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EL LEVIATÁN DE HOBBES
(Del “estado de naturaleza” al Estado Absolutista)
1
sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea
directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus
amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido.3
3
Ibid., págs. 124-125.
4
Ibid., pág.128.
5
Ibid., pág 115.
6
Ibid., pág.125.
7
Ibid., pág.127.
2
poder político absoluto, que posea el monopolio de la violencia (institucionalizada y
reglamentada), y que, yendo contra la naturaleza, elimine la dispersión de la fuerza entre
distintos hombres y la concentre en un poder que atemorice a todos, para establecer la paz
eliminando la “guerra de todos contra todos”, garantizando la supervivencia e integridad de
los individuos y con la capacidad de permitir la satisfacción de las necesidades básicas para
una vida confortable a través del trabajo. Por lo que Hobbes define la esencia del Estado de
la siguiente forma:
[…] una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos
realizados entre sí, ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que
pueda utilizar la fortaleza y medios de todos como lo juzgue oportuno para
asegurar la paz y defensa común. El titular de esta persona se denomina soberano,
y se dice que tiene poder soberano; cada uno de los que lo rodean es súbdito suyo.8
Ahora, si bien la adscripción del contrato hace que el hombre pase del estado de
naturaleza a asumir su condición de persona artificial, de ciudadano, esto no elimina la
brutalidad de la naturaleza humana, sino que simplemente la regula, es por esto que una
vez establecido quién es el Soberano, a éste debe asignársele poder absoluto, ya que, en
palabras del propio Hobbes: “Los pactos que no descansan en la espada no son más que
palabras, sin fuerza para proteger al hombre en modo alguno.”9 Es decir, parafraseando al
propio autor, son los hombres y sus armas, la fuerza y el terror, no las palabras y las
promesas, lo que afirma la vigencia y el poder de las leyes que permiten conservar la vida.
Por lo tanto, la formación del Estado en Hobbes viene a ser la única manera en que,
a través de la armonía entre libertad y autoridad, la naturaleza puede cumplir el principio
de supervivencia, pero como producto de un estado completamente artificial, que
convierte al Estado en el poder resultante del egoísmo colectivo. Así, para Hobbes:
8
Ibid., pág.146.
9
Ibid., págs.143-144.
10
Ibid., pág.147.
3
Es decir, para el filósofo inglés los hombres ceden sus “derechos naturales”, pues
en la medida en que estos rigen la conducta, nadie puede estar seguro, y se crea por libre
convención de los individuos un orden, un derecho, una costumbre y una moralidad: este
es el Estado o Leviatán, cuyo control se encuentra únicamente en manos del Soberano
(ente individual o colectivo, pues los principios lógicos del pacto social pueden derivar en
cualquier forma de gobierno). Por lo tanto, el Soberano no posee un valor en sí mismo por
ser quién es, sino únicamente por lo que “representa”: la unidad del cuerpo colectivo.
Ahora, el problema fundamental para que este orden político (que es un sistema de
reglas políticas) funcione, es que justamente los derechos naturales cedidos por los
hombres nunca pueden ser recuperados. El Estado, bajo todo punto de vista, debe ser
omnipotente y tener el poder para determinarlo absolutamente todo por sí mismo; es decir,
el Estado debe ser capaz de someter a todos los ciudadanos a través de la articulación del
miedo político, del miedo al poder instituido, que prevenga la perpetua “guerra de todos
contra todos”, por lo que nada que vaya contra el poder político puede ser lícito.
Hobbes sostiene que si bien pueden imaginarse muchas consecuencias
desfavorables por la existencia de este poder ilimitado, las consecuencias de la falta de él
son mucho peores.12 Por lo que el Estado, el Soberano, debe encontrarse más allá de
cualquier posible temor, pues un poder que no teme no engendra miedo, sino sumisión y
respeto; el Soberano, entonces, no puede incurrir nunca en la arbitrariedad.
11
Ibid., pág.145.
