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Corazonadas
El libro II de los chicos enamorados

Digitalizado por el gato y kamparina para Biblioteca-irc en marzo de 2.005.


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Dedicatoria:

Nuevamente1 a Gregory Peck, porque acabo de volverlo a


ver en la película Gringo Viejo y sigue deslumbrándome el
corazón, como cuando yo tenía apenas cinco años...

1
Digo "nuevamente" porque a este actor le dediqué El libro de los chicos
enamorados en su tomo uno.
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Bienvenida
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Hola, amorcitos; bienvenidos a este nuevo territorio de papel


entintado donde los aguardan cincuenta y cinco poemas y canciones
más un cuento inspirados en sus1 tan francas confidencias, en sus
reflexiones, en sus experiencias iniciales en el amor, tal como me lo
han venido solicitando a través de la nutrida correspondencia que me
hacen llegar de continuo, a partir de la lectura del volumen uno de El
libro de los chicos enamorados y mediante la cual me expresaron el
deseo de que escribiera otras obras referidas al mismo tema.

Así fue como —en esta colección— se publicó No somos


irrompibles (Cuentos de chicos enamorados) y —ahora—
CORAZONADAS.

Como imaginarán, no ignoro que la palabra que elegí como


título significa —literalmente— "presentimientos", "presagios". Es
decir que —de acuerdo con lo que nos informa cualquier diccionario
castellano— el corazón podría hablar en nuestro interior para
anticiparnos algún acontecimiento importante que va a suceder en un
futuro próximo, como si fuera capaz de intuirlos antes de que se
produzcan en realidad. Y a esa especie de "avisos" se los denomina
"corazonadas".

Sin embargo, me permití jugar libremente con este vocablo e


inventarle otra acepción. ¿Seré clara? Trato: todos los textos que
integran el libro que estás estrenando se relacionan con sentimientos,
pensamientos, episodios a los que —desde que el mundo es mundo—
se les atribuye un origen en el corazón, aunque los científicos opinen
que no es verdad.

Me propuse sintetizar —entonces— "la onda" del conjunto como


si la palabra en cuestión —usada en plural— significara —también
— "cosas del querer"...

El tomo está "armado", estructurado en diferentes secciones.


Tomé el concepto del tiempo para dividir el material y agruparlo en
diversas partes. Esto es, me centré exclusivamente en su sentido de
estado atmosférico, climático, porque se me ocurrió que sus
modificaciones se adecuaban muy bien para separar situaciones y
sumarlas a ciertas variantes que en los estados de ánimo suele
provocar el amor.

¿Quién no se sintió —por ejemplo— sentado en un fantástico


"banco de niebla" en momentos de tristeza? ¿Quién no pensó que se
avecinaba un verdadero "frente de tormenta" ante la inminencia de
alguna pelea? ¡Y qué distinta gama de colores soñados tiñe el

1
"sus" de "ustedes", por supuesto...
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corazón, según lo embargue la alegría, la duda, el desconcierto... o


sean las vísperas de un ansiado encuentro o de un imprevisto
adiós...!

Y ya los dejo en compañía de los poemas, canciones y del


cuento, no sin antes desearles un cálido y ancho cielo despejado
sobre sus días y noches del primer amor. Ojalá que así sea. Es más,
casi me atrevería a asegurarles que así será. (Siento la "corazonada"
de que sí... Ya me contarán, ¿eh?)

¿Nos volvemos a encontrar al final del libro? ¡Hasta luego!

E.B.
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Pronóstico meteorológico
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Cuando un chico se enamora


Mañanita... Madrugada...
Amanecer... Alba... Aurora...
Todo el mundo es alborada
cuando un chico se enamora.

Y cada verso es posible...


La sonrisa, voladora...
Canta un pájaro invisible
cuando un chico se enamora.

La vida vuelve a ser cuento


que en lo bello se demora...
Ensoñador silba el viento
cuando un chico se enamora.
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Cielo despejado
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Palabracadabra
De cuatro letras es suma
la fantástica palabra
que abre soles en la bruma,
porque es "palabracadabra".

La sola que puede todo,


la única milagrera,
la que siempre encuentra el modo
de fundar la primavera.

Palabracadabra bella.
No hay otra de más valor.
Desierto el mundo sin ella.
Ésa es la palabra "amor".
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Para vivir
Para vivir
yo inventé un lugar:
castillo en el aire
donde es posible
risa y cantar...
Nunca imaginé
que allí te iba a encontrar.
Ahora para soñar,
somos dos.

Para vivir
palabras junté,
sólo las más hermosas
dentro del alma coleccioné...
Que estaban en ti
cómo iba a saber...
Ahora, para crecer,
somos dos.

Para vivir
pensé en el amor,
sol de medianoche
sobre la sombra a mi alrededor.
Nunca imaginé
que en tus ojos lo iba a ver.
Ahora, para querer,
somos dos.
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Primer beso
Tantas veces presentido
y tantas imaginado;
tras el rubor, reprimido;
contra el espejo ensayado.
Aunque uno fue besado
desde el día en que nació,
otro besito el soñado:
el que inaugura el "tú y yo".
Es un roce inolvidable
(lo mismo que quien lo da).
Sabor de fruta imborrable.
Derrota la soledad.
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Canción térmica
Sensación térmica: cuarenta grados.
Tropical el corazón
de todos los chicos enamorados,
los dueños de esta canción.

Si "la vida es dura... y no dura...",


la vamos a embellecer
con el calor de la ternura,
con la fuerza del querer...

Sensación térmica: cuarenta grados


a la sombra, si nos vemos...
Si crecemos juntos y enamorados
cualquier frío abrigaremos.

Faltan amores poderosos


como el que los dos sentimos,
somos —por eso— más hermosos
que la Tierra en que vivimos...
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De tristes
Triste el amor traicionado
o aquel que se va apagando.
Triste el jamás encontrado
o el amor de vez en cuando.

Triste el amor imposible,


igual que el que se ha perdido;
lo mismo que el indecible
o aquel no correspondido.

Pero a pesar del dolor,


de tanta pena de amor...
¡más triste es no haber estado
—algún día— enamorado!
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Nubosidad variable
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Poema de la desnoviada
Enamorarme quisiera...
Soy la única en mi grado
que por amar desespera...
y no encuentra enamorado.

Necesito enamorarme...
¿pero de quién?; ¿cómo elijo?
¿Podrías aconsejarme
en qué chiquilín me fijo?

De mis amigos, ninguno


me deslumbra el corazón.
Los descarto uno por uno...
Siempre encuentro la razón.

(Y no te describo a todos
porque suman más de veinte...
Además —de cualquier modo—
me dejan indiferente...)

Ay... ya sé... mi caso es grave:


¡una novia desnoviada!
¿Me dirás cuál es la clave
para estar enamorada?
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Poema para desorientados


Me preguntas qué sendero
habrás de tomar primero
para arribar a ese puerto
con el que sueñas despierto;

o qué rutas o cuál vía,


o atravesando qué puente;
o si existe alguna guía
que sin errores te oriente.

No hay mapa ni diccionario


que enseñe ese itinerario.
Nadie te puede indicar
la senda hacia ese lugar.

Y mi respuesta ilumino
con la certeza mayor:
el amor es el camino
para llegar al amor.
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Piropo
Un beso de palabritas
es un hermoso piropo;
brevísima musiquita
que te cautiva de a poco...

Es caricia de sonidos
que te obsequian al pasar
y hace nido en tus oídos...
¡Todos saben piropear!

