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EL SIGLO XX: CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO.

A) EL PANORAMA EUROPEO.-

1.- LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES E IDEOLÓGICAS.

La “aceleración de la historia” da a nuestro siglo un ritmo vertiginoso. De fines


del siglo XIX a hoy, el mundo ha sufrido las más profundas transformaciones. dos
guerras mundiales, infinidad de guerras civiles, modificación de los mapas, fuertes
conflictos sociales, hacinamiento humano en las ciudades, violencia a raudales, mil
tipos de ideología diferentes... ¿Qué fenómenos humanos han producido tantas
transformaciones históricas?
Creo que, sin caer en afirmaciones simplistas, sólo uno: la BÚSQUEDA DE LA
LIBERTAD; una búsqueda mal entendida, en muchas ocasiones, que ha llevado a la
CONQUISTA DEL PODER A TODA COSTA. Otras veces (las menos), una búsqueda
positiva que ha traído consigo la CONQUISTA DE NUEVAS METAS CIENTÍFICAS,
TECNOLÓGICAS, POLÍTICAS Y ECONÓMICAS al servicio de la sociedad mundial.

Comienzo por atender a la evolución social y del pensamiento europeos (dos


procesos íntimamente enlazados entre sí y con el acontecer económico y político),
distinguiendo cuatro etapas:

a) Hasta la primera guerra mundial.

Los años que median entre 1895 y la guerra de 1914-1918 son una
encrucijada para Europa. Por un lado, se alcanza una cima en el proceso de expansión
económica iniciado en el siglo XIX: “segunda revolución industrial”, “capitalismo”,
grandes imperios coloniales...
Como consecuencia, la clase social burguesa (comerciantes, empresarios y
profesionales liberales) vive una etapa de esplendor, confiada en el progreso y en la
consolidación de sus ideales (engañosamente liberales) y dineros... Es, para la
burguesía, “la belle époque” - “la época dorada”.
Contrapunto: la clase obrera, cada vez más extendida y unificada en sindicatos,
sigue luchando por mejorar sus condiciones de vida y por romper con la estructura
social europea, sometida toda ella al Poderoso Caballero (Don Dinero).
Todo ello supone, en el plano de las ideas, un intenso enfrentamiento entre la
burguesía liberal, basada en el dinero, y el proletariado, basado en la cooperatividad y
en el reparto de bienes (sólo en teoría, como demostrará la Historia en los años
venideros). En suma, en estos años se empieza a construir la dicotomía política entre
CAPITALISMO Y SOCIALISMO.
La guerra mundial de 1914 cerrará esta etapa. De ella saldrá una Europa
profundamente transformada y, a la vez, debilitada; el orden mundial ya no será
controlado ni por Inglaterra, ni por Alemania, ni por Francia, ni por Bélgica, ni por
Italia, sino por los Estados Unidos de América (formados en un primer momento por
población europea , indígena y africana, siendo estas dos últimas de poco peso político)
y por Japón.
Por otra parte, durante la guerra, en 1917, ha triunfado en Rusia la revolución
comunista (que fracasará pasados los años por la progresiva corrupción de las clases
dirigentes). ¡¿Qué extraño?! ¿¡Hablamos también de clases sociales en una Revolución
Comunista!?
No es exagerado decir que, durante estos años, comienza una nueva etapa de la
Historia Contemporánea.

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b) El período de entreguerras (1918-1939).

Tras el colapso económico producido por la primera guerra mundial, se asiste


a una recuperación y un ambiente de esperanzas, de euforia: son “los happy twenties”,
“los felices años veinte”, asimismo engañosos, pues siguen produciéndose fuertes
tensiones sociales y de ideas: el Comunismo (desgajado del socialismo en la reunión
europea de socialistas y comunistas denominada III Internacional, 1920) se endurece en
Rusia y en las Repúblicas Soviéticas con Stalin, y pasa a convertirse en auténtica
dictadura del terror, dictadura de izquierdas, muy lejos de las primitivas ideas de Lenin,
el fundador de las doctrinas comunistas más extendidas por el planeta (marxismo-
leninismo), que proclamaba una sociedad sin clases, aunque con un orden de gobierno.
Frente al Comunismo soviético surgirá el Fascismo italiano (1922: Mussolini en
el poder), de ideas ultraconservadoras, dictadura de derechas, supernacionalista y reacio
a revoluciones sociales.
Todo parece anunciar un DEBILITAMIENTO DE LA DEMOCRACIA
LIBERAL, la que lucha por las libertades del individuo sin que existan por ello
revueltas populares que puedan dar al traste con los gobiernos “sensatos” propuestos
por la burguesía progresista. ¿Y por qué no se mantiene la democracia como forma de
gobierno en los países, si parece lo más adecuado? Porque las naciones, sobre todo
europeas, están descontentas. Bastantes son ya los años de predominio burgués, y el
obrero no ve soluciones reales a sus problemas económicos, el hacinamiento humano de
las ciudades llevará a la falta de trabajo, éste a la miseria, ésta a su vez al deseo de
cambio, a la revuelta social.
En efecto, el “crack” de la Bolsa de Nueva York (la que marca las pautas de la
economía mundial ya en estos años) no se hace esperar. En 1929 se produce en el Viejo
Continente una honda crisis del sistema capitalista. El panorama económico y social se
enturbia: recesión económica, millones y millones de parados a escala mundial,
bancarrota... De “los felices años veinte” hemos pasado a los “dark thirties” o
“sombríos años treinta”.
En medio de este panorama complejo y sombrío aparece el oportunista Adolf
Hitler, que, enarbolando la hipócrita bandera del socialismo demócrata, por una parte, y
del nacionalismo político, por otra, se aprovecha de la gran crisis económica surgida en
su país, para subir al poder y autoproclamarse, al más puro estilo napoleónico, el
estandarte de la nación alemana, con fieles seguidores salidos de los ambientes más
bajos de la sociedad, cuya carencia de medios de todo tipo (económicos, educativos y
culturales) servirá de apoyo crucial para defender a capa y espada los ideales paranoicos
de una ideología “inventada” por tan siniestro personaje. Se puede decir que los
seguidores, engañados los menos, no tendrán nada que perder ante el nuevo sistema
ideológico y político planteado en Alemania, pues provienen de la miseria absoluta. De
estos “conejillos de indias” se alimentan los dictadores (Stalin, Mussolini, Hitler...) para
conseguir sus propósitos nacionalistas y xenófobos.

