más poder para ti! Nadie quiere largarse de esta ciudad tanto como
Charlie. De modo que decidiste vender el culo por un día (…) Sólo
tenías que hacer de perrito faldero de madame, a la que le encantó
cómo tocaste el violín… ¡Y al día siguiente saldrías para Nueva
Guinea!

Si hacemos caso a filósofos como Adorno y Sloterdijk, vivimos desde


principios del siglo XX en una sociedad poliescapista, para la cual el
“escape es todo él un message” (Adorno, Minima moralia). Bauman
relacionaría esta tendencia a la huida con la situación del turista:

los turistas mantienen su distancia, y no permiten que la distancia


disminuya en proximidad. Es como si cada uno de ellos estuviera
encerrado en una burbuja con osmosis ajustadamente controlada;
solo cosas tales como los admitidos por el ocupante de la burbuja
pueden colarse, solo cosas tales como las que él o ella permiten
marchar, pueden escapar. Dentro de la burbuja el turista puede
sentirse a salvo.

Esa sensación de estar flotando en medio de una burbuja, donde la


mirada narcisista, según Lipovetsky, ya no tiene nada más que mirar
que hacia sí mismo, tenía sus antecedentes en las generaciones
anteriores. Así, dentro del grupo llamado “Brat Pack”, el protagonista
de Luces de neón, de Jay McInerney, lo tiene claro desde las primeras
páginas: “esto implica bastante movimiento, ya que uno siempre
tiene la sensación de que el lugar en donde no está siempre es más
divertido que aquel en donde está”, para sentenciar después:
“piensas en islas, palmeras, frutas silvestres. En escapar”.

medios: crítica de la razón catódica


Está claro que, como decíamos al comienzo, la televisión es uno de
los modos que ha cambiado la forma de mirar de las personas, y
tanto autores como personajes aprenden a establecer su vinculación
con el mundo a través de la pequeña pantalla. Esto está muy claro en
la narrativa posmoderna norteamericana, donde desde Pynchon,
pasando por Robert Coover o Donald Barthelme, hay una gran
33 y 1/3 glam!

recepción de los temas televisivos en los textos. Para Juan Francisco


Ferré, lo tecnológico referido a lo mediático es una característica
esencial de la nueva narrativa “mutante” norteamericana, para la
cual el mundo es la televisión, o un subproducto de la televisión, la
máquina doméstica y familiar por excelencia, la pantalla menor y
mayoritaria (como en el antológico experimento lingüístico y narrativo
‘Ardor/AWe/Atrocity’, de Walter Abish, donde la tierra de promisión
californiana, a la que viaja para perderse la protagonista fatalmente
reclamada por sus vistosas imágenes, es presentada como un
estereotipo televisivo vinculado a las populares emisiones de la serie
semanal ‘Mannix’)
Lamentablemente no podemos detenernos ahora en las fabulosas
construcciones de Philip K. Dick sobre la relación íntima entre la
televisión y la realidad. Sin embargo, es un narrador de la Next
Generation, David Foster Wallace, quien se ha convertido en el
principal tratadista sobre la razón catódica, tanto en su parte práctica
como teórica. En su faceta narrativa, es ya clásico su cuento “Little
Expressionless Animals”, perteneciente a Girl with curious hair
(1989). La originalidad de este relato reside en que la televisión se
convierte en un personaje, que utiliza para expresarse los spots
publicitarios; sus frases breves, directas y sentenciosas se configuran
como el lenguaje que el medio usa para expresarse e interactuar con
los personajes, que a la vez son gente que vive y padece el medio, al
tiempo que contribuyan a crearlo:

–Te mereces un descanso hoy, dice la televisión. La leche te adora.


Mientras más escuchas, mejor sonamos. ¿No tienes deseos de un
Whopper asado a la llama?
–No, no tengo deseos de un Whopper asado a la llama, dice Dee,
sentada derecha en su silla. No no tengo deseos.

La faceta teórica de Foster sobre el tema se recoge en su ensayo "E


unibus pluram", compilado en Algo supuestamente divertido que no
volveré a hacer (1997), aunque pueden encontrarse retazos dispersos
en sus obras de ficción, como La broma infinita. En ese ensayo hace
Foster un riguroso recorrido por todas las etapas de la narrativa
estadounidense desde la creación del invento a principios de los
cincuenta, para terminar en lo que él denomina Image Fiction o
“Narrativa de la imagen”, de la que hemos hablado y sobre la que
luego volveremos. Desde el punto de vista técnico, el modo en que la
televisión y, en general, los medios audiovisuales influyen en la
literatura actual, adquiere muchas variantes. Una de ellas es la
eliminación de adverbios temporales de engarce. El paso entre dos
situaciones dentro de un mismo cuento o novela se expresaba
modernamente con términos de tiempo, para explicar la coincidencia
espacio-temporal de dos acontecimientos. Si algo ocurría en una
parte de la ciudad y el narrador quiere llamar la atención sobre otro
hecho a kilómetros de distancia, no era raro encontrar expresiones
como "mientras tanto, en otra parte de la ciudad", "al mismo tiempo,
33 y 1/3 glam!

X comenzaba a imaginar", "durante esos minutos, ella no había


dejado de ir eliminando huellas", y un largo etcétera. El montaje
visual elimina esos enlaces. El narrador español Javier Calvo ha hecho
un homenaje al citado relato de Wallace en su libro Risas enlatadas
(2001), y utiliza el procedimiento citado. Calvo comienza un párrafo
así: "Una comitiva de coches y motocicletas de la policía precede a la
columna de bulldozers", y el siguiente, cuya relación temporal con el
anterior ignoramos, de este modo: "Apoltronado en un sofá en la sala
de reuniones del equipo creativo de Sonrisa acelerada en el
rascacielos de la productora..." El enlace narrativo queda roto, es
discontinuo: mientras que en el cine es la vista la que saca sus
conclusiones a partir del decorado, en literatura se requería antes una
acomodación de la perspectiva de la que los narradores posmodernos
o de la imagen prescinden por completo, homogeneizándola con la
visual. No queda posibilidad de que el crítico literario asevere que el
narrador "traslada la trama": ahora dirá sólo que en el texto hay un
"cambio de plano". En otros cuentos, Calvo utiliza la cursiva para
describir el decorado (incluyendo el atrezzo, citando las marcas de
ropa) antes de los diálogos, o auténticas acotaciones de script. Y esto
se da no sólo en los escritores más relacionados con la narrativa USA,
sino dentro del inconsciente colectivo. Si para los poetas antiguos
Febo era devorado por Neptuno al atardecer, el poeta Abel Feu
prefiere decir que "el horizonte / (...) iba tragándose, como a cámara
lenta, / al sol". Don DeLillo escribe en Body Art (2001): “cuando sonó
el teléfono no lo miró como hacen en las películas. En la vida real, la
gente no se queda mirando el teléfono”, para criticar irónicamente
este modo de proceder. Sin embargo, esa crítica ya no tiene sentido,
porque ese modo de escribir ya responde a un modo de mirar,
sociológicamente inevitable.

desilusión norteamericana
En las Luces de neón de McInerney, el protagonista se encuentra con
un periodista de pasado literario, Alex, una de cuyas conversaciones
resume así: “según Alex, hubo una edad de oro, con Hemingway,
Faulkner y Fiztgerald; después una edad de plata, en la que él tuvo un
modesto papel. Ahora cree que estamos en una edad de bronce, y
que la narrativa está en un callejón sin salida. La nueva literatura
tratará de tecnología, economía y reparto de bienestar”. Algo de
profético tenían estas palabras porque así, efectivamente, ha sido. De
la tecnología ya hemos hablado, y es obvio que la situación
económica y el bienestar social (o su ausencia) son temas
predominantes en la narrativa más joven. La situación estancada de
las expectativas estadounidenses fue vista así por Jonathan Franzen:

“con una madurez adquirida gracias a amargas experiencias, la


nueva América sabía que ciertos esfuerzos no tendrían los finales
felices una vez soñados, sino que estaban condenados a perpetuarse
33 y 1/3 glam!

a sí mismos, metafóricamente frustrando todos los intentos de


resolverlos”

El fin del American dream, ya estilado por Carver o Bukowski, se


convierte en una situación de encerrona, de cul de sac donde la clase
media no sabe a donde ir. No es casual que Franzen sitúe la acción de
su novela en St. Louis, colocada en el lugar 27 de la economía
estadounidense, justo en el medio de las 52 capitales. St. Louis es la
Ciudad veintisiete, de ahí el título, que es como decir que es la clase
media de las ciudades. Las correcciones, su novela posterior y gran
éxito en todo el mundo, ahonda en la vida familiar de una familia de
clase alta tan perdida en su vida social como el cabeza de familia en
su alzheimer.
Los personajes de estos autores, solapados por el descentramiento y
la invisibilidad (son deformes –el Will de Ahora sabrán lo que es
correr, de Eggers–, negros literarios o dibujantes de basura –Kavalier
y Clay–, inmigrantes mestizos –el Charlie de La chica y el violín de
Egolf, la policía hindi Jammu de Ciudad veintisiete– o blancos situados
en un guetto de negros –El Dylan de La fortaleza de la soledad, de
Jonathan Lethem–), suelen extraerse de capas bajas de la sociedad
que se encuentran, por casualidad o suerte, con una gran suma de
dinero, que les permite actos destinados sólo a los centrados y
visibles. Si en las novelas de Joyce Carol Oates o Shappire medran por
medios extralegales, en las de Chabon o Eggers se hace por medios
legales o por azar. En La chica y el violín (2002) de Egolf, Charlie es
un virtuoso violinista clásico que decide dejar la música y vivir en la
periferia dedicado al fracaso, hasta que le salva una adinerada
periodista francesa. Su compañero Greetz es un anarquista piojoso
que lleva catorce años sin pagar impuestos y quiere eliminar el dinero
del mundo, aunque su objetivo es atracar un banco.
Otras veces, como en Ciudad veintisiete, los personajes secundarios
son adinerados que recurren a todo tipo de artimañas con tal de
mantener su estatus, sin dudar en caso de soborno, extorsión o
asesinato. En Ahora sabrán lo que es correr, de Eggers, para mi gusto
una de las más atractivas novelas de esta generación última, el caso
de Will es más complejo: es un electricista que se ha encontrado, por
puro azar, con una gran suma de dinero, de la que quiere
desprenderse regalándolo en un estrambótico viaje alrededor del
mundo. El síndrome de culpabilidad de Will al tener ese dinero no es
menor que su culpabilidad al desprenderse de él, por colocarle,
incluso ante los más desasistidos senegaleses o marroquíes, en una
inhóspita y cruel posición de poder ante ellos. Pero podemos ir
todavía más allá: ¿y si Eggers hubiera leído a Derrida? Hay una
escena donde los dos protagonistas acuerdan dar el dinero como si el
que lo recibe no supiera que es una donación, un don. Parece calcado
del texto derrideano:

para que haya don, es preciso que el donatario no devuelva, ni


amortice, ni salde su deuda, ni la liquide. (…) Es preciso, en último
33 y 1/3 glam!

extremo, que no reconozca el don como don. Si lo reconoce como


don, si el don se le aparece como tal, si el presente le resulta
presente como presente, este simple reconocimiento basta para
anular el don. ¿Por qué? Porque éste devuelve, en (el) lugar –
digamos- de la cosa misma, un equivalente simbólico.

Lo que Will quiere no es, como quería el personaje de Baudelaire que


Derrida toma punto de partida, “crear un acontecimiento en la vida
de aquel pobre diablo” al que se le da la moneda falsa, sino cancelar
un acontecimiento de la propia, un don injustificado que le satura y
que él intenta convertir, a su vez, en un don imposible. Muchas de las
reflexiones y sentimientos expuestos por Eggers respecto de la actual
tiranía pecuniaria recuerdan las mejores páginas de Balzac, otro gran
tratadista del dinero, aunque, por desgracia, el estilo literario nada
tenga que ver con el del genial francés. Tema que, por cierto, también
ha tratado el gran posmoderno Martin Amis y la no menos grande
Belén Gopegui.
Todo ello permite a estos narradores extraer, mediante el paralelismo
de la vida de los millonarios naturales y los periféricos, jugosas
conclusiones sobre el modo de vida yanqui y su absoluta vinculación
al poder del dinero. No olvidemos que hasta el propio Don DeLillo se
ha sumado a esta tendencia utilizando a un multimillonario como
protagonista de Cosmópolis (2002). Las dificultades impuestas a los
negros (Morrison), los hispanos (Junot Díaz) o los extranjeros (Chabon)
para integrarse en un sistema que acepta su dinero, siempre que no
quieran insertarse también en los círculos de confianza, quedan
expuestas con mayor o menor claridad. Clay, que a pesar de ser
millonario tiene en su vida “un agujero que ninguna persona podía
llenar” (Chabon), escribe una novela titulada Desilusión americana,
de la que no es capaz de pasar, en una ironía genialoide de Chabon,
del primer capítulo.

recepción en españa
Foster Wallace señala cuáles han sido las últimas cuatro tendencias
de la narrativa estadounidense: la beat, el dirty-realism, la
posmodernidad, y la "narrativa de la imagen". Sobre esta última, dice:

Este nuevo subgénero (...) es distinguible no solo por cierta técnica


neo-posmoderna sino por una genuina agenda socio-artística. La
Ficción de la Imagen no es solo el uso o una mención de cultura
televisiva sino una respuesta real a esta, un esfuerzo para imponer
cierto sentido de rendición de cuentas [...] Es una adaptación natural
de las técnicas venerables del realismo literario a un mundo de los
'90s cuyas fronteras definitorias han sido deformadas por señales
eléctricas. [...] El realismo convirtió lo extraño en familiar. Hoy,
cuando podemos comer comida mexicana con palitos chinos mientras
oímos reggae y vemos un noticiero soviético transmitido por vía
33 y 1/3 glam!

satélite sobre la caída del Muro de Berlin –por ejemplo, cuando casi
todo se presenta como familiar– no es una sorpresa que algo de la
ficción realista más ambiciosa actualmente trata de convertir lo
extraño en familiar [...] Esas son las buenas noticias. Las malas
noticias son que, casi sin excepción, la Ficción de la Imagen no
satisface su propia agenda.

Tal y como se formula, parece que nos hallamos ante una reedición
multicultural de un procedimiento técnico ya conocido, el cut-up de
William S. Burroughs, que últimamente ha vuelto a utilizar Rodrigo
Fresán, citando al novelista norteamericano:

El cut-up como nuevo lenguaje donde todo aparece fragmentado,


donde las historias empiezan por donde terminan y no respetan el
orden cronológico de los acontecimientos, lo importante es poner
todo por escrito, rápido, antes de que desaparezca o se olvide. (...)
Alterar el modo en que se lee, en que se ve una película, en que se
piensa. Primero alterar el nervio óptico y, a partir de la pupila,
alcanzar el cerebro y reprogramar todo el sistema nervioso

por Peter Conn: “el método dadaísta de Burroughs de 'cortar' o


'doblar' narrando trabajos contra historias mediante el hecho de
transformar la narrativa en una colaboración aleatoria con el lector".
Planteada por tanto como una retórica de segundo grado –vuelta de
tuerca sobre el retorcimiento posmodernista–, Foster cita como
ejemplo más consagrado de esta narrativa de la imagen la citada My
Cousin, My Gastroenterologist (1990), de Mark Leyner, a la que
reconoce notables destellos ocasionales de brillantez. Pero ¿por qué
esta novela pertenece a la narrativa de la imagen? O, lo que es lo
mismo, ¿en qué difiere de una novela convencional? Pues en esto: "la
velocidad y la nitidez reemplazan al desarrollo. La gente aparece y
desaparece; los acontecimientos tienen lugar con estridencia y ya no
se vuelven a mencionar. Hay un rechazo descaradamente irreverente
de conceptos 'pasados de moda', como la trama coherente o los
personajes duraderos". Aunque es reconocida por Foster la dificultad
de sumergirse en un mundo (el de la contestación a la cultura
televisiva y el consumismo) que la propia televisión y la publicidad
hacen como nadie; de este modo, termina constatando el informe
Foster, cualquier iniciativa en este sentido nace ya como letra
muerta: es imposible lograr esa reacción, el autor que la elabore nada
en la ambivalencia y la contradicción –combate a lo que le alimenta–,
y son los otros –los combatidos– quienes llevan a cabo una respuesta
más elaborada y artística.
La pregunta es: ¿hay en la narrativa española algún representante de
esta narrativa? Y la respuesta es sí, creo. Tres al menos: el Félix
Romeo de Discothèque (2000), el Javier Calvo de Risas enlatadas
(2001) y el poeta Pablo García Casado, especialmente en El mapa de
América (2001). Aunque volveremos a referirnos a la novela de
Romeo, adelantaremos que está construida sobre dos elementos
33 y 1/3 glam!

capitales: primero, la reducción temporal simultaneística, según


terminología de Darío Villanueva, al narrar una acción que se
desarrolla en sólo dos días: cinco y seis de enero; el segundo, su
construcción televisiva: hay una multitud de escenas, algunas de ellas
cortas en extremo, que se van fundiendo a medida que suceden en el
mismo tiempo (con algunos flash-back o analepsis), pero en distintos
espacios. Esta forma de escribir (utilizada también por Ismael Grasa
en La tercera guerra mundial) es la exasperación de un procedimiento
conocido; Octavio Paz lo detallaba al estudiar la novela Fortuny de
Pere Gimferrer: La rapidez de su prosa viene del cine, al que es muy
aficionado y sobre el que ha escrito con agudeza. Decir cine, es decir
montaje y el montaje rige las apariciones y las desapariciones de
Fortuny. Así el texto se descompone y recompone en una serie de
presentaciones; el conjunto es una representación.
De este modo, la novela toma el modo del presente continuo en una
forma que se corresponde con una serie televisiva por entregas, al
superar su duración la convencional de cualquier película.
Del libro de Calvo hemos hablado ya; el hecho de que sea el traductor
de casi toda la obra editada de Foster Wallace en nuestro país dice
mucho, y su obra es clara recipiendaria de sus tesis, por eso su
inclusión aquí no debe sorprendernos. Advertimos en él desde el
comienzo de Risas enlatadas esa preocupación crítica por el medio, y
su análisis sobre el mismo es, con bastante diferencia, el más
profundo y sostenido de toda nuestra joven narrativa. Además de esa
nota, que para Foster es medular en lo tocante a la narrativa de la
imagen, iremos extricando hasta qué punto el medio televisivo y su
lenguaje está presente en sus relatos; bastará decir por ahora que sus
analepsis y prolepsis están desvestidas de toda literatura, y se
montan en el hilo narrativo visual y no literariamente. De una forma
más fragmentaria y episódica, Discothèque es, en buena medida, un
guión imposible de cine. Cumple varios de los requerimientos técnicos
de este género cinematográfico, aunque su pulso literario hace
inviable una traslación directa. Digamos que Romeo ha sabido sacar
del cine los elementos que más le interesaban para lograr un efecto
de cinema verité que distancie al lector de las desagradables
experiencias relatadas, sin abstraerse de ellas. Gracias a su narrativa
de la imagen, crea la impresión de poder disfrutar sin mancharse con
la historia, del mismo modo que las películas y shows porno que, no
por casualidad, están en la urdimbre del argumento.
García Casado (la presencia menos previsible) en su segundo
poemario, es un ejemplo indispensable de lo que algún día tendrá que
llamarse la “nueva objetividad” u objetividad sociológica. Si seguimos
con Robert Langbaum los numerosos procedimientos que desde
Goethe y el Romanticismo inglés se vienen planteando dentro de la
poesía para huir del subjetivismo, desde el monólogo dramático hasta
el "correlato objetivo" de Eliot, y acordamos con él con que "la poesía
de los últimos ciento setenta y cinco años, más o menos pertenece a
una tradición única en continua evolución", podríamos completarle
diciendo que los logros últimos de esa objetividad, entre los que están
33 y 1/3 glam!

los de García Casado y el José Luis Amaro de Fronteras de niebla


(1999) o Carretera (2003), han utilizado un cambio radical de
exposición. Todos los poetas románticos y modernos han huido de la
subjetividad adoptando otras; han diluido el yo en modelos,
personajes, máscaras (Yeats, Borges), o métodos literarios, para
intentar ser otro (Paz), u otros (Pessoa). Han creado "personajes",
como antes hacía la novela, algo claramente visible en poetas como
Robert Browning, que más tarde han acabado siendo "actores" en la
poesía posmoderna. García Casado y Amaro optan por algo muy
distinto: no crean personajes, sino que los ruedan: el poema actúa a
modo de cámara que registra sus actividades en el momento justo en
que esas actividades son emocionalmente significativas para el
lector, de modo que le muestren la personalidad de los mismos como
si las estuviera viendo en una pantalla. Dicho de otro modo, es una
poesía que intenta que sea el lector y no el poema quien saque las
conclusiones sobre las cuestiones planteadas: es una poética
desvestida por completo de subjetividad, que tiene un origen
sociológico evidente, a través de la civilización audiovisual. Si nos
fijamos más en García Casado es por su edad, más joven y por lo
tanto inmersa en los momentos de exasperación cultural de la
imagen, y por la radicalidad y claridad de sus planteamientos. El
mapa de América tiene numerosas menciones a la percepción visual.
No pocos de sus personajes son sacados de películas o ambientes
televisivos, y otros toman directamente la cámara para grabar sus
experiencias. Incluso en algunas partes del libro las técnicas visuales
toman la forma de la propia estructura del texto; así, en el poema
"travelling", se combinan varios elementos estancos colocados
serialmente: "mamá diciendo adiós mi casa los perros el jardín / las
flores", etcétera. Cada uno de ellos es como un fotograma individual.
Cada uno de ellos detalla la visión de un instante de la infancia. Hay
dos travellings superpuestos: el primero, es el de la mirada del lector,
que al pasar en sucesión por cada uno de los elementos, los va
uniendo mentalmente rodando la secuencia –el poema–; el segundo,
ése por el cual las acotaciones temporales van logrando la
sucesividad, desde aquel ayer recordado hasta el hoy en el poeta
escribe / el lector lee el poema. Tanto da decir que el poema
"travelling" está escrito como que está montado. Su técnica es
esencialmente cinematográfica. Hay otro movimiento de cámara
parejo en "birds in the night" (intertexto de Cernuda), en este caso a
través del travelling "natural" de la traslación en coche, sobre el que
han hablado algunos urbanistas como Richard Ingresoll1.

1
Cf. Richard Ingresoll, “Tres tesis sobre la ciudad”, Revista de Occidente, octubre
1996. Póngase en relación con esta otra visión, de 1968: “Por otra parte, la
velocidad de los vehículos, el cine y la TV nos acostumbran a aislar fragmentos
inconexos de la realidad y a percibir mejor lo que está en segundo plano de lo
demasiado próximo y cambiante. El tiempo fisiológico y cósmico deja paso al
tiempo tecnológico, mecánico, y de la misma subversión alcanza al espacio, para el
cual tendemos a traspasar las barreras de la experiencia fisiológica”, Alexandre
Cirici, en su introducción a Símbolo, comunicación y consumo, de Gillo Dorfles;
Lumen, Barcelona, 1975.
33 y 1/3 glam!

No son los únicos, desde luego, ni los últimos; pero a mi juicio son los
mejores. Hay en ellos un endiablado virtuosismo estilístico (la
aparente pobreza del lenguaje de Romeo es deliberada, porque la
requieren sus incultos personajes; pero se compensa con ilimitadas
parodias de los lenguajes de la literatura: los géneros), al que se unen
similares visiones de la corrupción y degeneración individual y
colectiva y pleno dominio de la arquitectura constructiva. Cabe
preguntarse si esta visión se corresponde con aquella exigencia de
Eliot, hablando de Baudelaire, según la cual ser moderno no consiste
sólo en el uso de la imaginería de la vida sórdida en una gran
metrópoli, sino en la elevación de esa imaginería a la intensidad
primera, presentándola tal como es, y, sin embargo, haciendo que
represente mucho más de lo que es.
Si pensamos –como yo pienso– que esta apreciación es aplicable no
sólo a lo moderno, sino también a lo posmoderno y a la narrativa de
la imagen, en cuanto reivindicación de la profundidad, es obvio que
se cumple sobradamente en la obra de García Casado, donde la
perspectiva sobre el imaginario colectivo es tanto o más moral que
amoral (que a veces lo es, y mucho); en el caso de Romeo es más
difícil diagnosticar el uso: por lo común su empeño paródico y
sarcástico deja tales propósitos en la mera denuncia, lo que hace
depender del valor que demos a esta su carga de profundidad.
Siguiendo con el examen general, las formas expresivas de ambos
son muy originales y, sin evitar reconocimientos de influencias, a su
vez comienzan a crearlas (García Casado tiene, a pesar de su edad,
una legión de jóvenes imitadores). Su construcción fragmentaria y
visual está condenada a entronizarse, como iremos viendo, en
referente ineludible de la literatura del futuro.

conclusión
En conclusión, por tanto, diremos que estos autores forman todos,
prescindiendo de etiquetas, una generación caracterizada por su
deuda con autores como Pynchon, DeLillo o Coover, más que frente a
antecesores como Hemingway, Faulkner o Fitzgerald, a quienes
tratan, como en el caso de Harold Jaffe hacia Hemingway, con notoria
inquina1. También les unifican la recepción de los elementos
sociológicos que estamos viendo, y la generalizada pervivencia de los
elementos de la posmodernidad en sus textos, si bien, como hemos
dicho, hay que puntualizar que alguno de ellos está abordando formas
de salida de esa dinámica. Y si me preguntan, como crítico, qué me
parece la literatura de estos chicos, les diré que en general es
bastante pobre, que su evidente capacidad para ser vívida2 –imitando,

1
Cf. Harold Jaffe, “Carta a la sombra de Hemingway sobre el estado de la ficción en
nuestros días”; Quimera n º 237, 12/2003
2
“Una cantidad significativa de prosa en este período es extraordinariamente fresca
o inmediata, saltando desde la página como una imagen estereoscópica (...) estos
realistas han aprendido como hacer que sus mundos imaginarios luzcan
especialmente vívidos”; Keith Opdahl, “The Nine Lives of Literary Realism”, en
33 y 1/3 glam!

por supuesto, el efecto televisivo–, es agradable para la lectura pero


deja –como la televisión– escasa impronta, que sólo en algunos casos
el estilo general nos recuerda al literario que demandamos (Foster,
Chabon, Franzen, Eggers), y que la literatura norteamericana tiene el
mismo problema –Borges diría salvación- que las demás: encontrarse
con cuatro o cinco excepciones relevantes dentro de un mar de
desaguisados.

Publicado en Figures of Belatedness. Posmodernist Fiction in English; Universidad de


Córdoba, Servicio de Publicaciones, 2006

replay

Contemporary American Fiction; Baltimore, 1987.


33 y 1/3 glam!

d. f. lewis
( essex, 1948)

haciendo cola tras gente loca

Su nombre era King. Mientras más mirábamos el nombre, más


extraño nos parecía. Usualmente las palabras podían lograr eso,
especialmente palabras como 'King' que nos hacían pensar primero
en 'Ping', como el disparo de un arma, entonces, inevitablemente, en
'Pong'. Entonces, por supuesto, en 'Kong' –como el doblar de una
campana con mal temperamento, rajada su envoltura metálica, su
badajo como la cola móvil de una criatura.
El por qué de unos padres con el apellido King podrían haber
nombrado Kenneth a su hijo estaba más allá de nosotros. Stephen, sí.
Tom, de inmediato. Dick, la mente comenzaba a preguntarse. Pero
cuando Ken King llegó a nuestras vidas, tuvimos que encogernos. No
solo por el nombre: sus modales pegaban con el nombre, también –al
igual que sus rasgos y su forma de hablar: no exactamente con
desprecio, sino más como una familiaridad que excedía el simple
conocimiento. Lo conocimos por primera vez en una cola...
El arma de juguete de Schawarzi se anunciaba como el film del siglo,
pero ya nos habíamos acostumbrado a esas cosas. Mientras la cola se
arrastraba cerca de la gran entrada del Odeon, los actores
ambulantes se reunían alrededor, todos disputándose las viejas
monedas que lanzábamos. Uno en particular era un maravilloso
malabarista con las mismas monedas lanzadas. Así que él no tendría
acto ninguno sin nuestra generosidad. Nos hacía sentir bien y cálidos
adentro, llenos de pudín de arroz materno, con cáscara y todo. Pero
queríamos hablar de nuestra experiencia con la película, no de la
cola. Las colas están bien en su lugar: incluso teníamos amigos
temporales entre los más pacientes de ellos. Algunos permanecen por
siempre, retorciéndose tras los doblecalles de una ciudad plena de
misterio. Una vez, cuando los faroles eran prendidos regularmente por
hombres sin rostro junto a disposiciones de consolas, las calles habían
sido a dos por centavo. Ahora, se habían transformado en túneles
oscuros donde los edificios y el cielo eran casi siempre indescifrables,
si no estaban hechos de la misma sustancia. Así que cuando las colas
se prolongaban entre las sombras, una palabra amistosa aquí o allá
para un vecino nunca estaba mal. Mientras continuara siendo
amistosa. Pero había colas y, por otra parte, había colas. Una de las
últimas era esa de El arma de juguete de Schawarzi –¡y la mitad! Pero
era la película la que buscábamos describir –y justamente eso, porque
la habían prohibido después de la primera exhibición.
Comenzó con los créditos de apertura que duraban tanto como los
que solían durar las de serie B. Aparentemente, simbolizaban algo
que se aclararía más tarde en el film. Pero ¿qué diablos tenían que
ver Chico de los Mandados, Ayudante de Cámara y Cambiador de
33 y 1/3 glam!

