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La maloca de los sabedores

(Parte 1ª)

Oscar Freire

maloca witoto

Según se dice, en los medios antropológicos especializados, maloca es un


término originado y asociado a un “complejo socio-cultural” del noroeste
amazónico ubicado en la región fronteriza entre Brasil, Colombia y
Venezuela en donde han transitado multitud de sociedades aborígenes
clasificadas algo arbitrariamente dentro de las llamadas “familias
lingüísticas”. En este caso, Arawak, Caribe, Makú-Puinave y Tucano
oriental. Al margen de las conveniencias “etnográficas”, creemos que la
cuestión desde la óptica tradicional para sólo referirnos al término es
mucho más amplia, y desde el punto de vista territorial y “socio-cultural”
más extendida de lo que parece. Siguiendo este orden respectivo nos
iremos explicando en el contexto y en el final de esta anotación.

Sea como fuere, la maloca, en un sentido general, se ha definido


aceptablemente como una unidad social tradicional compuesta por
miembros ligados por el vínculo de parentesco (dirigida y ordenada por el
“dueño” o “sabedor” de mayor respeto) [1] y ser visitada por otros grupos
“maloqueros”. Asimismo, por allegados o afines que pueden frecuentarla
de modo permanente o alterno, ya sea para recibir instrucción en la
sabiduría tradicional, participar de los rituales o por diversos motivos.

Más allá de dicho sentido general en cuanto a una forma de organización


tradicional específica, el término (que bien pudo tener varios reemplazos)
sirve igualmente para referirse a cosas sagradas consideradas residencias de
los dueños en cualquier orden que sea (como plantas y animales
considerados como “gente”) es decir, no solamente ciertos claros de selva,
particularidades del paisaje, escenarios míticos, cerros o sábanas, sino
también a un tipo de vivienda cuyo simbolismo comporta para las
tradiciones amazónicas un conjunto de correspondencias y denominaciones
tradicionales que se unifican esencialmente para expresar una síntesis del
universo. Así, puede ser a la vez, la imagen de un arquetipo divino, una
figura del centro del mundo, la matriz universal, el útero de la madre tierra,
la casa del sol y de la luna o el receptáculo del rayo celeste. Las leyendas y
mitos narrados de las más diversas poblaciones coinciden en su origen no-
humano cuando expresan que los métodos precisos de su construcción han
sido enseñados por “los dioses” (entendidos en realidad como cualidades
intermediarias del principio único) a los primeros hombres a fines de no
olvidar su procedencia primordial [2].

En cuanto al origen del término maloca, al margen de sus destituciones [3],


es de muy difícil resolución, si bien la voz aparenta proceder de una
conveniencia castellanizada tardía partiendo de determinado dialecto
amazónico su composición no deja de conllevar cierta coherencia
significativa y aspectos de un simbolismo aplicado en todas las latitudes y
desde la más remota antigüedad. Así, la emisión maloca, probablemente
derivada de anteriores pronunciaciones sin vocalización, tal como el
ejemplo de ciertas raíces de índole muy extendida (aquí nos referimos a la
trilítera mlk) pudo dar lugar a elementos temáticos (en el sentido de aquello
que se añade a la raíz) o versificaciones locativas para adquirir una
significación precisa, y tal como viene a ser el caso determinativo del
compuesto ma-loka.

Si de confirmaciones se trata, no sólo podemos recurrir a los


procedimientos fonéticos de la lengua o dialecto en cuestión como a las
respectivas narraciones orales, sino también al sentido universal que
otorgan las operaciones de analogía del simbolismo tradicional [4] por el
cual la voz de referencia, entre multitud de significados derivados, nos
otorga la idea de “el sitio de la madre” o “el lugar de la raíz”,
principalmente en lo que concierne al fundamento de la maloca o “maloca
de los ancestros”, la cual sólo es accesible a la visión más elevada del
“dueño sabedor”. De este modo, la maloca invisible a los ojos profanos es
la maloca primordial o el antecedente celeste no tan sólo de la sociedad y
de la vivienda de los hombres, sino también de todas las malocas (mundos)
en fila y abajo. Así, “el lugar de la raíz” se refiere al Principio como origen
primero y a la vez fin último de los seres. Esto mismo se constata en
numerosos mitos o narraciones orales que pueden variar en mayores o
menores matices tal como es el caso tanimuca [5] donde la maloca de los
ancestros es el Principio de la tribu - de donde llegan los que nacen en este
mundo (Origen) y donde retornan los fallecidos (Fin) - siendo localizada en
uno de los cielos que es prefigurado por un sector del techo, aspecto que en
nada cambia el contenido esencial de este simbolismo

