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Radhamés
Reyes
Vásquez
Quemaremos los días
por venir

BIBLIOTECA
DIGITAL DE
AQUILES
JULIÁN

Muestrario de
Biblioteca Digital Poesía 56
2

Quemaremos los días


por venir
Radhamés Reyes-Vásquez,
República Dominicana
Coeditores: Edición Digital Gratuita
MÉXICO
Fernando Ruiz Granados
José Solórzano
ARGENTINA
distribuida por Internet
Mario Alberto Manuel Vásquez
Francisco A. Chiroleu Muestrario de Poesía 56
Patricia del Carmen Oroño
ESTADOS UNIDOS
José Acosta Editor:
Aníbal Rosario
José Alejandro Peña
Aquiles Julián, República Dominicana.
César Sánchez Beras
ESPAÑA Primera edición: Marzo 2010
Henriette Wiese
Giulia De Sarlo
Santo Domingo, República Dominicana
María Caballero
Elena Guichot Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se envía por la
ITALIA Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores,
Gabriel Impaglione difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Los derechos de autor de
VENEZUELA cada libro pertenecen a quienes han escrito los textos publicados o sus
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URUGUAY artículos. Agradecemos la benevolencia de permitirnos reproducir estos textos
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COLOMBIA obra del autor al que homenajeamos en la edición.
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NICARAGUA
Radhamés Reyes-Vásquez
CHILE
Claudio Vidal
3

Contenido
Balbucear el lenguaje de Dios / Aquiles Julián 5

Prólogo de René del Risco al primer poemario de R. Reyes-Vásquez 6


El hombres deshabitado 8
El crepúsculo de Ezra Pound 20
Si puedes tú con Dios hablar 24
Rewind 24
Palabras para mamá desde una noche de invierno sin fondo 26
La música brota de tus ojos 28
En Caracas, a la muchacha que conocí en la estación del metro 29
Fiesta ceremonial 29
Jubiloso rumor 30
Bésame, bésame mucho… 30
Daiquirí 32
Escribir sobre tu cuerpo 32
El desvelado 33
El fuego en ti crecido 34
Llena de mí te acercas 34
Patria verdadera 35
Alegre llama dócil 36
Piedras de olvido 36
En nombre del amor 37
Si en tu amor creciera 37
Lecho perdido 38
Agua enterrada 39
Renuncia irrevocable 39
Ana en la pradera 40
Estrella de cielo anochecido 41
Estrella candorosa 41
Sueño de amor 42
4

Lo que de ti me queda 43
Tu nombre y el mío 43
Mano adolescente 44
Ruego de amor 45
Oscura transparencia 45
Retorno de amor 46
Condecoración 47
Luz inacabada 47
Eurídice 48
Estrella irreverente 49
Muro de ceniza 49
La presentida 50
Luz sobre mi lecho 51
Constancia de amor 51
Desvelado sol 52
Agnus Dei o amor constante más allá de la muerte 53
2 56
La tarde 57
Follaje nocturno 58
Escritura 58
Vigilia del juglar 59
Mamá también cantaba boleros 62
Ciudad inhabitable 67

Radhamés Reyes-Vásquez, un disidente / Víctor Villegas 70


Radhames Reyes-Vásquez / biografía 73
5

Balbucear el lenguaje de Dios

Por Aquiles Julián


La amistad, ese perfume de las relaciones entre las personas, me
ha concedido unos amigos a los que estimo, respeto, admiro y
quiero. Y de los que recibo, a su vez, las mismas consideraciones.
Así, entre mis amigos están personas como Manuel Núñez,
ensayista acucioso y escritor de gran talento y pensamiento
agudo; José Enrique García, poeta y narrador de excepcional
calidad y crítico de grandísimos méritos; Manuel García
Cartagena, poeta y narrador extraordinario; Efraím Castillo,
narrador y dramaturgo de tremenda fuerza; Alexis Gómez Rosa,
ya todo un maestro de la poesía dominicana, y puedo proseguir
hablando de autores destacadísimos de nuestras letras, a los que
admiro y aprecio como Enrique Eusebio, como Arturo Rodríguez
Fernández, como Iván García Guerra, como Armando Almánzar
Rodríguez… Son muchos amigos brillantes, excelentes, talentosos y admirables, por los
que siento un respeto y una consideración extremos. Y entre ellos está mi querido
Radhamés Reyes-Vásquez.

Es una amistad surgida al calor de una pasión: el amor por la literatura, el gusto por
escribir, el placer de manosear palabras, crear imágenes, balbucear el lenguaje de Dios.
Y la admiración emergió fácil, alimentada por el deleite de una obra en que uno se
sumerge gozoso, en la que destellan hallazgos verbales, sorpresas expresivas que
enriquecen nuestra percepción y provocan una honda emoción.

Radhamés Reyes-Vásquez ha vivido inmerso en la práctica de la literatura. Lector voraz,


se ha nutrido de lo mejor de la poesía que ha llegado a sus manos. Y esos veneros
alimentan y enriquecen su voz, que es propia como sólo pueden serlo las voces
auténticas: cuando transmutan y sintetizan lo mejor de la tradición poética de su patria,
de su lengua y de la humanidad, y elevan estos pedestales verbales que serán, a su vez,
materia prima para la formación de otros que nos sucederán.

La tradición poética dominicana es de una riqueza proverbial. Desconocida y postergada


es, sin embargo, de las más sólidas y relevantes de América Latina; de las más
significativas de la lengua española; con nombres y obras que no desmerecen a ninguna
tradición poética trascendente a nivel internacional.

No hemos tenido la proyección a la que la calidad de nuestra poesía se hace acreedora.


Seguimos siendo un tesoro a descubrir. Y me siento más que orgulloso de ser amigo de
autores que expresan el alto nivel de nuestra poesía, como en este caso lo es Radhamés
Reyes-Vásquez, a quien homenajeamos en esta edición de Muestrario de Poesía.
6

Prólogo de René del Risco Bermúdez


al primer poemario de Radhamés
Reyes-Vásquez
Por allá, por el cementerio de la Máximo Gómez, por donde vive Radhamés Reyes
Vásquez, la noche es bronca y el día peligroso. Por esos barrios la muerte suele ser un
humilde suceso inopinado, porque desde hace cierto
tiempo a la gente por allí no le ha interesado disimular
la arruga del hombre o la amargura entre las cejas y
entonces el balazo en la nuca o la sangre en las costillas
es un riesgo gratuito para todos.
¡La violencia! -increpan los editoriales de los diarios-
pero allá arriba, en esos barrios no pasará nada. Una
mujer teñirá de negro un vestido. Alguien no volverá a
la casa. Y eso es todo.
Pero no hay alternativa. Por otro lado, en la ciudad la
gente podrá soñar y amarse en las salas de cine, cortar
con un cuhcillo limpio la carne en un restaurant,
jugarse la luz verde en los semáforos, y en caso de
gravedad sintonizar en el radio de transistores un
reportaje vivo "desde el lugar del hecho" cuando una
explosión sacude el recinto o cuando una ráfaga
quiebra la alta presencia de la noche. Pero allá arriba,
en los barrios, el riesgo está planteado en términos más sencillos: la noche es
definitivamente bronca y el día es peligroso.
Radhamés Reyes Vásquez puede muy bien asumir a plena conciencia su condición de
muchacho inmerso en la grave realidad de un barrio pobre y airado de la capital
dominicana, y esa conciencia con que asuma su posición desconforme será la real y
valiente expresión de un joven sometido a la dureza de su tiempo; pero sucede que
Radhamés, gratuitamente, sin que se lo ordene nadie, ha elegido para sí una
responsabilidad aún mayor, un compromiso aún más serio, porque de él en parte
depende que esa sucesión de hechos simples y trágicos que a su alrededor suceden, día
tras día, adquieran el valor de un relato auténtico y unánime de la hermosa y
lamentable realidad de los suyos.
A los dieciocho años, ya no resiste la presencia en un rincón de su espíritu de esa
oscura mariposa, grande y pesada, que es la poesía. La siente fatal y solemne,
dominante en el más íntimo juego de sus sentimientos, advierte su preocupante, su
inevitable presencia, intuye su sombra angustiosa, y ya decidió desesperarse, ceder,
rodar, morirse interminablemente víctima de la más obsesiva e incurable obediencia a
un alado demonio, aposentado siempre en la más cerrada e intocable sombra interior,
castigador a carne viva, imborrable, indestructible, inevitable. Radhamés, inofenso e
incauto, aceptó los signos, se precipitó a la muerte.
Y aquí tenemos que este joven ha empezado a vivir su destrucción (que no otra cosa es
hacer poesía). Pero bien, eso es sólo un punto de partida.
7

Estimo, y espero así lo estimen los demás, que no es la ocasión para intentar un
estudio de este pequeño libro, ni mucho menos tratar de buscarle un lugar
determinado en el atestado estante de la poesía dominicana. No se trata de eso, de
ningún modo. De todas maneras Radhamés Reyes Vásquez empieza aquí, y si es claro
que no sabemos dónde terminará, tampoco es posible determinar dónde estará
mañana. Cabe incluso la posibilidad de que, como sucede muchas veces en este país,
alguien en muy mal tono lo mande a callar y él, avergonzado, se calle.
A nosotros lo que nos interesa por el momento es ayudarle a franquear una puerta a la
que él y cualquiera tiene derecho. Derecho que a menudo no se reconoce entre
nosotros, porque existe la creencia (y la conveniencia de creer) de que alguien que no
cuente con el patrocinio de ciertas capillas influyentes, o de ciertos grupos
politiqueantes, o de algún mandamás de periódicos, o de un grupo cultural vociferante
y demagógico, es decir, alguien que venga solo, como viene Radhamés Reyes Vásquez,
no tiene entrada en esta función muy espectacular, por cierto, en este momento, de la
literatura nacional.
Y no es así, sencillamente porque nada de eso es importante.
Aquí entra con su valor inicial, mucho o poco, un joven que escribe poesía. No habrá
que advertir a los que lo lean con espíritu crítico que encontrarán inmadurez,
manifiesta inmadurez, pero ello no es un defecto más que cuando aparece como
característica lamentable en la obra de algunos que, aupados por muy distintos
intereses de nuestro medio, resultan como ciertas frutas maduras al carburo, no más
que pintonas, y por fuera.
Claras y explicables influencias permanecen visibles en la superficie de esta poesía que,
a tientas, muda pasos en este libro. Influencias que van desde la consabida
Pedromiriana, hasta en algunos momentos (muy pocos por suerte) el por-encima-del-
hombro, tono de Miguel Alfonseca, pasando por las novias y los pañuelos de Pedro
Caro. Pero sabemos que hay más, por detrás está la palpitante, viva, inevitable
influencia de toda la poesía nacional. De todo el que ha escrito un poema en este país.
Y tiene que ser así. Ya vendrá, si es que viene, el momento en que este joven tenga un
modo más suyo de caminar, y aun entonces de alguien llevará, como todos, los zapatos
prestados.
Pero hay algo más importante por ahora que todo lo que podamos criticar en este
cuaderno; se trata de su posición. Esta no puede ser otra que la del propio autor. No se
trata de una posición previa y personalmente establecida, sino la que está
determinada por el origen y la situación social del joven que dentro de la grave
realidad de su barrio, entre sus humildes amigas y compañeros, ante los dolorosos
hechos que lo cercan diariamente, optó por obedecer al demonio alado de la poesía y se
da en este libro la puñalada mortal de la que ya no podrá arrepentirse so pena de
quedarse vergonzosamente vivo y mudo.
Ojala que Radhamés comprenda qué seria y trascendente es la misión del escritor y se
prepare en todos los sentidos para llevarla adelante. Luchando por una cada vez más
rigurosa formación, exigiéndose mayor disciplina cada día, afinando su tono,
puliendo su expresión, asumiendo, en fin, su muerte. Una muerte que beneficiará a los
suyos, porque él escribe lo que vive, lo que viven esos que saben que la noche es bronca
y el día peligroso.

Santo Domingo, noviembre de 1969


8

El hombre deshabitado

Reverente homenaje a la memoria eterna


de Franklin Mieses Burgos, amigo
y maestro inolvidable.