Lentes con la poesía en el alma? ¡Bueno, podríamos de cualquier


manera haber regresado a la cola para otra dosis de agitar mentones!
Ciertamente habíamos hablado sobre esto y sobre aquello en la cola,
tratando al principio de hacernos de la vista gorda con respecto a los
ambulantes.
–Mi padre era pescador de langostas.
–¿De veras?
–Sí, salía al amanecer en el bote más pequeño que te puedas
imaginar -lo bastante grande como para que cupieran él y sus trapos-
la niebla envolvía el mar como aliento que no quería abandonar el
cuerpo; las cosas rosadas con garras que hallaba reunidas en las
cestas eran su presa.
Más adelante en la cola, a algún tonto adicto al cine se le habían
fundido los cables, y le gesticulaba a un ambulante ridículo que se
había disfrazado especialmente como un animal. Una especie de
simio. Podíamos divisar sus ojos rojos desde donde estábamos. Sus
resoplidos espasmódicos eran bastante poco atractivos.
–¿Siempre estaban allí las cosas rosadas con garras, esperando?
–Si, casi siempre, con bastante carne roja manchada por espuma de
salitre. A menudo, habría una con largas tenazas, usándolas para
picar a las otras en pedazos, como si fuera su última cena, y lo era,
por supuesto.
–Solo langostas, cangrejos, crustáceos, ¿nada más?
–Bueno, de vez en cuando algún que otro pez monje, calamar, hoki...
y, oh sí, la famosa ocasión en que halló una cabeza humana.
–¡Dios! Debe de haber sido todo un shock. ¿A quién pertenecía?
–Al principio, él no lo sabía, ya que estaba en la misma cesta de una
de las Garras Grandes, y era muy poco reconocible.
La cola se esforzaba lúgubremente hacia adelante, reforzando la
esperanza de llegar eventualmente a las luces de la explanada y la
primera vista de la entrada del Odeon. Esta tenía que ser una buena
película, nos decíamos.
Los ambulantes venían rápidos y furiosos ahora. Arlequines. Pierrots.
Punch y Judy. Payasos con máscaras rusas que se quitaban a cada
momento. Y mujeres nudistas que se habían vuelto muy viejas para
los clubs, pero que no podían abandonar su actuación tan fácil como
su dignidad.
–¿Ya está retirado?
–¿Quién?
–Tu padre.
–Está muerto; resultó ser su propia cabeza, como ves...
–¡En la canasta de las langostas!
–Sí.
No podíamos continuar la conversación, ya que la cola tuvo un
arrebato repentino, como sucede frecuentemente en las colas de los
cines, cuando las luces se atenuaron adentro. Nuestras espaldas
estaban ahora contra las anchas murallas del Odeon: la forma de la
noche de proveer una barrera contra el vacío. Sentimos el vibrante
murmullo de las primeras presentaciones, cosas como trailers y
ganchos publicitarios. Y entonces vimos la película. Era sobre un
33 y 1/3 glam!

hombre que nunca había sido un chico, ni siquiera un bebé, según


parecía. Un arma de juguete en su cartuchera en el pecho nunca fue
explicada –o tal vez no nos dimos cuenta. Simbolizando su niñez
perdida, suponíamos. Era difícil seguir un filme tan presuntamente
artístico, porque muchos miembros de la cola habían establecido
relaciones y se estaban abrazando. Todo el auditorio se había
transformado en una inmensa cámara distraedora de ecos llena de
gemidos y suspiros. Pero, por supuesto, cuando había algo de acción
en la pantalla, todas las caras se levantaban de donde habían estado
inmersas y trataban de seguirla. El arma de juguete de Schawarzi era
un poco de eso, con momentos de interés esporádico. No era de
extrañar que hubiera obtenido tan buenas críticas. Lástima que la
prohibieran después, con esa breve escena que hizo que la
censuraran después de esa primera exhibición pública.
Había otras cosas que olvidamos mencionar sobre la cola. Cuando
llegamos a la explanada iluminada, vimos al malabarista de las
monedas. Solo se le permitía actuar aquí a los mejores ambulantes.
Mientras más dinero le lanzábamos, más nos impresionaba su
creciente prestidigitación. En cierto punto, tenía cerca de veinte o
treinta monedas girando en el aire como luciérnagas. En este
momento, nos dábamos las manos, pequeños contactos que eran
más eróticos que la penetración. Se fermentaba el pudín de arroz de
mamá.
El malabarista de monedas continuó sus trucos para aquellos que nos
seguían. El tonto de la cola se había tranquilizado, pero ¡como había
cambiado también en apariencia! Saltar colas era una verdadera
forma artística, sin dudas.
Parecía que otras personas más adelante, casi dentro del dorado
vestíbulo, estaban haciéndose los tontos. Algunos incluso
abandonaban la cola, habiendo gastado su dinero para la entrada en
el malabarista. Le susurraban obscenidades al resto de nosotros
groupies de cola. ¿Era nuestra culpa el que estuvieran tan locos? Más
atrás de nosotros, oímos el sonido de monedas que caían.
Aparentemente, aquellos que no tenían esperanza de entrar a la
película por estar tan atrás, estaban asaltando no solo a los
ambulantes, sino a ellos mismos.
Nos encogimos de hombros, ¿no es así? ¿Qué más podíamos hacer?
No estábamos aquí para ser buenos ciudadanos, sino para divertirnos.
Un poco de entretenimiento para las neuronas era duro de hallar en
estos días. Podríamos caer más tarde en la trampa de quedarnos-en-
casa: creyendo que las cintas alquiladas eran de veras las mismas
películas que ponían en los cines de verdad. Pobres diablos.
Fuimos los últimos que dejaron entrar. Por casi nada, ya que el brazo
de la acomodadora cortó justo tras nosotros, causando que unas
cuantas palabras escogidas emergieran de los labios de nuestros
vecinos. El último ambulante junto a la entrada era una de las
nudistas viejas. Su maquillaje la hacía parecer uno de los payasos
bajo el brillo intenso del vestíbulo: la máscara lastimosa y final. Pero
ella era la mejor de un mal equipo. Comenzó a quitarse su propia piel
33 y 1/3 glam!

para revelar tonos rosas mustios y lastimados –su llamado final. Pero
entonces ya estábamos adentro.
El arma de juguete de Schawarzi fue prohibida solo por una escena.
La mitad de un segundo, aparentemente. Pero como no estábamos
prestando mucha atención a la pantalla en ese momento, no pudimos
elaborar mucho los porqués y las razones.
Y así regresamos a Ken King, que estaba en esa cola. No lo
conocíamos en ese momento. Lo reconocimos en una taberna de
callejón cercana, más tarde. No es que los extraños usualmente se
hagan amigos instantáneos con una cara familiar que había sido
desconocida hasta ese entonces en espacios públicos tales como
colas de cine. Uno no acosaba a una persona que uno había visto
solo, digamos, al final de una hilera de asientos de cine y le agitaba el
brazo vigorosamente cuando lo volvía a hallar en otro lugar público,
¿no es así? Bueno, Ken King nos lo hizo –a nosotros. Y nos dijo su
nombre, de entrada.
Estaba lleno de la película. Tenía varias teorías sobre su significado.
Como que uno no podía vagar por las calles de la ciudad solo con un
arma de juguete como protección. Ken King en sí mismo era el simio
de un hombre. Estructura pesada y prensil. No nos cayó nada bien.
Incluso el hecho de que le cayéramos bien, con esa pequeña
evidencia previa, no lo hacía muy atractivo. Nos hacía sospechar. Si
podía hablarnos, por capricho de tal manera, ¿quién más habría
pasado por sus manos? Cualquier Tom, Dick, Harry o Stephen,
pensábamos. Así que le deseamos buenos días y abandonamos la
taberna. Era por su beneficio y también por el de nosotros. Había
demasiados desconocidos en estos días. Las calles estaban llenas de
ellos.
Esa noche, creímos que Ken King tenía picazón en el cerebro.
Una terrible picazón.
Tal picazón, si estuviera en algún punto de la espalda de alguien que
no pudiera ser alcanzado sin algún grado de contorsión corporal, era
muy mala. Pero una picazón en el cerebro –bueno, Ken King se
rascaba la oreja, tratando de llegar tan lejos como podía llegar. La
picazón era insoportable, se metía el dedo en los ojos, hasta que
lloraba sangre. Entonces lanzaba sus dedos por las fosas nasales. Si
hubiera podido hacerlo, se hubiera arrancado la cara de un tirón,
simplemente para descubrir una ruta hacia el hueso principal del
cerebro de langosta. Y rascárselo a su propio gusto. Su último
recurso, por supuesto, era quitarse completamente la cabeza.
Los pensamientos en sí mismos eran picazones que no podía quitar,
sin importar los métodos adoptados. Y esa noche el pensamiento de
Ken King estaba muy lejano, y le decía que él era realmente nosotros
dos junkies de cola disfrazados. Pero no solo nosotros. Él era todos los
demás en la cola del cine. Pero no solo ellos. Él era todos los
desconocidos que había visto o que había oído quejándose con labios
contraídos y ojos apretados –perfectos e imperfectos desconocidos. Él
era, de hecho, el mundo desconocido –sin el cual no pudiera haber
pensamiento– solo un auditorio vacío sin paredes con un negativo sin
33 y 1/3 glam!

sentido de alguna película parpadeando en una pantalla negra. Así


que Ken King tomó su arma y se la puso en el cielo de su boca.
¡Ping! Era por supuesto un arma de juguete. Pero ¿quién era
Schawarzi?

replay
33 y 1/3 glam!

suzanne vega
(los angeles, 1959)

Osaka

Me siento un tanto malvada


y me siento un poco mala.
Creo que iré hasta lo de Mickey
a ver como está la cosa

Dentro hay tres jóvenes


tragando cafeína.
Sacerdotes o gangsters
o algo por ahí.

El Café de Mickey es un café en Osaka bajo las vías del tren, bajo los
elevados. Así que las paredes tiemblan cada cinco minutos, las tazas
de café traquetean, los libros de comics se tambalean, todo salta por
los aires y después vuelve a su lugar.

Tres chicos se sientan a una mesa. Sus cabezas están afeitadas.


Podrían ser sacerdotes, podrían ser una pandilla. Dos de ellos llevan
espejuelos de montura negra. Los tres fuman. Observando a uno que
se levanta para ir al baño, decido que deben de ser una pandilla.
Aunque pueden ser sacerdotes.

Una mujer que podría ser su abuela se sienta con ellos. Tiene hambre
y come durante dos horas seguidas. Se queda cuando ellos se van.
Come caldo con fideos.

Estás borracho y juegas video-juegos. Me pasas un comic


pornográfico. Me río. Me haces reír.

Una mujer hermosa que parece una secretaria se sienta


recatadamente en la esquina, hasta que también se pone a jugar.
Entonces le entran espasmos, su adorable cuerpo golpeando la
máquina, su cara haciendo muecas de concentración mientras tira de
los mandos.

●●●

Betty la camarera

¿Por qué estás tan nerviosa.


33 y 1/3 glam!

tímida y avergonzada?
Betty, la camarera de Tom
me grita una noche,
cuando vamos a por café.
¡Habla!

Creo que está cerca de los noventa años


con el pelo rizado y tacones altos
y lápiz de labios rojo y su
bandeja en equilibrio en el brazo
y sus labios burlones.

Hola, nena, me dice cuando


está más tranquila, y
da una calada a un cigarrillo.

●●●

lágrimas

Cuando el pájaro blanco


viene a batir en mi pecho
cegando y enturbiando mis ojos
con las ardientes puntas de sus alas blancas
lo derribo.
Y cuando se vuelve a levantar
en su blanca y ardiente agitación
le parto el cuello.
No llores.
No grites.

●●●

blue arabesque

Soñando con una película llamada Blue arabesque sobre un hombre y


su hijo –el hijo halla al padre después de muchos años y lo sigue, a
veces a distancia y a veces de cerca; nunca obtiene la aceptación que
busca. Un día, junto al río, el hijo echa a correr y salta por encima de
la baranda –su cuerpo se dobla en forma de arco, como un arabesco;
la película se vuelve azul en ese momento. En cámara lenta, frente a
su padre, salta sobre la baranda hasta el agua. No sabemos si vive o
muere.
33 y 1/3 glam!

●●●

concubina

Aquí en el sucio apartamento


desnuda como una concubina
envuelta en una vieja manta amarilla
eso es tuyo y esto era mío

Aquí entre las cenizas


Y los fósforos, los vasos
y los cigarrillos, las revistas
las galletas y las migajas

●●●

día de San Valentín

comenzó cuando la luna


llegó en el correo
dorada y rota en pedazos.
Ahí fue cuando supe
que las cosas habían terminado
entre tú y yo,
amigo.

Regresé a la fiesta
para robarle un beso a alguien
y en vez de eso hallé un tormento.

Muy lejos en otro estado


habían asesinado a un hombre
le habían cortado el cuello y el jurado
decidió que era un suicidio
pero sabemos que no
¿cómo puede un hombre cortarse el cuello
a sí mismo?
especialmente en el día de San Valentín.
33 y 1/3 glam!

replay
33 y 1/3 glam!

milay laviña
(manicaragua, 1981)

amor para un cuento

Roberto duerme en mi cama. Es un tipo lindo. No amanece con el


rostro arrugado por la almohada ni con ojeras. Lo miro dormir y
pienso que con un personaje así se puede escribir un buen cuento de
amor. Necesito el dinero. Además de siempre necesitar dinero esta
vez quiero comprarme una bicicleta. Es tarde pero no puedo dormir.
Tampoco se me ocurre nada nuevo para una historia de amor. Lo
único que tengo es a Roberto y su cara preciosa.
Reviso mis cajones de papeles y viejos cuentos. Tienen trazas y no
hay nada que pueda adaptar a un cuento de amor. Realmente no hay
nada parecido a nada. Mañana los boto a la basura. Quizás si
despierto a Roberto y le hago el amor se me ocurra algo. Cuando yo
le hago el amor es porque estoy arriba. Sube las manos hacia la
cabeza y no me toca, le gusta poner un disco de Enya y dice que con
esa música siente estar flotando en el cosmos. A veces no entiendo a
Roberto. Hacer el amor es hacer el amor o templar o clavar y no un
pseudoritual celta de Enya. Finalmente decido hacerle el amor a
Roberto. Me quito el blúmer, lo huelo. No está mal. Estoy desnuda y
busco en una gaveta un blúmer rojo muy sexy. Voy hacia la cama,
beso a Roberto en los ojos, en los labios, en las mejillas, abre los ojos
y sonrío.
–¿Qué pasa?
–Nada, necesito escribir un cuento –le acaricio el pecho.
–¿Y eso? –pregunta por mi blúmer nuevo.
–Mío, ¿te gusta?
–Párate, déjame verte.
–¿Para qué? Solo tienes que quitarlo.
–Párate.
Me paro frente a él. Pongo mi pubis frente a su cara, parecerá más
grande porque le queda un poco por encima de los ojos.
–¿Sigues en el gimnasio?
–Sí ¿por qué preguntas eso?
–Ya no tienes los muslos blanditos –me toca las nalgas–, pero tienes
que hacer más cuclillas.
–Las nalgas no se ponen duras –me acuesto en la cama–, o naces con
un culo soberbio que te dura hasta los cuarenta o te pones silicona.
Enciéndeme un cigarro.
Se vira hacia la mesa de noche, toma un cigarro y lo enciende. Le da
una larga bocanada.
33 y 1/3 glam!

–No te lo fumes todo ni me lo des caliente.


Me pasa el cigarro y fumo. El humo se queda detenido encima de mi
cabeza. Me gusta mirar el humo inmóvil en las habitaciones cerradas.
–En fin, ¿para qué me despertaste? –dice y me peina el cabello con
los dedos.
–Necesito escribir un cuento de amor ¡no te rías! quiero comprarme
una bicicleta –apago el cigarro y me viro de espaldas a él.
–¿Por qué no haces eso mañana con calma? Voy a apagar la luz.
–¡Pero necesito el dinero! –estoy a punto de llorar.
–Mañana, mañana, ahora duerme que lo necesitas, pareces una
loquita dando vueltas por el cuarto, no creas que no te siento –dice
mientras se levanta y apaga la luz. Se acuesta detrás de mí. Me
abraza y besa muchas veces mi espalda.

●●●

como odiar a un turista

Podría ir hacia cualquier lugar. Camino por la ciudad y me detengo


frente a un parque. Es tranquilo, no hay mucha gente. Me siento en el
banco que está próximo a la acera. Del otro lado de la calle está el
mar. Paso la mano por el banco, con las uñas trato de quitar el óxido
del metal. El césped es mustio y el salitre se pega en el rostro. El
parque se va llenando de turistas, le toman fotos al mar. Odio los
turistas. En el parque aparece un custodio, me mira, quizás piensa
que soy turista. Busco en mi bolso una libreta de poemas, son viejos y
mis amigos los leían. Mis amigos ya no están. Guardo la libreta y miro
al custodio. Sospecha que no soy turista. Es evidente. No me parezco
en nada a uno. Los grupos de turistas se concentran en la acera.
Seguro piensan que es exótico tener bancos oxidados y salitre en el
rostro, en el cuerpo. Pobreza detenida.
Tres extranjeras se paran frente a mí, me dan la espalda y también
toman fotos. Una de ellas busca un buen ángulo y da unos pasos
hacia atrás, me pisa, le pido disculpas. Ella sonríe y habla, no
entiendo lo que dice. Se van. Cierro los ojos, inclino la cabeza en el
espaldar del banco. El sol me da en el rostro, arde un poco, entonces
me tocan por el hombro. Abro los ojos y no distingo bien. Se aclara la
imagen, es el custodio y un policía. El policía me pide identificación.
Dice que estoy jineteando en el parque. No le contesto, tampoco le
doy mi carnet. Pregunta que llevo en el bolso. No le hablo, dice que
seguro vendo tabacos, ahora soy una jinetera contrabandista, pienso
y sonrío. El policía se altera, me levanta por el brazo y le dice al
custodio que va a llevarme para la Unidad. Camino junto a él. Los
turistas nos tiran fotos. Vamos caminando y el sol nos quema. El
policía comienza a hablar bajito, está cansado de ir varias veces a la
33 y 1/3 glam!

estación llevando putas y maricones que se sientan en el parque.


Apenas lo escucho, hace mucho calor, entonces dice que odia los
turistas.

●●●

terminal

Llevo dos horas esperando que llegue mi guagua. Alrededor mío las
personas se mueven, hablan, los niños gritan. Yo miro las imágenes
de un televisor que no se escucha. A mi lado se sienta un viejo. Está
sucio y su ropa está raída. Se encorva y saca del interior de una jaba
un pañuelo. No quiero ver como se va a limpiar la nariz. Miro a través
del cristal que está frente a mí. Veo taxis. Gente pagando un taxi de
alquiler. No quiero seguir esperando una guagua. Tampoco puedo
pagar un taxi. No soy el único, el viejo tampoco podría. Lo miro y está
sacándose la dentadura postiza. Tiene manchas oscuras y parece
muy vieja. Tengo asco, mucho asco. Podría pararme y buscar otro
lugar para sentarme. Miro hacia fuera. Hay un policía pidiéndole algo
a un hombre. Pienso que puede ser un chofer sin patente para taxis.
Disimulo una sonrisa. Ahora el viejo está limpiando la dentadura con
el pañuelo. Debería ir al baño y hacerlo con agua, hay agua en todas
las terminales. Cambio la vista. Busco al policía y al chofer jodido. El
chofer le está dando un fajo de billetes al policía que mira a todos
lados y guarda el dinero en un bolsillo. El hombre se va. No hay nadie
afuera. También el viejo se para y camina hacia no se donde. Sigo
sentado y apenas puedo mirar otra cosa que no sea el televisor que
aún no se escucha. La guagua no llega. Alguien se sienta a mi lado de
nuevo. Es el policía. Me pregunta si hace mucho tiempo que no pasa
la guagua. Llevo un rato esperando, nunca se sabe cuando pasa esa
ruta, le contesto. El policía se acomoda entonces, cruza los pies
diciendo que no hay problema, que él tiene todo el día para esperar.

replay
33 y 1/3 glam!

josé b. adolph
(Stuttgart, 1933)

el anti-bestseller

¿Cómo era la canción de los Beatles?


¿All you need is love?
¿Es cierto? ¿Todo lo que se necesita es amor?
Uno quisiera creerlo, sobre todo cuando está enamorado y los
fantasmas acechan.
Fantasmas ectoplasmáticos pero otros, menos gaseosos, también.
¿Qué destruyó al amor de Romeo y Julieta y a ellos mismos?
La guerra entre Capuletos y Montescos, se dirá.
O el mundo. O la envidia de los emocionalmente estériles. O la
represión.
O la buena suerte.
¿Cómo?
¿La buena suerte?
Sí, la buena suerte.
Olvidemos a Shakespeare, ese magnífico autor de bestsellers.
Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y otra
pizca de sentido común. Con experiencia y sentido común no se
fabrican bestsellers, ni los buenos ni los malos. No se fabrican con
realidades ni con sueños desmesurados. Los bestsellers se fabrican
con deseos modestos. Con sueños ocultos, vergonzosos y frustrados.
He aquí algunos:
El amor eterno. La fortuna bien o mal obtenida pero bien aplicada. La
superación individual de barreras como la raza, la clase, la religión o
la familia hostil.
La casita en Canadá. La victoria del bien. La derrota del mal.
Cambiemos el nombre de Romeo por el mío y el de Julieta por el tuyo.
No tenemos catorce años ni vivimos en Verona.
Tenemos, respectivamente, treinta y ocho y veintinueve ¿okey?.
Okey.
Vivimos en Lima, Perú, ¿okey?
Okey.
No hubo familias opositoras, ni guerras o revoluciones que nos
separaran como al Dr. Zhivago y a su noviecita. Yo no era ni soy
pobre. Tú tampoco. Y no somos obscena y peligrosamente ricos. Nada
nos separa; nada nos exige sacrificios.
Tampoco apareció, como caído del cielo o subido del infierno «el otro»
o «la otra». Ninguna penosa y destructiva enfermedad interfiere. Es
imposible que algún terrible día descubramos, como en una
33 y 1/3 glam!

telenovela clásica, que en realidad somos hermanos: nacimos en


continentes diferentes.
No hay espada de Damocles alguna sobre nuestras cabezas.
Somos una versión olvidable de Romeo y Julieta.
No tuvimos suerte.
En vez de morir continuamos. Nos casamos. Fuimos felices. Hemos
sido bendecidos, como suele decirse, con un par de hijos lindos e
inteligentes. Nuestros suegros y suegras nos aman. Nuestros amigos
nos envidian. Nos llaman la pareja perfecta.
Entonces:
¿Por qué nos odiamos, después de aburrirnos y antes de separarnos o
asesinarnos?
¿Dónde falla la vida y dónde la literatura?
Shakespeare fue inteligente. Los mató a tiempo.
Una muerte espectacular, sangrienta, teatral.
Ningún lento gotear de los años.
Nada de «buenos días» por encima del periódico del desayuno.
Sin el «¿y?» de los minutos sobreextendidos. Sin los chistes repetidos
y la nostalgia rutinaria. Sin empujar el coche de los gemelos ni,
después, el de los nietos insoportables. Sin el «ya lo sé» del almuerzo.
¿Imaginas a Romeo y Julieta vagando por el parque, entre
escatológicas palomas, desesperados por una banca? ¿Sacando por
turnos la basura? ¿Buscando los guantes de goma para lavar los
platos?
¿Dónde quedó el bestseller, dónde la tierra prometida?
¿All you need is love?

replay
33 y 1/3 glam!

leonardo guevara
(la habana, 1974)

el mata rata, en un barrio como este, donde las putas están en la


esquina. y los hermanos en la otra, no hay mucha clientela. entre
ellos y ellas no dejan nada para mi y no es por la falta de ratas, estas
nos adoptan como si fuéramos su mascotas pero la persistencia de un
hombre débil en busca de sanidad, me hace escoger este oficio.
pobre y muerto de hambre no veo espacio para filosofar. los ricos no
contratan a un hombre sin productos orgánicos ni efectos contra el
dolor.
yo tomo a las ratas con las manos, les aprieto en cuello hasta que la
sangre salga por la boca y los ojos. soy el mata rata el que un día
morirá de rabia.

●●●

eutanasia
El perro ha envejecido, da muestra de cansancio y obesidad. Ya no
ladra. Sólo enseña dolor en cada aullido por el cáncer que le come. Yo
debo aullar en la misma hora que lo hace el perro, -disfrazar mi dolor-,
hacerme su cómplice.
El dueño decide matarlo. Su esposa ha llorado todo el día, se ha
puesto su vestido más sexy, sus teticas apretadas. Él cava una
tumba, ella toca al perro ya sin vida sentada sobre la hierba, sus ojos
rojos por las lágrimas secas nos dicen que ha amado más a ese perro
que a su esposo. Ella se inclina para besarle el hocico. Nunca he visto
a una mujer tan bella.

Yo en la noche cruzaré la cerca, le pondré flores en la tumba.

●●●

esclava Gumercinda, hija de congo con un muerto llamado rompe


piedra que nunca habló la lengua del colonizador y prefirió quedarse
mudo. esclava, bajaba a su muerto y olía a grajo. en cada paso que
daba la tierra temblaba, hija de Ogun por eso fue al cepo. esclava
Gumercinda, mataba a sus hijos para no dar luces, riquezas, bienes a
sus amos. el látigo, le hizo una marca en la cara, ya el cuchillo le
33 y 1/3 glam!

había echo otra, mataba a sus hijos para romper sus cadenas antes
que llegaran a prisión. esclava Gumercinda, que nos harías ahora si
nos vieras vivir como estamos viviendo. esclava Gumercinda,
volarías, o te entregarías o matarías, o comerías la carne de tus
amos, comerías sus huesos como ave de rapiña. esclava Gumercinda,
dime que me toca, dime que me dejan, dime que debo hacer. yo no
quiero matar a mis hijos, no quiero que mis hijos vayan a la prisión,
no quiero comer de la carne que me dan los amos. No quiero salir no
volver a entrar. yo no quiero morir bajo un puñal que diga: matado
por una esclava que no quiere que su hijo sea esclavo.

●●●

Corred Bayamese
la patria os contempla orgullosa.
yo no soy un Bayamés, aun así
me dijeron quema tu casa
tu pueblo, la nación me dijeron
quema a la patria.
el agua la apaga, las olas
se mueren en los hombros de mi hermano.
mi hermano se fue en balsa
lo devuelven a la tierra de nadie,
ha estado 4 días en un barco.
me dijeron, corred Bayameses
que la patria os contempla orgullosa.
Yo no quise quemar mi casa, no quise
quemar mi patria, quemar mis zapatos.
me dijeron corred Bayameses. y yo
estoy en una encrucijada, en las 4 esquina
me dicen te vamos a tirar contra una pared
pero la pared es blanda, las aguas y las olas
son duras. y mi hermano se ha ido
en balsa 4 veces. me dijeron
corred Bayameses que la patria os contempla
orgullosa. yo a veces
no puedo entrar a mi país.
mi hermano no puede salir de el.
me dijeron corred Bayameses
que la patria os contempla orgullosa.