Por otra parte, debido a diversas y legítimas razones de tiempo y lugar, el


tipo maloca ha podido derivarse en una inagotable gama de estilos y
formas tradicionales (aún cuando en ocasiones su diseño se haya alterado o
modificado de acuerdo a dichos cambios), datos precisos nos informan que
el patrón original, el más respetado o el más completo, se refería a una
planta cuadrada (tierra) o rectangular [6] montada por una estructura
octogonal (los ocho puntos del horizonte) rematada por un techo cónico o
“cupular” (cielo) tal como aún narran algunos cualificados ancianos
witotos [7] (“sabedores” supervivientes del “boom” del caucho y de otras
depredaciones) por lo que puede vislumbrarse su status de “microcosmo”
de acuerdo al simbolismo tradicional. Dicho status interactúa
estrechamente relacionado con correspondencias y analogías operativas
entre el “macrocosmo”, el cosmos y el territorio físico, en este caso la selva
con todo su contenido como ser elementos, plantas, animales y gente.

esquema octogonal

De esta consideración se deriva que el método de construcción tradicional


no sólo es asimilado, dentro de la idea de duraciones tribales en un
contexto de origen primordial, sino que dicho contexto es “repetido” o
“revivificado” de continuo en un significado integral que incluye todos los
elementos antedichos. De ello se revela, tal como hemos expresado en otras
oportunidades, una situación completa y autosuficiente en los modos de
“asumir la existencia” por parte de los mal llamados “primitivos”, equívoco
de larga data tan sólo inferido dentro de las resultantes ocasionadas por la
paulatina e inexorable intromisión de la mentalidad moderna en detrimento
de las sociedades tradicionales y su consecuente desintegración en cuanto a
las pérdidas del verdadero acervo oral y del olvido de los verdaderos
símbolos y mitos ancestrales, es decir de sus elementos más unificadores
[8].
Digamos que la determinación proporcional de una maloca original está
regida por la cruz de tres dimensiones, sin olvidar que uno de los aspectos
de dicha determinación es la relación activo-pasivo del eje vertical con
respecto al plano horizontal atravesándolo en su centro, en este caso justo
en el medio, entre la ubicación (de los cuatro postes centrales) delimitada
por las doce columnas perimetrales (ocasionalmente con la adición de seis).
En cierto sentido, el plano horizontal o “plano de reflexión” queda así
definido en dos mitades, una correspondiente al espacio ritual de los
hombres y la otra al espacio doméstico de las mujeres con todo aquello que
se implica de un modelo preestablecido en la distribución de los respectivos
elementos muebles y utensilios [9].

Precisamente, el centro de la maloca viene a ser “el centro del mundo”


donde el “dueño sabedor” tiene su “escaño” asumiendo las prerrogativas de
su dignidad representada por el “gesto” tradicional sedente sobre el banco
ritual labrado [10]. De esta manera, “el viejo”, “el abuelo” o “capitán”
asimila en si mismo el rol de “eje vertical” ligado a todos los niveles de la
maloca (estados del ser) en sus propios centros.

sabedor sentado
Para confirmar una base de dichas estimaciones recordemos que el círculo
con la cruz inscripta es un recurrente símbolo del mundo entre los
amerindios. Es decir, la “rueda cósmica” con su centro o la “manifestación”
con su raíz, entendiendo del primero como aquello no fundacional o no
manifestado que hace convergir los radios y forma de ellos una rueda y de
la segunda al Principio como origen primero y a la vez fin último de la
manifestación. Así pues, se imponen otros aspectos análogos a considerar
que se refieren al círculo, también implícito en las columnas perimetrales, y
a la cruz en los cuatro postes centrales de la maloca en cuyo centro,
también llamado “el lugar de la Palabra”, no sólo se instala exteriormente
el “dueño sabedor”, sino que asume interiormente la trascendencia de toda
visión o conocimiento distintivo, ya que su corazón (sede de la verdadera
inteligencia) [11] se ha asimilado como en el punto central de la cruz [12]
donde desaparecen todos los contrastes y se armonizan las antinomias,
donde se sintetizan todos los contrarios y se superan las oposiciones.

