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A) EL PANORAMA EUROPEO.-
Los años que median entre 1895 y la guerra de 1914-1918 son una
encrucijada para Europa. Por un lado, se alcanza una cima en el proceso de expansión
económica iniciado en el siglo XIX: “segunda revolución industrial”, “capitalismo”,
grandes imperios coloniales...
Como consecuencia, la clase social burguesa (comerciantes, empresarios y
profesionales liberales) vive una etapa de esplendor, confiada en el progreso y en la
consolidación de sus ideales (engañosamente liberales) y dineros... Es, para la
burguesía, “la belle époque” - “la época dorada”.
Contrapunto: la clase obrera, cada vez más extendida y unificada en sindicatos,
sigue luchando por mejorar sus condiciones de vida y por romper con la estructura
social europea, sometida toda ella al Poderoso Caballero (Don Dinero).
Todo ello supone, en el plano de las ideas, un intenso enfrentamiento entre la
burguesía liberal, basada en el dinero, y el proletariado, basado en la cooperatividad y
en el reparto de bienes (sólo en teoría, como demostrará la Historia en los años
venideros). En suma, en estos años se empieza a construir la dicotomía política entre
CAPITALISMO Y SOCIALISMO.
La guerra mundial de 1914 cerrará esta etapa. De ella saldrá una Europa
profundamente transformada y, a la vez, debilitada; el orden mundial ya no será
controlado ni por Inglaterra, ni por Alemania, ni por Francia, ni por Bélgica, ni por
Italia, sino por los Estados Unidos de América (formados en un primer momento por
población europea , indígena y africana, siendo estas dos últimas de poco peso político)
y por Japón.
Por otra parte, durante la guerra, en 1917, ha triunfado en Rusia la revolución
comunista (que fracasará pasados los años por la progresiva corrupción de las clases
dirigentes). ¡¿Qué extraño?! ¿¡Hablamos también de clases sociales en una Revolución
Comunista!?
No es exagerado decir que, durante estos años, comienza una nueva etapa de la
Historia Contemporánea.
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b) El período de entreguerras (1918-1939).
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Todo esto conduce a una exaltación del ánimo, y a un deseo de poder
incalculable por parte de los fascistas, que quieren controlar Europa, y, con ella, el orbe.
Estalla la segunda guerra mundial (1939-1945), aunando sus fuerzas demócratas y
comunistas contra fascistas y nazis; Japón, por una especie de deseo imperialista, quiere
dominar el Pacífico, y por eso se une a Italia y Alemania. ¡Pobrecitos! Perderá la
arrogancia; ganará la lógica. Europa, tras haber perdido 50 millones de hombres, saldrá,
una vez más, destrozada.
c) De 1945 a 1987.
Siguen años angustiosos (nada menos gratuito que la angustia existencial de que
hablaremos más adelante). El Occidente europeo se halla como aprisionado entre dos
grandes bloques: los EE.UU. y la Europa comunista. Las ideologías rivales
-capitalismo y socialismo- se encarnan ahora en dos gigantes. Son los años de la guerra
fría.
La recuperación europea se iniciará gracias, en gran parte, a la ayuda de
Norteamérica (Plan Marshall, 1947), de cuyos capitales será Europa, en lo sucesivo,
fuertemente tributaria, pese a los esfuerzos por fortalecer la conciencia europea y la
unidad económica (Consejo de Europa, 1949; Mercado Común, 1957).
En lo ideológico, los enfrentamientos parecen suavizarse hacia 1960. A la guerra
fría sucede la coexistencia pacífica. El comunismo ruso adopta posiciones menos
combativas (en parte, a consecuencia del auge de China). Algunos partidos socialistas
occidentales moderan igualmente sus tesis y derivan hacia la social-democracia.
En lo social -paralelamente-, Europa ha accedido a un Neocapitalismo que
supone una nueva consolidación de la burguesía, a costa, sin embargo, de concesiones a
los trabajadores: mejoras salariales y de las condiciones de trabajo, seguridad social,
etc. Se desemboca, en fin, en la sociedad de consumo. Pero la indudable prosperidad
material aparecerá pronto acompañada de un nuevo y hondo malestar ante nuevas
formas de alienación: la presión de la publicidad que impulsa a consumir más y por ello
obliga a trabajar más (pluriempleo); la degradación de la calidad de la vida (agobios,
contaminación).
Como respuesta a ello, surgen nuevos movimientos de izquierda revolucionaria
que intentan despertar la conciencia de las masas “adormecidas” por la sociedad de
consumo y replantean una revolución total (así, ya en mayo del sesenta y ocho, en
Francia).