●●●
33 y 1/3 glam!

martes 14
Ha sido removido el quiste sebáceo. Removida esa forma de crecer o
decrecer según el punto en que se encuentre el tumor. De lo maligno
hay una pequeña evolución. Solo hay un paso entre el bien y mal, una
línea divisoria que los médicos no han querido cortar para tener el
límite y así saber si existe realmente la recaída o la curación.

Han removido el tumor benigno que había en mi cabeza. Una semana


después de esta cirugía menor del pensamiento debo volver. -Cuidar
los puntos de la infección- A pesar de que el tumor ha sido benigno
según los estudios, todavía la muerte puede rondar.

Ha sido un quiste sebáceo, mas he soñado todas las noches con un


tumor cortado de raíz. La visita al médico no puede esperar. Allí
estarán los resultados de la evolución del pensamiento.

Yo digo, quiero quitar esta bola de mi cabeza por estética. El doctor


dice, no solamente por estética, aunque sea buena puede llegar a ser
mala.

Por eso esta manera de no cortar la línea. Hay que dejar un espacio
para reconocer donde empieza el bien y acaba el mal. Aunque lo
bueno ha sido cortado de raíz, con lo malo hay que trabajar
sutilmente. Uno debe tocarlo con el filo de la hoja y tratar que no se
ramifiquen sus ideas, porque un tumor mal cortado podría llenar tu
cabeza de malos pensamientos. Podríamos pasar desde esa línea
divisoria hacia una perdida total.

Después del martes 14, solo los ojos de mi perro le dan sentido a esta
forma que tengo de vivir.

●●●

Si alguien ha de morir debe hacer todo lo que quiere. Ya no pienso en


suicidarme aunque esta forma que tengo de escribir le dice lo
contrario al psiquiatra. Hacerlo en realidad lo pienso, pero mato esa
idea. El budismo zen -no lo practico- mas me aconseja no hacerlo. Ella
se va ahogar sobre el café que toma, eso le da más placer que el
mismo sexo. Si alguien le diera a escoger, ninguno de nosotros vamos
a ser los elegidos, a pesar de nuestra convincente demagogia, ella
escogerá el café.
Yo escojo la escritura, muerta por la palabra hago que explote. Tengo
una enfermedad llamada flujo cerebral que me desborda la copa. De
ella tomo, lo hago como esa chica que sabe que va a morir. Esa
imitación me da mi suerte.
Ya todo se está secando y sería bueno grabar la imagen, mas tras el
espejo todo se tergiversa. La reflexión de la luz hace perder la
33 y 1/3 glam!

realidad del cuerpo que se quiere grabar. Ya la escritura no da mucho,


es mejor decir cosas sencillas: un lagarto arrastrándose en la
ventana, una mosca siendo comida por un lagarto, una hormiga
siendo comida por el lagarto. Un lagarto mirándome y deseando
comerme. Una hoja cae.

Ella se va a morir, por eso todo el café y cigarro. Uno debe darse sus
gustos antes de irse de esta vida. Mi siquiatra se prepara para el
suicidio. Le llamo y no responde. Él lustra sus zapatos para el día del
entierro, ya el traje ha sido almidonado. Pero en mí todo es ficción-
escritura, flujo. En los momentos más reales trato de fijar la imagen
pero el color se me dispersa, solo se salva para la contemplación de
los ojos.

●●●

La electricidad me llama. Ardillas corren por la línea del poder para


asistir al espectáculo. Mis músculos arden por la masturbación al
mismo objeto. La máquina me absorbe sin opción a dejarla -antídoto
contra la claustrofobia y el aislamiento-. La luz del artefacto me ciega.
Poses de todo tipo sin experimentar asco o convulsión.
Las ardillas corren observando al hombre cayendo en la línea del
poder. La electricidad me llama.

replay
33 y 1/3 glam!

witold gombrowicz
(kielce, 1904 – niza, 1969)

la despedida

Escribo estas líneas en Berlín.


¿Qué ocurrió? Durante enero y febrero, los meses más cálidos del
verano argentino, estuve en Uruguay, escondido entre los bosques de
la costa oceánica con mi Cosmos, ya próximo al fin, pero aún irritante
porque el final se negaba a revelarse; me parecía que en la última
parte había que darle un empujón hacia otra nueva dimensión –¿pero
cuál?–. Ninguna de las soluciones que se me ofrecían me resultaba
satisfactoria.
El bosque, la monotonía de las olas y la arena, la despreocupación
uruguaya sonriente y liviana me resultaban en esa ocasión propicias a
mi trabajo; regresaba de la costa tembloroso de impaciencia para
seguir esforzándome con el texto, lleno de esperanzas en que la
forma, al crecer, venciera por sí misma las dificultades. Llegó el día de
mi regreso a Buenos Aires. Media hora antes de mi salida... el cartero.
Una carta de París en la que me preguntaban confidencialmente si
aceptaría una invitación de la Fundación Ford para la estancia anual
en Berlín.
A veces había experimentado esa niebla que invade, cegándonos, los
momentos decisivos de la vida. Los partos prefieren la noche, y si los
movimientos profundos del destino, los que anuncian El Gran Cambio,
no acontecen en la noche, entonces, como intencionalmente, se
forma a su derredor un caos extraño, borroso, dispersador... Esa
invitación a Berlín me resolvía el viejo problema, amargamente
rumiado, de terminar con la Argentina y regresar a Europa. Por
momentos sentía que no había otra salida. Pero he ahí ya la primera
complicación embrolladora y borrosa: la carta tenía fecha de un mes
atrás, se había extraviado en la oficina de correos, y exigía una
respuesta inmediata (pues tal invitación era una fortuna que muchos
codiciaban con "los dientes bien afilados"). ¿Por qué se había
extraviado la carta? ¿Por qué no enviaron otra? ¿Es que entonces,
¡Dios mío!, todo se había desvanecido y debía quedarme en Buenos
Aires?
Cuando llegué a Buenos Aires encontré sobre el escritorio un
telegrama que reclamaba contestación urgente. Pero el telegrama
tenía ya dos semanas de haber llegado. Por una mezcla extraordinaria
de descuido y mala suerte había sido aquel telegrama –de entre toda
la correspondencia recibida– el único que no me había sido
reexpedido. Telegrafié que aceptaba... pero ya entonces no me cabía
la menor duda de que todo sería en balde, que todo se lo había
33 y 1/3 glam!

llevado el diablo, y que yo, ¡Dios mío! no podría moverme de la


Argentina.
Sin embargo ya algo comenzaba a acontecer a mi rededor... en esos
días de incertidumbre algunos aspectos particulares de la realidad
argentina cobraron un súbito impulso, parecía como si aquella
realidad al presentir un final próximo se hubiese empezado a acelerar
e intensificar en todo lo que de específico contenía... esto se
demostraba evidentemente en lo que se refiere a la juventud, la parte
quizás más característica de mi situación.
Ellos, como si justamente hubieran percibido en esos días que algo
como yo, no les sucedería todos los días: un escritor ya "formado",
con un nombre ya conocido, que no trataba con personas mayores de
los veintiocho años de edad, un artista con una rara estética personal,
con un orgullo especial, que con desdén y hastío rechazaba a la gente
"lograda" en la cultura para acercarse a los jóvenes, a aquellos a
l'heure de promesse, los de la etapa inicial, los de la antesala
literaria... vaya, ¡pero qué caso excepcional, sin precedentes! ¡Qué
excelente oportunidad para atacar con este "joven-viejo" a manera de
ariete, al beau monde literario de la Argentina, derribar las puertas,
provocar la explosión de las jerarquías, causar escándalos! –y he aquí
que esos blousons noirs del arte, esos iracundos (una de sus
agrupaciones se llamaba "Mufados", otra "Elefantes") me asaltaron,
llenos de afán bélico, empezaron a elaborar apresuradamente las
formas de introducirme a la prensa más importante. Miguel Grinberg,
dirigente de los "Mufados" preparaba febrilmente un número de su
revista combativa dedicado a mí –¡movilización, movimiento,
electricidad!– Yo miraba todo aquello con asombro... porque de
verdad parecía como si presintieran ya mi fin cercano... y sin
embargo, aún no lo sabían... Con asombro, y no sin placer, porque
aquello halagaba mi terquedad innata, verá que a pesar de todo mi
Grand Guignol (que me restaba seriedad entre los hombres de letras
respetables), era yo ¡ja, ja!, alguien muy serio y constituía un valor. Y
el Grand Guignol propio de mi situación se inflamaba en esos días
finales de una manera realmente insólita, a cada momento estallaba
alguna excentricidad, en la prensa aparecían cada vez con mayor
frecuencia noticias sobre mi "genialidad" reconocida, triunfante
victoriosamente en Europa, y Zdzislaw Bau que redactaba la crónica
social en el Clarín me hacía publicidad insertando alusiones graciosas
sobre bailarinas seducidas por "Gombro" en los balnearios de moda.
¿Si este rumor llegaba a los salones europeos de Madame Ocampo,
qué podían pensar sus respetables escritores? ¿Llegaba algo a
penetrar en su Olimpo? ¿No se sentían acaso como Macbeth, al mirar
desde el castillo de Dunsinan el bosque verde que iba
aproximándose?... En aquel verdor acechaba la farsa, lo salvaje, la
anarquía, la mofa, pero todo insuficientemente sazonado ("frito" y
"cocido"), a un nivel inferior, "casi de sótano". Me olvidé del asunto de
Berlín. Todo anunciaba una diversión formidable, tal como a mí me
gustan, desconcertante, desequilibradora, a medio hacer.
De pronto la invitación oficial de la Federación Ford.
33 y 1/3 glam!

Mis pies tocaron tierra argentina el 22 de agosto de 1939. Desde


entonces muchas veces me había preguntado: ¿cuántos años aún?,
¿cuánto tiempo? He aquí que el 19 de marzo de 1963 supe que
llegaba el fin. Apuñalado por la daga de esta aparición me sentí morir
por un instante. Sí, es verdad, toda la sangre me abandonó durante
un minuto. Ya ausente. Ya acabado. Ya listo para el viaje. Roto
quedaba el misterio entre yo y aquel lugar mío.
Aquel final exigía una comprensión, una toma de conciencia, pero ya
me había arrebatado el torbellino exterminante y dispersador:
documentos, dinero, maletas, compras, liquidación de todo; tenía
frente a mí dos semanas escasas para despachar todos mis asuntos;
me dedicaba desde el amanecer hasta bien entrada la noche a
arreglar, despachar, rematar a los amigos mediante una ternura ya
ausente, terminar con mis sentimientos y agravios, lo más
rápidamente posible: desayuno con Fulano, cena con Zutano, de
prisa, debo aún recoger algunos paquetes...
Debo decir que en los momentos finales comenzaron a madurar flores
y frutos inesperados, florecían las amistades, que por años enteros se
habían mantenido en un estado de semisomnolencia, vi lágrimas...,
pero ya no tenía tiempo de nada y fue como si aquellos sentimientos
al demorar su realización hasta el ultimo momento se volvieran
irreales. Todo para el último momento, todo en realidad ex post.
Relataré una anécdota cómica: salgo un día a las siete y media de la
mañana para arreglar once asuntos urgentes y me topo en la escalera
con una joven, una beldad de dieciocho años, novia de uno de mis
amigos estudiantes a quien él llamaba "la maleta",porque según lo
que afirmaba, se andaba con ella igual que con una maleta. "La
maleta" solloza, derrama lágrimas, me declara su amor, ¡no
solamente ella –decía–, sino todas sus amigas estaban también
enamoradas de mí, Witoldo; ninguna se había salvado! Y así una
semana antes de mi partida me enteré de aquellos amores
virginales... ¡Sí, era gracioso, pero no tan gracioso! Aquel risible
triunfo de la despedida me causaba escalofríos. ¿Así que aquellas
jóvenes estaban también dispuestas a colaborar en mi drama?
Muchas veces me sorprendió y horrorizó hasta lo inaudito la reacción
violenta de la juventud hacia mis sufrimientos relacionados con ella. Y
ahora sentía una especie de generosidad lamentable y desamparada,
una mano amistosamente tendida, que ya no podía alcanzar. .. Aún
otras flores y frutos se dieron en esos momentos de agonía en el
jardín cultivado por mi drama desde hacía muchos años, sí, fue una
maduración rápida e impetuosa, mientras yo, asceta, corría de un
lado a otro haciendo compras. Todo estaba en movimiento, la presión
tremenda del tiempo, acelerada por mi partida, era justamente como
la que se presenta cinco minutos antes de la llegada del Año Nuevo:
movimiento, presión, ya nada se podía captar, todo se me caía de las
manos y desaparecía como si lo hubiera contemplado a través de la
ventanilla de un tren. Nunca me había encontrado tan solo y
distraído.
33 y 1/3 glam!

A pesar de todo intentaba –a veces febrilmente– darle forma a mi


éxodo. Había cierta analogía entre esos últimos días y los primeros,
los de 1939, analogía formal únicamente, pero me aferré a ella, en mi
caos y pude hasta llegar a encontrar el tiempo necesario para
emprender la peregrinación a los lugares que habían sido míos; llegué
por ejemplo a un gran edificio situado en la calle Corrientes número
1258, llamado "El Palomar", donde se cobijaba la más diversa
pobretería, donde sobreviví quizás al período más difícil, aquel de
fines de 1940, enfermo, sin un centavo. Subí al cuarto piso, vi la
puerta de mi cuartito, los goznes conocidos, las raspaduras en la
pared, toqué el picaporte, la barandilla de la escalera, sonó en mi oído
la vieja e inoportuna melodía del dancing de abajo, reconocí el viejo
olor... y por un momento, asido a algo invisible esperaba que ese
regreso fuera capaz de darle forma y sentido al presente. No. Nada.
Oquedad. Vacío. Fui aun a otra casa, en la calle Tacuarí número 242,
donde viví en diciembre de 1939, pero esa visita resultó peor. Entro,
abordo el ascensor para trasladarme al tercer piso, donde existió mi
pasado, aparece el portero:
–¿A quién desea ver?
–¿Yo?... Al señor López. ¿No vive aquí el señor López?
–Aquí no vive ningún López. ¿Por qué se mete en el ascensor en vez
de preguntar en la portería?
–Pensé que... en el tercer piso...
–¿Y cómo sabe que en el tercer piso si ni siquiera está usted seguro
de que viva aquí? A propósito, ¿qué asunto le trae? ¿A quién busca?
¿Quién le dio la dirección?
Huí.

●●●

el día del adiós

El puerto. Un café en el puerto, próximo al gigante blanco que habrá


de llevarme... una mesita frente al café, amigos, conocidos, saludos,
abrazos, cuídate, no nos olvides, saluda de nuestra parte a... y de
todo aquello la única cosa que no murió fue una mirada mía, que por
motivos desconocidos me restará para siempre; miré casualmente al
agua del puerto, por un segundo percibí un muro de piedra, un farol
en la acera, al lado un poste con una placa, un poco más allá las
barquitas y las lanchas balanceándose, el césped verde de la orilla...
He aquí cuál fue para mí el final de la Argentina: una mirada
inadvertida, innecesaria, en una dirección casual, el farol, la placa, el
agua, todo ello me penetró para siempre.
Estoy ya en el barco. Se inicia la marcha. Se aleja la costa y la ciudad
emerge, los rascacielos con lentitud se sobreponen unos a otros, las
33 y 1/3 glam!

perspectivas se desdibujan, confusión entera de la geografía –


jeroglíficos, adivinanzas, equivocaciones– todavía se presenta "La
Torre de los Ingleses" de Retiro, pero en un lugar que no le
corresponde, he aquí el edificio de correos, pero el panorama es
irreconocible y fantasmagórico en su enredo, algo de mala fe,
prohibido, engañoso, como si malignamente la ciudad se cerrara
frente a mí, ¡sé ya tan poco de ella!... Me llevo la mano al bolsillo.
¿Qué sucede? Me faltan los doscientos cincuenta dólares, que había
llevado conmigo para el viaje, me palpo, corro al camarote, busco,
quizá en el abrigo, en el pasaporte, no, no hay nada. ¡Diablos! Tendré
que cruzar el Atlántico con los pocos pesos que me han quedado,
¡una suma aproximadamente equivalente a tres dólares!
Pero allá, afuera, la ciudad se aleja, concéntrate, no permitas que te
despojen de esta despedida, corro de nuevo a cubierta: ya sólo se
veían oblicuamente en el extremo de la superficie del agua los
indeterminados torbellinos de la materia, una nebulosa calada tejida
acá y allá con un contorno más claro, mi vista ya nada captaba, tenía
frente a mí un plasma en el que se adivinaba cierta geometría, pero
era una geometría demasiado difícil... Esta dificultad, sin cesar
creciente y opresora, acompañaba al murmullo del agua surcada por
la proa de la nave. Y a la vez los doscientos cincuenta dólares
perdidos se sumergían en los veinticuatro años de mi estancia en la
Argentina, aquella dificultad se desdoblaba en ese momento en
veinticuatro y dos cientos cincuenta. ¡Oh matemática misteriosa y
engañosa! Doblemente robado fui a recorrer el barco.
La cena y luego la noche que mi gran fatiga merecía. Al día siguiente
salí a cubierta, murmullo, agitación, azul del cielo, océano surcado
profundamente, florecimiento tempestuoso de la espuma en el
espacio corroído por la demencia incesante de un movimiento
violento, la proa del Federico apunta al cielo y vuelve a hundirse en el
abismo de agua, chorros de agua salada. no es posible permanecer
parado sin asirse de algo... allá a la izquierda, a unos quince
kilómetros de distancia la costa del Uruguay, ¿serán aquellas acaso
las montañas que conozco, las que rodean Piriápolis?... Sí, sí, y ahora
ya se ven los cubitos blancos de los hoteles de varios pisos de Punta
del Este y, juro, hasta llega a mí el brillo intenso que produce el sol al
reflejarse en el cristal de los automóviles –brillo agudo de largo
alcance. Ese brillo procedente de un automóvil en alguna bocacalle
fue el último signo humano emitido para mi desde la América que
conozco, me llegó como un grito en medio del desorden enorme del
mar, bajo un cielo embrujado que intensificaba la confusión total.
¡Adiós América! ¿Cuál América?
La tormenta con la que nos saludó el Atlántico no era nada habitual
(me comentó después el steward que desde hacía mucho tiempo que
no había visto otra semejante), el océano era omnipotente, el viento
ahogaba, y yo sabía que en este desierto enloquecido surgía ya
delante de mi, indicada por nuestra brújula, Europa. Sí, se acercaba y
yo no sabía aun qué dejaba tras de mí. ¿Cuál América? ¿Cuál
Argentina? Oh, ¿en realidad qué fueron esos veinticuatro años? ¿Con
33 y 1/3 glam!

qué regresaba a Europa? De todos los encuentros que me aguardaban


había uno especialmente molesto... tenía que encontrarme con un
barco blanco... salido del puerto polaco de Gdynia con rumbo a
Buenos Aires..., tenía que encontrarme inevitablemente con él, tal vez
dentro de una semana, a mitad del océano. Era el Chrobry. El Chrobry
de agosto de 1939 en cuya cubierta me hallaba con el señor
Straszewicz y el senador Rembielinski y el ministro Mazurkiewicz...
¡alegre compañía!... sí, sabía que tenía que encontrarme con aquel
Gombrowicz rumbo a América, yo Gombrowicz el que partía ahora de
América. Cuánta curiosidad me consumía en aquel entonces,
¡monstruosa!, respecto a mi destino; sentía entonces mi destino
como si estuviera en un cuarto oscuro, donde no se tiene idea con
qué va uno a romperse la nariz. ¡Qué hubiera dado por un mínimo
rayito de luz que iluminara los contornos del futuro...! y heme aquí
acercándome a aquel Gombrowicz, como solución y explicación, yo
soy la respuesta.
¿Pero seré una respuesta a la altura de la tarea? ¿Seré capaz de
decirle algo al otro cuando el barco emerja de la brumosa extensión
de las aguas con su chimenea amarilla y potente, o tendré que
permanecer callado...? Sería lastimoso. Y si aquél me pregunta con
curiosidad:
–¿Con qué regresas? ¿Quién eres ahora?... –yo le responderé con un
gesto de perplejidad y las manos vacías, con un encogimiento de
hombros, quizás con algo parecido a un bostezo:
–¡Aaay, no lo sé, déjame en paz!
El balanceo, el viento, el murmullo, el enorme encrespamiento de las
olas bullentes y turbias se funden en el horizonte con el cielo inmóvil,
que con su inmovilidad inmortaliza la liquidez. . y a lo lejos, a la
izquierda, aparece vagamente la costa americana, como un
preámbulo al recuerdo... ¿seré incapaz de dar otra respuesta?
¿Argentina? ¡Argentina! ¿Cuál Argentina? ¿Qué fue eso? ¿Argentina? Y
yo... ¿qué es ahora ese yo?
Mareado, porque la cubierta se me escapa bajo los pies en todas
direcciones, me aferro a la barandilla, titubeo, me dejo llevar por el
torbellino, aturdido por el viento; a mi alrededor: rostros verdes,
miradas turbias, figuras encogidas. Me suelto de la baranda y
realizando un milagro de equilibrio, avanzo. .. de pronto miro, hay
algo en una tabla de cubierta, algo pequeño.
Un ojo humano. No hay nadie, sólo junto a la escalera que conduce a
la cubierta del puente un marinero que mastica chicle.
Le pregunto:
–¿De quién es este ojo?
Se encoge de hombros.
–No lo sé, sir.
–¿Se le cayó a alguien o se lo arrancaron?
–No vi a nadie, sir. Está ahí desde la mañana; lo habría levantado y
guardado en una cajetilla, pero no puedo apartarme de la escalera.
33 y 1/3 glam!

Iba a continuar mi marcha interrumpida hacia mi camarote, cuando


apareció un oficial en la escalera de la escotilla.
–Aquí en cubierta hay un ojo humano
Manifiesta gran interés:
–¡Diablos! ¿Dónde?
–¿Piensa usted que se le haya caído a alguien o que le fue sacado?
El viento me arrebataba las palabras, había que gritar, pero el grito
también huía de la boca, se hundía irremisiblemente en la lejanía.
Seguí caminando; oí un gong que anunciaba el desayuno. El comedor
estaba vacío, el vómito general había hecho desertar a toda la gente.
Éramos sólo seis audaces, con la vista fija en el "bailoteo" del suelo y
en la inverosímil acrobacia de los camareros. Mis alemanes (porque
desgraciadamente me sentaron con un matrimonio alemán, que
hablaban tanto español como yo alemán) no aparecieron. Pedí una
botella de Chianti y los doscientos dólares se me clavan una vez más
como un enorme alfiler. ¿Con qué voy a pagar la cuenta que ahora
estoy firmando? Después del desayuno envío un radiotelegrama a mis
amigos de París para que me giren al barco doscientos dólares.
Viajo cómodamente, tengo un camarote exclusivamente para mi, la
cocina como antaño en el Chrobry es excelente, puro placer... ¿No
morir? ¿Qué es este viaje sino un viaje hacia la muerte?... Las
personas de cierta edad ni siquiera deberían moverse, el espacio está
demasiado relacionado con el tiempo, el impulso del espacio resulta
una provocación al tiempo, todo el océano está hecho más bien de
tiempo que de inmensas distancias, es un espacio infinito, se llama:
muerte. Da lo mismo.
Al analizar mis veinticuatro años de vida argentina percibí sin
dificultad una arquitectura bastante clara, ciertas simetrías dignas de
atención. Por ejemplo, había tres etapas, de ocho años cada una: la
primera etapa, miseria, bohemia, despreocupación, ocio, la segunda
etapa, siete años y medio en el Banco, vida de oficinista; la tercera
etapa, una existencia modesta, pero independiente, un prestigio
literario en ascenso. Podía también enfocar ese pasado estableciendo
ciertos hilos: la salud, las finanzas, la literatura... u ordenándolo en
otro sentido, por ejemplo desde el ángulo de mi problemática, los
"temas de mi existencia", que mudaban poco a poco con el tiempo.
¿Pero cómo tomar la sopa de la vida con una cuchara agujereada por
estadísticas, diagramas? ¡Bah!, una de mis maletas en el camarote
contenía una carpeta; en ella había una serie de pliegos amarillentos
con la cronología, mes tras mes, de mis hechos– veamos, por
ejemplo, ¿qué pasaba exactamente hace diez años, en abril de 1953?:
"Últimos días en Salsipuedes. Escribo mi Sienkiewicz, Ocampo y los
paseos por Río Ceballos, regresos nocturnos. Leo La mente prisionera
y a Dostoiewski. El día 12 regreso en tren a Buenos Aires. El Banco, el
aburrimiento, la señora Zawadska, el horror, la carta de Giedroyó
anunciando que el libro no va bien, pero que aún quiere publicar
alguna otra cosa mía En casa de los Grocholski y de los Grodzicki. El
"banquete" publicado en Wiadonosci. etcétera, etcétera. Podía así
ayudar a mi memoria, pasear de un mes al otro por el pasado.
33 y 1/3 glam!

