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Perder es cuestión de método

Por Ibsen Martínez en Marzo 15, 2010

1. Padezco un trastorno que llamaré emocional, aunque sé que en el fondo es


cosa más bien mental. Es un trastorno que se manifiesta con ataques de
clarividencia. Para mis propios fines me he inventado una medida de mi
malestar. La llamaré "Índice de Desazón Cognitiva" (IDC), que recorre una escala
de 0 a 9. Últimamente tengo el IDC algo elevado. Lo curioso del IDC es que
mientras más elevado aparece, más claro parezco tener el panorama político. Un
ejemplo está en las parlamentarias de septiembre: hoy mi IDC indica, como un
barómetro, que aunque todo muestra que a Chávez se le viene encima la
tormenta perfecta, la oposición va a perder las parlamentarias de septiembre.
Van a perder una vez más, es lo que digo; ¿alguien quiere apostar una botella de
Ballantine’s 12 conmigo? Me gustaría mucho perder la apuesta. Sí, ya sé que la
llamada Mesa Democrática lo viene haciendo mejor que en el pasado lo hicieron
corporaciones semejantes, hechas de partidos y sociedad civil que se las
arreglaron para pegarse un tiro en el pie con su propia escopeta en el momento
decisivo.
Un dato digno de exaltar en esta ocasión es que mi amigo Ramón Guillermo
Aveledo, experto político donde los haya y bien acreditado hombre de ideas,
está entre los directivos técnicos de la Mesa junto con otra mucha gente bien
dispuesta y esclarecida. Por cosas así, se me dice, debería yo mostrarme un poco
más optimista.
Pero mi IDC se empeña en mirar los árboles en lugar del bosque. Y, aunque le
suene a usted a un despropósito, cada vez que miro a los árboles en lugar del
bosque tengo tendencia a acertar en mis juicios. Es raro, pero es así.
Por eso me ocuparé de lo que cualquier vocero de la Mesa Democrática
describiría, tranquilizadoramente, como "casos aislados". Un caso aislado un
árbol en el bosque es la querella entre Julio Borges y Enrique Mendoza, por
ejemplo. Uno podría calificarla de insulsa majadería si no llevase implícita la
repetición de los motivos que, en las elecciones regionales de noviembre de
2008, llevaron a la oposición a perder la Gobernación de Bolívar gracias la
intransigencia del partido de Borges.
Como es el tipo de disputa que brinda ejemplo, no sería raro que el fenómeno
cundiese en el resto del país.
Mendoza, quien al parecer cree que su cachucha de pelotero puesta con la
visera hacia atrás es una especie de amuleto de buena suerte que lo singulariza
en la mente y el afecto de los electores, arguye que las encuestas lo dan como el
candidato de oposición más arrebolado del estado Miranda. Borges, a su vez, si
no entiendo mal sus argumentos, alega que la misma encuesta que esgrime
Mendoza muestra a su partido como el de más sólida y vasta implantación en la
entidad. Ergo los puestos "salidores" en las planchas unitarias deberían
favorecerlo.
Mendoza reclama primarias para que, igual que en el vallenato, "se acabe la
vaina". Borges, a su vez, parece haber hecho del "pique" con Mendoza el
elemento central de una estrategia ganadora nacional. Con esto, nos recuerda la
caracterización que hizo Whitehead de la burocracia: "renueva los esfuerzos,
pese a haber olvidado los fines". Hace pocas semanas, Borges asombró al ya
suficientemente desazonado público opositor retando nada menos que ¡a Mario
Silva! a un debate de ideas.
2. Más risible más trágicamente risible, diremos ha sido la reaparición del
regente vitalicio del estado Carabobo, don Henrique Salas Römer, Marqués de
La Cabrera y Conde del Cabriales. Tal vez el lector lo recuerde: se trata de aquel
caballero que perdió por knock out las últimas elec- ciones presidenciales del
siglo pasado, en 1998. El referee tuvo que repe- tirle la cuenta de diez para que
entendiera que había perdido.
Pues bien, testimonios de prensa insisten en que ha vuelto, igual que el espectro
del padre de Hamlet se dejaba ver en la explanada del castillo de Elsinor: Salas
Römer ha vuelto con un mensaje "unitario" para la oposición.
La posición del Marqués de la Cabrera en esto de la unidad parece desprenderse
del hecho de que, habiendo llegado segundo en las últimas presidenciales del
siglo pasado, en 1998, ello le confiere por sí solo un derecho adquirido a ser el
candidato presidencial opositor en las de 2012. Se comprende que para ello sea
importante dejar sentir la fuerza de "Proyecto Venezuela" en las parlamentarias.
Lo desconcertante es que el Marqués no quiera ni primarias ni "acuerdo
político", sino que se atienda exclusivamente a las encuestas que, presumen los
disgustados, él mismo encarga.
El regreso de Salas Römer es un caso claro de humor negro involuntario porque
es él quien acusa a los demás de afectar la unidad. ¡Hasta Antonio Ledezma
anda alertando contra el peligro de deshilachamiento que corre la unidad!
3. Hay otro síntoma inquietante que mi IDC interpreta como el oscuro deseo de
la oposición de meterse un autogol en septiembre. Se trata de un fenómeno
chamánico, verdadera expresión de pensamiento mágico religioso, de vocación
totémica que lleva a la masa opositora a erigir en oráculos electorales a
profesionales de la anfibología argumentativa y a la interpretación de encuestas
con acompañamiento de autobombo. Gente que maneja, de lunes a viernes,
empresas de sondeos de opinión y no ven conflicto de interés alguno en escribir
artículos dominicales, justamente de opinión.
El "artículo-tipo" discurre invariablemente así: "Me preguntan qué va a pasar en
septiembre. En septiembre Chávez puede perder: están dadas condiciones para
que pierda.
Pero, ¡ojo!, también puede ganar". Al día siguiente, la internet se llena de
"rebotes" del último sondeo hecho por estos genios de la "demoscopía del yo-
yo", disciplina que para lo único que sirve es para embotar el propio
discernimiento. Y llenar los bolsillos del encuestador-opinador, quien, igual que
los casinos, nunca pierde porque siempre podrá argüir "yo se los dije".
Esto ocurre, desde luego, porque la rehuevona credulidad de la oposición las
ganas locas de creer en vainas, en lugar de pensar la realidad con la propia
cabeza se los permite.
Peor manifestación del pensamiento mágico religioso de nuestra masa
opositora es la fe ciega en fuerzas suprapolíticas que resolverán el "problema
Chávez" sin necesidad de actuar con suma energía, suma unidad y suma
eficiencia política y electoral sobre tan formidable adversario.
Se trata de un "animismo de la crisis", en este caso, de la crisis eléctrica, según el
cual esta última tiene volición y sentido: basta sentarse a esperar que
sobrevenga el inexorable ¿inexorable? colapso eléctrico y oleadas de franelas
rojas bajarán de los cerros a votar por las seis o siete docenas de planchas
unitarias opositoras.
Cuando regrese la luz, Chávez se habrá ido, por supuesto.

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