Muchachas que en algún lugar de mi vida detenidas


(están,
Llamas del pasado, piedras vivas del presente,
Rostros que en el polvo aún se mueven y encienden
Sus lámparas, unas en la mano, otras en la memoria
Bellos cuerpos amados, nombres que recuerdo
(con íntima nostalgia,
('Calles donde he podido envejecer y que se han ido
(apagando,
Estatua de los vientos, redondo grano de anís:

Dejemos al recuerdo las pasiones, salgamos


(de la niebla perseguida
Recogiendo las penas que nos dejan,
(las lágrimas que caen:
La primavera ha llegado con sus lanzas:
Destruyamos el presente.
La playa, el mar y las estrellas aún tienen el brillo
Que vuestros ojos dejaron, más no los míos.
Ya no habrá música de viento en la pradera:
La fatiga nos vence, nuestras energías disminuyen.
Mis amigos de entonces, que no están junto a nosotros,
Eran muchachos jóvenes que amaban el café al atardecer.
Cantaban y escribían sobre glicinas amarillas,
Algunos alcohólicos y otros pederastas.
Si queremos el verso, decían, debemos oír la realidad.
Muchachos con dentadura postiza a quienes
(el mar entristecía,
Qué horror y qué desdicha no tener ya tiempo,
Ver que somos el polvo prometido.
El tiempo cae
9

Como masa compacta, como badajo, el tiempo


Que a sí mismo se destruye comiéndose las hojas :
El viento del sur le llena las manos de rocío.
Grandes espacios desde donde la tierra nos llama
Van abriéndose: alguien nos espera en vano
(al final de algún pasillo.
Nuestras voces eran hermosas como ébano.
Nuestros cuerpos como espigas cálidos.
Tantas cosas ignorábamos.
Nada sabíamos de pólvora ni estruendo, de cadáveres
Aullando junto al alba.

¿Quién podrá calmar esta tristeza?


¿Quién recogerá las lágrimas vertidas por nosotros?
Nada sabíamos del fuego ni del grito.
Cada uno a muerte condenado
Podía crecer con su nostalgia.
¿Quién podrá con tanto olvido y tanto amor?
Cenizas hay que en mí no llevo.
En estas calles
Pálidas y tristes, ¿quién nuestros pasos ha de borrar?
¿Quién nos conocerá si no dejamos frutos?
Astro desolado el día. Viento que escuece la piel
Y en las menudas palabras ciudades edifica.
Cada gesto es un mundo, una misma palabra universal,
Un navío ahogándose en los ojos. Promontorio
(delante de nosotros.
¿Quién podrá viajar hacia el olvido que somos?
Dejaremos al viento las palabras.

El tiempo cruel está pasando, ¿quién lo recogerá?


Nuestro círculo es ambiguo y complejas nuestras culpas.

Sentí que estaba naciendo y era la memoria de esos días


Que me rodeaba, me cercaba como a un reo perseguido.
Muchachas que alguna vez se juntaron con mi vida,
Pálidos amigos que en las madrugadas me han acompañado:
Ya no tienen mis manos contacto con la niebla,
El día ya no canta entre mis párpados, la noche
No es la música que ayer enloquecía.
Me pesa el tiempo y mi cuerpo, sombra que reposa,
10

Es un lugar deshabitado.

Pero ¿qué persiguen nuestras almas mirando hacia


(el pasado?
¿Quién no ha tenido la muerte como sortija entre
(las manos?
Oh niños con quienes he sido tierno y generoso,
A quienes di juguete y pan, los años se han comido
(mi voz.
Sueños ya no tengo, no rueda el agua dócil por mis
(músculos Ni de otros espero como ayer la redención.
El mundo me ha entregado sus dolores, la soledad
Va comiéndose mis labios, la palabra no es un río
(como ayer,

Cuando el amor levantaba multitudes como espadas


Ha construido en mí sus poblaciones la tristeza,
Me va llenando de ausencias y gestos que no entiendo
Y como puñales en vigilia sus ojos a los míos penetran.

Nos arrojó la luna hacia el Ozama, cenizas somos


Que nos piensan sin mentirnos, muerte que llama
(seduciendo.
Trémulas estrellas brillan en el rocío de los tréboles,
Dianas presurosas que sucumben si son para nosotros.
Nubes verdes e inmóviles cubren de la memoria,e l velo,
Sobre un pasto adormecido, y en el humo
Las manos que me hacen eterno si me tocan
Claman por la reconciliación de los contrarios.
Inmortal soy cuando me miras.
Entre los árboles, Como pájaro veloz en su desolación,
La brisa mi libertad contiene: una mano en paz y en amor contrito
Envuelta en la belleza de una mirada, tan parecida al sílice
Se ha dormido igual que un rito.

La mano habla con el ojo en lugares públicos.


El viento lee documentos en el cesto y los eucaliptos
Se hunden en el sexo de sal legítima de las muchachas.
11

Vientos de todas las ciudades confluyen en mi voz,


Vibraciones que arden y en el ritmo persiguen un solsticio
Ascienden descalzas, vaporosas por un cuerpo:
Cantan como las nubes y las mareas.

Esta primavera grita en los labios disímiles


De una mujer condenada al patíbulo
Y en la punta de los lápices su húmeda canción
Es un rescoldo acuoso para enterrar la luna.
Húmeda también es la mano como pieza de ajedrez
Erguida entre sandías y seduce y tiene el gesto
De una muchacha provinciana.
Esta primavera es sollozo que dibuja un lago
(en la escritura,
Cruje en mis huesos como antaño, se acuna
En el cielo nublado de mis párpados, triste como
(un anciano

Que padece el tiempo en un jardín.


Primavera cruel y absoluta, débil sombra
En los ojos de un cráneo destrozado,
Entre escombros y soledades donde la luz es tímida.
Flores que mueren bajo el sol cuando la súplica es
(mandato,
Tibia, parecida a un cuerpo joven recién salido de
(la multitud.

Como violín adormecido: aristócrata arruinado alejánuose


(del polvo desdeñoso
O abriendo hacia el día sus ventanas.

Esta primavera que percibo ya es memoria.


Los ojos que una presencia devoran
Transfiguran oscuras verdades en las manos.
Su callada música es agua y campanas con destellos
Cuando la luz se muere en el cuello de cisne de los lirios,
Música y verdor parecen percibir estrellas desoladas.
Espectros que condecoran pájaros y deidades y en lo
(absoluto se conjugan:
En lo eterno sus apagadas lámparas destruyen
(soledades.
12

Sobre el hueco de la cisterna alguien sus pasos equivoca.


Debajo, la primavera tiene un ritmo de agua dulce
Y cabellos que suscitan constelaciones deshojadas,
Ritmos de inclemente cascabel: es bóveda
Donde cabe la noche interminable.
¿Quién dirá que entre las calles de tu nombre
No hay un río, constelado y azul como tus lágrimas?
Oh vientos oh mares: nuestras voces reunidas os claman,
Oh templos que ha diseñado la razón.
Nuestro tiempo era dulce como un fruto, como
(la piel de ciertas jóvenes.
Y mis hijos, pobres muchachos ahora tan lejanos,
Jugaban corriendo por la casa, mientras la madre
Planchaba nostalgias y desolaciones en el cuarto.
Amores que el celo y el rencor han destruido,
Rápidas nubes grises, días que las pequeñas miserias
(arruinaron,
Amores que en el polvo aún son tibios,
Lágrimas que dicen más que las palabras:
Muchos son los cuerpos que vinieron a este lecho
A buscar la paz eterna que no hallaron,
Los labios que, besando, dijeron que me amaban
Y, después, en otros labios paz buscaron;
Prostitutas que a mi vida amaron y que amé,
Multitudes que se hundieron en la sombra perezosa
De un abismo, en la luz cómplice y obstinada de los amaneceres,
Nuestras culpas y errores,
¿Dónde estarán ahora, a qué distancia de la rigidez
O la cordura, en qué lugar del desvarío?
Nuestras lágrimas son agua rencorosa, cicatrices N
o tenemos sino heridas abiertas que aún sangran.
Y las contradicciones que nos alejaban
A muchos distancian todavía.
Edificamos en el viento, sembramos en la arena,
Nuestros ídolos tenían pies de barro y eran de algodón
(o de papel
Con voces que se desvanecían en el aire,
Cuando salíamos a ver la lluvia entristecidos
las muchachas que entraban al cinematógrafo
Con jeans y espejuelos ahumados.
En verano el mar, sus escombros y la llama dulce del amor
13

Cubriendo de eternidades el deseo, llenándonos


(de aire y luz.
La sombra que cantaba y el aullido espantando
(a los pájaros.
Pétreas ciudades que en nuestras predicciones ardieron
Llenábanse de peces y estruendos
Y nuestras pasiones saltaban, como demonios.
Ya ni las raíces nos quedan, desarraigados estamos
Mirando en la noche situaciones convulsas y barcos
(alejándose.
Ya no somos sino sombra de la sombra que fuimos.

El deseo germinaba, árboles que habían sembrado


Jóvenes combatientes florecían En honor a sus memorias.
Tantos éramos entonces: Mateo, Enrique, Rafael, Tony, José, Héctor
y otros tantos que andarán
(quién sabe dónde.
Líquenes dorados, ¿dónde estábamos cuando una lluvia roja
Nos azotó y entre la pólvora y el grito nos llamaron? ¿Dónde estábamos?
Cerradas están las puertas, quietas
Las manos que cantaron con ímpetu asombroso
Y débiles las voces que se levantaron en la arcilla
Cuando el mar poblaba ojos y restaurantes.
Nuestras disculpas aún florecen sobre húmedas navajas
Porque no hemos aprendido a disponer nuestros instintos.

Arruinados amigos que viajaron conmigo, soledades


Crecidas desde una misma circunstancia,
Indómitos días crueles y erosionados,
Perlas que en la mirada se nos hunden como puñales,
Ya con el ceño fruncido, ¿hacia dónde nuestros
(pasos nos dirigen?

Inasibles, los días se desprenden.


El hombre deshabitado que aún somos
No es sino la suma de sus actos y de éstos la ceniza.
Y enmudecemos.
Entendimos que las hermosas palabras
No abren para el hombre los caminos,
Columnas de una luz que se destroza:
Hueso roído, himno que rueda entre las hojas,
14

Piedra que nos mira desde su forma transparente,


Chapoteo de sílabas desnudas, hálito y rumores
Callados como encendidos pensamientos
Jardín enjambre de esculpidas palabras,
Ahora que sólo sollozamos somos
cobarde silencio que se ahoga y soledad destruida
Que recordamos a muchos que no están:
¿Caerán al agua mis palabras?
El hombre deshabitado que hemos sido y somos,
El tiempo que somos, la semilla que en mi voz
Crea el mundo sonoro del deseo,
Rito que ha instalado la simiente, ciegas gotas
Que sólo cayendo en el vacío hallar pueden su razón
(de ser,
Líquidos pensamientos, hábiles muchachos,
Jadeo de sombras que en la sombra se buscan sin tocarse,
Corona de espumas donde un terrible viento multitudes
(ha creado,
Nuestras culpas de entonces son las mismas de ahora
Y dentro del viento viajan como entristecidas espumas,
Rumor de estrellas, eternidad que danzando aúlla
En la perenne soberbia de algún demonio crecido en
(soledades,
Nuestras promesas -himno y memoria- son las mismas
Y nudos los errores cada vez más tibios y crecientes,
Inagotables, petrificados por los años,
Dioses que el viento ha decidido invocar, cálidas
Ternuras ya pasadas, muertas
ilusiones, Mis días son los días del comienzo
Donde la pena crecía como pez en un acuario y luna

(muy íntima.

Oh días que han sido como el error de haber nacido,


¿Quién podrá construir el ataúd a tantas horas? ¿A qué muro asirme?
No es la simiente lo que canta en nosotros
Sino los años que han pasado, sino el espanto
Y sobre el viento el silencio ha levantado
Estatua de agua y duro cedro para proteger la dicha.
Nuestras voces reunidas preguntan:
¿Dónde estarán Enrique, Adolfo, Jaime, Niño? Polín, Héctor y Chela,
15

¿dónde estarán? ¿Qué habrá sido de Julián o Rafael?