–¿Y qué?, ¿qué hacer?– me pregunto, con esta letanía de


especificaciones como absorber esos hechos si cada uno se
desintegra en un hormigueo de acontecimientos menores, que al fin
se convierten en una niebla; era un asalto de miles de millones, una
disolución en una continuidad imperceptible, algo como el sonar de
un sonido... ¿pero en realidad cómo poder hablar aquí de hechos? Y
sin embargo ahora, al regresar a Europa, ya habiendo acabado todo,
me acuciaba la necesidad tiránica de rescatar aquel pasado de asirlo
aquí, en el estruendo y el torbellino del mar, en la angustia de las
aguas, en la efusión inmensa y sorda de mi partida por el Atlántico,
¿no sería sólo una especie de balbuceo, un balbucear el caos como
estas olas? Una cosa no obstante se volvió evidente: no se trataba de
ninguna cuestión intelectual ni siquiera de un asunto de conciencia,
se trataba únicamente de pasión.
Estar apasionado, ser poeta frente a ella... Si la Argentina me
conquistó fue a tal grado que (ahora ya no lo dudaba) estaba
profundamente, y va para siempre, enamorado de ella (y a mi edad
no se arrojan estas palabras al viento del océano). Debo agregar que
si incluso alguien me lo hubiera exigido, al costo de la vida no hubiese
logrado precisar qué fue lo que me sedujo en esta pampa fastidiosa y
en sus ciudades eminentemente burguesas. ¿Su juventud? ¿Su
"inferioridad"? (¡Ah cuántas veces me frecuentó en la Argentina la
idea, una de mis ideas capitales, de que "la belleza es inferioridad"!)
Pero aunque ese y otros fenómenos considerados con mirada
amistosa e inocente, con una gran sonrisa, en un ambiente
cinematográficamente coloreado, cálido, exhalación tal vez de las
palmeras o de los ombúes, desempeñaron, como es sabido, un papel
importante en mi encantamiento, no obstante la Argentina seguía
siendo algo cien veces más rico. ¿Vieja? Sí. ¿Triangular? También
cuadrada, azul, ácida en el eje, amarga desde luego, sí, pero también
inferior y un poco parecida al brillo del calzado, a un tono, a un poste
o a la puerta, también del género de las tortugas, fatigada,
embadurnada, hinchada como un árbol hueco o una artesa, parecida
a un chimpancé, consumida por el orín, perversa, sofisticada,
simiesca, parecida también a un sándwich y a un empaste dental...
Oh, escribo lo que me sale de la pluma, porque todo, cualquier cosa
que diga puede aplicarse la Argentina. Nec Hercules... Veinte millones
de vidas en todas las combinaciones posibles es mucho, demasiado
para la vida singular de una persona. ¿Podía yo saber qué fue lo que
me cautivó en esa masa de vidas entrelazadas? ¿Tal vez el hecho de
haberme encontrado sin dinero? ¿El haber perdido mis privilegios
polacos? ¿Sería que esa latinidad americana complementaba de
algún modo mi polonidad? Quizás el sol del sur, la pereza de la forma,
o tal vez su brutalidad específica, la suciedad, la infamia... no lo sé...
Y, además, no correspondía a la verdad la afirmación de que yo
estuviera enamorado de la Argentina. En realidad no estaba
enamorado de ella. Para ser más preciso, sólo quería estarlo.
Te quiero. Un argentino en vez de decir "te amo", dice "te quiero".
Meditaba entonces (todo el tiempo sobre el océano, sacudido por el
33 y 1/3 glam!

barco, éste a su vez sacudido por las olas) que el amor es un esfuerzo
de la voluntad, un fuego que encendemos en nosotros, porque así lo
queremos, porque decidimos estar enamorados, porque no se puede
tolerar no estar enamorado (la torpeza con que me expreso
corresponde a cierta inhabilidad, producto de la misma situación)...
No, no es que la quiera, sólo deseo estar enamorado de ella y por lo
visto para eso me era vehementemente necesario acercarme a
Europa en un estado de aturdimiento apasionado por la Argentina,
por América. No quería tal vez aparecer en el ocaso de la vida en
Europa sin esa belleza que da el amor –puede ser que temblara por
haber roto con un lugar lleno de mí, temiera que mi traslado a lugares
extraños, no calentados aún por mí, me empobreciera y enfriara y
matara– deseaba sentirme apasionado en Europa, apasionado por la
Argentina, temblaba ante ese único encuentro que me esperaba (en
pleno océano, al anochecer, tal vez al alba, en las nieblas veladas del
espacio salado) y por nada del mundo quería presentarme a ese
rendez-vous con las manos enteramente vacías.
El barco avanzaba. El agua lo levantaba y hundía. Soplaba el viento.
Me sentía un tanto desvalido, confundido, porque quería amar a la
Argentina y a mis veinticuatro años comprendidos en ella, pero no
sabía cómo...
El amor es dignidad. Así me lo parece a mis años. Cuando mayor es el
derrumbe biológico, más se hace necesaria la pasión de arder entre
llamas. Mucho mejor es terminar abrasado que no irse lenta,
cadavéricamente enfriando. La pasión, ahora lo aprendía, es más
necesaria en la vejez que en la juventud.
Cae la noche. Ya es noche cerrada. Del lado de babor, apenas
perceptible, los centelleantes faros de la costa brasileña, y aquí en
cubierta, yo, yendo hacia adelante, alejándome sin cesar en una
marcha incomprensible... Desierto... lo infinito de un vacío que hierve,
truena, ruge, salpica... infinito imposible de definir, inalcanzable,
hecho de torbellinos y de abismos marítimos, igual aquí que allá, y
aun más allá y más allá, en balde agua la vista, hasta el dolor; nada
se puede ver, tras la barrera de la noche, todo cae y se vierte sin
reposo, se hunde y se sumerge tras las tinieblas; allá abajo,
deformidad y movimiento delante de mí sólo un espacio irreal; arriba
el cielo con un innumerable enjambre de estrellas indistinguibles,
irreconocibles... Sin embargo aguzo la mirada. Y nada. Por otra parte,
¿acaso me asistía el derecho de poder ver? Yo, abismo en este
abismo, sin memoria, perdido, desbordado por pasiones, dolores que
desconocía, ¿cómo es posible ser después de veinticuatro años sólo
agua que se vierte, espacio vacío, noche oscura, cielo inmenso...? Ser
un elemento ciego, no poder lograr nada en sí mismo. ¡Oh Argentina!
¿Qué Argentina? Nada. Un fiasco. Ni siquiera podía desear, cualquier
posibilidad de deseo estaba excluida por un exceso de efusión que lo
inmovilizaba todo, el amor se convertía en desamor, todo se
confundía, debo irme a acostar, ya es tarde, el ojo humano. ¿Cómo
llegó un ojo humano a cubierta?... ¿Fue sólo una impresión? ¡Quién
puede saberlo! A fin de cuentas da lo mismo, ojo o no ojo. Porque,
33 y 1/3 glam!

¿para qué jugar a los formalismos? ¿Vale la pena exigir a los


fenómenos un pasaporte? ¡Qué pretensiones! ¿Puedes ver algo? No,
será mejor que duermas.

replay
33 y 1/3 glam!

roberto bolaño
(chile, 1953 – barcelona, 2003)

arte poética No. 3 / capítulo XXXVII en el que


queda demostrado que Phileas Fogg no ha ganado
nada al dar esta vuelta al mundo si no es la felicidad

Empiezo a escribir cuando el alba se desmaya por las chimeneas y


uno a uno los programas de radio van extinguiéndose / mientras
nadie hace el amor y las camas de los niños rojos están más
arrugadas y frías que los desfiladeros indios o las manos de un viejo
marxista que ya no cree en nadie ni en nada / o bien cuando todos
fornican con los ojos cerrados y la luz se entierra como un hacha loca
entre las dunas –los oasis lanzan aullidos concéntricos, los catalejos
se venden más que los condones, y es la misma miseria–. Empiezo a
dibujar, a escribir cartas, a tratar de reconocer lo que no veré más,
entre el espacio que hay de la palabra ternura a la palabra
indiferencia, entre lo que media de la frase déjalo todo, a la frase
terreno firme o caras conocidas / Ahora que puedo sentarme bajo un
desesperado mural anónimo con un boleto de avión en la mano
derecha y una naranja hecha pedazos en la izquierda. La madrugada
se ensancha con los colores de una herida interior. Un muchacho
idiota canta: cuando me entreguen en un sobre mi primer sueldo voy
a comprar un vestido de flores verdes para mi camarada y unos
pantalones de mezclilla para mí / Y un muchacho idiota canta
mientras observa ciudades levitando como vapor. Los cerebelos
rápidos de las revoluciones. Semillas armoniosas y salvajes que
ruedan que se coagulan que ruedan: el parpadeo experimental de los
complots.

●●●

generación de los párpados eléctricos / irlandesa


No. 2 constelación Sanjinés

ese halo de luz naranja pudo haber sido una gran poeta
esa muchacha que estudia el último semestre de Biología y cena
en el Maxim´s del subdesarrollo y fornica a medianoche
en un edificio de cristal y vomita en la madrugada con sudores
pudo haber sido una gran poeta
pudo haber sido una amazona y pudo galopar en cierta manera
libre hasta que la hubieran derribado de un balazo entre los senos
–esa mujer que vive con su esposo un paisaje de barrios cercándolos
agradable monotonía de los desayunos americanos
33 y 1/3 glam!

envejeciendo irremediable entre la dureza del lirismo nazi


y sagas que cantan nuevas juventudes– chicos picados de viruela
o atomic morphine
esa mujer que llora en un laboratorio mientras las calles
arden y yo caigo, pudo haber sido una poeta
estamos muertos, nosotros somos los muertos
se oirá en esos días
su cuerpo blanco se mecerá, se mecerá
mientras un falo va abriendo su vagina, se mecerá se mecerá
sus ojos serán un desierto
–dios mío, sálvate
esa mujer de 30 años nunca tendrá un hijo, esa mujer
de 35 años irá al supermarket con un vestido de flores azules
–¿pero venderán mis poemas en la sección libros
y mi carne destazada en conservas, en verduras,
en ropas-para-el-invierno?
esa mujer de 40 años blasfemando y riendo incrédula
mira, se acabó la menstruación, se acabó
oh, multitudes de los grandes funerales niños de los grandes
acontecimientos deportivos muchachos de las futuras
concentraciones en campos rock
una nube roja se fragmenta por ustedes
esa mujer detenida en una silla
sin duda recuerda por última vez a su primer compañero
–los adolescentes de diamante
y aunque su psicoanalista, su esposa, la esposa de psicoanalista
y su madre conversen sobre la pacificación de los días
la desaparición de la peste
ella siente
que los motines volverán que la han vencido
esa vieja ocupada en su manicomio
sintiendo próxima su muerte y que en realidad
quisiera volver atrás, a una verdadera cama
ese halo de luz naranja que se apaga
sin alegría ni sufrimiento
pudo haber sido una gran poeta
la más amorosa
amada
mía

●●●

un resplandor en la mejilla
paisaje de cisnes instantáneos

Ya no sé que decir, alguien me acaricia el pelo y dice


que estoy echando sangre, alguien pasea sus uñas
33 y 1/3 glam!

por mis mejillas y dice que me ama. Y aún me aman


dos niñas que se pierden constantemente por bosques nevados.
Aún me aman dos niñas pero yo hace mucho tiempo asocio el
color azul con la muerte, el rojo con la infancia
llena de bolcheviques y sexo, y el amarillo con las carreteras
al atardecer, cuando los vagabundos contemplan
los postes de telégrafo, y las bandadas de pájaros del desierto
regresan del Oeste.
Y parezco un callejón cementerio de tranvías, un
suburbio cubierto de nubes, un poco de azúcar escurriendo
de los labios de un pandillero, que en este caso soy yo mismo,
mirando duramente paisajes interiores, imaginando
con desesperanza otro tipo de manicomio. Otro tipo
de jóvenes doctores. Otras sonrisas paranoicas esbozadas
casi en la superficie de una canción. Y así Utopía
vuelve a aparecer en el centro de las arboledas, las zarzas
vuelven a aparecer en el centro de los hospitales, los niños
del valle vuelven a perderse en los departamentos de
los gitanos, y los coches robados vuelan a 150 km. Por hora
a donde se supone está el mar.
Aún me aman dos niñas generosas como el rocío,
como los dibujos estupendos llenos de color de las grandes
carreteras. Visiones que no se destrozan
pero que no sirven para nada. Por el momento Utopía
es nuestro descanso, nuestro baño sauna frenético,
duro como ciertos alcoholes y ciertas plumas, el árbol
al que nos trepamos en las noches de perros y amor, el Buda
que recoge calamares mientras levita en la playa de la luna.
Ya no sé que decir.
Todo se ha acabado, la oficina está vacía, las frutas
se amontonan en mis manos de ángel asombrado, el insoportable
amor de las calles rayonea mis papeles imposibles, la furia
se me desvanece en la memoria.
Utopía es mi descanso, mi veterinario. Aún me aman
dos niñas anarquistas, pero yo hace mucho tiempo adquirí
el vicio de los jardines simples, la certeza de una muerte
esbelta y temprana. El amor debería mover la cabeza
verdaderamente incrédulo, debería caminar en círculos
por una pradera cinética. Estos días sólo son buenos
para los pianistas.
Mi ex mujer se mirará en los lentes negros de un playboy
y le darán ganas de llorar o de poner un disco (duro, breve)
como la fiebre de un niño.
La ternura y la revolución y los poetas pueden dormirse.
Estos días son buenos para los subterráneos voladores, para
los voyeurs de lo abstracto. Alguien apagará la luz
y comentará silenciosamente que las almohadas están
manchadas de sangre.
Ya ni ponerse a hacer silogismos es bueno.
Y tan acertado como siempre, te cagas en el oficio de poeta
33 y 1/3 glam!

cuando es lo único que te queda.

Y Utopía fue el veterinario,


el hombre feroz, la vieja en silla de ruedas cercada por sueños,
y los personajes de los sueños incompatibles se fueron masacrando
uno tras otro, hasta dejar un stock de pesadillas vacías.
Y Utopía fue un reflejo opaco en el interior de un vegetal.
Vitrinas, maniquíes desnudos, ebrios tirándoles besos a las nubes.
Un laberinto de escaleras eléctricas por donde vagaban
unos niños extraviados que tenían el corazón maravilloso
hasta la náusea.
¿De todo esto qué vi realmente? ¿Con qué ojos tremendos
Contemplé el olor puro de aquella muchacha sencillamente parada
en la entrada de un circo? Sólo recuerdo
haber estado demasiado tiempo en un cuarto blanco leyendo novelas
policiales; casi toda mi vida mientras tú me mirabas desde
una ventana redonda, como de baño público, y
detrás de ti unos caballos mordisqueaban nubes y
los adolescentes se reían como si acabaran de salir del desierto
con los bolsillos llenos de dinero gratis.

Dinero gratis, dinero gratis, amor gratis, un resplandor


inconcebible en la mejilla. Soñadores transformándose a sí mismos
pero incapaces de convencer a una muchacha de que la aman.
Nubes gratis y vacías, restaurantes gratis y vacíos,
automóviles fríos rumbo a las playas doradas del Pacífico,
visiones de Michelangelo para todos, ojos que se cierran
con la velocidad de la luz, y su armonía estrépito de cisnes,
estrépito de humedad.
Comida gratis, bebida gratis, lluvias divertidas
e interminables como las novelas de Victor Hugo.
Hospitales gratis, desiertos gratis, animales gratis, deseos
de caminar sobre las manos, de ponerse una corona de espinas
eléctrica y luminosa.
Blue jeans rayonados de ternura, escenas de teatro
en la orilla del mar prolongadas hasta el infinito, tres años
de asco y amor, tres años de enfermedades infantiles
enmierdadas con precisión, y los duros arbolitos pero
los duros arbolitos, mientras los duros arbolitos
como lanzas florecían.

Y gemí, y dije ya no sé que decir, la oficina está vacía


los submarinos explotan como fetos en las fosas del Atlántico,
alguien me acaricia el pelo y dice que ya está igual de largo
que el suyo, y yo tuerzo el cuello como un solitario cigarrillo
aplastado en la noche enorme y la miro, esperando volver a sentir
en los párpados la tibia obsidiana de los sueños, cuando en
las mañanas nos abrazábamos sin querer despertar, perdidos
en las llanuras de escamas, mientras cae nieve y el frío sonríe
desde un cenicero absolutamente limpio, y no queremos despertar,
33 y 1/3 glam!

y no sabemos que decir: los labios partidos,


la cara blanca del invierno manchada de lipstick.

La velocidad se detiene, mira hacia todas partes, enloquece


a las fechas. Un anarquistoide muerto bajo las ramas
plateadas de un sauce. Encima de él la primavera violeta. Fuera
de ese cuadro una muchacha sueña renacimientos atroces.

Y está bien está bien, ya puedes prender la chimenea y cerrar


puertas y ventanas. Ningún brillo va a reemplazar nada.
No habrán formas de arder que completen esta nube cargada de
lluvia.
No habrá viento contra este resplandor acuático. Ni callejones violetas
ni suaves caderas antiguas. Ese jadeo al subir las mil escaleras
del ojo abierto: automóviles llenos de Sol estacionados
en todas las esquinas de tus venas. Una sonrisa sin contexto,
una mano crispada fuera de la foto. Y puedo tocarle el pelo
nuevamente
y decirle está bien, nos hemos vuelto a quedar sin reina,
como el los Alegres Viajes por el norte de México, con Lisa
aullando desde su hospital, nos hemos vuelto a quedar sin dinero,
sin tequila, sin dinosaurios rezando en medio de la noche,
sin gasolineras que brillaban en las playas, Baja California
y Mazatlán, labios cargados de cultura azteca y chistes
de Utopía, grandes músicas con metralletas y piedras, algo
inevitable, como enamorarse. Y sin dinero,
parados en las entradas de los aeropuertos, hieráticos,
más que dos hombres cuatro rodillas; más que dos poetas
cuatro estatuas intermitentes; siempre dos bocas
masticando en el centro del vértigo el recuerdo simultáneo
de nuestra historia de besos.

En la puerta de metal: dinero gratis, departamentos gratis,


atardeceres gratis, oh atardeceres totalmente gratis.
Y coros celestiales gratis, hospitales gratis, mutantes del amor
gratis. Y tranquilos. Quiero decir que los dejen tranquilos,
besando la naturaleza inventada que vuela por las veredas.
¿Es que las calles siempre van hacia abajo? Y ayer la belleza,
un lecho cinético, un perfil recortado sobre la puerta de metal,
no pactó con mis enemigos; ni yo con el odio.
Quiero decir que es fantástico cortar todos los cables
en las noches de inspiración; incluso
los cables de la inspiración.
Y los soñadores de revoluciones ven jornadas que penden
dentro de un domo de cristal o de una imagen poética:
ven dinero gratis (símil de fiebre) y pasaportes falsos
en desesperadas noches de lluvia; ven sonrisas de abuelitas
desnutridas en las nubes; ven la rabia y la locura como un niño
que construye molotovs dentro de un árbol hueco; ven
un trapecio y un arcoiris agujereado en la labor del poeta;
33 y 1/3 glam!

ven novelas autobiográficas en las estrías de los frigoríficos;


ven una larga noche de arrestos y una larga noche de soledad
en un cielo de colillas y flores. Y alguien gritó
la música brilla por su ausencia.
Ya no sé que decir, 10 automóviles van arrastrando al sol,
llega el crepúsculo con nubes negras, flota un ghetto
llamado Benares, descienden de las flores centenares de geriatras.
Ya no sé que decir, el final de este bosque soy yo mismo.
Y las lluvias de marzo limpian un domo que creíamos
perdido para siempre.

¿Es este el recital de poesía que me cubría?


Un texto sin respuestas, pero de movimiento excesivo (como si ayer
hubiera rodado una película sin cámara), (como si anoche
hubiera hablado con un desconocido en un café nocturno),
(como si hubiera filmado su risa invisible).
Poesía podrida, poesía podrida, mi amor: un sueño típico
de sobreviviente. Los niños rojos ya no tienen pesadillas,
desean ser perdonados, ser cínicos algún día, leer a Bataille
en francés y a Marx en alemán.
¿Es este el recital de poesía que yo esperaba?
Las estelas de mis viajes. Las palabras cruzadas y los caminos
cruzados de mis sueños. Las calles donde amé, peleé, comí.
Los manicomios que he contemplado desde lejos. Los pequeños
cuartos
donde enloqueció mi amiga. Las noches de Superman
y las mañanas de Mickey Mouse. Los paisajes interiores
llenos de cunas vacías, nubes azules y estatuas. Los bebedores
de tequila en las extáticas praderas de la intranquilidad.
(Los canguros destrozados en el aire. Los nervios
destrozados en el aire. Los andróginos que entran a caballo
por los callejones –gritos de la Revolución).
Todos mordiendo un trozo cinético del cielo, un trozo
explosivo del cielo, el ala de una paloma, Algo inevitable,
como enamorarse 100 veces –de la misma muchacha.

replay
33 y 1/3 glam!

elena v. molina
(la habana, 1988)

haciendo zapping entre 500 canales extranjeros

entrevistas democracia
Un grupo de personas son entrevistadas respondiendo la misma
pregunta: ¿qué es Democracia? Luego sus voces y rostros grabados
son picados en pequeños pedazos y ordenados de manera que dicen
consecuentemente un discurso escrito por el editor. Sin embargo, la
fragmentación de la imagen es inevitable y el efecto de los rostros
visibles un segundo en la superficie del celuloide pudiendo decir solo
una palabra-contracción-artículo recuerda al de los ahogados
luchando por sobrevivir.

●●●

guionistas
Dos personas entrevistadas son contrarios que forman parte del
mismo sistema de juego. Se oponen en criterios de opresor y
oprimido. El Uno con la verdad, contra el otro y el mundo. El Otro
irónico, tranquilo va a lo suyo y sonríe. El Uno exasperado y quejoso
amenaza todo el rato y habla mucho de sí mismo. El Otro sonríe.
Están en litigios de autoría. El periodista parece seguro de quien es el
bueno.

●●●

sortie de secourt | salida de seguridad


Una mujer aparece corriendo en un sótano choca con quien le estaba
esperando | discuten | y escoge una de las puertas de salida. Aparece
el perseguidor. Pronuncia el nombre y señala a la puerta. Pronuncia el
nombre (quitando los ojos). Pronuncia el nombre (grita). Pronuncia el
nombre (no mueve los labios). Pronuncia el nombre y tiembla.
Pronuncia el nombre (agarrándose la cabeza) y con un arma después
se dispara. Pronuncia el nombre mientras se cae. La mujer que espera
mantiene la mirada fija.
33 y 1/3 glam!

●●●

el que no habla
Alguien en un café va a hablar. Se congela la imagen. Alguien en un
auto va hablar. Se congela la imagen. Alguien en un auditorio va
hablar. Se congela la imagen. Alguien caminando en la acera va
hablar. Se congela la imagen. Alguien en el cine va hablar. Se congela
la imagen. Alguien en una peña va hablar. Se congela la imagen.
Alguien en la ducha va hablar. Se congela la imagen. Alguien va
hablar. Se congela la imagen.

●●●

cámara de seguridad
Las personas cruzan la esquina mirando a la izquierda. Por la derecha
pasan los carros sin parar a las chicas que piden botella. La cámara se
fija en ellos, en su número de chapa. Un hombre con un girasol está
parado en el medio del cuadro interrumpe el tránsito. Vienen y le
sacan.
Otro día las mismas personas cruzan la esquina mirando a la
izquierda. Por la derecha pasan los carros. Las chicas y la cámara se
fijan en un libro del hombre que se pasea por el medio e interrumpe
el tránsito. Vienen y le sacan.
Al día siguiente un hombre camina de izquierda a derecha gritando a
la gente que pasa y a los carros. Interrumpen el tránsito. Van a
matarle.

●●●

manolito´s show
En el café las emisoras de radio se suceden. Manolito cambia de una
a otra recibiendo de las mesas diferentes señales. La gente compra
café y le escucha. Hacen preguntas sobre que antena emplea. Le
piden FM. En una mesa hay solo interferencia. Recuerda el sonido de
los electroshocks.

●●●
33 y 1/3 glam!

el hueco
El corre pasillos quiere salir del hueco. Las puertas se suceden. Es un
solitario que persigue la imagen de los libros. No sale del lugar. De
vez en vez visita al soñador y a sus plantas. Allí mira los libros todo el
día y la noche, vuelve a salir. Las escaleras desembocan en pasillos.
Los pasillos se suceden. Nunca ha visto las plantas del arquitecto pero
finalmente encuentra una salida. Da al mar. El corre pasillos salta al
agua.

●●●

casa de campo
Una adolescente se pasea desnuda frente a un hombre haciendo
zazen. De fondo las paredes blancas. La chica va al patio y se agacha
sobre un tragante a orinar. El huye desencajado. En cada habitación
aparece desnuda interrumpiendo la rutina del hombre. Alguien llama
a la puerta. El hombre atiende a la visita. Ella cruza el umbral y se
sienta desnuda a comer naranjas en la entrada.

replay
33 y 1/3 glam!

daniel díaz mantilla


(la habana, 1970)

realidad, literatura, poder:


la narrativa cubana y su crítica en el panorama cultural
actual

La doble condición de observador y observado es bastante precaria.


Se asoma uno al espejo queriendo ver con claridad, pero proyecta
sobre el cristal aquello que busca, y entonces, con dolorosa
suspicacia, se pregunta hasta qué punto ignora o magnifica ciertos
rasgos para llevarse una visión distorsionada de lo que (acaso sin
ver) mira. La introspección es eso, examinarse al tiempo que se
examina el mundo, fabular más o menos racionalmente sobre sí y su
circunstancia, construir imágenes parciales que al cabo no logran
exorcizar la inquietud. En tales casos, suponemos, el riesgo de errar
se reduce en tanto uno logra impedir que sus pasiones lo confundan:
uno toma distancia para contemplar sin interferencias anímicas y, sin
embargo, sabe que el error está con frecuencia en ese intento de
alejarse (como si tal cosa fuera posible) para inspeccionar con ojos de
anatomista el complejo sistema que –incluso a nuestro pesar–
integramos.
La situación se torna más riesgosa si lo que observamos ostenta el
estatuto de arte, donde las aporías se potencian por el hecho de que
una vasta porción del objeto es polisémica, cargada de sentidos cuya
intención es provocar un movimiento (una inquietud) en el receptor.
Ante el objeto artístico nos proyectamos –como escritores y/o como
lectores– con la totalidad de nuestro ser. Una de las más sugestivas
paradojas del discurso crítico es precisamente su condición de
híbrido: a un tiempo manifestación literaria y ansiedad interpretativa.
Aquí, como en la introspección, nuestra situación es, en cierto modo,
como la del veterinario que a veces debe tomar al toro por los
cuernos y a veces mirar al microscopio una porción de su
excremento; y como la del toro, que atrapado en nombre del
progreso humano se resiste como puede al escrutinio.
Aunque desde cierta distancia podamos parecer escatológicos,
debemos pues hurgar en las heces de ese toro del que somos parte;
y aunque que la embestida sea inútil, debemos también a veces
mostrar los cuernos al respetable veterinario.
33 y 1/3 glam!

Algo se ha dicho en nuestros medios sobre el paternalismo y la


complacencia de la crítica,1 sobre el acto de escribir bajo la tutela de
un maestro, sobre la distribución de prestigio y las relaciones de
poder entre los autores cuando ejercen la crítica.2 Hay quien a priori
no cree en las generaciones;3 quien tiene fe en una tradición continua
de lo literario, una tradición sin rupturas significativas;4 quien
defiende estrategias de grupo aunque a ojos del lector, y en la vida,
siga siendo un francotirador solitario.5
Lo curioso, sin embargo, es el consenso casi unánime de los autores –
los que viven en la Isla y los que no– cuando afirman que la literatura
cubana es una.6 ¿Dónde radica su unidad, dónde su diversidad, qué
criterios nos permiten agrupar cualidades comunes, separar las
divergencias, establecer jerarquías? ¿Y hasta qué punto afectan al
análisis que hacemos de nuestro heterónomo campo literario los
expansivos poderes extraliterarios del mundo actual?
Tales son algunas de las inquietudes que, desde las postrimerías de la
década del 80 hasta hoy, asoman con cierta regularidad en la crítica
literaria cubana. Las periodizaciones, clasificaciones y valoraciones se
han multiplicado, y el debate en torno a ellas adquiere con frecuencia
un matiz de airada polaridad donde no faltan el lenguaje florido y el
académico. Más de una vez han hecho notar los estudiosos la
diversidad de su corpus y la complejidad de las circunstancias que lo
rodean:
¿Por qué hoy nos parece más diversa nuestra literatura? ¿Es que los
autores buscan la separación, la distancia entre sus modos
expresivos? ¿O que, derribadas las barreras extraliterarias, están
presentes voces que nos permiten encontrar esa diversidad real que
acaso sólo estuvo oculta?7
En efecto, antes de aparecer la colección Pinos Nuevos no había para
los jóvenes más alternativa editorial que sumarse, como lo haría un
aspirante a músico, a alguna “orquesta de cuentistas”. Paradójico
destino, porque lo que caracteriza a los Novísimos es justamente su
diversidad. 8

1
Yoss: “A propósito de Lapsus Calami”, La Gaceta de Cuba, no. 1, La Habana,
enero-febrero de 2000, pp. 12-3.
2
Alberto Guerra Naranjo: “El riesgo de la opinión o diez digresiones sobre la crítica
en Cuba”, El Caimán Barbudo, año 33, edición 300, La Habana, s/f (después de
julio de 2000), pp. 22-3.
3
Eduardo del Llano: “Cada escritor es un lobo solitario”, El Caimán Barbudo, año
31, edición 289, La Habana, diciembre de 1989, p. 9.
4
Edel Morales: “La literatura en Cuba: su estado actual”, La Revista del Libro
Cubano, año 2, suplemento especial, La Habana, 1998, pp. 11-4
5
Raúl Aguiar: “Tratar de ganar la batalla”, El Caimán Barbudo, ed. cit., p. 10.
6
Michi Strausfeld: “La literatura cubana es una”, Nuevos narradores cubanos,
Madrid, Ediciones Siruela, 2000, pp. 9-14.
7
Arturo Arango: “Los violentos y los exquisitos”, Letras Cubanas, año 3, no. 9, La
Habana, 1988, p. 10.
33 y 1/3 glam!

[…] lo cierto es que no podemos separar la coincidencia entre la


multiplicación de posiciones de escritura (temas, enfoques,
corrientes, grupos, poéticas) a la que asistimos desde mitad de los
´80, de la crisis de la idea socialista en el mundo y en Cuba.1
Pero esta diversidad –que es saludable no sólo porque implica que los
escritores han reconquistado hasta cierto punto “su derecho a
expresar la vida sin cortapisas ni prohibiciones”,2 sino porque en ella
el lector se asoma a la complejidad natural de la cultura y sin
defraudarse mitiga en ella su sed de saber– ha encontrado un tipo de
recepción crítica que muchas veces no pasa de ser un mero catálogo
de temas o una percepción binaria de efímeras tendencias. Más que
clasificaciones, pues sensu stricto no delimitan clases, se trata de
descripciones que permiten vislumbrar apenas la dinámica de un
enrevesado proceso cultural.
Se desearía que este proceso en sí mismo despertara el interés de los
críticos, que se pensara con cierto grado de sistematicidad y desde
diversos enfoques temas tales como la relación indiscutiblemente
tensa entre realidad y literatura, por ejemplo; se desearía un más alto
nivel de reflexión sobre los media y un clima tolerante para el
surgimiento en ellos de un debate diáfano sobre todo aquello que
preocupa a nuestros intelectuales, y esto no sólo como entorno para
una recepción eficiente de la literatura cubana contemporánea (en la
que, dicho sea, aparecen de manera directa muchas de estas
cuestiones), sino como un modo de retroalimentar a nuestros autores
con nuevos temas y perspectivas.
Pero vayamos despacio.
Quizás, para ser justos, lo primero que debemos recordar es que, en
condiciones normales, la crítica se apoya sobre un corpus literario
publicado, y que en el caso particular de Cuba a fines del siglo XX no
fue así siempre, sino que los textos eran inéditos en su mayoría, y la
crítica, además de estudiarlos, creaba espacios para su publicación –
antologías– donde inevitablemente se privilegiaba una visión de
conjunto. Otro aspecto de interés en esta peculiar situación es el
hecho de que, durante aquellos años, comenzó a aparecer en los
espacios culturales del país una nueva generación de escritores, con
sus propias concepciones ideo-estéticas, y que con frecuencia las
funciones del antologador y el crítico eran ejercidas por autores de
una generación anterior, con lo que no sólo se privilegiaba esa visión
de conjunto, sino que el propio análisis y la selección de los textos
estaban permeados por los presupuestos estéticos y las perspectivas
históricas de una generación diferente.