Menos yo... Pobre de mí...


no se me ocurre uno y muero.
Ni un piropo para ti...
¡y es tanto lo que te quiero!
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El intruso
Dulce intruso, apareció
súbitamente en mi vida.
Ni fui quien lo convocó;
ni le di la bienvenida.

Por eso —linda mamá—


no seas injusta: sé yo
que aún es breve mi edad...
pero... en fin... me sucedió.

Y el intruso sigue en mí.


Mezcla de goce y dolor;
primera vez que sentí
eso que llaman amor...

por... un muchacho... ¿De acuerdo?


Por eso es la vez primera;
ya que desde que recuerdo
yo amo... ¡de otra manera...!
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Para una novia en sueños


Hojitas de limonero
sobre mi sueño caían
y bajo el verde aguacero
mis ojos te descubrían...

Era tan dulce mirarte


—soñada, siquiera así—
porque entonces podía amarte,
(aunque no estabas aquí).

Eras mi novia en el sueño;


a tu corazón anclado,
y de tus sonrisas dueño...
¡por qué me habré despertado!

A ese sueño volvería


si de nuevo te tuviera...
¡Por ti, yo me pasaría
dormido la vida entera!
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Romancito de los botones


De noche recién lavada
por la lluvia inesperada;
de tristeza —ésta que estreno—
entre el silencio y el trueno
se echó a llorar mi pobreza,
porque no tengo —princesa—
nada para regalarte...
¿Qué hacer? ¿Cómo enamorarte?
De niñas la más mimada...
¿cómo serás conquistada?
—pensaba— y en desconsuelo
junto a mi cama, en el suelo
vi esa caja de zapatos
la que de a poco, de a ratos,
voy colmándola de cosas
como de piedras preciosas:
trozos de vidrio, chapitas,
banderines, figuritas,
viejas monedas, autitos,
plastilina, soldaditos;
programas, señaladores
y botones de colores.
Con los que parecen de oro
—y son los que más valoro—
fundirte haría un anillo,
espejo de sol, su brillo
encandilante sería...
Pero es loca fantasía...
Pretender enamorarte...
—¡en vano mis ilusiones!—
si sólo puedo obsequiarte
un puñado de botones.
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Cabecita de novia1
Tu paraguas olvidaste
en el transporte escolar,
junto a él, también dejaste
los deseos de estudiar.

El tiempo pasa... lo olvidas


—distraída entre la gente—
es que en tu pequeña vida
el amor dijo ¡presente!

Ay, de novia cabecita


con un solo pensamiento:
ciertos ojos, tal carita
y tu nuevo sentimiento.

Por eso es que —a cada instante—


olvidas hasta tu edad
y te llevas por delante
cada hora de ansiedad.

(Ay, cabecita perdida;


en paisaje ensoñada,
otra cosa se te olvida:
que él —aún— no sabe nada...)

Poema con ganas de amar


1
Título tomado de los famosos versos de Evaristo Carriego a los que el poeta dio en llamar
Cabeza de novia.
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Hoy —temprano— desperté


con ganas de enamorarme.
Sólo en dos niñas pensé
y me atreví a declararme.

Una me dijo que no,


que no acepta mis amores.
La otra tampoco, y yo
a cuestas con mis dolores.

Pero si "no hay dos sin tres"...


"¡la tercera es la vencida...!";
caigo rendido a tus pies
y te confieso, mi vida,

que recién me enamoré


de tu bella personita.
Jamás de este modo amé.
¿Serías mi noviecita?
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Amor en sonidos
Una tarde
—de repente—
bajo el sol
me pareciste
diferente.

No entendía
qué pasaba:
con mis ojos
piel adentro
te arrastraba.

Si pudiera mi guitarra hallar el modo


de cantarte que te quiero —pese a todo—
no andaría de alma lacia, entristecida,
y a tu lado me tendrías, enseguida.

¿Qué te digo?
¡Ay!, ¿qué,
cuando te enfrente,
si a mi amor
sólo en sonidos
se lo siente...?

¿Qué te digo,
¡ay!, qué,
—mi dulce ausente
si mi amor
es melodía
transparente?
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Versos del copista


Te copio versos de amor
de Storni, Bécquer, Neruda,
Lorca, Nervo y los Machado...
Entonces —de alma desnuda—
me descubro enamorado.

Soy el copista mejor


de los poemas más bellos...
Sin embargo —a mi pesar—
no te conquisto con ellos;
no te logro enamorar...

¿Me creerás cortejador,


de esos que suelen mentir
con palabras de otra gente?
(Tal vez me falte decir
que te quiero, simplemente...)
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La escondida
¡Ay!, jugando a la escondida
el amor conmigo está.
Alma de capa caída
entre el "tal vez" y el "quizá".

Tal vez tras de tu sonrisa


—jazminera y seductora,
estuche de blanca tiza—
se oculta. Tal vez, ahora...

O quizá en el patio verde


de tu mirada se esconde,
donde la mía se pierde...
¡Ay, si yo supiera dónde!

Que jugando a la escondida


el amor conmigo está...
Mi grito de ¡piedra libre!
¿cuándo al aire saltará?
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Chaparrones aislados
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Mientras paso
No adelanta ni atrasa
el tiempo, ese embustero.
No es el tiempo el que pasa;
tú y yo los pasajeros.

Somos piel del olvido;


tierranautas fugaces.
Por eso —hoy— yo te pido
que me ames mientras pases.

Sólo es viaje de ida;


muy breve, compañero.
Pasamos por la vida...
(mientras paso, te quiero).

Y en pozo ciego arrojo


tu rabieta de ayer...
mi penúltimo enojo...
¿Nos volvemos a ver?
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Triángulo isósceles
Fuimos amigos del alma
de primero a sexto grado
y —en séptimo— como a espina
me arrancaste de tu lado.

Amistad como la nuestra


no se rompe así nomás.
Si me dejaste de muestra
no te perdono... y verás

cómo conservo la calma


y me mantengo a un costado...
No arrastro por cada esquina
mi corazón traicionado;

porque si te enamoraste
de esa nada, lo comprendo.
Pero... ¿por qué me pateaste
como a una piedra? No entiendo.

Pues novia puedes tener


sin tan cruel juego conmigo.
(¿Tres no se pueden querer?
¡Yo soy tu mejor amigo!)
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Poema de la desestrellada
Más gracioso que un delfín
y dulce como un membrillo;
entre el oro del flequillo
sus ojos no tienen fin.

Que no son ojos, ¡son lagos!


nada en ellos mi mirada...
(La suya —relampagueada—
parece la de los magos.)

Aunque sé —desestrellada—
(porque nací sin estrella)
que no es a mí, sino a ella
a quien está dedicada...

¿Quién es ella? Gran amiga


que ignora mi padecer.
Merece que no le diga
lo que me fue a suceder...

Pero lo "re-quiero" y tanto...


(Sin saberlo, es también mío;
que él no se da cuenta y río:
aguatero de mi canto...)
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Fruto inmaduro
Nuestro amor es un fruto inmaduro,
es un ave herida
que aletea en los dos
y se pierde
en la siesta encendida.

Nuestro amor es un sueño en futuro;


cuento anticipado...
Es pañuelo del adiós;
muy temprano
arribaste a mi lado.

Los adultos no imaginan


nuestro largo padecer.
"Son muy niños aún —opinan—
para cosas del querer."