Finalmente, la crisis energética de 1973, con sus secuelas de inflación, recesión
y paro, sitúa de nuevo a la sociedad europea en una grave encrucijada y ante nuevas
angustias.
Desde finales del siglo XIX, una serie de descubrimientos lleva a un profundo
replanteamiento del pensamiento científico. Los científicos del XIX creían haber
establecido unos métodos seguros y una imagen exacta del universo; tales métodos van
a quedar radicalmente transformados por los nuevos hallazgos de la Matemática y de la
Lógica, pero sobre todo por los nuevos descubrimientos de la Física, que echa por tierra
la concepción newtoniana del universo.
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Son decisivas, en este sentido, las teorías sobre la estructura de la materia y
sobre la energía: desde el descubrimiento de los rayos X (Röntgen, 1895) y del radio
(los Curie, 1896), se va sucediendo la aparición de la física “quántica” (Planck, 1900),
la teoría sobre el átomo de Rutherford (1911), los estudios sobre la radiactividad
artificial de Joliot-Curie, etc., que conducirán a la física atómica y sus tremendas
aplicaciones posteriores (fusión y fisión del átomo). Paralelamente, son incalculables
las repercusiones de la teoría de la relatividad, expuesta por Einstein entre 1905 y
1915.
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“aurea mediocritas” del Renacimiento), medievales (la ley del más fuerte), románticas
(deseos de huida) y realistas (“los pies, en la Tierra, y que no te los pisen”).
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trabajo del hombre por dominar a la naturaleza (la producción). Así, la historia es un
proceso que avanza de un modo de producción a otro, mediante saltos cualitativos o
cambios revolucionarios en los que se destruye un sistema viejo y se implanta uno
nuevo. Los distintos sistemas vigentes, basados en la propiedad privada, han dividido a
los hombre en “poseedores” y “desheredados”, en “explotadores” y “explotados”; de ahí
la lucha de clases, que hace avanzar la Historia hacia una sociedad (la sociedad
comunista) en que tal división desaparezca. La infelicidad y las angustias humanas
tienen, pues, para el marxismo causas histórico-sociales. Y ante ello propone -junto a la
teoría- una política revolucionaria: según Marx, “los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
En conclusión, con puntos de partida muy distintos, pero con interesantes
convergencias ocasionales, el EXISTENCIALISMO, el PSICOANÁLISIS y el
MARXISMO tienen en común el ser pensamientos que se enfrentan con el vivir
humano cotidiano. Ello explica su enorme repercusión fuera del ámbito estrictamente
filosófico. Y esto es lo que aquí nos interesa: veremos hasta qué punto han encontrado
un eco en la literatura contemporánea, cada vez que el escritor ha intentado dar salida a
lo más profundo de su ser, o expresar las angustias y las miserias humanas.
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4.- LAS EVOLUCIONES ARTÍSTICAS EUROPEAS DESDE PRINCIPIOS DE
SIGLO.
La crisis del pensamiento científico y filosófico se deja notar en las artes durante
los primeros años del siglo XX. En todos los terrenos surgen movimientos que rompen
violentamente con los presupuestos artísticos vigentes hasta entonces. Los artistas,
como los científicos o los filósofos, desechan nociones y enfoques antes sólidamente
establecidos.
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Naturalismo-, adquiere el signo claro de una agresión antiburguesa, colocándose del
lado del miserable, del proletario y del débil. Al mismo tiempo, las tendencias hacia “el
arte por el arte” o las corrientes simbolistas venían a ser como un volver la espalda a la
realidad gris y desazonante para refugiarse en un mundo de belleza y de misterio, de
signo también antiburgués.
c) Pero también cabe volver la espalda a las realidades angustiosas y buscar, por
múltiples caminos, el alivio o el aturdimiento. Así, la evasión hacia el pasado, o hacia
horizontes exóticos o refinados (los hispanoamericanos José Martí o Rubén Darío, que
crearán una gran escuela en España, primero, y en Europa, después: el Modernismo). O
la exaltación de los instintos, en el cultivo, por ejemplo, de los temas eróticos. O el
interés por formas ambiguas de misticismo o de esoterismo.
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e) Cabe, en fin, la protesta social y política. Nos encontramos entonces con una
literatura no estética, sino “comprometida”, que pasa del testimonio a la denuncia, y
que, en sus manifestaciones más radicales, se llama literatura de combate.
Frecuentemente, adopta las formas de un realismo crítico, y, en ocasiones, su modelo es
el realismo socialista (que, durante mucho tiempo, ha sido la estética oficial en la
URSS). En España aparece el Neorrealismo en los años cincuenta, con autores como
Camilo José Cela, en narrativa; Alfonso Sastre o Antonio Buero Vallejo en teatro;
Gabriel Celaya o Blas de Otero en poesía...