¿Estarán bajo la lluvia apresurados o jugando

A las cartas en el patio, si todavía existe?


Dejemos esta música tan triste, pues mis ojos
(van nublándose.
¿Podrán tomar la medida de la muerte que nos vive?
El sur es en mi voz un cielo que solloza
No existen los límites ni los días pasados han pasado,
El tiempo ha corroído hasta los muros,
Olas de la concordia, nuestros brazos se hunden,
El agua murmura y en las estaciones crea nudos
(como símbolos
Y deja un triste sabor a eternidad.
Quemaremos los días por venir y echaremos la ceniza
(a las palomas.
Miedo tengo de los años y sus despojos de viento
(compartido,
Del tiempo que en el agua yo he bebido: follaje
(de semillas transparentes.
Isla que se hunden, flautas quiméricas, inexplicables
(como nubes.

Y los ríos que corren por mis venas, las tórtolas,


Oh mis contemporáneos
Mirando los vapores del cenit contra el asfalto reciente
Para nosotros la lluvia cae de forma horizontal
Y entristecidos, como los niños cuando pierden
(a sus padres,
Nuestros pasos persiguen la quietud de las almas
Que en pena vagan por aguas del Leteo.
En los balcones, donde habíamos sembrado

(la semilla del júbilo,


La risa era la luz y tu mirada.
Colgando de la tarde, alguien lee un diario.
Los vapores del café ascienden.
La música es roja
Y entre los dedos se escabulle como cetáceo.
16

Bombillas tibias y abiertas en los ojos de los condenados


Sobre el río se multiplican en estos días pálidos
En que hasta el viento es húmedo.

¿Quién dirá que entre las calles de tu sombra


No hay un río, constelado y azul como tus lágrimas?
La tarde fresca como una mujer desnuda
Oquedades abre en el temblor de los tréboles
Y escapa.
En el ruido callado de las hojas cuando caen
Oigo el paso de algunos amigos que están muertos,
En las gotas de éter azulado con el que alguien
(festeja una presencia.
Expulsemos todo esto que nos hace envejecer,
Este miedo al miedo de morir entristecidos.
Quedaron en la bruma pasiones y desdichas,
Cabelleras que amamos con ternura y voces crecidas
(junto al vino.
¿Qué hacíamos cuando saliste bulliciosa de un navío?
¿Qué decían los mares y los cipreses brillantes?

¿Qué decíamos?

Ya no se encienden las pasiones ni en el pasto cae


(comoa ortiga

Humo de la luz y la memoria.


Ya cerca de tí,
No existe el asombro como ayer.
Oh Dios
Inútiles llaves que he perdido
Como la música me buscan,
Aún están vivas sus imágenes muertas
En los espejos y en la desolación de los patios
Se detienen.
Y cuando vuelva la primavera, si es que vuelve,
Cuando haya pasado irreverente sobre nuestras vidas,
¿Hacia dónde irán nuestros deseos, qué dirán las
(sombras que seremos?
Desoladas están las calles que pobló nuestro verbo
17

Y todo va apagándose, sin excepción. Se apagarán también nuestras miradas, la voz Que
enloquecía de repente...
Un atardecer nos reuniremos en el patio
Y diremos las palabras de este tiempo,
Manuel, Nany, Elizabeth, Antonio, Adalgisa...

Tendrá sentido haber vivido, haber dicho que sólo


Las cosas que amamos son eternas.

Tendrá sentido entonces la palabra.

Hablaremos de Historia y de Martí, de Barcelona

(y sus paseos.

Tendremos libros, obras de arte, poemas de Eluard

(para ser vividos


Y habrá que escuchar esas canciones.
Todo es ausencia en este tímido crepúsculo.
Primero Fue el bullicio, luego el agua y nuestras vidas cantando.

No quiero ser vacío que retumba ni soledad que aúlla,


No quiero ser la retórica palabra que ya fuimos
Ni la pieza gastada

Más allá de la tierra que siempre nos reclama, más


Allá del ocaso y los cadáveres que el año va dejando,
Más allá de los depósitos dónde la niebla crea
(fantasmas,
Caerán nuestras ansias como ídolos que fueron,
(el zafiro
De tus ojos y la nuca discretamente perfumada.
Te desanudabas el cabello y el deseo ígneo crecía.
Pero el agua ha pasado sin apelación bajo los puentes:
Iconos oscuros nos presagian.

Y mientras descendemos, las sendas van muriendo,


Pierde la arboleda sus colores, no hay caminos posibles.
18

Era como si entre los pinos las consignas levantaran


Oraciones leves por los caídos de entonces.

¡Oh espíritus!
¿Cómo mitigar la sed de la memoria?
Puente del deseo las edades que en nosotros cohabitan,
Golpes sobre el fémur.

Quisimos ser lucero fugaz que en tus pechos se derrama.


Quise lavarte con aguas del Leteo, Lavar tus senos y tu sexo.

Sombras de antiguos compañeros que aún no sé dónde estarán,


Desolados espectros que se alejaban bifurcándose,
Nuestros pasos muertos, asediados como badajos,
Hálitos hallados en los cimientos en vigilia del Edén.

Y mientras teníamos días de lujo hasta sabernos inmortales,


Anclados en la abundancia, desvanecíanse las promesas
Y de un vano orgullo enloquecíamos: tenues cuerpos
(fúlgidos
Que Enriquillo soñaba sollozando en su balcón,
En la bruma del crepúsculo, entre cóleras humeantes.

Y mientras cruzábamos las plazas conversando


Recién surgidas estrellas nos miraban, el cielo
(palidecía de súbito
Y las hojas crecían entre humaredas vaporosas
Hasta que terminábamos en alguna habitación.

Copas de vino tus senos, uvas los pezones tibios:


Tu cuerpo junto al mío inventando la desnudez para el amor.
Y cuando te desnudabas, se constelaban de súbito mis ojos
Y las perchas susurraban una música muy tierna.
Jadeabas destruyendo los obstáculos que en toda vida
(existen.
Salía volando la tristeza y los pájaros del insomnio
Obedecían a ti como arruinados corderos,
Huía la desolación y desaparecían los fantasmas.

El rocío que ascendía por tu cuerpo


19

Anudaba las posibilidades del día siguiente.


¿Quién, qué mortal diría que en tu desnudez
No había una magia tibia como tus besos?
Salían de tu pelo llorando de asombro las palomas
Y de tu sexo brotaban mariposas que llenaban
(el cuarto de colores.

Luego, hablábamos de Filosofía o discutíamos


Encendiendo cigarrillos, bromeábamos abrazados
Como gemelos huérfanos:
Era la primavera
Que ardía entre nosotros.

No ésta que nos encuentra con bastones y espejuelos


(en el lecho, La primavera recién cortada sobre el pasto
(y en tu cuerpo crecida,
La que no admitía discordias ni engañosas ternuras
(ni árboles caídos,
Sino el amor y el tacto sobre el tacto
Buscando condición humana en la tibieza.

La nacida en marzo (como tú) que todo lo sabía


Y llenaba el patio de mariposas y vivos colores
Y rosas que danzaban sin morirse en el agua gris
(de los aljibes,
Muchacha desprendida de algún sueño de amor
Que, como estrella, no admitía la lujuria ni el engaño,
Cantando está la noche entre tus piernas, la luz
(violeta sobre tu sexo.

La música de esta primavera es entre tus muslos


Camino que a la vida me conduce en la estación del júbilo.
Te llamo y me respondes.
Me miras callada aún siendo necesaria
Para construir esta otra primavera que aspiramos.

Calladas están las manos que habrán de construirla (con nosotros.


No queremos ser silencio, no ser la espada retórica
(que oprime
Ni ademán sonoro en el vacío, sino viento azul
Entre arrozales construyendo.
20

Mira mis manos llamarte entristecidas bajo la

(sombra de tu nombre.

Nuestras piedras están sobre un albo pasto,


Nuestros amores han sido construidos sobre piedras
(preciosas bien pulidas
Y sostienen estatuas erguidas en la niebla.

Nuestros ojos son piedras preciosas como esta


(primavera,
Nuestras manos cántaros para recoger la vida
Y nuestras vidas ciudades edificadas sobre otras
(ciudades destruidas:

Nuestros pasos corceles que en otro tiempo murieron.


Cuando en un mercado de antigüedades te encontré
El agua púber danzaba en nuestros cuerpos, parecía
Haber bebido agua del Leteo y miraba con pena
(hacia el ocaso.
Entonces, me dije con Eluard: Esta primavera tiene la razón.

El crepúsculo de Ezra Pound

He aquí la patria que nunca conoció.


He aquí los matorrales, las montañas,
El riachuelo dividiendo caminos,
los ojos perdidos en inmensa polvareda,
la dura piedra y la mirada gris.

Usted no puede irse,


no puede marcharse tan callado
como pájaro que abandona la rama
de tanto esperar.
21

Ezra Pound,
burgués,
traidor,
amigo mío,
alguien ha cortado su canosa barba.

Ahora tiene suficiente paz.


No puede ver los crepúsculos caer
desde algún asiento del parque,
no puede confundirse entre las gentes,
ni dejar el corazón en una esquina.

Gesticule.
El mar es azul aun sin su presencia.
Avance y calle.
Demasiado se habla de usted en los periódicos.

Muera interminablemente.

No se juega con los pájaros si necesitan libertad.

He aquí la voz del viento


trepando paredes y derribando cocoteros,
las manos húmedas sobre las piernas y
el corazón callado.
Ezra Pound,
multifacético;
de pequeños ojos luminosos
siempre mirando para el mar.
Aquí están las lavanderas,
los insatisfechos, los recién casados.

Viejo caminante, amigo mío, no estreché su mano.

No deje su bandera en esta tierra,


no deje su chaqueta.
Un pueblo que no es el suyo pregunta por usted:

¿Por cuáles caminos andará?


¿Cuál pájaro impide el crecimiento de la flor?
22

Apenas divisamos el sol entre la niebla


y yo temo a su voz en las soledades.
Vamos pisando hojas por un camino largo,

celebrando la llegada de la tarde

con un crepúsculo gris en la floresta.

Y usted no puede compartirlo.

Nos acercamos un poco más hacia la muerte.

Traté de conocerle y de que me entendiera.


Como hojas rodaron mis palabras

sin que tocaran sus oídos.


Estuve en su país y usted no estaba allí.

¿En cuál ciudad estaría perdido?


¿Cuáles palomas verían sus ojos?

Suicídese en su morada
lento caminante de la tarde,
estatua de hondos ojos debajo de la tierra.

Que allá llegue el viento y desorganice sus cabellos.


Allá lleguen los burgueses y los pobres,
los injustos, los afligidos de corazón,
los desvalidos y los desamparados.
(Que su nombre quede sobre usted, Ezra Pound.)

Maldiga la vida que amamos,


el licor que despreciamos,
maldiga a los pueblos que odian.

Maldiga a los indiferentes,


maldiga a los usureros.
Los que quedamos se lo pedimos.
23

Su cuerpo se hace más delgado,


la lluvia empaña sus músculos,
la pradera es verde y bella.

Solamente estuvo de pasada en esta tierra,

siga su camino de madrugada y de tarde

extraño extranjero
de hermanos sin gracia y sin conciencia.

Los árboles y los niños


aún siguen creciendo.

Tomemos una cerveza, Ezra Pound, extiéndame su mano,


miremos el crepúsculo,
vayamos a otro lugar para esperar
la muerte verdadera.

Yo le vi pasar por esta esquina.


Con sus cabellos de árbol, triste
y mortecina mirada en ojos de lagartijo inofensivo.
Ya no le miran asombrados los amantes,
ni Venecia se acuesta con las palomas
delante de sus ojos.

¿Qué será de usted, Ezra Pound,


introvertido,
fascista,
poeta...?
De blanca, canosa barba y límpida piel.
El día se le acuesta en las paredes
y le sorprende en los aleros con una multitud de recuerdos.

No tema.
Millares de razas y apellidos
se confunden en su pueblo.
No derrame sus lágrimas.
Usted será polvo gris, amarillento,
palabra inquisitiva, eterna quietud en su ladera,
crepúsculo muriendo sobre el parque.
24

Y no vendrá el olvido.
¡No vendrá la muerte verdadera...!

