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Entrar en una página porno, crear virus, usar software pirata o bajar música de
Internet son temas de confesionario.
“Dime, hijo, ¿qué has hecho?” “He enviado mails anónimos.” “Mmmm... sabes que
no debes.” “Sí, padre. Pero además he atrasado la fecha del reloj de mi PC para que
se estire el shareware del jueguito y no tener que pagar los derechos.” “Mmmm...
sabes que es muy malo lo que has hecho.” “Sí, padre. Pero además bajé música en
mp3.” “Mmm..., hijo, es un pecado con castigos severos.” “Padre, pero además de
todo, me metí en una página porno...”. “Ah, no, eso no hijo...” A partir de ahora, los
católicos deberán agregar a sus confesiones los peccati informatici, como los
definieron 40 teólogos reunidos en el santuario de San Gabriele de Isola del Gran
Sasso en Teramo, Italia. La reunión fue convocada para “redescubrir la cara de
Cristo en el sacramento de la penitencia”. Los peccati informatici tienen una
notable coincidencia con las necesidades empresarias del nuevo profeta, San Gates.
Fueron 40 teólogos de distintos países, reunidos en el santuario de San Gabriele, en
Teramo, a unos 120 kilómetros de Roma. La idea era analizar la crisis que afronta el
sentido del pecado hoy en día, tan vapuleado con los vertiginosos cambios y, en
especial, por el indiscriminado uso de la red de redes a través de esa especie de
extensión diabólica en que puede transformarse una vulgar y para nada virtual PC.
Ocho de los dieci peccati establecidos por los teólogos con la anuencia del Vaticano
tiene su explícita coincidencia con los intereses empresariales de San Gates y sus
derivados. Podrían contextualizarse incluso con novedosos Diez Mandamientos
como “amarás a Gates por sobretodas las cosas”, “no usarás software libre hasta
que se apruebe la ley de patentes de software”, “comprarás sólo software original
en cada actualización”, “no crackearás ni compartirás números de serie de Cd
originales” o “no matarás difundiendo virus”. Los últimos dos peccati tienen que ver
con una histórica cruzada de la Iglesia más vinculada originalmente a la idea de la
corporización del Diablo en el cuerpo femenino que al espeluznante negocio de la
trata de blancas y de la prostitución infantil.