12
“Así parece bien claro a mi entendimiento, lo mismo por la razón que por la Escritura, que el poder
soberano, ya radique en un hombres, como en la monarquía, o en una asamblea de hombres, como en los
gobiernos populares y aristocráticos, es tan grande como los hombres son capaces de hacerlo. Y aunque,
respecto a tan ilimitado poder, los hombres pueden imaginar muchas desfavorables consecuencias, las
consecuencias de la falta de él, que es la guerra perpetua de cada hombre contra su vecino, son mucho
peores. La condición del hombre en esta vida nunca estará desprovista de inconvenientes; ahora bien, en
ningún gobierno existe ningún otro inconveniente de monta sino el que procede de la desobediencia de los
súbditos, y del quebrantamiento de aquellos pactos sobre los cuales descansa la esencia del Estado. Y cuando
alguien, pensando que el poder soberano es demasiado grande, trate de hacerlo mejor, debe sujetarse él miso
al poder que pueda limitarlo, es decir a un poder mayor.” (Ibid., pág.159.)
4
El soberano de un Estado, ya sea una asamblea o un hombre, no está sujeto
a las leyes civiles, ya que, teniendo poder para hacer y revocar las leyes, puede,
cuando guste, librarse de esa ejecución, abrogando las leyes que le estorban y
haciendo otras nuevas; por consiguiente, era libre desde antes. […] Por otro lado,
tampoco es posible para nadie estar obligado a sí mismo; porque quien puede ligar,
puede liberar y, por tanto, quien está ligado a sí mismo solamente, no está ligado.13
De esta forma, el Soberano (aquél o aquellos investidos del máximo poder estatal)
no está sometido a nadie en fuerza de contrato o pacto alguno, por lo que puede ejercer su
poder y dirimir litigios, castigar con dureza, o incluso matar, sin que eso pueda
considerarse injuria a ningún ciudadano, pues es una condición que está determinada por el
pacto que dio nacimiento al propio Estado. Así, lo importante para Hobbes es que el
Estado controle y el Soberano gobierne e imponga la ley para que la sociedad pueda vivir
en paz y prosperar; si esto se consigue a través de buenas o malas artes, no solamente es
secundario, sino también lícito. El Estado es soberano absoluto respecto de todos sus
subordinados y es la única fuente de derecho, de moral y aun de religión.14
De hecho, para Hobbes, todas las leyes promulgadas por el Soberano, escritas y no
escritas, toman su autoridad y fuerza de la comunidad a través del pacto con el que se
constituyó el Estado; es decir, toman su autoridad del propio pueblo a través de quien lo
representa, el Soberano, por lo que los hombres están obligados a observarlas “no por ser
miembros de este o aquel Estado en particular, sino de un Estado.”15 Y ya que nadie puede
elaborar leyes, sino el Estado (de hecho, es un atributo específico del Soberano), y sólo a
través de ellas se establece qué es lo justo y lo injusto, resultaría absurdo considerar injusto
aquello que se encuentra en la ley o justo lo que vaya en contra de ella. Sin embargo, al
mismo tiempo, toda actividad del súbdito que no ponga en peligro el acuerdo que hizo
nacer al Estado es siempre lícita, permisible y buena.
Ahora, aunque Hobbes afirma que los súbditos no pueden cambiar de forma de
gobierno, también sostiene que el poder absoluto del Estado se pone en entredicho si con
su accionar no controla el miedo de los hombres, sino que lo genera; por lo que es de
fundamental importancia distinguir entre el poder absoluto del Soberano y el ejercicio
arbitrario y completamente personal del poder. Es decir, para Hobbes el miedo total, el
13
Ibid., pág.170.
14
Para Hobbes, los Estados tienen el derecho a establecer qué doctrinas sin convenientes para la paz y para el
aleccionamiento de los súbditos, pues es evidente que las acciones de los hombres derivan de las opiniones
que tienen sobre lo que es el bien y el mal, por lo que la religión es un hecho político, y la libertad de
conciencia pone en entredicho el control del Estado. Hobbes dirige sus dardos contra las iglesias, pues toda
política de libertad de conciencia y de respeto para los intereses religiosos lleva siempre a la desintegración
en el seno del Estado.
15
T. Hobbes, Del ciudadano y Leviatán, pág. 168.
5
terror, aquel miedo del que no se comprende su causa y objeto, que no es un miedo
personal sino colectivo, menoscaba y termina por desintegrar el control del Estado, lo que
genera las condiciones para una vuelta al estado de naturaleza, a la confusión y la guerra
civil (“guerra de todos contra todos”), ya que la razón por la cual es instituido el poder del
Estado es justamente el procurar la seguridad de los ciudadanos, lo que haría necesario el
establecimiento de un nuevo contrato o pacto.