Si puedes tú con Dios hablar


Espérame en la lluvia,
si regreso…

Rewind
Aquel amor, aquellos cuerpos suaves de muchachas tristes,
frágiles,
ligeras...
aquéllas pieles húmedas, dóciles,
aquéllas manos tibias: señoras de rocío y porcelana,
aquel río constelado en mi hombro.
Este jadeo de sombras sin furor: mástil quebradizo,
Luz de música fascinante, rubor de estrella incontenible,
Pasajero de la noche, delfín tras el navío danzante:
Esta fascinante ausencia de ser,
tumulto de pájaros en celeste hechicería,
niebla vaporosa, tristeza de mar
que ha conocido la sed en el verano,
musgo de mis días, dactiles_fluyendo
como espadas de mis noches
minuciosamente tristes: flor de insomnio,
débiles vínculos de amor y, muerte
Oh fertilidades de noviembre sobre un pasto adormecido,
muchachas cuyos cuerpos he tocado!
Toda presencia es llama, destello:
abriendo muros de silencio.
Enciendan en mis manos las pasiones,
25

las cenizas de amores que se han ido,


las antorchas del deseo y el instinto.
Revélenme el secreto de la estrella
que en la arena deja huérfana su luz,
el lucero que en la piel es agua y río,
quimera llenando la ausencia donde existo.

Llena de inmensidades
cada semilla crece en mí.
El rumor del agua entierra voces,
contiene cuerpos leves,
pálidos musgoso júbilos del viento.

Contra el deseo incierto del crepúsculo


un golpe de olas me ha llamado.
Ciudades que existen por el humo
olvidan las promesas de aquel fuego,
las razones del instinto.

Tu cuerpo y la dulce tibieza de tus manos,


el lazo que en tu pelo era solsticio, llama
y leopardo: tu cabellera, río en mi casa derramado,
instante de estrella fugaz y, sin premura:
sortilegio del hechizo.

Aquellos muslos suaves, tibios en mis labios trémulos


todavía me hablan de un país distante
y de ciudades que cantan como el viento
anudado a los veleros,
aquellos labios dulces donde el mar
dejaba gestos pertinaces,
este deseo de sombras que conformo:
habitación donde me encuentro con el mundo
disfrazado de palabras,
gacelas consteladas y cardúmenes,
tímidas alondras perseguidas.

Manos que han tocado la núbil paz de un cuerpo


llevan lejos los bordes de mi mundo
26

hacía estivales catástrofes de insomnio.


Lugares donde hemos estado alguna vez
aúllan en nosotros, dejan sus linternas de agria luz.
Nombres que resuenan en la noche
fértiles como los amores y el rocío
devoran artesanías conyugales, piedras desprendidas,
te pueblan de vínculos y hablan como luciérnagas.

Nombres que vienen con sus lámparas,


prado y trébol, humaredas, gardenias
colgando de tus pechos:
brújulas de¡-navío en que me hundo.
En fin: nombres, cuerpos como diásporas
ardiendo entre mis manos
beben el agua ciega de mis ojos,
llamas de luz mojan sus sílabas, sollozan.

Inmóviles palabras me habrán dicho


que no vale la pena este silencio:
No se ahoga en el-agua aquel lucero.

Palabras para mamá desde una noche


de invierno sin fondo

Dejar la casa, madre,


después de tantos años, tantos deseos perdidos.
Saber que ya no volveremos a soñar juntos
en este balcón
desde donde he inventado la noche y el rocío.
Saber que Pedro, Antonio ni Ramón Andrés
traerán la primavera con sus risas
o que los alcatraces y golondrinas de este viernes
serán para otros ojos, otras manos débiles,
otros muchachos que como nosotros podrán atrapar entre sus manos un lucero, una
gaviota constelada,
27

alguna estrella .fugaz en el solsticio.


Cambiar de casa -y en diciembre, madre-
dejar estos peldaños que conocen mis pasos de memoria
y los de mis amores consentidos
y los de aquellos hijos míos
que aquí dejaron sus primeras. palabras.
Dejar estos árboles, estas margaritas
que tus manos con tanto amor sembraron
para mis ojos tiernos, estas paredes, madre...
Durante más de veinte años he crecido en esta casa
donde con amor cuecías nuestros alimentos
en un sabio monólogo de sombras, desmemorias y boleros,
estas habitaciones que son espejos de mi vida
y de la tuya, madre...
Dejar la casa como se dejan sombras y palabras,
cabellos e inmuebles olvidados.
Más de veinte años viviendo en está casa,
soñando la vida sin pesares...

Aun estarán en aquella habitación


los tristes pasos lentos de mi abuelamadre,
pedazos de unos días que no podré reconstruir.
En mi pequeño cuarto estaré escribiendo
esta noche
como cuando tenía quince años,
mirando los astros junto al rumor del viento.
Talvez otro estará sentado bajo el mismo techo
donde yo escribía pensando en mis amores.

Allá estará el poema que mis ojos no escribieron


y una muchacha que se ahoga en luz de astros
dirá las palabras del instinto.

Cambiar de casa, madre, no es cambiar de traje...

Ahora que no tengo llaves


nadie me pregunta si almuerzo o si me baño,
si estoy triste o si vendrán los niños.
Nadie me pregunta...
Ahora que ni los maniquíes me dirigen la palabra,
28

penas como espadas de mi brotan, lirios


como días que sollozan...
Entristecido, musito unas palabras.

Ya no entrará aquel aire dulce por las persianas


abiertas, el verdor de los cipreses que yo amo.
Y estarán jugando en aquel barrio, entristecidos,
Ramón con su paciencia
y los niños que amando vi crecer desde un balcón.

La música brota de tus ojos


La música brota de tus ojos
y de tus pechos tenues emerge la pradera
vibrante, vaporosa, plena
como las circunstancias en que tu amor asumo.
Oscura, lívida te veo
tendida en la noche, abierta y sin reposo.
Por tus ojos cruzan los días que se han ido.
Te veo altísima y risueña en mi pobreza.
Vas caminando bajo una lluvia triste,
viene a mi el árbol que en tu viento es llama.
Termino en ti como lucero débil.
Tu estrella que en mí canta es ya nostalgia.
Llueven palabras de otros jóvenes,
Sombras furtivas llueven.
La mano incierta sobre tu cuerpo resbala.
29

En Caracas, a la muchacha que conocí


en la estación del metro
No supe su nombre ni su estirpe.
Sólo conocí sus ojos y sus piernas.
Estaba erguida como un lucero
junto al color salobre de la tarde
mirando su silueta en mi corbata.
Todo el cielo crecía en sus ojos,
todo el mar, todo el campo en noviembre.
En su piel el mundo era un axioma,
tatuaje sobre el pecho donde sollozaba
alguna estrella anochecida,
pechos como los del colibrí.
Éramos la ausencia de un olvido.

Fiesta ceremonial

Inventamos la noche
con sus mástiles delgados
y el viento triste en los almendros.
Inventamos la noche con su lluvia
y el dejo de nostalgia enloquecida.
He podido tocar estrellas en el viento,
constelaciones anochecidas en tus pechos.
En un balcón cercano también otro
inventaba la noche con sílabas de olvido.
En tus senos dormían nubes y madréporas,
pueblos insurrectos que no sabía si brotaban
del humo o de la lluvia
o de unos labios tristemente hermosos.
Inventamos la noche y el navío, el lucero
sobre tus pechos tibios...
30

Me llenabas de música y de prado...

Jubiloso rumor
Delicadas manos jóvenes,
último cielo que se escapa
en el temblor tristísimo de tu piel,
la estrella huye del, jubiloso rumor,
inaccesible soledad que mis sentidos puebla.
Quiero aquí tu cintura, tus pechos constelados,
la hoja que en su brillo sostiene
alguna nube o río, escarabajo o musgo,
y es espejo sideral de la mañana.
Despierta en mí, sombra, luna fúlgida ligera sobre el césped.

Bésame, bésame mucho….

Bésame,
bésame los ojos y el pecho,
bésame los muslos,
besa el cadáver de mis noches,
vigila tú el instante en que mis manos te pueblan sin tocarte;
ten piedad, impía, ten piedad, une a los míos tus labios
y bésame entre ruinas invisibles
bajo el cielo enorme de la ciudad en vigilia
bésame rencorosa, con murmullos al oído.

Bésame como cuando mis amigos, ya muertos


y distantes, se embriagaban de mar y brisas tibias,
aquí tendida, fresca junto a mis muslos suaves,
puéblame con tu risa,
lléname con tu piel de húmeda fragancia,
con tus ojos de prado sobre el viento
bésame de madrugada sobre el pasto
en las colinas donde la noche húmeda ya empieza.
31

Bésame como cuando éramos humildes


y contábamos estrellas haciendo dibujos en la arena.

Yo bebo el rocío de tus senos, bebo noche y luz


donde existe el navío y la ciudad es vuelo.
Música bebo en tus caderas,
murmullos y distancias conmovidas.
Ámame con besos de lluvia y de lucero.
Estoy en tus muslos como muchacho ciego
que persigue una paloma,
como potro salvaje, pálida luz sobre mis llagas,
tristeza que canta en unos ojos que se fueron.

Bebo en tus muslos, amanezco en tus miradas,


en tus labios me demoro algún instante.
Ven, bésame, tu cuerpo de sombra
erguido en mi huerto descansa,
dame tus besos como lágrimas calladas,
languidez de astros, brazo de niebla.
¿Quién puede tocar lo que mi voz no alcanza?

Arrojo mis palabras


a orillas del silencio donde existo.
Derramado en tus párpados el día canta sensitivo,
brasa de pasiones escarlatas.
Yo habito la noche como tú habitas mis ojos,
habito el día en sus dimensiones más íntimas
como un distraído comerciante su sombra habita
sin tibieza.
Habito tu cuerpo, la ausencia donde estoy
ya jubilado.

Habítame en octubre, noviembre o diciembre.


Deja en mí tu sombra congelada, tu sombra
que me inventa, tus bromas...
Abrázame con tu nostalgia, con tus manos
que han nacido conmigo en el poniente.
Concédeme las voraces llamas de tus labios,
la nube de sílabas donde se prolonga tu blancura:
32

follaje de besos húmedos y tibios,


llamas vaporosas, soledad de astros
distantes y perplejos.
Muchachas que he soñado,
en vuestros ojos canta el mar ligero
como las cabelleras que tocamos con tristeza:
enrojecido solsticio, cenizas de mi sombra enjaulada,
me demoro en el sexo enlluviecido:
existo más allá del instante en que te llamo.

Daiquirí
Estos sonetos de amor los escribí en un momento muy especial de mi vida, allá por
los años 80. Mis lectores, los de entonces y los de ahora, sabrán comprenderme y
perdonar la osadía.

A la memoria viva de Rafael Valera Benítez,


patriota, poeta y amigo inolvidable,
autor de los más bellos sonetos de amor.
Como entonces, y como ahora.

Escribir sobre tu cuerpo

En tu cuerpo construyo la quimera.


En tu cielo destruyo la llanura
y de tus pechos surge la espesura
que me acuerda tu nube, la primera.

Sí de tu amor surgiera la pradera


y en tu cielo reciente la ternura
yo te diría con débil hermosura
33

que no puedo vivir sin tu ladera.

Si tu amor se ocultara en una estrella


o besaran los ángeles tu frente
el mundo yo te diera, mi doncella,

las últimas palabras del poniente,


lluvioso día, velero, madrugada
sobre mi tibia piel enamorada.

El desvelado
En desvelo de amor vivo callado,
vivo sin tí, muriéndome vacío
inquieto por la luz tibia del río
que sale de tu pelo derramado.

Cerca de tí mi pecho ha proclamado


tu transparente mano en el rocío,
la mano que me deja en el hastío
sin el calor que tanto he deseado.

Furias del alma son estas pasiones


crecidas en el ocio de la infancia
donde no hay sed, sonrojo ni oraciones.

Más testimonio son, última instancia,


velado ardid de las profanaciones
que renace al calor de tu fragancia.
34

El fuego en ti crecido
Vienes ligera en el amor ardido
a desnudar la luz que en ti procuro.
Cuando es mi pecho llanto tierno y puro,
vienes a darme el fuego en tí crecido.