8
Ambrosio Fornet: “La narrativa cubana del fin de siglo. Informe sobre la
situación”, SiC, no. 1, Santiago de Cuba, 1998.
1
Víctor Fowler: “Para días de menos entusiasmo”, La Gaceta de Cuba, no. 6, La
Habana, noviembre-diciembre de 1999. p. 36.
2
Francisco López Sacha: “A mi querido colega Víctor Fowler para días de mayor
entusiasmo”, La Gaceta de Cuba, no. 2, La Habana, marzo-abril de 2000, p. 29.
33 y 1/3 glam!

Esta compleja situación generó numerosas confusiones y algunos


conflictos a lo largo de la década del ´90, pero creo que ante todo se
debe agradecer el empeño de los autores/antologadores por divulgar,
en medio de la tremenda crisis económica de aquellos años, la obra
de los más jóvenes. Es cierto quizás, como se ha dicho, que a veces
se intentó modelar el gusto de la nueva generación que surgía,
aunque pienso que sería un acto de poca nobleza adjudicar sin más a
esa voluntad pedagógica un componente de perfidia que sólo vendría
a enturbiar los ánimos.
Incide de modo notable sobre este panorama, además, la situación
política del país desde 1959 hasta hoy, donde ha funcionado, con
mayor o menor protagonismo, “un sistema de legitimación ideológica
como primer rasero de legitimación cultural”.1 Haciendo un poco de
historia, uno admitiría que “la intervención de ese afuera –que es lo
político– en el interior de la literatura, no podía menos que generar
(como de hecho impulsó) una escritura en donde ascendía a primer
plano el culto a eso que la presionaba”2, y que entonces “toda alusión
a hechos reales y a conflictos auténticos era inmediatamente
acusada de hipercrítica”:3 es el llamado Quinquenio Gris,4 que se
extiende desde 1971 hasta 1975, y que ha sido considerado como la
primera etapa de un período mayor (¿hasta 1982?), donde “se hiciera
sospechoso el intento de cristalizar en imágenes artísticas los nuevos
conflictos que iban surgiendo paralelamente a los que estaban en el
centro de la lucha de la Revolución por su supervivencia”;5 ese
Quinquenio Gris, que tiene mucho más de gris y mucho menos de
quinquenio de lo que su nombre sugiere.
En efecto, cabe preguntarse en qué medida no es un espejismo esa
supuesta libertad de expresión conquistada de que habla López
Sacha, si ante el evidente intento de convertir a la literatura en un
apéndice de la política el dilema de los escritores ya no fue “el de la
realidad y su reflejo […], sino el de la realidad literaria, su
complejidad como arte, su grado de indeterminación”:6 ¿la
literatura como un espacio de fuga ante lo real, como un alienarse?
El hecho de que los que alguna vez fuimos denominados “novísimos
narradores cubanos” hayamos vivido intensamente una situación de
crisis, y la recreáramos en forma de relatos más o menos
testimoniales, puede hacernos sentir incómodos cuando un crítico
habla con frialdad de nuestras experiencias diciendo que

1
Ariel González: “Tradición y nación como fundamentos de valor en la crítica
cubana de los 80”, inédito.
2
Víctor Fowler: op. cit., p. 36.
3
Francisco López Sacha: op. cit., p. 29.
4
Cf. Ambrosio Fornet: “A propósito de Las iniciales de la tierra”, Casa de las
Américas, La Habana, septiembre-octubre de 1987.
5
Salvador Redonet: Para ser lo más breve posible”, Los últimos serán los primeros,
La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1993, p. 11.
6
Francisco López Sacha: op. cit. El subrayado es mío. (D.D.M.)
33 y 1/3 glam!

[…] ciertos textos cuyo valor documental resultó –o resulta–


particularmente intenso, ganaron a los ojos de la crítica un valor
literario añadido y, en muchos casos, hay que decirlo, espurio. A fin
de cuentas, se trata de lo mismo: de una lectura sobreimpuesta o
añadida al texto, cuyo origen viene de una expectativa o de una
ansiedad de raíz social, mas no literaria.1
Creo que más allá de las acciones narradas algo todavía sigue
comunicando esa intensidad a los textos. No fue sólo la inmediatez,
ni el hecho de describir con mayor o menor crudeza una realidad
terrible, sino la habilidad para representar en los textos las
situaciones de modo que el lector fuera capaz de percibir a través de
ellos la crisis. Percibir es importante. Si varios autores, jóvenes e
intelectualmente inquietos, escriben sobre los más álgidos aspectos
de la vida en una sociedad atravesada por gravísimos conflictos que,
empero, se mantienen ocultos tras la imagen casi monolítica que los
medios masivos ofrecen; si estos autores desafían el peligro de
incomodar a un poder celoso de su propia seguridad, y logran, a
pesar de la inercia de las instituciones culturales y de la evidente
dificultad económica, insertarse en los espacios oficiales del arte, es
comprensible que su rebeldía inicial pueda devenir pose, y su actitud
moda. Pero las modas, al ser repetición huera de patrones de
comportamiento aprendidos, automatizan la percepción hasta el
punto en que lo anómalo se torna norma. Entonces, más que
provocar la reflexión, los textos se acumulan generando una especie
de analgesia satisfecha, y el carácter movilizador que alguna vez
tuvieron las obras se pierde en la complacencia de la aceptación.
Pienso que el cuestionamiento y la rebeldía de aquellos días siguen
teniendo un sentido que en los tiempos que corren vale la pena
considerar, aunque nuestros ojos estén saturados con las imágenes
de mil textos donde se describe con mordacidad la vida diaria en
Cuba. Han transcurrido décadas desde que un número de la revista
Somos Jóvenes fuera retirado de la venta por incluir un artículo sobre
la prostitución después del triunfo revolucionario. Hoy ese es un tema
común en la programación televisiva. Sin embargo, la repetición del
estímulo suele inhibir la respuesta, y esta inhibición no es
aconsejable cuando el estímulo es doloroso y continuo. Es obvio que
existe un riesgo en la inmediatez, en lo que esta puede acarrear de
desconocimiento o de ingenuidad:
Es cierto que la literatura también (o sobre todo) emana de las
circunstancias, y por eso mismo debe cuidarse de su
desenvolvimiento, en especial si éste ocurre con rapidez. Porque la
literatura que se sustente sólo en lo real corre el riesgo de ser
sobrepasada por lo real y envejecer a su sombra, especialmente
cuando el relato en prosa dispone de la eficacia transitoria de los
hechos externos para contraer ese delicioso (y casi siempre efímero)
virus de la notoriedad.2

1
Waldo Pérez Cino: “Canon, diáspora, palabras: Discurso y figura”, La Gaceta de
Cuba, no. 5, La Habana, septiembre-octubre de 2000, p. 15.
33 y 1/3 glam!

Pero el riesgo mayor está a veces en permanecer impasibles ante los


problemas a que la vida nos enfrenta. Así, cuando se testimonia la
pérdida de los valores humanos en una sociedad que se desintegra,
una sociedad altamente politizada y sometida a la desinformación, es
natural que aparezca esa “ansiedad de raíz social” a que Waldo Pérez
Cino se refiere. Por otra parte, cabe preguntarse si existe o puede
existir alguna literatura al margen de la sociedad. Personalmente,
creo en el compromiso del escritor con sus lectores y con su propia
conciencia, creo que este compromiso es ineludible y que radica en el
afán humano de conocer y modificar la realidad. Así, no se fatiga al
auditorio con palabras sólo por el placer de oírse hablar, porque tal
proceder es propio de encantadores de serpientes y no se aviene con
la función del intelectual, que es, a pesar de todas las incertidumbres
y oposiciones que se encuentren, buscar la verdad en la medida de
nuestras capacidades y comunicarla para el bien común. A fin de
cuentas, de eso se trata ser revolucionario:
[…] ser revolucionario es también una actitud ante la realidad
existente, y hay hombres que se resignan a esa realidad, hay
hombres que se adaptan a esa realidad, y hay hombres que no se
pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla, por
eso son revolucionarios.1
La crítica literaria publicada en Cuba en los últimos años ha tenido
que enfrentarse con frecuencia a textos que abordan los problemas
más inmediatos y difíciles de nuestra realidad nacional. Con el
tiempo, la calidad de las obras y la persistencia de los autores ante el
rechazo les trajo prestigio dentro y fuera del país, y el prestigio hizo
que en ciertos casos se desvirtuara lo que antes fue una actitud de
sincero malestar. Muchos de aquellos textos pueden resultar hoy
artísticamente poco efectivos, aunque en su momento impactaron
por la proximidad del referente, otros irán quedando en el camino y lo
que ahora es válido dejará de serlo. Entonces, libres ya de su
urgencia las obras, quizás se pueda ver su valor. Pues el arte perdura
en tanto es capaz de significar, y el reto de toda literatura –sea que
describa el ayer, el hoy, el mañana o el nunca– es representar
situaciones humanas peculiares, y extraer de ellas para los demás un
conocimiento que logre trascender las circunstancias específicas.
Si desde mediados de los años ´80 una parte de la literatura cubana
se vuelca casi totalmente hacia los referentes inmediatos, dirigiendo
una mirada tan descarnada a lo real que en más de una ocasión los
críticos creen advertir que “se tiende a actuar desde el campo de la
política, aunque se adopte la apariencia de la obra literaria o
artística”,2 si luego esta actitud es asimilada y acaso en parte
despojada de su carácter problematizador para convertirse en moda

2
Alberto Garrandés: Presunciones, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2005, p.
305.
1
Fidel Castro Ruz: “Palabras a los intelectuales”, Política cultural de la Revolución
Cubana (documentos), La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, p. 13.
2
Arturo Arango: “Paisajes después de la lectura”, La Gaceta de Cuba, no. 3,
La Habana, mayo-junio de 1995, p. 51.
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(como ocurrió en la década del ´60 con los movimientos


contraculturales), también es cierto que esta literatura sigue
colocando hoy al lector ante preguntas muy pertinentes:
¿Cómo puede [el artista] expresar la realidad profunda de una época
que cambia de espíritu a una velocidad asombrosa, en un mundo
asaltado de súbito por tantos espejismos? ¿No corremos el riesgo de
la banalidad? ¿Qué podemos hacer con el hastío, el desencanto, la
violencia, y la pérdida de valores éticos? ¿No es un tiempo
inconcluso, transitorio y abierto, y utópico también, a su manera?1
Lo que a veces resulta lamentable es que tras estas preguntas no
siempre viene el intento de hallar respuestas. Una buena parte del
discurso crítico literario se limita a reconocer en las obras una
regularidad temática, una preferencia por los personajes marginales,
y a clasificar a los autores según sus referentes, sean estos
homosexuales, soldados, estudiantes, rockeros, prostitutas,
drogadictos, balseros... Pocas veces se indaga en la estructura de los
textos, y aún menos en las poéticas de grupo o individuales.
Excepcionalmente se animan los críticos más allá de los temas para
explorar, por ejemplo, el problema de las tensas relaciones entre
literatura e historia, aunque en esta peculiar zona de América Latina,
el Caribe, “la relación con el devenir histórico a través del discurso
literario siempre ha sido una relación tensa y problematizada,
marcada por el cuestionamiento”.2 Se suele olvidar que el crítico y el
escritor, como intelectuales, deben “desafiar y derrotar tanto un
silencio impuesto como la normalizada quietud del poder no visto,
donde quiera y cuando quiera que sea posible”.3

1
Francisco López Sacha: “Crónicas de antaño”, La Gaceta de Cuba, no. 3,
La Habana, mayo-junio de 1995, p. 48.
2
Margarita Mateo Palmer: Ella escribía poscrítica, La Habana, Casa Editora
Abril, 1996, pp. 10-1.
3
Edward Said: “El papel de los escritores y los intelectuales”, Criterios, no.
34, La Habana, 2003, pp. 174-9.
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replay
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arnaldo muñoz viquillón


(la habana, 1972)

tatuaje de aluminio

Vengo de muy lejos, de la barriada Justicia, ha sido un día de mal


comer y de mucho andar en transporte colectivo. Vengo recomendada
por un amigo suyo, hombre vasco de cutis, con pecas estrelladas al
que le dicen Leo Serpentina, personaje de tierra y no de piel, de palos
y no de hueso, con veinte mil supersticiones en el bolsillo, su cerebro
es un bonsái de creencias y basuras. Sin embargo consiguió meterme
el diablo en el cuerpo, dijo que viniera a verlo a usted. Yo quería
consultar a un cirujano para resolver quirúrgicamente este
desasosiego, pero Serpentina dice que es usted mejor dibujante que
persona, por una paga me puede remediar este gato pelviano, tatuaje
que me hicieron en prisión. Lo dibujó una analfabeta Cachabunda,
carecía de vocación para el pintorreteo sobre piel. Como
comprenderá, la cárcel es latifundio del aburrimiento, rapsodia del
bostezo, todo empalaga entre sus paneles y parches. La aristocracia
allí ejerce mil tipos de artes y oficios, se hace cualquier cosa con tal
de olvidar el cosmos con sus mariposas brujas, con tal de que el
tiempo se vaya en su aleteo y no se pegue en las tripas, eso puede
revolver la nostalgia bajo las bombillas de luz lenta. Hay que leer
mucho, cien libros he leído en unas semanas y luego hasta me hice
universitaria en asuntos de letras y bibliotecologías.
En un correccional no se llora, no es un manicomio, por eso presté mi
forro a la Cachabunda, para que pintorreteara, entretuviera el
quinqué de la imaginación y desistiera del lagrimeo por los galpones,
tatuara entonces un gato en mi cadera y una rosa glútea. La
pusilánime no sabía nada de ilustraciones, delineó un garabato. No
soy Cachabunda por gusto, dijo, y confié en su alarde. Por más que le
trajeron litografías para el calco, por más que le buscaron bocetos
para el plagio, por encima de todo le faltaba vocación para el diseño.
Perra maligna y tortillera Cachabunda. Mire usted como un gato y una
flor pueden llegar a ser figuras repulsivas. Maldije a la caricaturista en
mis tangos, pero el borrón ya era un hecho homérico, el mal parecía
no tener cura de caballo. Le hubiese tatuado a pisotones la mejilla,
pero me contuve por la charla que me dio la reeducadora, otra
invertida pico de oro que se expresaba a través de rimas, a quien
apellidaban Obispo Verde Olivo, Alcaldesa, Martín Fierro, se movía en
esta parroquia de calabozos siempre con un despojo humano en la
boca. Que tipa tan invertida. La Cachabunda caricaturista se salvó por
ella de una surra de catarsis. Hay gentes que merecen sobre la
dentadura de cristal un nudillo que viene desde arriba.
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Ni siquiera una intervención de un cirujano me podía devolver la piel


sin tachaduras. Hay que manufacturar un injerto, al final va a ser de
todas formas un parche pelviano, me dijo un doctor de nombre
Prandi. Un mal tatuaje puede traer pésima suerte para una recién
graduada en escuela de presidio, en consecuencia perdida de la
tranquilidad, fatalidad para una mujer que vuelve a ser libre, vuelve a
ser de la calle. Por eso Leo Serpentina me metió el diablo con
sarampión en las fosas nasales, por terco me hizo venir hasta aquí.
Tiene razón, dice él, es preferible mejorar a un gato rupestre, a la
cirugía plástica que como desenlace, de todas formas, dejaría una
postilla por cada centímetro donde corra el bisturí. Yo me puse a
pensar que si al médico Prandi le tiembla la mano puede ser peor la
solución que la tragedia misma. Además, estos tipos de extirpaciones
de piel, indican las malas lenguas, están circuladas por la policía, no
sé por qué razón. No quiero que mi nombre se traslade nuevamente
entre esa gente. Quiero vivir en paz y salerosa como si no tuviera
pasado, como si hubiera nacido ayer por casualidad.
Leo Serpentina me dijo que usted era de vocación y no de título, e
imagino que proponga un precio asequible. El tipo es un purgante,
pero trabaja bien, me dijo cuando me vio salir. No tengo mucho en
este monedero, aunque todo cuanto poseo es para comenzar sin
mataduras en el cuerpo y sin grasa en el alma mural. Mire aquí
debajo del blumer, y dígame si esta flor glútea no parece un cristo.
Veinte dólares es todo lo que tengo para que parezca flor carnívora
capaz de inspirar, que convoque a la erección zodiacal en un hombre
cuando olfatee, cuando sea manzana de Virgo. Estará hecha para
mordisquearla y no para que provoque una carcajada de diez
amperes. Por favor, que sea flor de verdad, lo despoje de esperma y
seamos en lo adelante Tristán e Isolda, hasta la muerte.
He vivido mucho tiempo en arresto como una cotorra. Significa que
hubo días de penitencia sin sol, penitencia con poca agua, penitencia
limpiando retretes, días que te suspenden el baño, el aseo vaginal, la
sopa y el arroz en la comida, la colchoneta de la cama, días sin ropa
para que la reeducadora mire la gordura y el remiendo entre las
piernas, te cuente las verrugas y se muerda los labios; te hueles y no
tienes perfume sinfónico ni la memoria del tamaño de un jabón, te
suspenden el tinte para el pelo porque mejor te descascaras al rape.
Encima de todo siempre hay rencor entre las giocondas, cualquiera
que afila una cuchara te puede llevar de un tajo la poca primavera
que te va quedando en las facciones, esa primavera sin colorete y sin
máscaras que mueve tanto a la envidia. De un lado y de otro estaban
las camadas, las dictaduras de culonas, los burdeles, la vida
senatorial de las lesbianas, los gremios de putas, nosotras las de
teticas que empujan el vacío, cantaban ellas a coro, mientras las
amazonas se amputaban un seno para disparar mejor el arco. Todas
esas escenas reposaban dentro de un reloj, pero el tiempo estaba
detenido, como la luz fija que chilla y no te deja existir. Una amiga
Brenda me apretó el pezón con una tenaza y luego preguntó, ¿te
duele? Y yo que hago aquí, me dije alguna vez. No recordaba por qué
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causa me azotaron y me sentenciaron. De seguro soy culpable de


algo o soy una reincidente, pero no recuerdo, ignoro si fue mi lengua
que es inquieta. Solo sé que fui reclusa en una circunscripción
civilizada, estrictamente lo fui entre dos mil mujeres paleolíticas con
escabiosis en el hollejo, dos mil mujeres que ya no lo son. Qué trauma
grande nos llevó a un techo común, no sabríamos explicar, pero debió
ser fenómeno, al mismo tiempo devastador. Estábamos condenadas
desde la infancia, escabroso destino. Una vez enfermé de neumonía y
mi queridísima Brenda me tapó la boca y metió mi cuerpo honorable
en una tanque de agua con cal, que sopa tan fría, dijo. Terminé en el
dispensario, allí me quedé sorda, allí perdí la menstruación antes de
tiempo. Qué hacía yo girando por costumbre en este mapamundi.
Dibuje clásicamente esta flor, que quede lo mejor posible, sea flor y
no un sartén con pétalos, que tenga un pistilo de verdad, no una
ganzúa para ver si se me ilumina la vida, para ver si me mejora la
respiración y olvido.

Este país es una desgracia y pero usted traza bien. Caer en manos de
un buen pirograbador es un alivio para mis pensamientos. Al gato
pelviano le ha mejorado el bozo. Imagine lo que significa ir a una
playa y que predomine lo que llevo de presidiaria en la piel. El vulgo
está pendiente de la piel ajena, de la tintura y las pelotas de celulitis,
el rayado del sol y los vellos mal lapidados, entonces cuando ven un
grabado indebido, un gato que es todo un lagarto y unas letras, se
aterran. Esa tipa, dicen, y luego me añaden un repertorio de
figuraciones, calculan que soy chusma ladrona, deducen que lesbiana
iletrada, fumadora de hierba, arriban a esas impresiones por un
simple tatuaje de portada. A mí me gusta el litoral, por el largo
tiempo que no pude recorrer en trusa y descalza la arena, por ese
intervalo en que no pude ver el océano, por el período que no
enjuagué mi karma en agua salina de oleaje irregular. No me importa
lo que piensen de mí, si soy maricona para ellos eso anima mi
indiferencia, siempre iré a la costa aunque me llene de lepra solar.
Seré melancolía todo el tiempo. Dejé muy buenas amigas en la jaula y
siempre hay una extraordinaria entre todas a la que no veré nunca
más. Por Yamila me hubiese hecho otro tipo de mujer pero ella no
quiso. Trabajamos juntas alimentando ocas en una granja. Cuando
hablaba con ella sentía deseos de correr a una iglesia. Usted imagina
lo que significa un tifón llevándose gallinas y puercos del corral,
cambiando la geografía y el firmamento meteorológico hasta el
armagedón, y de repente escuchas de un arpa una música
electroacústica, así era la voz de mi amiga entre el ruido de las ocas.
Cómo es posible que una persona llegue a sentirse bien dentro de un
pozo e incluso llegue a repudiar la libertad. Le hubiese dicho a la
reeducadora, amárrame a las rejas o a una silla, me hubiese sujetado
con grilletes a una tubería para dejar mi puño fijo en las pilas de
letrinas y no salir de ese radio por donde Yamila caminaba con su voz
arpada entre las aves. En cierta ocasión, Brenda, enfrente de todas
las reclusas, un público muy selecto, me escupió la comida y por mí,
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Yamila le pinchó el ojo con un tenedor, le dejó un hueco en la cara por


donde podía colarse el dedo índice. Imagine que el ojo verde saltó de
dolor a mi bandeja y lagrimeó antes de derretirse en los chícharos, si
dices ay, te dejo ciega, aseguró Yamila. Si nos acusas te elimino, dije
yo, le enterré un clavo en el pellejo íntimo y saqué la puya con
sangramiento en su ropa interior.
Yamila estaba condenada a cadena perpetua y mis hijos me
esperaban fuera del penal. No quería que mi hijo Pavel Pascual me
viera con tatuajes, ni tampoco calva de remate, por eso pensé salir a
los extramuros en sotana sarracena, el rostro cubierto por un velo y
con una peluca roja. Llegó mi último día de retiro, mi amiga y yo no
nos despedimos. Si yo fuera varón sería ella mi mujer, por eso me
besó en los labios y se fue corriendo a su colchón. En una cárcel no se
apaga la luz para dormir, pero estoy segura que ha tenido
madrugadas oscuras desde que me arrojaron a empujones de allí.
Mis hijos crecieron de pronto, a Olivia no la reconocía. Debe ser
dramático para Pavel, asumir como madre a una tipa. Ahora soy
bibliotecaria, dije y no me hizo caso. Comencé a tener memoria de las
cosas y recordé que alguna vez tuve amante, pez gordo que se fue
por el caño hasta la alcantarilla. Ese mismo día, cuando el Fiscal me
expulsó del libre albedrío a veinte años de prisión, aquel amante
Ramos se fue con buena puta, bendecido por el Espíritus Santo.
Pavel era ya un hombre. Yo estaba orgullosa de Olivia porque había
ido a Inglaterra. Se la llevó un druida para vivir en Londres. Ella era
feliz en la cáscara, pero por dentro avinagrada y hasta vomitó una
flema. Tenía un dragón marcado en el seno, era tan bello que me dio
envidia, entonces le dije que eso era cosa de putitas. De todos modos
volveré a Londres, dijo, una putita necesita morir de melancolía.

Estuve presa mucho tiempo en una granja, Estuve en cierta ocasión


dieciséis días incomunicada, sin ponerme ropa, premio por mala
conducta. Estrictamente dispuse de una simple telilla que guardaba
mis caderas, casi un pañuelo, el universo de un calabozo. No reprimas
la felicidad, goza como si fuera esto Varadero, me dijo una
uniformada. Por providencia era verano pero llegué a sentir frío
hipocondríaco, microclima bajo un bombillo perenne de 500w. Entre el
mundo y yo solo había un trapillo por el medio. Ese desamparo suele
dar diarreas severas. Usé aquella tela, bordada a modo de bandera,
no para cubrirme sino como cojín para el trasero y protegerme de los
microbios que entran por el ano. Me puse a rezar con los ojos
cerrados para no mirar los paneles de ladrillos espinosos que me
retenían, ni a las inmensas estalagmitas. Era una cámara de piso
ajedrezado, techo muy bajo, no mayor que un closet, madriguera de
fondo de clavos para faquir, o una cápsula cósmica con un
hormiguero concéntrico. El pánico se me subió a la cabeza, tuve
alucinaciones en las que salía de allí a la estratosfera musical, hacia
otras órbitas y llegué a la quinta dimensión, comencé a desafiar la
gravedad y elevé el cuerpo borroso. Me sabía el libro de los Salmos de
memoria, lo repetí mil veces en los dieciséis días. Me acostumbre al
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ayuno total, durante ese tiempo no bebí agua. Estaba previsto un


castigo para tres meses, mas la reeducadora omitió el resto de las
semanas por cuanto devolvía la comida intacta, el agua y el aire que
me daban a respirar. Separen su cuerpo para el consultorio que se va
a deshidratar la cabrona, ordenó ella y vinieron a buscarme con una
camilla. Cuando abrieron el calabozo me encontraron flotando en el
vacío, de modo que parecía enferma grave.
Me llevaron por el túnel central hasta una clínica y por primera vez
sentí sábanas debajo de mi materia semita desde que estaba allí. Era
una camilla ancha y abarcaba la mitad del túnel. Me obligaron a
beber sales hidratantes. Contrario a las leyes naturales por esos días
había aumentado tres kilos de peso y no tuve hambre neurótica. Si de
buenas a primera me puse a comer fue porque me brindaron
garbanzos en el sanatorio. Las legumbres son mi tentación y los
potajes que aprovechan el sabor de las carnes. Me harté luego de
macarrones, pero solo fue por el queso y no por famélica. Según el
médico no tenía anemia ni otro tipo de descompensación. Estaba en
excelente salud para volver a mi castigo aséptico y completar tres
meses de retiro, esta vez escuchando de modo permanente, Radio
Reloj. La reeducadora quería verme de rodillas, reclamando un goteo
de clemencia, pero yo me percataba de que un pañuelo admitía el
tamaño de mi cuerpo y podía rezar sin poner las nalgas en el piso, por
eso le escupí la cara. Ella se puso histérica con el olor de mi saliva y
su mixta estructura. Re-puta, gritó. Me rompió un hueso que tenía
intacto en el abdomen. Con parte del esqueleto fracturado me forzó a
fingir de mujer suya, tuve que hacerlo durante una hora. Que rico
niña, huelo a perfume, ¿te agrado? dijo. Tuve miel de abeja sobre el
gato pelviano y unos labios agudos que fueron como navaja. Usted no
sabe hasta dónde corre la miel que patina por el ombligo y cuánto
afectó mis jugos gástricos. Ese día cumplí dos años de prisión. Desde
entonces tuve la obligación de lavarle la ropa. Todo me huele a formol
y siento deseo de vomitar y protestar, mas contra quién y para quién.