Pero la protesta social y la política puede presentarse también en formas
vanguardistas o nuevas (el lenguaje surrealista de bastantes poetas españoles
pertenecientes a la generación de 1927, o de poetas hispanoamericanos como Octavio
Paz, César Vallejo o Jorge Luis Borges; la narrativa originalísima de los escritores
hispanoamericanos como Vargas Llosa , García Márquez o el mismo Borges; los
nuevos modos de expresión escénica, como el teatro surrealista de Fernando Arrabal, o
el teatro de animación de calle, como el del grupo Els Comediants, o La Fura dels
Bauss, o también la crítica mordaz de Els Joglars, Arthur Miller, etc.).
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B) EL MARCO HISTÓRICO Y SOCIAL ESPAÑOL.-
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Segunda República, acogida con júbilo popular. Era un triunfo de las clases medias,
transitoriamente aliadas con los sectores obreros frente a la vieja oligarquía.
Y llegan los años finales del franquismo. España, que ha pasado a ser la décima
potencia industrial del mundo, ingreso en la órbita del Neocapitalismo y de la
“civilización del consumo”. Ello hace cada vez más patente el desfase entre el régimen
político y el desarrollo económico, con el cual se han ampliado considerablemente
ciertos sectores sociales que incrementan la fuerza de la oposición (cuyos partidos y
organizaciones sindicales son cada vez menos “clandestinos”.) Tal es el panorama
cuando muere Franco el 20 de noviembre de 1975).
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iniciada en 1973). Y la situación económica española va alcanzando una gravedad
extremada.
Las disciplinas históricas necesitan establecer con claridad las etapas o períodos
(periodización) que enmarcarán los acontecimientos estudiados. La historia literaria, al
afrontar el siglo XX, suele tomar como base de periodización el concepto de
generaciones; así, se habla de “generación del 98”, “del 14”, “del 27”, “del 36”, etc.
Parece oportuno examinar los conceptos de generación histórica y de generación
literaria para juzgar sobre su validez.
Ante tal concepción se impone una observación importante, por elemental que
parezca: los escritores que puedan agruparse por reunir todos esos requisitos (cosa no
muy frecuente), no serán nunca toda su generación (histórica), sino solamente una
fracción de ella, un grupo. Constituirán, pues, en todo caso, un grupo generacional.
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Así pues, la llamada “generación del 98” no es sino un grupo de una generación
histórica a la que también pertenecen los “modernistas”; y lo que se conoce por
“generación del 27” es un extraordinario grupo de poetas en medio de otros escritores
de las mismas edades y de orientaciones diversas. Por lo demás, ¿qué hacer con
aquéllos que no pueden agruparse de acuerdo con los requisitos señalados? ¿Y con
escritores como Valle-Inclán o Juan ramón Jiménez, cuya trayectoria es cambiante? ¿Y
con un poeta como Miguel Hernández, unido por afinidades y convivencia a los “poetas
del 27”, pese a que debería considerase de la generación siguiente?
Con tales precauciones, pasamos a trazar un cuadro de las grandes etapas y las
principales corrientes de la literatura española del siglo XX.
Pero junto a ellos hay en España otros escritores (especialmente prosistas) que,
aunque animados del mismo afán renovador, dan especial entrada en su temática a los
problemas del momento histórico: decadencia, marasmo interno, miseria social, atonía
espiritual... Llamados también al principio “modernistas”, para ellos se creó más tarde
la etiqueta de generación del 98.
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2.- De 1914 a la guerra civil
Novecentismo, vanguardismo, grupo del 27: son tres ondas que se suceden, con
amplias zonas de coincidencia, en poco más de quince años, y que suponen un nuevo
haz de esfuerzos por una renovación estética.
Pero hacia 1930, al hilo de las circunstancias políticas, aparecerá -junto a las
inquietudes estéticas- una literatura preocupada o “comprometida”. Se hablará entonces
de una “poesía impura”, que se haga eco de los problemas humanos y cívicos; y surgen
las primeras manifestaciones de una novela social. Pronto la guerra civil obligará a
muchos escritores a tomar partido; la muerte, la cárcel o el exilio aguarda a no pocos de
ellos.
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la primera quienes parecen sentirse serenamente instalados en su mundo (rosales,
Panero, etc.). La segunda es una literatura angustiada, transida de malestar; así, las
novelas iniciales de Cela (Pascual Duarte, 1942) y de Carmen Laforet (Nada, 1945), o
los primeros poemas de Blas de Otero (1950-51), o los dramas iniciales de Buero
Ballejo. Un poeta de la generación anterior, Dámaso Alonso, da la mejor medida de esta
desazón con un libro estremecedor: Hijos de la ira, 1944.
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