Surges del verso leve y conmovido


que llevo a tu pasión como un conjuro
para calmar la sed. Mas yo te juro
que encontrará mi amor tu honor vencido.

Si has de venir, tus lágrimas espero.


Toma mi ser, la estrella que me queda:
estancia de la luz que yo venero.

Mas de no ser así, si es que no vienes


olvida en tu memoria lo que tienes
y deja que se pierda en la vereda.

Llena de mí te acercas
En el día de tu pelo yo te siento.
Distante estás del oro y de la muerte
como el lejano cielo que convierte
en eterna tu imagen de tormento.

Llena de mí te acercas sin lamento.


Donde tu cuerpo es gota, mana y vierte
una trémula rosa que al no verte
vuelve a su soledad y al pensamiento.

Danzando al alba el verbo nos redime,


entre tú y yo las noches no terminan
35

cuando en su propia luz alas germinan.

Si ya no eres ciudad acorralada


ni espacio que concluye, entonces dime,
¿empieza amor acaso en tu mirada?

Patria verdadera
En ti tengo mi patria verdadera:
sueño de amor, palabra desterrada,
fulgor que se destruye y llamarada
que del polvo retira su bandera.

En ti dejo mi carne y es de vera


que no tengo silencio como espada:
perdí tus labios, sombra desvelada,
dormí bajo tu sangre de palmera,

y en el claro preludio de tu vida


crece, crece desnudo si atardece
un pálido lucero que merece

la brisa transparente, ya perdida,


En tí muere mi cedro, mi distancia,
mi callado velero sin fragancia.
36

Alegre llama dócil


En mí late el amor que no vivimos,
tu alegre llama dócil, la primera,
signo de sueño, sándalo o quimera
permanente en el beso que nos dimos,

estrella que adoramos y no vimos,


soledad del amor en primavera.
Eres en mí, mujer, la prisionera
amorosa ilusión que presentimos.

Yo te siento en el alba y en el muro


de tu lozana piel honda y perfecta
donde escucho tu nombre que me nombra

como el eco en tu voz sencillo y puro.


Así extensa y azul como una recta
sólo eres agua, luz, mas nunca sombra.

Piedras de olvido
El amor que por ti crece en olvido
es llama bajo el agua, miel sincera,
aire tierno de luz como la esfera
o pedazo de fuego presentido.

El haz triste del miedo que ha partido


a mirar con su luz la noche entera
0 nos viene a destruir, por vez primera,
el deseo del amor que yo he perdido.

Oculto en esta voz que no me asombra


es memoria el deseo, candor y sombra,
un despoblado cielo como ahora.
37

Lejana cual el vuelo que perece


descansa la provincia donde-llora
un lucero de muerte que amanece.

En nombre del amor

En nombre del amor, el que ahora es mío,


en el agua callada te presiento.
Mujer, gacela, pardo triste viento:
te evoco en esta hora del hastío.

Paisaje entre las sombras como un río


que convoca sin mí la madrugada,
en ti se va el amor, en la mirada,
en lo lejano y gris de su navío.

Igual al tenue aliento del maíz


irguiendo oscuramente su raíz
amo sin tí tu cielo conmovido,

todo tu cuerpo, aquello que venero,


el aire, el sol, la alondra que prefiero
tu escurridizo amor ya removido.

Si en tu amor creciera
Si en tu amor creciera mi lucero
y sembraras de besos la llanura,
me gustaría vivir en tu cintura
y en ella ser tu eterno compañero.
38

Yo te daría mi amor, mi amor entero,


y buscaría en tu labio con ternura
todo tu aroma, pálida blancura.
Rescataría de tus ojos el sendero

la mirada que asciende ya perdida,


de tu noche la luna que aún me queda
en soledad callada y presentida.

Inmensa es en tu frente la vereda


mas si por ella pasa alguna sombra
será luz si es tu pecho el que la nombra.

Lecho perdido

Del amoroso lecho que perdí


el oro del pezón sin ser ya mío,
fue viento leve atándose al navío
cuando de amor tus labios encendí.

Tuve tu piel y el sexo que viví,


tu cabellera oscura como el río
y en medio de tu llanto y el rocío
he de cantar el mundo que te dí.

Tu mano está en mi frente y no retiene


el alba que me dabas, ni el destello
del cielo o la pasión que te sostiene.

Murió en el lecho el sol y todo aquello


que de tu reino huyó como el olvido
no volverá jamás a ser tu nido.
39

Agua enterrada

Si por tus tiernos labios yo viviera,


dejara con mi amor la nuez más pura
que derrama en el mundo la ternura:
tu mano desolada no muriera.

Dejara por tu amor lo que me diera


la cálida fragancia, tu cintura
y tus senos con débil hermosura
serían el dulce espejo que me diera.

Pasajera del viento que a tu paso


-ceiba distante, fruto perseguido-
tus claridades dejas tras un vaso,

y no hay en tu viento sangre ni velero


ni la mano que doy de amor vencido,
es tuya viva muerte que venero.

Renuncia irrevocable

En tí dejo el amor como una espada.


Tu amor que es sueño y patio desvelado
crece en mi huerto, crece equivocado,
cuando me das ternura apresurada.

Libero aquí la voz por tí ignorada,


la triste voz que ausente has convocado
huye de mí, procura tu pasado
para encontrar la boca enamorada.

Este misterio dulce que acaece


40

guarda en tu labio el amor que no perece


como a la estrella su órbita inviolable.

Eres cual luz, cercana e inalcanzable:


aquí o distante siempre permanece
en esta mi renuncia irrevocable.

Ana en la pradera
Entonces te recuerdo en la pradera
tibia de mí -callada luz que ardía-
tan cercana de mi voz que aún se escondía
tu desnudez de viento en la madera.

Toco tu piel, recuerdo tu quimera


y de su patria quieta un solo día
el aura de tu cuerpo en que latía
ese deseo de un alma lisonjera.

Tu te hallarás desnuda y sin dulzura


como el anillo ciego en la mirada,
sin gesto ni caricia y consternada.

Y por amor, mujer, ya sin blancura,


recuerdo que tu pecho en la ventana
se deletreaba amor igual que Ana.
41

Estrella de cielo anochecido

En tí el amor vistió traje de espada,


de estrella por mi cielo anochecido
cuidando un labio de mujer ya ido
de voz y tenue luz emancipada.

En ti el amor sembró con la mirada


para mis ojos el llanto enardecido
y ya en el tibio lecho que he perdido
murió mi triste luna disgregada.

Mis sueños en tu tierra no crecieron,


mis deseos y mi voz no florecieron.
Eterna la palabra en tu lamento.

Estás distante ahora, sola, ausente


y entre las redes que el amor presiente
es triste tu mirar de tierno acento.

Estrella candorosa
Tuve en tí el mar, el más perfecto día,
adonde va el amor vivo y callado,
el astro de tu nombre arrebatado,
tu mano fiel creciendo con la mía.

Tuve por tí, mujer, lo que nacía


en el viento del sol acorralado,
el puerto donde tú, buque atracado,
arrojaste a las aguas tu agonía.

Tuve de ti el espanto y la caída,


el resplandor de marzo, y en la huida
42

tu candorosa estrella resplandece.

Eres la oscura fiera que estremece


desde tu patio en lluvia, muy fluida,
el deseo que en tu alma no florece.

Sueño de amor

Perdido en ti, el inquieto, el desvelado,


soy el deseo y el amor aún no transido,
árbol sin flor creciendo en ti vencido
entre tu nombre apenas desolado.

Triste y sin luz, instinto desterrado,


sueño de amor que quiere ser vivido
para volver de donde ya ha partido
y no sentir su vuelo acorralado.

Juro en mi sol y en el vasto tormento


que vivir no podrás, pues lo que siento
es como un día colgado a mi delirio.

Ya no serás la alondra en mi premura,


ni el canto del amor que con ternura
amanecía tan débil en el lirio.
43

Lo que de ti me queda

Lo que de tí me queda lo he soñado:


mudo te quiero, luna que fulgura,
ancha llama que mira lo que dura
como el navío de tu nombre deseado.

Lo que de tí me queda lo he llorado:


he perdido la nube que procura
bajo cipreses su tímida frescura:
lágrima que es lucero derramado.

Para mejor morir estoy muriendo


sobre la lluvia trémula serena,
el sueño de tu mano, pero ajena

allí por donde muere va creciendo,


por tu amor, que es un cielo que oscurece
y en callada memoria reverdece.

Tu nombre y el mío

Junto a tu nombre tan cercano al mío


crece en amor la edad de tu mirada:
arco de flor apenas disparada
que busca en tu memoria su rocío.

Amo tu voz, me hiere el desvarío


ardiendo sólo en ascua y llamarada,
y en su estación de estrella desolada
el fuego del amor que está vacío.
44

Provienes de lejanas humedades


que se albergan en ti cual un quebranto
permanente y sin fin como el olvido.

No quiero ya encontrar tus soledades


pues no valen amor ni valen llanto
porque han muerto en tu cielo consumido.

Mano adolescente

En mí tu mano tiene un gris lamento


bella mano de niña adolescente
vencen en ti las ruinas del poniente
un caballo de amor que yo presiento.

Extensa y breve mano como el viento


borrando con su paso la simiente
de tu amor es el sueño que no miente
sombra extraviada sin presentimiento.

Envejecida, tibia ya merece


todo el amor, amor que prevalece
allí donde tu nombre no retiene

la luz del mar ni el tiempo ya vivido


en el espacio claro que contiene
porque sin tí no soy lo que he vivido.
45

Ruego de amor
Busca el amor tu mano soñadora
creciendo en la palabra y la quimera,
busca el calor, el fuego y la madera
allí donde eres magia seductora.

Pues este amor de ausencia y tolvanera


es huracán de tu alma arrobadora,
ardiente voz, distancia bienechora,
signo de seda azul, estrella entera.

Toma la luz de un pecho enamorado


que va en busca de ti, la despiadada.
Vuelve a la mano alegre que requiere

rescatar el amor que has olvidado.


Retorna aquí en tu órbita callada
a levantar la voz que por ti muere.

Oscura transparencia

Porque sé que en tí estoy como la noche


cercana está mi voz aún en tu ausencia
y sabes que su suelo es la presencia
del árbol de mi pecho en su derroche.

Luz tierna tan quieta en el reproche,


sola vienes oculta a mi conciencia
a renacer la oscura transparencia
de la piedra que muere cada noche.

Viento o mujer, alígera y callada


eres la voz que alienta mi quebranto,
46

furia de amor lejana y desolada.

Por eso en mí discreta sigues siendo


pena de amor latente, y das al canto
fugacidad de aurora decreciendo.

Retorno de amor

Presiento volver pura y soñada


en las hojas crecidas del rocío,
en el gesto de amor, que ya no es mío,
pero siempre tan leve e inesperada.

En mí siento una calma insospechada


por el amor que esparces como un río,
por tanto cielo al borde del estío
cuando tu mano es luz de madrugada.

Te presiento, mujer, allá en la huida,


en la honda quietud como en el ruido,
en el alba fugaz de toda llama.

Con oscuro delirio de homicida


soy para ti silencio más que olvido,
inescuchada voz que te reclama.
47

Condecoración

En levedad de amor te condecoro


aura de sol que gira en su neblina
palabra que se oculta o ilumina,
para negar la paz donde te imploro.

Celebro en tu presencia lo que adoro


porque es tu cuerpo mansa golondrina,
flor que al morir de pie sobre la espina
suelta a los altos vuelos su tesoro.

Amo al cantar la paz que no me diste


Viajero soy de ausencia perpetuado,
memoria de la fiera que aturdiste

entre tus manos, solo, abandonado


donde tu cuerpo tenue ya sostiene
el gesto de la luz que me entretiene.

Luz inacabada

Entro en ti, mujer, como en un sueño,


muero en ti, en el azul de tu mirada
sin tu voz tierna al aire desvelada,
en la amarilla bruma del ensueño.

Quisiera ser tu espejo y ser tu dueño,


quimera hay en mi luz inacabada,
quimera hay en tu voz como la espada
para la muerte viva que te enseño.