¡Cuarenta dólares!, son muchos, solo tengo veintinueve. Pensé que


iba a tratarme con ganga, pero ya veo cómo tiene la mandíbula. De
buenas a primera se le ha perdido respeto al dinero en el territorio.
Todo el mundo quiere hacerse rico, aunque no de la mejor forma. Yo
nunca he podido reunir mucho efectivo, en este momento tengo la
tierra encima. Si hallara cuarenta dólares en la boca abierta de un
cocodrilo creo que metería la mano. Ahora frente al espejo veo que su
trabajo no es tan bueno y de veinte no pasa para mejor saldo. No soy
mala pagadora de promesas, pero cuarenta es una estocada de
esgrima al pecho. Una rebaja viene como anillo al dedo.
Irrefutablemente ha corregido mi corteza. El arte del dibujo es algo
extraordinario que puede convertir un gato en un alacrán, sin
embargo me quedo debiendo once dólares que es una cifra excesiva.
Una deuda así, de igual modo es otra desgracia. No se disguste por
causa mía.
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Aquella flor parecía una mordida glútea y ahora es de verdad


orquídea, pero analice hasta donde puede la inflación monetaria
llevar a la ruina a una mujer. No es su problema, sin embargo al
menos perdone cinco. El anillo no se lo puedo dejar, ni siquiera
llevarlo a casas de empeño, es un recuerdo de familia para mí y no
una joya. Podríamos llegar a otro acuerdo, le dejo el carné de
identidad y vuelvo para cumplir el domingo. Déme un tiempo
prudencial, o le dejo esta cámara fotográfica, vale igualito once
veinticinco en rebajas de fin de año, pero en agosto vale el doble.
¿Por olerme el ombligo cuánto cobro? No soy prostituta, pero once
dólares te costaría tocarme la mano. Mira este ombligo, (y vamos a
tutearnos de vez en vez) dime si no parece una peseta, mi ropa
interior es de estreno y eso aumenta la tarifa, asimismo el perfume
que llevo encima que es caro y regalo de Serpentina. Tu pubis es
rubio pero de negra, dice Leo, de modo que se estrecha cuando
alguna pieza le camina por dentro, emite una música y un viento
solar que te despoja de toda dureza del corazón. Para ti, mi niño, le
digo. ¿Quieres volverte sumiso ante mí? Te puedo ablandar el herpe
que llevas dentro de la caja de costilla, en el mismo baúl de tu alma,
eso sería demasiado caro, entonces quedaría debiéndome tú. De
modo que si sucediera a mi manera tendrías que llevarme como
vuelto el TV Panda. Pero ahí no terminan los impuestos, tendrás que
pagar además por el gato pelviano mejorado y la orquídea, que ya
son segmentos de mi piel, símbolos que mueven al canibalismo
erótico, por tanto te incitarán a darme golpes por la cara. ¿Por cada
manotazo estarías dispuesto a pagar noventa centavos? Por ser a ti
puedo hacer una rebaja a los precios, menos por la flor por todo lo
demás. Esa flor es la cara de mi madre, si me fijo en los detalles
puedo llorar. Piensa bien si te conviene. Si hacemos el amor me
ahorraré veintinueve dólares y tú morirás de nostalgia, de miel con
blenorragia, quedarás deprimido de manera vitalicia, con tu lepra
congénita no conseguirás mujer de mi volumen. Observa este monte
de venus y dime si has visto topografía igual en tu vida de llagas.
Observa las caderas y dime a cuánto te arriesgas a sufrir cuando me
vaya, piensa bien si repasamos el Cantar de los Cantares en dos
horas y me guardo el efectivo para que te tragues el fenómeno que
puede ser un clítoris bien recortado, con puchas de flores naturales,
sin grillos parásitos. Piensa bien si tu oído está preparado para
escuchar música selecta con sonido electroacústico incorporado, con
una pronunciación estereofónica y ovárica. Piensa bien si el vitiligo te
permite un placer grecolatino y si eres al menos amateur en las
exageraciones de voluptuosidad tropical. Piensa con acierto, porque
cuando yo salga de esta casa, no volveré jamás.

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de cómo puede ser el amor a primera vista

Tatuajes de soles escarlatas bajo las mangas de la blusa, reptiles


delineados en la pelvis, arete exacto en las fibras del ombligo, la
imagen del escudo de Liverpool hacía una marca en la cintura, relojes
escritos y una rama de perejil dibujada cerca de los pezones nuevos,
así era ella. La conocí en la Cinemateca Chaplin, 8:00 PM, muestra del
cine alemán, una cola inmensa para una película que luego no valía el
precio de las papeletas. No había aire acondicionado pero el cine
estaba repleto esa noche de verano. Ya desde entonces me dolía el
pecho, en ocasiones padezco de claustrofobias. Los cigarros
encendidos parecían cocuyos, nadie protestaba por el humo que
ascendía en forma de canoas, por eso decidí fumar a la par de este
público ilustrado. Allí la conocí cuando nos iluminó la luz de la
pantalla. Media hora después supe que era una puta clásica, entonces
nos necesitamos imperiosamente. No fuimos para una casa que era
como una cárcel. Llevaba una peluca rubia con greñas esmeraldas y
el olor a un perfume, desconocido como su color de piel. Era de otra
raza, de una que no figura en las enciclopedias de antropología, un
desnudo rosado que luego no habría cómo nombrarlo, que no me
atrevería ni siquiera a pintar en un lienzo por temor a un escándalo.
En tal caso tendría que plasmar de igual modo su alma, cosa
realmente audaz, me acusarían de tener una imaginación perversa.
Pero aun con todas sus cosas buenas de hembra encima de una cama
bandeja, decidí marcharme de su casa y no dejé rastro alguno. Me fui
corriendo de allí cuando me percaté que ella tenía un ojo tatuado en
cada una de las plantas de los pies y fue entonces que me dije que
eran estas, cosas del demonio, de los cultos satánicos de la Península
Escandinava. Me voy de aquí, me voy de este barrio tóxico. Era casi
una chiquilla, y yo no soy de ninguna manera un aberrado, no sé de
qué modo ella me trajo hasta aquí, luego se reveló en su plenitud
desnuda.
Me hizo preguntas extrañas y conversaba en un castellano redondo,
con deje extranjero claro, pero curiosamente cristalino. Me preguntó:
¿En verdad crees que eres un ser humano? Asentí. ¿Qué te hace
pensar que lo eres, acaso solo por tu exterior, imagen y semejanza de
los otros? Asentí. ¿Crees que soy humana además? Que asco, que
inmensa confusión tienen algunos, al no conocer su naturaleza no
llegan muy lejos.
Qué hago yo aquí, me dije cuando me confesó sus trece años, en qué
momento llegué a este sitio, qué talanquera se abrió para dejarme
pasar a este ajedrez, a esta ciudadela, y qué sustancia en mis
iluminaciones me hizo tan morboso para después poseerla como se
hace con las pollinas. No pertenezco a ningún credo que luego me
haga desmemoriado, pero parece que si, por cuanto olvidaba hasta
mi identidad. En mi vocación de mujeriego nunca había encontrado a
una hija adoptiva de las tierras Transilvanas. No soy una de esas, dijo
ella con acritud, cuando yo pensaba en esas cosas. Pero lo era de
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alguna manera y me había mordido el cuello mientras le llegaba


adentro. No soy un ser real ni tu tampoco, me dijo luego, ya yo estaba
sangrando sirope con el mordisqueo y ella me pasaba la lengua. Era
grande la herida pero sin dolor en la hora de las eyaculaciones.
Su rictus me produjo espanto, sus teticas parecían barnizadas y luego
me dijo, píntame. Me pregunto si era una de esas germanas que
acostumbro a seducir, una de esas a las que siempre les miento. Es
absurdo, pero empecé a sentir miedo, paroxismo, falta de aire en
aquella habitación. Son ridículas las sensaciones que tu me produces,
le dije, entonces su risa fue abominable. Sucede, dijo, que no la tienes
muy grande y estás repleto de complejos, eso evita las correctas
emociones, ¿qué tal si te preparo un laxante? No supe si era
apropiado seguir o no allí, por lo pronto esperé a que se durmiera
para salir al aire libre. Esta mansión me trae malos recuerdos. Es la
casa de mis padres, dijo ella, son embajadores aquí. ¿Embajadores?
Si, ahora andan de viaje, iban a no sé dónde a buscar unos mapas y
unas tablas, ellos me explicaron pero no entendí muy bien el asunto.
Si yo tuviera un mapa, pensé, escogería el camino de regreso a mi
casa. ¿Quieres irte?, preguntó y dije que no. Por tener amores con una
menor me pueden dar cadena perpetua, si habla y se descubre que
es extranjera me pueden pedir paredón. Qué me trajo hasta aquí y
quién me trajo. Píntame, exigió. Duérmete, respondí.
Si no soy un ser humano, entonces qué soy. Me he sentido enfermo
desde entonces, con decaimientos constantes, dolor en las
articulaciones. Me largué por una calle y no paré hasta bien lejos, un
barrio me llevaba a otro, caminé por los mil repartos entre casas
fantasmas. ¿Dónde queda el Cuerpo de Guardia?, le pregunté esa
noche a alguien y me indicó unas cuadras hacia arriba. Si vomité fue
porque no soportaba más los retortijones de estómago y luego
acontecieron las sudoraciones frías, las flojeras en las piernas, la
defecación involuntaria. Más tarde vino el desmayo, la entrada por un
túnel de luces y otras alucinaciones. Cuando desperté estaba aún
sobre el asfalto y era casi madrugada. Nadie se había dignado a
socorrerme, me convertí de pronto en un despojo. Había olvidado mi
nombre y algunas cosas más. No sé de mi ni de los otros. Me dolía el
cuello y si hubiese tenido un espejo hubiese visto una cicatriz
punzante. No fui una persona verdadera ante el trasiego de los
peatones que cruzaban por la cebra debajo del semáforo. ¿Acaso se
puso de manifiesto mi auténtica naturaleza? Habría que redefinir lo
que es un ser humano y lo que no lo es para luego saber quién soy.
En mis calenturas veía los densos espejismos de imágenes de soles
escarlatas, reptiles, relojes escritos, una rama de perejil, la rubia
cabellera con greñas esmeraldas y hasta sentía el olor a un perfume
extraño. Estoy mutando a otra equivalencia, es palpable mi verdadera
decoloración del rostro, ¿dónde vivo? ¿tengo mujer o no? ¿alguien me
reportará como desaparecido en un albergue de policías? Hasta
cuándo puedo estar huyendo y de quién.
Solo recuerdo vagamente que con anterioridad, a veces pintaba unos
cuadros que nadie entendía. Estaban llenos de símbolos que yo
33 y 1/3 glam!

tampoco pude descifrar, pero resulta que es así de incomprensible la


pintura moderna, entre más esotérica más le gusta a los críticos del
arte y ellos tampoco sabrían decir porque suceden esas cosas. Estaba
quizás pintarrajeando un mundo luciferino y colindante, ese sitio de
donde tal vez ella había llegado.
Mete tu mano por aquí, había dicho y lo hice porque era hermosa. Ya
desde entonces no soy el mismo. Cuando llegué al dispensario de
urgencias el médico de guardia me remitió a terapia intensiva.
Aprendí hablar español cuando mis padres eran embajadores en
Cambodia. Hay que ponerle un suero, dijo un médico recién
graduado. ¿Tu crees en las apariciones? Le había dicho a ella que no.
Mejor le ponemos una transfusión de sangre gaseada, oí decir a otro
doctor del elenco. Recordé en ese instante que le pregunté a ella su
nombre y no me lo dijo. El asunto es grave, comentó un cirujano, me
abrió los ojos con un dedo y me alumbró con una linterna las pupilas.
El corazón te puede fallar si un día te enamoras de mi, me dijo ella
cuando la conocí. Me hicieron un electrocardiograma en un papel
pautado y luego supe por unas voces lejanas que las cosas andaban
mal. ¿Está infartado este hombre?, preguntó una enfermera Alma
Negra a boca de jarro. Calamitoso destino, en cierta ocasión aquella
chiquilla me preguntó si volveríamos a vernos y le dije a secas que
no, soy muy viejo para eso. Nunca me he enamorado de una diabla
sin nombre, juro que no estoy mintiendo. Me gusta el resabio de tu
sangre, me dijo. Ahora me punzaba un poco su mordedura maliciosa,
redonda como la tapa de un pomo. No quise verla jamás. Estás más
pálido que un ruso, me dijo en broma otra enfermera que doblaba el
turno. Yo hice un esfuerzo y le devolví la sonrisa. Aterrado. Empecé a
hablar en ese momento cosas sin sentidos. Me gustan las películas
del ciclo alemán, referí cuando no venía al caso decirlo. Ella me miró,
se rascó la cabeza e hizo una mueca, este es el delirio que antecede
a la muerte, pensó de seguro. Minutos después, mi cuerpo
transmutaba ante su propia vista mientras se puso a tararear un
bolero y a prepara una jeringuilla, sin advertir nada de nada, sin
percibir mis nuevos pálpitos ni el poderío extremo de mis músculos y
nervios. Ni siquiera se le ocurrió preguntarme el nombre. Ni siquiera
supo que me complacía el perfume caro que traía en el cuello.
33 y 1/3 glam!

replay
33 y 1/3 glam!

abel arcos
(la habana, 1985)

lo que ellas buscan

En esos días yo me sentía bien con el trabajo del hospital, Dan me


dijo que necesitaban enfermeras y que mis cuatro años de carrera
bastaban para serlo. Le dije que no, que prefería la sala de autopsias
y ella movió lo suyo para que me admitieran; Dan se hizo una buena
doctora.
Trabajaba en el turno de la noche y lo mío consistía en limpiar lo que
dejan los forenses. Me gustaba el color de la luz que baja de las
lámparas colgadas del techo, me parecía un cuarto de interrogatorio
solo que sin tipos, los tipos casi siempre están de más. A eso de las
cinco subía a la cafetería a desayunar y después volvía a pie a la
casa. Vivía sola y por eso todo me sentaba bien, las caminatas de
madrugada y los turnos de noche y fumar en la cama hasta quedarme
dormida todo el día.
–No es bueno eso que te haces, –me decía Dan.
–¿Qué? –No había hecho muchas cosas buenas conmigo y no supe de
qué hablaba.
–Eso. –Dijo señalándome y me miré el cuerpo flaco, traía una bata
corta y transparente.
–Aún estoy en la línea –le dije–, eso es lo que importa.
Dan estuvo en la línea también, me gusta recordarla así, justo en la
línea cuando estábamos en la facultad.
–Yo la he perdido.
–Has perdido muchas cosas –le dije–. Soy su amiga y puedo serle
sincera.
–Ahora tengo hijos.
–Son lindos tus hijos, uno de estos días me paso a verlos.
Aquella vez Dan me preguntó porqué tenía que dejarlo todo a medias
y en ese momento le hice creer que era por Joe, irme a vivir con Joe,
eso le dije que quería y fue algo razonable.
–Puedes terminar la carrera antes de casarte.
–No puedo esperar más, –le dije–, y luego dejé la facultad. Me buscó
para su boda y para cada uno de sus hijos y fui a verla convertirse en
esposa y madre, en ese orden. Siempre me tuvo al tanto de lo suyo y
por eso le agradó la idea de que volviera a su lado cuando la llamé
por lo del trabajo.
–Igual que en la facultad, juntas de nuevo.
–Sí, solo que ahora tienes hijos y marido.
–Eso cambia las cosas, lo sé.
33 y 1/3 glam!

–Así mismo.
Llevaba el pelo corto y teñido como lo tienen las mujeres maduras y
ropa ancha y larga para disimular las libras de más. El día de mi
regreso pasó la noche conmigo, dijo que había dejado los niños con la
suegra y su esposo regresaba tarde, así que compramos un par de
botellas y nos emborrachamos.
–Este vino es mejor que el de la facultad –decía–. Habíamos
comenzado a bailar en la sala y se veía feliz. Se quitó la ropa y yo la
mía, entonces me enseñó las grietas que dejan los partos en el
abdomen.
–Mary fue una cesárea –dijo sobándose la panza y yo no pude
mostrarle nada en la mía, aún se mantenía lisa y firme.
–¿Crees que me veo mal?
Y se reía al decirlo, todo parecía una broma.
–No –le dije–, eres toda una mujer adulta.
–Sé que soy una mujer, te pregunto si me veo bien.
–Te ves bien –le dije. Cayó sentada en el sofá y se pasó las manos por
la cabeza como si extrañara el pelo rizo que antes le caía cara abajo.
–Él no lo piensa así –dijo sin mirarme, la música seguía andando.
–Los esposos hacen eso, cansarse de lo mismo.
–¿Y tú que sabes? Nunca te has casado.
–Lo sé. –Dije sin dejar de mirarla ahí sentada en su blumer anticuado.
–Debería usar uno de estos, –dijo y tocó el mío– a mi marido le
gustaría uno de esos.
Después de eso se fue, le había pedido que se quedara, esa noche
me entraron ganas de verla dormir a mi lado como antes y dijo que
no, que a los maridos no les gusta que sus esposas duerman fuera y
la dejé ir, ella lo dijo, yo no sabía nada de matrimonios.
–Ayer dejaron sobre la mesa una pierna de mujer y pude ver de cerca
la parte del muslo.
Eso le contaba yo con un cigarro encendido y ella al borde de la cama
viéndome aún en la bata de dormir.
–¿Era vieja?
–Cómo nosotras, las venas habían empezados a salirles por encima
de la piel.
Dan me había visto desnuda cuando llegué y ahora lo hacía.
–Tú no las tienes afuera –me dijo.
–Entonces cómo tú.
Las cosas fueron así desde que regresé y no quise dejarlas seguir por
ese camino. Me dijo que no quería llegar tarde por algo así y la
despedí en la puerta. De noche iba andando al hospital y me crucé
con Dora y me dijo que tal y yo a ella lo mismo y seguí calle arriba,
ella fue del grupo en la facultad, Dan me contó que se había casado y
todo eso. Salía uno de los forenses cuando entré, un rubio raro que
me miraba las piernas cómo si estuvieran tiesas bajo la luz que
bajaba del techo. Lo de raro lo decía Dan, miraba piernas de la forma
33 y 1/3 glam!

que lo hacen los tipos comunes y eso bastaba. A eso de las doce bajó
Dan a verme y nos sentamos a fumar en la escalera.
–¿Como está la noche?
–Hoy vaciaron una niña.
–Pobre.
–¿Quién?
Me miró sorprendida y apagó el cigarro en el escalón.
–Pensé que hablabas del forense – le dije–, lo suyo debe ser difícil.
–A ese tipo extraño eso le debe gustar.
Me quedé en silencio, era mejor así y al rato escaché el cigarro en mi
escalón.
–Nunca me contaste que pasó con Joe, se iban a casar ¿no?
–Aquello se aburrió rápido y decidimos no hacerlo.
–Tú o él –preguntó ajustándose la bata blanca sobre el pecho.
–¿Y eso qué importa?
Del piso de arriba nos llegaba suave una luz de lámpara, pensé que
bien podríamos ser niñas vacías en la camilla de la sala de autopsias.
–Fernando piensa que ya no sirvo.
–Tu marido es el que no sirve.
–No hables así –dijo calmada–, solo estamos pasando por un mal
momento.
–¿Tú o él? –le dije y eso fue suficiente para verla subir de vuelta a su
guardia, la bata blanca se balanceaba de un lado a otro y mientras lo
hacía la saya no dejó ver nada de tan larga.
Al mediodía me despertó el teléfono.
–No aguanto más esto –dijo del otro lado.
Sentía hambre y pensé en preparar algo al colgar.
–Vente –le dije–, ya haremos algo para eso.
A la media hora se apareció de ojos húmedos y la senté a mi lado en
el sofá, puso su cabeza en mi hombro y me cruzo el brazo por el
vientre.
–Mi vida es una mierda.
–Puedes comer algo, hice unos espaguetis.
–No quiero nada.
–Entonces te puedo prestar uno de mis vestidos y perdernos en algún
bar.
No sabía qué más podría ayudarla y por ahí debía haber un buen
lugar para pasar la tarde.
–Eso lo hacen los hombres –dijo riendo.
–Yo lo hago.
–Lo sé, debería ser cómo tú, podrías traerte a ese rubio raro que vacía
cuerpos y hacerlo toda la noche como si nada.
–En las noches trabajo.
Volvió a reír, sin ganas esta vez, como si estuviera guardando fuerzas
para algo mejor.
33 y 1/3 glam!

–Una vez lo hice.


Dijo sin sacar la cara de mi cuello, podía sentir su respiración caliente
debajo del mentón.
–¿Qué? –yo reía ahora.
–Eso, buscarme un amante.
–¿Y? –aquello sí que era una sorpresa.
–No pude, ya te lo dije, no soy como tú.
Estuvo por unos minutos sobre mí y yo acariciaba su pelo corto y ella
mi vientre firme.
–¿No has pensado nunca en ser un hombre?
No esperaba esa, así que le demoré mi respuesta, ahora había subido
la cabeza y sus ojos me daban de frente.
–Podrías serlo, –le dije–, tu nombre sirve para ambos bandos.
–Sí, es el femenino de Daniel.
–Daniel bien podría ser el masculino de Daniela.
–No lo creo –dijo al final.
Vino la hora de recoger a los niños y se me quitó de encima
dejándome caliente esa parte del cuerpo.
– Me has ayudado mucho.
–Es lo menos que puedo hacer por ti. –Le dije y la abracé antes de
dejarla ir.
Me di una buena ducha y me senté desnuda en la cama a fumar y
empecé a pensar en mi vida, en eso que hacía conmigo que decía
Dan. Intenté sentir remordimiento o miedo o cualquiera de esas cosas
y no pude, solo me entraron ganas de dormir hasta la noche.

replay
33 y 1/3 glam!

pedro marqués de armas & catarina costa


(la habana, 1965 / coimbra, 1985)

variaciones sobre Francesca Woodman


“then at one point i did not need
to translate the notes; they went
directly to my hands”

*
mientras sostiene la columna con una espina de plástico
vigas la atraviesan

la nunca irradia
encima de la vertebración

*
avanza por la espina hasta el harpa
ahora en paralelo

*
arranca el papel de pared con su floración muerta
y luego se cubre de plancton

donde la morfología se degrada


en el plano del vientre
aflora el ícono

*
¿y si el ángel no sobreviene
y apenas queda la extensión
emblanqueciendo?

el oscuro paraguas
en la inutilidad del limbo
contra la luz cruda del estudio

*
al margen del tabique
el miedo flexiona las rodillas
mete para dentro los pies
las manos en un arte de desnudamiento
33 y 1/3 glam!

contra el desencanto de la técnica

dispuestas en el piso
losas mínimas
-lapidares-
recuerdan el oficio

*
la cal baja por el corpo
y lo embarra de una película que culmina en los dedos
con anillos de crecimiento que desatan la vejez
la mirada desafía el mapa genético

*
sobre el tablero fractal
oculta el rostro detrás de una esfera lisa
en el asombro de la especie

¿será que vio desde el hipocampo


la otredad de una tortuga que avanza por las eras?

*
no serán arcadas de tinta
las que impidan el paso hacia el cielo

en caligrafía común la letra A


es clave-de-sol

cuando se retuerce para tomar aire


el ángel se eleva

*
entre puntas de grava
el vestido de pintas es el último aliño
de aquella que se tapa la boca para ofrecerse

ningún adorno:
la pintura cargada de los ojos
pertenece al sombreado de la suerte

*
en la anticipación de la muerte
se enfilan los haberes
en envoltorios vitelinos
33 y 1/3 glam!

desenfocada en el ángulo
mal se distingue si vuelve por la madre
o por el plástico mortúorio

*
impulsada hacia arriba por la luz
distante de la vieja silla
las manos son el accesorio de sustento

para un disturbio de la geometría


se alza cubriendo la cara a través de la corriente
a tres palmos del rodapié

cuando se tire por la ventana


no levitará

*
en la amplitud del tabique hay una tela que nada projecta

donde sería la sombra del cuerpo una silueta ajena


marca de carbón disociada en el umbral del claro

para no pisarlo los miembros se retraen en rito atávico


dejando espacio a la Umwelt

es así que se piensa la falla de lo real


mientras la pose todavía perdura

*
con apreensión de marionetista
las manos mueven la ausencia de un engendro
tan poderoso que abre una porta hacia la oscuridad

recelosas ante la brecha


hunden los hilos en el hermetismo de los vínculos

sin nada más tangible que urdir


la maestría se perpetúa
hasta olvidar el encantamiento

*
aureolada en antiguas contiguidades
se fija la imagem de aquella que está por llegar

con manos engrandecidas abre en vano


la compuerta intermedia que la llevaría a lo real
33 y 1/3 glam!

desencajada en los umbrales


no puede recorrer el recinto
entre el caño y el calentador

*
ofuscada por el paisaje de barrotes
salta en el almacén con velos artesanales

en la parálisis de los fenómenos


termina desvaneciéndose
como si cayera desde lo alto

replay
33 y 1/3 glam!

rudy rucker
(kentucky, 1946)

un manifiesto transrealista

En esta pieza me gustaría abogar por un estilo de escritura de ciencia-


ficción que llamo Transrealismo. El Transrealismo no es tanto un tipo de
ciencia-ficción sino más bien un tipo de literatura de vanguardia. Creo
que el Transrealismo es el único enfoque válido hacia la literatura en este
punto de la Historia.
El transrealista escribe sobre percepciones inmediatas de una manera
fantástica. Cualquier literatura que no trate sobre la verdadera realidad
es débil y enervada. Pero el género de realismo puro está gastado.
¿Quién necesita más novelas puras? Las herramientas de la fantasía y la
ciencia ficción ofrecen medios para espesar e intensificar la ficción
realista. Usando aparatos fantásticos es realmente posible manipular el
subtexto. Las herramientas conocidas de la ciencia-ficción —viajes
temporales, antigravedad, mundos alternos, telepatía, etc.— son, de
hecho, simbólicos de modos arquetípicos de la percepción. Viajar por el
tiempo es memoria, volar es instrucción, los mundos alternativos
simbolizan la gran variedad de vistas panorámicas individuales, y la
telepatía está por la habilidad de comunicarse completamente. Este es el
aspecto “Trans”. El aspecto del “realismo” tiene que ver con el hecho de
que una obra de arte válida debería tratar el mundo de la forma en que
realmente es. El Transrealismo trata de hablar no solo de la realidad
inmediata, sino también de la realidad más alta en donde la vida está
empotrada.
Los personajes deberían estar basados en gente real. Lo que hace que el
género de ficción standard sea tan insípido es que los personajes son
obviamente marionetas de la voluntad del autor. Las acciones son
predecibles, y en el diálogo es difícil diferenciar a los personajes cuando
hablan. En la vida real, la gente que te encuentras casi nunca dicen lo
que tú esperas o quieres que digan. A lo largo de un largo y doloroso
contacto, llevas simulaciones de tus conocidos en tu cabeza. Estas
simulaciones se imponen en ti desde afuera; no reaccionan ante
situaciones imaginarias como podrías desear. Cuando dejas que estas
simulaciones conduzcan a tus personajes, puedes evitar el apagado de
deseos mecánicos. Es esencial que los personajes estén de alguna
manera fuera de control, como la gente real —porque ¿Qué puede
aprender alguien leyendo sobre gente inventada?
En una novela transrealista, el autor usualmente aparece como
personaje real, o su personalidad está dividida entre varios personajes.
Mirándolo así, esto puede sonar egotista. Pero yo diría que usarse a uno
mismo como personaje no es realmente egotista. Es una simple
necesidad. Si estás escribiendo sobre percepciones inmediatas,
¿entonces que otro punto de vista aparte del tuyo es posible? Es mucho
más egotista usar una versión idealizada de ti mismo, una versión
fantaseada, y tener a este seudo-ente ejerciendo su voluntad sobre un
33 y 1/3 glam!

puñado de esclavos flexibles. El protagonista transrealista no se presenta


como una superpersona. Un protagonista transrealista es tan neurótico e
inefectivo como nosotros mismos solemos ser.
El artista transrealista no puede predecir la forma final de su obra. La
novela transrealista crece orgánicamente, como la vida misma. El autor
solo puede elegir personajes y escenarios, introducir este o aquel
particular elemento fantástico, y centrarse en ciertas escenas clave.
Idealmente, una novela transrealista se escribe en la oscuridad, y sin un
bosquejo. Si el autor sabe precisamente como su libro se desarrollará,
entonces el lector presentirá eso. Un libro predecible no es de interés. De
todas formas, el libro debe de ser coherente. Concedido, la vida no
siempre tiene sentido. Pero la gente no leerá un libro que no tenga
trama. Y un libro sin lectores no es una obra efectiva de arte. Una novela
exitosa de cualquier tipo debería arrastrar al lector junto a ella. ¿Cómo
es posible escribir un libro así sin trama? Se puede crear una analogía
con el trazado de un laberinto. Al dibujar un laberinto, uno tiene un
principio (personajes y escenario) y ciertas metas (escenas clave). Un
buen laberinto obliga al traceador a seguir las metas de una forma
coherente. Cuando dibujas un laberinto, empiezas con cierto sendero,
pero dejas un montón de aberturas donde otros senderos puedan
encajar. Al escribir una novela transrealista coherente, incluyes un
número de acontecimientos sin explicar a lo largo del texto. Cosas que
no sabes que hacen allí. Después doblas hilos de la narrativa ramificada
para enlazar esos nodos. Si no hay algún nodo disponible para cierto
lazo, vuelves hacia atrás e insertas ese nodo (borrar un pedazo de pared
en el laberinto). Aunque la lectura es lineal, la escritura no lo es.
El Transrealismo es una forma artística revolucionaria. Una de las
principales herramientas en el control de pensamientos masivo es el
mito de la realidad consensuada. Mano a mano con este mito va la
noción de una “persona normal.”
No hay gente normal —solo échenle un vistazo a su familia, a la gente
que pueden llegar a conocer mejor. Todos son raros en algún nivel bajo la
superficie. Pero la ficción convencional muy comúnmente nos muestra
gente normal en un mundo normal. Mientras trabajes bajo la sensación
de que eres el único tipo raro, entonces te sientes débil y apologético.
Estás ansioso por seguir la corriente del establishment, y te asusta un
poco hacer olas —y ser descubierto. La gente de verdad es rara e
impredecible, por eso es tan importante usarlos como personajes en vez
de los muñequitos de papel imposiblemente buenos y malos de la
cultura de masas.
La idea de deshacer la realidad consensuada es aún más importante.
Aquí es donde las herramientas de la ciencia-ficción son particularmente
útiles. Cada mente es una realidad en sí misma. Mientras la gente pueda
seguir siendo engañada con la realidad del noticiero de las 6:30, pueden
seguir siendo conducidos como ovejas. El “presidente” nos amenaza con
la “guerra nuclear” y, frenéticos por miedo a la “muerte” vamos
corriendo a “comprar bienes de consumo.” Cuando de hecho, lo que
realmente sucede es que apagas la TV, comes algo, y te vas a caminar,
con infinitamente muchos pensamientos y percepciones mezclándose
con infinitamente muchas entradas.
Siempre habrá un sitio para la literatura de escape de ciencia-ficción de
género. Pero no hay razón para dejar que este severamente limitado
33 y 1/3 glam!

modo reaccionario condicione toda nuestra escritura. El Transrealismo es


el sendero para una verdadera ciencia-ficción artística.