Sin embargo, aunque nos duela


el amor nos sigue atando.
(¿No dicen que "el tiempo vuela"?;
¡pues creceremos volando!)
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Canción de los puntos


¡Que por el aire se ha ido;
que se ha volado
el amor que a mí te ha unido!
Yo, desolado,
supongo que anda escondido
por algún lado...
¿o es que a otro corazón
lo has regalado?

Ay, mi niña, mi paloma,


—aunque el orgullo me cuesta—
aquí escribo punto y coma
para aguardar tu respuesta;
no me digas: "Se ha perdido",
pues semejante amorcito
merece punto y seguido.
¡Un día más; un ratito...!
Nos hizo sentir tan vivos
que no puede acabar mal.
Siquiera tres suspensivos...
¡No pongas punto final!
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Pequeño Otelo1
En un velero soñado
—anoche— partí de viaje
por la luna custodiado;
mis celos como equipaje.

—Viento en popa— atravesé


la casa verde del mar
y las orillas toqué
de muy extraño lugar.

Un puerto desconocido,
desconocido pueblito
y —de pronto sorprendido—
te vi allí, tierno amorcito.

—¡Andariega! —te llamé


pero mi grito no oíste...
Tras tus pasos fui, espié...
pero ni cuenta te diste.

Que confieses quiero ahora,


—sin mentiras—
necesito que me digas
—sin demora—
¿¿¿qué hacías en tal pueblito???

1
"Otelo": personaje principal y título de una conocidísima tragedia de Shakespeare. Como se
trata de un esposo tremendamente celoso, su nombre suele usarse como modelo de tal
característica de personalidad.
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Confesión colectiva
A Romina, por bonita.
Por simpática, a Manuela.
Por melancólica, a Anita.
Por misteriosa, a Marcela.

A Julia y Flor, por sensibles


y por mágica a Raquel.
Por sus ojos increíbles
a Marina e Isabel.

Por inteligente, a Aldana


y a Mimí por divertida.
Por su dulzura, a Luciana.
¡Por las doce doy la vida!

¿Y ellas a mí? Queja y grito,


más lagrimitas de pena...
¿Qué culpa tengo —repito—
si mi amor es por docena?

Las quiero a todas. Comprendan.


No me digan "jeque" o "divo"...
Les ruego, no me reprendan
si no soy novio exclusivo...
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Frente de tormenta
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Pido gancho
"Pido gancho,
pido gancho."
Yo necesito una tregua,
que no me vas a engañar:
hay otra, se ve a la legua.

"Pido gancho."
Hasta mañana
es el plazo que te doy.
Te apartas de esa fulana
o de tu vida me voy.

"Pido gancho."
Será eterno
si sigues tu juego infiel.
Y te condeno al infierno,
¡que te consumas en él!

¿Hace falta que te explique


que tengo sangre gitana?
(Maldición que te dedique
se cumple en una semana.)
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La rompecorazones
Cada chico de su grado
de ella está enamorado.

Cada cual, dele soñar


con que la va a conquistar.

Siembra —en su torno— esperanzas


que —después— ninguno alcanza.

Va despertando emociones
¡ay, la rompecorazones!

Pero a nadie le hace caso


y morimos a su paso...

(Porque —yo también— confieso


de esa coqueta estoy preso...

En vano mis ilusiones...


¡Ay, la rompecorazones!)

Por eso, por despechado,


por ser varón rechazado;

otro más en el montón,


en la cola, en la legión

de aspirantes, yo golpeo
la noche con mi deseo:

¡Castigo a la picarona!
¡Que se quede solterona!
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Novia electrónica
Todo de ti me enamora...
¡menos la computadora!
Todo a ir a verte me invita...
¡menos esa maquinita!

Pareces hipnotizado
cuando te encuentras con ella,
la observas encandilado
igual que a una niña bella.

Te advierto, va siendo hora:


o me prestas atención
o a esa procesadora
regálale el corazón.

¿Hace falta que te diga


que siento que me olvidaste?
¡De tu electrónica amiga
es de quien te enamoraste!
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Canción para una ladroncita


Libre anda la ladroncita
como si fuera inocente.
También... con esa carita...
¡qué va a sospechar la gente!

Sin embargo, prisionera


la pondría. Es peligrosa.
¡Quién —por mí— la detuviera!
Delincuente la mocosa.

Aborrezco ser soplón;


no la voy a delatar
aunque tenga la razón
para hacerla encarcelar.

(¡Ay, que no existe castigo


para su delito...
y yo soy el único testigo!
¡El corazón me robó!)
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Novio a medias
"Estoy medio enamorado,
casi — casi... no lo sé...",
me susurró el malcriado
y perpleja me quedé.

¿Cómo sigo tan pasiva


después de tal chaparrón,
si a la terapia intensiva
él mandó a mi corazón?

Porque lo amo; no es chiste


y "novio a medias" sugiere...
Te juro que —aunque estoy triste
y su indecisión me hiere—

archivo toda esperanza


y vuelvo a mis soledades.
Medio novio no me alcanza;
yo quiero las dos mitades.

¿Qué se cree ese caradura,


que yo soy "la peor es nada"?
(De no ser por su estatura,
lo duermo de una trompada.)
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Gato con relaciones


(Diálogos entre "unos ellos" y "unas ellas"...)

—Quisiera ser un mosquito


para estar siempre a su lado...
Detrás de ella volaría,
zumbándole enamorado.

—Si tú fueras un mosquito


tendrías muy corta vida:
apenas te me acercaras,
te echaría insecticida.

—Por verla a todas las horas


ando rondando su casa...
¡Todo el tiempo la vería...!
Adivinen qué me pasa.

—De día te veo, de tarde...


de noche... y ya no me "copa";
¡que es tanto lo que te veo...
que te veo hasta en la sopa!

—Por la ruta de mis sueños pasa...


y mi corazón "le hace dedo"...
Ella no para.
¡Mi amorcito es un "camión"!

—¡Qué poca delicadeza!


¿Yo un camión? ¡Es un grosero!
Pero igual: para que sepa,
¡no será mi camionero!

—Ayer pasé por tu casa...


Me arrojaste unas frutillas.
Eran duuulces... ¡Quiero más!
Te lo pido de rodillas.

—Este muchacho está loco.


Ya le dije a mi mamá:
¡si vuelve, le arrojo un coco,
un melón, un ananá!
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Venganza
¿Qué es eso de andar contando
que conquistaste mi amor,
a los vientos murmurando
y lanzando ese rumor?

Por tu culpa, el grado entero


me hizo blanco de su risa.
Se burlan los compañeros:
"¡Tiene novio la petisa!"

Será mejor que te calles


o ya verás lo que pasa:
yo te cuelgo un pasacalles
en el frente de tu casa

que diga —de esquina a esquina—


"Chicas del barrio —¡atención!—
que aquí vive un gran bocina,
un indiscreto, un buchón."

Y en sección clasificados
de los diarios —además—
publico —bien destacado—
que ya no te quiero más.

("Ojo por ojo", bocón;


¡será tuyo el papelón!)
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Arco iris
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Crónica de nosotros dos


Tropezamos,
nos miramos,
sonreímos...
Me gustaste,
te gusté,
no lo dijimos...
Nos disculpamos,
y nos mentimos;
nos saludamos,
nos despedimos...

Pero otra tarde,


la misma esquina
y el mismo roce...
Cuesta creer
cómo la gente
se reconoce...

Nos recordamos,
nos alegramos,
nos presentamos…

Bien de reojo,
sin sospecharlo,
ya nos amamos...
Más me gustaste,
más te gusté.
(No lo dijiste;
yo lo callé.)

