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Ockham, Guillermo

Por Jorge BALVEY

Guillermo de Ockham (1285-1349), conocido como Doctor Invincibilis - en latín,


‘Doctor invencible’- y Venerabilis Inceptor -en latín, ‘Venerable iniciador’-, fue filósofo
y teólogo inglés, considerado el mayor representante de la escuela nominalista y uno
de los principales responsables del voluntarismo dominante hasta nuestros días.

Ockham sostuvo que Dios puede prescribir a la voluntad creada que le odie; que odiar
a Dios puede ser un acto bueno en este mundo, con tal de que lo prescriba Dios.
Luego, lo mismo vale para la vida eterna (Deus potest praecipere quod voluntas
creata odiat eum (...). Odire Deum potest esse actus rectum in via, puta si
praecipiatur a Deo: ergo et in patria!: G. de Ockham, In IV Sent. q. 14). He ahí la
cumbre del voluntarismo, que pervive en diversas formas, también "piadosas", como
si la voluntad de Dios fuese absolutamente arbitraria, desvinculada de la Verdad, de
la Bondad, de la Sabiduría y del Amor divinos.

Desde el siglo XIV, Ockham, con sus discípulos más o menos lejanos (entre ellos,
Martín Lutero), ha proporcionado argumento hasta nuestros días para la negación de
la existencia de Dios. Si quienes creen en Dios, piensan que la omnipotencia divina
consiste en poder hacer el absurdo, entonces es lógico que otros muchos digan: Dios
no puede existir. Pero lo que están testimoniando es solamente que Dios no puede
ser así; porque de ser así, Él mismo sería un absurdo, una contradicción, un ser
injusto y cruel. E igualmente absurda sería la fe en Dios.

Ahora bien, el Dios que la razón descubre, no es omnipotencia, sin más. Su


omnipotencia es la del Ser pleno, infinitamente perfecto, y, por tanto, plenitud de
Sabiduría y Amor. La identidad de tales atributos divinos se encuentra en la
revelación que transmite Juan evangelista: «Dios es amor»; e igualmente, Dios es
"Logos".

Una consecuencia trascendente es ésta: las cosas no son buenas o malas porque Dios
las mande o prohíba, como pensaba Ockham, sino que Dios manda o prohíbe ciertas
cosas porque son buenas o malas, a pesar, algunas veces, de las apariencias. Son
afirmaciones radicalmente opuestas.

El voluntarismo es contrario tanto a la fe cristiana como a la razón. Es moralmente


bueno lo que la razón descubre como tal, por encima de la espontaneidad irracional; y
lo que Dios manda o prohíbe es por razón de su infinita sabiduría, que es tanto como
decir, por su amor. Dios crea al hombre con una naturaleza a la que objetivamente
van bien unas cosas y mal otras.

Es lógico que, cuando después de Ockham el hombre se entregue al ateísmo teórico o


práctico, conciba la propia voluntad a imagen y semejanza del Dios de Ockham, es
decir, desvinculada de la verdad y del bien objetivos; como pura indiferencia ante el
bien y el mal: tanto da una cosa como su contraria; lo que importa es que yo lo quiera
o no. Así se llega en nuestros días a leer: «la verdad no libera; lo único que libera es la
libertad. Juan Pablo II es fundamentalista» porque enseña que «la verdad os hará
libres» (así, en tercera de un gran periódico español).

Si se quiere decir que donde no hay libertad, no hay libertad, es una obviedad
superflua. Si se pretende significar que el sentido de la libertad sea la arbitrariedad o
la indiferencia, que se puede desarrollar la libertad al margen de la verdad y del bien,
entonces, más que progresar en sabiduría y libertad, se ha retrocedido, al menos,
hasta Ockham.
http://www.mercaba.org/Filosofia/Medieval/guillermo_ockham.htm

Occam, (u Ockham) Guillermo de (1280-1346/1349) HIST.

Filófoso inglés, nacido en Ockham, Surrey, una de las figuras más representativas de
la Escolástica tardía, junto con Juan Duns Escoto, de quien depende en muchos
aspectos, y principal representante del nominalismo. Tras ingresar en la orden de los
franciscanos, estudió en Oxford. Pese a no alcanzar nunca el título que habilitaba para
enseñar teología, razón por la cual se le llamó Venerabilis Inceptor [Venerable
iniciado], enseñó en Oxford y en Londres. En 1324 se le obliga a presentarse a la curia
papal de Aviñón para responder a las acusaciones de herejía, cursadas por un ex-
canciller de la universidad Oxford, pero durante el proceso se ve envuelto en dos
problemas que alteran el curso de los acontecimientos: Luis de Baviera declara la
superioridad del poder civil del emperador sobre el del papa, y entre el papa Juan XXII
y los franciscanos se declara la denominada «guerra de la pobreza». Occam marcha a
Baviera, en 1328, reside en Munich y toma partido por el emperador; a partir de
entonces escribe sobre temas políticos.