En estos momentos el mundo está dividido en tres grandes corrientes


ideológicas: CAPITALISMO---> Liberalismo burgués + Democracia como forma de
gobierno (desengañada, por cierto).
COMUNISMO----> Socialismo obrero + Cooperativismo (observamos
que se trata de una dictadura de izquierdas, con
Stalin).
FASCISMO--------> Nacionalismo sin control + Dictadura (Mussolini,
Hitler).

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Todo esto conduce a una exaltación del ánimo, y a un deseo de poder
incalculable por parte de los fascistas, que quieren controlar Europa, y, con ella, el orbe.
Estalla la segunda guerra mundial (1939-1945), aunando sus fuerzas demócratas y
comunistas contra fascistas y nazis; Japón, por una especie de deseo imperialista, quiere
dominar el Pacífico, y por eso se une a Italia y Alemania. ¡Pobrecitos! Perderá la
arrogancia; ganará la lógica. Europa, tras haber perdido 50 millones de hombres, saldrá,
una vez más, destrozada.

c) De 1945 a 1987.

Siguen años angustiosos (nada menos gratuito que la angustia existencial de que
hablaremos más adelante). El Occidente europeo se halla como aprisionado entre dos
grandes bloques: los EE.UU. y la Europa comunista. Las ideologías rivales
-capitalismo y socialismo- se encarnan ahora en dos gigantes. Son los años de la guerra
fría.
La recuperación europea se iniciará gracias, en gran parte, a la ayuda de
Norteamérica (Plan Marshall, 1947), de cuyos capitales será Europa, en lo sucesivo,
fuertemente tributaria, pese a los esfuerzos por fortalecer la conciencia europea y la
unidad económica (Consejo de Europa, 1949; Mercado Común, 1957).
En lo ideológico, los enfrentamientos parecen suavizarse hacia 1960. A la guerra
fría sucede la coexistencia pacífica. El comunismo ruso adopta posiciones menos
combativas (en parte, a consecuencia del auge de China). Algunos partidos socialistas
occidentales moderan igualmente sus tesis y derivan hacia la social-democracia.
En lo social -paralelamente-, Europa ha accedido a un Neocapitalismo que
supone una nueva consolidación de la burguesía, a costa, sin embargo, de concesiones a
los trabajadores: mejoras salariales y de las condiciones de trabajo, seguridad social,
etc. Se desemboca, en fin, en la sociedad de consumo. Pero la indudable prosperidad
material aparecerá pronto acompañada de un nuevo y hondo malestar ante nuevas
formas de alienación: la presión de la publicidad que impulsa a consumir más y por ello
obliga a trabajar más (pluriempleo); la degradación de la calidad de la vida (agobios,
contaminación).
Como respuesta a ello, surgen nuevos movimientos de izquierda revolucionaria
que intentan despertar la conciencia de las masas “adormecidas” por la sociedad de
consumo y replantean una revolución total (así, ya en mayo del sesenta y ocho, en
Francia).
Finalmente, la crisis energética de 1973, con sus secuelas de inflación, recesión
y paro, sitúa de nuevo a la sociedad europea en una grave encrucijada y ante nuevas
angustias.

d) De 1987 a nuestros días.

2.- LA EVOLUCIÓN DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA.

Desde finales del siglo XIX, una serie de descubrimientos lleva a un profundo
replanteamiento del pensamiento científico. Los científicos del XIX creían haber
establecido unos métodos seguros y una imagen exacta del universo; tales métodos van
a quedar radicalmente transformados por los nuevos hallazgos de la Matemática y de la
Lógica, pero sobre todo por los nuevos descubrimientos de la Física, que echa por tierra
la concepción newtoniana del universo.

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Son decisivas, en este sentido, las teorías sobre la estructura de la materia y
sobre la energía: desde el descubrimiento de los rayos X (Röntgen, 1895) y del radio
(los Curie, 1896), se va sucediendo la aparición de la física “quántica” (Planck, 1900),
la teoría sobre el átomo de Rutherford (1911), los estudios sobre la radiactividad
artificial de Joliot-Curie, etc., que conducirán a la física atómica y sus tremendas
aplicaciones posteriores (fusión y fisión del átomo). Paralelamente, son incalculables
las repercusiones de la teoría de la relatividad, expuesta por Einstein entre 1905 y
1915.

La ciencia, a partir de estos años, se encuentra ante una realidad cambiante y


complejísima; la seguridad positivista de los siglos XVIII y XIX será sustituida por la
idea de “indeterminación”: ya no se puede afirmar que una teoría sea ni “verdadera” ni
“falsa”; sólo se puede decir si es “útil” o “inútil”.

La incertidumbre teórica ante la que se encuentra el pensamiento científico del


siglo XX no impide, por supuesto, el espectacular avance de las ciencias y las
tecnologías: la radio, la televisión, el teléfono, el fax, el ordenador personal, la
comunicación telemática, en suma, abren nuevos horizontes a la comunicación humana,
comenzándose a hablar pronto del concepto filosófico de “aldea global”; el automóvil
(1885) y el avión (1903) facilitan los intercambios de todo tipo; el cohete y los satélites
artificiales inician la “conquista del espacio” (1957, primer Sputnik; 1969, llegada del
primer hombre a la Luna). Los avances de la Química abren la “era de los plásticos”
(nylon, 1935). Los hallazgos de la Física hacen posibles el rayo Láser, el chip, robots
electrónicos o bombas atómicas temibles. Por su parte, la Biología y la Medicina
inscriben en su haber las vitaminas (1911), las sulfamidas (1935), los antibióticos
(Fleming descubre la penicilina en 1929), o los órganos artificiales, los trasplantes
(1967, primer trasplante de corazón), a la vez que sus investigaciones sobre la célula, el
cerebro o los genes abren insospechadas posibilidades, esperanzadoras o inquietantes.
No todo resultará vencido: falta por curar el cáncer, y hace su aparición en la década de
los ochenta un “invitado” de excepción: el sida. Su curación se deja ya para el siglo
XXI.