Según la doctrina implícita en los relatos amazónicos este es el “sabedor


perfecto” (análogo al sabio perfecto de la tradición taoísta) quien es capaz
del “enfriamiento” de las palabras a fin de tornarlas en verdaderas o
suministrar la Palabra primordial. Asimismo, se trata del “enfriado” (aquel
desapegado de toda contingencia transitoria y mundanal) que ha logrado
“volver a su raíz” participando de la inmutabilidad del Principio.

Notas

1) Los adjetivos castellanos “dueño” y “sabedor” se han impuesto y popularizado a


partir de la conquista para reemplazar los nombres técnicos de las diversas hablas
aborígenes que sirven para designar al “sabio” o “anciano conocedor”. Sin embargo,
el significado que le otorga la mentalidad aborigen a dichos términos castellanos es
radicalmente distinto al entendido por la mentalidad moderna. Así, el “dueño” se
refiere a la “gente del centro”, conformada por quienes se ubican en el centro de su
propio plano por donde atraviesa el “eje del mundo” (o en posesión en primera
instancia del “estado primordial”) por ende su visión puede llegar a abarcar sintética
y unitariamente los diversos planos o estados múltiples del Ser en sus propios centros
(que son atravesados por el mismo eje). En términos coloquiales nativos de cobertura
(usados generalmente ante quienes no están iniciados en las propias tradiciones sean
indios, mestizos o blancos) el “sabedor”, dueño de su plano, es quien se halla en
contacto con los dueños espirituales de otros planos, “mundos”, o “malocas”. De esta
manera el significado de dichos adjetivos posee equivalencia con el término árabe
Sheikh (anciano) no tan sólo literalmente, sino también con el sentido universal que le
otorga el esoterismo islámico.

2) Así, cada palo de la maloca posee un nombre y una función tradicional. Es decir,
fueron nombrados en el origen y representan fases rituales precisas. El conocimiento
de todos los nombres transmitidos de generación en generación (salvo algunas
excepciones, en términos de actualidad ya es un conocimiento fragmentario) no sólo
implica la idoneidad en el oficio, sino también la eficacia del simbolismo operativo en
el “modo de vida” y la “cualificación” sacerdotal requerida.

3) Como por ejemplo los casos de “aldea” y de “expedición armada para esclavizar
nativos”

4) Lamentablemente, dichas operaciones en su sentido verdadero se hallan aún


bastante ausentes en el marco de los estudios aborígenes.

5) Lo que podría decirse como descendientes de este disminuido grupo, clasificado


algo imprecisamente dentro de la familia lingüística tukano oriental, es que viven
actualmente en territorio colombiano, dispersos en los denominados “núcleos
multiétnicos”.

6) Tal como ello es aún referente entre grupos muy distintos como pueden ser muiscas
y macuna. Entre los primeros se dice que aún hay “sabedores” que custodian los
conocimientos completos sobre la construcción de la cuca y su simbolismo, como de los
rituales correspondientes a cada fase, por ejemplo, los que corresponden a la
localización de las maderas de chonta, al amarre con bejucos y al armazón del techo
con palma tejida. En el caso de los segundos, habitantes ribereños del río Comeña, y de
las bocas del Pirá Paraná y Apaporis, la construcción de la maloca (Wi’i) sigue siendo
una función sacerdotal y mantiene su planta rectangular, pero el techo es en los
últimos tiempos a dos y cuatro aguas. Dicen que antiguamente las realizaban en forma
cónica.