La filosofía de Occam se inscribe en la crítica que los franciscanos, por obra


principalmente de Duns Escoto, dirigían a la síntesis entre cristianismo y
aristotelismo, intentada por Tomás de Aquino. El punto de partida de la nueva
propuesta filosófica de Occam es un empirismo epistemológico (notitia
experimentalis) que le lleva a ejercer una crítica radical a todo elemento innecesario
del edificio filosófico. Admitiendo que es posible conocer intuitivamente lo individual,
sin recurso alguno a la abstracción y a entidades ocultas, formas o conceptos
-entidades todas, a las que aplica el criterio de economía del pensamiento, conocido
como navaja de Occam -, construye su propia teoría del conocimiento (explicada
sobre todo en su importante prólogo al Libro I de las Sentencias): la base de todo
conocimiento es el conocimiento intuitivo (ver clases de conocimiento) del singular, al
cual llama notitia intuitiva intellectualis; el conocimiento abstractivo que se añade a
todo conocimiento intuitivo, notitia abstractiva, no supone ninguna nueva operación
del entendimiento para la formación del concepto: se llama abstractivo, porque
abstrae -prescinde- de la existencia del individuo y, en él, el término se considera en
sí mismo: es representación del objeto, en cuanto es signo, pero no es una
abstracción del objeto.

La lógica de Occam (su importante Summa logicae) trata de los términos en cuanto
forman parte de un sistema de signos lingüísticos. Divide el signo en escrito
(scriptus), que puede distinguirse también como vox, oral (prolatus) y mental
(conceptus). El concepto es el signo mental (intentio) que remite a las cosas
existentes; sólo él es universal, por naturaleza, porque puede representar a una
pluralidad de individuos. En cambio, los términos escritos o hablados, que son
convencionales, no pueden ser naturalmente universales. Su referencia a los objetos
individuales es su significado. El significado lo explica mediante la suppositio,
«suposición», la capacidad del signo para ocupar el lugar de un objeto o de una
colección de objetos. La suposición es personal, si un término ocupa el lugar del
individuo: «mi amigo del alma»; es simple, si ocupa el lugar de muchos, siendo
entonces propiamente una intentio de la mente (que posee esta capacidad de
elaborar signos naturales), como «todos los hombres son hermanos», y material, si el
término se refiere a sí mismo, como «hombre es bisílabo».

Entra en la disputa de los universales con el recurso de la suposición simple. En esta


perspectiva, los nombres abstractos -intenciones o signos- pueden ser absolutos o
connotativos. El nombre o término absoluto tiene como referente el objeto individual
o una cualidad del mismo (la sustancia o la cualidad), mientras que el término
connotativo, cuyos referentes serían las categorías aristotélicas restantes (a
excepción de la sustancia y la cualidad), no tiene otro referente que el individuo,
siendo el resto operación del entendimiento. Los nombres, por tanto, según Occam,
sólo se refieren o a individuos o a cualidades del individuo (lo que con el tiempo
corresponderá a los nombres y propiedades). En esta reducción de la referencia de los
nombres está su nominalismo.

Con su teoría del conocimiento intuitivo individual ha de rechazar los clásicos


argumentos escolásticos para la existencia de Dios; o Dios es conocido
intuitivamente, y no lo es, o sólo es posible la fe en Dios. El mundo, creación
totalmente contingente de Dios, no puede ser pensado como un conjunto de
relaciones necesarias; es un conjunto de cosas y de él conocemos sólo lo que es
posible por vía de la noticia experimental. Son rechazables, pues, entidades tales
como el espacio el tiempo, el movimiento, etc., como distintas de las cosas. A la
lógica incumbe averiguar el significado con que empleamos estos términos. El
nominalismo se orienta, así, hacia una ciencia física cada vez más interesada en
indagar cómo suceden los fenómenos, que en conocer la realidad subyacente a ellos.
Se abre un camino para la matematización de la ciencia física por el que transcurrirán
lentamente los seguidores occamistas.

Su valoración de lo concreto e individual y del conocimiento experimental tiene


también aplicaciones en el campo de la teoría política: la separación entre fe y razón
(por razones de un mayor rigor en definir la ciencia); distinción entre poder civil y
religioso, según la teoría de las dos espadas; crítica a la plenitud de potestad del
poder teocrático, o soberanía del papa, que ha de ser ministro, y no señor; crítica a la
infalibilidad papal y concepción de la Iglesia como comunidad de fieles y no como
dominio terreno.

Occam marca el final de la Escolástica tardía; tras él, los continuadores son ya
escuelas (tomismo, escotismo, occamismo) y no figuras relevantes de la filosofía
escolástica. Condenadas sus obras en París, en 1339, se confirma la prohibición al año
siguiente, en Roma, sólo para algunas de sus afirmaciones.

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A.,


Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés
Morató y Antoni Martínez Riu.

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