Recién al año
te confesé
que te quería...
La misma tarde
que me enteré
de que eras mía...

La misma tarde...
La misma esquina...
La misma hora...
Cuesta creer
cómo la gente se enamora.
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Poema de lo que tengo


Yo tengo para darte
—si eres mi noviecito—
mi árbol de los versos
que crece tan solito.

Y tengo dos plateas


para mirar estrellas,
también una escalera
que —en las noches más bellas—

sirve para treparse


—de pronto— hasta la luna
y entonces animarse
a tomarla por cuna.

La voz de mi angelita
de la guarda, además;
mi mágica varita
y mucho, mucho más...

Yo tengo para darte


en una caracola,
el mar en miniatura
y el canto de una ola.

Mis lágrimas... (las viste...)


también puedo ofrecerte,
cuando te sientas triste
por golpes de la suerte.

Y mi risa completa
(no me guardo un poquito).
También, mi bicicleta
te la presto un ratito...

Y mi tan breve vida;


entera lo que soy...
Si eres mi noviecito...
¡yo todo te lo doy!
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Permiso
Te pido permiso
para enamorarme
y para instalarme
en tu corazón.

Y en esta canción
desde ya te aviso,
tendrás que aceptarme,
porque soy mandón.

Es un compromiso:
seré más que amigo;
y te ordeno amarme
y soñar conmigo.

Te pido permiso
de puro educado,
pero sólo espero
no ser rechazado.

Y aunque me digas que "no"


tu "amigovio" he de ser yo,
pues con permiso o sin él
igual me quedo en tu piel.
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Amores de estudiantes
"Hoy un juramento,
mañana una traición,
amores de estudiantes
flores de un día son."1

El viejo tango asegura


que amor joven poco dura,
que es de un día, mariposa,
¡qué mentira mentirosa!

Y que a cada juramento


precoz se lo traga el viento...
¿Qué saben de nuestro amor?
¡Ay, qué engaño engañador!

¡Qué embuste más embustero!


Porque el amor tempranero
no es sentimiento fugaz,
de durar muuucho es capaz.

Ejemplo: nosotros dos


todo un mes —gracias a Dios—
de noviecitos cumplimos,
¡cuánto tiempo compartimos!

Un mes. Con sus treinta días.


(¿Hoy Gardel qué cantarías?)
¡Es toda una eternidad
esa cifra a nuestra edad!

Y no es ninguna traición
si —ahora— mi corazón
a otro lo doy, maestro.
¡Casi inmortal fue lo nuestro!

1
Estrofa inicial del famoso tango Amores de estudiantes, de Gardel y Lepera.
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Poema del amor trillizo


Un drama sin solución
a mi alma la hace trizas.
Tengo un solo corazón...
¡y me encanté con trillizas!

Son las tres tan parecidas


que no puedo elegir una.
Mi intención es atrevida...
pero... ¡las tres o ninguna!

(Y no, no tengo valor


de confiarles mi ancha pena;
este extraño, loco amor,
que a tres niñas me encadena.)
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Cuento de los enamoradizos


Una vez, había una vez
un niño enamoradizo.
(Su fama llegó hasta hoy
por tantas niñas que quiso...)
Y esa vez había, había
una niña parecida
a la que el amor llamaba
y a sus pies caía rendida...
(Aunque amaba —de alma al frente—
¡siempre a un niño diferente!)

Sucedió que cierto mes


—entre tantos amoríos—
ella a él lo conoció
y él a ella. Vaya líos.
De cuento es lo que pasó:
los dos apenas se hablaron
pero unieron sus miradas
y —al punto— se enamoraron.
Los dos pensaron: "Te quiero;
tú eres mi amor verdadero."

Entonces hubo otra vez:


la de un bello romancito.
Acodados en los días
se sintieron noviecitos.
El amor iba creciendo
mientras los niños crecían
hasta que —por fin— dijeron
lo tanto que se querían.
Uno al otro fieles... oh...
(Y aquí el cuento se acabó.)
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Invitación levemente interesada


Adentro de una botella
tengo un barquito.
A navegar —niña bella—
en él te invito.

Por mi ensueño marinero


navegaremos.
Los dos, el mundo entero
recorreremos.

Te nombro capitana
de mi barquito
y de mi alma,
campana del infinito.

Ser yo tu amor primero


a cambio de eso,
es todo lo que espero...
(y —acaso— un beso).
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Bancos de niebla
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Ella
No soy quien en mí vive:
es ella, la tristeza.
Por mí, anda y escribe,
de soledades presa.

Soy su piel, su vestido.


Larga trenza castaña
de tu caricia, olvido.
Es ella quien te extraña.

No soy yo la que —en llanto—


al recuerdo regresa,
ni quien te quiso tanto.
Es ella: mi tristeza.
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Fin de semana
Tamboriles de una ausencia.
De la tuya. Tu presencia
me hace falta hace dos días.
(Cómo estoy, no creerías.)

El domingo es un feriado.
Hoy no hay clases. Destinado
a esperarte hasta mañana,
me hundo en el fin de semana.

Y aprendo —en mi soledad—


qué cosa es la eternidad:
un tam-tam hueco, un no verte,
un mal calco de la muerte.

Ansío que llegue pronto


el lunes... ¡Ay, qué re-tonto!
(Porque el único he de ser
que a los lunes da en querer.)
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Canción del adiós


Nos debemos separar
si hubo amor entre los dos.
No sé el sentimiento inventar.
Saqué pasaje de adiós.

Difícil la despedida
después de tanto querernos
pero me voy de tu vida,
de esta costumbre de vernos...

En tus espejos se queda


mi niñez enamorada,
nuestra plaza y su arboleda,
donde supe que era amada.

Todo pasado perdura.


No siembres rencor. Perdón.
El tibio pan de tu ternura
se queda en mi corazón.
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Poema de los enamorados de la profesora


Su materia es nuestro horror;
gran tortura cotidiana.
Vamos de mal en peor;
aplazos cada mañana.

La culpa no es nuestra, no;


culpable es la profesora.
Parece que no advirtió
que a todos nos enamora.

Ella explica. Suspiramos


y ninguno entiende nada.
Embobados la miramos,
no le perdemos pisada.

Somos "burros" en sus horas


y hasta que la vemos irse...
¡Profesoras tan hermosas
deberían prohibirse!
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Melancolía
Melancolía de sentirte lejos
y de ignorar por qué te fuiste así.
Hoy llueve en la ciudad y en mis espejos
(y dicen que estoy triste porque sí...)

Melancolía, grito de mi alma


cuyos ecos ninguno puede oír.
Perdida ya de ti, perdida calma.
Vivir sin tu mirada es desvivir.

Tu adiós, de los adioses es esencia.


Solitaria me han de ver, como la una.
Melancolía de primera ausencia
y de amarte sin esperanza alguna.
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Poema de "la difícil"


—Absolutamente no—
le dije y él lo creyó.
—¿Yo tu novia? ¡Estarás loco!
Se fue alejando, de a poco;

borrones en la mirada
pero sin contestar nada.
Apenas lo vi marcharse
dejé el llanto desatarse.

"La difícil" quise hacerme.


¿Cómo puedo atrás volverme
y confesarle mi error?
No hay que burlar al amor.

Si repican las campanas


cuando —todas las mañanas—
no bien al día despierto
pienso en él y si es tan cierto

que hasta el cielo yo lo quiero,


que es mi amorcito primero...
¿Por qué no respondí "sí"?
(Con falso filo lo herí.)