(de The Bulletin of the Science Fiction Writers of America, #82, Invierno, 1983)

replay
33 y 1/3 glam!

slawomir mrozek
(cracovia, 1930)

el informe

Es precisamente la falta de cultura lo que hace que reine la


superstición en nuestra aldea abandonada de la mano de Dios. Yo
tendría que salir ahora al patio para una necesidad urgente, pero allí
revolotean, como hojas en octubre, bandadas de murciélagos de
largas orejas; chocan con sus alas contra los cristales de la ventana, y
tengo miedo a que uno de ellos, Dios nos libre, se me enredara entre
los cabellos. De manera que me quedo sentado aquí, sin salir al patio,
aunque la cosa urge, y les escribo este informe a ustedes, camaradas.
Por lo que se refiere a las entregas de trigo, sabrán que desde que el
demonio apareció en el molino y saludó con su gorro, las entregas
han disminuido. Era un gorro de colores: encarnado, azul y blanco,
con un letrero que decía “Tour de la Paix”, en francés. Desde
entonces, los campesinos van a dar un rodeo para no pasar por el
molino; pero el molinero y su mujer estaban tan tristes que se
emborracharon y ya todo parecía que volvía a estar como antes
cuando, de pronto, el molinero regó con vodka a la molinera y le
prendió fuego. Luego echó a andar sin rumbo hasta que llegó a la
Escuela Popular Superior, donde ahora estudia marxismo porque,
como él mismo dice, está harto de lo irracional y quiere tener algo
con que poderlo combatir.
Pero la molinera ardió y nosotros tenemos una pesadilla más.
Camaradas, sabrán que, por las noches, soplan por aquí unos vientos
muy extraños; tanto es así que a uno se le encoge el corazón. . unos
dicen que es el espíritu del pobre Karasz que se queja de los kulaks;
otros creen que es el kulak Krzywdon que, después de muerto, sigue
lamentándose de las entregas obligatorias. Se trata, pues, de una
lucha de clases normal. Mi choza se halla sola, precisamente a la
entrada del bosque. La noche es negra, el bosque es negro y mis
pensamientos parecen cuervos. El otro día mi vecino Jusienga estaba
sentado encima del tronco de un árbol, en el claro del bosque,
leyendo los “Horizontes de la técnica” cuando, de pronto, sintió un
dolor en los riñones que le tuvo tres días sin poder andar ni estar
sentado.
Les pido consejo, camaradas. Vivimos completamente solos en este
país, rodeados únicamente de llanuras y de túmulos.
Un leñador me contó que, en las noches de luna llena, por los
caminos y veredas del bosque andan cabezas sin tronco, que se
persiguen, entrechocan sus frentes heladas y gimen como si quisieran
ir a alguna parte. Pero en cuanto amanece, desaparecen como si tal
cosa. Entonces solo susurran los abetos, pero muy bajito, porque
33 y 1/3 glam!

también tienen miedo. ¡Dios mío! Por nada del mundo saldría yo
ahora afuera, y que conste que tengo grandísima necesidad de
hacerlo.
Y con todo ocurre lo mismo. Ustedes me dicen “Europa”. Pero cuando
aquí dejamos la leche fuera para que se agrie, comparecen unos
enanos jorobados que se mean en los cazos.
Un día, la vieja Gluslowa se despertó bañada en sudor. Mira y ve que
encima del edredón está sentado el pequeño crédito que, antes de las
elecciones, se destinó a la construcción de un puente y que,
inmediatamente después, desapareció sin los santos sacramentos.
Allí está, verde como una lechuga; se echa a reír y la estrangula. La
vieja grita. Pero nadie acude, porque ¿cómo va a saber quién grita y
por qué motivos lo hace?
Y en el lugar donde tenía que estar el puente se ahogó un artista,
precisamente porque no estaba. Solo tenía dos años, pero era un
verdadero genio y si hubiese llegado a mayor lo habría comprendido y
explicado todo. Pero ahora sólo revolotea por las noches y brilla como
una luciérnaga.
Es evidente que todos estos casos dejan sus huellas en nuestra
mentalidad. La gente cree en fantasmas y brujería. Ayer mismo
encontraron un esqueleto detrás del corral de Moczasz. El párroco
asegura que es un esqueleto político. La gente cree en los espíritus de
los ahogados, en pesadillas e incluso en brujerías. En efecto, vive por
aquí una anciana que retira la leche a las vacas y les da la plica. Pero
nosotros queremos ficharla para el Partido, porque así les quitaremos
un argumento a los enemigos del progreso.
Dios mío, que manera de mover las alas tienen eso bichos, como
vuelan y silban “pi, pi”, y otra vez “pi, pi”. No, aquí no es como en las
casas grandes donde uno está seguro bajo techo y no necesita ir
hasta el lindero del bosque para liquidar sus necesidades.
Pero eso no es aún lo peor. Lo más terrible es que ahora, mientras
estoy escribiendo esto, se ha abierto la puerta y ha aparecido por ella
el hocico de un cerdo que me mira y me mira de un modo muy raro…
¿No se los había dicho al principio, que aquí las cosas no son como en
todas partes?

●●●

el proceso

Gracias a tenaces esfuerzos y un trabajo infatigable se pudo alcanzar


finalmente el objetivo. Todos los escritores quedaron uniformados,
encuadrados en categorías y secciones. Con ello se suprimieron
definitivamente el caos, la falta de criterios coordinadores, los
divismos insanos y la confusión e indecisión que hasta entonces había
33 y 1/3 glam!

imperado en el arte. Los uniformes habían sido diseñados en la


central; la división en grados y distritos era el fruto de una larga labor
preparatoria realizada por el comité supremo. A partir de aquel
momento, cada miembro de la asociación de escritores estaba
obligado a vestir de uniforme: anchos pantalones color violeta,
galoneados, guerrera verde, cinturón y chacó. A pesar de su aparente
simplicidad este uniforme permitía múltiples variaciones. Los
miembros del comité supremo llevaban tricornio con galones
plateados. Los presidentes ceñían espadín, los vicepresidentes puñal.
Todos estaban encuadrados en formaciones según su especialidad
literaria. Se formaron dos regimientos de poetas, tres divisiones de
prosistas y un cuerpo auxiliar, integrado por distintos elementos. Los
más afectados por el nuevo orden fueron los críticos, ya que una
parte de ellos fue a parar a las galeras y el resto a la gendarmería.
Los grados iban desde soldado raso a mariscal, y se atribuyeron
teniendo en cuenta el número de palabras publicadas por cada
escritor, el ángulo de flexión de su espina dorsal política, su edad y
los cargos desempeñados en el gobierno o en la administración local.
Para distinguirlos se adoptaron insignias de color.
Las ventajas del nuevo orden eran evidentes. Ahora todo el mundo
sabía inmediatamente cómo calibrar a un determinado escritor. Era
indiscutible que un general-escritor no podía escribir novelas malas y
que las mejores tenían por autor al mariscal-escritor. Al coronel-
escritor se le podían escapar algunos errores, pero de todos modos
tenía mucho más talento que el comandante-escritor. Las editoriales
lo tenían ahora muy fácil. Podían calcular el porcentaje exacto de
superioridad editorial de la obra de un brigadier-escritor sobre la de
un teniente-escritor. La cuestión de los honorarios estaba sujeta a los
mismos principios.
Naturalmente, un capitán-crítico no podía juzgar la obra de un autor
del grado de comandante-escritor para arriba. Y sólo un general-
crítico podía expresar una opinión negativa sobre una obra de un
coronel-escritor.
También exteriormente ofrecía el nuevo orden muchas ventajas. En
todos los desfiles, en los que antes los escritores –en contraste con
las asociaciones deportivas– parecían todos iguales, brillaban ahora
sus charreteras. Brillaban los galones, los espadines y los puñales de
los presidentes y vicepresidentes, los chacós de toda la división. La
popularidad de los escritores aumentó enormemente.
Planteó dificultades el encuadramiento de un escritor salvaje, cuyas
obras si bien estaban en prosa, eran demasiado cortas para ser
consideradas como novelas y demasiado largas para ser incluidas en
la categoría de cuentos. Por otra parte se dijo que esta prosa era lírica
y tenía un carácter satírico; otros consideraron que el salvaje escribía
folletines que, en realidad, no eran relatos, sino que tenían las
características del ensayo británico. No se le podía encuadrar ni en la
prosa ni en la poesía y, por otro lado, no valía la pena inaugurar una
sección nueva sólo para él. Algunos propusieron que se le excluyera.
Finalmente se le dio, para distinguirle, un pantalón color naranja, la
33 y 1/3 glam!

categoría de soldado raso y se le dejó en paz. Todo el país vio el él


una deshonra. Su expulsión no hubiera sido nada inusitado. Ya antes
había habido que expulsar a algunos escritores porque, dada su mala
constitución física, no hacían buen efecto vestidos de uniforme.
Pero pronto pudo el público convencerse del disparate que había sido
admitir aquel salvaje en las filas de la asociación. Provocó un
escándalo que ofendió profundamente los hermosos y brillantes
principios de la autoridad.
Un día, por uno de los bulevares de la capital, caminaba un conocido
y respetado teniente general-escritor. En dirección contraria iba aquel
soldado-escritor, con su pantalón color naranja. El teniente general-
escritor lo miró con desprecio, esperando que el otro le saludara.
Pero, de pronto, vio en el chacó del soldado-escritor la más alta
condecoración que sólo llevaba el mariscal-escritor: un pequeño
botón rojo. El respeto a la jerarquía estaba tan profundamente
arraigado en el espíritu del teniente general-escritor que no se detuvo
a hacer consideraciones acerca de lo inusitado de su descubrimiento
y en lugar de ello se cuadró y saludó con gran respeto el primero.
Asombrado, el soldado-escritor se inclinó tan profundamente que la
mariquita que se había posado sobre su chacó y que el teniente
general-escritor había tomado por el distintivo de la máxima
categoría abrió sus alas y se fue volando. Furioso y humillado, el
teniente general-escritor mandó a comparecer inmediatamente al
crítico de servicio. Este condujo al soldado-escritor al cuerpo de
guardia de la casa de la literatura, donde tuvo que entregar
inmediatamente la pluma estilográfica.
El proceso se celebró en el palacio de Bellas Artes de la metrópoli. En
el largo salón de mármol brillaban las charreteras de los jueces. El
generalato había tomado asiento ante una mesa de caoba y oro, cuya
superficie lisa relucía con los reflejos de las condecoraciones e
insignias. Al soldado-escritor de los pantalones color naranja se le
acusaba de haber usado indebidamente un distintivo que no le
correspondía por su categoría.
Pero el acusado tuvo suerte. La víspera del proceso se había
celebrado una sesión del consejo de cultura. En ella se había
censurado la falta de espiritualidad de la actitud adoptada para con
los artistas y la reglamentación administrativa del arte. El eco de esta
discusión se dejó sentir también en la sala del proceso. El propio
vicemariscal de escritores-críticos tomó la palabra.
–No debemos proceder burocráticamente contra el acusado, sino que
debemos penetrar en el meollo del asunto. No cabe duda de que nos
hallamos ante un ataque contra los principios a los que, pese a
algunos defectos, debemos el brillante auge de nuestra literatura.
Pero ¿podemos afirmar que el acusado sea en el fondo un criminal
consciente y activo? Tenemos que investigar más a fondo para llegar
a las causas y no conformarnos con los efectos. ¿Quién puso al
acusado en tan triste posición? ¿Quién fue la causa de su depravación
y de su falta básica de conciencia? ¿Cuál fue el ambiente que provocó
esta crisis? ¿A quién debemos castigar para evitar en el futuro este
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tipo de procesos? No, colegas, el acusado no es el principal culpable.


Fue sólo un instrumento en manos de la mariquita. Atizado por el odio
contra los principios de nuestra nueva jerarquía, este animal ardía en
furia al contemplar nuestros logros que debemos precisamente a la
absoluta claridad de nuestros criterios y a la perfecta organización de
nuestra vida social, y se posó traidoramente en el chacó del acusado
para imitar allí el distintivo del mariscal. Para este animal, nuestra
jerarquía era un verdadero puñal clavado en el corazón. Castiguemos
el brazo pues, y no la ciega espada.
El discurso fue considerado como una victoria contra las raíces del
mal. Se rehabilitó al soldado-escritor y se incoó un nuevo proceso,
esta vez contra la mariquita.
Un destacamento de críticos enviado al jardín encontró al animal
sobre una hoja de lila, tramando sus inodoros planes. Al verse
desenmascarado, no opuso resistencia. Su proceso se celebró
también en la sala de mármol. Se colocó la mariquita encima de la
mesa de caoba y se la cubrió con un vaso de cristal para que no
huyera volando. Todos abrieron desmesuradamente los ojos para
poder contemplar la motita roja sobre la oscura superficie de la mesa.
Impertérrita en su maldad, la acusada guardó hasta el final un
silencio sospechoso.
Al día siguiente a la madrugada fue ejecutada, con la ayuda de la
última novela en cuatro tomos del mariscal-escritor, publicada en
papel couché y muy buen encuadernada. Uno tras otro, se dejaron
caer los cuatro tomos sobre la acusada, desde un metro y medio de
altura. Probablemente no sufrió mucho.
Pero el soldado-escritor del pantalón color naranja no pudo librarse de
que, a pesar de todo, se sospechara su complicidad con la criminal, e
incluso que tuviera con ella otro tipo de relaciones, ya que se echó a
llorar cuando se enteró de la sentencia, y pidió que dejaran en
libertad a la mariquita y la soltaran en el jardín.

●●●

liliputienses

Había una vez un teatro de liliputienses que se presentó bajo el


nombre de “Diminuto”. Era una compañía sólida y estable que daba
por lo menos cuatro representaciones por semana y se enfrentaba
audazmente con los problemas contemporáneos. No es pues de
extrañar que un día se viera elevada a la categoría de teatro de
liliputienses modélico por el Ministerio de Cultura y obtuviera un
nombre nuevo que pronto se popularizó: el “Diminuto Central”. Esto
significaba unas condiciones de trabajo mucho más favorables; y todo
liliputiense, fuera aficionado o profesional, soñaba con obtener un
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puesto en este teatro. Pero la compañía estaba completa y contaba


con figuras excelentes. Una de sus estrellas más notables era un
liliputiense que, por ser el más pequeño, desempeñaba los papeles de
galán joven y protagonista. Ganaba mucho dinero, tenía éxito y los
críticos teatrales subrayaban repetidamente su magnífica técnica.
Una vez hizo el Hamlet de modo tan perfecto que el público, a pesar
de que el actor estaba en el escenario, no le vio en absoluto, tan
perfecto y excepcionalmente pequeño como era. ¡Social en el
contenido y liliputiense en la forma! Si el teatro se sostenía, puede
decirse que se lo debía principalmente a él.
Pero un día que se estaba maquillando en su camerino –era antes del
estreno de Boreslaw el Audaz, en el que debía representar el papel
principal– se dio cuenta de que el espejo no reflejaba la corona de oro
que llevaba en la cabeza. Al cabo de un momento, al salir, chocó con
la corona contra el dintel de la puerta, de tal manera que se le cayó al
suelo, rodando con el mismo ruido metálico que si fuera un cubo para
el carbón. Él la recogió y se dirigió al escenario. Cuando después del
primer acto volvió al camerino, se agachó instintivamente. El edificio
del “Diminuto Central” había sido construido especialmente para la
compañía y según sus medidas, con subvenciones, mármol y arcilla
artificial que se había traído desde Novosibirsk.
Boreslaw el Audaz se representó varias veces. Nuestro actor se
acostumbró a agacharse cada vez que entraba o salía del camerino.
Pero un día captó la mirada del viejo peluquero de la compañía, que
era también liliputiense, pero no de los más pequeños, y que por eso
sólo pertenecía al personal auxiliar; era un hombre amargado y lleno
de envidia. Su mirada era observadora y sombría. El actor entró en
escena con cierta desazón. Y este sentimiento no le abandonó ya
más. Con él se despertaba y con él se dormía, aunque intentara
olvidarlo. Hacía como si no se diera cuenta y se defendía
secretamente contra la sospecha que empezaba a nacer en él. Pero el
transcurso del tiempo no le traía alivio. Al contrario. Por fin, tuvo que
agacharse al salir del escenario incluso cuando llevaba la cabeza
descubierta. En el pasillo tropezó con el peluquero.
Decidió enfrentarse cara a cara con la verdad. Bastó que se midiera
rápidamente detrás de la cortina corrida de su elegante y diminuto
camerino para ver lo que ocurría. No cabía dudas: crecía.
Pasó la noche frente a un vaso de grog, como paralizado en su sillón,
mirando fijamente la fotografía de su padre, que también era
liliputiense. Al día siguiente se hizo rebajar los tacones. Tenía la
esperanza de que se tratara de un proceso transitorio y que más
tarde podía incluso producirse una regresión. Durante algún tiempo,
el haberse rebajado los tacones le permitió disimular. Pero un día que,
en presencia del viejo peluquero, abandonó el camerino en actitud
voluntariamente altiva, se hizo un chichón en la frente. En los ojos del
peluquero brilló el sarcasmo.
¿Por qué crecía? ¿Por qué, después de tantos años, sus hormonas
habían despertado de pronto de su letargo? El actor se agarró a una
hipótesis. Había oído muchas veces la fórmula propagandística que
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decía: “Con nuestro orden, los hombres crecen”. ¡Los hombres


corrientes, seguramente! Pero ¿también los liliputienses? Por si acaso,
dejó de escuchar la radio, no leyó más periódicos, y se abandonó
terriblemente por lo que se refiere a la educación ideológica. Se
convencía a sí mismo de que era un individuo asocial y, a pesar de la
repugnancia que ello le inspiraba por sí mismo, intentó incluso
defender el imperialismo. Pero todo ello era artificioso, porque el
instinto de clase que había heredado de su padre, liliputiense pobre,
no se dejaba desarraigar. Desesperado, iba de un extremo a otro, se
arrastraba por los parvularios y bebía verdaderos dedales de
aguardiente para mitigar su desgracia. Pero el tiempo despiadado iba
añadiendo, lentamente pero sin parar, milímetro tras milímetro a su
estatura. ¿Si se habría enterado la compañía? Más de una vez
observó como el viejo peluquero cuchicheaba con los demás actores
detrás de las bambalinas. Cuando él se acercaba, enmudecían y
luego intercambiaban frases triviales. Observaba atentamente los
rostros de sus colegas pero no sacaba nada en claro. Por las calles, las
ancianas cada día le preguntaban menos: “¿Has perdido a tu mamá,
pequeño?” Un día le dijeron por primera vez: “El señor está servido”.
Volvió a casa, se echó en un pequeño diván y se quedó inmóvil
mirando fijamente al techo. Pero por último tuvo que cambiar de
postura, porque se le habían dormido los pies, que le sobresalían del
diván, ahora demasiado corto.
Finalmente, ya no le cupo duda acerca de lo que pensaban sus
colegas del “Diminuto Central”. Sabían lo que ocurría y tomaban las
medidas oportunas. Nuestro actor tenía la impresión de que cada vez
eran menos frecuentes las crónicas entusiastas y que incluso
escaseaban los comentarios elogiosos. Pero tal vez sólo fuera su febril
imaginación la que viera por todas partes miradas de compasión o de
sarcasmo. Afortunadamente, la dirección no cambió de actitud
respecto a él. Con Boreslaw el Audaz obtuvo bastante éxito, aunque
no tanto como con el Hamlet, pero éxito al fin. Sin titubear se le
encargó, como siempre, el papel principal de Zawisza el Negro, que
debía de estrenarse dentro de poco.
Durante los ensayos sufrió mucho, pero, finalmente, llegó el día del
estreno sin que se hubiesen presentado dificultades especiales.
Estaba sentado delante del espejo, maquillado y con los ojos
cerrados. Al oír la campanilla del director de escena, se levantó y dio
con la cabeza contra la lámpara del techo. Se dirigió a la puerta. Casi
toda la compañía estaba formando corro en el pasillo iluminado, con
el peluquero en medio. Al lado del peluquero estaba el segundo galán
joven, también muy dotado, pero al que hasta entonces siempre
había ganado por algunos centímetros. Durante unos instantes se
miraron a los ojos.
Tuvo que abandonar el teatro. Ejerció varias profesiones según las
etapas de su crecimiento. Durante algún tiempo fue comparsa del
“Teatro Juvenil”, luego chico de recados, trabajó también de
cambiavías, y al llegar a mediana estatura le pusieron en los cruces
de tranvía vestido con una pelliza. Pero vivía sobre todo de la venta
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de los objetos que había adquirido en la época de su esplendor.


Finalmente creció un poco más y se paró. ¿Quién sabe si eso le hizo
sufrir mucho? ¿Y que debió de sentir? Ya hacía tiempo que su nombre
había desaparecido de los carteles y había caído en el olvido. Al final,
entró de empleado en una compañía de seguros.
Al cabo de los años, entró un sábado por la tarde en el teatro de
liliputienses. Sentado entre el público, se rió sin divertirse demasiado,
sin interesarse demasiado, y sin dejar de desenvolver caramelos de
menta. Cuando luego en el guardarropa le dieron su largo abrigo azul
marino, se dijo, contento porque le esperaba la cena: “Después de
todo, son entretenidos estos pequeños”.

●●●

homenaje al héroe

En nuestra ciudad había un monumento al combatiente desconocido


de 1905. durante la Revolución, la mano del tirano lo destruyó. Sus
conciudadanos erigieron un pequeño túmulo en su honor, y sobre él,
cincuenta años más tarde, se colocó un pedestal de piedra y se
grabaron las palabras “Fama eterna”. El monumento que se eleva
sobre este pedestal representa a un joven rompiendo una cadena. La
inauguración del monumento, en el año 1955, fue ocasión de una
fiesta solemne. Casi todo el mundo pronunció un discurso. Se le
dedicaron muchas flores y muchas coronas.
Algún tiempo después, ocho escolares decidieron rendir homenaje al
rebelde. El profesor de historia, que tenía un pico de oro, había sabido
emocionarles hasta tal punto durante la clase que inmediatamente
después celebraron una asamblea y compraron una corona con su
propio dinero. Formaron una pequeña comitiva y se dirigieron hacia el
monumento.
En la primera esquina les vio un señor bajito que vestía un gabán azul
marino. Los miró atentamente y luego les siguió a cierta distancia.
Cruzaron el Mercado Viejo. Los transeúntes no les prestaban la menor
atención. Las manifestaciones son cosa corriente.
Junto al Mercado Viejo hay pocos edificios, la iglesia de San Juan ante
Portam Latinam y un par de casas antiguas que ahora sirven de
oficinas públicas y museos; casi no vive nadie allí.
Cuando llegaron ante el monumento, el hombre del gabán se acercó
rápidamente a ellos.
–Hola –les dijo–, se trata de un pequeño homenaje al héroe, ¿verdad?
Muy bonito. Hoy debe de ser el aniversario. Estoy ocupadísimo, no
puedo recordar la fecha exacta.
–No –dijo uno de los escolares–, queríamos sólo…
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–¿Qué significa eso de “sólo”? –replicó el hombre, levantando la nariz


y husmeando.
–Queríamos rendir homenaje a la memoria de un héroe caído en la
lucha por la libertad del pueblo.
–Ya entiendo, colegas, seguramente son del comité de distrito.
–No.
El hombre reflexionó un momento.
–¿Tal vez les han hecho este encargo en la escuela?
–No.
El hombre se fue. En el preciso momento en que iban a colocar la
corona, gritó uno de ellos.
–Por allí vuelve.
En efecto, el hombre del gabán volvió donde estaban los muchachos.
Se detuvo a algunos pasos de distancia y preguntó:
–¿Quizás estamos en el mes de la intensificación del homenaje al
revolucionario desconocido?
–No –gritaron a coro todos los escolares–. Ha sido idea nuestra.
El hombre se marchó otra vez. Los muchachos colocaron la corona y
se disponían ya a irse también cuando el desconocido volvió
acompañado de un miliciano.
–¡Documentos, por favor! –dijo el miliciano.
Le mostraron sus carnets de estudiante. El miliciano los inspeccionó
uno por uno, luego se cuadró y dijo:
–Conforme.
–Nada de conforme –exclamó el hombre del gabán, y dirigiéndose a
los escolares, preguntó:
–¿Quién les ha ordenado que colocaran esta corona?
–Nadie.
El hombre enrojeció de excitación.
–De manera que lo confiesan. ¿Ustedes mismos declaran haber
llevado la presente manifestación en honor del revolucionario
desconocido sin que se los haya ordenado la dirección de la escuela,
ni la agrupación juvenil, ni el comité del distrito, ni el comité
municipal, ni el comité comarcal?
–Naturalmente.
–¿Qué el presente homenaje no deriva de una iniciativa de la liga de
mujeres ni de la sociedad de amigos del año 1905?
–No.
–¿Qué no se trata de ninguna efeméride, de ningún mes
conmemorativo, ni de nada por el estilo?
–No.
–¿…que ni siquiera pueden presentar una circular? Que ustedes
mismos…
–Sí.
Se pasó el pañuelo por la frente.
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–Sargento, usted sabe quien soy; llévese inmediatamente la corona. Y


ustedes, rompan filas.
Los muchachos se marcharon sin protestar. El miliciano les siguió con
la corona. Junto al monumento sólo quedó el funcionario del gabán
azul marino. Inspeccionó recelosamente la estatua y miró a su
alrededor. Al poco rato empezó a llover. Las gotitas caían sobre el
gabán azul marino del funcionario y sobre la blusa metálica del héroe.
El cielo oscureció. Las gotas plateadas se escurrían lentamente por la
cabeza de la estatua, se balanceaban en las orejas pétreas como
pendientes, brillaban en las órbitas de granito.
Y así se quedaron, uno frente al otro.

