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El tren de Ginebra

Siempre recordaría la primera vez que oyó aquella voz.

Fue una tarde de primavera.

Llegó a la estación de tren, se acercó a la ventanilla, compró el billete…

-Un billete para Ginebra.

Pagó el billete y se sentó en un banco.

El viaje sería muy largo y ya se sentía cansado antes de partir, pensando en


las horas que duraría el trayecto.

Entonces oyó la voz que anunciaba la salida del tren:

“Señores viajeros: la compañía


ferroviaria anuncia la inmediata salida del tren estacionado en la vía
cinco, que hará el trayecto entre esta ciudad y Ginebra. Les
rogamos que se acomoden en sus asientos y les deseamos un feliz
viaje”

La voz enmudeció. Era una voz de mujer. Una voz amable y misteriosa que
lo enamoró.

Aquel día ya no subió al tren de Ginebra. Permaneció sentado en el banco


de la estación, fija la vista en los altavoces, por si volvía a dejarse oír.

Nunca había oído una voz como aquella. La más hermosa de su vida. Y
esperó una hora, y otra…

La compañía ferroviaria anunció la partida de otros trenes hacia otras


ciudades, pero no era ya la misma voz. Unas veces era la de un hombre;
otras, la de otra mujer. Unas voces muy diferentes de aquélla,
incomparables…

La voz que había anunciado la inmediata partida del tren de Ginebra


invitando a los viajeros a que se acomodaran en sus asientos y deseándoles
un viaje feliz, no volvió a dejarse oír en todo el día. “¿Qué le habrá
pasado?”, se preguntaba el viajero. “¿Por qué no ha siguió anunciando la
partida de otros trenes, hacia otras ciudades remotas?”

No era fácil encontrar respuesta a aquellas preguntas.

Sin embargo, sabía que era una voz única y que difícilmente podría
confundirla con otra. La voz más bella –trasparente y esquiva como una
esquirla de agua- que jamás había oído.
Permaneció en la estación hasta muy tarde; hasta que, pasada la
medianoche, el conserje le advirtió que tenía que cerrar porque ya no
saldrían trenes hasta el día siguiente.

Aquella noche no se atrevió a preguntar por la voz misteriosa que


anunciaba la salida del tren de Ginebra.

Pero al día siguiente volvió muy temprano a la estación y se sentó en el


mismo banco, dispuesto a esperar.

Miraba el reloj nervioso, intranquilo.

La voz volvió con puntualidad. La misma voz maravillosa y mágica:

“Señores viajeros: la compañía


ferroviaria anuncia la inmediata salida del tren estacionado en la vía
cinco, que hará el trayecto entre esta ciudad y Ginebra. Les
rogamos…”

Sintió tristeza al pensar que ya no volvería a oír aquella voz hasta el día
siguiente. Se dirigió a la oficina de información y preguntó:

-¿Me podrían decir dónde está la cabina desde donde se anuncia la salida de
los trenes?

Le señalaron una puerta, en un rincón de la estación y se dirigió


apresuradamente hacia ella. Sintió mide y no se atrevió a entrar. Se detuvo
en el umbral y esperó. “Puede que no le cause buena impresión –
pensó-.Será mejor que venga mañana y le traiga unas flores.”

Volvió a sentarse en el mismo banco de siempre.

Al día siguiente volvió a la estación. Llevaba un ramo de flores blancas,


rojas y amarillas…

La voz volvió a anunciar, misteriosa y bella, la salida del tren de Ginebra:

“Señores viajeros: la compañía


ferroviaria adunia la inmediata salida del ten estacionado en la vía
cinco, que hará el trayecto…”

Se dirigió hacia la cabina. Llamó a la puerta y una voz-la voz de un hombre-


le dijo:

-¡Adelante!

No había nadie más que el hombre que le había dicho que pasara.

Dijo avergonzado:

-Me gustaría hablar con la señorita que anuncia la salida del tren de
Ginebra.
El hombre sonrió.

-No está –contestó.

-¿No está? ¿Entonces…?

-Se trata de una grabación magnetofónica.