Brotan de mí serenos como el lirio


los cantos del amor que en su delirio
48

vuelven la vida al hombre cuando muere.

Callado, sin dolor y sin premura


cuán poco valgo ya sin su ternura
es disparada flecha que me hiere.

Eurídice

Símbolo, amor, pasión que no se alcanza,


inquieta, ardiente, lágrima tardía,
ternura en el rubor, noche en el día,
apasionada y cruel más que una lanza.

Lejana piel de los vientos, y a ultranza


virgen en flor colgada en tu estadía.
eres aquella rosa que moría
en la quietud del aire en su alabanza.

Inexistente luz del mito destruido,


sueño y deseo de un candor perdido
en este canto fiel y enamorado

eres el muro que a la vida engaña


igual que el lirio en tu primera hazaña
porque sin ti Orfeo soy desmemoriado.
49

Estrella irreverente
¿Mío el amor? Jamás sin tu presencia.
Quiero ver que eres fruto perseguido
el aire, el sol, los ojos que he perdido,
la estrella de tu nombre en reverencia.

Arbol que muere apenas en tu ausencia,


alegre llama al vuelo parecido
del sueño que me deja envilecido,
solo: sin tí, sin la púdica esencia

del amor. Dónde la última sonrisa


de la flor que ocultándose en el agua
inventa los canales de la brisa,

y estremeciendo el fuego de la fragua


ya no es la llama que invade tu fragancia
porque ha muerto el lucero de la infancia.

Muro de ceniza

Eras frutal y cruel como la espada


muro y ceniza en luz desposeída,
mirada por tu frente sumergida,
rosa creciendo sola en la enramada.

Agua que cae en la piedra tamizada


nacida de mi voz, la que se olvida
que eras gaviota y paso de homicida
en el inmóvil mar. ¡Desmemoriada!,

me diste el agua, el viento y del camino,


50

la abeja azul de tu alma soñadora


que va buscando el rostro de mi sino,

y quieta en la estación de tu sonrojo


será tu sueño un viaje en la demora
de retornar al fuego y los enojos.

La presentida

Eres la presentida. Así vendrás


cantando sin retorno, sola y viva,
por el bosque del mar que a la deriva
empieza, crece, muere... Tú tendrás

del viento las entrañas, y verás


cómo crece en mi noche persuasiva
la fragancia de un sueño que perviva
en la piedra sin rumbo en que estarás.

Tendré para tus manos un lucero


así: callado, oscuro y en enero
de mi piel la tibieza, luz que dura

desolada, ardiente en su armadura.


Eres la presentida. Así desnuda,
danzando volverás tibia y sin duda.
51

Luz sobre mi lecho

Eres la voz que inmóvil, quieta y sola


anuncia sin querer toda la ausencia:
olvido, amargo viento es tu presencia,
rosa gris que en el llanto me enarbola,

triste, lenta, azul como una sola.


Sé que tu amor se vuelve permanencia,
luz que me invade y salta en la conciencia,
extraño sol de abril en la amapola.

Oculta allí la miel su sinfonía


mientras se ciñe a ti como un rosario
la tarde de tu amor ya satisfecho.

Tengo tu voz, tu suave melodía,


el corazón que oprime y que a diario
tórnase ardiente luz sobre mi lecho.

Constancia de amor
Toda la luz del mar te pertenece.
Del mundo todo el cielo, el que ha crecido
del gesto de aquel Hombre conmovido
Entra a mi sombra frágil que fenece

en el frutal aroma que en ti crece


desde la voz que inventas al olvido.
Tráeme tu paz, tu seno sumergido
como un adiós que siempre permanece.

Acerca a ti mi sangre duradera


para que seas el fuego y la primera
52

constancia del amor que no entendí.

De la prisión del agua y del rocío


vuelve, callada y lenta, como el río
a recoger el mundo que te di.

Desvelado sol

Nada nos hiere tanto si el vivir


bajo un sol insincero y desvelado
donde es la brisa rostro desolado
o torpe río que no acaba de fluir,

sombras somos que cambian sin sentir


el viento que en las manos he poblado.
Nada sino la muerte que a mi lado
un pedazo de cielo es al morir.

Amaneció en el viento bien temprano


la cálida tristeza de tu mano,
oscura primavera eres: primor

y voz que se destruye, quemadura,


triste pecho que siembra su blancura,
que muere sin morir, sin resquemor.
53

Agnus Dei
o
Amor constante
más allá de la muerte

Si piensas regresar al barrio


donde viviste más de la mitad de tu vida
y pretendes recorrer las calles y los patios
donde encontraste cuerpos jóvenes, labios
lozanos y sexo púber,
deja en tu casa todo en orden y despójate
de prendas y artificios.
Guarda bien tu sombra como si guardaras
una espada, un mástil o un lucero.

No regreses de noche
ni cuando despunte el alba.
No temas a los demonios ni a los fantasmas
de tu lejana infancia,
no discutas con nadie ni te demores
en los caminos.
Trata de evadir billares y tabernas,
los prostíbulos donde por primera vez
tocaste un cuerpo desnudo,
el acantilado gris donde echabas a correr
plásticos potros salvajes que no pudieron
nunca ganar una batalla.

Ya las calles y las tiendas están muertas,


Adolfo, Niño y Manolo están muy viejos.
No se oyen ahora las guitarras que Quírico
tocaba a medianoche
ni el ebrio bandoneón podrá romper como antes
las olas de aire en la penumbra.
54

Irás desenterrando épocas


y nombres, como quien no existe,
buscando eternidad entre la sangre
de apacibles rumores.
Te detendrás en la oscura tarde
de vientos áridos y lluvias dóciles,
alucinado entre músicas malditas
y crujientes escarabajos.
Inventarás abismos, víboras
y ancestros
a la luz de un relámpago que dividirá
a la noche en un antes y un después.

Quedarán las mismas calles


por donde pasaba el tiempo destilando
golondrinas,
el día que sostiene a los bambúes
y los naranjos que cuelgan, frágiles
como las tentaciones:
inquietudes y lumbres calcinadas,
sombras y chillidos de alondras
sobre la fuente en vigilia.

Fijos los horizontes debajo de los párpados,


verán volar espigas como flautas
y ebrias luciérnagas
en el temblor rojo del cielo.
Comprenderás que gemidos y rumores
inundan la muerte de las eras y los mármoles
dolientes,
frágiles alondras desatadas entre anillos púberes
y peldaños anudados y mudos como lumbres desgajadas.

Los hombres, como las ciudades, se inventan


y se desgastan.
Los inútiles designios del ocaso vagan como escarabajos
entre jardines ayer inexistentes.
La vida inventa al mundo y los besos al follaje.
El ojo inventa paisajes y la muchacha devuelve
lo que en sus labios han dejado
como una luz que hace brotar himnos y semillas.
55

Te desvanecerás en alguna esquina,


junto al humo que dejan las palabras,
entre astros, espigas y volcanes
fugándose henchidos en lejanías y lámparas
de inmutable llama:
pesadumbre del espejo estrellado, piel de durazno
muslos donde la luz oculta objetos
y brillan las piedras del zodíaco.

Sollozarás cuando vuelvas a escuchar


la música de las velloneras y los bares,
cuando busques los patios
en los que perseguías mariposas.
Ya no existen y nadie tampoco te conoce.
Ahora eres el déspota,
el hombre por cuya muerte
claman las multitudes.
Dirán que arruinaste los más bellos días
de tu juventud.
porque no mordiste la mano envenenada
que te extendieron
y tampoco pudiste retenerla.

Si, en verdad, deseas regresar al barrio


con todas tus experiencias y tus goces,
es bueno estar consciente:
el cuerpo y la memoria son templos
diáfanos y tibios.
Tú no inventaste prostitutas, parias
ni los lúmpenes,
mortales que entran y salen de las tiendas
o las iglesias,
ni los que se detienen en las estaciones de expendios
de combustibles
o a la puerta de un supermarket.
Ni los que leen los diarios sentados en sus balcones,
los que almuerzan o se rasuran
a estas horas.
Todos estaban cuando tú llegaste
y viste el cielo cuajado de presagios.
56

Todas las épocas y todas las creencias


en la ciudad decadente y, sin embargo, erguida,
donde, desgarrado y pecaminoso, el hombre
se alejó de Dios.

Un río de transeúntes se disipa.


Miras a las muchachas de gordas pantorrillas.
Estás aquí, mudo y atado,
jadeando como un náufrago,
con la voz quebrada y los hechizos
ardiendo en la sangre dúctil
sabiendo que tu barrio ya no existe.

Barrio ahora bullicioso y ayer íntimo


en cuyos callejones colgaban cielos y enjambres,
sutil como un ángel temible.
La intimidad persiste y se desborda,
perduran todavía las voces
de antepasados inmediatos.
Mis ojos mudos que buscan otras calles
y en las esquinas de ayer parecen náufragos:
un fulgor de huellas hondo como un relámpago,
los días que, de tan numerosos, no caben
en el tiempo,
el brillo inalterable de la espuma,
el ímpetu furioso de algún viento.
Nombras el patio, la lluvia y las calles
de tu infancia.
La sangre está en su cárcel
mutilada y profunda en el último
poniente,
cuaja los estíos y las enredaderas,
la nada que habita en la penumbra.
La luna se dispersa como una cicatriz
o un espejo,
se enreda en el cuello de los ahogados
57

cuyos cuerpos nadie busca.


Aún eres la multitud y el espanto.
En la encrucijada del alba y el follaje
tus manos buscan otros patios.
Eres una humilde plenitud de espejos empañados
terriblemente desconfiada como un ciego.
Nadie te ha mirado como yo.
Nadie se detuvo
en la noche íngrima cuando te desgarrabas.
La memoria engendra estatuas y zaguanes
en la intimidad cómplice y terrible.
No obstante la lejanía y el espanto,
el aire te dice que, de algún modo,
tu destino y el mío están unidos.
Tú, el barrio y yo:
juntos habrán de condenarnos.

La tarde
En el patio cae la tarde como un destino frágil.
Delgado puñal que domina la quietud del paisaje
en la extensión vasta del sueño y la llanura.
Cada instante
una multitud de palabras se desvanece
y el mundo se vuelve una catástrofe.
Hay un destino ignorado
en el centro de la penumbra,
los ocasos que me conmueven y la fiambre
certidumbre de las mareas,
los espejos de geometrías delirantes,
el hecho de que el mundo exista
y sea indefinible,
la llamada que aturde y el rencor inaplazable
de saberse desdeñado.
Como una herida abierta
el cielo se desangra en el poniente.
58

Follaje Nocturno
La noche discurre igual que la agonía de un jardín
y desgarra la palabra en labios de otros cuerpos.
Un follaje de espejos se desborda,
el mar terrible como el brillo de una espada,
el orden de las olas y la música,
el paraíso que rige las leyes del deseo
y las costumbres.
Esas nubes dispersas y esos presagios
son la diáfana constancia de que el amor existe
y son también la certeza numerosa
de las noches que contiene el día.
Entre nosotros, los pretéritos difusos,
el cielo unánime que prescinde del lucero,
sombras que se multiplican y traducen
la ligera quietud de algunos patios.
Sólo existe la mirada
y el aire dócil que a la roca hiere
como la luz minuciosa de una angustia.

Escritura
Tan probable como un destino
o golpe de aire fértil,
las escrituras son las pieles intangibles
del deseo,
el tacto del hechizo y la premura.
Bello es el paisaje,
los tibios talismanes de piedra,
el mar que existe afuera
y la fuga del crepúsculo en las plazas.
Algo se detiene en mi sangre,
el nombre de alguien, la mirada ciega del espejo.
Digo madre y mis labios tiemblan
al alba tenue, compartida
59

y pertinaz como la lluvia.


En los espejos cesa el tiempo
trémulo en el farol impreciso de la vaga luz
inhabitable que limita las cosas del instinto
y la razón.
Breve como los ocasos y el relámpago,
roja e inasible, tiembla la eternidad.

Vigilia del juglar


Cada tarde
la tarde cae en gotas pálidas,
el viento ligero se detiene
en las banderas del navío.
Tarde bermeja y petrificada,
gota de agua suspendida en el aire,
crucificada en el regazo de la hora
poblada de mundos tan diversos
y calles sin transeúntes
Catálogo
rotas memorias como pulpas de elíxires,
huesos de una ciudad inhabitable,
piedra de equilibrio y fundación.