Perdí toda mi infancia en la vereda


en la que —tonta— le dije que se fuera.
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El imposible
Nadie lo va a adivinar,
soy primera actriz de un drama
que a escena no va a llegar;
si ni figura en programa...

Me toca un triste papel:


la secreta enamorada.
Voy de alboroto en la piel
y de ilusión desmayada.

¡Pobre de mí!, no es ficción


mi sentimiento inasible...
Bordado en mi corazón
llevo un amor imposible.

Será sin fin mi dolor,


sin telón la desventura,
porque amo a mi profesor
(materia: Literatura).
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Cuando te dejan de amar


Cuando te dejan de amar es un regreso,
es un vuelo de vuelta hacia la nada,
es borroneado ayer el primer beso
que soñaste entre noche y contra almohada.

Es remontar barriletes de la ausencia,


es buscar compañía en los espejos,
es sentir que hace falta otra presencia,
algún amparo que llegue desde lejos.

Cuando te dejan de amar —criatura mía—


es reloj detenido en falsa espera;
naufragio que no arrastra, cada día...
Te parece que la muerte se acelera...

Pero debes convertir en reír tu queja


(no te digo "¡ya mismo!", cuando puedas...)
porque te dejan de amar... como se deja
al sol... que en luz estalla en las veredas.
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Poema del último encuentro


Que era la última vez
yo no sabía.
Que ya no habría después
ni presentía.

Que esa tarde de los dos


nos separaba;
que ese encuentro era de adiós
no imaginaba.

Y atravesaste la puerta
de mi casa, sin saber
que me quedaba desierta,
que no podrías volver.

Diste la cabeza vuelta


de dulce sonrisa puesta
y allí la dejaste suelta,
sobrevolando la siesta.

Que otros digan "lo he querido"


—mi amor primero—
mi alma no aprende el olvido:
¡qué, yo te quiero!
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Amor desparejo
Sufro como un condenado
(y —de algún modo— lo estoy).
A perpetua enamorado
y ella ni sabe quién soy.

Por las tardes atraviesa


la vereda de mi casa.
La ilumina su belleza.
Me deslumbra cuando pasa.

Qué no diera por rozar


su larga trenza de oro
o —en público— pronunciar
el nombre de mi tesoro.

Ay, por qué seré tan niño


mientras ella tan mayor:
quince años mi cariño,
sólo diez yo y mi dolor.

¡Qué penas trae el amar!


(Nunca sabrá que la quiero.)
No me vuelvo a enamorar:
me voy a quedar soltero.
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Este amor
Este amor está solo.
El sábado le cuelga a los costados.
El tiempo de no verte
le va grande;
le sobra —por sobrar— de todos lados.

Este amor tiene frío.


Lo envuelvo en una manta y estornuda.
Lo abriga tu recuerdo
y no le basta;
tirita sin remedio, es piel desnuda.

Este amor tiene hambre,


en tanto que la noche molinera
engulle entre sus aspas
a la luna
y acrecienta apetitos de mi espera.

Este amor tiene sed.


Se estira por la sombra, afantasmado,
en busca
de tus claros manantiales
pero resbala en un desierto helado.

Este amor
es un loco jardinero
que sólo poda ausencias
y te quiere.
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Ventarrón de cartas
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Carta para tu carta


Amo cartas y carteros,
(¿Qué tal, corazón de arroz?)
mensajes y mensajeros
andando "a la buena de Dios".

Y ha sido tan "buena", "buena"


que tu cartita llegó:
luz de lunita serena
que a mi noche enamoró.

Valijita de papel
de tu ternura a la mía.
Globo rojo, carrusel...
¡Cómo embelleció mi día!

Parece cosa de cuento


este lazo entre los dos.
Nuestras palabras al viento
volando "a la buena de Dios".
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Beso por carta


Una mejilla enterita
va a ocupar mi dulce beso,
sobre tu linda carita
que de amor me tiene preso.

Y aunque es un beso postal


es caricia verdadera;
gigantesca, tan real
como si aquí te tuviera.

Beso por correspondencia,


invisible, transparente.
(Y sabrá de su presencia...
tu corazón solamente.)
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Carta con poema invisible


En mi sueño, hilé un poema,
suma de versos al viento.
Mi amor secreto era el tema;
mi callado sentimiento.

Apenas me desperté
quise escribirlo. Imposible.
De repente, lo olvidé
y fue poesía invisible.

Transparente poesía
que ella no podrá leer...
No sabrá que —en sueño— es mía.
¡Ay, cómo duele querer!

(Pero —acaso— una mañana


junto toda mi "polenta"...
¡y le mando por mi hermana
esta carta que lo cuenta!)
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Hace un rato que te quiero


Hace un rato que te quiero:
desde que llegó el cartero
con tu carta encantadora;
nubecita voladora
que me trajo tu querer.
Más feliz no puedo ser...
es mi más bella mañana
y parece una campana
el son de mi corazón.
Si hasta el sol está celoso
de este sentimiento hermoso:
¡porque él sabe que te quiero,
desde que llegó el cartero!
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Carta anónima
Te escribí cartas cien veces
y no te las di otras cien,
pero ahora —me parece—
que te la daré, mi bien.

Tu secreto enamorado
contigo ansia ennoviarse
y de puro avergonzado
no se anima a presentarse.

Para una pequeña diosa


esta carta será hoy.
Anónima y misteriosa.
(¿Adivinarás quién soy?)
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Visibilidad óptima
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Si se vive enamorado…
Lona de circo es el cielo,
de estrellas agujereado.
Miro a través y sin velo
su secreto me es confiado:

El amor —únicamente—
da sentido a cada instante;
mira a la muerte de frente,
no deja que se adelante.

Es el mejor campanero
porque todas sus campanas
son de Dios el sonajero...
en las almas, resolana...

Si a dúo se lo transita,
el mundo es anaranjado;
la vida siempre da cita
si se vive enamorado...
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Solamente los que se aman

(cuento)
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I. Archi

¿Cómo habían sido para Archi esos tres últimos años pasados desde
el divorcio de sus padres... desde que su mamá se quedara sola con
él y sus hermanitos menores... desde que su papá había vuelto a
casarse y a tener otro hijo más... desde que su infancia se iba
transformando en un álbum de recuerdos, a la par de las
transformaciones de su propio cuerpo...?
Difíciles habían sido. Duros.
Ya no veía a su padre todos los días. Debía compartirlo con la otra
familia y eso significaba —para colmo— encontrarlo fin de semana
por medio: un sábado y domingo les tocaba a los dos chiquitos —de
cinco y seis— que —por supuesto— programaban actividades muy
distintas a las que Archi proponía con sus trece años. Además, él se
sentía mayor de lo que en realidad era.
A diferencia de sus hermanos, podía comprender con bastante
claridad la situación que estaban viviendo. Entonces sufría. Y cómo.
Sobre todo, por lo apagada que andaba su madre desde que aquella
separación había ocurrido.
Ante Carlitos y Dudy podía fingir una felicidad que no experimentaba;
eran demasiado pequeños —aún— como para entender la causa de su
silencioso dolor, para suponer que estaba tan herida. ¿Acaso no era
ella quien les hablaba del padre ausente con tanto cariño? ¿Y quién —
si no— la que les preparaba los bolsos para la breve mudanza de
sábado a domingo al nuevo domicilio paterno?
Ninguna queja, salvo ésa de que su labor como cajera del
supermercado la agotaba pero a la que no podía renunciar... El padre
contaba ahora con dos familias a su cargo —les repetía— y nada de
mala voluntad, pero ganaba justo lo suficiente como para
mantenerlas modestamente.
No era —por lo tanto— el dinero lo que abundaba en la casa de Archi.
Por eso, ahora que se aproximaba su primera Navidad como
muchacho enamorado, él presentía que iba a ser bien triste... ¿Cómo
comprarle un regalito a Sabina, su compañera de séptimo, la dulce
chica que le hacía tuntunear el corazón como cuando se agitaba al
jugar un partido de fútbol?
Claro que podía regalarle uno de sus libros preferidos, ésos que releía
de continuo y que —por lo general— eran de terror o de ciencia
ficción... o una planta de las cultivadas por su tía a partir de gajos de
otras ya maduras... o un cuaderno escrito a mano y repleto de
oraciones tiernas...
Sabina no era interesada. Cualquier obsequio que él le ofrendase iba
a ser recibido con idéntico afecto.
Pero no. Que no. Se había empecinado en conseguir uno de los
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moños que sabía que a ella le encantaban, a pesar de que sus