En unos pocos decenios se ha ensanchado prodigiosamente el dominio del


hombre sobre la materia..., pero también han aparecido graves amenazas para la vida
humana: guerra nuclear, contaminación atmosférica, destrucción progresiva de la capa
protectora de ozono, desertización, subida de las temperaturas o “efecto invernadero”,
fenómenos atmosféricos incontrolables (terremotos gigantescos, erupciones volcánicas,
tornados arrolladores, riadas asesinas, incendios desoladores...), deshumanización
(anonimato corrosivo de las grandes ciudades), insolidaridad con los débiles (en un
claro “sálvese quien pueda” medieval), nuevas posibilidades de control de la conducta o
de la mente ( publicidad aplastante y continuada, estereotipos sociales inalcanzables,
pérdida de identidad cultural, tráfico de drogas psicotrópicas...). Y, con ello, nuevos
motivos de angustia vital (unidos al deseo de huida de la civilización), que se añaden a
los citados anteriormente (el malestar social y cultural): ya en 1950 dirigía el propio
Einstein al presidente de los USA una carta estremecedora que avisaba sobre el peligro
de destrucción del Planeta; más recientemente, nos acordamos de las dramáticas
advertencias de los ecologistas sobre la lenta, aunque progresiva muerte, de la
Naturaleza (Greenpeace). Ante tal avalancha tecnológica y científica, muchas personas
intentan refugiarse en los pocos resquicios de naturaleza que encuentran, marchando así
de las ciudades en pos de una vida más tranquila y sosegada. Se observa entonces una
mezcla de ideas barrocas (desengaño, frustración e insatisfacción) con ideas
renacentistas (tópico del “menosprecio de corte y de la alabanza de aldea”: el famoso

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“aurea mediocritas” del Renacimiento), medievales (la ley del más fuerte), románticas
(deseos de huida) y realistas (“los pies, en la Tierra, y que no te los pisen”).

3.- LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO

La Filosofía vive a principios del siglo una crisis paralela a la de la ciencia:


común a ambas, en efecto es la superación del positivismo, que se empareja con la
superación del racionalismo (la razón humana deja de ser el motor del Universo).
Pero, es entonces sintomático el auge de las corrientes irracionalistas. En efecto,
desde principios de siglo alcanzan gran difusión doctrinas de este tipo iniciadas antes,
algunos de cuyos portavoces pueden considerarse precursores del pensamiento
contemporáneo: son Shopenhauer (1788-1860), para quien el mundo se movía
impulsado por una voluntad ciega e irracional; o Kierkegaard (1813- 1860), con su
vitalismo angustiado; o Nietzsche (1844-1900), que exaltaba los impulso vitales sobre
la razón.
Así se constituyen en nuestro siglo unas filosofías vitalistas, entre las que se
situaría, el pensamiento de Henri Bergson (1859-1941), para quien la realidad es algo
dinámico que no puede apresar la razón, sino la intuición.
Las corriente vitalistas desembocan más tarde en el existencialismo, uno de los
grandes movimientos filosóficos del siglo XX. Con Kierkegaard, entre otros, como
precedente, el existencialismo se halla presidido por el alemán Martín Heidegger (1927)
y el francés Jean-Paul Sartre (1943). Frente a las filosofías esencialistas (las que giran
en torno a la “esencia” del hombre), Heidegger proclama que tal esencia se reduce a su
“existencia”. El ser del hombre es un “estar en el mundo”, como “arrojado ahí”, sin
razón y abocado a la muerte (el hombre es un “ser para la muerte”). Asumida tal
condición, conlleva inevitablemente a la angustia existencial. Sartre desarrollaría las
razones de esa angustia e insistiría en lo absurdo de la existencia, ideas que expone no
sólo en su obra filosófica, sino también en su producción literaria.
Volviendo a los inicios del siglo, debe destacarse el nacimiento de las doctrinas
de Sigmund Freud (1856-1939), por el profundo eco que alcanzarían en el campo de las
Letras. En medio de la citada atmósfera del irracionalismo, Freud se sumerge,
precisamente, en el análisis de los impulsos irracionales (o subconscientes) del hombre
y nos deja -junto a sus técnicas de psicoanálisis- una nueva concepción de la
personalidad. El hombre, según Freud, está regido por unos impulsos elementales que
lo orientan hacia el placer, hacía la felicidad; pero a tales impulsos se opone la
conciencia moral y social que los reprime y los sepulta en el subconsciente. Así se va
almacenando en lo más profundo de nuestra personalidad un complejo material psíquico
(deseos frustrados, impulsos reprimidos, etc.) que nos acompaña sin que lo advirtamos
normalmente. Sin embargo, la presión del subconsciente orienta no pocas veces nuestra
conducta, nuestra reacciones (o la creación artística y literaria); y, si su presión se hace
insostenible, provoca la neurosis.
En los últimos años de su vida (1930), Freud completó su doctrina con un
análisis de malestar en la cultura, poniendo de relieve cómo la realidad social y cultural
desempeña un papel capital en la represión de las ansias de felicidad del hombre. Y así,
la vida del hombre es dolor, frustración, y va acompañada de una angustia semejante a
la señalada por los existencialista. El hombre buscará alivio a sus frustraciones por
diversos caminos; entre ellos, el arte.
Finalmente, debemos hablar del marxismo, que -aunque nacido en el siglo XIX-
constituye, junto a las anteriores, una de las doctrinas más operantes en el mundo
contemporáneo. El marxismo pretende ser más que una doctrina política: una total
concepción del mundo. Oponiéndose al idealismo, su punto de partida es la Materia y el