Cielo desmoronándose
petrificado en la mirada,
parpadeo de nubes
e imágenes desterradas.
Jadeo de piedras
y piernas que se rozan
suscitando una música tenue,
polvo de astros disecados.
Pálido reflejo de afilados murmullos
furiosamente ardiendo en los balcones,
precipicio de inminencia
60

rodeado de peñascos y de algas.


Pálida
mansedumbre de un instante:
batir de hojas, unas voces,
chirridos de automóviles lejanos,
compactadores recogiendo desperdicios.
Del tendido eléctrico
cuelgan las ideas,
pobres palabras,.
y una ciudad inhabitable.
Oleaje de algas resplandecientes
como cuerpos,
nalgas y senos al aire,
minifaldas y escotes
o llanura en el cielo indescifrable
resuelta en signos
y geometría inacabable
que se disipa en la memoria del espejo
en sus paredes sólidas pero intangibles.

En el impalpable follaje
el sol dibuja espectros
se alza la marea de colmillos afilados.
Brotan peces y alcatraces,
sombras sobre el agua.
Salen a la calle
los beneméritos que sirven al Estado
y las honorables prostitutas,
los nómadas y los perros sin dolientes,
los apóstatas y los alabarderos,
congregación de transeúntes.

Tarde,
escritura pálida en la arquitectura celestial,
gruesas gotas pálidas de cielo,
un batir de peces o de náufragos,
sol en la cascada,
serpiente de transeúnte.

En la mesa del bar más próxima al ventanar,


dos poetas y un maricón
61

curados de espanto.
Tres nubes cómplices
tres sombras mudas
tres colibríes sin alas
huesos desterrados
ángeles endemoniados
gaviotas sin chiullidos
ni huellas en la arena
cómplices de ideas estúpidas.
El bar el es pequeño
y en él sólo hay penumbras
El más flaco habla con palabras de aire
el otro es retórico
y el maricón contempla la tarde.
Tres nudos de abismo
sólo construyen patíbulos
que son sus propias tumbas.
2
Nuestro cuerpos
desnudos y fragantes
son relámpagos, plazas, mediodías
perros que aúllan, caderas que cantan
vasijas para recibir la vida.
Nuestros cuerpos
ahora son lámparas y geranios
gaviotas degolladas
gotas de sol resbalando en los metales.

Tu mirada es una lámpara,


una gota de noche, un geranio flotante,
un pájaro burbujeante de alas plateadas,
gladiolos y petunias, lirios y begoñas
ahogados en un puerto.
Ciegos leopardos y mudos jaguares
se reflejan en tus ojos
y luego van hacia el follaje.

Nombrarte después de tantos años


es demorarse otra vez en tus labios
mientras las manos sienten
el húmedo rumor de tus vellos púbicos
62

-tempestad y quietud, alba sobre arena cálida-


caminar gozoso y atravesar un follaje de sílabas
en Torremolinos, junto al mar de Málaga.

Mamá también cantaba boleros


«Por mi madre, bohemios!»
Mamá empezó a morir veinte años antes,
cuando cubrimos con tierra el ataúd del hijo menor.
Fue de tarde y en verdad llovía.
Su foto no apareció en los obituarios
y de tan buena suerte
el cura párroco olvidó su nombre
el día de la misa,
pero extendieron como si nada
la cesta para recoger el diezmo.
Juro por las cenizas que hablan demasiado:
mamá no murió de muerte natural,
tampoco murió de tiempo ni de vida
sino de soledad
y es así como en verdad
se muere.
Mi pobre vieja no tuvo nietas que le hicieran trenzas
ni le esmaltaran las uñas.
Su memoria estaba siempre abierta.
y era fértil
porque siempre veía fantasmas
y escuchaba los pasos de los muertos
en los pasillos de la casa.
«¿No oyes los pasos?», me decía, «ya se acercan.»
Tiempos después soy yo quien oye los mismos pasos
porque sucede que mamá también ha muerto
sin conocer el Central Park
ni Madison Avenue,
sin ver los álamos brillantes de Whasingthon,
sin enterarse de las masacres de Iraq
ni de la manera en que se muere en Bagdad.
63

Mamá no anduvo nunca por la Alameda


donde fui condenado por la artritis,
pero conocía al dedillo a los mariachis
y era loca con Miguel Aceves Mejía.
La vieja nunca fue de carne y huesos.
Era un pedazo de pan y una ternura
que tarareaba boleros y conversaba
con los duendes.
Miraba demasiado lejos
y sus dedos eran mástiles para sostener
la vida,
en el pozo grisáceo de sus miradas
había puertas que se abrían
y provincias distantes.
Era ella una soledad muy honda,
una pena demasiado callada
que tampoco conoció el apartamento
donde ahora escribo y muero.
Su mirada parecía un deseo petrificado y acuoso,
una piedra de melancolía,
una sombra húmeda, un abismo colgante,
un pasto,
un metal que poco a poco iba desgastándose,
una lluvia caída hacía milenios.

La muerte tiene la forma del dolor y del recuerdo,


el agua misma adquiere la forma del cántaro.
Un sábado por la mañana, mientras me desplazaba
en un Nissan Sentra por las calles nubladas
timbró mi teléfono celular en el bolsillo.
«Tu madre ha muerto», me dijeron.
De eso hace ya un año
tu primer año, madre,
y, sin embargo, oigo aún cuando me llamas
o tarareas un bolero,
tus alpargatas aún suscitan
la ligera música de tu presencia.
En tu balcón no hubo petunias ni begonias,
aves del paraíso ni madreselvas.
Sólo lirios calas y claveles, me han dicho,
sobre el ataúd que me negué a ver.
64

Mientras yo languidecía
en lúgubres habitaciones alquiladas
o quizá mientras andaba mudo
entre las tibias luces de un ocaso,
tú te ibas muriendo.
Yo andaba mudo como sombra petrificada,
caminaba por las calles mojadas
y estrechas de la noche
quizás buscando algo de la infancia que no tuve,
o entraba a los bares y los restaurantes
pálido y muerto de hambre,
vestía ropas ajenas y me sentaba en los parques,
conversaba con meretrices y homosexuales,
vendedores ambulantes y presumidos astrólogos
Mi casa era la noche o la puerta de un prostísbulo
el banco de un parque o un zaguán.
Dormía entre desterrados y prostitutas,
me acostaba sin cenar en huerto ajeno
donde apenas diez minutos antes hubo sexo y gemidos
palabras de amor o maldiciones.
Habitaba yo en abismos tan profundos
e ignoraba lo que a tí te sucedía.
De mí huían los niños y las aves
De mí huían la calma y nubes lejanas
y hasta las meretrices que ahora son llamadas
trabajadoras sexuales.

Me negué a verte tendida en el ataúd.


Te vistieron de blanco, me dijeron,
criatura engendrada en la salobre corteza
de las lámpara recién encendidas,
tatuada en la memoria marítima del arrecife
o de las piedras.
De tí no queda más que cenizas dolientes
y la habitual fotografía enmarcada en cañuelas
y colgada en la pared del cuarto
donde escribo tus insomnios y los míos.
Estás rodeada de noche y de náufragos.
Ya no será la tierra
un cántaro para recoger los sueños,
65

una promesa,
una araña crepitando en el fuego
sin nombre de los tiempos,
ni luna que se esconde con destreza
en el follaje
antes que el amanecer se abra como
un campo de batalla.

Aún quedan destellos para iluminar la vida,


manos que han fundado amores
entre cuerpos tibios
o húmedos,
tal vez recién salidos del agua
o tendidos en la playa.
Alza entonces tu lámpara
fatigada y esbelta como un cáliz.
Ninguna mano habrá como la tuya
Muerta está la casa desde entonces,
muda como las mareas del alba y el conjuro,
el ojo ciego de la luna en la alcurnia de la rosa,
tus manos asidas a los muebles y a los cántaros,
tu respiración sonora en la penumbra.
Majestuosos son los mundos más allá de la noche,
la vastedad de cielos y vientos presentidos,
naufragios y catástrofes:
plenitud de peces y de astros,
vastedad de abismos,
vértigo de las constelaciones,
impenetrable gorjeo de galaxias,
silencio que se enreda
al musgo y a los mástiles.
Una hoja se desprende y cae
como si en su corteza rodaran
gotas de muerte o de aluminio.
Yo recojo la hoja y la contemplo
como si fuera una sortija.
Eras la mano que se convierte en vasija
para recoger el alba,
cesta de frutas para el hambre,
agua sobre la piedra lacerada,
cielo de los destinos truncos,
66

mariposa de agua en el crepúsculo.


Tú, la nacida de un costado de Dios,
sonido de tambor sobre la arena,
chaspoteo insomne de las olas y el violín.
Una pálida mano se extiende
y se oye un crepitar de llamas
como gotas de agua resbalando
en las esquinas de la tarde,
ahogado chillido de gaviota
en la mojada certeza de la arena.

Yo soy tu hijo y no te invento.


Te llamó la mañana nublada
y los vientos que al alba en las ventanas se anudan,
la ola insomne en complicidad con algún mástil,
la dignidad fingida de la muerte,
la lumbre descalza de lejanísimos rumores,
los callados jaguares de tristezas metálicas,
el venenoso colmillo de las despedidas.
Te llamaron y quisieron
que anduvieras por callejuelas gastadas.
Junio caía como una gota de acero
en la ciega bahía del crepúsculo
y navegaban las horas nubladas de espanto
cuando también te procuraron astros ligeros,
aves migratorias cuyos nombres no recuerdo,
tierras profunda detenidas en túneles
donde silbaba un aire oloroso a frutos y alimentos,
una mano escondida en la espesura de un árbol,
un mundo de llamas dolientes y de musgos,
una serpiente de agua, una araña,
una vasija con mariposas tatuadas,
una ráfaga, el tacto de un ángel en la penumbra,
el gesto de una mano salida de un alféizar,
una piedra de mármol sobre la que ahora flota un clavel,
la llama de una cortina, las cenizas de un árbol
y la ligera resina donde temblaban las noches
mudas de la memoria en vigilia,
la ráfaga de un jazmín que entre los huesos fugaces
interrogaba al destino.
Te procuró una alondra enlutada
67

y herida por la luz del día lluvioso,


una alondra sangrante que se arrodillaba en la tarde
apoyada en un velero,
un ágata, una breve estrella ahogada en el sur.
Te sostenías en la espiga frágil
de los instantes perdidos:
relámpago perpetuo,
palpitación del pez en los escaparates,
brillo de una mirada, polvo sobre la sangre
inocente del condenado,
parpadeo perpetuo entre los abismos trémulos,
colmillos de leopardo,
estanques donde la pesadumbre
se esfumaba
como un cuchillo oxidado en el crepúsculo
mientras la eternidad colgaba ligera
entre mudas montañas.
Ahora tu nombre es una antigua y secreta ternura
interrogando a los astros y alcanzando azahares,
un nenúfar que tiembla en las manos del viento,
una ciega gota de sangre sobre un césped
como la ruidosa penumbra del espectro
o la bisagra que cruje coronada de espanto.
En la punta del jazmín el día flameaba
como un pájaro enfermo,
como el deseo que vuela en el viento nocturno,
áspero igual que la piel del durazno
en un despertar de furias contenidas.

Ciudad inhabitable

Habito esta ciudad y siento que mi vida se disuelve en un grano de anís.


La recorro con mis ojos.

Sólo hallo transeúntes pálidos y pensativos,


autos veloces, muchachas de piel reseca y pantorrillas doradas.
68

La ciudad es un hechizo de manos y bromelias,


olores y frutas de pulpa indecible.
Habito esta ciudad como se habita un cuerpo,

como se huye de un espejo inaccesible donde el tacto recuerda

un labio trasnochado,
y toca en la memoria lo fugaz que parpadea,

la ciega mansedumbre del crepúsculo.