bolsillos estaban secos como lengua de loro. Ni un peso tenía. ¿Y por
qué —entonces— el empecinamiento?
Ambos chicos vivían a escasas cuadras de distancia, en el mismo
barrio. Por eso, durante la caminata que hacían —en grupo— de
regreso a sus hogares, Archi había visto que Sabina siempre dedicaba
algunos minutos para detenerse frente a la vidriera de aquella lujosa
perfumería.
Allí —sobre un amplio sector del costado— colgaban soguitas con
montones de preciosos y grandes moños, armados sobre no menos
grandes hebillas. Una variedad deslumbrante.
—¡Cómo me gustaría usar uno de ésos...! —le había escuchado
comentar más de una vez— ...en lugar de estas condenadas gomitas
de colores...
Aparte de su buen carácter, de su inteligencia, el pelo de Sabina —
invariablemente sujeto en una cola que le barría la espalda— era uno
de sus mejores atractivos. Lacio, brillante, a Archi le parecía un
sedoso trigal al que soñaba acariciar.
Ya faltaba poquito para Navidad. El almanaque indicaba "día
veintitrés"; el reloj las once de la mañana, cuando Archi —solo en su
departamento— tuvo aquella idea —que se le antojó genial— a fin de
obtener algún dinero a cambio.
—¡La pecera! ¡Vendo la pecera en la veterinaria de acá a la vuelta y
listo!
La pecera... Ahora se hallaba en un extremo del balcón, vacía y
tapada con una lona, al igual que algunos portamacetas y otros
objetos de jardinería.
Archi fue a buscarla.
Cuando la sacó —con delicadeza— de aquel lugar, tironeos de pena
en el medio del pecho. La había construido —sobre un pie giratorio y
todo— su abuelo David. Y mientras él había vivido allí —con ellos—
estaba ubicada en el living, como un diminuto mar doméstico por el
que solían circular los bellos peces dorados que el querido viejo
mismo se ocupaba de cuidar. Entonces era momento de diversión
para sus tres nietos, ya que los acuáticos habitantes se comportaban
como amaestrados.
—¡Increíble! —exclamaba Archi al ver que los peces acudían hacia la
superficie no bien don David golpeaba con una cucharita sobre los
bordes de metal de la pecera, para anunciarles el momento de la
comida.
Algún tiempo después de la muerte del abuelo, también fueron
desapareciendo los peces. No por falta de atención, nada de eso.
—También son muy viejitos, chicos —les explicaba la mamá, a
medida que iban perdiéndolos—. Su lapso de vida es muchísimo más
breve que el de los humanos...
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Cuando la pecera quedó —finalmente— desierta, ella decidió


guardarla hasta que pudieran comprar nuevos ejemplares y
proporcionarles los cuidados que requerían.
—No son adornos sino seres vivos... —les reiteraba, y Archi entendía
perfectamente lo que intentaba decir. En síntesis, lo cierto era que no
disponían del dinero necesario para mantener un acuario en las
saludables condiciones en que lo hacía el abuelo. Entonces, Archi se
tragaba las ganas de volver a criar peces como aquéllos y se
conformaba pintándolos en el cuaderno borrador... en su block de
Expresión Plástica... y en las innumerables hojas donde copiaba
frases de amor que —en secreto— le daba a Sabina.
Allí —sobre los márgenes— hileritas de peces dorados en vez de
flores o corazones. Sabina conocía "la historia", de modo que esos
animalitos representaban para ella las figuras más adorables que se
pudieran dibujar.
Archi acabó con la limpieza de la pecera en el mismo instante en que
sintonizó —de nuevo— su pensamiento en la venta que debía realizar.
—Sabina merece este sacrificio... De sólo imaginar la alegría de su
carita cuando le regale ese moño... Y alegría es lo que le falta
últimamente...
Por suerte —con el dinero que obtuvo en la veterinaria— Archi pudo
comprar el enorme moño y le alcanzó —también— para una caja de
sahumerios destinada a la mamá, un cinturón elegido a la medida del
padre, más el juego de dominó de piso que sus hermanitos tanto
reclamaban.
Ya de vuelta de las compras, escondió los obsequios debajo de su
cama y —contento— se tumbó de espaldas sobre el acolchado. A
mirar las manchas de humedad del cielorraso. Pocas veces se internó
en un paisaje tan fantástico. Era como si el pelo de Sabina se
desparramara en abanico, indicando futuros senderos para explorar a
dúo.
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II. Sabina

El día veinticuatro de diciembre —bien temprano— Sabina


desayunaba con sus padres cuando —de repente— le dijo a su
mamá:
—Necesito que me hagas un favor...
—¿De qué se trata? —preguntó el papá, curioso.
—Ah... Ya te vas a enterar cuando llegue la noche... Es un asunto de
mujeres...
Apenas el padre se fue —con un recorte de la sección de avisos
clasificados del diario—, Sabina volvió a la carga con su pedido y —
entonces— la madre supo de qué se trataba.
—Quiero que me cortes el pelo, ma...
—Hoy no, nena. Siempre lo hago cuando la luna está en cuarto
creciente, así adquiere más fuerza; ¿te olvidaste?
—Es que no me refiero a las puntas florecidas... Quiero que me cortes
el pelo... corto... bien, bien cortito, como lo usa esa modelo
publicitaria que aparece hasta en la sopa... ¡Ay!, ¿cómo se llama?
—Ya sé de quién estás hablando... ¡Casi pelada anda esa chica!
¡Parece un conscripto! ¿Por qué arruinar así tu cabeza? ¿Te volviste
loca, Sabi?
—Ya lo resolví y no voy a cambiar de opinión. Mi cabellera no está de
onda. No es moderno este peinado... Además, cortito se me va a
secar volando cuando vaya a nadar...
A la nena le costó convencer a su madre pero —al final— lo logró. Y
tuvo que reprimir el deseo de llorar que sentía con cada tijeretazo y
pretender un entusiasmo que no era tal para conseguir que —tras
media hora— su cabecita luciera como la de un emperador romano.
¿Por qué —si tanto le gustaba llevar el pelo largo— se le habría
antojado hacerse rapar?
A pesar de que había ahorrado durante meses los vueltos de los
mandados que le daban sus padres y su hermano Eduardo, Sabina
había calculado que la suma así recolectada sólo le alcanzaría para
cubrir los regalitos para su familia. Y en esta Navidad —la primera de
alma enamorada— el nombre de Archi formaba parte de la lista de
agasajados. Pero... ¿a quién recurrir para aumentar su escaso
capital?
Le daba vergüenza acudir a su padre, aunque él hubiera hecho lo
imposible por complacerla. Bien sabía ella que atravesaba semanas
complicadas, desocupado como se había quedado —de improviso—
tras el cierre de la acería en la que trabajaba. Y su mamá efectuaba
tantos malabarismos con la plata para que nada les faltara que —a
veces— Sabina pensaba que debían de nombrarla ministra de
economía del país. ¿Cómo pedirle un dinero que le resultaba
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imprescindible para la casa y que —al fin de cuentas— no era para