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trabajo del hombre por dominar a la naturaleza (la producción). Así, la historia es un
proceso que avanza de un modo de producción a otro, mediante saltos cualitativos o
cambios revolucionarios en los que se destruye un sistema viejo y se implanta uno
nuevo. Los distintos sistemas vigentes, basados en la propiedad privada, han dividido a
los hombre en “poseedores” y “desheredados”, en “explotadores” y “explotados”; de ahí
la lucha de clases, que hace avanzar la Historia hacia una sociedad (la sociedad
comunista) en que tal división desaparezca. La infelicidad y las angustias humanas
tienen, pues, para el marxismo causas histórico-sociales. Y ante ello propone -junto a la
teoría- una política revolucionaria: según Marx, “los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
En conclusión, con puntos de partida muy distintos, pero con interesantes
convergencias ocasionales, el EXISTENCIALISMO, el PSICOANÁLISIS y el
MARXISMO tienen en común el ser pensamientos que se enfrentan con el vivir
humano cotidiano. Ello explica su enorme repercusión fuera del ámbito estrictamente
filosófico. Y esto es lo que aquí nos interesa: veremos hasta qué punto han encontrado
un eco en la literatura contemporánea, cada vez que el escritor ha intentado dar salida a
lo más profundo de su ser, o expresar las angustias y las miserias humanas.

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4.- LAS EVOLUCIONES ARTÍSTICAS EUROPEAS DESDE PRINCIPIOS DE
SIGLO.

La crisis del pensamiento científico y filosófico se deja notar en las artes durante
los primeros años del siglo XX. En todos los terrenos surgen movimientos que rompen
violentamente con los presupuestos artísticos vigentes hasta entonces. Los artistas,
como los científicos o los filósofos, desechan nociones y enfoques antes sólidamente
establecidos.

En la pintura, las novedades son especialmente patentes. Se combate el


academicismo realista, se supera el impresionismo. Con ritmo acelerado, van a
sucederse diversos movimientos de vanguardia que proponen nuevas concepciones de la
creación artística: expresionismo, cubismo, futurismo, arte abstracto... Los fundamentos
del arte entrarán en crisis: se prescinde de la perspectiva, se distorsiona o se geometriza
la figura humana. El año de 1907, fecha de “Les demoiselles d’Avignon “ ( “Las
señoritas de Avignon”), de Picasso, puede considerarse como el año clave de este
proceso. Pronto, el cubismo del mismo Picasso, de Juan Gris o de Braque tiende a la
abstracción. Y entre 1910 y 1914 aparecen las primeras obras claramente no figurativas
(Kandiski, Mondrian, Klee, Miró...). Como el cubismo, el futurismo también
experimenta notable aumento: Dalí será su máximo representante. Un vendaval parece
haber pasado por los terrenos de la Pintura, como por los de la Física o las Matemáticas.

Importantes son también las novedades en las demás artes: la arquitectura se


sirve de nuevos materiales, como el hierro ( Torre Eiffel, 1889) o el cemento armado,
que permiten crear nuevas estructuras, adaptadas a las nuevas necesidades de la vida
pública o privada. Así, la escuela de Chicago alza los primeros rascacielos (el Empire
State Bullding sigue siendo uno de los edificios estadounidenses más visitados por el
turismo mundial); aparece la estética industrial; grandes maestros, como el americano
Wright, el austriaco Otto Wagner (escuela de Viena) o el alemán Gropius sientan las
bases del funcionalismo ( realizar construcciones innovadoras, pero útiles, que presten
un buen servicio al ciudadano) y del racionalismo arquitectónicos. Actualmente, dos
españoles han alcanzado fama mundial con sus innovaciones arquitectónicas: Ricardo
Boffill y Rafael Moneo (una buena muestra de ello la tenemos bien cerca de nosotros:
el Ayuntamiento de Logroño, obra nacida en los planos de R. Moneo).

La escultura rompe igualmente con la tradición. Aparecen formas más fluidas o


distorsionadas, o se traducen los hallazgos del cubismo (Archipenko, Miró, Tàpies,
Gargallo, Botero más recientemente...). E idéntica renovación podríamos examinar en
el campo de la música (Ravel, Stravinski, música “minimal”, jazz, rock, pop, música
electrónica, etc.).

La literatura no podía quedar al margen de estos vientos renovadores. De las


novedades aparecidas se hablará en temas posteriores. Solamente comentaré aquí cuál
es el sentir profundo del escritor del XX ante tanta evolución social, científica,
tecnológica, filosófica y artística.
Con el Romanticismo había nacido el inconformismo del artista ante una
sociedad plenamente burguesa. El desacuerdo con el mundo y los sentimientos de
insatisfacción y de huida habían sido los ejes vertebradores de la literatura romántica.
Por ello, el escritor romántico se hallaba dominado por un sentimiento angustioso de
aislamiento, de automarginación y de soledad.
Más tarde, con el Realismo, el autor literario se enfrenta con la sociedad
deshumanizada, frecuentemente animado por un propósito crítico que -con el

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Naturalismo-, adquiere el signo claro de una agresión antiburguesa, colocándose del
lado del miserable, del proletario y del débil. Al mismo tiempo, las tendencias hacia “el
arte por el arte” o las corrientes simbolistas venían a ser como un volver la espalda a la
realidad gris y desazonante para refugiarse en un mundo de belleza y de misterio, de
signo también antiburgués.