Vivir es ir deshaciéndose en los días y dejar la sombra
sobre una leve cascada de nuez,
despoblarse avergonzado en los espejos
y en residuo de las horas mirar el lagarto sobre el cactus
terriblemente atado a su destino,
la tarde ocultándose en la aridez de los bejucos.
En tu presencia que me llena los ojos de resinas

y mariposas fúlgidas

que me hace recordarme en aguas y nenúfares,


en lo lívido de piedras jubilosas que transmigran
de lo inefable a lo común.
Aquí estoy vinculado a la materia que en grito es natural,
a la vida que es un árbol de laboriosa estirpe,
una lámpara de inagotable parpadeo.
Atado estoy a los espejos abisales de la nocturnidad.
Nada fluye si no el tiempo asido a la materia

porque voy buscándome sin término en lo preciso de la luz,

construyéndome otra vez en una hoja de trébol

o en lo permanente de mi voz.
No son los días sino yo mismo quien transcurre,

quien palpa la marea y se precipita perpetuándose.

El instante es una sed y una vigilia, un manantial de zumbido


y edades.
En los orígenes del vivir gozoso, perfeccionándose,
69

la muerte se dilata, el Uno diverso de la carne.


Lo eterno se aleja y se aproxima cuando llueve y un tacto
traza sus itinerarios en la piel.
El tiempo que somos no aparece en el verbo que
pronuncias.
70

Radhamés Reyes-Vásquez, un
disidente

Por Víctor Villegas

Conocer a Radhamés Reyes-Vásquez significa conocer su poesía. El


temperamento y las realizaciones son correlativas y nadie consciente y
voluntariamente puede separarlos. Como no es posible la colina sin el
llano!
De sosegada mirada, andar tímido; de aparente auto control como si
se pensara único entre su piel, Radhamés Reyes-Vásquez es una
disidencia característicamente crónica, no una mera actitud porque la
disidencia es una rebelión del ser, aventada hasta la inconformidad sobre todo en los
artistas, albergues preferidos del más elevado de los sentimientos, el amor, sea éste el
que se autogenera en las profundidades de la fantasía y de la belleza, o aquel que nos
llega de las cosas, aun las más inverosímiles, sudorosa superficie, desnudas calles,
zapatos deshechos que aprisionan gritos o redondas campanadas.
Radhamés es un artista y un disidente y, en consecuencia, natural habitad de grandes
dosis de inconformidad frente a una realidad imperfecta e incongruente, diseñada a
imagen y semejanza de la naturaleza, no
terminada en el supremo momento de su
nacer doloroso y clara justifica ción de sus
ricos secretos que tanto limitan al hombre,
pero que al mismo tiempo lo colman de
lucidez para que los descubra y cese algún
día su actitud inconforme.
Todo espíritu selecto siente los punzantes
filos de esa realidad, el flagelo de la
impotencia con que ella lo impresiona y lo
atemoriza. Muchos son los casos de los que
han sucumbido o por lo menos han
presentido la cercanía del caos. Recuerdo
las dolorosas expresiones del gran pintor israelí Marcel Janco, vanguardista y símbolo
de la resistencia de su pueblo, en entrevista que se le hiciera; "me he propuesto toda la
vida construir un mundo nuevo. Lamentablemente no veo el mañana" Como él,
¿Cuántos le precedieron con igual fatiga en el alma? Recordemos a Goethe, a Rimbaud,
a Maiakovsky. ¿Y cuántos hoy padecen los efectos del mismo virus? Ah!, pero han
existido siempre los que confían en que ese mundo nuevo se edificará porque el mañana
no es más que el hoy, el presente, esto es el ser humano pensante a cada instante en su
propia destrucción naciendo, ilimitadamente transformándose.
Significativos creadores de la literatura dominicana amaron demasiado, pero no
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vislumbraron el mañana: Federico Bermúdez, Apolinar Perdomo, Ramón Cifré Navarro,


Ramón Lacay Polanco; René del Risco Bermúdez, Juan Sánchez Lamouth. Todos
sintieron el poder de la autogeneración y la autodestrucción, el eterno con flicto, la
contradicción entre ser uno y a1 al mismo tiempo negarse, arroparse en la
individualidad o ser al mismo tiempo en los demás, vale decir, estar en el ámbito de lo
negado pero también en el de las dimensiones secretas. Mas, ellos, sucumbieron en sus
esferas emocionales puesto que no pudieron horadarles y saltar de nuevos a la luz de
donde procedían.
Todos esos nombres de nuestras letras y los numerosos con historias parecidas de las de
otros países, tienen la misma talla, la misma medida, en sus temperamentos, ni una
pulgada más ni una menos en el tamaño de las emociones. Ninguno es ajeno al grito, a
la exageración aún en los círculos de la mente donde la discreción es la materia
inofensiva más codiciada; -ninguno es capaz de dosificar mínimamente de razón la
libertad desenfrenada que cruza por sus cuerpos y desborda sus espíritus. Cada uno de
estos caminos no conducen sino a una única e intransferible puerta, más allá de la cual
no hay nada.
Ellos son los absolutos, los poetas del amor absoluto, y como en todas partes, los
grandes románticos. También Radhamés Reyes-Vásquez es un poeta del amor, medu
lar, casi enfermizo, sólo que no forma parte de la casta de los románticos de una viciosa
y única línea, como aquellos, porque, deslocaliza los temas; en especial el de su
predilecta manera de ser y de actuar, dándoles categoría filosófica, universal, donde
tantas ventanas abiertas reciben las claridades del mañana.
Así ha sido siempre Radhamés Reyes-Vásquez, a pesar de la modernidad del lenguaje y
de la técnica de su poesía, y muy probablemente también, de los coqueteos que se ha
permitido en ciertas ocasiones con esa otra parcela de la poesía, que se viste de obrera y
de injusticias.
Desde su obra Las memorias del deseo hasta el presente volumen Música total, absoluto
amor, un solo hilo atraviesa sus textos: el sentimiento romántico del autor. Su lectura, si
se la descuida, puede conducir a equívocos, a creer que se acerca a aquella puerta por
donde la vida, la auténtica, no entra. Pero si percibe su esencia, su testimonio, toda
concepción fatalista se desvanece tal como lo expresa en los siguientes fragmentos de
poemas de su libro Las memorias del deseo:

Y debemos empezar.
Empezar qué?
¿El fin del mundo?
Sólo sé que atrás están mis viejos huesos,
mis no redimidas culpas, mis deudas
cuantiosas.
y
Cenizas de los muertos que en mí llevo.
Y más allá del espejo en que me hundo
un sonido creciendo
en lo inefable del vacío.
.
Y ¿qué es eso del comienzo?
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¿Dónde está el comienzo?


Acabo en el principio.
…Estoy
Tratando como siempre de vencer
Humano
demasiado humano
miro los velámenes licuados .
¿Cómo esperar sobre un papel en blanco?
Empezar es concluir
Definirse
Ir teniendo conciencia del fracaso- ...
Porque perdí mi sueño peleando con el mundo.
Aun cuando los textos del nuevo volumen Música total, absoluto rumor se nos sugieran
más cercanos a los primeros momentos de la explosión romántica, no por ello
encuadran en el cataclismo emocional que hizo tradi ción en el mundo, a cuya fuerza
centrípeta no pudimos resistirnos, como lo demuestran la vida y la obra de muchos
poetas dominicanos, entre ellos los mencionados anteriormente. Más bien podríamos
arriesgar la aprecia ción, salvando naturalmente las distancias estilísticas que la separan
de Las memorias del deseo, de sus novedosos sonetos y de otras obras aún inéditas, que
la poesía de este nuevo libro es la misma en toda la trayectoria de Radhamés Reyes-
Vásquez, menos el atrevimiento de sus imáge nes, excepto el que encontramos en la
formidable imaginación-conmoción del poema Los hábitos comunes (Palabras para
mamá desde una noche de invierno sin fondo); y que el deslumbramiento de la gran
sustitución de lo caótico y lo imperfecto, es para él un hecho cercano porque es la vida
misma, el mismo fenómeno de ser comienzo y fin a cada instante. En este predicamento
el poeta nos dice:
Dejar la casa, madre,
Después de tantos años, tantos deseos
perdidos,
saber que ya no volveremos a soñar juntos
en este balcón
desde donde he inventado la noche y el
rocío.
………………………………………………………………………………………
Cambiar de casa –y en diciembre, madre-
Dejar estos peldaños que conocen mis pasos
de memoria
y los de mis amores consentidos
y los de aquellos hijos míos
que aquí dejaron sus primeras palabras.
Más de veinte años viviendo en esta casa,
Soñando la vida sin pesares…
Ese es el poeta Radhamés Reyes-Vásquez, un nombre, un alto exponente de las
generaciones más jóvenes. Mientras más duro es su contorno más vibra con su canto.
Recordemos que el canto del ruiseñor es más hermoso cuando va a .
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Radhamés Reyes-Vásquez / biografía

Escritor nacido en Monte Plata, República Dominicana, tres


veces merecedor del Premio Anual de Poesía. Entre sus obras se
destacan

Las memorias del deseo,

En nombre del amor,

Si puedes tú con Dios hablar,

El hombre deshabitado,

Boutique de la memoria y

Daiquirí.

Ha sido merecedor, en tres ocasiones, del Premio Anual de Poesía, además del Premio
Biblioteca Nacional de Poesía, en su primera versión, y de los tres primeros lugares, con
pseudónimos distintos, del Concurso Nacional de Sonetos organizado por la Fundación
Cultural Dr. Joaquín Balaguer en el año 1990.

Asimismo, obtuvo el primer lugar en el concurso sobre el pensamiento y la obra de


Joaquín Balaguer con motivo del centenario de su nacimiento.

En su bibliografía se destacan también los libros de ensayos, semblanzas y crónicas El


bolero, memoria histórica del corazón y Parece que fue ayer, entre otros.

Fue Director General de la Biblioteca República Dominicana, entonces dependencia de


la Presidencia de la República, desde agosto de 1996 hasta agosto del año 2000. Ha sido
columnista de los principales diarios de circulación nacional. Actualmente desempeña
funciones diplomáticas en Centroamérica.
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Muestrario de Poesía
1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw
2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo Milosz
3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín 33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav
Pasos Seifert
4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo 34. Uno escribe en el viento y otros poemas / Gonzalo
Carranza Rojas
5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses 35. El animal que llora y otros poemas / Antonio
Burgos Gamoneda
6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 36. Los andamios del mundo y otros poemas / Ledo
7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington Ivo
Delgado. 37. Dominican Style y otros poemas / Alexis Gómez
8. Haikus / Matsuo Basho Rosa
9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud 38. Poesía francesa actual / Muestra de 40 autores
Darwish 39. Número equivocado y otros poemas / Wislawa
10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas Szymborska
11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 40. Desde la república de la conciencia y otros poemas
12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos / Seamus Heaney
Drummond de Andrade 41. La tierra giró para acercarnos y otros poemas /
13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Eugenio Montejo
Enzersberger 42. Secreto de familia y otros poemas / Blanca Varela
14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 43. Tal vez no era pensar y otros poemas / Idea Vilariño
15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes 44. Bajo la alta luz inmerso y otros poemas / Mariano
contemporáneos Brull
16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 45. Las ocupaciones nocturnas / Jorge Enrique Adoum
17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom 46. La gruta de las palabras y otros poemas / Vladimir
Raworth Holan
18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú 47. La vida nada más, la sola vida y otros poemas /
19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James Gastón Baquero
Rawlings 48. El futuro empezó ayer / Luis Cardoza y Aragón
20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 49. Los errores necesarios y otros poemas / Joaquín
21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza Giannuzzi
22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 50. Jardín de Piedra / Fernando Ruiz Granados
23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos 51. Hablar desde la inseguridad / Rafael Cadenas
Martínez Rivas 52. El hombre acorralado y otros poemas / Luis Alfredo
24. Antología esencial / Joseph Brodsky Torres
25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla 53. Territorios Extraños /José Acosta
26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova 54. Cuadernos de Voronezh / Osip Mandelstam
27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome 55. La traición de los sueños / Francisco de Asís
Rothenberg Fernández
28. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio 56. Quemaremos los días por venir / Radhamés Reyes-
Pacheco Vásquez
29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot
30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas
Elytis
31. Las ventajas de aprender y otros poemas / Kenneth
Rexroth
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Colección

Muestrario de
Poesía
2010

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