●●●

revisión militar

En la gran sala de claras ventanas había, frente a la puerta, una mesa


larga y estrecha, detrás de la cual se hallaba sentada la comisión
encargada de llevar a cabo la revisión militar. Sentado en el centro
estaba el presidente, que tenía el grado de capitán; a su derecha e
izquierda, dos tenientes y, en los extremos, inclinados sobre los
registros, unos suboficiales. Aparte, junto a la báscula, estaban unos
médicos con sendos estetoscopios.
Se abrió la puerta y apareció el recluta siguiente, un muchacho de
complexión robusta cuyo cuerpo estaba cubierto totalmente con un
tupido tatuaje. Se acercó a la mesa y se cuadró ante el presidente, tal
como mandaban las ordenanzas.
Todas las miradas se dirigieron a los dibujos que le cubrían los brazos,
el pecho e incluso el vientre y las piernas hasta los tobillos. No eran,
sin embargo, figuras femeninas como esperaban los oficiales,
sedientos de feminidad a causa de la dura vida que llevaban, sino
representaciones muy precisas, aunque complicadas, de talleres, con
manos que empujaban hoces y martillos, e incluso representaciones
de grupos cuya sorprendente abundancia de detalles, de momento,
desorientaba.
–¿Qué es eso? –preguntó el presidente.
El muchacho se puso firme y al hacerlo apareció en su tórax el
panorama de una gran industria.
–A la derecha, la agricultura e industrias agrarias; encima del
diafragma, la industria pesada; a lo largo del diafragma la vida social
y el mundo de la ciencia; entre el esternón y las clavículas el
comercio y la industria ligera; en las piernas, el deporte y el
esparcimiento –exclamó el mozo con orgullo apenas disimulado.
–Está bien –dijo el presidente, ocultando con dificultad su asombro.
Frunció la frente, se rascó la nuca y se quedó pensativo:
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–Y ¿dónde están los cursos nocturnos para adultos y, en general, la


educación? Porque la educación es algo muy importante y uno de
nuestros mayores logros –añadió en tono severo.
–Aquí, debajo del brazo.
–A ver, acérquese. No lo veo. ¿Qué tiene aquí? ¿Qué representa eso?
–Activistas del trabajo que después de su turno juegan al ping-pong –
contestó el mozo–. Tal vez no lo vea usted bien, mi capitán, porque
tiene que ser muy pequeño, de lo contrario no cabría.
Detrás de la mesa, el ambiente se animó. Los miembros de la
comisión se comunicaban sus observaciones en voz baja. Con su
desarrollada conciencia social, con su patriotismo, manifiesto en todo
su cuerpo, el joven había despertado la simpatía de todos. Estaba
ante la comisión en posición de descanso y, al ver que había causado
buena impresión, se atrevió a hacer una propuesta:
–Si me permite, mi capitán, puedo enseñarles todavía otra cosa.
El presidente dio su conformidad. En cuanto obtuvo el permiso, el
joven cambió de posición, se llenó los pulmones de aire, y empezó a
realizar un juego misteriosos con sus músculos, gracias al cual las
distintas figuras e incluso los grupos enteros se pusieron en
movimiento como si estuvieran vivos. Con el movimiento de la
musculatura del diafragma apareció ante los ojos de la comisión una
maestra de parvulario que llevaba a pasear a un grupo de niños.
Sacando un admirable partido de todas las partes flexibles de su bien
entrenado cuerpo, el mozo lograba una gran expresión y realismo. Al
doblar, por ejemplo, su antebrazo derecho, al tensar y relajar el
bíceps y el tríceps, ponía en movimiento una escena que mostraba a
los campesinos llevando el trigo a los almacenes del Estado. Los
oficiales apenas podían disimular su admiración ante tanta
perspicacia y tantos conocimientos. Nadie dudaba de que el mozo,
gracias a la lealtad que respiraba por todos los poros de su robusto
cuerpo, sería un soldado que daría plena satisfacción al Estado.
–¿Y detrás? ¿Lleva también algo? –preguntó el capitán, con la
esperanza de que habría allí tanto que ver como delante.
–Ya lo creo –contestó el muchacho y, obediente, se volvió de espaldas
a la comisión.
Automáticamente, todos los presentes se pusieron de pie, se
cuadraron, y en su mirada brillaron el respeto y la sumisión más
rendida, mientras saludaban en silencio.

●●●

mi lucha

Cuando salí por la mañana a buscar la leche, vi que en la calle, frente


a mi puerta, había una barricada. Hacía poco que la habían levantado,
33 y 1/3 glam!

porque cuando me levanté a eso de las cuatro aún no vi nada. “¡Que


sorpresa!”, pensé, “lo mejor será no volverse a acostar.”
La barricada estaba formada, como de costumbre, por los más
diversos objetos. Constituía su centro un enorme armario de madera
de acacia, cubierto con una tapadera de hojalata. Los tomates que
solían ponerse a madurar encima del armario estaban esparcidos por
allí. Cuando yo me acerqué, los hombres que estaban construyendo
aquella obra de defensa se hallaban en plena discusión.
–¡Caramba! –exclamaba un individuo alto y moreno que me pareció
ser el comandante–. Ya es hora de que digas claramente y de una vez
si estás dispuesto o no a morir por la causa.
El interpelado, un hombre pequeñito, apoyado sobre una larga
escopeta, se hurgaba los dientes con un palillo, para ganar tiempo.
–Si no quieres, nadie te obliga –gritó el alto–. Cada cual tiene derecho
a hacerse la cama en que quiere dormir.
–Está bien –dijo el pequeño–. ¿Dónde tengo que colocarme?
El comandante le asignó un sitio. Yo me sentí preso de envidia. Ya
hacía tiempo que me sentía revolucionario. Siempre me he rebelado
interiormente contra lo gris, contra el ritmo de una vida cotidiana sin
perspectivas. Todas las mañanas, salir por la leche, luego dejarla
agriar, y luego limpia que limpia los potes. Quería luchar. Por otra
parte, en aquel momento estaba sin colocación.
–A mi también me gustaría luchar –dije dirigiéndome al comandante–.
Luchar a vida o muerte –añadí intencionadamente.
El comandante me midió con la mirada.
–¿Intelectual? –preguntó sin rodeos.
–Sí. Pero no se puede decir que lea gran cosa –contesté.
–También necesitamos representantes de la inteligencia –me
interrumpió el comandante–. Póngase aquí.
Me indicó un sitio en la barricada.
–Aunque no sepa disparar, tiene una cabeza dura en la que se
quedarán clavadas las balas de los traidores. Pero no se asuste,
porque no tienen mucha pólvora que gastar, ya que se la roban los
proveedores y oficiales. También puede dejar aquí su lechera.
Cumpliendo la orden, me eché en el lugar indicado detrás de la
barricada. A mi derecha se levantaban las puertas del armario. Con
las piernas empujé un oso de trapo. Prometía ser un día muy
hermoso.
En la barricada seguía habiendo movimiento. Satisfecho porque me
habían dado una misión, contemplaba a mis compañeros de lucha,
uno tras otro, y observaba luego las casas de los alrededores. En el
lado derecho, colgando de una ventana del segundo piso, había una
bandera blanca. La patrulla que el comandante envió allí regresó
diciendo que el que había izado la bandera era un daltónico.
Inmediatamente se inició una investigación.
El sol se elevaba cada vez más. Por la puerta de la casa asomó mi
amigo, el portero. Yo le saludé disimuladamente. El portero tenía
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aspecto serio y preocupado. Yo hubiera querido pedirle que fuera


arriba a buscarme un almohadón, porque la arista del armario me
apretaba la cabeza. Pero por miedo al alto mando que quizás no lo
habría visto con buenos ojos, cambié de opinión en el último
momento, y me limité a preguntarle que pensaba de todo aquello.
–¡Magnífico! –exclamó prudentemente el portero. Al cabo de un rato
añadió: –¿Quién limpiará luego todo eso?
Entonces llegó un carro de verduras, que debía dirigirse al mercado
del centro de la ciudad. Vi que el comandante hablaba brevemente
con el campesino. Éste se detuvo inmediatamente y poco después,
las cestas de patatas, coles, remolachas y coliflores fueron a engrosar
nuestra barricada. Con ello creció más de media vara.
Apenas hubimos arreglado las verduras, apareció en la esquina un
desfile: los niños de una escuela, capitaneados por la maestra. Cada
niño llevaba una muñeca, un oso de trapo o un pato de madera.
Formaron en fila de a dos y pasaron lista. Luego la maestra saludó y
comunicó al comandante que la escuela quería participar en la lucha
común y fortalecer nuestra barricada con los juguetes que traía. El
comandante aceptó la oferta, pasó revista a la escuela y preguntó a
los niños si ya habían aprendido las reglas de la lucha cuerpo a
cuerpo. Luego el batallón de niños se retiró, pisando fuerte, y con las
muñecas y osos se construyó nuestra ala derecha.
–Que lo intenten –exclamó un viejo luchador pensando en el enemigo,
mientras se esponjaba el bigote con aire amenazador–. Levántate y
ayúdame a correr el armario.
El armario era más pesado de lo que cabía esperar. Cuando hubimos
terminado, el viejo lió un cigarrillo y me ofreció también uno a mí.
Pero tuvimos que apagarlos inmediatamente, porque acababan de
llegar los pergaminos del archivo y del museo histórico y al cabo de
poco trajeron también los libros de la Academia de Ciencias. El ala
izquierda construida con ellos parecía ahora inexpugnable. El
enemigo podía llegar de un momento a otro.
Todavía no eran las nueve y nuestra barricada llegaba ya al primer
piso. A cada momento llegaban nuevos acarreos de material de
construcción. Con colchones del hospital vecino construimos un
parapeto magnífico en el lado por donde podía atacar el enemigo. Yo
estaba echado casi cómodamente y tenía una visibilidad cada vez
mejor. El comandante parecía muy satisfecho. Una de las veces que
pasó junto a mí, se detuvo.
–Está bien –dijo después de examinar mi posición–. Estos bárbaros
son capaces de disparar contra usted.
–¡Canallas! –repliqué yo, lleno de convicción.
–¡Bribones! –añadió el comandante, y yo me sentí reconfortado por el
calor de la hermandad de armas–. Son capaces de todo.
El comandante volvió a sus obligaciones. Pero yo me sentía tan
orgulloso que deseché definitivamente por indigna la idea del
almohadón. Por otro lado, los colchones del hospital tampoco estaban
del todo mal.
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El aspecto de la barricada era cada vez más heterogéneo. La


asociación de inválidos había enviado sus prótesis. Como habían sido
colocadas en el centro entre sacos de arena, tenían un aspecto
imponente. Yo me eché boca arriba y contemplé el cielo. Desde hacía
algún tiempo no tenía ya a nadie con quién poder hablar, porque el
viejo se había marchado con una parte de la dotación para ir a
requisar mantas. Poco rato después, nuestra imponente montaña, de
la que nos sentíamos tan orgullosos, creció aún más, gracias a un
montón de edredones y mantas. A mi sector, desgraciadamente, le
tocaron unas máquinas de coser, que a mi, debo confesarlo, me
deprimieron de un modo atroz. Pero me dije que se trataba de un
imperativo estratégico. Supongamos, pensé, que el enemigo se
precipita precisamente contra mi sector esperando encontrar
edredones. Pero que, con gran sorpresa por su parte, tropieza con
unas máquinas de coser que le cierran el paso. ¡Qué desconcierto no
espera entonces a sus generales y, al final, qué derrota!
Según las últimas informaciones, el enemigo debía presentarse hacia
mediodía. Yo no me aburría, porque desde mi puesto –que, como ya
he dicho antes, estaba arriba de todo– podía ver en las habitaciones
del tercer piso. A causa del calor que aumentaba a cada momento,
las ventanas estaban abiertas. En cada cuarto faltaba ya algo. En el
número 16, en la habitación contigua al canalón, había dos mancos
jugando ajedrez. Estaban sentados en el suelo, porque todos los
muebles habían sido trasladados a nuestra barricada. Uno de los
jugadores, que por lo visto era un partidario secreto del enemigo, me
sacó la lengua. Yo se lo comuniqué al viejo luchador, que
inmediatamente envió una patrulla al piso. El tablero de ajedrez fue
echado a la barricada y vi con satisfacción que los mancos se
quedaban sin saber qué hacer. Intentaron cazar moscas y luego se
pusieron tontamente a jugar a los escondidos.
¡Qué lejos alcanzaba ya mi vista! Ante mí se extendía la calle, que
terminaba en un jardincito donde había algunos bancos. Por allí debía
venir el enemigo. A mi derecha e izquierda había desagües, de cuyo
interior –¡que sentimiento tan satisfactorio de libertad!– pude sacar
pedazos de teja, barro, e incluso un gorrión muerto. Más allá había
tejados y chimeneas, metálicos abortos de extractores que giraban al
viento, antenas y, más lejos todavía, los tejados de los campanarios.
Si miraba atrás, veía al pie de la enorme y abrupta ladera formada
por los objetos, el hormiguero de una infinidad de ciudadanos que
aportaban a la barricada, empujando o tirando, todo cuanto poseía la
ciudad: muebles y flores, arena y lámparas, fragmentos de un tiovivo,
hierros, cartón, barnices, botes de conserva, libros, fotografías, ropa
interior y discos fonográficos. Al ver aquello se le desgarraba a uno el
corazón y casi había que desear que el enemigo llegara pronto para
ser derrotado en nuestra poderosa barricada. A veces me torturaba la
idea de que el enemigo ni siquiera se dejaría ver, pero me guardaba
muy bien de decirlo para no ser castigado por derrotista. Tal vez se
me ocurrieron estas ideas bajo la influencia del hambre que se
manifestó, primero tímidamente y luego con una insistencia cada vez
33 y 1/3 glam!

mayor. De vez en cuando trataba también de imaginarme dónde


debía de estar en aquel momento mi lechera. Me consolaba la idea de
que el plan de la dirección le había asignado exactamente el lugar
que le correspondía, el lugar donde podría prestar sus servicios más
eficazmente hasta el final.
El sol de la tarde, el incesante, aunque lejano, ruido que me llegaba
desde el fondo de la calle, todo eso me daba sueño en mi avanzado
puesto, y más de una vez me quedé sumido en una dulce
somnolencia. Me parecía que la batalla ya había terminado, que mi
lechera estaba alineada en la formación y que, por su valiente
comportamiento, le daban una condecoración, que relucía sobre su
pecho de esmalte azul. Luego la vi colocada encima del hornillo de
gas, y la leche blanquísima de su interior se calentaba lentamente,
exhalando un agradable olor. Unos golpes dolorosos en la oreja y la
nariz me despertaron. Convencido de que el enemigo ya había
llegado, me incorporé. Pero eran sólo los mancos que, con un tubo de
cristal, me echaban guisantes. No vi al viejo luchador, pero en el
fondo me alegré de que incluso los guisantes disparados contra mí
por maldad y sed de venganza contribuyeran al refuerzo de nuestra
barricada.
Deseaba de todo corazón que el enemigo llegara antes de las cinco
de la tarde o, a lo sumo, a las cinco y media. Entre tanto se averiguó
porque pesaba tanto el armario. Un anciano se había escondido en él,
para no tener que participar en la construcción de la barricada.
Declaró que ya había combatido en tres guerras y que le dolían los
pies. Yo tampoco me encontraba demasiado bien, porque había
estado todo el día al sol. Luego oí que, detrás de mí, el hombre de la
larga escopeta despotricaba.
–Yo lo dejo –exclamaba–. Me habían prometido que moriría por la
causa. Ya empieza a ser hora, fíjense en el reloj. Tienen que reconocer
que esta falta de puntualidad es imperdonable.
–No seas tan impaciente –le dijo el viejo para consolarle–. Todo lo
quieres a la vez. Mírame a mí. Soy un viejo luchador y todavía no lo
he conseguido. Por otra parte, no ha sido culpa mía, sino del enemigo.
–A mí eso no me importa –refunfuñó el de la escopeta como si fuera
un niño.
Se acercó el comandante y les preguntó en tono severo:
–¿Qué pasa aquí? ¿No tienen confianza en mí? Les doy palabra de que
el enemigo vendrá, aunque tuviera yo mismo que atacar la barricada.
¡A las armas!
–Bueno, si es así… –murmuró el cascarrabias.
Entonces se me acercó el anciano.
–Me duele la cabeza –dijo de mal humor–. ¿Tienes idea de dónde
están las pastillas contra el dolor de cabeza?
–Las pastillas deben de estar en algún sitio cerca de las máquinas de
coser –contesté–. En el segundo piso, más o menos, debajo de las
mezcladoras de cemento.
33 y 1/3 glam!

El movimiento al pie de la barricada casi había cesado. Sólo muy de


tarde en tarde la gente entregaba objetos que al principio habían
escondido: grabados, momias, tinturas y cosas por el estilo. Yo tenía
sed.
Empezaba a anochecer. La ciudad iba a quedar sin luz. Las bombillas
se hallaban, según creía recordar, en el centro de la barricada.
Era ya noche cerrada cuando yo, con mucho cuidado y buscando
apoyo con manos y pies en todos los objetos sobresalientes, bajé de
mi posta. De pronto me encontré frente al viejo que intentaba sacar
algo que estaba metido entre las máquinas de coser y las
mezcladoras de cemento. No nos dijimos ni media palabra. Algo más
abajo vi al comandante que estaba probándose sombreros.
Tuve que andar buscando mucho rato. Pasaba la maroma, saltaba y
flotaba por allí. Por momentos penetraba en lo más profundo de la
barricada, e intentaba meterme por donde las distintas capas no
estaban muy apretadas. Luego volvía al exterior, saltando de
promontorio en promontorio, y tratando de distinguir por el sabor, el
gusto y el tacto, la porcelana de la baquelita, el lino de la lana, el
tejido de mimbre del de palma, el cobre del hierro. Pasé junto a miles
de superficies y olores, rugosidades y formas, hasta que, finalmente,
a la luz de la luna que se levantaba, vi brillar el azul tan conocido del
hierro esmaltado.
Tiré de él con todas mis fuerzas. De momento, oí en el interior de la
barricada un gran estruendo, y luego un ruido como el que hace la
arena cuando se desmorona en gran cantidad desde lo alto de una
duna.
Con mi lechera, corrí a refugiarme en una calle transversal, lo más
aprisa que pude. Inmediatamente después, la barricada se hundió.

replay
33 y 1/3 glam!

jack kerouac
(massachussets, 1922 – 1969)

poema rosa

Preferiría ser delgado a ser famoso


No quiero ser gordo,
Y una mujer me lanza fuera de la cama
Diciéndome Gordo, & cada vez
que me agacho
para recoger
mis suspensorios
del suelo
de davenport hago estallar
altos grandes gruñidos
y disgusto
a todos
en el familio
Preferiría ser delgado a ser famoso
Pero soy gordo

Pon eso en tu Broadway Show

●●●

himno

Y cuando me mostraste el puente de Brooklyn


en la mañana,
Ah, Dios,
Y la gente resbalando sobre el hielo en la calle,
dos veces,
dos veces,
dos gentes distintas
vinieron, yendo a trabajar,
tan dispuestas y tratables
aferrando su lamentable
Daily News de la mañana
resbalan en el hielo & caen
ambos dentro de cinco minutos
y yo lloré y lloré
Ahí fue cuando me enseñaste lágrimas, Ah
Dios en la mañana,
Ah Ti
33 y 1/3 glam!

Y yo apoyado en el poste de alumbrado secando


ojos,
ojos,
nadie sabe que lloré
o de todas formas no les importaría
pero O vi a mi padre
y a la madre de mi abuelo
y las largas hileras de sillas
y sentados lagrimeantes y muertos,
Ah yo, sabía que Dios Tú
tenía mejores planes que esos
Así que cualquier plan que tengas para mí
Divisor de majestad
Hazlo corto
breve
Hazlo rápido
llévame a casa con la Madre Eterna
hoy
A tu servicio de todas formas,
(y hasta)

●●●

poema

Demando que la raza humana


Cese de multiplicar su especie
y se retire
Lo aconsejo
Y como castigo & recompensa
por hacer esta petición sé
que seré renacido
como el último humano
Todos los demás muertos y yo
soy una anciana vagando por la tierra
gimiendo en cuevas
durmiendo sobre alfombras

Y a veces me quejaré, otras veces


rezaré, a veces lloraré, comeré & cocinaré
con mi pequeño horno
en la esquina
“Igual siempre lo supe,”
diré
Y una mañana no me levantaré de mi alfombra
33 y 1/3 glam!

●●●

autostopista

“Tratando de llegar a la soleada California”–


Boom. Es la terrible capa de agua
haciéndome parecer un autoderrotado auto-
asesino gangster imaginario, un idiota en
una lamentable capa, como pueden entender
mis maletas mojadas –mis maletas de barro–
“Mira John, un autostopista”
“Parece tener un arma debajo
de esa capa del I.R.A.”
“Mira Fred, ese hombre en el camino”
“Algún demonio sexual llegó a imprenta en 1938
en Sex Magazine”–
“Hallaste su cadáver azul en una
edición en sombras verdes, con coágulos de hacha”

●●●

poema para el doctor sax

En sus años de declive Doctor Sax era un viejo vago viviendo en


habitaciones
de hotel de Basureros en el área llagada de SF cerca de Calle
Tercera– Era un viejo genio de cabello loco ahora con pelos
saliéndosele por la nariz y, como los pelos saliendo de
la nariz de Aristidamis Kaldis el pintor, y tenía
cejas crecidas una pulgada, como las cejas
de Daisetz Suzuki el Maestro Zen de quien
ha sido dicho, del cual, cejas como esas
se demoran toda una vida para crecer tan largas &
por lo tanto, recuerdan el arbusto del
Dharma el cual una vez enraizado
es muy fuerte como para
ser arrancado por mano
o por caballo–

Que esa sea una lección para todas ustedes jóvenes


chicas sacándose las cejas & ustedes
(también) jóvenes cantores del coro masturbándose
tras la hebilla del marechal
en la Catedral
de San Pablo
33 y 1/3 glam!

(& llamando a casa con Madre


“Mater Mía, estaré en hogar
para Pascuas”)

Dr Sax el supremo conocedor de


Pascuas estaba ahora reducido a penuria
& miraba a ventanas Manchadas de cristal
en viejas iglesias –sus 2 únicos
últimos amigos en esta vida, esta imposiblemente
vida dura sin importar las condiciones bajo
las cuales aparece, eran Bela
Lugosi & Boris Karloff, quienes lo visitaban
anualmente en su habitación en la Calle Tercera
& cortaban a través de las nieblas de la tarde con
sus cabezas gachas mientras las campanas de San Simón
entonaban un “Kathleen” rompecorazones a través
de los techos de viejos hoteles donde viejos similares
como Doctor Sax se sentaban con cabezas dobladas
en camas de aflicción con cuentas de rosario entre
sus pies, Oh lamentándose, hogares para
pichones perdidos o la inmemorial paloma
blanca del tiempo
de las rosas
de los no nacidos
bendición sorprendida–

Y allí se sentaban en la pequeña


habitación, Sax en el borde de la cama con una
botella de Tokay pudreentrañas en su mano, Bela
en el viejo sillón, Boris parado junto al
fregadero, & suspira-------
& entonces Sax siempre diría

“Por favor hagan el monstruo para mi” & por supuesto


los viejos actores, que lo querían profundamente & iban a
verlo por tierno sentimentalismo humano no
razones monstruosas protestaban pero él siempre
se emborrachaba & lloraba así que Boris primero tenía que
levantarse & extender sus brazos hacer
¡Frankenstein va al Reino Unido! Entonces Bela
se pararía & capa sobre el brazo & miraría de reojo &
se acercaría a Sax, que chillaba

●●●

soledad mexicana
33 y 1/3 glam!

Y soy un extraño sin felicidad


caminando las calles de México
recordando–
Mis amigos, se me han muerto,
mis amantes desaparecieron,
mis putas fueron proscritas,
mi cama apedreada y sacudida
por los terremotos –y no tengo
hierba santa para volarme a la luz
de las velas y soñar –humo de autobuses
solo eso, tormentas de polvo, y las mucamas
que me espían furtivamente a través de un agujero
en la puerta, taladrado secretamente para observar
las almohadas con que hacen el amor los masturbadores.
Yo soy la gárgola
de Nuestra Señora
soñando en el espacio
sueños grises –brumosos–
Mi rostro apunta hacia Napoleón
–no tengo forma–
La libreta en la que anota las direcciones postales
está plagada de “Que en paz descanse”
No creo en el valor del vacío,
me siento cómodo sin honor–
Mi único amigo es un viejo marica
que no posee una máquina de escribir
Que, si fuera mi amigo,
intentaría sodomizarme.
Queda algo de mayonesa,
una no deseada botella de aceite,
campesinos lavando el tragaluz,
un loco con quien comparto el mismo cielorraso
hace gárgaras en el baño contiguo
unas cien veces por día–
Si me emborracho tengo sed
–si camino mi pie se rompe–
–si sonrío mi máscara es una farsa–
–si lloro sólo soy un niño–
–si recuerdo miento–
–si escribo, ya todo fue escrito–
–si muero, la muerte llega a su fin–
–si vivo, la muerte recién comienza–
–si espero, la espera es más prolongada–
–si parto, la partida ya no existe–
Si me duermo la dicha suprema es pesada
la dicha pesa sobre mis párpados–
–si voy a cines baratos me comen las chinches
No tengo dinero para cines lujosos
–Si no hago nada
nada lo hace
33 y 1/3 glam!

●●●

corriendo a través (poema-canción chino)

Oh, sí
Yo
en el día de hoy
triste como Chu Yuan
me dirigí a los tumbos al mercado
en la ardiente mañana de octubre
en la Florida
puteando por mi vino, transpirando
lluvias de sudor, y llegué a mi silla
débil y temblequeante
preguntándome si finalmente no sería esta la locura
–Oh Chuan
¡No!
Suicidio ¡No! ¡Vino por favor!
Qué haremos todos nosotros
que sabemos que estamos muriendo
qué haremos sin la guía del vino
cómo le haremos guiños a la muerte
y a la vida también–
Mi corazón les pertenece
a los poetas chinos
y a sus pergaminos
No podemos morirnos simplemente
–Los hombres necesitan
por lo menos
poesía y vino
O Mao, el poeta Mao,
no el jefe Mao
aquí en América
se rien del vino
y la poesía es un chiste
–La muerte es un recordatorio sombrío
para todos aquellos que ya están muertos
aquellos que chocan sus autos a nuestro alrededor
aquí–
Aquí los hombres y las mujeres
fruncen el ceño fríamente
ante la triste intención del poeta
que desea transformar todo lo que acontece
en algo mucho menos importante.
Yo un poeta
sufro incluso
33 y 1/3 glam!

cuando encuentro un insecto


patas arriba en el pasto.
Por lo tanto bebo vino
en soledad.
Tiemblo cuando pienso
que los astronautas
muertos
viajan hacia una luna muerta
sin vino.
En esta tierra de pesadillas se ríen
de nuestros mejores hombres
y los periódicos exaltan la virtud propia.
En todo el mundo
la izquierda y la derecha
El Este y el Oeste, muestran sus vicios.
El gran bebedor de vino
el feliz bebedor
ha desaparecido.
Quiero que reaparezca.
Si la China moderna también
hace gala de sus virtudes
sus razones
no son mejores
que las de América.
Nadie tiene respeto por el gato
que duerme, yo soy un hombre
desesperadamente inadecuado
en este poema
Nadie tiene respeto
por el irresponsable ególatra
inválido de vino
Todos desean estar atados
dentro de un inútil traje espacial
que no les permite moverse
Te intimo, China,
regresa a Li Po
y
Tao Yuan Ming
¿De qué estoy hablando?
No lo sé,
hoy estoy enfermo.
No dormí en toda la noche
Caminé tambaleante en el parque
para conseguir vino, ahora lo estoy bebiendo,
me siento mejor y peor.
Tengo algo que decirle a Mao
Y a los poetas de China
algo que no quiere salir.
Se trata del modo en que América
ignora la poesía y el vino
33 y 1/3 glam!

como lo hace China,


y yo soy un tonto
sin río y sin bote
y sin un traje floreado.
Sin vinerías en el amanecer–
no tengo respeto por mi propio ser.
–No poseo la verdad–
Pero soy un mejor hombre
que todos ustedes.
Eso es
lo que
yo
quería decir

replay
33 y 1/3 glam!

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