En el siglo XX, el lugar y el papel del escritor europeo no variarán


sustancialmente. El escritor, en efecto, sigue ejerciendo un papel de disidente, de
consciencia crítica contra la sociedad desigual, o de consciencia angustiada ante el
mundo que le rodea, un mundo dominado por intereses materiales que no son los suyos.
Estas actitudes adoptadas por el escritor serán muy variadas:

a) La angustia es frecuente. Ya Nietzsche había expuesto “la convicción de


que la existencia es absolutamente insoportable”. De un “sentimiento trágico de la vida”
arranca la línea que conduce al existencialismo. La expresión literaria de tal angustia
-especialmente visible a principios de siglo y en las cercanías de las dos grandes
guerras- pone al descubierto un mundo deshumanizado que, con palabras del austríaco
Franz Kafka, “corrompe y degrada al hombre”, nos convierte en “cosas, más que en
criaturas vivas”, y “nos lleva nadie sabe dónde”; un mundo absurdo (Jean-Paul Sartre,
Albert Camus), donde el hombre se halla perdido.

b) La esperanza religiosa se convierte en una respuesta a esa angustia (me


viene ahora a la cabeza el recuerdo de las tendencias religiosas del Renacimiento,
desarrolladas en la literatura española en la segunda mitad del siglo XVI, con escritores
de fama mundial como San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa de
Jesús). El escritor animado por una fe sobrenatural encontrará en aquella razones para
dar sentido a su vida; y frente a un mundo materializado, exaltará los valores
espirituales. Pero, a veces, nos hallaremos ante una religiosidad conflictiva, dramática,
que - como en el bilbaíno Miguel de Unamuno o en el francés Georges Bernanos - no
excluyen aquel “sentimiento trágico”. Autores como los ingleses Hopkins, Graham
Greene, los franceses Paul Claudel, François Mauriac o Charles Peguy, o el italiano G.
Papini afirmarán esta tendencia.

c) Pero también cabe volver la espalda a las realidades angustiosas y buscar, por
múltiples caminos, el alivio o el aturdimiento. Así, la evasión hacia el pasado, o hacia
horizontes exóticos o refinados (los hispanoamericanos José Martí o Rubén Darío, que
crearán una gran escuela en España, primero, y en Europa, después: el Modernismo). O
la exaltación de los instintos, en el cultivo, por ejemplo, de los temas eróticos. O el
interés por formas ambiguas de misticismo o de esoterismo.

d) A tales tendencias suele ir unido el esteticismo (procedente del culto al “arte


por el arte” de cierta literatura de finales del s. XIX). Es frecuente considerarlo como
una manifestación más de la huida de la realidad, un refugiarse en la “torre de marfil”;
pero también puede ser una forma de rebeldía, a su modo: ya de “los poetas malditos”
(los franceses Baudelaire, Verlaine y Rimbaud) se dijo que reivindicaban la belleza
como una provocación contra la mediocridad burguesa, tan conservadora. Avanzando el
tiempo, se verá cómo renace el ideal de poesía pura, tan buscado, sobre todo, por el
romántico Gustavo Adolfo Bécquer (“la palabra es un círculo de hierro”), y cultivado
en los años veinte por Juan Ramón Jiménez ( “Vino, primero, pura, y se fue
contaminando;......; al final se me apareció nuevamente desnuda, y me purifiqué yo con
ella”, nos dirá en uno de sus más famosos poemas, en relación con la poesía que él
buscaba).

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e) Cabe, en fin, la protesta social y política. Nos encontramos entonces con una
literatura no estética, sino “comprometida”, que pasa del testimonio a la denuncia, y
que, en sus manifestaciones más radicales, se llama literatura de combate.
Frecuentemente, adopta las formas de un realismo crítico, y, en ocasiones, su modelo es
el realismo socialista (que, durante mucho tiempo, ha sido la estética oficial en la
URSS). En España aparece el Neorrealismo en los años cincuenta, con autores como
Camilo José Cela, en narrativa; Alfonso Sastre o Antonio Buero Vallejo en teatro;
Gabriel Celaya o Blas de Otero en poesía...
Pero la protesta social y la política puede presentarse también en formas
vanguardistas o nuevas (el lenguaje surrealista de bastantes poetas españoles
pertenecientes a la generación de 1927, o de poetas hispanoamericanos como Octavio
Paz, César Vallejo o Jorge Luis Borges; la narrativa originalísima de los escritores
hispanoamericanos como Vargas Llosa , García Márquez o el mismo Borges; los
nuevos modos de expresión escénica, como el teatro surrealista de Fernando Arrabal, o
el teatro de animación de calle, como el del grupo Els Comediants, o La Fura dels
Bauss, o también la crítica mordaz de Els Joglars, Arthur Miller, etc.).

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B) EL MARCO HISTÓRICO Y SOCIAL ESPAÑOL.-

Graves crisis sociales y hondos enfrentamientos ideológicos -en parte heredados


del siglo XIX- urdirán la trama de nuestra historia contemporánea. Tenderemos ocasión
de ver en qué medida se hacen eco los escritores de las circunstancias históricas. Demos
ahora un repaso a las grandes etapa por que atraviesa la España del siglo XX.

a) De principios de siglo a 1932. Es el punto de arranque la crisis de fin de


siglo, con el “Desastre del 98”, que señala el ápice de la decadencia española. Sin
embargo, durante los primeros años del siglo (Alfonso XIII alcanza la mayoría de edad
en 1902) se perpetúa la política habitual en la etapa anterior: turno de partidos
“dinásticos” (conservadores y liberales), juegos parlamentarios, etc.
Es el sistema que corresponde a una sociedad dominada por una oligarquía de
nobles terratenientes y alta burguesía financiera, bloque social netamente conservador y
que no sólo controla la economía, sino también las elecciones (recuérdese el
caciquismo). Por debajo se halla la pequeña burguesía, que se siente marginada por el
bloque dominante, pero - a la vez- teme al proletariado. La mentalidad de estas clases
medias suele ser reformista; de ella surgen intelectuales y escritores disconformes, a
veces revolucionarios (ello es síntoma de la llamada “crisis de la conciencia burguesa”,
cuya primera manifestación podría verse en los “jóvenes del 98”). En último término
encontramos a la clase obrera: proletariado de las zonas industriales y masa de
campesinos (los 2/3 de la población vive en el campo), unos y otros en durísimas
condiciones de vida. En ellos prenden las ideologías revolucionarias, con sus
organizaciones sindicales de creciente empuje: el socialismo y la UGT (1888), el
anarquismo y la CNT (1911).
Dos grandes convulsiones sociales jalonan este período: la “Semana trágica” de
Barcelona (1909) y la huelga general revolucionaria de 1917. El alcance de esta última
es decisivo, pues significa el fin del régimen de partidos turnantes y el acceso de nuevas
fuerzas al primer término de la escena política.
Mientras tanto, la guerra europea (1914-1918) ha ahondado el foso ideológico
entre los españoles: progresistas y conservadores coinciden con “aliadófilos” y
“germanófilos” respectivamente. Además, si la neutralidad española ha sido beneficiosa
para los industriales (que suministran sus productos a las potencias beligerantes),
empeora la condición de las clases bajas, víctimas del desequilibrio entre precios y
salarios; de ahí la citada inestabilidad social.
Tras la guerra europea, la situación española se agrava; recesión económica,
agitación campesina...; la crisis llega a ser total. A ello se añaden los reveses en la
guerra de Marruecos (Desastre de Annual, 1921), nuevo motivo de malestar,
especialmente en los militares.