enfrentar un caso de vida o muerte?
Hubiera podido pedirle a su hermano Eduardo una de las camisetas
de Huracán que ya no le quedaban bien —por ejemplo— ya que tanto
él como Archi eran hinchas fanáticos de ese cuadro aunque flotara en
el descenso... o la billetera de más, que guardaba —flamante— en un
cajoncito del placard... o —tal vez— alguno de los póster que
empapelaban las paredes de su cuarto...
Pero no. Que no. Revelarle a Eduardo el motivo de su necesidad sería
como soplarle una primicia a un periodista indiscreto... ¡Todo el barrio
sabría —de inmediato— que ella estaba enamorada! Y —encima—
debería aguantar las bromas pesadas de Eduardo —de presumidos
diecisiete años— que se creía la réplica viviente del David de Miguel
Ángel. Insensato esperar ayuda de tamaño engreído que la
consideraba una chiquilina romanticona, una boba rematada.
Alrededor de las diez y media del veinticuatro, Sabina salió a recorrer
las calles.
—Voy a comprar mis regalitos para el árbol, mami...
—Y a pasmar a los vecinos con ese corte de pelo; seguro... —le dijo
la señora, aún intrigada por el repentino deseo de su hija.
Sabina cargó su mochila a la espalda. Dentro de ella, el monedero
con su "fortuna" y una bolsita en la que —sin que su madre lo
advirtiera— había recogido todo el pelo que le terminaba de cortar.
Caminó unas siete cuadras hasta llegar al negocio de antigüedades
donde —días atrás— había visto ese cartelito apoyado en la falda de
una muñeca de principios de siglo, recién restaurada. Decía así: "Se
compra pelo natural para confeccionar pelucas de muñecas antiguas".
Al rato, Sabina abandonaba el local con sensaciones contradictorias:
cierta melancolía por haberse despojado de su pelo... alegría al saber
que ahora sí podía adquirir el obsequio para Archi.
—Él merece este sacrificio... —pensaba—. ¡La cara de alegría que va
a poner cuando le entregue su regalo...! ¡Ni por las tapas puede
adivinar qué es! Va a saltar hasta el techo... Lo veo tan preocupado
por la situación de sus padres...
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III. Solamente los que se aman

Ese mismo mediodía —después del almuerzo— Archi telefoneó a su


primer amorcito y le preguntó si podía pasar a saludarla en ocasión
de las fiestas.
Sabina lo consultó con su mamá —aunque descontaba el permiso— y
fue así como —al rato nomás— el muchacho se presentó en su casa,
con brillitos de contento en la mirada... y un paquete primorosamente
envuelto entre sus manos.
Como fue la madre de la nena la que le abrió la puerta, los brillitos le
duraron cada instante de espera en el comedor.
—Se está cambiando, Archi; ya viene... —le informó la señora,
disimulando una sonrisa picarona—. ¡Sabi; llegó tu amigo!
—¡Enseguida voy!
Frente al espejo de su habitación y contemplándose como si en vez
de su persona se reflejara una monstrua catastrófica, Sabina estaba a
punto de soltar el llanto.
"¿Y si le parezco horrible? ¿Y si no me quiere más en cuanto me vea
casi pelada? ¡Con lo que le atraía mi cabello largo!"
No podía dilatar más el encuentro.
Respiró hondo, se acomodó las mechitas y abandonó el cuarto,
resignada a tolerar cualquier reacción de Archi, por más desagradable
que fuese.
—Es que sigo siendo yo a pesar del corte... Además, lo hice por él...
pero —¡aj!— ¡qué tocazo de nervios!
La mamá se había retirado del comedor. Sin embargo, detrás del
cortinado que lo separaba de la cocina permanecía atenta a lo que iba
a suceder entre los chicos.
Su hija le había confesado —medio puchereando— los sentimientos
que la unían a Archi. También le había contado adonde había ido a
parar su largo pelo y por qué.
—Reviento si no te lo digo, mami.
Y la señora se conmovió al escuchar las palabras de su nena, al
conocer su actitud de absoluta generosidad, al ver cuál era el regalo
que ella había comprado... y —sobre todo— al comprobar que —sin
dudas— estaba dejando atrás la infancia.
Archi —como era de prever— se quedó mudo cuando Sabina irrumpió
en el comedor.
No miraba su cabecita rapada con enojo ni repulsión. Simplemente,
asemejaba un poste, inmóvil, de ojos clavados en los de su amiga.
Perplejo.
—Por favor, Archi... No me mires así... Ya me volverá a crecer...
—Pero... tu... tu pelo... —balbuceaba el chico— ¿por qué?... y...
además... yo, Sabi... ¡Aquí está mi regalo...! —y le señaló, como
atontado, el paquete que había colocado sobre la mesa.
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Antes de abrirlo, Sabina observó la tarjeta especialmente hecha por


él, con la infaltable guirnalda de pececitos dorados rodeando todo el
contorno. Enseguida, se sonrojó al leer "Feliz Navidad, mi Súper S. Te
re-quiere, A.", y se apuró a rasgar el envoltorio.
Encontró un enorme moño. Finísimo. De gasa azul y salpicado con
estrellitas color oro y adosado a una no menos enorme hebilla de
carey. ..
¿Cómo usarlo —ahora— si ya no tenía su pelo largo y abundante?
—El moño que tanto deseaba, Archi... ¡Qué maravilla! Pero... ¿cómo
iba a suponer que...? —sonrisas se le mezclaron con algunos
lagrimones.
—Esteee... Ya te va a crecer... El pelo crece, ¿no? —intentaba
consolarla el muchacho—. Pero... ¡qué lástima! Sabías que me
fascinaba...
—Me lo tuve que cortar, Archi... Ya vas a entender. ¡Lo hice para
venderlo y comprarte tu regalo! Vamos al lavadero... ¡Ahí está!
Los dos salieron del comedor casi a los brincos.
Ah... Cuando el chico vio el regalo que le reservaba su amorcito casi
se desmaya. Porque arriba del lavarropas, circulando dentro de una
palangana, tres pececitos dorados. ¡Uf! Justo cuando se había
desprendido de su pecera!
¡Qué coincidencia en el pensamiento de ambos! (¿Coincidencia?)
Entonces fue él quien comenzó a sonreír y a lagrimear al mismo
tiempo. Se restregaba los párpados para que Sabina no creyera que
era un flojo... pero estaba visiblemente emocionado.
Ella lo notó.
—En la veterinaria me los entregaron adentro de una bolsa de nylon y
me dijeron que podían pasar unas horas así, en un recipiente mayor
como la palangana, aunque sea redonda, antes de trasladarlos a tu
pecera... Vas a tener que instalarla como antes, ¿eh?
—Es que... —y Archi estaba pálido— yo... vendí mi pecera... para
comprarte el moño y...
Más tarde, cuando el padre de Sabina se enteró de lo sucedido, no
tardó en hallar una solución.
El amplio portamacetas rectangular, de vidrio transparente, donde se
alzaba un gracioso gomerito, fue desocupado de su verde morador, la
planta se reubicó en un macetero de barro de los que se apilaban en
el balcón debajo de la lona y que sólo acumulaba tierra seca.
Una vez que el portamacetas fue lavado y convenientemente
reacondicionado con masilla como para impedir cualquier pérdida de
agua, Archi partió para transportarlo hasta su casa. Lo acompañaba
Sabina. Entre sus brazos, la palangana con los peces.
—Solamente los que se aman pueden hacerse regalos así, ¿no?;
inolvidables... Tan generosos han sido los dos... —le dijo la mamá de
la nena a su marido, cuando —desde el balcón— vio alejarse a las dos
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criaturas.
Bien sujeto al cuello de su vestido celeste —como si fuera un
navideño adorno del mismo— Sabina lucía, orgullosa, el precioso
moño azul con estrellitas. Se le había ocurrido estrenarlo —sí o sí—
como el accesorio importante que era. Muy. Hasta que el pelo volviera
a crecerle, claro.