7) Mencionemos que aún tomando en cuenta las variantes de diseño y estructura de la


maloca wuitoto es posible vislumbrar la persistencia de componentes simbólicos,
míticos y rituales de importancia “iniciática” Por ejemplo, en las malocas de base
plana y circular (cuyas dos entradas, en los extremos de la raya este-oeste, simbolizan
la salida y la puesta del sol) el cuadrado se halla representado por los cuatro postes
principales orientados de acuerdo a los puntos cardinales y como enmarcando el sector
sagrado y el “mambeadero”, entre el sector doméstico cercano a la salida y los
“asientos” de la coca y del tabaco junto a la entrada. Otro ejemplo de dichos
componentes simbólicos se halla constituido por la vara (pene mítico de Jutsiñamui)
que, entre los murui, sube desde el mambeadero hasta la cumbrera (cuyo ápex
simboliza “el camino del sol”). Sumemos que los witoto pertenecen a una nación
aborigen también llamada “uitoto” o ”huitoto” , si bien ellos mismos prefieren
denominarse murui-muinane, cuya última descendencia comprendiendo diversas
parcialidades y dialectos como el mika, minika, bué , nofuerene y nipode (estos
términos deben tomarse como aproximados ya que no hay exactas equivalencias de
transcripción a nuestro idioma) se halla asentada en la Amazonia colombiana (entre el
sur del Departamento del Amazonas y los ríos Putumayo, Caraparaná, Igará Paraná,
Caquetá y Caguán).

8) Acentuamos lo de “verdadero”, por cuanto nos permite inferir a cada uno de los
considerandos mencionados como grados de solidaridad en la unidad expresando un
carácter de síntesis o conformidad en naturaleza. También lo que sea igual o
proporcionado en relación conveniente, lo cual permite en su defecto, no tan sólo
estimar en su realidad el estado de la cuestión en cuanto a los vestigios residuales, sino
también una legítima reticencia a todo revival o pretendida “restauración” en un
contexto divergente. Esto mismo se torna considerable debido a que toda ruptura en
partes separadas como fase de una desintegración suele desembocar en una
transformación de sentido inverso a lo referido en una integración.

9) Así, cada objeto es considerado masculino o femenino cumpliendo una función


precisa junto a la puerta y a la orientación territorial que le concierne (quebradas y
chagras en el caso femenino, puertos de ríos y senderos de recepción en el caso
masculino).

10) Dicho “gesto” fundamental en el marco de un ritual de los más importantes si


bien sigue aún recreándose en la memoria de los descendientes respectivos parece
haber perdido los significados “iniciáticos” y la integridad que les caracterizaba hasta
no hace mucho tiempo, cuando en diversas zonas se celebraba periódicamente (en
completitud y con conocimiento de causa) como por ejemplo hacia la región del Mirití
Apaporis en las malocas tanimucas.

11) Sobre el simbolismo del corazón o del éter en el centro vital del ser humano y
sobre el “descenso” de la “Paz” al corazón según el eje vertical véase a René Guénon:
“El hombre y su devenir según el Vedanta, cap. III”. Sobre la “presencia divina” en el
corazón o centro del ser como representación simbólica en todas las tradiciones Ibid,
cap.XIII, y “El Rey del Mundo”, cap. III.

12) Según René Guénon, este punto central se corresponde con el “Invariable medio”
(Tchoung-young) de la tradición extremo oriental, siendo a la vez el centro de la
“rueda cósmica” donde se refleja la “Actividad del Cielo” mediante su “actividad no
actuante” (wei wou-wei). También es análogo a la noción de Nirvana de la doctrina
hindú para designar aquello “previo” al Paranirvâna. Igualmente, es correspondiente
a lo que en el esoterismo islámico se denomina como (estación divina) “que es la que
reúne los contrastes y las antinomias” (El- maqâmul-ilahî, huwa maqâm ijtimâ ed-
diddaîn). Dicha “estación” “o grado de realización efectiva del ser” se alcanza por El-
fanâ o “por la ‘extinción’ del ‘yo’ en el retorno al ‘estado primordial’…Más allá de El-
fanâ, hay todavía Fanâ el-fanâi, es decir, ‘la extinción de la extinción’…”. (Ver “El
Rey del Mundo”, cap. I y IV, “El hombre y su devenir según el Vedanta”, cap. XIII y
“El simbolismo de la cruz”, cap. VII respectivamente).

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