-Pero…

-Se enamoró del tren de Ginebra, hace mucho tiempo, y partió.

-¿Se enamoró del tren de Ginebra?

-…Y partió.

-He traído estas flores: rosas blancas, rojas y amarillas…

-¿Para quién las ha traído?

-Para la señorita de la voz que anuncia el tren de Ginebra.

-Déjelas entonces cerca del magnetófono.

Se acercó a la máquina y colocó las flores.

Se disparó la cinta, cómo si un dedo invisible hubiera pulsado el botón y se


oyó la voz misteriosa y mágica:

“Señores viajeros: la compañía


ferroviaria anuncia la inmediata salida del tren…”

Cuentos para los que


duermen con un ojo abierto
Gabriel Janer Manila.
Ed. Bruño 3ª edición
La palabra
Después del mediodía, Carlos empezó a sentir un dolor horrible en el
vientre.

No hacía más que pensar qué podía haberle causado aquel dolor, que había
empezado suavemente y había ido intensificándose a medida que las agujas
del reloj iban dando vueltas.

Era un reloj de caja, adosado a la pared de la habitación. Carlos lo miraba


sin cesar, con inquietud.

Volaban las agujas mientras Carlos sentía que su vientre se hinchaba.

La madre de Carlos empezó a preocuparse cuando vio que el vientre le


aumentaba de volumen y se redondeaba. Le había hecho tomar una
cucharada de bicarbonato y luego le había dado una taza de hierbas: una
infusión de manzanilla con anís estrellado. Toda la habitación se había
llenado con el perfume de las hierbas.

Le preguntó inquieta:

-¿Qué has comido, Carlos?

-No lo sé –contestó el chico entre gemidos.

-Algo te habrá sentado mol. ¿Qué has comido?

-No he tomado nada fuera de casa.

-Si aquí casi no has probado bocado…¿Has comido albaricoques o ciruelas


verdes?

-No.
-Entonces, ¿qué has comido?

Cuando la madre vio que el vientre del chico se hinchaba, decidió llevarlo a
la clínica de urgencias.

El médico de turno lo reconoció minuciosamente, le hizo muchas preguntas


y lo reconoció de pis a cabeza.

El vientre crecía como una pelota.

-Si no fuera arriesgado –dijo el médico-, me atrevería a pensar que estás


embarazado.
En aquel momento, la madre de Carlos pegó un grito tan estrepitoso que
hizo temblar las paredes de la clínica de urgencias.
Los médicos, las enfermeras y los celadores empezaron a correr de un
extremo a otro, asustados por el grito que había pegado la madre de
Carlos.

El médico la tranquilizó:

-Miraremos este vientre en la pantalla. Pronto sabremos qué demonios


oculta.

Llevaron a Carlos a una sala oscura. Aplicaron la pantalla sobre su vientre y


advirtieron la causa de aquel dolor funesto.

-Mire esto.

-¿Qué? –preguntó la madre.

-¿Ve esta sombra?

-Si, ¿qué es?

-Carlos se ha tragado una palabra –aseguró el médico.

--¿Qué dice?

-Se ha tragado una palabra. Mire cómo se mueve dentro del vientre.

Carlos explicó que aquella mañana había intentado contestar a una


pregunta del profesor de Ciencias y la respuesta se le había quedado
atravesada. Era una palabra muy larga que ahora no era capaz de
recordar…

El médico le dijo que se tranquilizara.

-¿Cree que la expulsará?

-Las palabras –replicó el doctor- sólo se expelen por la boca.

-¿Qué vamos a hacer?

El médico le presionó el vientre. Sus manos apretaban con fuerza. No era


fácil que la palabra saliera, ya que ahora se había alojado en el estómago.

Hizo un último esfuerzo. Carlos tuvo unos golpes de tos y vomitó la palabra.
Dijo, entre gemidos y saliva:

-¡Monocotiledónea…!

Su vientre se deshinchó como si fuera un globo.


Cuentos para los que
duermen con un ojo abierto
Gabriel Janer Manila.
Ed. Bruño 3ª edición

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