FIN1

1
Habitualmente me preguntan si —cuando yo era chica— me gustaba leer historias de
amor; o sea novelas, cuentos, poemas que abordaran tan hermoso sentimiento.
Contesto que sí (¡y con pasión!) aunque —también— debo reconocer que muy raramente
(por no decir "nunca"...) caía en mis manos algún relato que tratara acerca del amor entre
niños o jovencitos. Por eso, me lo pasé leyendo textos que —de acuerdo con la opinión de los
adultos— no eran adecuados para mi corta edad. Sin embargo, ninguno me dañó ni alteró mi
vida aunque —en múltiples oportunidades— no entendiera exactamente el sentido de lo
escrito.
Una de aquellas historias (que me sacudió el alma, a pesar de que sus protagonistas no eran
chicos ni estaba destinada a la infancia) dio base a mi cuento Solamente los que se aman
que acaba de concluir. Lo presenté en una versión libérrima, totalmente actualizada, porque
episodios como el que le sirvió de inspiración pueden reiterarse entre los enamorados de
todas las épocas y lugares.
A quien le interese leer el argumento que dio pie al mío, le informo que se titula El regalo de
Reyes y pertenece al escritor William Porter, mucho más conocido por su seudónimo:
O'Henry, nacido en los Estados Unidos de Norte América en 1862 y fallecido en 1910 y a
quien aprovecho —ahora— para enviarle un agradecido beso —astral— por su permiso para
recontar su bellísimo cuento.
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Despedida

Mis queridos chicos:

Los relojes ya están marcando la hora de nuestro reencuentro


antes de la inminente despedida. ..

Hoy, la mañana se despertó luminosa sobre el sábado en el que


les escribo este epílogo y yo los imagino, los "veo-veo", mi
pensamiento está con cada uno de ustedes dondequiera se hallen;
junto a cada corazón que late enamorado.

Así lo estuvo durante los meses en que fui dando a luz esta
obra que ya llega a su fin y que me encantaría que adopten como
propia.

Fue especialmente creada para responder al reiterado pedido


que me venían haciendo a través de la nutrida correspondencia que
me suelen enviar a partir de la lectura de El libro de los chicos
enamorados / Número uno. Y es tan caudalosa la cantidad de cartas
que recibo que superó totalmente mi capacidad para contestarlas de
inmediato, como querría. Saben que lo siento y que siempre me
disculpo por la involuntaria demora en responder a quienes con las
afectuosas palabras, dibujos, poesías, fotos y cuentos que me regalan
a través del correo, acaso no suponen cuánto me ayudan a vivir. Mi
infinita gratitud por su constante presencia en mis días.

Muchísimos de ustedes habrán advertido que este libro Dos lo


compuse basándome en sus confidencias amorosas. Sé que cada cual
(y "cada cuala") habrá sabido ubicar el texto que tan
entrañablemente le pertenece, ése que canta y cuenta un íntimo
episodio de su vida... o que es respuesta a cierto pedido de consejo
como los que acostumbran a formularme... o que reproduce —
exactamente— los versos que le fueron particularmente escritos y
enviados por correo tiempo atrás.

Pero les prometí guardar el secreto de sus identidades y así lo


hice. Por eso, en ningún caso coloqué los nombres y apellidos de
quienes inspiraron las distintas composiciones... (Confiable la Elsy,
¿eh?)
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A otra cosa:

Es probable que algunos de ustedes (los que me acompañan


fielmente desde hace varios años) conozcan lo sucedido a partir de
octubre de 1977, fecha de la primera edición de El libro de los chicos
enamorados, pero estoy casi segura de que los que en épocas
recientes se han ido sumando a mi fantástico grupo de amigos
lectores lo ignoran. (Y claro, si aún no habían aterrizado en esta base
espacial que llamamos Tierra...)

Bien. Considero saludable contárselos; un modo de comprobar


que algunas costumbres evolucionan favorablemente y que ciertos
prejuicios ya no se sostienen.

El caso es que cuando se publicó El libro de los chicos


enamorados por primera vez, corría 1977...

1977 entonces... 1991 ahora... Quince años pasaron para el


mundo, para nuestro país... para mí... y para esa obra que —de
inmediato— produjo una suerte de milagro de comunicación con mis
lectores que persiste hasta el presente, aunque —también, ¿por qué
ocultarlo?— me trajo una profunda tristeza.

Sé que a los más pequeños les parecerá absurdo, ridículo,


increíble, pero lo cierto es que un montón de gente grande se
indignó, puso el grito en el cielo tras el lanzamiento de El libro de los
chicos enamorados, que se agotó en menos de un mes. Y sus
protestas las hicieron saber en programas radiales y televisivos, en
mesas redondas y a través de comentarios en diarios y revistas.

—¡Esta obra es un disparate! —afirmaron unos cuantos


escritores de cuyos nombres prefiero no acordarme—. ¡Los niños no
se enamoran! ¡Habría que prohibir este libro! ¡El amor no es cosa de
chicos!

Obviamente, sufrí bastante ante tamaña incomprensión, frente


a tanto desconocimiento del alma infantil.

Para colmo, eran días durísimos para la República Argentina y a


mí me estaba tocando padecerlos muy en particular, por otros
episodios desdichados que no viene a cuento exponer aquí.

Sentí que estábamos en la Edad de Piedra...

Sin embargo, a medida que los insensibles censores notaban —


con envidia y perplejidad— que las criaturas seguían acogiendo con
enorme entusiasmo esa obra, fueron acallando sus enojos y
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comenzaron a encarar el tema de los amores de la niñez en sus


propios libros, como si acabaran de descubrirlo por ellos mismos...
¿Cosa rara, eh?

Actualmente, creo que no existe escritor argentino —de los que


abordan la así denominada "Literatura Infantil"— que no considere
este tópico como parte vital de la niñez... y de su producción... En
fin... Pienso que —a pesar de todo— si mi libro sirvió como
despertador de conciencias adultas dormidas ante la innegable
realidad de los sentimientos de los niños, bien valió la pena mi pena,
¿no? Aquel disgusto está ya largamente superado y yo siento ahora la
honda alegría de haber contribuido con mis granitos de arena para
que ustedes, los chicos enamorados, puedan expresar y vivir sus
sentires en un medio que va tratando de respetarlos y comprenderlos
como merecen.

Hasta siempre, amorcitos, y mil gracias por privilegiarme con


su amistad.
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