b) De la Dictadura a la República (1923-1931). La gravedad de la situación


condujo al general Primo de Rivera a concentrar su mano, por concesión real, los
máximos poderes. Pero, aparte de las victoriosas campañas de Marruecos, poco es lo
que pudo resolverse. Durante algún tiempo se logra aliviar la situación económica y
garantizar el orden público; pero no se buscan soluciones para los problemas de fondo.
La oposición creciente de las clases medias y de los intelectuales y una nueva crisis
(consecuencia de la depresión mundial de 1929) hacen inviable la continuidad de Primo
de Rivera, quien dimite en enero de 1930.
La misma institución monárquica está debilitada. La oposición republicana se
une (Pacto de San Sebastián, agosto de 1930). Al año siguiente, las elecciones
municipales dan un amplio triunfo a los republicanos en las principales ciudades. El
rey, deseando evitar enfrentamientos, deja el trono. Y el 14 de abril se proclama la

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Segunda República, acogida con júbilo popular. Era un triunfo de las clases medias,
transitoriamente aliadas con los sectores obreros frente a la vieja oligarquía.

c) La República y la Guerra Civil. El historiados Pierre Vilar ha dicho: “La


Dictadura había gobernado sin transformas; la República intentará transformar y
gobernará difícilmente.” En efecto, de una parte, el nuevo régimen surge en medio de
una crisis mundial. De otra, sus contradicciones internas son demasiado fuertes y pronto
estallan los enfrentamientos entre ideologías y grupos sociales, haciendo estériles los
esfuerzos y frustrando las esperanzas. Así, a una primera etapa de ambiciosas reformas
(1931- 1933) sucede un bienio contrarreformador, que ha de reprimir fuertes
movimientos revolucionarios (Asturias, octubre de 1934). Cada vez más, las masas
populares desbordan a los gobernantes (incluidos, naturalmente, los representantes de
una pequeña burguesía reformista) y en febrero de 1936 se constituye el Frente Popular.
Mientras tanto, el comunismo -hasta entonces limitado- ha adquirido una fuerza
notable. Y ha surgido, con la Falange (1933), un nacionalismo inspirado en el fascismo
europeo.
España es un volcán que estalla el 18 de julio de 1936. La Guerra Civil es el
máximo y trágico enfrentamiento de los bloques sociales e ideológicos que hemos visto
en tensión durante la historia precedente. La victoria será de las clases conservadoras y
de la ideología tradicional.

d) La “era de Franco” (1939-1975). Los años que siguen a la guerra están


marcados, ante todo, por las secuelas del conflicto: destrucción, hambre, aislamiento
internacional, huellas del drama en las conciencias, odios represiones, censura
severísima... durante los años cincuenta se inicia una tímida liberalización (que
aprovecharán los escritores), paralela a la apertura hacia el exterior (España en la ONU,
1955). Se producen los primeros movimientos universitarios y obreros. Y los problemas
económicos imponen en 1959 un Plan de Estabilización, cuyas primeras consecuencias
son el paso y la emigración masiva.
En los años sesenta, una política tecnocrátrica inicia el proceso de desarrollo,
con el que España se incorporará -por vez primera- a la Europa industrial. El auge del
turismo incide notablemente en la economía, en las costumbres, en las mentalidades. A
la vez, crece la oposición al régimen, incluso desde sectores católicos (influencia del
Concilio Vaticano II), y se imponen nuevos márgenes de liberalización.

Y llegan los años finales del franquismo. España, que ha pasado a ser la décima
potencia industrial del mundo, ingreso en la órbita del Neocapitalismo y de la
“civilización del consumo”. Ello hace cada vez más patente el desfase entre el régimen
político y el desarrollo económico, con el cual se han ampliado considerablemente
ciertos sectores sociales que incrementan la fuerza de la oposición (cuyos partidos y
organizaciones sindicales son cada vez menos “clandestinos”.) Tal es el panorama
cuando muere Franco el 20 de noviembre de 1975).

e) La transición a la democracia. Proclamado rey Juan Carlos Y, y con el


posterior gobierno de Adolfo Suárez (junio de 1976), se suceden -con una rapidez
cuando menos inesperada- los pasos que apuntan hacia una democracia: referéndum
para la reforma política (diciembre de 1976), legalizaciones de los partidos, retorno de
exiliados, amnistías, progresiva supresión de la censura, elecciones a Cortes del 15 de
junio de 1977, elaboración de una nueva Constitución... Europa asiste con asombro a
este proceso sin precedentes: la transición pacífica de una dictadura a una democracia.
Con todo , no deja de haber sombras en el horizonte: de nuevo un cambio
político se produce en el marco desfavorable de una crisis mundial (la energética,

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iniciada en 1973). Y la situación económica española va alcanzando una gravedad
extremada.

C) LA EVOLUCIÓN DE LA LITERATURA: GENERACIONES, GRUPOS,


MOVIMIENTOS.

Las disciplinas históricas necesitan establecer con claridad las etapas o períodos
(periodización) que enmarcarán los acontecimientos estudiados. La historia literaria, al
afrontar el siglo XX, suele tomar como base de periodización el concepto de
generaciones; así, se habla de “generación del 98”, “del 14”, “del 27”, “del 36”, etc.
Parece oportuno examinar los conceptos de generación histórica y de generación
literaria para juzgar sobre su validez.

En el campo de la Historia, el método de las generaciones fue iniciado entre


nosotros por Ortega (En torno a Galileo, 1933). Según él, una generación es el conjunto
de hombres que han nacido en una determinada “zona de fecha” (no superior a quince
años) y que comparten un mismo “mundo de creencias colectivas”. La concepción del
mundo cambiaría con cada generación; es decir, en lapsos de quince años.

Tal concepción presenta, en la práctica -junto a una indudable utilidad


expositiva-, no pocas dificultades. ¿Por dónde trazar el corte entre una y otra
generación, si “todos los días nacen hombres? Sería preciso atender a los cambios de
mentalidad, debidos a múltiples circunstancias históricas. De todas formas, es evidente
que no todos los hombres que tienen aproximadamente la misma edad comparten una
misma concepción del mundo: los hay que aparecen vinculados con la mentalidad de
los más viejos, o con la de los más jóvenes.

Tales reservas parecen haberse tenido en cuenta al establecer el concepto de


generación literaria. No basta -se dirá- con que unos escritores sean coetáneos para que
formen un grupo coherente en ideas y estéticas: se requieren, además, unos requisitos
para poder hablar de generación “literaria”. Y así, el crítico alemán Julius Petersen
señalaba en 1930 los siguientes:
a.- Nacimiento en años poco distantes.
b.- Formación intelectual semejante.
c.- Relaciones personales entre ellos.
d.- Participación en actos colectivos propios.
e.- Existencia de un “acontecimiento generacional” que aglutine sus voluntades.
f.- Presencia de un “guía” (o “caudillaje”).
g.- Rasgos comunes de estilo (un “lenguajes gerenacional”).
h.- Anquilosamiento de la generación anterior.

Ante tal concepción se impone una observación importante, por elemental que
parezca: los escritores que puedan agruparse por reunir todos esos requisitos (cosa no
muy frecuente), no serán nunca toda su generación (histórica), sino solamente una
fracción de ella, un grupo. Constituirán, pues, en todo caso, un grupo generacional.

Es decir: el uso de la palabra “generación”, en el sentido que Petersen le da, es


una impropiedad léxica. Y conviene tener conciencia de ello, a pesar de que la crítica
haya extendido tal uso y aunque, por comodidad, se siga empleando tal denominación
en el sentido -insistimos- de “grupo”, “escuela”, “movimiento literario”, etc.

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Así pues, la llamada “generación del 98” no es sino un grupo de una generación
histórica a la que también pertenecen los “modernistas”; y lo que se conoce por
“generación del 27” es un extraordinario grupo de poetas en medio de otros escritores
de las mismas edades y de orientaciones diversas. Por lo demás, ¿qué hacer con
aquéllos que no pueden agruparse de acuerdo con los requisitos señalados? ¿Y con
escritores como Valle-Inclán o Juan ramón Jiménez, cuya trayectoria es cambiante? ¿Y
con un poeta como Miguel Hernández, unido por afinidades y convivencia a los “poetas
del 27”, pese a que debería considerase de la generación siguiente?

En suma, el método de las generaciones no parece un procedimiento de


periodización muy adecuado, y su rigidez ha obligado no pocas veces a forzar y a
deformar las realidades para hacerlas entrar en su marco. Lo importante será atender -
sin esquemas preconcebidos- a la evolución de la creación literaria, señalando las
afinidades y las diferencias que se nos impongan a medida que examinemos las figuras
y las obras.

Con tales precauciones, pasamos a trazar un cuadro de las grandes etapas y las
principales corrientes de la literatura española del siglo XX.

1.- La literatura española en los primeros años del siglo

Desde fines del siglo XIX, como en Europa, se observan en España e


Hispanoamérica corrientes de ideas de tipo inconformista o disidente, fruto de la
mencionada “crisis de la conciencia burguesa”: nacen en el seno de la pequeña
burguesía, pero poseen un signo preferentemente antiburgués (en un propio seno, en
efecto, la burguesía ha generado siempre fuerzas que ponen en tela de juicio sus
valores). En la literatura cunden los impulsos renovadores, agresivamente opuestos a las
tendencias vigentes (realismo y naturalismos, prosaísmo, poético, retoricismo...).

Pronto se designó con el término de modernistas a los jóvenes escritores


animados de tales impulsos innovadores. Con el tiempo, tal denominación se fuer
reservando para designar a aquellos autores (especialmente poetas) que se despegan de
un mundo del que abominan y, con ademán desafiante, encauzan su inconformismo
hacia la búsqueda de la belleza, de lo “raro”, de lo exquisito; es decir, se proponen ante
todo una renovación estética.

Pero junto a ellos hay en España otros escritores (especialmente prosistas) que,
aunque animados del mismo afán renovador, dan especial entrada en su temática a los
problemas del momento histórico: decadencia, marasmo interno, miseria social, atonía
espiritual... Llamados también al principio “modernistas”, para ellos se creó más tarde
la etiqueta de generación del 98.

En el próximo capítulo examinaremos las diferencias y las semejanzas que


puedan apreciarse entre los escritores de esta época. En cualquier caso, durante los
quince primeros años del siglo, se asiste a los máximos éxitos de Rubén y ala
proliferación de sus seguidores: a las obras más decisivas de Unamuno, Azorín, Baroja,
Antonio Machado; a las primeras etapas de Valle-Inclán o de Juan Ramón Jiménez.
Multitud de revistas, entre las que sobresalen Juventud, Alma española o la Revista
nueva animan la creación literaria del momento.

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2.- De 1914 a la guerra civil

En 1914, Azorín escribe estas palabras: “Otra generación ha llegado...


Dejémosles paso.” Son muy visible, en efecto, las novelas en el ambiente ideológico y
literario. en esa misma fecha, Ortega y Gasset (que un año antes había fundado, con
otros, la “Liga de Educación Política”) pronuncia un sonado discurso sobre “Vieja y
nueva política”. Una nueva mentalidad, el reformismo pequeño-burgués, encuentra su
expresión en la revista España (1915). El mismo año se funda en Madrid la tertulia del
café Pombo, a la que concurren los escritores y artistas jóvenes. Alcanzan notoriedad
nuevos novelistas como Gabriel Miró o Pérez de Ayala. La poesía de Juan Ramón se
despega del posmodernismo e inaugura, entre nosotros, el ideal de una “poesía pura”.
Un gran ensayista coetáneo, Eugenio D’Ors, bautiza las nuevas tendencias: es el
Novecentismo.

A la vez , un genial escritor, Ramón Gómez de la Serna, “Ramón” por


antonomasia, ha abierto las ventanas del país a los movimientos de vanguardia que
nacían en Europa (ya en 1910 había publicado el manifiesto del Futurismo). La
literatura de vanguardia gana terreno en los años siguientes y alcanza su máximo ímpetu
en torno a 1925. Dos años antes ha aparecido la Revista de Occidente, fundada por
Ortega, que acoge en sus páginas (y en su colección “Nova novorum”), no pocas de las
nuevas tendencias. Y en 1927 aparece la Gaceta Literaria, revista orientada
decididamente por los caminos del vanguardismo. Es el año del centenario de Góngora,
cuya creación sintoniza ahora con la intensa búsqueda de las nuevas formas.

Íntimamente enlazado con la poesía de vanguardia, pero depurándola e


integrándola con otras tendencias (poesía pura, clasicismo, neopopularismo), se halla el
grupo poético del 27, “nuevo o diez poetas” (como decía Salina) que han comenzado a
publicar entre 1920 y 1928. Con ellos alcanza su máximo esplendor el prodigioso
florecer literario iniciado con el siglo y que ha permitido hablar de “un segundo siglo de
oro” o, en expresión más consagrada, de la Edad de Plata de la literatura española.

Novecentismo, vanguardismo, grupo del 27: son tres ondas que se suceden, con
amplias zonas de coincidencia, en poco más de quince años, y que suponen un nuevo
haz de esfuerzos por una renovación estética.

Pero hacia 1930, al hilo de las circunstancias políticas, aparecerá -junto a las
inquietudes estéticas- una literatura preocupada o “comprometida”. Se hablará entonces
de una “poesía impura”, que se haga eco de los problemas humanos y cívicos; y surgen
las primeras manifestaciones de una novela social. Pronto la guerra civil obligará a
muchos escritores a tomar partido; la muerte, la cárcel o el exilio aguarda a no pocos de
ellos.

3.- De la guerra civil a nuestros días.

Tras la guerra se produce un vacía inicial: son los “años de convalecencia”


(Martínez Cachero). Luego la literatura vive unos años de búsqueda de posibles
caminos tras la trágica convulsión. Se ha hablado de una “generación escindida”.
Doblemente escindida: por una parte, entre el exilio y el interior del país, por otras,
dentro de éste, entre una literatura arraigada y una literatura desarraigada. Compondrían

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la primera quienes parecen sentirse serenamente instalados en su mundo (rosales,
Panero, etc.). La segunda es una literatura angustiada, transida de malestar; así, las
novelas iniciales de Cela (Pascual Duarte, 1942) y de Carmen Laforet (Nada, 1945), o
los primeros poemas de Blas de Otero (1950-51), o los dramas iniciales de Buero
Ballejo. Un poeta de la generación anterior, Dámaso Alonso, da la mejor medida de esta
desazón con un libro estremecedor: Hijos de la ira, 1944.

En torno a 1955, un buen número de escritores parece haber encontrado un


camino: se consolida un realismo social, aprovechando la leve relajación de la censura
para la creación literaria. Es -se dice- una “literatura de urgencia”, que intenta denunciar
situaciones de las que no se podía hablar en la prensa o en otras tribunas. El escritor
pretende contribuir a “transformar el mundo en que vivimos”, según una tesis
marxistas. Así, la poesía (Otero, Celaya) quiere ser “un arma carga de futuro”. Por el
mismo camino discurren novelistas como Delibes, Goytisolo, Aldecoa, Fernández
Santos, Sánchez Ferlosio, Ana María Matute..., y dramaturgos como Buero y Sastre. En
todos los terrenos, un tema obsesivo: España, la sociedad española del momento.

Sin embargo, el realismo social -tan importante en su momento- parece


anquilosarse pronto: en obras mediocres, se convierte en un repertorio de fórmulas
fáciles. Una serie de poetas notables, como José Hierro, Gil de Biedma, Valente o
Claudio Rodríguez, se resisten a encerrase en los cauces de la “poesía social”. La novela
busca pronto nuevas formas, y en 1962, Luis Martín Santos, con Tiempo de Silencio,
inicia una renovación de las técnicas narrativas, que será continuada por novelistas
como Juan Marsé (1966) o Juan Benet (1967). Son, además, los años en que se produce
el llamado “boom” o irrupción en España de la nueva novela hispanoamericana, que
será un modelo y un vigoroso acicate para nuestros narradores. En el teatro, en fin, la
renovación más profunda había sido iniciada - y continuada en el exilio- por Fernando
Arrabal.

En 1970, el realismo social ha quedado superado. El escritor se ha desengañado


de que la literatura pueda transformar el mundo: intenta, eso sí, transformar la literatura
misma. De ahí las nuevas corrientes de experimentación. Y asistimos a un nuevo
vanguardismo. En poesía está representado por los poetas llamados “novísimo”
(Gimferrer, Carnero, etc.). En novela continúan las innovaciones de Marsé y Benet, a
las que se suman novelistas de más edad, como Cela, Delibes o Torrente Ballester, a la
vez que van apareciendo autores nuevos y más audaces (Leyva, Guelbenzu,
Mendoza ...). La experimentación alcanza también al teatro: propuestas de los grupos
independientes, obras de autores como Ruibal, Nieva, Martínez Mediero, Romero
Esteo... Debe advertirse que las búsqueda de nuevas formas de expresión no supone
necesariamente el abandono de los propósitos de denuncia -que a veces es incluso más
ácida-, pero tales propósitos se persiguen por caminos muy distintos al realismo.

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